¡Maravillosos! En estos actos divinos de estos escritos, a nombre de todos: gracias, te amo, te bendigo, en todo y por todo
MARÍA VALTORTA CUADERNOS DEL 1943
BIOGRAFÍA
Nació el 14.3.1897, en Caserta, Italia. Su padre, sargento mayor del Ejército Italiano, era de carácter tierno y amoroso. Fue hija única. Su madre, profesora de francés, era dura y severa.
A los cuatro años y medio, la llevaron a estudiar en el asilo de las Religiosas Ursulinas de Vía Lanzone, donde tuvo su primer encuentro con Dios. Allí comenzó a nacer en la pequeña “el ansia por consolar a Jesús, haciéndose semejante a El en el dolor voluntariamente aceptado por amor”.
En 1904, a los siete años de edad, pasó al Instituto de las Religiosas Marcelinas, para iniciar allí los estudios elementales, distinguiéndose de inmediato como la “primera de la clase por la inteligencia, don de Dios”. En 1907 pasó a la escuela estatal, asistiendo contemporáneamente, por exigencia de su madre, a las lecciones de francés dadas por un grupo de religiosas expulsadas de Francia.
Gracias a las religiosas francesas, en 1908 pudo recibir su Primera Comunión. Con gran dolor por su parte, el padre no asistió porque la madre había juzgado inútil su presencia. En 1909, por el despotismo de su madre y por la timidez de su padre debió dejar su casa para entrar en un internado (el Colegio Bianconi de las Hermanas de la Caridad de María Santísima Niña). Permaneció allí hasta 1913.
Su carácter “generoso, firme, fuerte, fiel” mereció el sobrenombre de “valtortino”; su amor al estudio, al orden, a la obediencia le procuró ser citada como “alumna modelo”. Una vez más su madre se interpuso en su vida, y obligó a María a que estudiase Tecnología, aún cuando ella no tenía cualidades para las matemáticas. No superó las pruebas en ciencias exactas, por lo cual no tuvo más remedio que recuperar el tiempo perdido con todas sus fuerzas y terminar el programa clásico, consiguiendo el diploma.
En 1913 su familia se trasladó a Florencia. Allí María conoció a Roberto, de hermosa presencia, rico y doctorado en literatura. Era muy bueno, serio y afable. Se quisieron mucho, “con un amor silencioso, paciente y respetuoso”.“luz”, de “guía”, para que “llegase a ser un buen hombre, y un valiente oficial”. Para María “amar era tan necesario como el respirar”, pero había de ir a Dios “después de haber visto cuán efímeros son los cariños humanos”. Pero inexorablemente la madre tronchó, en su nacimiento, aquel tierno sentimiento. Suerte que le cupo nueve años después, cuando se encontró con otro joven llamado Mario, “un joven cuya madre había muerto”. Al principio María trató con él para servirle de
En 1916, “en un período tremendo, de desesperación y de ansias”, el Señor volvió a llamarla por medio de un sueño, que permaneció “vivo” en María durante toda la vida. En el sueño, María es socorrida por Jesús, cuyas palabras de admonición y de piedad, unidas a un gesto de absolución y de bendición, fueron para ella “un lavado que la purificó completamente”. Se despertó “con el alma iluminada por algo que no era terrenal”.
En 1917 María entró en las filas de las enfermeras samaritanas, y durante dieciocho meses prodigó sus cuidados en el hospital militar de Florencia. Pidió que se le confiasen los soldados y no los oficiales porque “había ido a servir a los que sufren, no por alardes o para buscar
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marido”. Ejercitando la caridad se sintió obligada “dulcemente a acercarse cada vez más a Dios”.
El gesto de su gradual inmolación partió de un golpe violento que sufrió el 17 de marzo de 1920. Iba con su madre por la calle “cuando un rapaz delincuente le pegó en los riñones con una barra de hierro, que había arrancado de una cama. Con todas sus fuerzas le dio un terrible golpe”. Permaneció en cama tres meses y fue como comenzar a saborear su futura y completa enfermedad.
En ocasión de visitar a su tía Clotilde, “una mujer muy culta”, el Señor se sirvió de un libro para darle otro “impulso fuerte”. El Santo de Antonio Fogazzaro fue la novela que “imprimió en su corazón una señal, indeleble, una señal por demás buena”.
María Valtorta experimentó en manera más sensible ciertas percepciones psíquicas, que ya en los años precedentes había advertido bajo la forma de “premoniciones” o de “otros hechos extraños”. Se trataba, en particular, de la sensación “como de que sus dedos se alargaban, se hicieran larguísimos hilos lanzados al espacio, y que estos hilos se fueran uniendo a otros iguales” que salían de otras personas, como con deseo de unirse entre sí.
En septiembre de 1924, la familia Valtorta se trasladó definitivamente a Viareggio, en donde ocuparon una “casita” recién comprada. Allí, María continuó llevando una vida retirada, fuera de “alguna salida al mar o al bosque” y de las que hiciera “a comprar lo necesario para cada día”, lo que le permitía hacer visitas a Jesús Sacramentado, sin atraerse las iras de la madre. Había empezado para ella “una nueva etapa en su vida, en la que crecía más en Dios”.
Atraída por el ejemplo de Santa Teresita del Niño Jesús, cuyo libro Historia de un Alma, leyó con sumo gusto. El 28 de enero de 1925 se ofreció como víctima al Amor Misericordioso, renovando después “cada día” este acto de ofrecimiento. A partir de ese momento creció sin medida su amor por Jesús, hasta llegar a sentir su presencia en sus propias palabras y en sus propias acciones. Llevada del ansia de servir a Dios, quiso entrar en la Compañía de San Pablo, pero tuvo que contentarse con desarrollar “un apostolado humilde, escondido, conocido sólo por Dios, fortalecido más por el sufrir que por el obrar”. Pero, a partir de 1929, cuando entró en la Acción Católica como delegada de cultura de los jóvenes, pudo darse abiertamente al bien de las almas, trabajando con entusiasmo y dando conferencias que atraían numerosos oyentes “aún entre los no practicantes”.
En tanto venía madurando en ella la fuerte decisión de ofrecerse como víctima a la Justicia Divina, a lo cual se preparaba “con una vida que crecía cada vez más en pureza y mortificación”. Ya “de tiempo atrás” había “hecho los votos de virginidad, pobreza y obediencia”. Cumplió su nuevo acto de ofrecimiento el 1° de julio de 1931. Mas los sufrimientos físicos y espirituales no cedieron un sólo momento.
El 4 de enero de 1933 fue el último día que María, caminando con extrema fatiga, pudo salir de casa. Y desde el 1° de abril de 1934 no se levantó ya más del lecho, dando inicio en un “intenso transporte de amor”, a su larga y penosa enfermedad. Se convirtió “en el instrumento de las manos de Dios”. Su misión era la de “sufrir, expiar y amar”.
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El 24 de mayo de 1935, en la casa de María Valtorta entró Marta Diciotti, quien llegaría a ser la compañera fiel de María, la “oyente” de sus escritos, la que la asistiría amorosamente hasta la muerte, y que conservó “sus memorias”.
Y María continuó en su lecho de enferma, a sufrir y a amar, haciéndose cada vez más disponible a la Voluntad de Dios, consolando a los afligidos, enderezando a los desviados en el espíritu, recibiendo dolorosas advertencias sobre su grave hora presente, revelando en cada cosa la fuerza varonil de su carácter y la clara inteligencia de su mente fija en Dios.
Hacia el año 1942, un sacerdote fue a visitarla. Era el buen padre Romualdo Migliorini, de la Orden de los Siervos de María, que durante cuatro años fue su director Espiritual. En 1943 le ordenó a María Valtorta que escribiera su autobiografía, y que dijese “todo lo bueno y todo lo malo”, sin preocuparse de cosa alguna.
Pero su verdadera actividad de escritora debía iniciarse de inmediato, por una fuerte presión del Altísimo, que encontró en ella un instrumento dócil y pronto. En pocos años, entre indecibles sufrimientos del alma y del cuerpo, provocados por acontecimientos y personas, en condiciones absolutamente desfavorables, María Valtorta llenó quince mil páginas de cuaderno, que hoy en día son casi universalmente reconocidas como un monumento de doctrina y de literatura. Esta maravilla de Dios es una colección de varios tomos denominada “El Hombre-Dios”.
Los actos de ofrecimiento no habían terminado. El 18 de abril de 1949 María ofrecía a Dios el sacrificio de no ver la aprobación de su Obra, uniendo a este sacrificio el precioso don de su propia inteligencia. El Señor aceptó este sacrificio. María no pudo tener la satisfacción de saber que su obra era aprobada.
Cuando quedó del todo inactiva (ella aún en el lecho escribía o trabajaba y jamás había sido ociosa), conservó su aspecto lúcido y sereno. Permanecía quieta en su lecho como una niña grande, llegando por último a la necesidad de ser alimentada, pero no pedía jamás nada. Pocos la visitaban. Pocos eran los amigos. En medio de este silencio María acabó sus últimos días el 12 de octubre de 1961, a los 65 años de edad y 28 de enferma. En un escrito suyo de 1944 leemos lo que el Señor le había dicho: “Cuán feliz serás cuando te des cuenta de estar en Mi mundo para siempre y de haber venido del pobre mundo. Lo harás sin pensar en ello, pasando de una visión a la realidad, como un pequeñuelo que sueña con su madre y que se despierta abrazado a ella, que lo aprieta contra su corazón. Así haré Yo contigo”.
Murió en el mismo lecho que había visto los sufrimientos, los trabajos, el ofrecimiento y la piadosa muerte de la enferma escritora de Viareggio, que desde varios años atrás había dispuesto la frase que debía escribirse en los recordatorios: “He terminado de sufrir, pero continuaré amando”.
Los pocos y respetuosos visitantes pudieron admirar el candor de su mano derecha, la que había sido considerada la “pluma del Señor”, mientras la izquierda iba livideciendo. Y sus rodillas, que habían sido su escritorio, aparecían ligeramente dobladas, ahora que ella se encontraba en reposo verdadero.
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Diez años más tarde, el 12 de octubre de 1971 fueron exhumados sus restos, que fueron sometidos a un tratamiento especial para asegurar su conservación, y fueron colocados en el nicho de la familia en la Galería del Redentor del mismo cementerio de Viareggio.
El 2 de julio de 1973 los restos de María Valtorta pudieron ser trasladados a la Santísima Annunziata de Florencia y sepultados en la Capilla del Capítulo que da al grande claustro que forma parte de la famosa basílica florentina, que está a cargo de los padres servitas.
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22 de abril de 1943
Me parece que sea casi inútil escribir aún habiéndolo dicho todo1. Pero usted 2 me insta a que escriba las cosas que más me impresionan y yo obedezco.
Es la tarde del Jueves Santo. Hablando de Jesús no me distraigo de Él, sino al contrario me concentro en Él. Le diré pues cómo he pasado estas últimas veinticuatro horas. Ayer por la tarde usted me ha visto agotada. Estaba realmente agotada. Pero cuando toco el fondo de la resistencia humana, y a quien me ve doy la impresión de ser un pobre ser incapaz hasta de pensar, es precisamente entonces cuando tengo -diré así- iluminaciones.
Ayer por la tarde había leído el periódico; después, cansada también de eso, había cerrado los ojos y estaba así… inerte. De repente he visto, mentalmente, un terreno muy pedregoso y yermo. Parecía la cima de un montículo, como tantos que se ven sobre nuestras colinas. Desnudo de vegetación, tan sólo rico de piedras y rocas toscas y blanquecinas, tenía alrededor un vasto horizonte. Precisamente sobre la cima había nacido una planta de violetas. Lo único que viviese en tanta desolación. Veía claramente la mata de hojas bien espesa y apretada como para presentar resistencia a los vientos que batían la cima. Algún capullo de violeta, más o menos abierto, asomaba la cabecita entre la mata verde. Pero sólo una estaba completamente abierta. Hermosa, de un sólo color, abierta y estirada hacia lo alto.
Fue su estar tan derecha, casi como si estuviera atraída por una fuerza especial, lo que llamó mi atención y me hizo buscar con la mirada. Y vi un asta, una gran asta clavada en el suelo. Parecía un tronco apenas cepillado, burdo y áspero. A un medio metro del suelo, o quizás menos, había dos pies traspasados… Ayer por la tarde no he visto más que éstos. Dos pies torturados. Y que estuvieran torturados cruelmente lo decía la contracción de los mismos con los dedos casi replegados hacia la planta como por espasmo tetánico.
La sangre, resbalando hasta los talones, descendía sobre el asta escabrosa y la estriaba hasta el suelo. Otras gotas caían de los dedos contraídos y llovían sobre la mata de violetas. ¡A esto tendía la violeta toda tersa hacia lo alto! A esa sangre que la nutría como, entre tanta desolación de suelo, nutría aquella única mata, que había sabido nacer junto a aquel madero.
Muchas cosas me ha dicho aquella visión… Y cuando usted ha venido, yo estaba tras de ver aquel signo que era mi sermón del Miércoles Santo. No se ha disipado la figuración. No se disipan fácilmente. Permanecen nítidas en el cerebro aún cuando las cosas habituales las sobrepasen, o intenten sobrepasarlas.
Esta mañana también, antes de que usted viniera, he entrevisto el resto del cuerpo. Digo: entrevisto, porque me aparecía y desaparecía como entre el fluctuar de velos de niebla. Otras veces ha sido mucho más nítido… Pero entonces me parecía muerto.
1 Maria Valtorta había ya escrito la Autobiografía por obediencia a P. Migliorini, su director espiritual. (Ver la nota siguiente).
2 Se trata del P. Romualdo M. Migliorini, a quien la escritora se dirige más adelante y muy a menudo en sus escritos. Nacido en
Volegno (Lucca) en el 1884, entró en la Orden de los Siervos de María en el 1900 y fue ordenado sacerdote en el 1908. Hasta el 1911 ejerció el sagrado ministerio en Italia, después fue párroco en Canadá, y a continuación pasó a las misiones de África del Sur donde llegó a ser superior regular y prefecto apostólico. De regreso a Italia en el 1939, fue prior del Convento de San Andrés en Viareggio, donde se dedicó a un apostolado infatigable sobre todo durante y tras el paso de la guerra. Hacia el 1942 fue a visitar a la enferma Maria Valtorta y se convirtió en su director espiritual y testigo de sus escritos, que celosamente transcribía a máquina aventurando la primera difusión. Pero en el 1946 tuvo que retirarse a Roma, donde confió al hermano de comunidad P. Corrado M. Berti la existencia de Maria Valtorta. Con sufrimientos cada vez mayores, falleció en Carsoli (L’Aquila) en el 1952.
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Ahora me parece vivo. Y pienso que sea una gran piedad de Jesús no mostrarme hoy su rostro. Jesús está tan dolorido, su tristeza ha alcanzado una intensidad tan fuerte por toda la iniquidad humana que no se cansa de serlo -sino que, al contrario, cada vez se hace más iniquidad- que no podríamos soportar, sin morir de dolor, la expresión de su divino rostro.
Jesús, mi Maestro, con su palabra sin sonido, me dice que mi puesto está más que nunca a los pies de su cruz. Sólo de su Sangre, yo debo sacar vida… y mi tarea es tan sólo ser incienso a los pies de su trono de Redentor. Incienso que cubre, con su perfume, el hedor del pecado, de la maldad, de la crueldad que la Tierra exhala. El in- cienso no perfuma sino ardiendo y consumándose. Y yo debo hacer lo mismo.
Me dice también que la flor puede atraer otras miradas a su Cruz, puede hacer inclinar a otras criaturas bajo la lluvia de su Sangre. Ésta es la tarea de la flor hacia el prójimo y hacia Dios. Reparación de amor hacia Jesús y atracción a Jesús de muchos corazones, aceptando vivir, por esto, en un desnudo desierto, sola con la cruz.
Podría decir que me he quedado con los labios apoyados en aquellos pies traspasados como bebiendo en un manantial que es frescura y ardor al mismo tiempo. Una sensación espiritual, pero tan viva que parece real…
Esta mañana, en fin, a las 10 me ha llegado de Roma una carta de una Religiosa, carta que le mostraré y en la cual se habla precisamente de esta misión a los pies de la cruz, y a la carta está unida una imagen con un Crucifijo y debajo un incensario ardiente y el escrito: «Se eleve mi oración como incienso en tu presencia». He tomado todo esto como un discurso mudo de mi Jesús a su pequeña hostia que se consuma poco a poco más de amor que de enfermedad.
Pienso que mañana es Viernes Santo: el día de los días para mí. Quisiera acumular sacrificios para hacer de él un verdadero día de expiación. ¡Pero ya puedes hacer tan pocas cosas María! Pues bien, haremos esas pocas cosas. Por lo demás… puede ser que mañana piense Jesús en darme mi parte de dolor expiatorio. Yo estoy aquí, bien apretada a la Cruz. Es el puesto de las Marías, por otra parte. Así no se me escapará ni siquiera una señal de mi Redentor…
23 de abril Mañana del Viernes Santo 3
Dice Jesús:
«La primera vez mi Padre, para purificar la tierra, mandó un baño de aguas, la segunda un baño de sangre, ¡y de qué Sangre! Ni el primero ni el segundo baño han valido para hacer de los hombres hijos de Dios. Ahora el Padre está cansado, y para hacer perecer la raza humana deja que se desencadenen los castigos del infierno, porque los hombres han preferido al Cielo el infierno y su dominador, Lucifer, les tortura para empujarles a blasfemar y hacerles completamente hijos suyos.
Yo vendría a morir por segunda vez, para salvarles de una muerte más atroz todavía… Pero mi Padre no lo permite… Mi Amor lo permitiría, la Justicia no. Sabe que
3 Es el primer dictado recibido por Maria Valtorta. Marta Diciotti (ver la nota 4 de pág. 19) relata que sucedió hacia mediodía del 23 de abril de 1943, viernes santo, y que Maria se quedó sorprendida, le confió el hecho y le pidió ir a buscar al Padre Migliorini. Marta salió de casa usando cualquier pretexto para no despertar la curiosidad de la madre de Maria, que era mujer muy autoritaria y no inclinada a cosas de religión. Padre Migliorini vino enseguida y se entretuvo en confidencial coloquio con la enferma escritora.
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sería inútil. Por ello vendré tan sólo en la última hora. Pero ¡ay de los que en aquella hora me verán habiendo elegido por su señor a Lucifer! No se necesitarán armas en manos de mis ángeles para vencer la batalla contra los anticristos. Bastará mi mirada.
¡Oh! ¡si los hombres supieran todavía volverse a Mí que soy la salvación! Sólo deseo esto y lloro porque veo que nada es capaz de hacerles levantar la cabeza hacia el Cielo desde donde Yo les extiendo mis brazos.
Sufre, María, y di a los buenos que sufran para suplir mi segundo martirio que el Padre no quiere que Yo cumpla. A cada criatura que se inmola le es concedido salvar algún alma. Alguna… y no es para sorprenderse el que sean pocas las concedidas a cada pequeño redentor si se piensa que Yo, el Redentor divino, sobre el Calvario, en la hora de la inmolación, de todos los millares de personas presentes en mi muerte he logrado salvar al ladrón, a Longinos, y a pocos, pocos más…».
Reflexión sobre un discurso que me viene relatado, en el cual está dicho que se cuenta mucho con mis oraciones para obtener algo, habiendo reconocido que aquello que he pedido se ha cumplido.
«No me viene ningún orgullo, sino un más profundo agradecimiento a Dios que es tan bueno que permite que yo sepa obtener la felicidad de otros corazones. Pero a estos corazones quiero decir, y lo diré -especialmente a aquel que esta mañana me ha hecho saber su pensamiento- que lo que se cumple no es por mi mérito. Todos podrían llegar a la misma capacidad si quisieran. No hay un método o un estudio especial para llegar a esta potencia de súplica. Lo importante es hacer del propio corazón un pesebre de Belén para acoger a Jesús niño y de sí mismos una cruz para llevar a Jesús Redentor. Cuando lo llevamos así, indisolublemente, nosotros no somos más que un complemento suyo, y sólo Él es el verdadero protagonista de todo. El secreto para obtener todas las gracias, que el prójimo atribuye a nuestros méritos inexistentes, está únicamente en nuestra anulación en Cristo, tan completa que disuelva nuestra persona- lidad humana y obligue a Jesús a actuar sólo Él en todo acontecimiento. Nosotros no hacemos sino llevarle las voces de cada uno unidas a un beso de amor. El resto lo hace Él».
24 de abril Sábado Santo
Mientras el «Gloria» canta en las iglesias…
Una de las cosas que más me lleva a reflexionar sobre la doctrina de misericordia de mi Jesús es el episodio que se lee en el evangelio de San Juan: «María estaba fuera llorando junto al sepulcro… se volvió hacia detrás y vio en pie a Jesús… Y Jesús le dijo: ‘¡María!’…». No contento todavía de haber amado tanto a los pecadores hasta el punto de dar su vida por ellos, Jesús reserva su primera manifestación, después de la Pasión, a una pecadora convertida.
No es seguro que Jesús se hubiera ya presentado a su Madre. El corazón nos induce a creerlo, pero ninguno de los 4 evangelistas lo dice. Es seguro en cambio esta aparición a María Magdalena. A ella, que encarna la inmensa corte de los redimidos por el amor de Cristo, Él aparece por primera vez y se manifiesta en su segunda apariencia de Dios Hombre para siempre. Antes era ‘el Hombre en el que se escondía un Dios. Antes aún, en los tiempos de la espera, el Verbo era sólo Dios. Ahora es el Dios Hombre que lleva a los cielos nuestra carne mortal. Y esta obra de arte de divinidad,
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por la cual la carne nacida de mujer se hace inmortal y eterna, se revela a una criatura que fue pecadora… No sólo: sino que a ella, precisamente a ella, confía el mensaje para sus propios apóstoles: «Ve a mis hermanos y diles que subo al Padre mío y Padre vuestro, Dios mío y Dios vuestro». Antes aún que al Padre, ¡a María la pecadora!
¡Qué río de confianza se vuelca en mí meditando esto! Cómo, cómo debería ser dicho, redicho, continuamente dicho a las pobres almas titubeantes y vergonzosas, porque saben que han pecado, que Jesús les ama tanto de anteponerlas al Padre y a su Madre. Porque pienso que si todavía no había subido al Padre, en aquella primera hora de resurrección, tampoco se había mostrado aún a la Madre. En el fondo es una necesidad de amorosa justicia. Jesús ha venido por los pecadores. Por lo tanto que la primicia de su resurrección vaya a quien es arquetipo de los pecadores redimidos.
«A mis hermanos -al Padre mío y vuestro- Dios mío y Dios vuestro». Estas palabras suenan en mi corazón como tantas alegres campanas. Hermanos los discípulos, hermanos nosotros que descendemos de ellos. Si todavía nos queda una duda, cae como la piedra del sepulcro, sacudida por este torbellino de amor, y la confianza surge en los corazones más aprisionados y oprimidos por el recuerdo de sus errores y de la reflexión de la inmensa distancia que nos separa a nosotros, polvo, de Dios. Jesús lo dice: somos hermanos, tenemos un único Padre y un único Dios con Cristo.
¡Oh! Él nos agarra con sus manos traspasadas -es el primer gesto que hace después de su muerte- y nos lanza sobre el corazón de Dios, en los cielos no más cerrados sino abiertos por el amor, para que allí se lloren las dulces lágrimas de la reconciliación con nuestro Padre.
¡Aleluya! ¡Gloria a Ti, Maestro y Dios, que nos salvas con tu dolor y nos das como camino de salvación el Amor!
1 de mayo
Sábado 11 horas
Dice Jesús:
«¿Te entristeces? Yo también. ¡Pobres niños! ¡Los pequeñuelos que Yo amaba tanto y que deben morir así! ¡Y Yo que les acariciaba con una ternura de Padre y de Dios que ve en el niño la obra de arte, aún no profanada, de su creación! Los niños que mueren, matados por el odio y entre un coro de odio.
¡Oh¡ ¡que los padres y las madres no profanen, con sus imprecaciones, el holocausto inocente de sus flores truncadas! Que sepan los padres y las madres que ni una lágrima de sus pequeños, ni un gemido de estos inocentes inmolados queda sin eco en mi Corazón. A ellos se abre el Cielo, porque no se diferencian en nada de sus lejanos hermanos, matados por Herodes por odio hacia Mí. También éstos han sido matados por los malvados Herodes, custodios de un poder que Yo les he dado para que lo usaran para el bien y del cual me deberán rendir cuentas.
Yo vendría por todos. Pero especialmente por éstos, recién nacidos a la vida, don de Dios, y ya arrancados a la vida por la crueldad, don del demonio. Pero sabed que para lavar la sangre contaminada que ensucia la tierra, que es derramada con hastío y maldición en hastío y maldición hacia Mí que soy el Amor, es necesario este rocío de sangre inocente, el único que aún sabe brotar sin maldecir, sin odiar, así como Yo, el Cordero, derramé mi sangre por vosotros. Los inocentes son los pequeños corderos de la nueva era, los únicos cuyo sacrificio, recogido por los ángeles, es completamente
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agradable a mi Padre.
Después vienen los penitentes. Pero después. Porque incluso el más perfecto entre ellos arrastra en su sacrificio escorias de imperfecciones humanas, de odios, de egoísmos. Los primeros en la hilera de los nuevos redentores son los niños cuyos ojos se cierran en un horror para reabrirse sobre mi Corazón en el Cielo.»
10 de mayo
Mi Jardinero me ha donado un lirio. Antes las violetas. Mis queridas violetas que habían sido todas arrancadas por la prepotencia de los demás y que han nacido espontáneas, después de tres años de que ya no hubiera, en las jardineras de la terraza.
Pero mientras sean violetas no hay mucho de qué sorprenderse, ¿verdad? El mismo viento puede traer las semillas; un pajarillo las puede dejar caer de su pico… ¡Pero un lirio! La planta del lirio se propaga sólo por bulbo, y un bulbo de lirio es demasiado grueso y pesado para que lo pueda traer el viento con sus alas o un pájaro con su pico. Sin embargo ha nacido en la jardinera del balcón.
Muchos podrían decir que soy una loca, pero yo sostengo que este nacer de un lirio así, es milagroso y veo en este milagro una exquisita delicadeza y una cariñosa respuesta de mi Jesús. Él sabe cómo yo ame los lirios y cómo sufriera al verlos todos arrancados del parterre de mi patio. Sabe que los amo como flor y como símbolo y sabe qué miedo, que amargura tenía en el corazón pensando que quizás mi lirio ya no era cándido e intacto. Y Él, de pocos terrones ya infecundos, empobrecidos, endurecidos, descuidados, hace surgir un lirio.
Él bien lo puede hacer. ¡Él que ha creado los lirios de los anchos valles y que los nombra con tanto amor en su evangelio! ¿Por qué debo dudar de la procedencia de esta flor? El Jesús que ha dado a Teresita 4 la nieve el día de su toma de hábito, ¿no puede dar a María una flor de nieve? ¡Ay si mano humana me la rompiera! Me parecería un sacrilegio y tendría un dolor sumo.
Escribo también esto que a algunos podría parecer una nonada y que para mí es en cambio algo muy profundo. También ésta es una caricia de mi Dios, una delicadeza suya y que me confirma y refuerza la dulce sensación del 2 de marzo pasado, 5 sensación vuelta a sentir, si bien más levemente, en estos días.
¡Oh! ¡Paraíso! ¿Qué serás si aquí sólo el rozarte levemente es tal bienaventuranza?
Estoy cansada y agotada y con el corazón en ansia por tantas cosas. .
Pienso en mis parientes de Calabria… Les he escrito mucho en estos días hablando abiertamente de Dios y de los deberes de un cristiano de cara a la muerte. Pienso en Clotilde paralizada… pienso en Paola, en Giuseppe con sus teorías… extrañas, pienso en todos6. ¿Cómo morirán, si deben morir? Que la Mano, que ha sembrado los lirios y las violetas para la pobre María, descienda sobre esos corazones y les atraiga a Sí…
Me escribe la Abadesa de las Trapenses y yo le he escrito a ella. Estoy contenta de haber orado y de orar, así, por la unidad de las Iglesias. Ignoraba que se orase por
4 S. Teresa de Lisieux
5 Está explicada en el escrito del 13 de mayo
6 Los parientes Belfanti, propietarios de albergues en Reggio Calabria: Giuseppe era
un primo de Iside Fioravanzi, madre de la escritora; Paola era hija de Giuseppe; Clotilde era la mujer de un hermano de Giuseppe.
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esto. Jesús, mi único Maestro, me ha guiado, como siempre, también en esto. Así como me ha guiado hacia su sierva Sor M. Gabriella 7. Tengo la sensación de estar cogida de la mano por Él que me conduce donde puedo encontrar el bien, o almas que, por estar ya en la gloria, me pueden ayudar, con su doctrina de santidad, a aumentar mi obra de santificación.
Puedo decir que nunca me sucede que trate de conocer una «Vida» en la cual no encuentre una semejanza con la mía. Semejanza mucho más grande y perfecta pero que siempre es: semejanza. He leído infinitas «Vidas» pero, por mi parte, siempre he adquirido aquéllas que tienen puntos de contacto con mi mezquina vida y, por la repercusión que tienen en mí, mientras las otras me despiertan una admiración estéril y basta, comprendo que yo también estoy en la misma estela (si bien muy atrasada) de ardor de amor, de inmolación, de confianza.
Encuentro en la «Vida» de Sor M. Gabriella frases iguales, hasta en las más pequeñas palabras, a las mías. Y esto me conmueve mucho. Siento que donde Jesús reina, dueño absoluto de nuestro yo, las almas, como arpas tocadas por la misma mano, dan el mismo sonido… más o menos fuerte según su perfección, pero siempre en las mismas notas.
13 de mayo Mañana
Hace poco usted ha vuelto a decirme que escriba. La fatiga física no es nada frente a la fatiga moral que debo de hacer para levantar los velos tras los cuales está lo sobrenatural. ¿Por qué? Por varias razones.
La primera es que casi me parece cometer una profanación dando a conocer los secretos de Dios en mí. Y temo siempre que ésta, si no profanación, ciertamente proclamación, me pueda producir un castigo: ser privada de las divinas caricias y de las divinas palabras. Somos siempre un poco egoístas, nosotros los vivientes. Y no se piensa que cuanto Dios nos dona puede dar alegría a otros y que, siendo algo de Dios, Padre de todos, no nos es lícito ser avaros y privar de ello a los hermanos.
La segunda razón es que un resto de desconfianza humana, hacia mí y hacia los demás, me hace siempre pensar si cuanto yo advierto como «sobrenatural» no deba ser en cambio valorado por mí como ilusión y por los demás como un delirio. He oído tanto llamarme loca que pienso que… todavía el prójimo me pueda poner en esta categoría.
La tercera razón es que yo tengo miedo de estos favores. Miedo porque tengo siempre el terror de que puedan ser un engaño… ¿Es posible que yo, que no soy nada, pueda merecer estos favores de mi Rey? Y miedo de que me provoquen soberbia. Siento que si me ensoberbeciera, aunque fuera sólo por un instante, cesarían enseguida, no sólo, sino que me quedaría incluso sin ese mínimo de sobrenatural que es común a muchísimos. En castigo por mi soberbia. ¡Oh! ¡estoy segura de que Jesús me castigaría así!
Y ahora que le he dicho las razones por las cuales no me gusta hablar, le diré aquéllas por las cuales siento que no soy una ilusa, tomando apariencias de delirio por verdades sobrenaturales y palabras demoniacas por palabras divinas.
Estoy segura por la suavidad y la paz que me invaden después de esas palabras y
7 Sor María Gabriella, trapense de Grottaferrata (1914-1939)
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de esas caricias y por la fuerza que me inviste, obligándome a escucharlas y a escribirlas sin poder cambiar una palabra. A la dulcísima fuerza con la que soy obligada a escucharlas o a escribirlas -y siempre en momentos extraños a cualquier voluntad mía de oír esas cosas (le ruego que crea que yo no hago nada para ponerme, diré así, en posición receptora)-‘ siento, si es el caso, una fuerza más viva que me dice: «Haz conocer esto. Calla a todos esto otro». Y con esta suave prepotencia no se transige…
Pero de mío no hay nada. Si yo pienso también (y me aflijo por ello): “Jesús calla.
¡Oh! ¡si se dejara oír para consolarme un poquito!», esté seguro que Él continúa callando. Sólo cuando quiere se le oye; y entonces aunque yo estoy ocupada en otras cosas, cualquier otra cosa que quizás me urge hacer, debo dejarla y ocuparme sólo de Él. Como si, según mi estilo, prefiero un modo de decir a otro y trato de cambiarlo, no puedo. Así está dicho y así debe quedar.
También esta mañana usted me decía que escribiera sobre sensaciones pasadas. Le he dicho que no podría repetir ahora exactamente aquellas palabras y por ello no las repito. De mío no debe haber nada. Pero le puedo hacer una pequeña enumeración de las cosas que he advertido.
Como le he dicho otras veces,8 reiteradamente, he soñado con Jesús, María y los Santos. Pero mientras Jesús siempre estaba «vivo», la Virgen y los Santos eran como estatuas o cuadros: figuraciones. Sólo he visto dos veces como persona viva a un frailecillo franciscano, que ciertamente era santo. Y en una me decía que de todos los males «me habría matado aquello que tenía allí» y me tocaba los pulmones. Este sueño lo tuve hace ahora siete años, cuando en los pulmones no tenía nada de nada.
En otra ocasión el mismo frailecillo franciscano, que no me ha parecido ni S. Francisco ni S. Antonio, con un rostro de luz, me decía: «Has merecido más tú con esta enfermedad que una religiosa en el convento. Cada año de los tuyos vale una vida conventual». Me respondía esto porque yo, viendo la muerte en acecho, me afligía por haber hecho tan poco… Mi Superiora (muerta desde 1925) me alejaba de la muerte, me ocultaba de ella diciendo: «Vive algún año todavía», mas yo decía: «Pero ¿qué hago yo? iNada! ¡Si fuera monja!», y fue entonces cuando el frailecillo me dijo aquellas palabras.
Como le he dicho, a mi Ángel le he visto sólo aquella vez. Pero a veces siento como un vientecillo soplarme en el rostro y pienso que sea mi buen ángel que me conforta en los momentos en los que estoy tan abatida que no puedo ni mover el abanico. En el verano de 1934 esta sensación ha durado meses: los meses. de continuo peligro mortal. Desaparecido esto, mi ángel… se hace el muerto. Él que me ha tutelado tan bien, cuando era aún una niña de pecho que berreaba en los surcos ardientes de «Terra di Lavoro»,9 que me ha socorrido en el síncope del 4 de enero de 1932, no se ha mostrado nunca o hecho oír abiertamente, salvo aquella vez. A no ser que sea él quien ahora ha plantado el lirio y las violetas 10, cogiéndolos de los jardines provistos… pero
¿quién lo sabe?
En cambio he visto y hablado (en sueños) con Padre Pío de Pietrelcina. Le he visto, siempre en sueños, en éxtasis, después de la S. Misa, he visto su mirada penetrante y advertido en mi mano la cicatriz del estigma cuando me cogió de la mano. Y; no en sueños sino bien despierta, he percibido su perfume. Ningún jardín colmado de flores
8 Estas continuas referencias están, sobre todo, en la Autobiografía ya escrita por deseo del Padre Migliorini
9 En Caserta, donde nació el 14 de marzo de 1897 y donde permaneció en los primeros dieciocho meses de vida, Maria Valtorta
había sido confiada a una nodriza depravada, que llegaba hasta el punto de abandonar a la pequeña en los campos.
10 En el escrito del 10 de mayo.
MARÍA VALTORTA CUADERNOS DEL 1943
en plena florescencia puede emanar las fragancias paradisiacas que llenaron mi habitación la noche entre el 25 y 26 de julio de 1941 y la tarde del 21 de septiembre de 1942, precisamente mientras que un amigo nuestro hablaba de mí al Padre (yo ignoraba que él hubiera ido a S. Giovanni Rotondo). Las dos veces he obtenido además las gracias pedidas. El perfume fue percibido también por Marta 11. Era tan fuerte que la despertó. Después cesó de golpe como de golpe había venido.
Pero percibir el perfume es algo habitual. También esta mañana, después de mi despiadada noche de agonía, lo sentí. Mejor dicho me despertó del sueño que me había cogido al alba. Eran las 6 cuando fui despertada. La ventana estaba cerrada, flores en la habitación por la noche no tengo, perfumes no tengo, la puerta estaba cerrada. Por lo tanto ningún olor podía penetrar desde fuera. Fue como una columna de fragancia al lado derecho de la cama. Como vino desapareció, dejándome una dulzura en el corazón. Decir que es el olor de ésta o aquella flor es decir poco. Todas las fragancias están en este perfume. Todas las venas odoríferas se mezclan como si las almas de todas las flores creadas se agitaran en una paradisiaca danza.
Y ahora vayamos a las sensaciones más nítidas y que vienen todas de Jesús. Sí. Es sólo Él quien se manifiesta así.
Le he mencionado la sensación de tener en mí la mirada de Jesús y de mirar, a través de sus ojos, a mis semejantes. Esto es muy difícil de explicarse y ha sucedido por muchos años seguidos, cuando todavía caminaba.
Después han venido, diré así: las invasiones de amor, los sobresaltos de amor: angustiosos en su suavidad. Era como si Dios precipitara en mí con su voluntad de ser amado. También esto se explica mal. Éstos han durado y duran todavía.
Pero desde que han sobrevenido manifestaciones más vivas diría que éstos las advierto menos. Quizá porque me he estabilizado en ellos. Cuando se está parados en un puesto, bien arraigados, no hay más temblores. ¿No le parece?
Hace dos años advertí por primera vez una «voz» sin sonido que respondía a mis preguntas (preguntas que hago a mí misma meditando sobre esto o aquello) y con la voz una visión (mental). Recuerdo bien. Era después de la discusión con mi primo (el espiritista) 12. Le había respondido con una burlona e hiriente carta.
Tres horas más tarde, mientras consideraba lo escrito, ya expedido, y me lo aplaudía poniendo razones humanas, y un poco más que humanas, como aprobación de mi carta de fuego, advertí la ‘voz’: «No juzgues. Tú no puedes saber nada. Hay cosas que Yo permito. Hay otras que Yo provoco. Y ninguna es sin finalidad. Y ninguna es entendida con justicia por vosotros humanos. Sólo Yo soy Juez y Salvador. Piensa en cuantos siervos míos fueron tachados de endemoniados porque hablaron repitiendo palabras venidas de zonas de misterio. Piensa en cuantos otros, cuya vida parecía siempre desarrollarse en la más fiel observancia de la Ley de Dios y de mi Iglesia, están ahora entre los condenados por Mí. No juzgues. Y no temas. Yo estoy contigo. Mira: ten un instante de percepción de mi Luz y verás que la más viva luz humana es tenebrosa respecto a mi Luz».
Y vi como abrirse una puerta, una gran puerta de bronce, pesada, alta. Giraba sobre los pernos con un sonido de arpa. No veía quien la empujase a abrirse lentamente… Por la rendija se filtró una luz tan viva, tan alegre, tan… no hay adjetivo para describirla,
11 Marta Diciotti nació en Lucca en el 1910 y vivió junto a Maria Valtorta, asistiéndola cariñosamente, desde 1935 hasta la muerte de la enferma escritora, acaecida el 12 de octubre de 1961. Ahora custodia sus memorias en la casa de Viareggio.
12 Giuseppe Belfanti, primo de la madre de la escritora
MARÍA VALTORTA CUADERNOS DEL 1943
que me colmó de cielo. La puerta continuaba abriéndose, y del hueco cada vez más amplio un río de rayos de oro, de perlas, de topacios, de brillantes, de todas las gemas hechas luces, me abrazó toda y me sumergió. Comprendí en aquella Luz que es necesario amar a todos, no juzgar a nadie, perdonar todo, vivir sólo de Dios. Han pasado dos años pero yo veo todavía aquel fulgor…
Después la semana santa de 1942. Mejor dicho la semana de Pasión. El miércoles de Pasión, al improviso, una frase me sonó en el oído. Tan viva era la impresión que puedo propiamente decir «me sonó», aunque no oyese sonido alguno. «De aquellos que Yo te he dado, ninguno ha perecido salvo el hijo de la perdición, y esto para que tú también conocieras la amargura de no haber logrado salvar a todos los tuyos».
Como usted ve, una frase mitad evangélica, y por ello antigua, y mitad nueva. Una frase para quedarse perplejos porque Jesús me ha dado muchos -parientes, amigos, maestros, condiscípulas y discípulas- muchos por los cuales he sufrido, actuado, orado. Entre estos muchos, he tenido más de uno que me ha desilusionado en mi sed de espiritual amor. Por ello podía quedarme perpleja acerca de la persona definida: hijo de perdición. Pero cuando Jesús habla, aunque si la frase es en apariencia de lo más sibilina, está unida a una tal luz especial que el alma, a la que la frase está dicha, entiende exactamente a quien alude Cristo. .
Comprendí pues que el «hijo de la perdición» era una de mis hijitas de Asociación 13. Una por la cual había hecho tanto, poniéndomela sobre el corazón para salvarla porque había entendido su naturaleza… En apariencia, el año pasado, no había nada que hiciera pensar en un error suyo. Pero yo comprendí. Entonces he aumentado mis oraciones por ella… y no he podido hacer más que impedir un delito de infanticidio.
El Viernes Santo vi por primera vez a Jesús Crucificado, entre los dos ladrones, sobre la cima del Gólgota. Visión que duró meses, no continua pero muy frecuente. Jesús me aparecía sobre un cielo sombrío, en una luz pálida, desnudo en la cruz oscura, un cuerpo muy largo y más bien delgado, muy blanco como si estuviera desangrado, un velo de un azul apagado a los lados, el rostro inclinado sobre el pecho en el abandono de la muerte, con los cabellos que le sombreaban. La cruz estaba siempre en dirección hacia oriente. Veía bien al ladrón de la izquierda, mal al de la derecha. Pero éstos estaban vivos; Jesús estaba muerto. Alguna vez veo aún a Jesús en cruz pero ahora está siempre solo. Por más que lo piense, no he visto nunca un cuadro semejante a esto.
En junio, bajo esta impresión, escribí la poesía siguiente. Hacía ya varios años que no componía porque, con tanto mal, la vena poética se ha secado como una flor que muere. Se la transcribo no porque sea una obra maestra, sino porque expresa la impresión de mis impresiones tras aquella visión y la da mejor que mis frases en prosa. Inmediatamente después escribí también una a la Virgen María, aunque a la Virgen yo no la vea ni la oiga nunca. Copio las dos.
Redemisti nos Deo in sanguine tuo.
Siniestro es el monte de la escabrosa roca.
El cielo se enfosca sobre tu dolor mientras que te desangras, gota a gota,
13 La Asociación es la «Azione Cattolica Italiana”
MARÍA VALTORTA CUADERNOS DEL 1943
sobre la alta cima, por nosotros, Señor. Estás con los brazos abiertos en cruz la cabeza inclinada bajo la corona,
la mirada velada, apagada la voz,
vivo tan sólo el corazón que amor provoca.
Miras, de los hombres, el odio y la guerra, que hambre y estragos, en su andar fatal, como fieras siembran por toda la tierra.
y el hombre siempre prefiere el Mal al Bien que es tu hijo, a la Paz
que es santa flor de celestial vergel,
al Amor, en que todo egoísmo enmudece, a la única vida de los pueblos, la Fe.
y Tú, a pesar de todo, de nuevo por nosotros te ofreces y a tu Calvario, por nosotros, subes,
hostia que nos rescatas de nuestros males, y sobre el leño, erguido hacia el cielo, sufres.
¿Por qué? ¿por qué nuevamente has ascendido a la cruz dolorosa? El hombre
de loca codicia y de ira encendido contra sí mismo enfurecido y rendido
no está hasta que, vencido, en el fango triste, de donde lo sacaste a mayor fortuna,
de nuevo no esté. Y contra Ti, Cristo, arremete con furor ciego de muerte.
Y a pesar, Tú vuelves, por el hombre que te ofende, a expiar, que te has hecho escudo
por nosotros contra los tremendos fulgores de tu Padre y solo, lívido, desnudo,
en el último espasmo alzando el rostro gritas: «¡Todo está cumplido! ¡Por esta hora, Padre, perdona! ¡Para ellos el Paraíso!
¡Yo les he redimido, de nuevo, ahora!».
16 de junio de 1942.
A la Virgen.
¡Dios te salve María! Tú que eres la santa protege a esta juventud pía,
tú que estás colmada, dulce María, de tanta gracia.
Por el Señor que está contigo y tú con Él, tú, bendita entre las criaturas, defiéndelas de las sombrías insidias
y de las tristes jornadas oscuras.
Por aquel Hijo que en el vientre tuviste
MARÍA VALTORTA CUADERNOS DEL 1943
permaneciendo virgen, y que es Jesús piadoso, vuelve, ¡oh! vuelve tu mirar amoroso.
Eres la Reina de los afligidos.
¡Santa María! Ruega por nosotros mortales. Nuestra vida sin ti, ¡oh Madre nuestra!,
es como golondrina desfallecida con alas cansadas por tanto vuelo,
o navecilla sacudida por la furia de las olas sobrepujadas.
¡Ay! aplaca el nimbo sobre las aguas airadas tú que eres del mar la estrella.
En la vida y aún más en la hora en que las luces se nos apagan en la oscuridad de la muerte
tú, Virgen y Madre, las eternas puertas ábrenos y a Dios condúcenos.
17 de junio de 1942.
Estoy contenta de haber hecho mis dos últimas chapuzas poéticas para Jesús y María. Aunque las rimas están cojas no importa. De todas formas Jesús me las califica con una buena nota, porque no mira la métrica sino el amor.
Yen junio, una tarde que estaba entre la muerte y la vida, sentí también llamarme por aquella hijita – «el hijo de la perdición» que estaba en Roma. Un grito de invocación infinita: «¡Señorita, señorita! ¿No me mira? ¿No me oye? ¿Ya no me quiere?». Yo lo oí claramente. Nadie más lo oyó. Un mes y medio después supe por ella, vuelta a su casa, la verdad verdadera sobre su ausencia: un hijo. Y aquella tarde, desesperada, había estado a punto de suicidarse… y me había llamado para resistir a la tentación. Me había llamado a mí, con su alma, a mí que no sabía nada en concreto, que la creía fuera por motivos de trabajo, que no quería creer aquella «voz» del miércoles de pasión.
Después, a veces, he visto a Jesús niño sobre los siete, diez años. Bellísimo. Jesús hombre en la plenitud de la virilidad. Aún más bello.
Pero la sensación más dulce, más llena, más sensible, la he tenido el 2 de marzo de este año. No se ría, Padre. Pero la he tenido la mañana de la muerte de Giacomino, mi pobre pajarillo.
Lloraba porque… soy una tonta. Lloraba porque me encariño mucho con todo. Lloraba porque en mi segregación de enferma desde hace diez años tengo un verdadero deseo de afectos a mi alrededor, aunque sean afectos de los animalillos. Y me lamentaba, bajito, con Jesús. Le decía: «Pero, me lo podías dejar. Me lo habías dado. ¿Por qué me lo has quitado? ¿Eres celoso también de un pájaro?». Después concluí: «Está bien… toma también este dolor mío. Te lo ofrezco con todo lo demás, por lo que Tú sabes».
Y entonces he sentido dos brazos a mi alrededor y atraerme contra un corazón, con la cabeza sobre un hombro. He notado la templanza de una carne contra mi gota, el respiro y el latir de un corazón dentro de un pecho vivo. Me he abandonado a aquel abrazo sintiendo sobre mi cabeza una voz murmurarme en los cabellos: «Pero te quedo Yo. Te tengo Yo, sobre mi Corazón. No llores que te amo Yo».
Y no he llorado más. Y no he sentido más dolor. Note que cuando se me muere un pájaro, un perro, son llantos que duran meses… Aquel día… terminó todo con el abrazo
MARÍA VALTORTA CUADERNOS DEL 1943
de Jesús. Alguna vez, menos intenso, se repite.
Después, con el viernes santo de este año, o sea el 23 de abril, el primer dictado de Jesús, y el 1° de mayo el segundo.
¡Oh! al fin lo he dicho todo y me paro con los hombros tan rotos que me parece haber llevado la cruz arriba y abajo por el Calvario.
14 de mayo
Pero después del Calvario viene siempre el Paraíso. ¡Qué noche de bienaventuranza!
Desde las 19 a las 22 medio muerta, hundida en las nieblas del colapso. Desde las 22 a las 24 en duermevela. Después en el desasosiego de la sofocación. Así me cogió la alarma 14 de la 1,05. Comencé a rezar, como siempre, por aquellos que estaban bajo las bombas.
Pero después la oración se mutó, sin querer, en dulcísimo coloquio. Me sentía rostro a rostro con Jesús, mejor contra su Corazón. No han habido largas charlas. No. Breves frases, de Esposo a esposa, de enamorados, para decirse que nos amamos con todo el corazón… He quedado perfumada. He quedado saturada, como sumergida en un mar de alegría, de dulzura, de paz.
He visto disiparse la hora beata con un santo pesar… Pero era justo que tuviera fin. Sólo en el Paraíso no terminará. Ahora vivo en su recuerdo, en el eco que aún vibra en el fondo del corazón y que me da ganas de cantar, de reír, de amar, con céntuplo ardor, a todas las criaturas, porque estoy saturada de amor, nutrida y consumada por él.
19 de mayo Noche
Dice Jesús:
«Éste es el castigo de vuestra soberbia humana. Demasiado habéis querido y así perdéis incluso aquello que os había concedido tener. Las obras del genio y del ingenio humanos, dones míos, de los cuales estáis tan orgullosos, se hacen polvo para recordaros que sólo Yo soy Eterno, que sólo Yo soy el Dios, que sólo Yo soy Yo.
Pero lo que es mío permanece. Ni el hombre ni el demonio lo pueden destruir. Ningún atentado, ninguna astucia sirve para destruir aquello que Yo hice y que será siempre igual, hasta que Yo quiera. El mar, el cielo, las estrellas, los montes, las flores de las colinas y los verdes bosques. Intocables los primeros como Yo mismo, rena- cientes los segundos de cada frágil muerte a la que les lleva el hombre, como Yo resucité de la breve muerte que el hombre me dio. Y las plantas troncadas, las hierbas pisoteadas por la guerra volverán a vivir como Yo las hice el primer día.
Vuestras obras no. No las obras de arte. No volverán nunca más a existir las iglesias y las cúpulas, los palacios y los monumentos de los cuales os gloriasteis, hechos en los siglos y sucumbidos en un instante por vuestro castigo. Y también las obras del progreso caen lo mismo en fragmentos junto a vuestro necio orgullo que se cree un dios, sólo porque las inventó, y se os vuelven en contra aumentando la destrucción y el dolor.
Pero mi creación permanece, y permanece más hermosa porque en su
14 Las alarmas, de las cuales se habla en el curso del volumen, son los señales que preanunciaban las incursiones aéreas de la segunda guerra mundial
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inmutabilidad, que ningún instrumento rasguña, habla todavía más fuerte de Mí.
Todo lo que es vuestro se destruye. Pero recordaos, pobres hombres, que es mejor para vosotros quedaros sin nada teniéndome a Mí, que vivir entre los lujos del arte y del progreso habiéndome perdido a Mí. Una sola cosa es necesaria para el hombre: el reino del espíritu donde Yo estoy, el Reino de Dios».
21 de mayo
Reflexiono sobre el último coloquio entre usted y yo y en su deseo de que le diga si me he dado cuenta de haber hecho un poco de bien a las almas.
Sí. Por bondad de Dios, sí. Por mérito mío es, por lo menos, muy incierto, salvo algún caso en que es seguro porque en esos casos he pagado yo, de persona.
Hasta el 1923 he tratado de llevar al bien a las almas, pero a un bien puramente humano. Me he mostrado recta, seria, pasablemente buena, para llevar a otros a serlo también. Pero no miraba a fines sobrenaturales. Era una obra, diré así: de bonificación puramente limitada a un código de moral humana. Era ajena a mi modo de actuar la idea de hacer algo agradable a Dios, de hacer algo útil a las almas. Obedecía a mi instinto, naturalmente recto, complaciéndome también de ser citada como modelo. Esto me ha salvado, muy probablemente, de pasos falsos. Era, quizás, el fruto natural de tantas oraciones puras hechas en la infancia y después en la adolescencia, en el colegio, que me alcanzaban el permanecer buena al menos según el concepto humano y de llevar así a otros a serlo.
Después, hecha la luz en mí, comprendí que era necesario elevar la bondad natural a un plano sobrenatural, preocupándose no de lo útil que podemos tener en esta vida por ser buenos, sino de lo que será útil en la vida eterna. Comprendí que es necesario ser buenos y llevar a otros a serIo, no por nuestra alegría, sino por «atención» a Jesús.
Helo aquí. Encontrada esta verdad lo encontré todo, y todo cambió. Empernada toda mi forma de existir sobre el amor, también mi modo de actuar cambió método y aspiración. Por ello, desde 1923, dejé caer cada vez más abajo y en la sombra mi yo humano, con todas sus humanas sensaciones, ideas, obras, etc., etc., y sin nunca más reflexionar sobre aquello que podía, humanamente, producirme el seguir el camino de Dios, me ocupé sólo de aquel camino por el que encaucé a mí misma y… aspiré detrás de mí misma a muchos otros.
La primera criatura llevada a Dios con la palabra y con la oración -se lo he dicho ya 15- fue una viejecita de más de 70 años, y después, arriba, arriba, con un modo o con otro, he pescado otros pececillos metiéndoles en el vivero del Señor. Desgraciadamente he tenido algunos tan… vivaces que una vez pescados se han escabullido de nuevo, prefiriendo el barro fangoso y el agua pútrida y estancada a la ola pura, cristalina, beatificante del divino vivero.
Pero los abandonos de algunos, mis derrotas, no me han amilanado. He continuando lo’ mismo hablando de Dios incluso cuando estaba convencida de hablar a un corazón impenetrable. He continuado orando y actuando indiferente a las ironías, a los desaires, a las desilusiones. ¡Algo bueno quedará en esos corazones! ¿No le parece? Y Dios hará el resto. Las derrotas sirven para mostrarme que yo sin la ayuda de Dios soy menos de cero. Las victorias sirven para mostrarme que la benignidad de Dios es tan
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paterna y grande que está siempre dispuesta a escucharnos cuando pedimos cosas justas, y ayudamos cuando trabajamos en su honor.
Le he hablado de aquella niña, salvada de la muerte 16. Y no me repito. Hablando le he dicho que ni uno de aquellos que he encomendado al Señor, entre los combatientes, ha perecido. Le puedo también añadir que muchas de las cosas que pido de parte de otros las obtengo. Más bien es difícil que no las obtenga. Jesús es tan bueno que no me niega nada de aquello que yo pido para mis hermanos. Si acaso es más reacio conmigo, para cosas que yo pido para mí misma.
Pero quizás depende de que yo rezo más por los demás que por mí y también del hecho de que para mí no recurro a ciertos medios… draconiano s que ponen al buen Jesús en la imposibilidad de negarme una cosa. Quizás también depende de que yo… sé decir «gracias» a Jesús cuando me concede un favor. ¡Son tan pocos los que saben decide ese «gracias» que no se niega siquiera al barrendero que nos limpia la acera!… Se trata al buen Dios como a un siervo obligado a satisfacemos… y el buen Dios desea tanto oír decir: «¡Gracias, Padre!».
De mis muchachas puedo decir que he puesto en ellas una huella que no morirá, aunque si por ahora, al menos en una, parece huella destruida. En mis amigos lo mismo y lo mismo en mis antiguas oyentes de cuando daba las conferencias.
Sí, puedo decir, sin falsas modestias, que no he pasado inútilmente sobre la tierra. Como puedo decir que he visto y veo llover en mis manos las gracias que pido. Dulce lluvia que yo derramo sobre los corazones, contenta sí por ella, obtenida incluso a precio de sangre, un alma se vuelve a Dios y se estrecha a Él cada vez más. Estoy tan contenta cuando oigo decir a uno por el cual he orado: «¡He obtenido la gracia!». Contenta porque pienso que en aquella hora, ese está con el corazón contento y por ello es bueno, contenta porque cada vez me convenzo más de cómo Jesús me ama.
Hay una Religiosa mía, ahora Provincial en Roma, que dice abiertamente que se ha dado cuenta de que aquello que yo pido lo obtengo y que por ello cuenta conmigo. ¡Oh! pero la pobre María lo obtiene todo porque ha sabido hacer como Jesús: ponerse en la cruz. y después, confiar, confiar, en Jesús, con una confianza mucho más grande de la que tuve en mi padre.
Muchos no obtienen porque no saben dirigirse a Dios como a un verdadero Padre, Hermano,.Esposo, y le hablan con afectación. Parecen los discursos ampulosos de las antiguas tragedias o de los embajadores: «Señor, en este fastuoso día… Con el ánimo a vuestros.
pies nos humillamos etc., etc.,». ¡Oh! ¡no! No es mi estilo. Yo con la sonrisa, con las lágrimas, con la sencillez, la insistencia, la seguridad, hablo a Jesús hasta que Él sonríe… y cuando sonríe la gracia es segura.
Y no es para decir que pida poco. ¡Soy una demandante que nunca se da por contenta! ¡Pero el Señor es tan feliz de hacerle de Rey que derrama sus tesoros! A veces es talla lluvia de gracias que obtengo, que me quedo asombrada, conmovida, extasiada.
Quizá no debería decir así, por humildad. Pero miro a María mi Madre, la Humilde por excelencia… y yo María, de una pequeñez de hormiga respecto a Ella, la imito cantando el Magnificat, porque también en mí el Señor, sin mirar la pequeñez de su sierva, ¡ha hecho grandes cosas!
MARÍA VALTORTA CUADERNOS DEL 1943
22 de mayo
Yo me sé explicar mal, probablemente porque soy una flor salvaje nacida, florecida, crecida únicamente por voluntad de Jesús y no sé de vocablos místicos, no conozco los matices de las ascética. Nada. Amo porque amo. Vivo como Dios quiere. Gozo o padezco aquello que Dios me manda o me permite. Pero no sé decir los «nombres» de esto o aquello que yo siento.
Usted me hace preguntas a las cuales no sé responder, y como no quiero hacer caer en error. a nadie dando por mi cuenta un concepto que no responda a la verdad, humildemente le digo lo que sé, como lo sé, y nada más. Quizás usted leyendo y hablando conmigo entenderá mejor que yo a qué punto estoy.
Hace poco me ha preguntado si yo alguna vez he estado absorbida en Dios hasta el punto de no advertir nada más.
Pues no sé si he entendido bien su pensamiento. Si usted habla del éxtasis, como se entiende normalmente, ciertamente no lo he tenido nunca. Si en cambio habla de ese sentido extático en el cual no está suspendida la vitalidad humana, pero toda la vitalidad está concentrada en un punto, polarizada en él, de modo que cualquier otra cosa pierde valor y se vive entre las cosas de cada momento como circundados por un vestido que nos aísla y protege, haciendo a nuestro alrededor como un velo de fuego dentro del cual nos movemos y actuamos mirando únicamente el fulero que nos atrae, entonces sí, lo he tenido muchas veces. Todo el mundo, que nos apremia alrededor, pierde forma y valor hasta el punto de aparecernos (durante unos instantes) como algo quimérico mientras que la realidad verdadera es lo que las potencias de nuestra alma adoran, absorben, viven. No sé si me he explicado.
Creo que si esto durase mataría en poco tiempo. Pero creo también que quien ha vivido, aunque sólo una vez, tal experiencia mística, queda signado para toda la vida. Es como un crecimiento de nuestra vitalidad espiritual, un pasaje de una edad menor a una edad mayor por lo cual, después de cada inmersión en esta experiencia mística, nos encontramos crecidos en gracia y en sabiduría espiritual. Y así permanecemos para siempre, si sabemos ser dignos de ello.
No sólo, hasta creo que, aunque si por debilidad humana, tenemos alguna vez una caída, pero no poniendo en ello la malicia, la gracia conseguida anteriormente no se anula: queda entorpecida, esto sí, de modo que se retrasa el episodio de una nueva inmersión en la «alegría de gustar y ver la esencia de Dios» (creo que lo que se prueba sea esto), pero no se pierde el beneficio conseguido. Sólo actuando con persistente, consciente malicia, se pierde.
Es necesario pensar que esta «alegría», que nos abstrae de lo sensible humano para sumergirnos en un sobre sensible divino, nos viene donada por Dios y por ello de un Ser que no desperdicia sus dones donándolos con imprevista prodigalidad. Se supone por ello que Él, junto con el don, dé otras fuerzas aptas a hacernos capaces de defender su don en nosotros, contra los enemigos que están en nosotros mismos: la carne, las pasiones, etc. etc., y por ello sólo una querida, sacrílega malicia puede hacernos incapaces de conservar el don de Dios en nosotros.
¡Si al menos me hubiera explicado bien! Pero repito: soy una analfabeta en la ciencia mística. y por ello digo con palabras humanas aquello que es sobrehumano.
Hoy me había venido a los labios una pregunta que me quema saber: «¿Ha sentido
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mis oraciones en estos días? ¿Han conseguido el fin por el cual las hacía?». No le he preguntado nada; poniendo también este pequeño sacrificio en la hoguera donde ardo por tantas cosas, de tantos modos. Éstas parecen tonterías. Pero a veces cuestan una verdadera fatiga. Se suda para cumplirlas…
¡Oh! Padre, ¡qué martirizante es el amor! ¡El amor cuando precipita con toda su violencia en un corazón que es demasiado pequeño para contenerlo!
¡Oh! Padre, ¡cómo entiendo el deseo, la necesidad de los enamorados de Cristo de poner soledad alrededor de sus ardores! Cómo deseo la noche que me da la ocasión de estar sola, cuando el amor me embriaga, me tortura, me da lágrimas y risas.
¡Si le pudiera hacer ver lo que siento! Entiendo, en ciertos momentos, cómo se pueda morir de amor. Y sin embargo, por nada del mundo, quisiera ser librada de esta suavísima angustia que es agonía para la carne, que no puede soportar la fuerza sin sentir que se rompe, y que es bienaventuranza para el espíritu.
Pienso en una frase del Cantar de los Cantares, cuyo recuerdo me aletea en la mente: «Extendedme sobre las flores, apoyadme en los manzanos, porque peno de amor». Me parece que diga asÍ… y dice tan bien porque realmente se siente languidecer destruidos por el amor.
24 de mayo
¡Qué bueno es el Señor! Cuando yo contemplo la bondad infinita de Dios siento que el corazón se me derrite de gratitud y de amor. Y también de dolor porque veo qué pocos son aquellos que ven cuán bueno sea el Señor.
Muchos para decirle «bueno» quieren de Él cosas estrepitosas, para después proclamarle no bueno si apenas a uno le roza algo desagradable. Pero es «bueno» siempre, es un verdadero «Papá» para sus hijos fieles, y es bueno también con los menos fieles para los que dispensa infinitos tesoros de amor paciente que sabe esperar el arrepentimiento.
¡Pero con sus hijos fieles! Con los que ponen su mano de hijos en su mano de Padre y van así, mirándole con el santo, amoroso orgullo de hijos enamorados del padre, ¡oh!
¡con esos, qué poema, qué perfección de bondad obra Dios!
Tiene previsiones conmovedoras de todas las horas, de todos los acontecimientos. Él convierte en realidad no sólo las necesidades sino también los mínimos deseos de sus pequeños hijos fieles y nos da estas realidades como dones, como premios, precisamente como un buen «Papá», para alegrarnos.
Pienso en esa frase evangélica: «No hay nadie que haya abandonado casa y parientes por amor mío que no reciba el céntuplo ahora, y en el futuro la vida eterna»; y en la otra: «Dad y se os dará; una medida buena, apretada, colmada, rebosante, será derramada en vuestro regazo».
Sí, es justamente así. A quien pone a Dios sobre todas las cosas y hace de Dios su centro, del trabajo por el Señor su fin, Dios le dona no sólo la merced proporcionada a lo cumplido sino el «ciento», hasta lo superfluo, en medida desbordante, porque Dios es tan gran Señor que puede cubrir de tesoros desmesuradamente a sus súbditos fieles, y es tan buen Padre que alegría es para Él, en la alegría de su Esencia, dar la alegría a sus criaturas… Ni pueden temer consumirse sus tesoros de Rey y de Padre porque, como de inagotable fuente, desborda del seno de la Triada Eterna un continuo fluir de potencia que se desarrolla en gracias para los que lo aman.
MARÍA VALTORTA CUADERNOS DEL 1943
28 de mayo
Mañana del 28 de mayo, viernes
Dice Jesús:
«Ésta es una lección toda para ti.
Yo soy tu Maestro y tú lo reconoces. Tu reconocimiento me alegra. Pero quiero que tu reconozcas toda la profundidad de cuanto opero en ti. Muchas cosas te he enseñado y muchas te enseñaré aún porque todavía estás muy lejos de ser como Yo te quisiera.
Una de las últimas cosas enseñadas ha sido la potencia del silencio. Te la he dado a entender mostrándote 17 a Mí que callo ante mis acusadores de ahora y de antes, ante Pilatos, y los Pilatos, que no me acusan y, humanamente, no me desprecian, pero que por miedo no me defienden. He visto que tu has entendido esta lección y que estabas deseosa de imitarme, aún reconociendo que por ti misma no lo habrías logrado nunca.
Tu deseo y tu humildad me han inducido a obrar. Yo obro siempre cuando veo en alguien la disposición para dejarse modelar. No soy sólo Maestro; soy también Médico y sé, como médico, que ninguna visita y ningún diagnóstico bastan para curar si el enfermo se resiste a someterse al médico. No es la palabra la que salva: es la obra. Así pues, Yo he obrado en ti estrechándote contra mi Corazón.
Ama mi Corazón, María, porque él te ha sanado de uno de tus defectos principales: la vehemencia, la resistencia, la falta de flexibilidad ante las cosas de cada momento. Fastidiosas, chocantes, injustas, es cierto, pero que es necesario transformar en útiles, justas, amadas, pensando en la vida eterna donde las encontraréis. Estrechada contra mi Corazón, y tú sabes cuál fue la mañana en la que él no sólo te habló 18 sino que te purificó con sus llamas. Por ello tu humanidad ha cambiado, perdiendo mucho de vuestra humanidad podría decir: de la animalidad- y adquiriendo mucho de mi huma- nidad.
Otras cosas obraré en ti, si te veo siempre voluntariosa y humilde, como otras he obrado ya para hacerte más agradable a nuestro Padre. Te has dado cuenta de haber sido curada de muchas cosas y por Quién. De otras, tan suave ha sido mi mano que ni te has dado cuenta.
Pero piensa esto, para no equivocarte, cuando te miras con sorpresa viendo que en tus brazos nacen plumas transformándose en alas: todo el bien que ves que ha nacido donde antes había hierbajos y raíces de mal es mío, te lo he donado Yo. Por ti misma no habrías podido nada no obstante tu buena voluntad.
Por la última cosa obrada en ti, por la que has llegado a ser imitadora mía en el silencio que es prudencia, que es caridad, que es sacrificio, y que me complace más que el incienso, me has alabado proclamando que Yo había hecho la gracia. Este reconocimiento me impulsa a obrar más.
Soy Maestro y Médico, pero también soy Padre. Y si no fuera el Hombre Dios quisiera decir: soy Madre para todos vosotros porque como una Madre Yo os llevo, os nutro, os cuido, os instruyo, lloro por vosotros, de vosotros me glorío. El amor de un padre ya es distinto. El amor de una madre es el amor de los amores, después del de Dios. Es por esto que sobre la cruz os he dado a mi Madre. No os he confiado al Padre
17 En la Autobiografía están desveladas o bosquejadas las manifestaciones que la escritora había tenido ya sobre la pasión del Señor
18 El primer dictado es del 23 de abril
MARÍA VALTORTA CUADERNOS DEL 1943
de quien, muriendo, os rescataba. Os he dado a la Madre porque erais informes o recién nacidos y se necesitaba un seno de Madre para vosotros.
Sed, sé para mí una hija que reconoce los cuidados dados a su niñez espiritual. Observa los nacidos de mujer: pocas luces en el pensamiento rudimental de un recién nacido, pero lo ves sonreír y acariciar el pecho del que le viene la leche. Observa los nacidos de las bestias: aman el seno materno que les nutre, aman el ala que los cubre.
Tú, mujer hija de mujer, tú, criatura hecha a semejanza de Dios, no seas inferior a los nacidos de los animales. Reconoce siempre mi seno que te cría, nutre e instruye, y ámalo con un amor que me compensa y me impulsa a cuidarme de ti cada vez más. No te canses de amar. Tú sabes lo que quiero decir. No te canses de amar si no quieres que yo me canse de obrar.
Ve en paz, ahora. Recuerda, escucha y ama. Sabes lo que quiero decir. Así me harás feliz. Soy Jesús, el Jesús que es el Salvador».
31 de mayo Inmediatamente tras la Sta. Comunión
Dice Jesús:
«¿Sabes por qué te impresionas incluso de una nadería y no quisieras cometerla? Porque Yo estoy en ti. Donde estoy Yo no puede subsistir nada que tenga ni tan siquiera el más lejano parentesco con lo impuro. La sensibilidad de un alma entregada a Mí es tal que hasta la más exigua tela de araña de mal le resulta gravosa, insopor- table, más repugnante que un mar de fango a quien no está conmigo.
Pero esto no es por mérito del alma. Tan sólo porque allí estoy Yo. El mérito del alma, si lo hay, es sólo uno: su buena voluntad de tenerme y tenerse en Mí. Recuérdalo y no te gloríes de lo que no es tuyo sino mío. Humildad siempre si Yo debo actuar.
A los ojos del mundo tu eres cándida como la nieve alpina. Pero ante mis ojos aún estás parda por el polvo que te recubre. ¿Cómo está formado el polvo? Por partículas tan minúsculas que no se ven a simple vista. Pero muchas, juntas, forman una capa grisácea que empaña y ensucia las cosas. No hay que tener encima grandes piedras para morir sofocados o aparecer feos. También un puñado de polvo puede matar por asfixia y siempre afea.
Las piedras son los pecados mortales. El polvo los pecados veniales. También las imperfecciones son polvo; más [¡no, pero siempre polvo. Y hay que quitarlo porque si se acumula, por mucho que cada molécula sea impalpable, insignificante, acaba por asfixiar el ánimo y ensuciarlo. El mundo no la ve. Yo sí. Hay cosas cándidas, aparen- temente, pero que no lo son. Hay cosas puras, aparentemente, pero que no lo son. No por propia voluntad sino porque otras voluntades las han manchado y corrompido. Mientras haya vida hay peligro. Es la misma vida la que es peligro.
Mira la nieve. ¡Qué blanca es! Se formó allí arriba, en mi cielo. Mira el lirio. ¡Qué perlado! Yo he creado su seda. Pero si tú los miras, la nieve y el lirio, con un microscopio ves cuantos gérmenes impuros se han mezclado, al caer atravesando los espacios, antes de posarse sobre la tierra, en el copo de nieve más cándido; ves cuan- tas motas de polvo microscópicas deslucen la angélica seda del lirio recién abierto. Y la nieve y el lirio, como cosas inanimadas, no tienen culpa si esto sucede.
Pero el alma racional sí. Ésta puede vigilar y prever. ¿Cómo? Con el amor. El amor es el microscopio del alma. Cuanto más uno me ama y ve las cosas a través de Mí, más
MARÍA VALTORTA CUADERNOS DEL 1943
ve las manchitas de su conciencia. Éstas no me alejan porque Yo sé cómo estáis hechos. Pero no me alejan si el alma las sufre como inevitables pero no las provoca y, más aún, trata de limpiarse inmediatamente. Recuérdalo siempre.
Yo permanezco. Aún más, tú debes tratar de tenerme más a menudo, también sacramentalmente. Nada mejor que mi Sangre para lavar lo pardo de tu alma y hacerla digna del Rey, de Mí. Has visto lo que ha pasado cuando no me han traído a ti… Tan sólo mi potencia, obrando un milagro continuo, ha podido sacarte adelante igualmente, mantenerte la vida del espíritu bajo el polvo que se acumulaba y que no se limpiaba con mi Sangre.
¡Pero no hay que pretender y osar demasiado! Yo te he salvado para mis fines que no deben juzgarse ni tan siquiera indagar. Ahora todo vuelve a su cauce, porque el milagro es la excepción. Y tu debes alimentarte de Mí para ser cada vez más digna de Mí, poniendo de tu parte: infinito amor, todo cuanto puedas exprimir de tu ser hasta quedar exhausta, infinita voluntad de bien, infinita atención, infinita humildad, reconociendo tu nada y mi Todo, e infinita voluntad de pureza. Sobre ésta me basta esto, por ahora, y la separo a propósito de la voluntad en general, como voluntad excelsa.
Estamos en tiempos de alarmas y si no vigiláis el enemigo os ataca. Pero ¿qué son las bombas y los ataques del enemigo, que sólo pueden matar el cuerpo, respecto de las insidias del Enemigo que quiere matar vuestra alma? ¡Esa alma que Yo he rescatado al precio de un Dolor y de una Sangre que no tienen precio! Sube a mi monte, agárrate a mi Cruz y vigila por ti, sobre ti, sobre muchos. Y ora.
Yo te amo y la alegría que sientes en ti es la prueba de mi amor y de que tú me satisfaces bastante. Cuando Yo estoy en paz con un corazón, doy paz y alegría. Éste es el signo.
Respecto del futuro… ¡¿Qué quieres saber, pobre alma?! No estás lejos de la verdad, y esta mañana la has rozado… Pero ¿tendrías el valor de conocerla plenamente? Da gracias a mi misericordia que, por ahora, te la esconde en una buena parte. Ora. Pentecostés está cerca.
Con relación al Padre dile: «Quien vive en caridad y en pureza está ya sobre un calvario y me place. A Mí me toca dar a cada uno, en la manera que prefiero, la cruz que le corresponde».
Ve. Mi paz te doy».
Y ahora hablo yo.
Esta mañana, abriendo al azar el Evangelio, se me abrió primero por el capítulo: «Enseñanzas de Jesús. S. Mateo cap. 5», después el primer capítulo de S. Lucas y precisamente del versículo 8 al versículo 24. Llegando al v. 20 he tenido una sacudida que se ha repetido más fuerte en el v. 24. Se lo he mencionado esta mañana.
Como a través de los velos o de las distancias he entendido que allí hay una referencia a todos nosotros. Pero no he visto claramente. Sin embargo me he quedado bajo esta penosa impresión que perdura como gota de amargura en medio de la dulzura que me inunda.
Le ruego que guarde para sí todo cuanto le digo y le escribo. Crea que me cuesta mucho tener que decir y hacer conocer ciertas cosas. ¡Me parece tan imposible que me sucedan! Y pensar que es una Voluntad tan prepotente que no deja en paz hasta que no se le ha hecho caso.
MARÍA VALTORTA CUADERNOS DEL 1943
Esta mañana he tenido que dejar a medias la acción de gracias de la Comunión, porque ya no comprendía nada de lo fuerte que sonaban las otras palabras imponiéndose para ser escritas. Después, al fin, he podido rezar. Pero antes he tenido que dejarlo. Y después me he quedado con el eco de aquellas palabras en el corazón, y las voy meditando. Por mi parte no habría podido añadir nada aparte de esta aclaración.
1 de junio
Dice Jesús:
«Para ser salvados, ¡oh pobres hombres que tembláis de miedo!, bastaría que vosotros, como hijos verdaderos y no como bastardos de los que Yo soy el Padre tan solo de nombre mientras que el verdadero padre es el otro, supierais arrebatar de mi Corazón una chispa de mi Misericordia. Y no quisiera más que dejármela arrebatar.
Estoy con el pecho abierto para que podáis llegar a mi Corazón con mayor facilidad. He dilatado la herida de la lanza en mi Corazón para que podáis entrar en él. Y no favorece. He utilizado vuestras innumerables ofensas como cuchillo sacrificador para reabrirla cada vez más porque el Amor sabe hacer esto. Hasta el mallo convierte en bien, mientras que vosotros utilizáis todo el bien que os he dado -y hasta me he dado a Mí mismo que soy el Bien Sumo- de forma tan obscena que se convierte en instrumento de mal para vosotros.
Estoy con mi Corazón abierto que gotea sangre, como de mis ojos fluyen lágrimas. Y caen, sangre y llanto, inútilmente en la tierra. La tierra es más benigna que vosotros con su Creador. Abre sus arenas para recibir la Sangre de su Dios. Y vosotros, en cambio, me cerráis vuestro corazón, único cáliz en el que Ella quisiera descender para encontrar amor y donar alegría y paz.
Miro mi rebaño… ¿Mío? Ya no es mío. Erais mis ovejas y os habéis ido de mis pastos… Fuera habéis encontrado al Maligno que os ha seducido y no os habéis vuelto a acordar de que con el precio de mi Sangre Yo os había reunido y salvado de los lobos y de los mercenarios que os querían matar. Yo he muerto por vosotros, para daros la Vida y la Vida plena como Yo la tengo en el Padre. Y vosotros habéis preferido la muerte. Os habéis puesto bajo el signo del Maligno y él os ha transformado en machos cabríos salvajes. Ya no tengo rebaño. El Pastor llora.
Tan sólo me ha quedado alguna corderita fiel, dispuesta a ofrecer su cuello al cuchillo del inmolador para mezclar su sangre, no inocente pero amante, con la mía inocentísima, y colmar el cáliz que será alzado el último día, para la última Misa, antes de que seáis llamados al tremendo Juicio. Por aquella Sangre y por aquellas sangres, en la hora final, Yo podré cosechar mi última mies entre los últimos salvados. Todos los demás… Servirán como paja para el reposo de los demonios y como ramajos en el incendio eterno.
Pero mis corderitas estarán conmigo. En un lugar elegido por Mí para su bienaventurado descanso tras tanta lucha. El lugar es distinto del de los salvados. Para los generosos hay un puesto especial. No entre los mártires y no entre los salvados. Son menos que los primeros y mucho más que los segundos y están en el medio entre las dos hileras.
Perseverad, vosotros que me amáis. Por aquel lugar merece la pena toda la fatiga presente porque es la zona de los corredentores, a la cabeza de los cuales está
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María, mi Madre».
Dice aún Jesús:
«Creen que la penitencia sea algo inútil, superado, una pacífica manía. Sólo la penitencia y el amor tienen peso a los ojos de Dios para detener los acontecimientos y desviarlos.
Tenéis más necesidad de amor que de pan. Pero por el pan os afanáis a procuráoslo, robándoos el mendrugo los unos a los otros como perros hambrientos y, en realidad, diferís poco de ellos, dispuestos como estáis a destrozaros por un puñado de tierra y por un humo de orgullo. Mientras que para adquirir y poseer el amor no hacéis nada. No os cuidáis de ello.
Pero ¿sabéis, oh desgraciados, lo que hacéis descuidando el amor? Perdéis a Dios, su ayuda en la tierra, su visión en el cielo. ¿Qué debo hacer para haceros entender esto si mis flagelos no bastan, si mis bondades no sirven? ¿Cómo debo hacer descender al Paráclito, en qué forma, para que os invista y os salve? Si el globo de fuego llevado por el viento veloz descendiera, para una nueva Pentecostés, sobre cada uno de vosotros – no dividiéndose en llamitas que fueron suficientes, entonces, sobre los pobres pescadores, rudos e ignorantes pero amantes de Mí- descendiera pleno sobre cada uno de vosotros, no bastaría igualmente para encenderos de Dios. Antes deberíais desalojar el alma de vuestros falsos dioses, y no lo queréis hacer porque los preferís a Mí, Dios verdadero.
Estáis perdidos, si no se cumple un milagro. Volveos y orad al Amor».
2 de junio.
Dice Jesús:
«En este mes dedicado a mi Corazón y que este año reúne las solemnidades que son otras tantas manifestaciones de amor hacia Nosotros, Trinidad divina, ¿qué hacéis vosotros? Es un mes de amor y vosotros lo convertís en un mes de infierno que odia. Y así también el mes de María, mi Madre, y así Abril, en el que Yo morí, hace ya 20 siglos, y que os trae de nuevo mi Pascua. Para vosotros es siempre así.
El amor, la bondad, la queréis sólo de Dios y en Dios. Pero vosotros no queréis amarnos, amaros, ser buenos. Sí. No queréis amarnos. Vuestras oraciones son inútiles porque fluyen a vuestros labios no por el amor sino por el egoísmo. Queréis ser preservados del mal. Pero no decís: «Pero que se haga lo mismo a nuestros enemigos». No. Para ellos suplicáis destrucción y ruinas. Aquello que no queréis para vosotros. No hay latido en vosotros que no tenga por secreto resorte odio y egoísmo. Y así vuestras oraciones parecen globos que suben por una estrecha vía y después explotan recayendo al suelo.
Probad a oramos con amor, amor por todos, y Yo os ayudaré. «Que si hacéis el bien a quien os quiere, ¿qué mérito tenéis?». Sed semejantes a Nosotros que hacemos llover sol yagua sobre justos e injustos, dejando sólo a nosotros el derecho de juzgar, cuando llegue la hora.
La Ley y la Palabra son siempre iguales, son siempre aquéllas, hijos que no nos amáis. Veinte siglos son nada ante la::; verdades eternas. Yo, el Verbo, no he venido a cambiar la Ley. Ni siquiera Yo que soy el Verbo. Y vosotros la habéis cambiado porque sobre mi Ley y sobre mi Palabra habéis puesto una superposición de vuestras necias
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palabras, de vuestras leyes ciegas y crueles. Habéis creído cambiar así la Ley y la Palabra, y progresar.
Sí. Habéis progresado. Pero como uno que no vea más la luz habéis progresado no hacia la meta: Dios, sino hacia el punto opuesto. Habéis retrocedido hacia la animalidad. Estáis matando vuestra alma. ¿Cómo? ¿Sabéis gritar por los espacios: «Salvad vuestras almas» y después las matáis vosotros? Pero cuando un naufragio hunde una nave, solamente vuestros cuerpos mueren y mis ángeles están preparados a llevar a los cielos las almas de aquellos que han expirado con mi nombre y el de María, mi Madre, en los labios. Mientras vosotros, en el naufragio de vuestra filiación de hijos de Dios, matáis vuestras almas. ¡Oh! ¡pobre Corazón mío!
Hablo contigo, María, que sabes lo que quiere decir ser desamada, ofendida, no reconocida, traicionada, y que lo has sufrido hasta enfermarte. Tú puedes entender mi tormento comparándolo con el tuyo.
El amor ignorado es un tormento. Y el mío es un infinito amor infinitamente ignorado. No son dos o tres personas las que han faltado, como contigo. Para Mí son millones de personas que en veinte siglos me han desamado, ofendido, despreciado. Y mi Corazón, que ama con la perfección de un corazón divino, se ha dilatado en el sufrimiento del dolor. La lanzada no ha sido dolorosa en comparación con las heridas que me ha infligido, en veinte siglos, en el Corazón, la raza humana. Yo soy Dios y no padezco enfermedad humana; pero en cambio padezco, en mi Humanidad, el dolor. Y vosotros me dais un dolor infinito y continuo.
Debo refugiarme en el corazón de mi Madre para superar ciertas horas de sufrimiento atroz por vuestras indignidades, debo mirar a mis confesores para atenuar el amargor de lo que sois vosotros, hombres, para Mí que os he amado hasta morir. No queremos coronas preciosas sobre las cabezas de las imágenes que me representan y representan a la Madre mía y vuestra, mientras que vosotros nos claváis continuamente espinas junto a las cuales las de mi corona eran rosas.
Una única corona queremos de vosotros: «Vuestro amor». Un amor que sea verdadero, de cada hora, en cada ocasión. Bastaría que esto ocurriera en pocos corazones, en cada nación, para que el mal fuera vencido por el Bien. ¿No bastaron doce verdaderos apóstoles, apoyados en el Corazón de María, para llevar al mundo la Caridad? Pero vosotros ahora sois peor que los Gentiles y que los Judíos».
Dice aún Jesús:
«Esto es para ti. Considera el valor de las cosas, incluso las pequeñas, si me son ofrecidas con amor.
Yo no te he abrazado cuando, en un gran dolor y en una gran prueba, te has resignado, porque no podías hacer de otra forma, o cuando en una hora de gran fervor me has ofrendado a ti misma. Te he estrechado al Corazón por una cosa que a los ojos humanos puede parecer una nimiedad. Pero Yo la juzgo como Dios y no como hombre. Tu espontaneidad al dedicarme aquella pena sin que Yo hablase ni ningún agente externo te presionase, me ha conmovido impulsándome a premiarte enseguida. Tú sabes cómo.
Recuerda siempre y sé siempre dócil a mi Voluntad que debes ver en todas las cosas, incluso en las más minúsculas, y que siempre debes pensar como movida por un deseo de bien para ti. Debes ser como una hierba florecida que se curva y se alza a cada soplo de Amor, porque mi Voluntad es Amor. Y en ti todo debe responder a este
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Amor mío con el amor. También la mirada con la que miras a tu prójimo debe ser mirada de amor, siempre. De esta forma hasta una simple mirada te hará merecer una caricia mía.
No juzgues nada despreciable, en lo que se refiere a lo sobrenatural. La vida está hecha de cosas comunes pero que, revestidas de amor, llegan a ser excelsas. Mi Madre ha sido tan grande y digna de la admiración de los ángeles en el instante de su «fíat» como cuando, dejando las contemplaciones de los más altos misterios y la medita- ción del dolor que le había herido a través de su Criatura, se dedicaba a las humildes obligaciones de la mujer lavando, con amor, mis pañales, cocinando, con amor, el alimento al esposo, arreglando, con amor, la casa, escuchando, con amor, las necesidades de los vecinos.
El amor está siempre dispuesto, dócil, dulce, alegre, generoso, paciente. Y es el amor el que abre los cielos y hace descender nuestra Trinidad, que viene a los corazones no solamente con todos sus fulgores, sino también con todas sus ternuras.
Yo te quiero llevar a ser más dócil, tierna y fuerte que una madeja de seda. Si Yo quiero recrearme contigo, si yo quiero mostrar que soy el Rey, el Dueño, tú no debes reaccionar, lamentarte, fruncir el ceño. Si después de haberte tenido durante años en una cama Yo quisiera sacarte de ella ¿qué habría de sorprender? Sería dueño de hacerlo y tú deberías ser generosa pronunciando el «fíat» de la curación como lo fuiste para pronunciar el «fíat» de la enfermedad.
He curado tu alma, podría curar tu cuerpo que está siempre menos paralizado de cuanto no lo estuviera tu pobre alma tiempo hace. Y tú me lo deberías agradecer, aún cuando la curación quiere decir demora de nuestro encuentro en el Paraíso, quiere decir peligro de vivir en el mundo, quiere decir restitución de tu don. Si Yo lo hiciera tendría mis fines y tú, para complacerme, deberías estar alegre siempre, como ahora.
¿De qué está compuesta la miel? Del jugo de mil flores. ¿De qué está compuesta la perfección? Del fruto de mil sacrificios. Una abeja que quisiera nutrirse sólo de una flor haría poca miel y empalagosa. Otra que mezcla el jugo de flores dulcísimas con el de otras amargas, de flores de sabor delicado con otras de aroma picante, produce una miel abundante y saludable. Así sucede con el alma. Es necesario que te acostumbres a ver en todas las cosas a tu Jesús que las preordena para tu bien y de todas ellas te debes servir para progresar.
Mira, para no equivocarte debes hacer así: ¿miras a tu prójimo? Piensa que me miras a Mí. ¿Hablas con tu prójimo? Piensa que hablas conmigo. ¿Haces cualquier favor, cualquier trabajo por tu prójimo? Piensa que soy Yo quien te lo ha pedido. Entonces progresarás. ¡Ay si uno se para a reflexionar a quién dirige la mirada, la palabra, la obra! Muy pocas veces hablaría, miraría, actuaría con aquella caridad que me hace agradable vuestro actuar. Yo, sobre la tierra, lo hacía todo pensando en mi Padre y en vuestra redención. Tú hazlo todo pensando en Mí y en la redención de los pecadores.
No basta con que te resignes cuando Yo te lo impongo quitándote aquello que juzgo justo quitarte para tu bien. Es necesario que tú te sacies y nutras jubilosa con todos los cálices que te ofrezco, corriendo a su encuentro, bendiciendo al Amor tanto cuando te los ofrece como cuando te los aparta, pidiéndome además que te los dé para impedir que Yo los beba, cuando son amargos.
Así te querré, me serás tan querida que Yo te amaré hasta el punto de suspirar ardientemente por tenerte para siempre en mi Reino. Sólo el amor me impulsa a dejarte
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todavía aquí para hacerte más buena. Sólo el amor debe impulsarte a ser más buena para volar pronto hacia Mí».
3 de junio 19
Dice Jesús:
«Muchos me piden un signo. ¿Qué signo? ¿Signo de la hora o signo de mi poder?
El signo de la hora ya lo tenéis. Repito 20: «Yo no he venido a cambiar la Ley». Sois vosotros quienes la habéis cambiado. Y Yo no cambio mi Palabra. Aquello que he dicho, dicho está. Todo cuanto debía suceder, desde el momento en que Yo hablaba, Hombre entre los hombres, hasta el momento en que Yo venga, Dios hijo de Dios, a juzgar a los hombres, está contenido en mi Evangelio.
Sois vosotros, necios que tenéis la cabeza llena de mil ruidos inútiles y de pensamientos perversos, quienes ya no entendéis todo lo que he dicho. ¿No estáis acaso salados con el fuego, con aquel fuego que salará eternamente a mis enemigos? Éste que os arde ahora y que baja sobre vosotros para destruiros y conduciros cada vez más a la blasfemia y a la herejía no es más que un anticipo de lo que será el fuego del que Yo hablo, destinado a los escandalosos que no se convierten. Y vosotros sois de éstos. Sólo os preocupáis del cuerpo y de las riquezas inicuas, y pisoteáis conciencias y altares, y profanáis todo cuanto tocáis, y me matáis en vosotros a Mí mismo una segunda vez.
He aquí los dones que os sabe dar Lucifer bajo cuyo signo os habéis puesto. La Bestia sopla por su boca el fuego después de haberos sumergido en el mal de la corrupción. Son sus dones. No puede daros otra cosa. Mientras que Yo os había dado, junto a Mí mismo, todos los tesoros de la gracia.
¿ Queréis un signo de mi poder? ¡Pero si hace veinte siglos que os estoy dando este signo! ¿Para qué ha servido? He abierto sobre vosotros los torrentes de mis gracias y los he hecho descender desde el Cielo sobre la tierra en mil y diez mil milagros. He curado a vuestros enfermos, he calmado vuestras guerras, he hecho prosperar vuestros negocios, he respondido a vuestras dudas, incluso sobre cosas de fe, porque conozco vuestra debilidad que no cree si no ve, he venido a repetir mi doctrina, he mandado a mi Madre para que con su dulzura os inclinara a la penitencia y al amor. ¿A qué ha ser- vido?
Me habéis tratado como a un tonto, aprovechando mi potencia y mi paciencia, convencidos de que Yo, después de haber hecho el milagro, no volviera a acordarme de ello. No, hijos de mi dolor. Todo está señalado en el gran libro de mi Inteligencia y no he usado tinta para escribir en ella, sino el carbón encendido del Amor. Y todo es recordado.
Os habéis aprovechado de la venida de mi Madre para fines humanos, la habéis hecho objeto de risa y de comercio. ¿No sabéis que María es mi Templo y mi Templo es casa de oración y no cueva de ladrones? Sus palabras, tan afectuosas, tan suplicantes, tan llenas de llanto, por vosotros que le habéis matado al Hijo – y ni siquiera sabéis dar fruto de tanto sacrificio- os han sonado como canción inútil. Habéis seguido vuestro camino de perdición.
19 Sobre una copia escrita a máquina, la escritora anota a lápiz: En respuesta a una pregunta de Marta.
20 Ya en el dictado del 2 de junio
MARÍA VALTORTA CUADERNOS DEL 1943
Mis mensajeros, las almas que, viviendo como deberíais vivir todos, han llegado a ser mis pregoneras para repetir una vez más la palabra de mi Corazón, los habéis tratado como «locos» y «poseídos» y alguna vez los habéis matado, siempre atormentado. También Yo, por la generación adúltera y homicida de mi tiempo mortal, fui llamado «loco y poseído».
¡El signo! El signo lo tenéis y no sirve para devolveros mi Paternidad. No os será dado más signo que éste. Buscadlo en mi palabra y en vuestra conciencia, si es que todavía lográis encontrarlo vivo bajo el montón de libídine, adulterios, fornicaciones, robos, homicidios, envidias, blasfemias y soberbias bajo las cuales lo habéis lapidado.
Es la Ascensión. Antes de ascender Yo bendije a mi Madre y a mis discípulos. No podía bendecir a otros porque los demás me habían rechazado y maldecido. También ahora bendigo a mis discípulos porque los demás no me quieren y blasfeman sobre mi bendición».
4 de junio
Dice Jesús:
«Amo a todas las almas. Amo las de los puros que viven como mi Corazón desea para vuestro bien, las de los mansos como Yo soy manso, las de los generosos que expían por todos y continúan mi Pasión, las de los misericordioso s que me imitan respecto a sus hermanos. Amo a los pecadores porque por ellos me hice Redentor y subí a la cruz. Sus pecados me producen dolor pero no extinguen mi amor por ellos, no extinguen el deseo de estrecharles arrepentidos en mi pecho. Amo las pequeñas almas que no están exentas de imperfecciones pero que son ricas de amor que anula las imperfecciones.
Te amo a ti, que te llamas María, el más dulce de los nombres para Mí. El nombre de mi Madre. Ese nombre que es escudo y defensa contra las insidias del demonio, ese nombre que es música del cielo, ese nombre que hace estremecerse de alegría a Nuestra Trinidad, ese nombre del cual me rodeé en la vida y en la hora de la muerte. María Magdalena, María de Cleofás: las fieles mías y de mi Madre.
Cree en este amor para ti. Siente este amor a tu alrededor. ¡Pobre alma! Sólo puedes encontrar mi Corazón que te sepa amar como tú necesitas.
Te he amado tanto que hasta he satisfecho tus caprichos 21, no demasiado razonables en realidad, avalando con hechos reales tus castillos en el aire. No porque eso me guste, sino porque no quería empequeñecerte ante el mundo y porque sabía que incluso aquellos caprichos se transformarían más tarde en arma de penitencia y de amor, y por ello de santidad.
Te he amado tanto que he sabido esperarte… Te miraba hacer la cabritilla caprichosa y a veces sonreía, a veces me entristecía; pero no me enfadaba nunca porque sabía que mi cabritilla llegaría a ser cordero un día.
Si no te hubiera amado como te he amado, ¿crees que serías lo que eres? No.
Piénsalo bien, habrías empeorado cada vez más. Pero Yo estaba velando.
No tengas miedo de mis caricias. Jesús nunca da miedo. Abandónate. Con tu corazón y con tu generosidad. Dame todo. Y cógelo todo de Mí.
Anoche, esta mañana, has puesto, en la gran hoguera del sacrificio por la paz, tu
21 La frase viene recogida y explicada en el dictado del 12 de junio
MARÍA VALTORTA CUADERNOS DEL 1943
macito de sacrificios y lo has puesto con una sonrisa sacada del amor, luchando contra las lágrimas humanas que querían salir, contra los susurros del Enemigo que te quería turbar. ¡Oh! ¡querida! No se olvidará este sacrificio tuyo hecho con alegría de amor.
Ahora te pido una cosa. Tú sabes, y con dolor lo tienes presente, que muchas partículas se desparraman entre suciedades y ruinas en la devastación de las iglesias. Es como si me atropellaran, porque Yo estoy en el sacramento. Pues bien, coloca imaginariamente tu amor como una alfombra preciosa, como un mantel de lino purísimo para recogerme a Mí-Eucaristía, golpeado, herido, profanado, expulsado de mis tabernáculos, no por los hombres pequeños que destruyen mis iglesias -ellos no son más que instrumentos- sino por Satanás que les mueve. Por Satanás que sabe que los tiempos aprietan y que ésta es una de las luchas decisivas que anticipan mi venida.
Sí. Detrás del disfraz de las razas, de las hegemonías, de los derechos, detrás del móvil de las necesidades políticas, se ocultan, en realidad, Cielo e Infierno que combaten entre ellos. Y bastaría que la mitad de los creyentes en el verdadero Dios – pero ¿qué digo? menos de esto, menos de un cuarto de los creyentes- fuera realmente creyente en mi Nombre para que las armas de Satanás fueran domadas. Pero ¿dónde está la Fe?
Ámame en la Eucaristía. La Eucaristía es el Corazón de Dios, es mi Corazón. Os he dado mi Corazón en la última Cena; os lo doy, con tal de que lo queráis, siempre. Y no concebiréis en vosotros a Cristo y no lo daréis a la luz si no sabéis hacer vivir en vosotros su Corazón. Cuando en el seno de una mujer se forma una criatura, ¿qué es lo primero que se forma? El corazón. Así es para la vida del espíritu. No daréis a Cristo si no formáis en vosotros su Corazón amando la Eucaristía que es Vida y Vida verdadera. Amando como mi Madre me amó apenas concebido.
¡Oh! ¡qué caricias, a través de su carne virgen, a Mí, informe y minúsculo, que latía en Ella con mi corazoncito embrional! ¡Oh! ¡qué latidos a través de las oscuras latebras del organismo, comunicaba Yo a su corazón, desde el profundo de aquel Sagrario vivo donde me formaba para nacer y morir por vosotros, crucificando el corazón de mi Madre a mi misma Cruz, por vosotros!
Pero Yo os comunico los mismos latidos al corazón cuando me recibís. Vuestra pesantez carnal y espiritual no os permite percibirlos, pero Yo os los doy. Tú ábrete completamente para recibirme.
Tú, muchas veces al día -no puedo decir: en cada momento, pero si fueras un querubín y no una criatura que tiene los cansancios de la materia te diría: cada momento- repite esta oración: “Jesús, que eres azotado en nuestras iglesias por manos de Satanás, te adoro en todas las partículas esparcidas y destrozadas entre las ruinas. Tómame como tu sagrario, tu trono, tu altar. Sé que no soy digna, pero Tú quieres estar entre los que te aman, y yo te amo por mí y por quien no te ama. Que el dolor me vuelva escarlata como la sangre, y me haga digno ornamento para recibirte, a Ti, que quieres ser semejante a nosotros en esta hora de guerra. Que mi amor sea lámpara que arde ante Ti, Santísimo, y mi holocausto incienso. Así sea»» .
5 de junio
12 horas
Dice Jesús:
«Quisierais que Yo viniera y me mostrase para aterrorizar e incinerar a los culpables.
MARÍA VALTORTA CUADERNOS DEL 1943
¡Oh míseros! ¡No sabéis lo que pedís!
Desgraciadamente vendré. Digo: «Desgraciadamente», porque mi venida será venida de Juicio y de juicio tremendo. Si hubiera de venir para salvaros no diría así y no trataría de alejar los tiempos de mi venida, sino al contrario me precipitaría con ansia para salvaros una vez más. Pero mi segundo adviento será adviento de Juicio severo, inexorable, general, y para la mayor parte de vosotros será juicio de condena.
No sabéis lo que pedís. Pero aunque Yo me mostrase, ¿dónde está en los corazones, y en modo especial en aquellos mayormente culpables de las desgracias de ahora, ese pequeño resto de fe y de respeto que les haría postrarse con el rostro en tierra para pedirme piedad y perdón? No, ¡hijos que pedís al Padre venganza mientras que Él es Padre de perdón! Aunque mi Rostro centelleara en vuestros cielos y mi Voz, que ha hecho los mundos, tronase de oriente a occidente, las cosas no cambiarían. Sólo que un nuevo coro blasfemo de insultos, un nuevo torbellino de injurias sería lanzado contra mi Persona.
Repito: podría hacer un milagro y lo haría si supiera que después vosotros os arrepentís y os hacéis mejores. Vosotros, grandes culpables que lleváis a los pequeños a desesperar y a pedir venganza, y vosotros, pequeños culpables que pedís venganza. Pero ni vosotros, grande», culpables, ni vosotros, pequeños culpables, os arrepentiríais y no llegaríais a ser mejores después del milagro. Pisotearíais más bien, en una furia de alegría culpable, los cuerpos de los castigados, desmereciendo enseguida ante mi presencia, y os montaríais encima para oprimir, a vuestra vez, desde aquel trono fundado sobre un castigo.
Esto quisierais. Que Yo os castigase para poder a vuestra vez castigar. Yo soy Dios y veo en el corazón de los hombres y por ello no os escucho en esto. No quiero que os condenéis todos. Los grandes culpables ya están juzgados. Pero a vosotros intento salvaros. Y esta hora, para vosotros, es criba de salvación. Caerán en poder del Prín- cipe de los demonios los que ya tienen en sí la cizaña del demonio, mientras que quienes tienen en el corazón el grano de trigo que germina el Pan eterno, germinarán en Mí en vida eterna».
Súplica a María Dolorosa.
María, que nos tomaste como hijos al pie de la Cruz; María, que eres Madre nuestra y de nuestro Dios y Hermano Jesús, escucha la voz de tus hijos.
Henos aquí, nos arrastramos al pie de la Cruz, en la que agoniza tu Hijo y en la que también Tú agonizas con tu Corazón desgarrado, ¡oh Madre que ves morir a tu Criatura! Míranos, María. Todos estamos rociados con la Sangre de tu Hijo. Él murió por nosotros, para damos la Vida y la Paz en éste y en el otro mundo. Y nosotros nos dirigimos a Ti, que fuiste la primera piedra de nuestra redención, para tener la vida, la salvación y la paz, que nos habíamos hecho indignos de poseer con nuestra forma de
vivir contraria y rebelde a la doctrina de tu Hijo.
Sí, sabemos que hemos merecido la plaga que ahora nos aflige. Lo reconocemos humildemente para asemejamos a Ti, que fuiste la Humildísima además de la Purísima. Pero, ¡oh Madre!, además de pura, Tú eres compasiva. Entonces ¡ten piedad de nosotros, María, Tú que engendraste para el mundo a la Misericordia misma!
jSálvanos, sálvanos, oh María, del furor enemigo!
MARÍA VALTORTA CUADERNOS DEL 1943
Salva nuestras iglesias y nuestras casas, las iglesias y las casas de esta ciudad 22 que te reconoce como Reina y Patrona.
Salva a nuestros hombres, aquellos hombres a los que Tú, Estrella del mar, tantas veces salvaste de las desgracias marinas.
Salva a todos cuantos estamos aquí postrados a tus pies; salva a aquellos a quienes la enfermedad les impide estar aquí con nosotros, pero que lo están con sus almas y con su sufrir.
Salva también a cuantos están ausentes con su obstinada voluntad, los hijos desviados, los más desgraciados porque han perdido la Luz, el Camino, la Vida, perdiendo a tu Hijo, Verdad verdadera.
Y para penetrar con nuestra oración en tu compasivo Corazón, he aquí, joh María!, que nos despojamos de los rencores, del espíritu de venganza, de la sed de ser crueles como otros lo son con nosotros. Nos acordamos, en esta hora, de que todos fuimos creados por el Padre, de que todos somos hermanos del Hijo, todos somos amados por el Espíritu. Nos acordamos, en esta hora, de la oración de tu Jesús, Mártir por nosotros: «Padre, perdónales», y la repetimos a todos, sobre todos, para ser a nuestra vez perdonados por el Eterno y salvados por Ti.
¡Dios te salve, María! Desde tu Corazón traspasado haz descender sobre nosotros la gracia de la salvación para esta ciudad, para nuestra patria, para todo el mundo que muere entre las ruinas habiendo perdido de vista el Cielo.
Santa María, ruega por nosotros. Y si la voluntad de Dios tuviese que cumplirse, en nosotros, cruentamente, está a nuestro lado en la hora de la muerte para llevamos contigo, María, a verte y darte gracias entre los esplendores eternos de Dios.
Amén.
6 de junio
4:30 horas
Dice Jesús:
«Hoy quiero hablarte de la «gracia». Verás que tiene relación con los otros temas aunque a primera vista no te parece. Estás un poco cansada, pobre María, pero escribe de todas formas. Estas lecciones te servirán para los días de ayuno en los cuales Yo, tu Maestro, no te hablaré.
¿Qué es la gracia? Lo has estudiado y explicado muchas. veces. Pero Yo te lo quiero explicar a mi modo en su naturaleza y en sus efectos.
La gracia es poseer en vosotros la luz, la fuerza, la sabiduría de Dios. Esto es poseer la semejanza intelectual con Dios, el signo inconfundible de vuestra filiación con Dios.
Sin la gracia seríais simplemente criaturas animales, llegadas a tal punto de evolución de estar proveídas de razón, con un alma, pero un alma a nivel de tierra, capaz de guiarse en las contingencias de la vida terrena pero incapaz de elevarse a las regiones en las que se vive la vida del espíritu; por ello poco más que las bestias que se regulan solamente por el instinto y, en verdad, a menudo os superan con su modo de comportarse.
La gracia es por lo tanto un don sublime, el mayor don que Dios, mi Padre, os podía dar. Y os lo da gratuitamente porque su amor de Padre, por vosotros, es infinito como
22 Viareggio. Ver el dictado del 15 de agosto
MARÍA VALTORTA CUADERNOS DEL 1943
infinito es Él mismo. Querer decir todos lo atributos de la gracia significaría escribir una larga lista de adjetivos y sustantivos, y aún no explicarían todavía perfectamente qué es este don.
Recuerda solamente esto: la gracia es poseer al Padre, vivir en el Padre; la gracia es poseer al Hijo, gozar de los méritos infinitos del Hijo; la gracia es poseer al Espíritu Santo, disfrutar de sus siete dones. La gracia, en fin, es poseernos a Nosotros, Dios Uno y Trino, y tener alrededor de vuestra persona mortal las legiones de ángeles que nos adoran en vosotros.
Un alma que pierde la gracia lo pierde todo. Inútilmente para ella el Padre la ha creado, inútilmente para ella el Hijo la ha redimido, inútilmente para ella el Espíritu Santo le ha infundido sus dones, inútilmente para ella están los Sacramentos. Está muerta. Ramo podrido que bajo la acción corrosiva del pecado se separa y cae del árbol vital y termina de corromperse en el barro. Si un alma supiera conservarse como es después del Bautismo y después de la Confirmación, esto es cuando ella está embebida literalmente de la gracia, aquel alma sería poco menor a Dios. Y .que esto te lo diga todo.
Cuando leéis los prodigios de mis santos os sorprendéis. Pero, querida mía, no hay nada de asombroso. Mis santos eran criaturas que poseían la gracia, eran dioses, por esto, porque la gracia os deifica. ¿Acaso no lo he dicho Yo en mi Evangelio que los míos harán los mismos prodigios que Yo hago? Pero para ser míos es necesario. vivir de mi Vida, esto es de la vida de la gracia.
Si quisierais, todos podríais ser capaces de prodigios, esto es de santidad. Mejor dicho, Yo quisiera que lo fuerais porque entonces querría decir que mi Sacrificio ha sido coronado por la victoria y que realmente Yo os he arrancado del imperio del Maligno, desterrándole a su Infierno, remachando su boca con una piedra inamovible y poniendo sobre ella el trono de mi Madre, que fue la Única que tuvo su calcañal sobre el dragón, impotente para dañarle.
No todas las almas en gracia poseen la gracia en la misma medida. No porque Nosotros se la infundamos en medida distinta, sino porque de distinta manera la sabéis conservar en vosotros. El pecado mortal destruye la gracia, el pecado venial la resquebraja, las imperfecciones la debilitan. Hay almas, no del todo malas, que lan- guidecen en una tisis espiritual porque, con su inercia, que las empuja a cometer continuas imperfecciones, enflaquecen cada vez más la gracia, haciéndola un hilo debilísimo, una llamita languidecente. Mientras debería ser un fuego, un incendio vivo, bello, purificador. El mundo se derrumba porque se derrumba la gracia en casi la to- talidad de las almas y en las demás languidece.
La gracia da frutos distintos según esté más o menos viva en vuestro corazón. Una tierra es más fértil cuanto más rica es de elementos y beneficiada por el sol, por el agua, por las corrientes aéreas. Hay tierras estériles, secas, que inútilmente vienen regadas por el agua, calentadas por el sol, agitadas por los vientos. Lo mismo es en las almas. Hay almas que con cada estudio se cargan de elementos vitales y por ello logran disfrutar el cien por cien de los efectos de la gracia.
Los elementos vitales son: vivir según mi Ley, castos, misericordiosos, humildes, amorosos de Dios y del prójimo; es vivir de oración «viva». Entonces la gracia crece, florece, echa raíces profundas y se eleva en árbol de vida eterna. Entonces el Espíritu Santo, como un sol, inunda con sus siete rayos, de sus siete dones; entonces Yo, Hijo, os penetro con la lluvia divina de mi Sangre; entonces el Padre os mira con
MARÍA VALTORTA CUADERNOS DEL 1943
complacencia viendo en vosotros su semejanza; entonces María os acaricia estrechándoos contra su seno en el que me ha llevado a Mí como a sus hijitos menores pero queridos, queridos por su Corazón; entonces los nueve coros angélicos hacen corona a vuestra alma templo de Dios y cantan el «Gloria» sublime; entonces vuestra muerte es Vida y vuestra Vida es bienaventuranza en mi Reino» .
7 de Junio
Ante todo expreso aquí mi agradecimiento por su caritativo gesto al traerme copia de la Súplica 23 y haber sido tan bueno de aceptar mi hojita tan benignamente. Pero no es «mi» Súplica. De mío no hay más que la fatiga de escribirla. El pensamiento no es mío. No soy tan sublime como para saber sacar de mi corazón pensamientos tan sobrehumanos de perdón.
Le he dicho ayer que mientras los escribía, y sentía que eran justos, debía hacer una verdadera fatiga moral para aceptarlos. Como usted habrá notado, leyendo los apuntes de mi vida, no poseo en absoluto para nada el carácter de Job. Soy, como María Valtorta, muy humana con todo lo que la humanidad lleva consigo de susceptibilidad, de orgullo, de pasiones, etc. etc., y debo, para hacer vivir la María de la Cruz, morir a mí misma en cada momento para renacer de mis cenizas humanas, mística fénix, en forma nueva y ciertamente más agradable al buen Dios.
Cuando «la voz» me dice 24 : «Tú no eres nada; tú, por ti misma, no serías nunca capaz de llegar a nada», yo estoy convencidísima de ello. No me hago ilusiones sobre esta carne mía y sobre mi embrional naturaleza espiritual. Sé que la una es loca como un potro en primavera y la otra es tan embrional que apenas es un débil esbozo. Por ello conforto mi debilidad y refreno mi materia con la Cruz de Cristo. Sólo agarrada a Él Crucificado puedo mantener erguida mi alma y sólo clavando mi carne con clavos bien remachados y bien mortificadores la puedo tener allí, sometida, impotente para cumplir sus locuras.
Por ello no digamos «mi súplica». Ésa es de Otro. No debo apropiarme de lo que no es mío. Me ensoberbecería mintiéndome a mí misma, al mundo y a Dios. Si aquellas palabras han servido -y no podían no servir porque venían de zona de luz, ¡y de qué luz!- demos gracias al Señor y basta.
Dos son las cosas que me hacen estar con los oídos abiertos y los ojos vigilantes para espiar el más leve movimiento del Enemigo de las almas que arrastra, se insinúa y silba su seductora canción tan sutilmente para hipnotizarnos y sometemos a su merced. Una, son las tendencias de la carne, tan perversa a pesar de todos los cilicios; la otra, las… fermentaciones de la soberbia que siempre intenta hincharse… Siento por instinto que las unas y las otras mueren tres días después de nosotros y que sólo la bondad de Dios y una gran, grandísima voluntad nuestra, una voluntad incansable, diligente, vigilante, las puede hacer inofensivas, esterilizarlas en cada nueva oleada de gérmenes corruptores. Y siento también que si yo me dejase agarrar por las espirales del sentido o por las de la soberbia, el presente estado de gracia cesaría de golpe, antes, mucho antes de lo que quiere mi Jesús, quien no cesa de tenerme entre sus brazos y murmurarme palabras de vida.
23 Se dirige al Padre Migliorini. La «Súplica» es del 5 de junio
24 En el dictado del 28 de mayo
MARÍA VALTORTA CUADERNOS DEL 1943
¡Imagínese si querré perder esta beatitud por mi culpa! Es ella misma quien me impide sentir el acuciar de las vicisitudes humanas que me afectan, y el doble acuciar de los recuerdos que se agolpan. Todo pasa sobre mí, todo se lanza sobre mí como agua, como tempestad, como oleada, pero mientras dura la actual beatitud yo soy como un bloque de cristal sobre el cual todo pasa sin dejar señal, sin poder penetrar.
Llegará el momento en el que Jesús callará y me dejará. ¡Paciencia! ¿Y qué? ¿Deberé lamentarme? No. Sufriré ciertamente pero aceptaré la nueva prueba, continuaré amándole aunque me deje sola. Si lo hace, Él sabrá bien por qué lo hace. Y ciertamente tendré más mérito, al amarlo entonces, de lo que tenga ahora.
¡Qué valor ser amorosa ahora que Él es así sensiblemente amoroso! A no ser que poseyera el corazón de Judas, quien se ve amado ama. Pero el más alto amor es el que sabe continuar amando aún cuando nos parece que ya no somos amados. Cuando se hace con los hombres no sacamos provecho, o muy raramente. Pero cuando se hace así con el buen Dios, entonces se puede estar seguros de que después viene un período de amor todavía más intenso, porque Dios premia siempre después de habemos probado, si hemos sabido ser fieles.
Dice Jesús:
«Continúo hablándote de la gracia 25, la cual da la vida al espíritu.
Cuando Dios creó el primer hombre, infundió en él, además de la vida de la materia, hasta entonces inanimada, también la vida del espíritu. De otro modo no habría podido decir que os había hecho a su imagen y semejanza.
Cuánto era perfecta la primera criatura ninguno de vosotros lo puede imaginar. Sólo Nosotros podemos ver, en el eterno presente que es nuestra eternidad, la perfección de la obra regia de nuestra Inteligencia creadora. La estirpe de Adán, si Adán hubiera sabido permanecer rey como Nosotros le habíamos hecho, con potestad sobre todas las cosas y con dependencia sólo de Dios -una dependencia de hijo amadísimo- habría sido una estirpe de perpetua perfección. Pero había un vencido que velaba para obtener venganza.
Tú, María, que dices que de tu corazón no podrían salir espontáneamente pensamientos de perdón porque tu naturaleza humana te lleva al espíritu de venganza y sólo por deferencia a Mí sabes perdonar, ¿has pensado alguna vez que ha sido el espíritu de venganza el que os ha destruido, hijos de Adán, y me ha enviado a Mí, Hijo de Dios, a la cruz?
Lucifer -y era el hermoso entre los más hermosos creados por Mí- desde el abismo en el que había caído, feo para siempre tras la blasfemia dirigida a su Creador, estuvo sediento de venganza. Al primer pecado de soberbia unió así una serie interminable de delitos vengándose por los siglos de los siglos. Y la primera venganza fue sobre mis creados Adán y Eva. En la perfección de mi creación su diente envenenado puso el signo de su bestialidad comunicándoos su misma libídine de lujuria, de venganza, de soberbia. Y desde entonces vuestro espíritu combate en vosotros contra los venenos del bocado infernal.
Alguna rarísima vez el espíritu vence sobre la carne y la sangre y da a la tierra y al Cielo un nuevo santo. Alguna vez el espíritu vive a duras penas, con estancamientos de letargo en el que está como si estuviera muerto y en los cuales vivís y actuáis como
25 Ya en el dictado del 6 de junio
MARÍA VALTORTA CUADERNOS DEL 1943
criaturas privadas de luz, de mi Luz. Alguna otra, viene literalmente matado por la criatura que voluntariamente decae de su trono de hija de Dios y se hace peor que un animal. Llega a ser demonio, hijo de demonio.
En verdad te digo que más de dos tercios de la raza humana pertenecen a esta categoría que vive bajo el signo de la Bestia. Por ésta Yo he muerto inútilmente.
La ley de los señalados por la Bestia está en antítesis con mi Ley. En una domina la carne y genera obras de carne. En la otra domina el espíritu y genera obras de espíritu. Cuando el espíritu domina, allí está el reino de Dios. Cuando domina la carne, allí está el reino de Satanás.
La infinita Misericordia que anima la Triada ha dado a vuestro espíritu todas las ayudas para quedar dominador. Ha dado el sacramento que quita el signo de la Bestia en vuestra carne de hijos de Adán e imprime mi Signo. Ha dado mi Palabra de Vida, ha dado a Mí, Maestro y Redentor, ha dado mi Sangre en la Eucaristía y sobre la Cruz, ha dado el Paráclito: el Espíritu de verdad.
Aquel que sabe estar en el Espíritu genera obras del espíritu. De la criatura poseída por el Espíritu mana caridad, mansedumbre, pureza, ciencia y toda obra buena unida a gran humildad. De los demás salen como serpientes silbantes, vicios, fraudes, lujurias, delitos, porque su corazón es nido de serpientes infernales.
Pero, ¿dónde están los que saben aspirar a la vida del espíritu y hacerse dignos de acoger en sí la infusión vital del Consolador que viene con todos sus dones pero quiere por trono un espíritu preparado, deseoso de Él? No, el mundo no quiere este Espíritu que os hace buenos. El mundo quiere el poder a cualquier precio, la riqueza a cualquier precio, la satisfacción del sentido a cualquier precio, todas las alegrías de la tierra a cualquier precio, y rechaza y blasfema contra el Espíritu Santo, impugna su Verdad, y se enfanga con apariencias proféticas hablando palabras que no salen del seno de la Trinidad Santísima, sino del antro de Satanás.
Y esto no es y no será perdonado. Nunca. Y que no sea perdonado lo veis. Dios se retira en sus Cielos porque el hombre rechaza su amor y vive para y en la carne. He aquí las causas de vuestra destrucción y de nuestro silencio. De lo profundo salen los tentáculos de Satanás, sobre la tierra el hombre se proclama dios y blasfema contra el verdadero Dios, en lo alto el Cielo se cierra. Y es ya piedad, porque cerrándose detiene los rayos que vosotros merecéis.
Una nueva Pentecostés encontraría los corazones más duros y sucios que una roca sumergida en un estanque de barro. Estáis por ello en el fango que habéis querido, en espera de que una orden, que no conoce rebeliones, os saque para juzgaros y separar a los hijos del espíritu de los hijos de la carne».
Y ahora, Jesús bueno, deja que hable yo. Has dicho tantas cosas hoy que ni siquiera las puedo copiar todas. Y en las primeras horas estaba tan cansada y adoleciente que me costaba fatiga seguir tu dulce voz. Después ha ido mejor. Pero ahora el dolor me coge. Es la hora de Getsemaní.
¿Por quién sufro? ¿Cuál es el alma que necesita mi agonía para sanar, para esperar, para volver a Ti? No lo sabré nunca sobre esta tierra, pero estoy convencida de que existe y de que esta amargura mía la debo beber por un fin de expiación. Lo hago con gusto aunque el llanto me surca las mejillas. Pero déjame llorar sobre tu Corazón porque si sobre él es dulce amar sobre él es dulce sufrir.
Todas las tristezas vienen a oleadas. Tú las conoces todas sin que yo te las
MARÍA VALTORTA CUADERNOS DEL 1943
enumere, y tanto Tú como yo sabemos también qué es lo que se esconde detrás de esta pantalla negra que me quiere en» volver. Para no vedo cierro los ojos. Hago como los niños miedosos de la oscuridad. Y esta noche soy precisamente como una pobre niña sola en un lugar sin luz. Cada rincón es una cueva de sombras que asumen aspectos aterradores. Si aprieto los ojos, después de haberte mirado fijo fijo como se mira al sol, sólo me queda en el fondo de la retina tu Imagen; si me aprieto estrecha estrecha a Ti ya no me doy más cuenta de la soledad que tengo a mi alrededor, de la que pueden surgir tantos peligros para mí. Siento tus brazos que me circundan y aunque lloro ya no tengo miedo.
Toma para Ti mi llanto de esta tarde. Es todo lo que tengo para darte en esta noche de pena. Ni siquiera te digo: «Quítame esta pena»; sólo te digo: «Hágase tu voluntad; pero ayúdame Jesús».
Sí, ayúdame, Maestro bueno. No me desampares. Dame todo el dolor que quieras, Señor, pero siempre con tu cercanía. Sé, creo que este tormento moral no es sin un fin de bien; sé, espero que no sea inútil; sé que, si sufro con paz en tu Corazón, la paz permanecerá en mí y el hastío del demonio no podrá turbada. Por eso te digo: «Heme aquí, dispuesta por amor a Ti, a hacer tu Voluntad».
Precisamente esta mañana decía que la beatitud presente me impedía sentir lo acuciante de las vicisitudes humanas. En cambio esta tarde he sentido el acre de las necesidades del presente. Y he sufrido mucho. Si hubiera sufrido sola habría sido un sufrimiento atroz. Pero sabiendo bien que ninguna criatura humana me podía consolar, me he dirigido a Ti con fe. Tú quieres estos actos de fe amorosa para compensarte de todos los desamores que la niegan. Y recompensas inmediatamente al alma generosa consolándola.
Ahora he aprendido, y voy inmediatamente a refugiarme en Ti; no me conformo con rezarte, soy aún más osada y voy a tus brazos. Tú eres mi Dios, pero también eres mi Hermano y Esposo, por eso además de rezarte puedo abrazarte, para no sentirme tan sola ante un futuro triste para todos, y para mí lleno de incógnitas aún más penosas.
Tenme así durante todo este tristísimo mes, tenme así hasta la muerte. Aunque no hables, me basta con que me dejes estar en tu Corazón. Acuérdate de tu agonía, Señor, y sé Tú, para tu pequeñísima hostia, el Ángel que consuela…
8 de Junio Pero oída el 7
Dice Jesús:
«Sin el Padre Yo no habría existido, pero sin el Espíritu Yo no habría venido. Porque ha sido el Amor del Padre el que me ha mandado. Y Nosotros estamos mucho más presentes y activos en un corazón cuanto más vivo está en él el amor. He aquí por ello la necesidad de poseer en vosotros el Amor, esto es el Espíritu Santo.
Yo lo he dicho que «es necesario renacer en el Espíritu para poder poseer la vida eterna». El nacimiento de la carne de otra carne no os diferencia de los animales en otra cosa que en esto: que vosotros seréis juzgados por no haber querido renacer en el Espíritu. Los animales no son responsables de esto. Vosotros sí. Vosotros creyentes en mi Nombre, vosotros regenerados por el Bautismo, sí. ¿Por qué, entonces, no renacéis en el Espíritu? ¿Por qué matáis en vosotros el Amor?
¿ Cómo puede ser comprendida mi doctrina si el Amor no está en vosotros? Yo os lo
MARÍA VALTORTA CUADERNOS DEL 1943
he dicho «que habríais comprendido cuando hubiese enviado al Consolador, el Espíritu de Verdad». Ahora Yo os lo he mandado. He subido dispuesto sobre la Cruz para redimiros y para preparar el camino al Paráclito. He ascendido deseoso al Cielo, dejando a mi Madre, la Única en la que el Espíritu estaba como en el seno del Padre tan llena de gracia estaba Ella. Más bien estaba en Ella 26 la «Gracia» misma. He ascendido dejando a los hombres a los que tanto había amado, hasta morir por ellos de muerte de cruz, para poder mandaros a Aquél a cuya luz todo se hace claro. Os lo continúo enviando, alimentando esta luz conmigo mismo, porque Yo estoy en el Padre y en el Espíritu y Ellos están en Mí.
Y a Mí me tenéis, con mi Cuerpo, con mi Sangre, con mi Esencia, en la Eucaristía. Dios y Hermano vuestro. Pero vosotros vivís con la carne. Me tenéis a Mí, Luz del mundo, y una vez más, mejor dicho cada vez más, preferís las tinieblas a la luz. Parecéis pobres locos. En los tiempos de mi vivir entre vosotros os habrían llamado «poseídos», poseídos por un espíritu impuro que os doblega a perversiones extrañas, por las que amáis las tinieblas, las indignidades, las compañías impuras, mientras podríais vivir en la Luz y en la Verdad. Tenéis oído y no oís, tenéis vista: y no veis. Poseéis el habla, pero la usáis para blasfemar o para mentir. Tenéis un corazón y no lo eleváis al Cielo sino que lo vendéis por bajos amores y bajos intereses.
¿Por qué vivís profanando y profanándoos? ¿Pero qué son para vosotros las palabras de Verdad y de Vida que os he dejado y que el Paráclito os ha explicado a la luz de la Caridad?
De vez en cuando Yo intento otro milagro de amor y os llamo, hablándoos de mil modos. Venís, investigáis, os agitáis. Pero ¿cómo? Con una curiosidad científica. Vuestro espíritu no se despierta con el toque del Misterio que se revela una vez más y os muestra a Dios y su amor. ¡Pobres criaturas cegadas por vuestra ciencia humana!
Una sola es la Ciencia necesaria. La mía. Y os la comunica el Espíritu de Verdad. A su luz todo cuanto existe se santifica, se purifica, se hace bueno. Si vuestro saber se origina en este Saber perfecto, vuestro saber humano da obras de utilidad verdadera. De otra manera no. Si la ciencia que poseéis es sólo ciencia humana, no es ciencia verdadera. Es profanación. Ésta arranca los velos que envuelven las fuerzas cósmicas en un misterio en el cual Yo, que sé dosificar el bien y el mal que debéis conocer, las había envuelto.
El dragón susurra: «Muerde, muerde, hombre, el fruto que te hará dios». Y vosotros mordéis. No sabéis que coméis vuestra condenación. Os hacéis de una genialidad semidivina, es cierto, habéis arrancado muchos secretos al universo y habéis esclavizado las fuerzas de la naturaleza. Pero no teniendo como contrapeso el amor en vuestro saber, vuestro saber se ha convertido únicamente en poder destructor. Y Satanás silba su alegría porque en vuestros descubrimientos ve su signo que niega a Dios. Sólo su signo.
Si pusierais el centésimo de aquello que ponéis en el mal para cumplir el bien, ya estaríais salvados. Pero seguir el Bien quiere decir ser puros, continentes, misericordioso s, honestos, justos y humildes. Y vosotros preferís en cambio ser obradores de iniquidad».
«No podéis conciliar el Reino de Dios con el reino de Satanás. No podéis satisfacer
26 En Ella está añadido por nosotros tratándose de una omisión señalada en el dictado del 11 de junio
MARÍA VALTORTA CUADERNOS DEL 1943
contemporáneamente la carne y el espíritu. Debéis elegir.
Os he dado la inteligencia para que podáis elegir. Os he dado la luz para que podáis ver. Os he dado el amor para que os podáis guiar. Y os he dado la libertad porque de otra forma no hubiera tenido mérito vuestra existencia. Os habéis equivocado diez, cien, mil veces.
Os he dado los Mandamientos para ayudaros, os he dado los Profetas para gritaros mi Voluntad. Os habéis equivocado cien, mil, diez mil veces.
Os he dado a Mí mismo, dejando el seno de mi Padre para hablaros. Os he dado a Mí mismo, humillándome a Mí, Dios, a morir como un malhechor para lavaros el corazón y hacerlo capaz de acoger a Dios. Os he dado el Espíritu para que os fuera Maestro en el conocimiento de mi doctrina de caridad, pureza, bondad, humildad. Os habéis equivocado diez mil, un millón de veces.
No se puede contar más el número de vuestros errores. Los acumuláis como una pirámide los unos sobre los otros. Hacéis una segunda Torre de Babel para montaros encima y deciros: «He aquí que somos semejantes a Díos y escalamos los cielos». Satanás os ayuda y ríe. Sabe que la torre de vuestras culpas os caerá encima cuando creáis tocar los cielos y os precipitará en el infierno. Ya está cayendo y arrastrándoos.
¡Y no os paráis!
¡Oh! ¡paraos, paraos, hijos! ¡paraos, tesoros míos! Escuchad la voz del Padre, del Hermano, del Dios vuestro que os llama, que os llama tesoros incluso ahora porque estáis enjoyados con su Sangre. No sacudáis de vosotros esa Sangre con ira, blasfemándola. Levantad la frente enferma hacia el Cielo, que el rocío divino os lave. Porque estáis enfermos, pobres hijos míos, y no lo sabéis. Os habéis dejado besar por Satanás y su lepra está sobre vosotros y en vosotros. Pero mi amor, tan sólo mi amor, os puede curar.
Venid, no rechacéis mi mano que trata de atraeros a Mí. ¿Creéis que Yo no os pueda perdonar? ¡Oh! Hubiera perdonado incluso a Judas si en lugar de huir hubiera venido bajo la cruz en la que moría y me hubiera dicho: «Perdón». Hubiera sido mi primer redimido porque era el más culpable, y sobre él hubiera hecho llover la Sangre de mi Corazón, traspasado no tanto por la lanza como cuanto por la suya y por vuestras traiciones.
Venid. Mis brazos están abiertos. Sobre la cruz me dolía tenerlos clavados solamente porque no hubiera podido apretarlos alrededor de vosotros y bendeciros. Pero ahora están libres para atraeros a mi Corazón. Mi boca tiene besos de perdón, mi corazón tiene tesoros de amor.
Dejad las riquezas injustas y venid a Mí, verdadera Riqueza. Dejad las alegrías indignas y venid a Mí, verdadera Alegría. Dejad los falsos dioses y venid a Mí, verdadero Dios. ¡Cómo os sentiríais contentos con una alegría espiritual si os confiarais a Mí!
Yo soy el Dios de la Paz. De Mí manan todas las gracias. Cada dolor se calma en Mí. Cada peso se hace ligero. Cada acto vuestro, realizado en mi Nombre, se reviste de mi Belleza. Yo os lo puedo dar todo si venís a mi Corazón, y no en manera humana, sino sobrehumana, eterna, inefablemente dulce. No os digo que no conoceréis más el dolor. Lo he conocido Yo que soy Dios. Pero os digo: el dolor se hará suave si lo sufrís sobre mi Corazón.
Venid. Dejad lo que muere, lo que os perjudica, Aquello que os quiere mal. Venid a Quien os ama, a Quien os sabe dar las cosas que no dañan y no mueren. Ayudadme,
MARÍA VALTORTA CUADERNOS DEL 1943
con vuestra voluntad. La quiero para actuar. No porque la necesite, sino porque la necesitáis vosotros para merecer el Reino.
Venid. Ayudadme a devolver el Infierno al infierno y a abriros el Cielo» .
9 de junio
Responde Jesús precisamente a mí:
«Entiendo y compadezco tu tristeza. No es esa la tristeza que Yo acuso como culpa. Tristeza culpable es la que viene de la intolerancia de las cosas y de las cruces. Humanas las primeras, sobrenaturales las segundas. Tristeza culpable es la sed de goce, de riquezas, sed que no se apaga y os da tristeza, o sed que tras ser saciada os deja más tristes que antes porque llora en vosotros la conciencia. Ésta es la tristeza que Yo condeno.
Pero la tristeza buena, sentida por las desgracias de los demás más que por las propias, la aflicción que produce ver a Dios escarnecido, la pena por los vínculos queridos que se rompen, Yo no la condeno. Antes de vosotros la he probado Yo y he llorado.
Cuando después el alma sube aún más arriba y no sólo tiene en sí una tristeza no condenable, sino que me sabe ofrecer su tristeza para que Yo use su llanto para el bien de los demás, entonces Yo cojo esta alma y la acuno sobre mi Corazón para adormecer su pena y darle mi alegría.
La sientes. Sé que la sientes manar en ti. Esos sobresaltos de alivio que sientes, y que te parecen rayos en la oscuridad que te viene de muchas cosas, y te parecen liberación de pesos que te abaten, soy Yo que vengo a ti con mi alegría.
Has intuido también el origen de tanta oscuridad en el dolor que, por tu bien, te invade. Sí. Tú, viviendo en Mí y por Mí, desencadenas las iras del Enemigo y él, no pudiendo hacer otra cosa, trata de asustarte volviendo más negro el futuro de cuanto no lo sea ya. Pero no tengas miedo. Yo estoy contigo.
Aumenta también tu tristeza el pensar en las palabras que digo a tu alma, no por ti sino por todos. Pero no rechaces recibidas. ¡Tengo tan pocas personas en todo el vasto mundo que se abran para escuchar mi Palabra! Aquellos a los cuales quisiera hablar para reconducirles por el camino de la Vida no me quieren escuchar. Hablo entonces a los pocos que me quieren escuchar. Cuando convenga, todo cuanto he dicho a mis fieles en secreto será comunicado, y así la Palabra continuará resonando en el mundo.
No rehúses por lo tanto mi obra, sea cual sea. No te gloríes ni te asustes de ella. Déjame actuar. No hago nunca nada si un fin. Ven siempre a Mí con esa confianza que tanto me gusta. Cuando Yo encuentro un alma confiada abro mi Corazón y la encierro dentro. ¿Crees que te pueda suceder algo que sea verdadero mal si estás encerrada en mi Corazón? Ni siquiera el Infierno puede dañarte mientras estés allí. Y estarás mientras seas pura, amorosa, confiada, fiel».
10 de junio
Dice Jesús:
«Si mi Carne es realmente alimento y mi Sangre es realmente bebida, ¿cómo es que vuestras almas mueren de inanición? ¿Cómo es que no crecéis en la vida de la gracia?
Hay muchos para los cuales es como si mis iglesias no tuvieran sagrario. Son
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aquellos que me han renegado y olvidado. Pero también hay muchos que se alimentan de Mí. Y tampoco progresan. Mientras en otros, en cada unión conmigo Eucaristía, hay un crecimiento de gracia. Te explicaré las causas de estas diferencias.
. Están los perfectos que me buscan únicamente porque saben que mi alegría es ser acogido en el corazón de los hombres y que no tienen mayor alegría que llegar a ser una sola cosa conmigo. En éstos el encuentro eucarístico se hace fusión, y es tan fuerte el ardor que de Mí emana y que de ellos brota, que como dos metales en un crisol llegamos a ser una sola cosa. Naturalmente más perfecta es la fusión tanto más la criatura recibe mi sello, mis propiedades, mis bellezas. Así saben unirse a Mí aquellos que después vosotros llamáis «Santos», o sea los perfectos que han entendido quién soy Yo.
Pero en todas las almas que vienen a Mí con verdadera pasión y puro corazón Yo aporto gracias indecibles y comunico mi gracia, de modo que ellas avanzan por el camino de la Vida y aunque no alcanzaran una santidad clamorosa, reconocida por el mundo, siempre alcanzan la vida eterna, porque quien está en Mí tiene vida eterna.
Para todas las almas que saben venir a Mí con el ardor de los primeros y con la confianza de los segundos y que me dan todo cuanto está en su poder dar, o sea todo el amor de que son capaces, Yo estoy dispuesto a cumplir prodigios de milagros con tal de unirme a ellas. El cielo más bello para Mí está en el corazón de las criaturas que me aman. Por ellas, aunque la rabia de Satanás destruyera todas las iglesias, Yo sabría descender, en forma eucarística, de los Cielos. Y mis ángeles me llevarían a las almas hambrientas de Mí, Pan vivo que desciende del Cielo.
No es por otra parte algo nuevo. Cuando la fe era todavía llama de amor vivo Yo he sabido ir a almas seráficas enterradas en las ermitas o en las celdas muradas. No hacen falta catedrales para contenerme. Me basta un corazón que consagre el amor. Incluso la más grande y espléndida catedral es siempre demasiado estrecha y pobre para Mí, Dios que colmo de Mí todo cuanto existe. La obra humana está sujeta a las limitaciones de lo humano y Yo soy infinito. En cambio no me es pequeño y pobre vuestro corazón si la caridad lo enciende. Y la más hermosa catedral es vuestra alma habitada por Dios.
Dios está en vosotros cuando vosotros estáis en gracia. Y se quiere hacer un altar de vuestro corazón. En los primeros tiempos de mi Iglesia no existían las catedrales, pero Yo tenía un trono digno de . Mí en el corazón de cada cristiano.
Después están quienes vienen a Mí solamente cuando la necesidad les empuja o el miedo les azuza. Entonces vienen a llamar al Sagrario que se abre, concediendo siempre consuelo, frecuentemente, si es útil, la gracia pedida. Pero quisiera que el hombre no viniera a Mí solamente para pedir sino también para dar.
Luego vienen aquellos que se acercan a la Mesa, donde Yo me hago alimento, por costumbre. En éstos los frutos del Sacramento duran ese poco tiempo que duran las Especies y después desaparecen. No poniendo ningún latido en su venir a Mí, no progresan en la vida del espíritu que es esencialmente vida de caridad. Yo soy Caridad y traigo caridad, pero mi caridad languidece en estas almas tibias que nada logra calentar más.
Otra categoría, la de los fariseos. Existen también ahora; es una gramilla que no muere. Éstos aparecen ardientes pero están más fríos que la muerte. Siempre iguales a quienes me condenaron a muerte vienen, poniéndose bien a la vista, hinchados de soberbia, saturados de falsedad, seguros de poseer la perfección, sin misericordia más
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que para ellos mismos, convencidos de ser ejemplo para el mundo. En cambio son los que escandalizan a los pequeños y se alejan de Mí porque su vida es una antítesis de la que debería ser y su piedad es de forma pero no de sustancia, y se transforma, apenas se alejan del altar, en dureza hacia los hermanos. Éstos comen su condenación porque Yo perdono muchas cosas, conociendo vuestra debilidad, pero no perdono la falta de caridad, la hipocresía, la soberbia. De estos corazones Yo huyo lo antes posible.
Considerando estas categorías es fácil entender por qué la Eucaristía no ha hecho todavía del mundo un Cielo como debería haber hecho. Sois vosotros quienes obstaculizáis este adviento de amor que os salvaría singularmente y como sociedad. Si realmente os nutrierais de Mí con el corazón, con el alma, con la mente, con la vo- luntad, con la fuerza, con la inteligencia, en suma con todas vuestras potencias, cesarían los odios, y con los odios las guerras, no existirían más fraudes, ni calumnias, ni las pasiones desordenadas que crean los adulterios y con éstos los homicidios, el abandono y la abolición de los inocentes. El perdón recíproco estaría no en los labios, sino en los corazones de todos, y seríais perdonados por mi Padre.
Viviríais como ángeles pasando vuestros días adorándome en vosotros e invocándome para la próxima venida. Mi constante presencia en vuestro pensamiento os tendría alejados del pecado, el cual siempre empieza por un laborío del pensamiento que después se traduce en acto. Pero del corazón hecho Sagrario no saldrían más que pensamientos sobrenaturales y la tierra sería santificada.
La tierra se convertiría en un altar, un enorme altar preparado para acoger la segunda venida de Cristo, Redentor del mundo».
11 de junio
Dice Jesús:
«Estás demasiado afligida por copiar cuanto te he dicho, mucho más porque es un tema que te cuesta transcribir. Déjalo entonces por hoy y escúchame a Mí que te hablo. Tienes tanta pena, ¡pobre alma! Pero Yo quiero aliviar tu pena. No «quitar» tu pena.
Sino aliviarla. Aliviarla consolándote y aliviarla ayudándote a levantarla bien en alto para que sea totalmente meritoria. Si me escuchas verás que la herida duele menos.
María, no seas una que no sabe hacer fructificar las monedas que Yo le doy. Cada acontecimiento de vuestra jornada de hombres es una moneda que Dios os confía para que la hagáis fructificar para la vida eterna. Sírvete de la nueva moneda que Yo te doy de modo que obtengas el cien por cien. ¿De qué modo?
Con la resignación en primer lugar, aceptando beber este cáliz sin volver para otro lado la cabeza evitando acercar los labios al amarguísimo borde.
Con gratitud siempre, hacia Mí que te lo doy con el conocimiento justo, como sólo Yo lo puedo tener, de hacerte el bien, o sea, de hacer por ti un nuevo acto de amor.
Con confianza. Yo te ayudaré a llevar la nueva cruz y las otras que de ésta brotarán.
¿No estás contenta de tenerme por Cirineo, Yo, tu Jesús que te ama?
Con visión superior, sobre todo. Sí, no envilezcas el oro de esta cruz ensuciándolo con maquinaciones humanas. Y ¿qué te importa que el mundo no te comprenda, ni siquiera en tus sentimientos más selectos? ¿Y qué? ¿Te preocupas porque te juzgan fría, egoísta, sin amor hacia tu madre? ¿Y qué? ¿Te afliges por un pobre juicio huma- no? No, María. Lo malo sería que Yo te juzgara culpable contra los mandamientos de la
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Ley divina y humana por tu actuar hacia tu madre. Pero de los demás no te preocupes.
Y mírame a Mí una vez más. ¿Acaso no fui Yo escarnecido por el insulto de que era blasfemador, un rebelde al Dios de Abraham, un poseído, un hijo sin corazón? Ningún discípulo es más que el Maestro, María, y cada discípulo debe por ello igualarme en las ofensas que recibe y en las obras que cumple.
De las ofensas se ocupan los demás los cuales «no saben lo que hacen y lo que dicen». Por eso perdónales. De las obras ocúpate tú, continuando tu camino y levantando muy en alto tu espíritu hasta donde las piedras de la difamación, de la corta vista humana, no puedan llegar. Soy Yo quien ve y juzga y quien te premia y bendice. Los demás son polvo que cae.
Ve en paz, María. Ves que te toco para quitar de tu cabeza la corona espinosa. Hoy la llevaré Yo por ti. Y no busques nunca otros corazones aparte del mío para consolar tu sufrir. Aunque recorrieras toda la tierra no encontrarías a nadie que te entendiera con verdad y justicia como lo puede hacer Jesús, tu Maestro y Amigo.
Ve en paz. Te doy mi paz».
«Para entender las cosas vosotros hombres tenéis necesidad de poner meticulosamente todas las cosas en claro. Puntos, comas, exclamaciones, interrogaciones, y frecuentemente no sirven. Pero Dios no tiene necesidad de sofisticar tanto para entender. Él ve en lo profundo y juzga en vuestro íntimo. Es por esto que os he dicho: «Cuando oréis no digáis muchas palabras. Vuestro Padre sabe de qué tenéis necesidad».
Vuestro Padre entiende, María, ve, juzga, con verdadera justicia y con gran misericordia. No mide con vuestro metro. No condena según vuestro código, y no mira con vuestros ojos miopes. Incluso cuando hay realmente una culpa, pero el culpable está tan humillado que se juzga por sí mismo merecedor de condenación, Yo, Miseri- cordia, digo: «No te condeno. Vete y no peques más», como he dicho a la adúltera.
De que el prójimo no entienda nunca con verdadera justicia tienes continuas pruebas. La última es de anoche. Han sido heridos tu corazón de hija y tu susceptibilidad de mujer con un sólo golpe. Y por quien habría podido conocerte a fondo. Que esto te demuestre una vez más que sólo Dios es infinitamente justo. Deja pasar todo aquello que no sea Dios. Quiero que tú vivas solamente de Dios.
¿Quieres un ejemplo de cuánto sea limitada la perspicacia humana? Tú, al transcribir una frase, has omitido, pareciéndote ya claro el pensamiento mientras Yo te lo dictaba, dos palabritas: en ella. Dos microscópicas palabritas. Pero después ni tú ni los demás habéis entendido ya el significado verdadero de la frase. «Más bien estaba en ella (María) la Gracia misma», es decir Dios, Gracia misma, estaba plenamente en María. Una nonada de omisión, pero que ha hecho que ya no se cogiera bien el sentido de la frase 27.
Así es con todo. La limitada vista intelectual humana ve en la superficie y con frecuencia malamente incluso en la superficie. Por esto os he dicho: «No juzguéis».
Para persuadir a ti y a los demás de que cuanto escribes no es cosa tuya, dejo aposta lagunas en tu mente, como la de los diez justos que hubieran podido salvar aquella antigua ciudad 28. Lo has tenido que preguntar al Padre 29. O también dejo que
27 En el dictado del 8 de junio
28 No se ha encontrado ningún punto en el cual la escritora dé aclaraciones sobre la «laguna» de los diez justos, de evidente naturaleza bíblica, varias veces representada a lo largo del volumen
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tú cometas una pequeña modificación para mostrarte que por ti te equivocas enseguida y te quito las ganas de probar de nuevo. De tal manera te tengo sujeta y persuadida de que nada es tuyo y todo es mío.
Todo el bien que vosotros hacéis, aunque sea muy vasto, es una pequeñez insignificante si se compara con el infinito Bien que es Dios, e incluso vuestras obras más perfectas, de una perfección humana, están llenas de errores a los ojos de Dios. Pero si las ofrecéis unidas a mis méritos, entonces ‘toman las características que agradan a Dios, ganando en perfección, en extensión, y llegan a ser capaces de redención.
Es necesario saber hacerlo todo en Mí e imitándome a Mí y en mi Nombre. Entonces mi Padre ve en vuestras obras mi signo y la semejanza conmigo y las bendice y hace fructificar. Por una humildad equivocada no debes nunca decir: «Yo no puedo hacer esto». Yo lo he dicho: «Haréis las mismas obras que hago Yo». Así es porque perma- neciendo en Mí con vuestra buena voluntad os hacéis pequeños Cristos capaces de seguirme a Mí, Cristo verdadero, en todas las vicisitudes de la vida».
12 de junio
Dice Jesús:
«Muchos, si muchos leyeran aquello que te dicto, encontrarían expresiones que son un poco fuertes, casi imposibles a su vista humana. El Padre se sorprenderá menos porque, como siervo mío, sabe que nada es imposible para Dios, incluso ciertas formas de conducta hacia las almas que no serían seguidas por los hombres que miden las cosas y las aplican según una falsa regla y un modelo creado por ellos. Es decir siempre imperfectos.
Cuando Yo te digo 30: «Te he amado tanto que hasta he satisfecho tus caprichos…», digo una frase que haría desencajar los ojos a muchos y aplicaría críticas irrespetuosas hacia Mí y juicios poco agradables hacia ti. Sin embargo es así, y esto sucede por una justa visión mía.
Cuando Yo te quise para Mí, pobre María, eras tan humana y la humanidad que habías tenido a tu alrededor era todavía más humana que tú misma y te pesaba cada vez más, de modo que eras como una pequeña salvaje. Si Yo entonces te hubiera pedido lo que te he pedido después, y especialmente aquello que quiero de ti, hoy por hoy, ahora, tú habrías huido asustada.
Pero Jesús no da nunca miedo. Jesús con sus hijos queridos es un padre de una ternura perfecta; de una ternura divina, porque aunque Jesús fue hombre y conoció los sentimientos del hombre, Él ha sido siempre y es Dios, y por ello en los sentimientos alcanza la perfección de Dios.
Entonces Yo para acercarte y para que tú te acercaras sin temor y cada vez con más amor, he seguido la regla en uso entre los hombres para conquistar a los niños ariscos. Te he ofrecido y donado todo cuanto deseabas. Eran nonadas a veces, otras eran cosas grandes. Y bien: tu Jesús te las ha dado.
A veces soñabas con los ojos abiertos y dabas por cierto el sueño. Un hombre te habría desmentido haciéndote pasar por loca e insincera. Yo, Dios, he cambiado tus
29 Padre Migliorini
30 En el dictado del 4 de junio
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sueños en certezas para no humillarte ante el mundo. De tal modo he obtenido que tú te encariñases en tal modo conmigo de llegar a aquello que eres ahora: algo perdido en Mí, inseparable de Mí.
Tú, ser finito e imperfecto, ya no existes con tus limitaciones e imperfecciones humanas, porque estás absorbida, y por ti misma te has hecho absorber, por Mí. Me ves a Mí en cada cosa agradable, desagradable, alegre, triste, que te suceda. Actúas mirando mi Rostro. Estás fascinada por mi Rostro. Podría guiarte con la mirada. Incluso con menos: el latido de mi Corazón, de mi Amor, te guía. Vives de mi Amor. Vives en mi Amor. Vives por mi Amor.
Cuando tienes una alegría corres a mi encuentro riendo adarme las gracias. Cuando tienes una necesidad tiendes tu mano pidiéndola. Cuando tienes un dolor vienes sobre mi Corazón para llorar. Estás de tal modo convencida que Yo soy tu Todo, que tomas decisiones, que tienes confidencias que a la simple vista humana podrían parecer imprudencias y locuras. Pero tú sabes que Yo soy tu Todo. Un Todo Dios y que puedo todo, y te fías.
Precisamente es esta confianza absoluta la que me empuja a realizar continuos pequeños milagros para ti, porque es la confianza de quien me ama la que abre mi Corazón de Dios para hacer descender de él torrentes de gracias.
Eres mía porque Yo te he sabido coger, porque he sabido hacer de tu pobre humanidad humillada una obra maestra de Misericordia. Eres mía, mi pequeña Mía. Eras de tantas cosas. Vivías para los reclamos humanos. Sufrías, morías en la carne y en el alma porque eres un alma a la que el mundo no sacia y no sabías encontrar el ca- mino. Ahora eres mía, sólo mía. E incluso en la cruz eres feliz porque tienes quien te ama como tú quieres. Me tienes a Mí, tu Dios y tu Esposo, tu Jesús».
«Cuando un alma llega a ser tan mía, el amor ocupa el lugar de la Ley y de los Mandamientos. Divinos la una y los otros, pero que todavía hacen sentir su presencia. Son como los arneses puestos a vuestra animalidad para que no se rebele y se vaya a los precipicios.
Pero el Amor no tiene peso. No es un freno que ejerce constricciones. Es una fuerza que os conduce librándoos incluso de vuestra humanidad. Cuando un alma ama realmente, el Amor ocupa el lugar de todo. Es como un niño pequeño en los brazos de su madre que le nutre, le viste, le duerme, le lava, le lleva de paseo o lo mete en la cuna por su bien. El Amor es la mística nodriza que cría a las almas destinadas al Cielo. Si por un milagro especial, querido por 3/4 de vuestra voluntad -porque sin vuestra voluntad ciertos milagros no pueden, no deben suceder- y por un cuarto de mi benignidad, todas las almas se hicieran vivientes sólo para el espíritu, esto es todas dignas del Cielo, Yo diría a la tierra la palabra «Fin» para poderos llevar a todos al Cielo antes de que un nuevo fermento de humanidad corrompiera de nuevo a alguno de los más débiles de entre vosotros. Pero desgraciadamente esto no sucederá nunca. Mejor
dicho cada vez mueren más sobre la tierra la espiritualidad y el amor.
Por esto las almas que saben vivir en la espiritualidad y en el amor deben tocar las cimas del espíritu, de la caridad, y del sacrificio -porque el sacrificio no falta nunca en esta trinidad de cosas necesarias para ser mis verdaderos discípulos- y reparar por las demás que han esterilizado el espíritu y el amor en sus corazones.
Reparar, consolar, sufrir. Serán las víctimas las que salvarán el mundo» .
13 de junio
MARÍA VALTORTA CUADERNOS DEL 1943
Dice Jesús:
«Para que el Espíritu Santo pueda descender y obrar libremente en un corazón, es necesario cultivar en sí mismos la caridad, la fidelidad, la pureza, la oración y la humildad.
Mis Apóstoles se prepararon para su venida con estas virtudes unidas a un intenso recogimiento. Para aprender éste, así como para aprender las otras virtudes, no tenían más que mirar a María, mi Madre. En Ella el espíritu de recogimiento era intensísimo. Incluso en las ocupaciones de la vida Ella sabía vivir recogida en Dios y su gran alegría era poderse aislar en la contemplación, en el silencio, en la soledad.
Dios puede hablar en cualquier sitio. Pero su Palabra llega a vosotros, mortales, cuyas capacidades de recepción son limitadas, mucho mejor cuando podéis estar en soledad que no cuando a vuestro alrededor el prójimo habla, se mueve, se agita con frecuencia en mezquindades humanas. Doble mérito y doble gracia si podéis oír a Dios incluso entre el tumulto. Pero también doble, triple fatiga.
Pero tú, María, no transgredas la santa caridad y la santa paciencia por la idea de oírme. Entonces mutilarías el fruto de estas lecciones. Nada, ni siquiera el pensamiento de oír mi Voz, te debe hacer poco dispuesta para ejercer condescendencia y paciencia con tu prójimo. ¿Te parece perder el hilo de lo que digo? ¿Te disgustas porque te das cuenta de que has olvidado alguna gema de lo que digo? ¡Oh! ¡fíate de Mí! Yo te la haré encontrar, y más hermosa que antes porque unida con el oro de la caridad y rodeada de las perlas de la paciencia desmenuzada en infinitos actos, pero todos, todos, preciosos.
Recuerda que «todo lo que hagáis al prójimo a Mí, Jesús, me lo hacéis». Por ello tienes que saber salir de tu coloquio Conmigo para escuchar las necesidades, incluso a veces muy inútiles, del prójimo, siempre con una sonrisa y con buena voluntad. Tú tendrás el mérito de la caridad ejercida, y ellos no se escandalizarán viéndote irritada por haber debido dejar la oración.
María Stma. sabía, sin alterarse, salir de la meditación, de la oración, de los suaves coloquios con Dios -y tú puedes pensar qué altura alcanzaban- y ocuparse del prójimo sin perder de vista a Dios y sin dar a entender al prójimo que había sido molestada. María sea tu modelo.
También en la oración mis Apóstoles no tenían más que mirar a María para aprender cómo se ora para obtener algo de Dios. Y así para todas las demás virtudes necesarias para preparar la venida del Paráclito. También ahora el Consolador desciende con mayor vehemencia cuanto más preparado está un espíritu para recibirle.
María, la llena de gracia, no necesitaba preparación alguna. Pero Ella os ha dado el ejemplo. Es vuestra Madre y las madres son el ejemplo vivo para los hijos. María estaba ya llena del Espíritu Santo. Era su Esposa y conocía todos los secretos del Esposo. Pero en María nada debía aparecer distinto a los demás.
Yo mismo, que era Dios, sobre la tierra me sometí a las leyes de la naturaleza: tuve hambre, sed, frío, estuve cansado, tuve sueño; y Yo mismo, que era Dios, sobre la tierra me sometí a las leyes de la moral: sentí hastío, miedo, tristeza, gocé de la amistad, me horroricé de la traición, temblé hasta sudar sangre al pensar lo que tenía que sufrir, recé como un hombre humilde que necesita de todo.
También María por ello recibió, en forma evidente, el Espíritu Santo. También las más grandes almas deben seguir el camino que todos siguen, en las manifestaciones
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externas, se entiende, sin distinción, sin vanagloria, sin darse unos aires que no son más que soberbias alimentadas de hipócrita humildad. Sencillez siempre para que el Espíritu venga a vosotros con gusto. Y después saber retener el Espíritu Santo con una pureza vivísima. Él no se detiene donde hay impureza. En fin fidelidad a sus inspiraciones.
Él es, diré así, el Apóstol eterno y divino que predica incansablemente a las almas la doctrina del Cristo, que os la ilumina y explica. Pero si es mal acogido, si las puertas de los corazones se cierran ante su presencia, si es recibido con ira, Él hace lo que Yo dije a mis Apóstoles: se va y su paz vuelve a Él mientras que vosotros os quedáis sin ella.
Dios no se impone salvo en casos especiales. Él está siempre dispuesto a intervenir en vuestra ayuda. Pero quiere de vosotros el deseo de recibirle, la voluntad de escucharle, el coraje de seguirle, la generosidad de confesarle. Entonces Él os abraza, os penetra, os eleva, os inflama, os deifica, os hace cambiar vuestra pobre naturaleza animal en una totalmente espiritual, os deifica y como un águila en vuelo os lleva alto, a los reinos de la Luz, a regiones de pureza, os acerca al Sol de la caridad y os calienta, hasta que os abre las puertas de su Reino para una eternidad de bienaventuranza».
14 de junio Después de la Comunión
Dice Jesús:
«Antes escucha lo que te digo y después, por obediencia al Padre, copiarás la lección sobre los consagrados.
¿Sabes por qué, María, te son iluminadas cosas que están reservadas sólo para ti? Porque tú no te has contentado con seguir a Jesús hasta el Cenáculo, sino que has entrado, detrás de tu Esposo de dolor, también en la habitación de la tortura. Se requiere mucha generosidad, mucha caridad, mucha fidelidad para hacer esto, y Yo . sé premiar éstos tres muchos.
Cuando fui arrestado, apóstoles y discípulos, que habían sabido seguirme jurándome fidelidad hasta la fracción del pan, huyeron. Solamente dos me siguieron. Juan el amado y Pedro el impulsivo. Pero Pedro, como todos los impulsivos, quebró su ímpetu ante el primer escollo de la dificultad y del miedo, y se paró en la puerta. Juan, el todo amor, desafió todo y a todos, y entró.
Juan tuvo más valor en aquel instante que en todo el resto de su vida. Después, durante el largo apostolado, estaba corroborado por el Espíritu Santo y ayudado, en los primeros años, por mi Madre, Maestra de fortaleza y de apostolado. Además había sido afianzado en la fe de mi Resurrección, por los primeros milagros, por ver propagarse cada vez más mi doctrina.
Pero aquella noche estaba solo. Tenía contra sí una muchedumbre embrutecida, Satanás susurraba sus dudas para arrastrar a los demás, especialmente a los fieles, a la duda que es el primer paso de la negación. Tenía en contra el miedo de su carne que sentía el peligro del Maestro, y que sentía desbordarse el mismo peligro sobre sus seguidores.
Pero Juan, amor y pureza, permaneció y entró detrás de su Maestro, de su Esposo, de su Rey. Rey de dolor, Esposo de dolor, Maestro de dolor.
Hasta que un alma no acepta ser admitida en el «secreto del dolor» que Yo, Cristo, he saboreado hasta el fondo, no puede pretender conocer a fondo mi doctrina, ni tener
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luces que sobresalgan de las pequeñas luces concedidas a todos.
Yo emano de mi Frente coronada de espinas, de mis manos traspasadas, de mis pies horadados, de mi pecho desgarrado, rayos de luz especial. Pero éstos van a quienes se. unen a mis Llagas y a mi dolor y encuentran el dolor y las llagas más hermosos que cualquier otra cosa creada.
La estigmatización no es siempre cruenta. Pero cada alma enamorada de Mí hasta el punto de seguirme en la tortura y en la muerte que es vida, lleva mis estigmas en su corazón, en su mente.
Mis rayos son armas que hieren y luces que iluminan. Son gracia que entra y vivifica, son gracia que instruye y eleva.
Por mi benignidad doy a todos, pero doy infinitamente a quien se da totalmente a Mí. Y cree, en verdad, que si las obras de los justos están escritas en el gran Libro que será abierto el último día, las obras de mis amantes hasta el holocausto, las obras de las víctimas voluntarias, a semejanza mía, para la redención de los hermanos, están escritas en mi Corazón, y nunca, por los siglos de los siglos, serán canceladas.
El que tú no puedas explicar cómo ocurre el fenómeno de ver algunas cosas especiales, reservadas sólo para ti, muy iluminadas, es natural. Ni siquiera lo intentes explicar. Dirías muchas palabras y no dirías nada. Son cosas que se aceptan y no se explican, ni siquiera a sí mismos. Se aceptan con sencillez de niño, con sencillez de pa- loma.
Se da al prójimo lo que el buen Jesús dice que se le dé, y se tiene para sí mismo el resto como margaritas preciosas encerradas en el corazón, tratando de merecer muchas otras con una vida sumergida totalmente en la caridad, en la fidelidad, en la generosidad, en la pureza».
Oída el día 10 de junio y copiada hoy 14.
Dice Jesús:
«Ora, ofrenda y sufre mucho por mis sacerdotes. Mucha sal se ha vuelto insípida y las almas sufren por ello perdiendo el sabor de Mí y de mi Doctrina.
Hace algún tiempo que te digo esto, pero tú no quieres escucharlo. Y no quieres escribirlo. Te retraes. Entiendo el por qué. Pero antes que tú otros han hablado de ello, por mi inspiración, y eran santos. Es inútil querer cerrar los ojos y los oídos para no ver y para no oír. La verdad grita incluso con el silencio. Grita con los hechos que son la palabra más fuerte.
¿Por qué ya no repites la oración de M. Magdalena de Pazzi? Antes la decías siempre. ¿Por qué no ofreces parte de tus sufrimientos cotidianos por todo el Sacerdocio? Oras y sufres por mi Vicario. Está bien. Oras y sufres por algún consagrado o consagrada que se encomiendan a ti o hacia los cuales tienes especial deber de gratitud. Está bien. Pero no es suficiente. Y por los otros ¿qué haces? Has puesto una intención de sufrimiento por el clero el miércoles.
No basta. Es necesario que todos los días ores por mis sacerdotes y que ofrezcas parte de tus sufrimientos por esto. No te canses nunca de orar por ellos que son los mayores responsables de la vida espiritual de los católicos.
Si basta que un laico haga por diez para no escandalizar, mis sacerdotes deben hacer por cien, por mil. Deberían ser semejantes a su Maestro en pureza, caridad, desapego de las cosas del mundo, humildad, generosidad. En cambio el mismo relajamiento de vida cristiana que hay en los laicos está en mis sacerdotes y en general
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en todas las personas consagradas por votos especiales. Pero de éstas hablaré después 31.
Ahora hablo de los sacerdotes, de quienes tienen el honor sublime de perpetuar desde el altar mi Sacrificio, de tocarme, de repetir mi Evangelio.
Deberían se llamas. En cambio son humo. Hacen fatigosamente lo que deben hacer. No se aman entre ellos y no os aman a vosotros como pastores que deben de estar preparados para darse completamente, incluso con el sacrificio de la vida, por sus ovejitas. Vienen a mi altar con el corazón lleno de preocupaciones de la tierra. Me con- sagran con su mente en otra cosa y ni siquiera mi Comunión enciende en su espíritu esa caridad que debe estar viva en todos pero que debe ser vivísima en mis sacerdotes.
Cuando pienso en los diáconos, en los sacerdotes de la Iglesia de las catacumbas, y les comparo con los de ahora, siento una infinita piedad por vosotros, multitudes que os quedáis sin, o con demasiado poco alimento de mi Palabra.
Aquellos diáconos, aquellos sacerdotes tenían en contra a toda una sociedad malévola, tenían en contra al poder constituido. Aquellos diáconos, aquellos sacerdotes debían desempeñar su ministerio entre mil dificultades; el más incauto movimiento les podía hacer caer en manos de los tiranos y conducirles a morir escarnecidos. Sin embargo, ¡cuánta fidelidad, cuánto amor, cuánta castidad, cuánto heroísmo había en ellos! Han cimentado con su sangre y con su amor la Iglesia naciente y de cada uno de sus corazones han hecho un altar.
Ahora resplandecen en la Jerusalén celestial como tantos altares eternos sobre los cuales Yo, el Cordero, descanso complaciéndome en ellos, mis intrépidos confesores, los puros que han sabido lavar las suciedades del paganismo que les había saturado de sí durante años y años antes de su conversión a la Fe, y que salpicaba su fango sobre ellos incluso después de su conversión, como un océano di barro contra rocas inquebrantables.
Se habían lavado en mi Sangre y habían venido a Mí con blancas estolas que tenían por adorno su sangre generosa y su caridad vehemente. No tenían vestidos externos, ni signos materiales de su milicia sacerdotal. Pero eran Sacerdotes en el ánimo.
Ahora existe el vestido externo, pero el corazón ya no es mío.
Tengo piedad de vosotros, greyes sin pastores. Por esto todavía detengo mis rayos: porque tengo piedad. Sé que mucho de lo que sois proviene de que no estáis sostenidos.
¡Son demasiado pocos los sacerdotes verdaderos que se parten a sí mismos para prodigarse a sus hijos! Nunca como ahora es necesario rogar al Dueño de la mies, que mande verdaderos obreros a su mies que cae mustia porque no es suficiente el número de verdaderos incansables obreros, sobre los cuales se posa mi ojo con bendiciones y amor infinitos y agradecidos.
Si hubiera podido decir a todos mis Sacerdotes: «¡Venid, siervos buenos y fieles, entrad en el gozo de vuestro Señor!».
Reza por el clero secular y por el conventual.
El día en que en el mundo no hubiera más sacerdotes realmente sacerdotales, el mundo terminaría en un horror que la palabra no puede describir. Habría llegado el momento de la «abominación de la desolación». Pero llegado con una violencia tan
31 En el dictado del 15 de junio
MARÍA VALTORTA CUADERNOS DEL 1943
espantosa, de ser un infierno traído sobre la tierra.
Reza y di que se rece porque toda la sal no se haga insípida en todos menos en Uno, en el último Mártir que estará para la última Misa, porque hasta el último día existirá mi Iglesia militante y el Sacrificio será cumplido.
Cuantos más verdaderos sacerdotes existan en el mundo cuando se hayan cumplido los tiempos, menos largo y cruel será el tiempo del Anticristo y las últimas convulsiones de la raza humana. Porque «los justos» de los que hablo cuando predigo el fin del mundo, son los verdaderos sacerdotes, los verdaderos consagrados en los conventos esparcidos sobre la tierra, las almas víctimas, hilera desconocida de mártires que sólo mi ojo conoce mientras que el mundo no les ve, y quienes actúan con verdadera pureza de fe. Pero estos últimos son, aun sin que ellos lo sepan, consagrados y víctimas».
15 de junio
Dice Jesús:
«Es natural que el demonio trate de turbarte. Ya no puede hacerlo sobre la carne, y por eso trata de turbar tu espíritu.
Él cumple con su trabajo. Esto es, intenta desanimar a las almas, asustarlas, hacerlas titubear. Generalmente trata de hacerlas pecar para separarlas de Mí. Cuando no lo logra, porque el alma está bien vigilante y la asechanza no entra, entonces intenta asustarla y meterle pensamientos aparentemente buenos, pero que en realidad son nocivos.
Ves, María. Entre el pensamiento: «Yo seré santa» y el pensamiento: «Es imposible que yo llegue a ser santa», el más peligroso y el más contrario a Mí es el segundo. El primero no es acto de soberbia, si está corroborado por todos los esfuerzos de la voluntad para alcanzar la santidad.
Yo he dicho: «Sed perfectos como mi Padre». Diciendo así, no os he hecho una simple exhortación, sino que os he dado un dulce mandato, dándoos la medida de la perfección: la de Dios, el Perfectísimo. Porque Yo os hubiera querido a todos perfectos para teneros a todos a mi alrededor para siempre.
El alma debe por ello aspirar a la santidad, decir a sí misma: «Quiero llegar a ser santa» sin titubeos, sin flaquezas. ¿Reconocéis que sois débiles? Pero Yo sé, mejor que vosotros, que sois débiles, y sin embargo os he dicho: «Sed perfectos», porque sé que si lo queréis, con mi ayuda, podéis ser perfectos, es decir santos.
Esto el Maligno no lo quiere. Sabe bien -porque es inteligentísimo- que cuando un alma ha dado el primer paso en el camino de la santidad, ha saboreado el primer bocado de la santidad, cuyo sabor es inefable, se hace añorante de santidad y para él está perdida. Entonces crea pensamientos de falsa modestia y de desconfianza.
«No es posible que yo merezca el Paraíso. Por cuanto Dios sea bueno, ¿es posible que me pueda perdonar, ayudar? ¿Es posible que yo, incluso con su ayuda, lo pueda contentar? No sirvo para nada».
O también silba sus insinuaciones. «¿Pero te crees que tú puedas llegar a ser santa? Lo que experimentas, sientes, ves, son ilusiones de una mente enferma. Es tu soberbia quien te lo hace pensar. ¿Tú santa? ¿Pero no recuerdas esto… esto… esto? ¿Y no recuerdas lo que ha dicho Cristo? Tú pensando así cometes un nuevo pecado, el mío. Piensas ser semejante a Dios…».
Déjalo silbar. No merece respuesta. Lo que experimentas es de Dios, lo que piensas
MARÍA VALTORTA CUADERNOS DEL 1943
es mi deseo que se repercute en ti. Por eso es algo santo. Te he dicho cuál es mi signo. Es la paz. Cuando en ti sientes paz es señal de. que lo que experimentas, sientas, ves, piensas es cosa de Dios. Continúa sin titubear. Yo estoy contigo.
Cuando nuestro Enemigo trata de fastidiarte demasiado, di: «Dios te salve María, Madre de Jesús, me confío a ti». El demonio tiene todavía más aversión del nombre de María que de mi Nombre y de mi Cruz. No lo logra, pero trata de dañarme en mis fieles de mil maneras. Pero solamente el eco del nombre de María le hace huir. Si el mundo supiera llamar a María, estaría salvado.
Por tanto invocar nuestros dos Nombres juntos es algo poderoso para hacer caer rotas todas las armas que Satanás lanza contra un corazón que es mío. Por sí solas las almas son todas nada, debilidad. Pero el alma en gracia ya no está sola. Está con Dios. Por eso cuando el otro te turba con reflexiones de falsa modestia o de temor, siempre debes pensar: «No soy yo quien piensa ser santa, sino que es Jesús quien quiere que yo lo sea. Somos nosotros: Jesús y yo. Dios y yo, quienes queremos que
esto suceda para su gloria».
¿Acaso no he dicho Yo: «Cuando dos estén reunidos juntos para orar, el Padre les concederá lo que pidan»? ¿Pero qué será cuando Uno de los dos es el mismo Jesús? Entonces el Padre concederá la gracia solicitada con medida plena, rebosante, abundante. Porque el Hijo es poderoso en el Padre y todas las cosas están hechas en nombre del Hijo».
Dice Jesús:
«En la lección sobre los sacerdotes 32 he dicho .que te habría hecho reflexionar sobre las necesidades de las personas consagradas con votos especiales, pero que no son sacerdotes. Es decir las vírgenes encerradas en los monasterios y conventos esparcidos por todo el mundo.
En la mente de los fundadores estos lugares deberían de haber sido tantas casas de Betania en las que Yo cansado, disgustado, ofendido, perseguido, pudiera encontrar amparo y amor. Y habrían debido ser, siempre en la mente de los fundadores, tantas cimas donde, en soledad y en oración, las almas puras habrían continuado orando por los habitantes del mundo, que luchan y generalmente no rezan.
Castidad, no sólo de la carne sino del pensamiento y del alma, caridad vivísima, oración, mejor dicho: oración .continua que las ocupaciones no turban, amor a la pobreza, respeto a la obediencia, silencio exterior para oír en el interior la voz de Dios, vocación al sacrificio, espíritu de verdadera penitencia, he aquí las virtudes que deberían compenetrar los corazones de todas las mujeres que se han dado a Mí con votos especiales.
Si fuera así, cada día habría un arder de incienso s espirituales y un lavado de aromas espirituales que purificarían la tierra, subiendo después a mi trono. Y la triste cizaña del pecado sería destruida poco a poco. Porque quien ora obtiene, y si de hecho se orase intensamente por los pecadores se obtendría su conversión.
En cambio vosotros oráis por vosotros mismos. Esto es egoísmo e hiere la caridad. No todas, pero gran parte de las almas que están en los conventos, ¿por qué han entrado? Veamos juntos el por qué. Te vendrá espontáneamente la necesidad de orar por estas almas fuera de camino, mucho más que si se hubieran quedado en el mundo.
32 Del 10 (14 de junio)
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Muchas han entrado por exaltación, obedeciendo un impulso bueno en sí pero que no han corroborado con firme propósito, por severa reflexión y verdadera vocación. Han visto el arado, en una hora de sol sobre un campo florecido, y han puesto la mano encima sin pensar si tenían la fuerza de arar a sí mismas con la reja tremenda de las renuncias. Las flores caen, el sol se oculta. Viene la tierra pedregosa, dura, atribulada, espinosa, viene la noche negra y borrascosa. Estas almas que han cedido a un sueño sin reflexionar, se encuentran desoladas en un mundo que no es suyo, en el cual no saben moverse sino malamente. Sufren y hacen sufrir.
Otras han entrado después de una desilusión. Han creído que estaban muertas. En cambio estaban sólo desfallecidas. Incluso dejando aparte la reflexión de que a Dios se le deben ofrecer las primicias y no las sobras, se necesitaría reflexionar siempre si se trata realmente de muerte del alma al mundo, o si sólo es una herida grave. Toda herida no mortal sana, y se vuelve más sanos que antes. También éstas, mejor dicho éstas más que aquéllas, después se encuentran turbadas porque, además de entender que el mundo monástico no es el suyo, llevan dentro cosas del mundo externo: recuerdos, añoranzas, nostalgias, deseos. En el silencio del claustro estas cosas son como vinagre sobre una llaga: la provocan, la irritan, todo lo envenenan, se vuelven inquietas, rencorosas, mordaces. También éstas sufren y hacen sufrir sin mérito alguno.
Tercera categoría: aquellas que entran por interés. Están solas, pobres, miedosas de la vida, sin un oficio o una profesión que les asegure. Se retiran. Toman la casa de Dios por un albergue seguro donde hay una cama y una mesa. Se aseguran el mañana. Pero de Dios nadie se burla y no se le engaña. Dios ve en el fondo de los corazones.
¿Qué pensará Dios de éstas?
En fin están las almas que se dan a Dios con pureza de sentimiento y verdadera vocación. Éstas son las perlas. Pero son pocas respecto de las otras. También éstas pueden estropearse y enfermarse. También las perlas se enferman. Es difícil que en una vida monástica no se dé nunca el asalto de un germen que trata de estropear la perla que se ha dado a Dios.
Mi gracia les ayuda. Pero es necesario orar por ellas. La Comunión de los Santos está para esto. Nadie es tan mezquino que su oración no sirva. Dios, atraído por una oración que sube del mundo, puede bajar como fuerza en el corazón de una esposa mía que vacila en un convento.
La humanidad no muere en el ser humano cuando atraviesa el umbral de un monasterio. La humanidad no muere nunca. Ella entra, desgraciadamente, dentro de los sagrados muros y me echa a Mí. Ella crea las pequeñeces, los rencores, los celos impulsivos, disipa, estorba, enfría. Es cierto que hace aumentar en céntuplo la santidad de las «santas». Pero no es suficiente.
Orar, orar, orar por mis esposas. Que las ilusas, las desilusionadas, las interesadas, comprendan y sepan añadir la cruz de su error a las demás de la vida conventual para hacerse un nuevo peldaño en la escalera que sube hasta el Cielo. Es inútil ser ramos de flores puestos sobre un altar, si esas flores permanecen humanas. Yo quiero flores espirituales.
¿Sabes qué diferencia hay entre un alma que vive en lo humano y un alma que vive en lo espiritual? Tú tienes tantas flores en la habitación y sientes mucho perfume. Pero confiesas que todas esas rosas, claveles, lirios, jazmines, no te dan ni siquiera el más lejano parecido con el «perfume» que sientes a veces y que viene de reinos sobrenaturales. Aquél es perfume de cielo y éste de tus flores perfume de tierra.
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Lo mismo es para las almas. Aquéllas verdaderamente místicas emanan un perfume celestial, las otras un perfume humano. Éste puede ser admirado por el mundo, pero Yo no lo aprecio.
Yo quiero que mis conventos sean invernaderos de cielo donde caen, como hojas muertas, las preocupaciones humanas, las soberbias, las envidias, las críticas, los egoísmos, las falsedades. Es inútil observar la regla hacia el exterior si el interior está manchado por venenos humanos.
La oración no sube cuando hay un lastre de humanidad colgado en las alas y la oración no puede desarrollarse. La oración no se propaga sobre la tierra para salvar a los pecadores y no sube para consolarme, si se ha hecho espesa por mucho fango humano. Entonces es inútil consagrarse a Mí si el sacrificio de la libertad no debe dar el fruto para el cual son ideados ciertos sacrificios.
Todo muere cuando falta la caridad, sobre todo ésta, porque mi caridad vuelve puros, buenos, desapegados de todo lo que no es Dios, amantes de la Cruz y de las cruces; porque la caridad hacia el prójimo hace pacientes, dulces, generosos.
El mundo puede ser ayudado por las vírgenes. Pero las vírgenes deben ser ayudadas por las víctimas».
16 de junio
Dice Jesús:
«Cada época ha tenido sus formas de piedad.
La Iglesia ha nacido entre las olas agitadas del mundo. Vírgenes y consagrados vivían mezclados entre la muchedumbre pagana, llevándole el perfume de Cristo que les saturaba, y han conquistado el mundo para Cristo.
Después vino la época de las austeras segregaciones. Enterrarse para el mundo era, según la visión de aquel tiempo, necesario para la perfección y la continua redención de las almas. Desde los monasterios, los eremitorios, las celdas muradas, ríos de sacrificios y de oraciones se esparcieron sobre la tierra, descendieron al Purgatorio, subieron al Cielo.
Más tarde vinieron los conventos de vida activa. Hospitales, asilos, escuelas, se beneficiaron de esta nueva manifestación de la religión cristiana.
Pero ahora, en el mundo pagano de un nuevo paganismo todavía más atroz porque es más demoníacamente sutil, son necesarias de nuevo almas consagradas que vivan en el mundo como en los primeros tiempos de mi Iglesia, para perfumado de Mí. Ellas resumen en sí la vida activa y la contemplativa en una palabra sola: «Víctimas».
¡De cuántas víctimas tiene necesidad este pobre mundo para obtener piedad! Si los hombres me escucharan, a cada uno diría mi amoroso mandamiento: «Sacrificio, penitencia, para ser salvados». Pero sólo tengo a las Víctimas que sepan imitarme en el sacrificio, que es la forma más alta del amor.
¿Qué he dicho Yo? «En esto se entenderá si sois mis discípulos: si os amáis recíprocamente… No hay mayor amor de quien da la vida por sus amigos».
Las víctimas han llevado el amor tan en alto que tiene una forma semejante al mío. Las víctimas se dan a sí mismas por Mí porque Yo estoy en las almas, y quien salva a un alma me salva a Mí en esa alma.
Por tanto no hay amor mayor por Mí que el inmolarse por Mí, vuestro Amigo, y por las pobres almas pecadoras que son nuestros amigos caídos. Digo: nuestros, porque
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donde hay un alma enamorada está también Dios con ella, y por eso somos dos.
Muchas veces piensas con añoranza en la vida claustral. Pero piensa, alma mía, que el ser víctima te hace semejante a las claustrales más austeras. La víctima adora, la víctima expía, la víctima ora. La oración de una víctima es igual a la de la claustrada con la dificultad, además, de tener que vivir de oración entre las disipaciones del mundo.
También aquí Yo soy tu ejemplo. Yo, Víctima, he sabido adorar, orar, expiar, estando en el mundo. Se puede ser almas víctimas de áurea perfección estando entre la muchedumbre, y no sedo estando bajo el cierre de una doble reja. También aquí es el amor lo que cuenta y no las formas externas.
¿ Cómo se hace para ser víctimas? Viviendo con un único pensamiento: consolarme redimiendo a los demás. Los demás se redimen con el sacrificio. A Mí se me consuela con el amor y encendiendo el amor en los corazones apagados. La vida de la víctima es un no pertenecerse más perpetuo, un derramarse continuo, un arder incesante.
Pero a quien sabe vivir así, le viene concedida la Invisible Presencia de la que también tú gozas. Porque Yo estoy donde están mis apóstoles y mis mártires. Y las víctimas son mártires y apóstoles».
Dice aún Jesús:
«Para preservar a los cuerpos de la corrupción de la muerte,
desde tiempos antiquísimos, han sido usados aromas especiales que detienen la putrefacción y conservan los cadáveres. Pero, ¡oh hombres que espiritualmente caéis a pedazos, macerados por las corrupciones de toda una sociedad contaminada hasta la médula!, pero, ¡oh pobres hombres por. los cuales he muerto inútilmente!, ¿por qué no usáis para vosotros los aromas que detienen vuestra corrupción?
Yo os los he enseñado. Os los he enseñado con la vida, con la palabra, con la muerte. En mi Evangelio está la norma para vivir sanos en la carne y en el alma, en el pensamiento y en la acción. Y ese Evangelio lo he vivido durante mis treinta y tres años de vida.
Vosotros no podéis decirme, como podéis decir de vuestros falsos profetas: «Has predicado una cosa, pero has hecho otra». No. Jesús fue Maestro no sólo de palabra, sino de obra.
Os he enseñado a preferir la pureza y la continencia a la lujuria, la sobriedad a la crápula, la fidelidad al engaño, el trabajo al ocio, la honradez al fraude, el respeto de las autoridades a la rebelión, el amor por la familia a la disipación, la misericordia a la dureza, la humildad a la soberbia, la justicia a la violencia, la sinceridad a la mentira, el respeto de la inocencia al escándalo, la fe a la incredulidad, el sacrificio al goce. Pero estas cosas Yo, Dios, las he hecho antes que vosotros.
Vosotros lo habéis pisoteado todo y habéis bailado, como necios, sobre las máximas divinas en las que estaba vuestro bien en ésta y en la otra vida.
Vosotros habéis aumentado el saber en todos los campos menos en el único necesario. En el conocimiento de mi Evangelio. Vosotros os habéis saciado de todos los alimentos menos del único necesario: mi Palabra. Habéis creído que os alzabais hasta el nivel del superhombre. Os habéis convertido sólo en súper animales. El superhombre lo crea mi Ley porque os deifica y os hace eternos. Todo lo demás no os alza. Sólo os hace enloquecer.
Martha me dijo: «Maestro, hace cuatro días que está en el sepulcro y ya huele mal».
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Pero vosotros ¿desde hace cuántos siglos estáis? Os hundís cada vez más en el sepulcro y en la podredumbre de muerte. Ni siquiera mi Voz os mueve. Ni siquiera mi llanto.
Pero ¿cómo podéis estar contentos, así degradados? Teníais el Cielo, erais herederos de Dios. ¿Ahora qué sois? Una masa de leprosos y de poseídos por los demonios que os trituran, os matan, os hacen delirar, os arrastran al fuego incluso antes de que muráis. Tenéis el fuego del infierno en la mente y en el corazón. ¡Y Yo os había puesto el fuego suavísimo de la caridad!
Los aromas para salvaros de la total podredumbre son Penitencia, Sacrificio y Caridad. ¿Pero los querréis usar? No. No miráis al Maestro crucificado que con su sacrificio os ha dado nuevas almas capaces de vida eterna, que os ha lavado con su Sangre y sus lágrimas de la lepra del pecado. No lo miráis. Él os habla de bondad, de amor, de sacrificio. Vosotros queréis ser malos, queréis odiar, queréis gozar.
Vosotros levantáis vuestro puño amenazador contra la gran Víctima y las pequeñas víctimas que tratan de infundiros una vida nueva, y lanzáis vuestra burlona blasfemia.
¡Atentos, hombres obstinados! La paciencia de Dios es inmensa, pero no os está concedido tentarla demasiado, porque está dicho por Mí: «No tentarás al Señor tu Dios»».
17 de Junio
Dice Jesús:
«Te quiero hablar de la prudencia humana.
La prudencia sobrenatural es una gran virtud. Pero la prudencia humana no es una virtud. Vosotros, hombres, habéis aplicado este nombre, como una falsa etiqueta, a sentimientos impropios y no virtuosos. Así como llamáis: caridad, a la moneda que dais al pobre.
Pero si vosotros dais una limosna, incluso vistosa, y la dais para ser vistos y aplaudidos por el mundo, ¿creéis que hacéis un acto de caridad? No. Desengañaos. Caridad quiere decir: amor. Caridad es, por tanto, tener piedad y amor por todos los necesitados de la tierra. No hace falta dinero para hacer un acto de caridad. Una palabra de consejo, de consuelo, de dulzura, un acto de ayuda material, una oración, son caridad. Una limosna dada con grosería, humillando al pobre, en el que no sabéis verme, no es caridad.
Lo mismo ocurre con la prudencia. Vosotros llamáis prudencia a vuestra vileza, a vuestro anhelo de vivir tranquilos, a vuestro egoísmo. Tres cosas que ciertamente no son virtud. .
También en vuestras relaciones con la religión sois amantes del vivir tranquilo. Cuando sabéis que una franca profesión de fe, que una expresión, dicha como os la susurra el Espíritu de Verdad, pueden quitaros autoridad, dadores de trabajo, maridos, hijos, padres, de los que esperáis ayuda material, vuestra humana prudencia os hace encerraros en un silencio que no es prudente sino cobarde, cuando no culpable, porque llegáis a negar, a renegar, perjurando, vuestros sentimientos más espirituales.
Pedro fue el primero que en la hora del peligro, por una prudencia humana, llegó a negar que me conociera. Yo lo permití, esto, para que arrepentido, pudiera después compadecer y perdonar a los hermanos pusilánimes. ¡Pero cuántos «Pedro s» desde entonces hasta ahora! Tenéis siempre ante la mente un interés mezquino, y lo ante-
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ponéis y tuteláis en perjuicio del interés eterno que os fructifica la Verdad valiente y valientemente profesada.
Ante ciertas manifestaciones de Dios, vosotros, pobres hombres, no tenéis ciertamente la valentía de Nicodemo y de José, que en una hora tremenda para el Nazareno y para sus seguidores supieron adelantarse para pensar en Mí contra la hostilidad de toda Jerusalén. Tú misma, a veces, te quedas un poco perpleja ante ciertas expresiones mías y las quisieras hacer menos tajantes.
La prudencia humana os guía. La lleváis a todas partes. Hasta en las obispalías, hasta en los conventos. ¡Cómo habéis cambiado en relación con los primeros cristianos que no tenían en cuenta nada de cuanto fuera humano y miraban solamente el Cielo!
Es verdad que Yo he dicho que seáis prudentes como las serpientes, pero no con una prudencia humana. Os he dicho también que para seguirme hay que ser audaces contra todos. Contra el amor a sí mismos; contra el poder, cuando os persigue porque sois mis seguidores; contra el padre, la madre, la esposa, los hijos, cuando éstos quieren, por afecto humano y preocupación terrena, impediros que sigáis mi Camino, porque sólo una cosa es necesaria: salvar la propia alma incluso perdiendo la vida de la carne para obtener la Vida eterna» .
18 de junio
Dice Jesús:
«Para mantener las fuerzas físicas hay que nutrir el cuerpo. El indigente que no puede comprar alimento, lo mendiga a los ricos. Normalmente pide pan. Sin el pan es imposible la vida.
Vosotros sois pobres que necesitáis alimento para vuestra alma. A vuestra pobreza Yo he dado el Pan eucarístico. Él os nutre la médula del alma, da vigor al espíritu, sostiene las fuerzas espirituales, aumenta el poder de todas las facultades intelectuales, porque donde hay vigor de vida hay también vigor de mente.
Alimento sano que comunica salud. Alimento verdadero que infunde vida verdadera.
Alimento santo que suscita santidad. Alimento divino que da a Dios.
Pero además de pobres sois enfermos, débiles no sólo por la debilidad que produce la falta de alimento y que cesa con éste. Sois débiles por las enfermedades que os extenúan. ¡Cuántas enfermedades tiene vuestra alma! ¡Cuántos gérmenes os inocula el Maligno para crear estas enfermedades! A quien está débil y enfermo es necesario darle no sólo pan sino también vino.
Yo en mi Eucaristía os he dejado los dos signos de lo que necesita vuestra naturaleza de hombres pobres y vuestra debilidad de hombres enfermos. Pan que nutre, vino que fortalece.
Hubiera podido comunicarme a vosotros sin signos externos. Puedo hacerlo. Pero tenéis demasiada pesantez para captar lo espiritual. Vuestros sentidos externos necesitan ver. Vuestra alma, vuestro corazón, vuestra mente, se rinden solamente, y aún así con fatiga, ante las formas visibles y tocables. Es tan cierto que, aunque lleguéis a creer en Mí en la Eucaristía y a recibirme en la hostia, la gran mayoría no admitís la infusión del Espíritu en vosotros, de quien os vienen latidos, luces, impulsos de obras buenas.
Si creyerais con esa fuerza de la que es digna el Misterio, sentiríais, al recibirme, entrar en vosotros una vida. El acercarme a vosotros os debería arder como el
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acercarse a una caldera ardiente. Mi estar en vosotros os debería sumergir en un éxtasis que os abstrae ría lo profundo del espíritu en un rapto de Paraíso.
El fundirse de vuestra humanidad enferma con mi Humanidad perfecta os traería salud hasta física, por lo cual, enfermos corporalmente, resistiríais a las enfermedades hasta que Yo dijese «Basta» para abriros el Cielo. Os daría inteligencia para entender rápida y justamente. Os haría impenetrables a los asaltos desenfrenados o a las sutiles insidias de la Bestia.
En cambio puedo hacer poco porque entro donde la fe es lánguida, donde la caridad es superficial, donde la voluntad está en esbozo, donde la humanidad es más fuerte que el espíritu, donde, sobre todo, no os esforzáis en reprimir la carne para que emerja el espíritu.
No os esforzáis para nada. Esperáis de Mí el milagro. Nada me prohíbe cumplirlo.
Pero Yo quiero de vuestra parte al menos el deseo de merecerlo.
A quien se dirige a Mí gritando que le ayude e imitando la fe de las muchedumbres de Galilea, Yo me comunicaré no sólo con mi Cuerpo y mi Sangre, sino con mi Caridad, con mi Inteligencia, con mi Fuerza, con mi Voluntad, con mi Perfección, con mi Esencia. Estaré, en el alma que sabe venir a Mí, como estoy en el Cielo, en el seno del Padre del que procedo generando el Espíritu que es Caridad y vértice de perfección».
19 de junio Antepongo dos palabras de explicación.
Estaba orando, eran las 12 y aún oraba, porque en estas 6 horas de la mañana había sido interrumpida tantas veces que no había podido terminar mis oraciones matutinas. La última interrupción fue la visita de una joven madre angustiada. En fin, era mediodía y no había podido concentrarme en paz durante diez minutos seguidos.
Mientras ejercitaba abundantemente la paciencia, pensaba, para confortarme, en las palabras oídas anoche muy tarde, y confiaba en copiarlas para dar dulzura a mi corazón. Porque son palabras de una suavidad muy alta. Me ha quedado el alma perfumada. En cambio debo dejar de orar para escribir cuanto copio ahora y que me parece sea una respuesta a una pregunta suya formulada en una carta, pregunta en la que ya no pensaba.
Y ahora que he antepuesto este prólogo, sigo adelante, copiando antes las palabras de hoy y después las de anoche.
Dice Jesús:
«Hace días el Padre 33 ha escrito que se quedaba perplejo acerca de la verdadera fuente del flagelo actual «porque un reino dividido en sí mismo ya no es un reino». Mostraré al Padre que esto puede ser, siendo la división puramente aparente.
Lucifer, en sus manifestaciones, ha tratado siempre de imitar a Dios. Así como Dios ha dado a cada Nación su ángel protector, Lucifer le ha dado su demonio. Y como los diversos ángeles de las Naciones obedecen a un único Dios, así los diversos demonios obedecen a un único Lucifer. .
La orden dada por Lucifer a los diversos demonios en la presente vicisitud no es distinta según los Estados. Es una orden única para todos. De aquí se comprende que
33 Padre Migliorini
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el reino de Satanás no está dividido y por eso dura.
Esta orden puede ser enunciada así: «Sembrad horror, desesperación, errores, para que los pueblos se separen, maldiciéndole, de Dios»,
Los demonios obedecen y siembran horror y desesperación, apagan la fe, destrozan la esperanza, destruyen la caridad. Sobre las ruinas siembran odio, lujuria, ateísmo. Siembran el infierno. Y lo logran porque encuentran ya el terreno propicio.
También mis ángeles luchan para defender el País que les he asignado. Pero mis ángeles no encuentran terreno propicio. Por lo cual quedan derrotados respecto de los enemigos infernales. Para vencer mis ángeles deberían ser ayudados por almas vivientes en el Bien y para el Bien. Vivientes en Mí. Las encuentran. Pero son de- masiado pocas respecto de quienes no creen, no aman, no perdonan, no saben sufrir.
Es el caso de repetir: «Satanás ha pedido cribaros». Y, de la criba, resulta que la corrupción es como en los tiempos del diluvio, agravada por el hecho de que vosotros habéis tenido a Cristo y a su Iglesia, mientras en los tiempos de Noé esto no existía. Ya lo he dicho 34 y lo repito: «Esta es lucha entre Cielo e infierno». Vosotros no sois más que un falso disfraz. Detrás de vuestras tropas guerrean ángeles y demonios. Detrás de vuestros pretextos está la razón verdadera: la lucha de Satanás contra Cristo.
Ésta es una de las primeras selecciones de la humanidad, que se acerca a su última hora, para separar la mies de los elegidos de la mies de los réprobos. Pero desgraciadamente la mies de los elegidos es pequeña respecto a la otra.
Cuando Cristo venga para vencer al eterno antagonista en su Profeta encontrará pocos señalados, en el espíritu, por la Cruz».
Y ésta es la otra de anoche. Dice Jesús:
«Para obtener verdaderos frutos de la Eucaristía, no hay que considerarla como un episodio que se repite en épocas más o menos distantes en el tiempo, sino hacer de ella el pensamiento base de la vida.
Vivir pensando en Mí-Eucaristía que me apresuro a venir o que he venido a vosotros, haciendo del encuentro un continuo presente que dura cuanto dura vuestra vida. No separarse con el espíritu de Mí, obrar en el rayo que brota de la Eucaristía, no salir nunca de su órbita como estrellas que giran alrededor del sol y viven por mérito suyo.
También aquí te propongo como modelo a María. Su unión Conmigo debe ser el modelo de tu unión Conmigo. La vida de María, mi Madre, fue toda eucarística. La vida de María, la pequeña víctima, debe ser toda eucarística.
Si Eucaristía significa comunión, María vivió eucarísticamente casi toda la vida 35. Porque Yo estaba en mi Madre antes de estar, como hombre, en el mundo. Ni, cuando dejé de existir como hombre en el mundo, cesé de estar en Ella. No nos hemos separado más desde el momento en que la obediencia fue santificada hasta la altura de Dios, y Yo me hice carne en su seno tan puro que los ángeles lo son menos en comparación, tan santo como no llega a ser ningún sagrario que me acoja.
Sólo en el seno de Dios hay mayor perfección de santidad que la de María. Ella es, después de Dios Uno y Trino, la Santa de los Santos.
Si a vosotros mortales se os concediera ver la belleza de María como ella es,
34 En el dictado del 4 de junio
35 El concepto viene tomado nuevamente y explicado en el dictado del 2 de julio
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quedaríais raptados y santificados. No hay comparación en el Universo que sirva para deciros lo qué es mi Madre. Sed santos y la veréis.
Y si ver a Dios es la alegría de los bienaventurados, ver a María es la alegría de todo el Paraíso. Porque en Ella no se gozan sólo los coros angélicos y las hileras de los Santos, sino el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo la contemplan como la obra más bella de su Trinidad de amor.
Nunca nos hemos separado entre nosotros dos. Ella aspiraba a Mí con toda la fuerza de su corazón virginal e inmaculado esperando al Mesías prometido. Comunión purísima de deseo que Me atraía desde lo más hondo del Cielo. Más viva fue la comunión desde el momento de la bienaventurada anunciación hasta la hora de la muerte en la Cruz.
Nuestros espíritus estaban siempre unidos por el amor. Comunión de amor intensísimo y de inmenso dolor durante mi martirio y en los días de mi sepultura. Comunión eucarística después de la gloriosa Resurrección y Ascensión hasta la Asunción que fue eterna unión de la Madre purísima con el Hijo divino.
María ha sido el alma eucarística perfecta. Sabía retener a su Dios con un amor ardiente, una pureza súper angélica, una adoración continua. ¿Cómo separarse de ese corazón que vivía de Mí? Yo permanecía incluso después de la consumación de las especies.
Las palabras, dichas a mi Madre durante los treinta y tres años en que le fui hijo sobre la tierra, no son nada en comparación con los coloquios que Yo Eucaristía tuve con Ella Sagrario. Pero esas palabras son demasiado divinas y demasiado puras para que la mente del hombre las pueda conocer y sus labios repetir. En el Templo de Jerusalén sólo el Sacerdote entraba en el Santo de los Santos donde estaba el Arca del Señor. Pero en el Templo de la Jerusalén celestial sólo Yo, Dios, entro y conozco los secretos del Arca santísima que es María, mi Madre.
Esfuérzate por imitar a María. Y, dado que es algo demasiado arduo, di a María que te ayude. Lo que es imposible para el hombre, es posible a Dios, y posibilísimo si pedido en María, con María, por María»
20 de junio
Stma. Trinidad 36
Dice Jesús:
«Ahora que has visto 37, ¿has entendido lo que es la Eucaristía? Es mi Corazón que Yo distribuyo a vosotros. No podía haceros un don mayor y más amoroso.
Si cuando recibís la comunión supierais verme a Mí que os doy mi Corazón, ¿no os conmoveríais? Pues la fe debería ser tan fuerte y tan fuerte la caridad, como para haceros ver esto. Esta visión mental no debería constituir un don excepcional mío. Debería constituir la regla, la dulce regla. Y sería la regla si fuerais realmente mis dis- cípulos.
38 Entonces Me veríais, Me oiríais decir sobre el Pan y sobre el Vino las palabras de la consagración, partir y distribuir el Pan ofreciéndooslo con mis propias Manos. Mi sacerdote desaparecería porque Yo me sobrepondría a él para deciros: «He aquí el
36 Al margen, la escritora anota a lápiz: Escrito antes de la Comunión e interrumpido por su venida (refiriéndose al Padre Migliorini)
37 Está explicado en el escrito del 23 de junio
38 Al margen, la escritora anota a lápiz: Escrito después de la Comunión
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Cuerpo del Señor Jesucristo, mi Cuerpo que os debe guardar para la vida eterna». Ya la luz del amor veríais que Yo os ofrezco mi propio Corazón, la parte superperfecta de mi Cuerpo perfectísimo, esa de la que brota la Caridad misma.
He hecho esto por amor a vosotros: me he dado a Mí mismo. Y esto he hecho hoy por ti: he levantado el velo del Misterio y te he hecho conocer cómo vengo a vosotros, cómo me doy a vosotros, qué os doy de Mí, aunque vosotros no sabéis ver y entender. Basta por hoy. No tengo más palabras que decir. Mira y adora».
21 de junio
Dice Jesús:
«En los países de Oriente es fácil encontrar grandes cisternas de agua situadas precisamente en lugares tan áridos que sorprende el que se pueda encontrar tanta agua. Están alimentadas por venas secretas, hundidas en la arena o en las masas calcáreas, que desde hace siglos vierten su bendita riqueza en enormes cisternas seculares. Alrededor hay palmeras y otras plantas, muy verdes porque gozan de la humedad que exhala del suelo. Protegen el agua que así permanece fresca y no se seca por el sol ardiente que deseca todo el alrededor.
Son la bendición de los desiertos áridos. La bondad del Creador ha puesto esas profundas venas de agua en el suelo por piedad hacia los hombres y las nutre desde el día en que comenzó a existir la tierra.
A estas cisternas afluyen las caravanas, acuden los animales de los desiertos, y no es extraño que surja por allí cerca una pequeña aldea, en la frescura del oasis. Aldea que puede decirse vive del fluir de esa agua.
Ahora te pongo la comparación para el alma. La cisterna, que reúne las aguas para el bien propio y de los demás, es el alma que sabe acoger la gracia, que con un fluir incansable le llega por bondad de Dios. Su propia vida y la de tantos otros que están en contacto con ella se aprovecha de ésta y se hace frondosa con frutos eternos, mientras que los más desheredados, los infelices que no saben utilizar bien la gracia, los pródigos que la malgastan, los culpables. que la pierden, pueden, con su contacto, nutrirse, empaparse de ella, pensar cuán dulce es el agua del Señor, y son llevados a repetir el grito de la Samaritana: «Señor, dame de este agua».
Cree que, en verdad, si uno me pidiese de beber Yo enseguida le daría, aunque fuera el más pecador de todos los hombres, el agua viva de la gracia.
Pero hay que hacer una reflexión. Si el agua que se vierte desde las profundidades de la tierra encontrara la cisterna rota en sus bordes, ¿qué sucedería? Que el agua se saldría dispersándose por el suelo y haciéndose barro del que sólo gozarían animales lúbrico s e insectos nocivos. De hecho los orientales tienen mucho cuidado de sus cisternas y reparan las erosiones para que no se disperse ni siquiera una gota del precioso elemento.
Para que la gracia colme tu alma, está siempre atenta a que nada melle tu espíritu. Las faltas de fidelidad a la gracia son atentados a la incolumidad de la mística cisterna en la que Yo vierto, sin descanso, el agua que brota de un manantial de vida eterna y que da vida eterna. Por tanto, gran atención y gran fidelidad.
Luego, gran humildad. Las plantas verdes, que crecen lozanas en gracia por la humedad del suelo, y que sirven para tener fresca el agua impidiendo al sol que la evapore, son la humildad que se hace lozana en un alma que sabe cultivar la gracia y
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que con su lozanía impide al sol de la soberbia consumar el agua preciosísima.
Luego, gran caridad. La cisterna no vive para sí. Vive para los demás. Ha sido creada para los demás. De otro modo su existencia hubiera sido inútil. El alma que Yo colmo con mis dones de gracia debe estar alegre de que todos vengan a sacar agua de ella.
No cometas el feo pecado de la avaricia espiritual queriendo atesorar solamente para ti las riquezas que te doy. Te las doy gratuitamente, pero tú debes generosamente hacer a los demás partícipes de ella. Lo haces con las oraciones y los sufrimientos. Pero con mis palabras eres de una avaricia vergonzosa. Despójate de este defecto.
Yo he hablado a las multitudes. No he susurrado sólo al oído de los amigos. He hablado a amigos y enemigos, a judíos y gentiles, a cualquiera que estaba en el radio de mi Voz. Pretendo que cuanto digo a mis amigos de ahora no quede como tesoro sepultado por el avaro. Sería faltar a la caridad y podría hacer que Yo castigase al avaro y al desconfiado. Avaro, porque lo tiene sólo para sí; desconfiado, porque cree que Yo no tenga otras monedas para dar.
Mis riquezas son tales que los firmamentos no serían suficientes para acogerlas. Ellas se renuevan en cada instante, en cada latir, por ponerte una comparación humana, del gran corazón que es el fulcro de nuestra Trinidad. Vida inagotable, creación continua, renovación eterna.
Por tanto da libremente lo que Yo te doy. Con caridad, con generosidad, con humildad.
Este fluir en ti de las palabras divinas es un arma de dos filos. En uno está la humildad, en el otro la soberbia. Un corte da vida, el otro muerte. Porque todo don de Dios obliga a mayor perfección a quien lo recibe; so pena, en el caso contrario, de aumentar sobre su cabeza el juicio de Dios. A quien mucho se le da, mucho se le pedirá.
Por tanto, gran humildad. Dar anónimamente como Yo doy gratuitamente. Por justicia: piensa que nada es tuyo sino que todo es mío. Por respeto: recuerda que son palabras de Dios y sería indecoroso hacerlas pasar por tuyas. Por verdad: llamarlas tuyas sería mentira.
Y ahora continúa orando. Te doy mi paz».
Ahora hablo yo: son las 8 y 3/4 de la mañana.
Estaba orando, y apenas había comenzado cuando llegó esto. Para ahorrarme un poco de fatiga, porque tengo los hombros muy doloridos, he escrito incluso sobre el cuaderno. Es igual pues usted me ha prometido hacerme una copia. Como ve, no habiendo sido molestada con conversaciones inútiles, he podido escribir bajo dictado y, menos una palabra escrita mal en la primera página y rehecha, no hay ni una tachadura.
Esta parábola de las aguas me gusta mucho. Me refresca el alma y la carne, que arde de fiebre como el alma que siempre teme equivocarse. Tengo en efecto un poco de avaricia espiritual y me despojo de mala gana de los dones que me da el buen Jesús. Me parece que me arrancara un trozo de corazón y lo tirara bajo los pies de otros. Pero me corregiré de ello.
Como ve, desde mi cama he hecho, cogida de la mano por Jesús, un bonito viaje por las tierras del Sur. Nunca lo hubiera pensado cuando esta mañana me he despertado del breve e interrumpido sueño… Jesús sabe que me gusta viajar y me ha llevado entre
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palmeras y gacelas.
22 de junio
23:30 horas
Dice Jesús:
«Uno de los secretos para alcanzar la santidad es éste: no desviar nunca la mente de un pensamiento que debe regir toda la vida: Dios. El pensamiento de Dios debe ser como la nota sobre la cual todo el canto del alma se entona.
¿Has visto cómo hacen los artistas? Se mueven, van, vienen, parece que no miren abajo del escenario. Pero, en realidad, no pierden nunca de vista al maestro de música que les marca el tiempo. También el alma, para no equivocarse y para no distraerse -lo que le haría equivocarse- debe tener el ojo del alma siempre fijo en Dios. Hablar, trabajar, caminar, pero el ojo mental no debe perder de vista a Dios.
Segundo punto para alcanzar la santidad: no perder nunca la fe en el Señor. Cualquier cosa que suceda, creer que sucede por bondad de Dios. Si es algo penoso, incluso malo, y por ello querido por fuerzas extrañas a Dios, pensar que Dios lo permite por bondad.
Las almas que saben ver a Dios en cualquier lugar, saben también cambiar todas las cosas en moneda eterna. Las cosas malas son monedas fuera de curso. Pero si las sabéis tratar como se debe, éstas se hacen legales y os adquieren el Reino eterno.
Está en vosotros hacer bueno lo que no es bueno; hacer de las pruebas, tentaciones, desgracias -que arruinan completamente a las almas ya casi derrumbadas- puntales y fundamentos para edificar el templo que no muere. El templo de Dios en vosotros en el presente, el templo de la bienaventuranza en el futuro, en mi Reino».
23 de junio
9-10 horas
Dice Jesús:
«En el otro encuentro eucarístico te he hecho ver qué es la Eucaristía. Hoy te mostraré otra verdad eucarística. Si la Eucaristía es el corazón de Dios 39, María es el sagrario de ese Corazón.
Mira a mi Madre, eterno sagrario vivo en que desciende el Pan que viene del Cielo. Quien me quiere encontrar, pero encontrar con la plenitud de las dotes, debe buscar mi Majestad y Potencia, mi Divinidad, en la dulzura, en la pureza, en la caridad de María. Ella es quien de su corazón hace el sagrario para el corazón de su Dios y del vuestro.
El Cuerpo del Señor se ha hecho cuerpo en el vientre de María, y es mi Madre quien con su sonrisa os lo ofrece como si os ofreciera su amadísimo Niño depuesto en la cuna de su purísimo corazón materno. Es alegría de María, en el Cielo, daros su Criatura y daros su Señor. Con el Hijo os da su corazón sin mancha, corazón que ha amado y sufrido en medida infinita.
Es opinión difundida que mi Madre no haya sufrido más que moralmente. No. La Madre de los mortales ha conocido toda clase de dolor. No porque lo hubiera merecido. Era inmaculada y la herencia dolorosa de Adán no estaba en Ella. Sino porque, siendo
39 En los dictados del 4 de junio y del 20 de junio
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Corredentora y Madre de todo el género humano, debía consumar el sacrificio hasta el fondo y en todas las formas. Por ello sufrió, como mujer, los inevitables sufrimientos de la mujer que concibe una criatura, sufrió cansancios de la carne pesada con mi peso, sufrió al darme a luz 40, sufrió en la apresurada huida, sufrió falta de alimento, sufrió calor, hielo, sed, hambre, pobreza, fatiga. ¿Por qué no habría debido sufrir si Yo, el Hijo de Dios, me sometí a los sufrimientos propios de la humanidad?
Ser santos no quiere decir estar exentos de las miserias de la materia. Ser redentores, pues, quiere decir estar particularmente sujetos a las miserias de la carne que tiene sensibilidad dolorosa. La santidad y la redención se explican y se alcanzan con todos los modos, incluso con los dolores de muelas, por ejemplo. Basta que de las miserias carnales la criatura haga un arma de mérito y no de pecado.
María y Yo, hemos hecho de las miserias de la naturaleza humana muchas monedas de redención por vosotros. Incluso ahora sufre mi Madre cuando os ve tan sordos a la gracia, rebeldes a Mí. Santidad, lo repito, no quiere decir exclusión del dolor, sino más bien’ quiere decir imposición del dolor.
Agradece pues a María, que te me da con una sonrisa de madre, por todo el dolor que el ser mi Madre le ha comportado. ¡Nunca pensáis en decir gracias a María en cuyo seno me hice carne! Aquella carne que ahora os doy para nutriros para la vida eterna.
Basta. Contempla y adórame radiante en la Eucaristía, en el trono vivo que es el seno de María, la Madre purísima mía y vuestra»
Ahora explico yo. El domingo, no, el viernes 18 me parecía ver a Jesús junto a mi cama, se lo he mencionado. Pero no hacía nada. El domingo 20, antes de que usted viniera, mientras que usted estaba y tras su venida para la Comunión, me parecía ver a Jesús, no ya junto a la cama, sino al fondo, y me daba Él la hostia. Pero no tenía el copón en la mano: tenía su Corazón y me daba como hostia su Corazón quitándoselo del pecho. Era de una majestad y dulzura infinitas. Me explicó después el significado de la visión. La habrá encontrado en el cuaderno con fecha 20 de junio.
Esta mañana veo a la Virgen. Parece sentada, sonriente con amor, pero melancólica. Tiene el manto oscuro que le desciende desde la cabeza, abierto sobre el vestido también oscuro, parece marrón. En la cintura tiene un cinturón oscuro. Parecen tres tonos de marrón. En la cabeza, debajo del manto, debe tener un velo blanco porque entreveo un ligero filo.
En medio de su pecho irradia una Hostia grandísima y bellísima. y -lo que constituye lo admirable de la visión- parece que a través de las Especies (que aquí aparecen como un cuarzo bellísimo: son pan, pero parecen cristal brillante) aparezca un bellísimo niño. El Niño Dios hecho carne.
La Virgen, que tiene los brazos abiertos para tener abierto el manto, me mira y después inclina el rostro y la mirada adorantes sobre .la Hostia que destella en su pecho. En su pecho, no sobre el pecho. Es como si, por místicos rayos X, yo pudiera ver en el pecho de María, o mejor es como si los rayos X hicieran aparecer fuera lo que está dentro de María. Como si Ésta fuera de un cuerpo no opaco. No lo sé explicar.
40 De entenderse a la luz de los dictados del 7 de septiembre, del 15 de septiembre, del 27 de noviembre, del 8 de diciembre, del 18 de diciembre, del 25 de diciembre, del 29 de diciembre. Además, en la monumental obra sobre la vida del Señor, que será escrita por Maria Valtorta, se lee que la divina maternidad de la Virgen no comportó en Ella ningún dolor físico, que es fruto del pecado original, de cuya mancha Ella fue preservada; pero que la Virgen, siendo la Corredentora, sufrió toda clase de dolor, producido por las circunstancias y por los hombres, incluso respecto a su concebimiento y a su parto virginales.
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En fin yo veo esto y Jesús me lo explica 41. La Virgen no habla. Sólo sonríe. Pero su sonrisa es elocuente como mil palabras y aún más.
Como me gustaría saber pintar para hacer una copia y hacérsela ver. y sobre todo quisiera hacerle ver las distintas luminosidades. Son tres: una, de una apacible suavidad, constituida por el cuerpo de María, es la envoltura externa y protectora de la segunda, radiante y viva luminosidad constituida por la gran Hostia. Una luz victoriosa, diría, para usar palabra humana, que hace de envoltorio interno a la Joya divina que resplandece como fuego líquido de una belleza que no se puede describir y que es, en su infinita belleza, infinitamente dulce, y es el pequeño Jesús que sonríe con toda su carne tierna e inocente por su naturaleza de Dios y por su edad infantil.
Es un resplandor, este tercero, bajo los velos de los otros dos resplandores, que no hay parangón para describirlo. Es necesario pensar en el sol, en la luna, en las estrellas, tomar las distintas luces de todos los astros, hacer un único vórtice de luz que es oro fundido, diamante fundido, y esto da una pálida semejanza de cuanto ve mi corazón en esta hora bienaventurada. ¿Qué será el Paraíso envuelto
por esa luz?
Del mismo modo no hay parangón apto para explicar la dulzura de la sonrisa de María. Real, santa, casta, amorosa, melancólica, invitante, confortable… son palabras que dicen uno y deberían decir mil para acercarse a lo que es esa sonrisa virginal, materna, celeste.
24 de junio
Dice Jesús:
«Ahora has entendido lo que quería decirte con aquellas referencias bíblicas y qué relación tuvieran contigo 42. Has entendido por qué digo que esto «es tu pequeño Horeb de antes y de después». Frase que te había tenido la mente ocupada por muchos días y que en tu ignorancia bíblica no lograbas explicar. Has entendido también por qué desde ayer por la mañana Yo te susurre que tú por mucho tiempo has hecho lo que ya hizo mi antiguo Siervo y Profeta. Por el trabajo que te ha costado la búsqueda del pasaje que se refiere a ti, ya no olvidarás el episodio.
Cuando el Padre obedeció a una inspiración mía -porque todo lo que es bueno para las almas se cumple por una inspiración mía- y te llevó la Biblia para que tú la conocieras, habría podido también decirte donde encontrar el pasaje al cual me refería. Pero hubiera sido demasiado fácil. He querido que lo encontraras por ti misma para persuadirte cada vez más de que esto no es un engaño, sino que es la verdad.
¡Eres tan desconfiada! He tenido que guiarte lentamente, muy lentamente hasta el punto en que te encuentras ahora porque te resistías, por miedo, como una cabrilla rebelde. Por esto a tu oración de ayer he respondido diciendo aquellas palabras. ¿No crees quizás que sucedería así?
Sí. Los hombres tienen valor para herirme. Pero para venir a mi lado, atraídos por mi amor, no. Creen ciegamente en el Mal y en el Príncipe del Mal. A ese le siguen sin miedo, en cuanto se manifiesta en una de sus infinitas formas por sus infinitos nombres. Pero no creen, o creen de mala manera, en el Bien y en el Dios del Bien, y huyen ante
41 En el dictado del 20 de junio
42 La referencia está explicada al final del dictado
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sus manifestaciones. Están cubiertos de culpas e imitan a Adán cuando se escondió del Creador tras haber pecado en el Edén.
Para no tener miedo de mi Voz y de mi Rostro hay que tener el alma limpia de culpas graves. Las imperfecciones permiten todavía que en vosotros subsista ese poco de valor que os permita oír, sin desfallecer, mi Palabra. Si para merecerla hubierais debido estar sin imperfecciones, ningún mortal la hubiera oído, excepto mi Madre.
¿Lo ves? Tú has debido padecer antes una verdadera obra de reconstrucción y de saneamiento espiritual hecho por Mí, y ayudado por ti, para poder llegar a merecer y a soportar mi Palabra y mi Visión. Cosa lógica. Pecado, incluso venial, quiere decir parentesco con el demonio. Donde está el demonio no puede estar Dios.
A los pecadores podría aterrorizarles con una aparición tremenda en la cual apareciera el Dios airado que juzga y castiga. Y alguna vez lo he hecho para conquistar corazones concretos que quería para Mí y que sólo habría cogido con ese medio. Pero son casos raros.
Prefiero atraer con el Amor. Y el amor no es sentido por quien tiene un amor culpable con el demonio. He aquí por qué no muestro mi Rostro todo amor a las muchedumbres. Lo reservo para quien me ama dando a éstos la misión de hablar a los más sordos repitiendo mi Palabra, pidiendo a éstos de hacerse pequeñas copias mías: Caridad y Redención, Enamorado y Víctima.
Yo vendré, para todos, un día. El último. Pero sólo aquellos cuya alma haya sido purificada en vida por el amor podrán sostener, sin precipitar en el abismo, mi Rostro, mi Mirada, mi Voz cuyo estruendo hará zozobrar los firmamentos y temblar a los abismos».
Ahora explico yo, si no usted no entenderá nada.
Hace unos diez días, más o menos, oí decir a la querida, adorada
Voz, mientras en el duermevela pensaba en Él: «Tú estás sobre tu pequeño Horeb. Recuérdalo». Desde entonces, muchas veces había oído repetir, toda para mí, la frase: «Esto es tu pequeño Horeb de antes y de después».
Por cuanto atormentara mi cabeza para sacar una luz histórica y geográfica, no encontraba nada. Quería preguntárselo a usted, porque había entendido que era algo bíblico como el asunto de los 10 justos. Pero precisamente cuando me había decidido a preguntarle, he aquí que usted me trae la Biblia. ¡Oh, bien! me dije. Ahora lo encontraré. Y pacientemente he comenzado a leerla, decidida a hacerlo de la primera a la última palabra. Pero por ahora, no había encontrado nada.
Ayer por la mañana, después de haber escrito las palabras de Jesús y descrito, con palabras mías, la visión, hice esta oración: «¡Oh Jesús! ¿por qué no muestras a todos cuán divinamente hermoso y cuán divinamente bueno eres? Si los hombres te vieran así como te veo yo, no podrían no entender tu Bondad infinita y amarte con un amor que les haría buenos. Marta quisiera que tu mostrases tu Faz encolerizada para asustarnos. Yo, en cambio, te pido que muestres tu Faz amorosa para conquistar como me has conquistado a mí».
Y Jesús ha respondido: «Sería inútil. El amor no se entiende. Si apareciera así, unos se reirían de Mí y otros huirían. ¿No lo hiciste tú también? Durante años y años huiste de Mí. Y eso que en los sueños y en las inspiraciones siempre me aparecía a ti envuelto en amor. A lo largo de otros años siempre tuviste miedo de mis mani- festaciones y cuando Yo me acercaba hacías como mi antiguo Siervo y Profeta: te
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cubrías el rostro para no verme. Te he tenido que preparar con una paciencia infinita e, incluso ahora, en el fondo, aún temes un poco que todo esto sea un engaño. ¡Y eso que tienes mi paz! Piensa lo que harían quienes no tienen mi paz, sino la guerra demoníaca en el corazón. ..».
Oído esto he dicho para mí: aquí es absolutamente necesario buscar quien es este Siervo y Profeta y qué es el Horeb. Y anoche me he dedicado a un paseo bíblico.
He buscado en los profetas. Nada. He encontrado el nombre de Horeb y he entendido que era un monte. Pero era demasiado poco. Arriba y abajo, abajo y arriba. Tenía la cabeza que me explotaba y no encontraba nada. Ha sonado la alarma y yo, después de haber rezado por los bombardeados, he vuelto a mi correría bíblica. No en- contraba nada. ¡Desafío yo! ¡Había comenzado desde Josué en adelante! Estaba convencida, en mi enorme ignorancia, que Moisés no tenía nada que ver y… lo pasaba por alto.
Visto que de ninguna manera encontraba nada, he rogado al Espíritu Santo que me lo hiciera encontrar. Estaba decidida a saberlo en la noche a costa de llegar a la mañana hojeando la Biblia. Y el Espíritu Santo me ha dicho: «Lee el Éxodo». Lo he encontrado enseguida. ¡Estaba allí cerca, porque estoy al final del Génesis, e iba a buscar lejos! Ahora sé y estoy contenta. Y ¿quién imaginaba que el Horeb era el Sinaí? En mi ignorancia sabía que Moisés había subido al Sinaí, y por ello decía: «¡Moisés no tiene nada que ver!»
He aquí por qué Jesús dice que esto es mi pequeño Horeb de antes y después y que yo parezco su Siervo y Profeta. En efecto aquí he encontrado la voz de Dios; en efecto he subido sin pensar en Dios, siguiendo un camino común, como Moisés detrás de su rebaño; en efecto cuando menos me lo esperaba he recibido allí las palabras de Jesús y… me he cubierto la cara porque no osaba mirarle. Pero ahora he aprendido a mirarle. Me ha acostumbrado. Y vuelvo con gusto sobre el Horeb. He aquí la explicación.
Gracias, Padre, por haber hecho posible que leyera la Biblia. Esto me volverá menos torpe y entenderé mejor.
Dice aún Jesús, hoy 24 de junio del 1943:
«También hoy que es la fiesta de mi Cuerpo divino, Satanás me ha herido en mis Iglesias y en mis hijos. No paso triunfalmente, Hostia de Paz, por vuestros barrios, sobre alfombras de flores, entre cantos de hosanna. Caigo entre los escombros, en el fragor de infierno del odio contra la Caridad, desencadenado con toda su fuerza.
Las flores de hoy, Corpus Christi del tiempo de la ira, son mis hijos asesinados. Y bienaventurados, entre éstos, quienes caen inocentemente y cuya muerte sin rencor es hermosa como un martirio. No se ve mi Sangre entre la sangre de los que han matado. Yo permanezco con mi candor de Hostia. Es la sangre de los otros la que me salpica, como es la crueldad de los esclavos del Enemigo la que me hiere e hiere conmigo a quienes son hostias como Yo. Desde el mayor de entre vosotros -erguido como sobre una mística cruz entre el templo y el cielo, y herido, escupido, traspasado, flagelado, como su Señor, por la mentira vendida al Enemigo- hasta el más pequeño niño degollado como un cordero inocente. Pero estas hostias no son inmoladas inútilmente. En ellos no hay mancha de odio. Son las víctimas. ¡Bienaventurados eternamente por ser las víctimas!
En mis hijos más queridos, en los verdaderos hijos, está mi signo. Os he signado a todos, vosotros que me amáis y que Yo amo. Ese signo es divinamente indicador, más
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que la tiara que le corona, sobre la frente de mi actual Pedro 43, en el Pontífice de Paz en el que no vive levadura de odio. Más que cualquier aureola ese signo resplandece sobre la cabeza de las víctimas que caen conmigo bajo las armas de Satanás y que son los precursores del II adviento de Cristo.
Y los mismos ángeles de las iglesias destruidas que rezan, adoran las Hostias arrolladas, recogen las almas inocentes que tendrán consuelo para su llanto en el Cielo».
25 de junio
Dice Jesús:
«María, no imites nunca a los pobres hombres que se devanan los sesos por cosas terrenas. Ellos se dañan recíprocamente, se matan, se perjudican de mil maneras por cosas que no tienen verdadera importancia, sino que son grandes solamente ante su pequeño pensamiento al ras del suelo.
¡Hay tanto espacio en mi Reino! ¡Infinitas son las moradas que he hecho allí para mis elegidos!
Vive, vive para el espíritu y deja pasar todo lo que no es espíritu. Son escorias sin importancia. Líbrate de todas ellas, incluso de la más pequeña. Sé un alma desatada, libre, ligera, ágil.
Imita a los pájaros creados por Mí. A una golondrina, para descansar un momento del gran vuelo, le basta una pajita en la cresta de la ola. Le basta a un ruiseñor, para cantar, una ramita sutilísima, en lo alto de un árbol. Aunque el mar esté revuelto, la golondrina no es sumergida. El ligero hilo de paja es suficiente para sostenerla hasta el nuevo vuelo. Aunque el sol es poco en el follaje, al ruiseñor le basta aquella ramita para encontrar el sol y cantar.
También tú usa las cosas de la tierra como el ruiseñor y la golondrina. Como apoyos que ayudan, pero que no son indispensables para el vuelo y para el canto y que se dejan sin añoranza cuando ya no sirven. Porque es el ala y la garganta lo que dan el vuelo y el canto, y no la pajita o la ramita.
También es así para las almas. No es la tierra la que da el Cielo, sino que es .el Cielo el que da la tierra, y la tierra debéis utilizada para coger el ímpetu para el Cielo, no para echar raíces malsanas de un apego culpable a las cosas que no son eternas. Sólo Dios y las cosas de Dios son eternas y merecen vuestro apego.
Cuando Yo he inspirado al Padre que te pidiera tu pequeña biografía, lo he hecho porque sabía que era un bien para ti. Has expulsado, escribiéndola, todo lo amargo, todo el veneno, todo el fermento que la vida había depositado en ti. Te has limpiado. Necesitabas decirte a ti misma todo lo sufrido y decido a un corazón cristiano. Es lo que más consuela mientras se es hombres. Tenías necesidad de hacer, diré así, contabilidad espiritual para ver cuánto habías dado y recibido de Dios y a Dios, cuánto habías dado y recibido de los hombres y a los hombres.
Tomadas una por una, las cosas de la vida son o demasiado negras, o demasiado rosas, y se está inducidos, a veces, a error en el valoradas. Alineadas todas, encasilladas todas como en un mosaico, se ve que el negro es necesario para no hacer aparecer demasiado deslumbrante el rosa. Se ve que todo entra armónicamente en el
43 Pío XII, Papa desde 1939 hasta 1958
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designio querido por la Bondad misma para vosotros y que cuanto habéis recibido de Ella es infinitamente mucho más de cuanto habéis dado, sea a Dios que al prójimo. Caen entonces los egoísmos, las soberbias, los rencores, y el alma se vuelve agradecida, humilde, caritativa, alcanza el completo perdón.
¡Oh! ¡Aquellos que perdonan! Ellos son mi copia más semejante porque Yo he perdonado a todos, y continúo perdonando. Entonces el hombre se hace espiritual.
He aquí porque he querido que tu padecieras aquella prueba penosa. Has sufrido recordando y escribiendo, pero tu alma se ha despojado de tanta humanidad que obstaculizaba tu evolución de criatura muy humana a criatura espiritual. Has hecho como una ninfa que sale del capullo: la envoltura que te encarcelaba el espíritu ha caído como algo muerto y tu alma ha abierto las alas.
Ahora sábelas tener siempre abiertas para estar muy alta y en el radio de Dios. De todo lo demás siente un eco, ve un reflejo: que la única voz en tu corazón sea mi Palabra y la única vista tu Jesús. Después vendré Yo y será la paz sin fin».
26 de junio
Dice Jesús:
«Despojaos no sólo de lo que constituye peso de humanidad pura, sino también de cuanto es afán espiritual. Ahora te explico qué es esto, para que tú no interpretes mal mi expresión.
Afán espiritual no es esa sana tendencia, con todas las fuerzas intelectivas, a Dios. Afán espiritual es el ansia que coge a veces incluso a las almas más avanzadas en la santidad y que consiste en el miedo de no tener tiempo para hacer todo aquello, espiritualmente hablando, que se quisiera hacer, todo lo que parece que Dios quiera del alma, miedo de separarse de la oración en el temor de no poder gustar aquel cristalino arroyo de dulzura que Yo os envío, miedo de no volverlo a encontrar. Estos miedos son aún un resto de humanidad que se infiltra en la espiritualidad y la daña.
Hay que seguir la vía del espíritu con firmeza y con calma. Ningún ansia, ningún miedo. Soy Yo quien crea el tiempo. ¿No tendré entonces cuanto sea necesario para cada alma que se confía a Mí? Soy Yo quien hace fluir en vosotros la ola de la gracia; sé por lo tanto regular el flujo de la misma y enviaros mis luces en los momentos más propicios.
Si sois molestados en la oración no es un motivo de angustia. Basta que no seáis vosotros, voluntariamente, por motivos humanos y personales, quienes os separáis de ella. En este caso es cierto que la fuente se seca o se desvía sobre otras almas abiertas a la oración. Pero si vuestra molestia está causada por caridad al prójimo, no seca en vosotros el manantial de luz y no lo desvía, sino al contrario lo aumenta y lo atrae, porque quien tiene la caridad tiene a Dios y quien tiene a Dios tiene sus luces.
Por eso no estés nunca afanada. Ora, escucha, medita, sufre, trabaja, reposa siempre con calma, fiándote de Mí. Yo soy un Huésped perfecto. Sé conversar y sé callar según veo que aquel que me hospeda está en condiciones de poderme o no poderme escuchar. ¿Qué dirías de un invitado que te estuviera siempre encima y no te dejara pensar en las necesidades de la casa, especialmente en día de invitación? Dirías que no conoce las primeras reglas de la educación y las más comunes necesidades de un ama de casa. Pero Yo soy Jesús. Por eso lo sé todo.
Cuando tu prójimo te quita de la oración y del conversar conmigo, no lo tomo a mal y
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tú no debes ponerte nerviosa. Sé paciente y caritativa. Yo seré paciente y silencioso. Después, a caridad hecha, te hablaré más luminosamente que antes. Si en cambio te afanas o te pones nerviosa, la luz se obscurece como si una nube se entrepusiera entre tu Sol y tu alma.
Confía, confía, confía en tu Jesús. Por cuanto tú me puedas amar, no me amas sino en medida infinitamente pequeña respecto a cuanto te amo Yo. Por lo tanto fíate. Mi Pan, que no sólo es Eucaristía que nutre, sino también palabra que enseña, no te faltará nunca si permaneces buena y confiada».
«Es de suma importancia, para el alma que quiere avanzar en el camino del Cielo, saber tener las potencias del alma firmes en Dios. Cuando esto sucede, el alma está segura.
¿Qué son las potencias del alma? Ahora te pongo una comparación humana. La rueda ¿cómo está hecha? De un círculo, con tantos rayos clavados en el círculo, de un anillo que reúne los rayos y los hace girar alrededor de un eje. De esta manera la rueda sirve. Si alguna de las partes está rota sirve mal, pero si está roto el anillo que sostiene los rayos, la rueda no sirve para nada.
Y ahora atenta, pequeña María que escuchas a tu Maestro. El círculo es la humanidad que recoge todas las potencias morales, físicas y espirituales que hay en un ser creado. Es la faja que une el todo de un hombre. Los rayos son los sentimientos que se concentran en un místico anillo -el espíritu- que los recoge y que los irradia, porque es operación doble. El eje es Dios. Si la humanidad está lesionada por caries carnales, los sentimientos permanecen desatados y terminan desparramándose en el polvo. Pero si está estropeado el espíritu o incluso simplemente desencajado de su eje, entonces el movimiento admirable de ser creado por Dios se para y en su lugar entra la muerte.
Por ello no salir nunca del fulero divino es necesidad absoluta para el alma que quiere merecer el Cielo. Que tu humanidad se preste también a ayudar al prójimo, que se fatigue a su servicio. Es caridad. Pero que tus sentimientos no cesen de converger en el espíritu y partir del espíritu. Así se alimentarán de Dios y llevarán, incluso en las labores más humildes, la huella de Dios, porque tu espíritu está y debe permanecer empernado en Dios, fulero divinísimo de todo lo creado, fulero suavísimo de tu alma que ha encontrado su Camino.
Cuando las potencias del espíritu están fijas en Dios, cree también que ninguna fuerza la puede quitar de allí. El movimiento se hace cada vez más vortiginoso, y tú sabes que hay una fuerza, que es llamada centrípeta, que atrae cada vez más hacia el centro las cosas cuanto más vortiginoso es un movimiento.
El amor es lo que da el movimiento. El espíritu fijo en Dios ama a Dios su fulero. Dios ama el espíritu empernado en Él; y este doble amor aumenta el movimiento vortiginoso, la carrera alada cuyo final es el encuentro en mi Reino entre el espíritu amante y su Creador» .
27 de junio
Dice Jesús:
«El ojo humano no puede mirar al sol, pero puede mirar la luna. El ojo del alma no puede mirar la perfección de Dios tal como es. Pero puede mirar la perfección de María.
MARÍA VALTORTA CUADERNOS DEL 1943
María es como la luna respecto al sol. Está iluminada y refleja sobre vosotros la luz que la ha iluminado, pero suavizándola con esos místicos vapores que la hacen soportable a vuestra limitada naturaleza. Por esto Yo os la propongo desde hace siglos como modelo para todos vosotros que he querido como hermanos precisamente en María.
Es la Madre ¡Qué dulzura para los hijos mirar a la madre! Os la he dado por esto, para que pudierais tener una dulce Majestad cuyo esplendor fuera suficiente para arrebataros, pero no para cegaros. Sólo ante almas especiales, que he elegido por motivos incensurables, me he mostrado a Mí mismo, en el fulgor de Dios Hombre, de Inteligencia y Perfección absoluta. Pero junto a aquel don les he tenido que dar otro que las hiciera capaces de soportar mi conocimiento sin quedar aniquiladas.
Mientras que a María la podéis mirar todos. No porque Ella sea semejante a vosotros. ¡Oh! ¡no! Su pureza es tan alta que Yo, su Hijo y Dios, la trato con veneración. Su perfección es tal que el Paraíso entero se inclina ante su trono sobre el que desciende la eterna sonrisa y el eterno resplandor de Nuestra Trinidad. Pero este resplandor, que la compenetra y diviniza más que a ninguna otra criatura, está difuso por los velos candidísimos de su carne inmaculada, por lo cual Ella irradia como una estrella, recogiendo toda la luz de Dios y difundiéndola como una luminosidad suave sobre todas las criaturas.
Y además Ella es vuestra Madre eternamente. Y la Madre tiene todas las piedades que os excusan, que interceden, que instruyen pacientemente. Grande es la alegría de María cuando puede decir a quien le ama: “Ama a mi Hijo». Grande es mi alegría cuando puedo decir a quien me ama: “Ama a mi Madre», Y grandísima es nuestra alegría cuando vemos que separándose de mis pies uno de vosotros va a María, o separándose del regazo de María uno de vosotros viene hacia Mí. Porque la Madre goza al dar otros enamorados al Hijo y el Hijo goza al ver amada por otros a la Madre. Nuestra gloria no trata de prevalecer sino que se completa en la gloria del otro.
Por esto te digo: “Ama a María. Te doy a Ella que te ama y que te iluminará tan sólo con la suavidad de su sonrisa»»
28 de junio
Dice Jesús:
«»Sed perfectos todos vosotros que amo con un amor de privilegio. Vivid como ángeles vosotros que constituís mi Corte sobre la tierra».
Si para todos está hecha la invitación amorosa de ser perfectos como mi Padre, para aquellos que he elegido como mis íntimos y amigos esto se hace un suave mandato. Ser mis discípulos -no en el sentido amplio en que está dicho para todos los cristianos, sino en el sentido propio con el que llamaba: discípulos y amigos, a mis doce- es gran honor, pero comporta gran deber.
No basta ya la pequeña perfección, esto es el no cometer culpas graves y obedecer a la Ley en sus reglas más señaladas. Es necesario alcanzar la delicadeza de la perfección, seguir la Ley hasta en las más leves matizaciones, diría casi anticiparla con un más. Como los niños que no solamente van hacia la casa del padre, caminando al lado de quien les conduce, sino que corren delante alegres, superando las fatigas y obstáculos de un sendero más difícil para llegar antes, porque su amor les estimula.
La casa de vuestro Padre está en el Cielo; el amor es aquello que os estimula a
MARÍA VALTORTA CUADERNOS DEL 1943
superar, volando, toda dificultad para alcanzar enseguida el Cielo donde el Padre os espera con los brazos ya abiertos para el abrazo. Por esto mi discípulo no sólo debe obedecer la ley en las cosas grandes que he impuesto a todos, sino que debe interpretar mi deseo, incluso no expresado, de que vosotros hagáis el máximo bien que podáis, deseo que el amante comprende porque el amor es luz y ciencia.
Ahora te explico dos puntos del Evangelio. Uno es de Mateo y otro de Lucas. En realidad son una única parábola, pero expresada con alguna diferencia. Que en mis evangelistas se encuentren estas diferencias no debe causar asombro. Cuando escribían aquellas páginas eran todavía hombres. Ya elegidos, pero no todavía glorificados. Por esto podían cometer distracciones y errores, de forma, no de sustancia. Sólo en la gloria de Dios no se yerra más. Pero para alcanzarla ellos debían luchar y sufrir mucho todavía.
Sólo uno de los evangelistas es de una exactitud fonográfica en el relatar cuanto Yo dije. Pero aquél era el puro y el amante. Reflexiona sobre esto. La pureza y la caridad son tan potentes que permiten entender, recordar, transmitir, sin error ni siquiera de una coma y de una reflexión, mi palabra. Juan era un alma sobre la cual el Amor escribía sus palabras, y lo podía hacer porque el Amor no se posa y no tiene contacto más que con los puros de corazón, y Juan era un alma virginal, pura como la de un niño. No he confiado a mi Madre a Pedro, sino a Juan porque la Virgen debía estar con el virgen. Recuerda bien esto: que Dios no se comunica con quien no tiene pureza de corazón, conservada desde el nacimiento o recuperada con asiduo trabajo de penitencia y de amor, sustancias espirituales que devuelven al alma la cándida frescura que atrae mi mirada y obtiene mi palabra.
Dicen pues mis evangelistas que un personaje -el uno dice: rey, el otro hace entender que es un rico señor- hizo un gran banquete, de bodas probablemente, invitando a muchos amigos. Pero éstos alegaron excusas, dice Lucas, y Mateo recrimina: se burlaron. Desgraciadamente con vuestro Dios ni siquiera alegáis excusas y a menudo respondéis a sus invitaciones burlándoos.
Entonces el dueño del banquete, después de haber castigado a los maleducados, por no desperdiciar inútilmente los víveres ya preparados, mandó a sus siervos que reunieran a todos los pobres, cojos, mancos, ciegos que estaban alrededor de la casa, ya en espera de los restos, o incluso que acudían, combatidos entre el temor y la necesidad, de todo el país. La orden era abrir a éstos la sala y hacerles sentar a la mesa después de haberles lavado y revestidos convenientemente. Pero la sala no estaba aún llena. Entonces aquel rico ordena a los siervos que salgan nuevamente e inviten a cualquiera, incluso usando una suave violencia. Entran así no solamente los pobres que giran alrededor de las casas de los ricos, sino también quienes no pensaban en ello, convencidos como estaban de ser desconocidos del señor y de no tener necesidad de nada.
Cuando la sala estuvo llena, entró el rico señor y vio a uno –no se dice si era un pobre o un transeúnte, pero es un detalle de poca importancia- que se había quitado el vestido de bodas, lo que hace pensar que fuera un transeúnte rico y soberbio y no un pobre convencido de ser un necesitado. Entonces el dueño indignado, viendo despreciado su don y pisoteado el respeto por la morada del anfitrión, lo hace expulsar porque nada contaminado debe entrar en la sala de las bodas.
Ahora te explico la doble parábola.
Los invitados son los que Yo llamo con vocación especial, gracia gratuita que
MARÍA VALTORTA CUADERNOS DEL 1943
concedo como invitación a la intimidad en mi palacio conmigo mismo, como elección para mi Corte. Los pobres, los ciegos, los mancos, los deformados son los que no han tenido especiales llamadas y ayudas y que sólo con sus medios no han podido conservar o alcanzar riqueza espiritual y salud, sino más bien, por imprudencias naturales, han aumentado su infelicidad. Es decir son los pobres pecadores, las almas débiles, pobres, deformes, las cuales no osan presentarse a la puerta, sino merodean en las cercanías del palacio esperando una misericordia que les conforte. Los transeún- tes apresurados, que no se preocupan de lo que sucede en la morada del Señor, son los que viven en las religiones más o menos reveladas o en la suya personal que tiene nombre: dinero, negocios, riquezas. Éstos creen que no necesitan conocerme.
Ahora se verifica el hecho de que frecuentemente los llamados por Mí descuidan mi llamada, se desinteresan de ella, prefieren ocuparse de cosas humanas en vez de dedicarse a las cosas sobrenaturales. Entonces Yo hago entrar a los pobres, los ciegos, los cojos, los deformados; los revisto con el vestido de bodas, les hago sentarse a mi mesa, les declaro invitados míos y les trato como amigos. Y llamo también a los que están fuera de mi Iglesia, les atraigo con insistencia y cortesía, les obligo también con dulce violencia.
En mi Reino hay puesto para todos, y mi alegría es haceros entrar a muchos. Pero
¡ay de los que elegidos por Mí por vocación me descuidan prefiriendo dedicarse a cosas naturales! ¡Y ay de los que, benignamente acogidos aún no siendo merecedores, y revestidos por mi magnanimidad con la gracia que recubre y anula sus fealdades, se quitan el vestido nupcial faltando de respeto a Mí y a mi morada donde nada indigno debe circular! Serán expulsados del Reino porque habrán pisoteado el don de Dios.
A veces, entre los pecadores y los convertidos Yo veo almas tan bellas y tan agradecidas que las elijo como mis esposas, en el lugar de otras, ya llamadas, que me han rechazado.
Tú, María, eras una pobrecita, mendiga, hambrienta, afanada, sin vestidos. Después de haber tratado de saciar tu hambre por ti misma, de calmar tu afán, de cubrir tus miserias, sin lograrlo, te has acercado a mi Morada habiendo comprendido que sólo en ella hay paz y alivio verdadero. Y Yo te he acogido, poniéndote en lugar de otra que, llamada por Mí, ha rechazado la gracia, y viéndote agradecida y solícita te he elegido por esposa. La esposa no permanece en la sala del banquete. penetra en la habitación del esposo y conoce sus secretos. Pero ¡ay si en ti se adormeciera la buena voluntad y el agradecimiento! Debes continuar trabajando para complacerme cada vez más. Trabajar por ti, para agradecerme el haberte llamado. Trabajar por la otra que ha rechazado las místicas bodas para que se convierta y vuelva a Mí. Quién sea lo sabrás un día.
Ahora sáciate de mi mesa, revístete de mis vestidos, caliéntate con mi fuego, repósate sobre mi corazón, consuélame de las deserciones de los llamados, ámame por gratitud, ámame para reparar, ámame para suplicar, ámame para aumentar tus méritos. Yo doy el vestido nupcial a quien amo con un amor de predilección. Pero la amada debe, con una vida de perfección angélica, adornarlo cada vez más. No debes decir nunca: «Basta». Tu Esposo y Reyes tal Señor que el vestido de la esposa debe estar recubierto de gemas para ser digno de vestir a la escogida para sentarse en el palacio de su Señor».
Dice aún Jesús:
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«Esta vez me mostraré a ti bajo otro vestido. La Eucaristía es Carne, pero es también Sangre. Heme aquí con el vestido de Sangre. Mira como transpira y brota en regueros sobre mi rostro desfigurado, como corre a lo largo del cuello, sobre el tronco, sobre el vestido, doblemente rojo porque está empapado de mi Sangre. Mira como moja las manos atadas y desciende hasta los pies, al suelo. Soy precisamente Aquél que exprime la uva de la que habla el Profeta, pero mi amor me ha exprimido a Mí. De esta Sangre que he gastado toda, hasta la última gota, por la Humanidad, bien pocos saben valorar el precio infinito y disfrutar de los méritos potentísimos.
Ahora Yo pido a quien lo sabe mirar y entender, que imite a la Verónica y seque con su amor el Rostro sangrante de su Dios. Ahora Yo pido a quien me ama que cure con su amor las heridas que los hombres me hacen continuamente. Ahora Yo pido, sobre todo, que no se desperdicie esta Sangre, que se recoja con atención infinita, hasta las más pequeñas gotitas, y se derrame sobre quien no se ocupa de mi Sangre.
En el mes que está a punto finalizar, te he hablado mucho acerca de mi Corazón y de mi Cuerpo en el Sacramento. Ahora bien, en el mes de mi Sangre, te haré rezarle a Ella. Di por tanto así:
«Divinísima Sangre, que brotas por nosotros de las venas del Dios hecho hombre, desciende como rocío de redención sobre la Tierra contaminada y sobre las almas a las que el pecado hace semejantes a leprosos. He aquí que yo te acojo, Sangre de mi Jesús, y te derramo sobre la Iglesia, sobre el mundo, sobre los pecadores, sobre el Purgatorio. Ayuda, alienta, limpia, enciende, penetra y fecunda, ¡oh divinísimo Jugo de Vida! Que la indiferencia y la culpa no pongan obstáculos a tu fluir. Sino al contrario, por los pocos que te aman, por los innumerables que mueren sin Ti, acelera y difunde sobre todos esta divinísima lluvia, a fin de que a Ti se vaya confiados en la vida, por Ti se sea perdonados en la muerte, contigo se vaya ‘a la gloria de tu Reino. Así sea».
Ahora basta. Yo ofrezco mis venas abiertas a tu sed espiritual Bebe en esta fuente. Conocerás el Paraíso y el sabor de tu Dios, y ese sabor no te faltará nunca si siempre sabes venir a Mí con los labios y el alma lavados por el amor».
110
Mi Jesús había comenzado a hablar a las 4 de la mañana, entre las pausas de mi duermevela. Descendía la palabra como una gota de luz en los despertares y naufragaba en las vueltas al sueño porque estoy tan fatigada y cansada… Era como si Jesús estuviera in- clinado sobre mi cama y me dijera una palabra de vez en cuando. Pero llegada la hora de sentarme y moverme, sacudiendo el sueño, aquellas palabras, que habían sido repetidas tantas veces, como estribillo de una nana espiritual, resplandecieron vivamente en mi mente. Son las dos primeras frases del primer trozo del día 28. «Sed perfectos… Vivid como ángeles». Detrás de aquéllas se desataron las otras frases. Bien poco quedaba por decir cuando vino usted con la Sta. Comunión. Y poco después todo terminó.
El otro trozo, como usted puede entender fácilmente, es una visión interna (¿se dice así?) de mi Jesús herido y goteando sangre. No es el hermoso Jesús de blanco vestido, ordenado, majestuoso, de las otras veces, y no es el resplandeciente Infante de la última vez, sonriente desde el seno de María.
Es un triste, tristísimo Jesús, cuyas lágrimas se mezclan con la sangre, magullado, despeinado, sucio, desgarrados los vestidos, con las manos atadas, con la corona bien apretada sobre la cabeza. Veo claramente la corona de gruesas espinas, no largas pero densas densas, que penetran y arañan las carnes. Cada cabello tiene su gota de sangre y la sangre desciende, en regueritos, desde la frente sobre los ojos, por la nariz, por la barba y el cuello, sobre el vestido, gotea sobre las manos y parece más roja tan pálidas están éstas, moja la tierra tras haber mojado los pies. Pero lo que es tristísimo de ver es la mirada… Pide piedad y amor, y manifiesta, bajo su resignada mansedumbre, un dolor infinito.
También aquí, si fuera capaz, quisiera poderlo dibujar para usted y para mí. Porque, si lo pienso bien, ningún cuadro de Jesús y María, que yo conozca, se parece a lo que veo. Ni en los rasgos, ni en la expresión. Ésta sobre todo falta en las obras de los autores. Pero ¡llegar yo a ser pintora!… Nada es imposible para Dios, es cierto, ¡pero esto es algo gordo!… Y creo que el buen Dios no lo hará, incluso para que no me complazca… .
29 de junio
Dice Jesús:
«También hoy te hablaré refiriéndome al Evangelio. Te ilustraré una frase. Una sola, pero que tiene significados amplísimos. Vosotros la consideráis siempre bajo un único punto de vista. Vuestra limitación humana no os permite más. Pero mi Evangelio es obra espiritual, por eso su significado no queda circunscrito al punto material del que habla, sino que se propaga como un sonido en círculos concéntricos, cada vez más amplios, abrazando tantos significados.
Yo he dicho al joven rico: «Ve, vende cuanto tienes y ven y sígueme».
Vosotros habéis creído que Yo diera el consejo evangélico de la pobreza. Sí, pero no sólo de la pobreza según vosotros la entendéis; no eso solamente. El dinero, las tierras, los palacios, las joyas, son cosas que amáis y os cuesta sacrificio renunciar a tenerlas o dolor el perderlas. Pero por una vocación de amor sabéis incluso despojaos de ellas. ¿Cuántas mujeres no han vendido todo por mantener al esposo o al amante -lo que es peor- y continuar una vocación de amor humano? Otros por una idea dan la vida. Soldados, científicos, políticos, pregoneros de nuevas doctrinas sociales, más o menos justas, se inmolan cada día a su ideal vendiendo la vida, dando la vida por la belleza o por aquello que ellos consideran belleza, de una idea. Se hacen pobres de la riqueza de la vida por su idea. También entre mis seguidores muchos han sabido y saben renunciar a la riqueza de la vida, ofreciéndola a Mí por amor mío y de su prójimo. Renuncia mucho mayor que la de las
riquezas materiales.
Pero en mi frase hay todavía otro significado, como hay una riqueza mayor que el oro y que la vida e infinitamente más valiosa. La riqueza intelectual. ¡El propio pensamiento!
¡Cómo lo valoramos!
Están, es verdad, los escritores que lo donan a las muchedumbres. Pero lo hacen por lucro, y además su verdadero pensamiento no lo dicen nunca. Dicen lo que sirve para sus tesis, pero ciertas luces íntimas las tienen bajo llave en el cofre de la mente. Porque frecuentemente son pensamientos de dolor por íntimas penas o reproches de la conciencia despertada por la voz de Dios.
Y bien, en verdad te digo, que siendo ésta una riqueza más grande y más pura -porque es riqueza intelectual y por ello incorpórea- su renuncia tiene un valor distinto ante mis ojos. Cuanto se enciende en vosotros, viene del centro del Cielo donde Yo, Dios Uno y Trino, estoy. Por tanto no es justo que digáis: «Este pensamiento es mío». Yo soy el Padre y el Dios de todos. Por eso las riquezas de un hijo, que Yo doy a un hijo, deben ser goce de todos y no exclusivo de uno. A ese que ha merecido ser -diré así- el depositario, el recibidor, queda la alegría de serlo. Pero el don debe circular entre todos. Porque Yo hablo a uno para todos. Cuando uno encuentra un tesoro, si es honesto, se apresura a entregarlo a quien debe y no lo tiene culpablemente para sí. Aquel que encuentra el Tesoro, mi Voz, debe entregarla a los hermanos. Es tesoro de todos.
No amo a los avaros. Tampoco a los avaros en la piedad. Hay muchos que rezan para sí, usan de las indulgencias para sí, se nutren de Mí para sí. Nunca un pensamiento para los demás. Lo que les interesa es su propia alma. No me gustan. No se condenarán porque permanecen en mi gracia. Pero tendrán sólo ese mínimo de gracia que les salvará del Infierno. El resto, que les dará el Paraíso, se lo deberán ganar con siglos de Purgatorio. El avaro, material y espiritual, es un goloso, un glotón y un egoísta. Se harta. Pero no le aprovecha. Al contrario esto produce en él enfermedades del espíritu. Se hace un impotente para esa agilidad espiritual que os hace capaces e percibir las divinas inspiraciones, regularos según ellas y alcanzar con seguridad el Cielo.
¿Ves cuántos significados puede tener una palabra mía evangélica? Y aún tiene otros. Ahora, pequeña celosa de mis secretos, regúlate. No hagas de las riquezas que te doy riquezas injustas.
Respecto a cuanto te dije ayer, no pienses que aquélla por quien tú debes reparar sea un alma consagrada cuya vocación vacila. No. Es una débil criatura que Yo había elegido, pero que escuchó las voces de las criaturas más que la mía y por mezquinas consideraciones humanas perdió el trono en la casa del Esposo. Ahora sufre por ello. Pero no tiene fuerza para reparar. Le abriría los brazos de nuevo. Reza porque sepa venir a la puerta de la mística sala de bodas y sepa entrar con un alma nueva. Hasta una lágrima ofrecida para tal fin tiene su peso y su valor.
Ayuda a tu Jesús, María, y Él te ayudará cada vez más».
30 de junio
Dice Jesús:
«¿Sabes qué quieren decir mis manos atadas, sabes quien me las ata? ¿Sabes por qué hay tanto dolor en mi mirada, tanto cansancio sobre mi Rostro? ¿Sabes qué pido a aquellos que me saben mirar?
Mis manos están atadas por Satanás a través de los pecadores. No has entendido mal.
Repito: están atadas por Satanás a través de los pecadores.
Tú dirás: «Pero, Señor, ¿cómo puede ser así si Tú eres Dios?». Yo soy el Dios de la Misericordia y del Perdón, Yo soy el Dios poderoso, el Padre de las gracias. Pero el pecado paraliza mi Potencia de gracias, mi Misericordia, mi Perdón. Porque, aunque soy Misericordia, Gracia, Perdón, soy también Justicia. Doy por ello a cada uno lo que se merece. Y si tú consideras, con justicia, debes decir que doy siempre más gracias de las que merecéis.
Si a una autoridad de la tierra, incluso a un simple mozo municipal, vosotros hicierais las ofensas que me hacéis a Mí, seríais castigados con la prisión. Si se tratara de una autoridad mayor, seríais castigados incluso con la pérdida de la vida. Y son, las autoridades, pobres hombres como vosotros, que permanecen autoridad en tanto que Yo permito que lo sean para vuestro mérito, para su prueba, y casi siempre para su castigo. Vuestro mérito: obedecer y tener paciencia. Su prueba: no abusar del poder, no ensoberbecerse creyéndose semidioses, o dioses, porque ven las muchedumbres atentas a su gesto y a gritar «Hosanna». Uno sólo es dios: Dios. Su castigo: porque es todavía más difícil que una autoridad permanezca honesta, en las mil formas de la honestidad, que no que un rico se salve. Por ello su gloria humana es la única gloria que tienen. La eterna bien pocas autoridades la alcanzan.
Las continuas culpas, cada vez más pérfidas, que los hombres comenten, por incitación del Enemigo mío y vuestro, atan mi Misericordia, mi Gracia, mi Perdón. He aquí lo que son mis manos atadas y quiénes son aquellos que las atan con la soga del Mal: Satanás y sus hijos. Y mis manos quisieran en cambio estar libres para perdonar, curar, consolar, bendecir.
¡Oh vosotros que me amáis, desatad con vuestro amor mis manos atadas! Reparad, reparad, o mis dilectos, amigos e hijos míos queridísimos, el ultraje causado a las manos de vuestro Dios, Padre y Redentor. El amor es llama que consuma las cadenas y quema los cordeles dando libertad a mis manos atadas. Tened piedad, vosotros que me amáis, de mi dolor, y piedad de vuestros hermanos leprosos que sólo mis manos pueden curar.
Mi mirada está llena de dolor por todos los ultrajes que Me vienen causados en el Sacramento y en mi Ley. Ley pisoteada, Sacramento profanado. ¿Has leído? ¿Has escuchado? ¿Has notado? El altar del Sacramento está siempre herido. ¿No ves en ello el signo de Satanás? Y piensa esto, para tu alegría. Donde entre las ruinas se puede encontrar intacto el Copón que me contiene y recogerlo con los debidos honores, es porque un corazón, o muchos corazones, lejos de aquel lugar golpeado, pero que me adoran en la Eucaristía, han desviado, con su orar, el golpe dirigido por Satanás. Aquellas Hostias que salváis, almas humildes y amorosas que oráis por mi Sacramento, infunden en vosotros los mismos frutos de una Comunión de amor.
El cansancio está en mi Rostro porque constato cada vez más hasta qué punto he muerto en vano por tanta humanidad, porque me doy cuenta cada vez más que nada -ni palabras, ni milagros, ni castigos, ni gracias- sirve para hacer pensar que Yo soy Dios y que sólo en Dios está el Bien y la Paz. Cuando uno está cansado y afligido, aquellos que le aman le dan afecto para consolarle, reposo para aliviarle. Esto es lo que Yo te pido y pido a los que me aman.
Estoy desterrado de las iglesias y de los corazones. Cuando era peregrino sobre la tierra no tenía, el Hijo del Hombre, una piedra propia sobre la cual apoyar la cabeza. Pero ahora que los corazones de los hombres son de piedra, ¿tengo acaso dónde apoyar la cabeza? Sólo algún raro, rarísimo corazón fiel. Los otros son hostiles a su Amigo y Redentor.
Abridme por lo tanto el corazón, vosotros que me amáis. Dad asilo a vuestro Dios que llora de dolor sobre la humanidad culpable, confortad a Aquel que se da a sí mismo en sacrificio eterno y que no es comprendido. Yo Jesús, vendré con todas mis gracias y haré del
corazón fiel un pequeño Paraíso».
Dice aún Jesús:
«Entre las «riquezas» a entregar para seguirme y que te he enumerado, 44 hay todavía otra. Aquella que es la más ligada al espíritu y que para arrancarla se siente más dolor que para arrancar la carne. Son los afectos, esta riqueza tan viva. Y en cambio, por amor mío, hay que saber entregar también éstos.
Yo no condeno los afectos. Más aún los he bendecido y santificado con la Ley y los Sacramentos. Pero estáis sobre la tierra para conquistar el Cielo. Aquélla es la morada verdadera. Cuanto Yo he creado para vosotros aquí abajo debe mirarse a través de la lente de allí arriba. Cuanto Yo os he donado debe tomarse con agradecimiento, pero devolverse con prontitud cuando lo solicito.
Yo no destruyo vuestra riqueza afectiva. La quito de la tierra para transplantarla en el Cielo. Allí serán reconstruidas eternamente las santas convivencias familiares, las puras amistades, todas esas formas de afecto honesto y bendito que Yo, Hijo de Dios hecho hombre, he querido incluso para Mí mismo y que sé cuán queridas son. Pero si son queridas, tan queridas, no son más queridas que Dios y la vida eterna.
Pero no demuestran una verdadera fe en el dulce Padre que está en los Cielos aquellos que ante un afecto que se rompe no saben pronunciar la palabra más bella de la filiación en Dios, sino se rebelan. ¡Y no piensan que si Yo doy aquel dolor es ciertamente para evitar dolores más grandes y para proporcionar un mérito mayor!
Tú, también tú no has sabido decir: «¡Hágase como Tú quieres!». Han tenido que pasar años antes de que tú me dijeras: «Gracias, Padre, por aquel dolor». ¿Pero tú crees que tu Jesús te lo habría dado si no hubiera sido un bien dártelo? Ahora piensas y entiendes. ¡Pero cuánto te has resistido a hacerlo! Yo te llamaba, trataba de hacerte entender la razón. Pero no oías a tu Dios. Era la hora de las tinieblas para la mente y para el alma.
No me preguntes: «¿Por qué lo has permitido?». Si lo he permitido no ha sido sin un motivo. Te hablo de ello en esta noche en la que sufres más. Yo estoy contigo precisamente porque sufres. Te hago compañía. Pero recuerda que Yo no tuve a ninguno en la hora de la tentación. He debido superarla por Mí mismo. Tú en cambio me has tenido siempre cerca, incluso cuando no me veías porque el Espíritu del Mal te molestaba hasta el punto de impedirte ver y oír a tu Jesús.
Ahora, si Yo te dijera que la adhesión de un hijo a la muerte de un padre abrevia al mismo el Purgatorio, que el perdón de un hijo a las culpas, más o menos reales, de un padre, es alivio para aquel alma, creerías. Pero entonces no te dabas paz y desperdiciabas el bien que hacías.
Renunciar a la riqueza de un afecto, para seguir mi Voluntad sin añoranzas humanas, es la perfección de la renuncia aconsejada al joven del Evangelio.
Recuérdalo para todo el resto de la vida. Un padre como Yo soy nunca da nada nocivo a sus hijos. Aunque la apariencia sea de una piedra para quien pide un beso, esa piedra es oro puro y eterno. Está al alma el reconocerlo y mantenerlo tal, pronunciando la palabra que me atrajo de los Cielos al seno de María y me puso en la Cruz para redimir el mundo: fiat».
1 de julio
Dice Jesús:
44 En el dictado del 29 de junio
«No debe sorprender el que un alma sienta tentaciones. Mejor dicho la tentación es más violenta cuanto más adelantada está la criatura en mi Camino.
Satanás es envidioso y astuto. Por lo tanto despliega su inteligencia donde es necesario más esfuerzo para arrancar un alma al Cielo. A un hombre del mundo, que vive para la carne, no es necesario tentarle. Satanás sabe que ya él trabaja por su cuenta para matar su alma y lo deja. Pero un alma que quiere ser de Dios atrae toda su perversidad.
Pero las almas no deben temblar, no deben desanimarse. Ser tentados no es un mal. Es un mal ceder a la tentación.
Están las grandes tentaciones. Ante ellas las almas rectas se ponen enseguida a la defensiva. Pero están las pequeñas tentaciones que pueden haceros caer sin daros cuenta. Son las armas refinadas del Enemigo. Las usa cuando ve que el alma es precavida y atenta para las grandes. Entonces pasa por alto los grandes medios y recurre a éstos, tan sutiles que entran en vosotros por cualquier parte. ¿Por qué permito esto? ¿Dónde estaría el mérito si no hubiera lucha? ¿Podríais deciros míos si no bebierais mi cáliz?
¿Qué creéis? ¿Qué mi cáliz haya sido solamente el del dolor? No, criaturas que me amáis. Cristo -Él os lo dice para daros ánimo- ha probado antes que vosotros la tentación.
¿Creéis vosotros que fue sólo la del desierto? No. Entonces Satanás fue vencido con grandes medios opuestos a sus grandes intentos. Pero en verdad os digo que Yo, Cristo, fui tentado otras veces. El Evangelio no lo dice. Pero como dice el Predilecto: «Si se tuvieran que narrar todos los milagros hechos por Jesús, la tierra no bastaría para contener los libros». Meditad, discípulos queridos. ¿Cuántas veces Satanás habrá tentado al Hijo del hombre para persuadirlo a desistir de su evangelización? ¿Qué sabéis vosotros de los cansancios de la carne fatigada en el continuo peregrinar, en el continuo evangelizar, y de los cansancios del alma, que se veía y sentía rodeada de enemigos y de almas que lo seguían por curiosidad o por esperanza de un provecho humano? ¡Cuántas veces, en los momentos de soledad, el Tentador me envolvía con el desaliento! Y en la noche del Getsemaní, ¿no os dais cuenta con cuánta finura él ha tratado de vencer la última batalla entre el Salvador del
género humano y el infierno?
No está dado a la mente humana conocer y penetrar en el secreto de aquella lucha entre lo divino y lo demoníaco. Sólo Yo que la he vivido la conozco y por ello os digo que Yo estoy donde está quien sufre por el Bien. Yo estoy donde hay un continuador mío. Yo estoy donde hay un pequeño Cristo. Yo estoy donde el sacrificio se consuma.
Y os digo, almas que expiáis por todos, os digo: No temáis. Hasta el fin Yo estaré con vosotros. Yo, Cristo, he vencido al mundo, la muerte y el demonio con el precio de mi Sangre. Pero os doy a vosotros, almas víctimas, mi Sangre contra el veneno de Lucifer».
Dice Jesús:
«A vuestras capacidades intelectuales muy limitadas, a vuestra espiritualidad embrional, no le está concedido conocer el misterio de la naturaleza de Dios. Pero a los espirituales, entre la masa de los así llamados espirituales, el misterio se hace más cognoscible. A los amantes del Hijo, a aquellos que están verdaderamente signados por mi Sangre, el misterio se revela con mayor claridad porque mi Sangre es Ciencia y mi predilección es Escuela.
Hoy 45 hay gran fiesta en el Cielo porque todo el Cielo canta hoy el Sanctus al Cordero cuya Sangre fue derramada para la Redención humana. Tú eres una de las pocas, demasiado pocas criaturas que veneran mi Sangre como debe venerarse. Pero a quienes la veneran, desde que fue esparcida, esa Sangre habla con palabras de vida eterna y de
45 1° de julio, fiesta de la Preciosísima Sangre
ciencia sobresensible. Si mi Sangre fuera más amada y venerada, más invocada y creída, mucho mal que os lleva al abismo sería evitado.
Habló, esta Sangre, cuando todavía no existía bajo la figura del cordero mosaico, bajo el velo de las proféticas palabras en el signo del Tau preservador; habló, tras ser derramada, por boca de los apóstoles; grita su poder en el Apocalipsis; invita con su llamar desde la boca de los místicos. Pero no es amada. No es recordada. No es invocada. No es venerada. Mi Iglesia tiene tantas fiestas. Pero falta una fiesta solemnísima para mi Sangre. iY en mi Sangre está la salvación!
Hoy, fiesta de mi Sangre, te ilumino un misterio. Di: «Gloria al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo», porque te quiero hablar de Nosotros. Por vuestra condición humana necesitáis figuras para pensar en el Padre y en el Espíritu, seres incorpóreo s de infinita belleza, pero que vosotros no concebís con vuestros sentidos humanos. Tanto es así que difícilmente os dirigís a Ellos con toda la plenitud del pensamiento, para invocarles como me invocáis a Mí que me pensáis como Hombre Dios. No comprendéis por ello ni siquiera lejanamente el incomparable misterio de nuestra Trinidad.
Para pensar en Dios no hay que hacer comparaciones con seres creados. Dios no se compara. Él es. En el ser está todo. Pero el ser no tiene cuerpo, y el Ser eterno no tiene cuerpo.
Mira: Dios es luz. Esto es lo único que puede en cierto modo representar a Dios sin estar en antítesis con su espiritual Esencia. La luz es, y también es incorpórea. Tú la ves pero no la puedes tocar. Ella es.
Nuestra Trinidad es luz. Una luz ilimitada. Manantial de Sí misma, viviente de Sí misma, obrante en Sí misma. El universo no es tan grande cuanto Ella es infinita. Su esencia llena los Cielos, corre sobre lo Creado, domina sobre los atrios infernales. No los penetra -habría terminado el Infierno- pero les aplasta con su resplandor que es beatífico en el Cielo, confortador sobre la tierra, terrorífico en el Infierno. Todo es Trino en Nosotros. Las formas, los efectos, los poderes.
Dios es luz. Una luz vastísima, majestuosa y sosegada es dada por el Padre. Círculo infinito que abraza toda la Creación, desde el instante en que fue dicho “¡Hágase la luz», hasta los siglos de los siglos, porque Dios, que es eterno, abraza la Creación, desde que ella existe, y continuará abrazando, cuanto, en la última forma, la eterna, después del Juicio, quedará de lo Creado. Abrazará a quienes son eternos con Él en el Cielo.
Dentro del círculo eterno del Padre hay un segundo círculo, generado por el Padre, que obra de un modo distinto pero no contrario, porque la Esencia es una. Ese es el Hijo. Su luz, más vibrante, no da solamente la vida a los cuerpos, sino que da la Vida a las almas, que la habían perdido, mediante su Sacrificio. Es un difundirse de rayos potentes y suaves que nutren vuestra humanidad e instruyen vuestra mente.
En el interior del segundo círculo, producto de los dos obrar de los primeros círculos, hay un tercer círculo de luz aún más vibrante y encendida. Es el Espíritu Santo. Es el Amor producto de las relaciones del Padre con el Hijo, tránsito entre los Dos, y consecuencia de los Dos, maravilla de las maravillas.
El Pensamiento creó la Palabra y el Pensamiento y la Palabra se aman. El Amor es el Paráclito. Él obra en vuestro espíritu, en vuestra alma, en vuestra carne. Porque consagra todo el templo, creado por el Padre y redimido por el Hijo, de vuestra persona, creada a imagen y semejanza de Dios Uno y Trino. El Espíritu Santo es crisma sobre la creación, hecha por el Padre; de vuestra persona, es gracia para gozar del Sacrificio del Hijo, es Ciencia y Luz para comprender la Palabra de Dios. Luz más restringida, no porque sea li- mitada respecto a las otras, sino porque es el espíritu del espíritu de Dios, y porque, en su
condensación, es potentísima como es potentísima en sus efectos.
Por esto Yo dije: «Cuando venga el Paráclito os instruirá». Ni siquiera Yo, que soy el Pensamiento del Padre hecho Palabra, puedo haceros entender cuanto puede, con un sólo destello, haceros entender el Espíritu Santo. .
Si ante el Hijo toda rodilla se debe plegar, ante el Paráclito se debe inclinar todo espíritu, porque el Espíritu da vida al espíritu. Es el Amor que ha creado el Universo, que ha instruido a los primeros Siervos de Dios, que ha impulsado al Padre a dar los Mandamientos, que ha iluminado a los Profetas, que ha concebido con María al Redentor, que me ha puesto a Mí sobre la Cruz, que ha sostenido a los Mártires, que ha regido la Iglesia, que obra los prodigios de la gracia.
Fuego blanco, insostenible a la vista y a la naturaleza humana, concentra en Sí al Padre y al Hijo y es la Gema incomprensible, que no puede mirarse, de nuestra eterna Belleza. Fija en el abismo del Cielo, atrae a Sí todos los espíritus de mi Iglesia triunfante y aspira hacia Sí a quienes saben vivir del espíritu en la Iglesia militante.
Nuestra Trinidad, nuestra triple y única naturaleza se fija en un único resplandor en aquel punto del que se genera todo cuanto existe, en un eterno ser.
Di: «Gloria al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo»».
Dice aún:
«No he pretendido, diciendo: diez justos, aludir a que será salvado el lugar en que haya diez justos. Pero se puede entender sin error que si diez almas justas y generosas se reúnen en oración, con fin santo, para pedir piedad para un lugar, Yo no rechazaré su oración. ¿No he dicho que Yo escucharé las oraciones hechas por varias personas en mi Nombre? Mis palabras y mis promesas no decaen.
¿Pero serían constantes en la fe, en el sacrificio, en la pureza espiritual y en la pureza de intención las personas que se reunieran ahora para orar con esta finalidad? Si las hubiera y fueran como deben ser: verdaderos sacerdotes (son sacerdotes quienes oran por los hermanos y se inmolan) Yo las bendeciría y daría lo que se pide en mi Nombre».
Escribo esta mañana mientras le espero a usted porque ayer estaba demasiado agotada para añadir algo.
No se puede describir lo que he visto. Falta la palabra. Mientras Jesús hablaba yo veía, pero no lo puedo volver a decir, de manera que otro vea, cuanto mi mente ha visto. Podría hacer la figura de esto, incluso siendo un asno en el dibujo. Bastaría hacer tres círculos concéntricos con un punto en el medio. Pero no significaría nada. Faltaría la Luz y faltaría la intuición de las relaciones entre los tres círculos y el punto que los centra. Por ello sería un signo muerto, mientras es tan vivo, operador, beatífico.
Cierto, aunque viviera mil años, ya no olvidaré la belleza de esta visión intelectual. Me será ayuda, consuelo, fuerza, defensa, todo, en todas las circunstancias. Y es imán superpotente que me atrae a sí y me da un ansia indescriptible de alcanzarla. Me parece vivir bajo el sol. Pero ¿qué digo el sol? El sol es un astro apagado y frío respecto al Fuego divino engarzado en la profundidad del Empíreo, tan lejano y tan cercano…
Sí. Tengo la impresión de su desmesurada lejanía, a través de la cual corre todo el Universo que se moja y vive de su Luz, y al mismo tiempo siento que cada ser, el mío especialmente por bondad de Dios que me ha permitido tener esta alegría, que no tiene comparaciones, está cerca de este Punto de Vida que es Dios, y bajo su rayo que lo tiene recogido, reparado, vital, como una campana de vidrio sobre una delicadísima planta. (Y con esta banal comparación deterioro todo, pero no encuentro nada mejor).
En fin me siento bajo el Ojo de Dios. Y es una sensación de alegría, de calor, de fuerza, de paz infinita, indescriptible, alegre. Vivir así, bajo la incomprensible Gema (¡cómo ha dicho justamente mi Maestro!) de la Belleza divina, Gema que reúne en un único insostenible Resplandor a las Tres Personas divinas y hace una Unidad de Luz Divina, es una tal bienaventuranza por la cual se anula todo lo sufrido y lo que tendré que sufrir…
Ahora entiendo realmente qué quiera decir: Paraíso. Quiere decir vivir viendo siempre ese Sol Uno y Trino.
2 de julio
10: 15 horas
Dice Jesús:
«Escribe inmediatamente mientras que estoy aún en ti con el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad. Por esto tienes la plenitud de la Sabiduría en ti.
María vivió eucarísticamente durante casi toda la vida.
La Madre no es distinta del Hijo. No en la naturaleza humana, no en la misión sobrehumana de Redención.
El Hijo, para tocar el ápice del dolor, tuvo que sentir la separación del Padre: en el Getsemaní, en la Cruz. Fue el dolor llevado a alturas y asperezas infinitas. La Madre, para tocar el ápice del dolor, tuvo que sentir la separación del Hijo: en los tres días de mi sepultura.
Entonces María estuvo sola. Sólo le quedó la Fe, la Esperanza, la Caridad. Pero Yo estaba ausente. Fue la espada no hincada, sino traspasante, escudriñante en su Corazón. No murió sólo porque lo quiso el Eterno. Porque para la Llena de Gracia, quedar privada de la unión con su Hijo y Dios era sufrimiento tan atroz, que sin una gracia especial hubiera muerto.
Son muchas las páginas secretas que no conocéis acerca de la vida de la Purísima Corredentora. Ya os lo he dicho 46: «Los secretos de María son demasiado puros y divinos para que la mente del hombre los pueda conocer». Sólo os menciono, cuanto basta para aumentar en vosotros la veneración a la más Santa del Cielo, después de Dios.
Aquella hora dolorosísima, en el mar de dolores que fue la vida de mi Madre, consagrada al supremo dolor y a la suprema alegría desde su concepción, era necesaria para completar lo que faltaba a mi Pasión.
María es Corredentora. Por lo tanto, siendo todo en Ella inferior tan sólo a Dios, también su dolor debía ser como ningún otro dolor de criatura humana llegará a ser nunca.
Ahora continúa orando. Verdaderamente ya te lo había hecho entender, pero tu imperfección lo había confundido todo. Lo repito para claridad del Padre y tuya».
¡Y nosotros estamos bien servidos!… Veo a Jesús Maestro, vestido de blanco, al lado de la cama, donde está usted cuando confiesa.
El mismo día, 14 horas
Dice Jesús:
«En mi Evangelio no hay pasaje que no tenga referencias con lo sobrenatural. Hoy te hago observar el hecho de la mujer encorvada desde hacía 18 años.
Los pseudo superhombres de ahora niegan que el demonio pueda ser autor de enfermedades físicas. Niegan muchas cosas los superhombres. Demasiadas. No se dan
46 En el dictado del 19 de junio
cuenta de que los «poseídos», ahora, son ellos. Niegan que existan enfermedades causadas por fuerzas extranaturales. Pero no saben, con las fuerzas naturales, comprender y curar ciertas enfermedades. No pueden precisamente porque ciertas enfermedades tienen su raíz fuera de la carne, la oprimen pero no nacen de ésta. Nacen en las zonas donde se agitan los reinos del espíritu.
Los reinos del espíritu son dos: uno, celeste, viene de Dios; el otro, maligno, viene de Satanás.
Dios da, a veces, a sus predestinados, enfermedades que son pasaporte para el Reino divino. Satanás da, todavía con mayor frecuencia, enfermedades que son venganza contra el siervo de Dios o impone cargas sobre los pobres que han cedido a sus seducciones. Pobres, de una pobreza horrible porque es pérdida de la verdadera riqueza: la de la gracia que os hace hijos y herederos de Dios.
Los remedios humanos son inútiles en tales casos. Sólo el dedo de Dios borra el decreto de miseria y firma el decreto de liberación. Aquel que es liberado sana de la «posesión» si está poseído. Aquél que es liberado entra en el Cielo, si su enfermedad viene de Dios.
Pero además de la enfermedad de la carne hay enfermedades del espíritu. Son obra del Maligno. Éstas os encorvan, os hacen agitar y echar espuma, os entorpecen los sentidos y la palabra, os llevan a aberraciones morales peores que las enfermedades de la carne, porque encorvan y entorpecen el alma.
Yo las puedo curar. Sólo Yo. El alma liberada del influjo que la tenía encorvada se endereza y glorifica al Señor, como la mujer del Evangelio.
Tú lo notas. Tu carne muere y lo sientes. Pero ¡qué libre y fuerte te sientes porque tu Maestro te ha curado! Un dominio viril y pacífico ha invadido tu espíritu. Tienes la sensación de rotas cadenas caídas a tus pies.
Ahora Yo te digo: «Sígueme. Sígueme con tu espíritu nuevo y no peques más para que Satanás no pueda echarte su lazo. Si me sigues de cerca, él no podrá dañarte, porque quien me sigue no peca y no pecando no se somete a aquél que quiere convertiros en mis ene- migos»» .
3 de Julio
Dice Jesús:
«Te he dicho ayer que hay géneros de enfermedad que se salen de las comunes, es decir queridas por fuerzas espirituales. Dios o Satanás, actuando el Uno desde el abismo del Cielo, el otro desde el abismo del Infierno, afectan, por causas distintas y con distinto fin, a ciertas criaturas.
Pero, dada la fuente distinta y opuesta, una enfermedad, la que viene de Dios, lleva consigo, sacándola de los manantiales de una inmensurable Luz y de un inmensurable Amor, luz y amor para la criatura mártir de su Dios. La otra, proviniendo del abismo de estaño donde reina Satanás, envuelve de tinieblas y de tormento.
He dicho criatura mártir de su Dios. Sí. El alma que se ha abandonado a su Dios, totalmente, se hace mártir. Dios mismo actúa aquí de sacrificador, ni tampoco el martirio de la criatura abandonada al Amor es menos cruento, aunque la sangre no se derrame ma- terialmente, del de la que es inmolada por un verdugo. Porque no sólo la carne y la sangre, sino la inteligencia, el alma y el espíritu, son torturados en un feliz martirio cuyo fin, después de la crucifixión espiritual -que estigmatiza toda potencia del ser, en la carne, en la sangre, en la inteligencia, en el alma, en el espíritu, poniendo mi glorioso sello- es el abrazo ardiente con el Fuego mismo, con la encendida Caridad, el hundimiento en la ardiente Unidad que es
nuestra Trinidad, el conocimiento completo de quien sea Dios y el poseer y el ser poseídos por Dios para siempre.
Sí. Son dos las formas de las enfermedades espirituales, y son dos las formas de posesión espiritual. Si se dice «poseído» de quien está agarrado, atormentado, oprimido, dominado por Satanás, ¿por qué no se debe, incluso con mayor razón, llamar «poseído» a quien está abrazado, aliviado, modelado, dominado por Dios?
¡Beatífica, sublime, feliz posesión! El alma no tiene más que abandonarse, en amor, al Amor que la rodea, la abraza, la penetra, la transporta, le da sentidos nuevos y conocimientos desconocidos a los mortales. Es la zambullida en el remanso de Dios, remanso de Luz, de Ciencia, de Caridad, de toda virtud. Es zambullida en el remanso de la Paz.
El alma sale de allí, en aquellos escasos instantes en que sale -cada vez más escasos cuanto más dispersa está el alma en Dios- perfumada de la Esencia de su Dios, y ninguna miasma de la Tierra ni del Infierno puede actuar sobre su espíritu impregnado del aroma divino.
El alma «poseída» por Dios se asemeja a Él de tal modo que hasta la forma externa y material de su ser sufre modificaciones. Dios se trasluce en su mirada, en sus palabras, en su sonrisa, en la majestad nueva de su expresión, por lo que quien la roza dice: “Aquí hay algo que no es de esta tierra».
El alma «poseída» por Dios es preciosa vasija sigilada, pero de la que exhala el aroma que la colma. Sigilada porque el amor consagra y la posesión hace propiedad de Uno solo y sólo el Solo abre y cierra ese sigilo puesto en el espíritu que se ha dado a Él. Exhala porque el aroma de Dios es tan potente que no sólo llena el interior de la vasija, sino que impregna la materia, de modo que el efluvio espiritual se derrama y pasa entre la muchedumbre, purificándola del olor de la carne y de la sangre.
Si las criaturas supieran qué es «la posesión» de Dios, todos querrían ser «poseídos». Pero para saberlo es necesario dar el primer paso, el primer acto de generosidad, de renuncia, y después perseverar en aquel primer acto. Lo demás viene, porque, como una onda eléctrica, emitida por el polo A, viene atraída por el polo más fuerte Z, así igualmente el alma que se ha puesto en la órbita de Dios viene atraída por Él mismo, desde cualquier punto de la órbita donde se encuentre.
Porque Yo soy el Alfa y la Omega y abrazo todo cuanto existe. Sólo el querer humano contrario, que pone bajo el sigilo de la Bestia, desvía mi acción, porque Yo os he hecho libres y no violo vuestra voluntad. Por ello si vuestra voluntad es carne y sangre, o sea es Satanás, mi Voluntad no puede actuar porque mi Voluntad es Espíritu y actúa sobre vuestro espíritu y el espíritu muere donde reina la materia.
Hay que renacer en el espíritu para poder entrar en la órbita de Dios y vencer a la carne y a su dueño: Mamona. Entonces se da la «posesión». Paraíso anticipado sobre la tierra, feliz ascensión del alma al Cielo en la muerte, plenitud del Paraíso en mi Reino donde los «míos» estarán conmigo para siempre, luz en la Luz, paz en la Paz, alegría en la Alegría, gloria en la Gloria».
4 de julio
Dice Jesús:
«La Eucaristía es mi Sangre y mi Cuerpo. ¿Pero habéis pensado alguna vez que esa Sangre y ese Cuerpo han sido formados con la sangre y la leche de María?
Ella, la Purísima que acogió al Cielo en su seno vistiendo con sus carnes de candor
inmaculado al Verbo del Padre después de las bodas divinas con el Espíritu Santo, no se ha limitado a generar al Salvador. Le ha nutrido con su leche. Por lo cual vosotros, hombres que os alimentáis de Mí, mamad la leche de María que se ha hecho sangre en Mí.
La leche virginal. ¿Cómo podéis por tanto permanecer tan a menudo esclavos de la carne si desciende en vosotros, junto con mi Sangre, esta leche inmaculada? Es como si una fuente de pureza celestial vertiera en vosotros sus chorros de agua ¿Y no os deja limpios?
¿Cómo podéis ser así cuando en vosotros circula la leche de la Virgen y la Sangre del Redentor? Cuando os acercáis a mi Mesa es como si acercarais vuestra boca al pecho castísimo de la Madre.
Pensadlo, hijos que poco nos amáis. Yo estoy contento de que maméis de ese pecho del que recibí el alimento. Pero quisiera que, como infantes nutridos por un pecho, aumentara en vosotros la vida, quisiera que crecierais y os robustecierais. La leche de la nodriza comunica, además de la vida material, tendencias morales. ¿Cómo podéis vosotros, nutridos de ese pecho purísimo, no tomar semejanza espiritual de María? Ella os estrecha al pecho, tan flacos, enfermos, sucios como estáis. Y os limpia, os nutre, os lleva ante su Primogénito porque quiere que lo améis.
Si no fuera por los cuidados de María, por las oraciones de María, la raza humana ya no existiría. La hubiera cancelado porque verdaderamente vuestro vivir ha tocado lo profundo del Mal y la Justicia está herida, y la Paciencia está colmada, y el Castigo está preparado. Pero está María que os repara con su manto, y aunque Yo puedo, sólo con volver la mirada, hacer que se postre el Paraíso y tiemblen los astros, nada puedo contra mi Madre.
Soy su Dios, pero sigo siendo su Niño. Sobre ese Corazón he reposado en el primer sueño de infante y en el último de la muerte, y sé todos los secretos de ese Corazón. Sé, por tanto, que castigaros sería traspasar de dolor a la Madre del género humano, a la Madre verdadera, que siempre espera poder conduciros a su Hijo.
Soy su Dios, pero Ella es mi Madre. Y Yo, perfecto en todo, os soy Maestro también en esto: en el amor por la Madre. A quien aún cree, en el mundo, Yo digo: «La salvación del mundo está en María».
Si supierais cómo Dios se retira en lo profundo, ante la marea, cada vez más creciente, de los delitos que cometéis, vosotros deicidas, vosotros fratricidas, vosotros violadores de la ley, vosotros fornicarios, vosotros adúlteros, vosotros ladrones, vosotros sentina de vicios, temblaríais. Pero os habéis vuelto necios.
Antes era Yo el puente entre el mundo y el Cielo. Pero verdaderamente, ante vuestra insistencia en el Mal, Cristo se retira como en otro tiempo de Jerusalén porque «la hora aún no ha llegado» y Cristo, en espera de la hora, os deja en vuestro Mal para que lo cumpláis.
Ahora, María queda como único puente. Pero si la despreciáis también a Ella, seréis aplastados. No permito que sea escarnecida Aquélla en quien el Espíritu Santo descendió para generarme, Hijo de Dios y Salvador del Mundo».
Noche
Sintiéndome en el estado actual, he tenido la tentación de suavizar un poco las mortificaciones habituales que había re emprendido con vigor desde hacía algunos meses porque sentía que Jesús las deseaba.
Pero mi Jesús me responde:
«No. Persevera. El mundo está cubierto por un mar de culpas y se necesitan océanos de penitencia para limpiarlas. Si fuerais muchos los que expiarais, podría decir: reduce. Pero sois demasiado pocos y la necesidad es mucha. Por lo que podéis hacer, poco se repararía.
Hay una desproporción enorme entre el pecado y la expiación. Pero Yo no miro lo que podéis hacer; miro y juzgo que hacéis todo lo que podéis. Todo. Quiero el todo para reparar el infinito. El todo de mis imitadores: amantes y víctimas, para reparar el infinito de los pecadores.
Persevera. No morirás por esto. Por el contrario, la Paz y la Luz entrarán cada vez más en ti. Recuerda además que cuando, por prudencia humana, has moderado la penitencia, se ha insinuado la tentación y te ha doblegado. Entonces lo permití. Ahora no. Y puedes entender los motivos.
Ayúdame a vencer a Satanás en los corazones. Algunos demonios se vencen con la oración y el sufrimiento, recuérdalo. Piedad, te pido piedad por los pecadores y por Mí. Son tus hermanos y no me saben amar. Tu penitencia debe encender el fuego en los corazones apagados. Soy tu Hermano y soy flagelado por los pecadores. Si me vieses humanamente flagelado, tú, que no puedes ver que se pegue a un animal, ¿no te lanzarías a la defensa de tu Jesús?
Recuerda: cada pecado, cada blasfemia, cada maldición a Dios, cada pérdida de fe, cada traición es para Mí un azote. Doblemente doloroso porque Yo, ahora, ya no soy el Jesús desconocido de hace veinte siglos, sino soy el Jesús conocido. El mundo sabe lo que hace, ahora, y aún así me azota.
Recuerda: ya no te perteneces. Eres la víctima. Por tanto, por amor, y para ser fiel a tu ministerio, no la moderes. Cada penitencia es una herida menos a tu Dios, la recibes tú por Mí. Cada penitencia es una luz que se enciende en un corazón. Yo te quitaré de la mano la penitencia cuando juzgue que basta de sufrir, y te pondré en la mano la palma. Sólo Yo. Soy tu Señor.
Piensa cuantas veces estuve cansado de sufrir y sin embargo sufrí, por ti… porque te amaba…»
Dice aún Jesús:
«Algunos momentos de cansancio, de temor, no deben impresionar. Están relacionados con la naturaleza humana alrededor de la cual merodea siempre el Enemigo.
Satanás es un devorador insaciable y su hambre crece cuanto mayor sea su presa. Como el hambre, crece el odio contra Cristo y los cristianos. Los verdaderos cristianos. Por eso no deja nada sin intentar. Y cuando no puede atacar de frente como un león furioso, se insinúa arrastrándose. Siempre es la Serpiente que trata de envolver sin hacerse notar, preparada para triturar cuanto ha envuelto. Por eso, no pudiendo hacer otra cosa, tienta con el cansancio y el temor.
Es el arma que ha probado también conmigo. No logró nada, pero ¿sabes cuántas veces la utilizó? El acecho más estrecho y sutil fue en el Getsemaní. Me oprimió prospectándome cuánto sufriría y cuán pocos obtendrían provecho de ello.
He sufrido ese martirio del espíritu pensando en las «víctimas» de los siglos futuros que lo habría probado, por obra de Satanás. He sufrido pensando en ti. Pero no temas. Mi martirio de entonces ha rescatado vuestras debilidades, y si vosotros no cedéis al Enemigo, vuestra debilidad, producida por el temor, sólo por temor, no tiene consecuencias. Satanás puede haceros temblar de temor. Pero nada más, porque Yo estoy junto a mis amigos e imitadores. La posesión absoluta es cuando el alma se pone bajo el yugo satánico con el pecado. De otro modo sólo es venganza, y turba la superficie sin agitar lo profundo donde Yo reino.
Es un sufrimiento más o menos atroz. El tuyo de hoy ha sido un leve silbido y basta. Estás demasiado en Mí para que el demonio pueda más. Hace tiempo, durante años, te ha atormentado fuertemente, y no siempre te ha encontrado fuerte, al punto de hacerlo temblar.
Pero el pasado no cuenta. Yo te digo: persevera, el pasado ha muerto. También aquella prueba era útil. Ahora está superada. Permanece ahora en el surco de Dios en el que te he puesto y no temas.
Yo te lo digo: no temas. Y te digo: supera los cansancios de la carne, los miedos de la carne insidiada por Satanás, con el ardor del espíritu. Si sufrieses sola, criatura mortal, no podrías durar. Pero Yo estoy contigo. Pero tú sufres por Mí. Créelo con fe y todo ardor te será fácil, porque el espíritu es más fuerte que la materia y es fortísimo cuando está unido a su Dios con el nudo de la caridad».
Explico yo para que usted no crea que ha habido algo grave. No. Nada grave. Sólo, ante el gran sufrimiento, que me arranca gritos involuntarios, había tenido un pensamiento – ciertamente suscitado por el Enemigo, como dice Jesús- de suavizar un poco mis mor- tificaciones. Pocas cosas en realidad, pero no puedo hacer más. Pero he tenido una respuesta rápida, como usted ve. Por eso, mientras pueda, seguiré adelante. Por lo demás, si considero el valor que he puesto en aquellas menudencias, y que ya es ratificado por el buen Dios en muchas cosas -y espero que lo sea también para otras- me lleva a concluir que merece la pena realmente resistir mientras pueda. O sea, hasta el extremo.
Y además… Si la carne está cansada de sufrimiento y pide piedad, ¡el alma tiene tanta paz y alegría!… No puedo salir de la felicidad sobrenatural que me ha quedado después de haber tenido la visión mental de la Stma. Trinidad 47. Estoy bajo aquel sol… como una flor. Y miro a mi Sol, que resplandece en el centro de los tres círculos sublimes, el Sol de la Unidad de Dios, cuya luz de Paz infinita y de infinita Belleza me infunde sentidos nuevos. Para merecer esto ¿qué es sufrir? Es perfecto gozar.
5 de julio
Dice Jesús:
«Mi Iglesia es similar a un gran jardín que circunda el palacio de un gran rey.
El rey, por motivos suyos, no sale del palacio y por ello, tras haber sembrado las flores y las plantas más hermosas, ha delegado a un jardinero para tutelar su Iglesia. El jardinero, a su vez, tiene muchos ayudantes que le auxilian.
En el jardín hay flores y plantas de todas las especies. El rey desparramó sobre los plantíos, para hacerlos fértiles, todas las sustancias fertilizantes, y antaño florecían sólo flores y plantas útiles y bellas. En el centro del jardín hay una fuente con siete caños que lanza sus canales por doquier y alimenta y restaura plantas y flores.
Pero el Maligno, en la ausencia del rey, ha entrado y a su vez ha esparcido semillas nocivas. De modo que ahora el jardín presenta un aspecto desordenado, para no decir desolador. Malas hierbas, espinosas, venenosas, se han extendido donde antes había márgenes, parterres, matorrales bellísimos, y los han sofocado o convertido en gramilla porque han absorbido la linfa de la tierra e impedido al sol descender sobre las plantitas.
El jardinero y sus ayudantes se afanan en limpiar, extirpar, y enderezar las plantitas plegadas bajo el peso de las otras malas. Pero si trabajan acá, el Maligno trabaja allá, y así el jardín continúa presentando su aspecto desolado. Serpientes, sapos, babosas aprovechan el desorden para anidarse, para roer, para babear. Acá y allá alguna planta robusta lo resiste todo y florece alta hacia el cielo; algún parterre también, especialmente si es de lirios y rosas. Pero los hermosos rebordes de margaritas pequeñitas y de violetas están casi
47 En el escrito del 1° de julio
completamente cancelados.
Cuando el rey venga, no reconocerá ya su hermoso jardín que se ha hecho salvaje y con ira arrancará las yerbas, aplastará los animales escurridizos, cogerá las flores que queden y se las llevará a su palacio, eliminando el jardín para siempre.
Ahora, atenta a la explicación.
El rey es Jesucristo. El jardín es su Iglesia militante. El jardinero es mi Pedro, y sus ayudantes son los sacerdotes. Los flores y las plantas, los consagrados fieles, los bautizados. Las sustancias fertilizantes, las virtudes y sobre todo mi Sangre, esparcida totalmente para fecundar el mundo y hacer fértil la tierra para la simiente de vida eterna. La fuente son los siete sacramentos. Las semillas nocivas son los vicios, las pasiones, los pecados sembrados por Satanás en su odio hacia Mí.
El desorden está producido por el hecho de que las plantas buenas no han reaccionado y se han dejado sofocar por las malas que anulan el beneficio de mi Sangre, de mis Sacramentos, del Sol de la gracia.
El Sumo Jardinero y sus pocos, verdaderos ayudantes, no logran poner orden por la mala voluntad de las plantas buenas, por su pereza espiritual, y por la mala voluntad y pereza de muchos falsos jardineros que no se afanan en el santo trabajo de cultivar, ayudar, enderezar las almas.
Las serpientes, los sapos y las babosas son las tentaciones. Si todos los jardineros fueran diligentes y si todas las plantas estuvieran vigilantes, estos serían aplastados. En cambio las almas no piden ayuda a la iglesia cuando comprenden que la tentación es más fuerte que ellas, y los eclesiásticos no acuden, no todos, cuando una de las pobres almas, que Yo he pagado con mi Dolor y rescatado por anticipado con mi Sangre, pide auxilio.
Las plantas buenas que resisten son los verdaderos sacerdotes: desde mi Vicario, Jardinero Sumo y sumo árbol que alza hasta el cielo su copa intrépida y recta, hasta los sacerdotes sencillos que han permanecido sal de la tierra.
Los plantíos, especialmente de rosas y lirios, son las almas virginales y las almas amantes. Pero los rebordes de pequeñas margaritas: la inocencia, y de violetas: la penitencia, muestran un aspecto desolador. La inocencia nace y florece, pero enseguida desaparece, porque la malicia, la lujuria, el vicio, la imprudencia, la destruyen. La penitencia es secada literalmente por la gramilla de la tibieza. Sólo resiste algún ejemplar. Y es ese ejemplar el que perfuma, con olor de purificación, un amplio radio del jardín de las miasmas del Mal.
Cuando Yo venga, en mi hora terrible, arrancaré, pisaré, destruiré las hierbas malditas y los parásitos malditos, eliminaré el jardín del universo, llevando conmigo, al interior de mi palacio, las plantas benditas, las benditas flores que han sabido resistir y florecer para mi alegría.
¡Ay de aquellos que sean desarraigados de Mí y lanzados al reino de Mamona, que han preferido el malvado sembrador al Sembrador divino; y ay de aquellos que han preferido escuchar la voz de las serpientes y de los sapos y el beso de las babosas a la voz de mis án- geles y el beso de mi gracia. Mejor hubiera sido para ellos no haber nacido nunca!
Pero alegría, alegría eterna para quienes me han permanecido siervos buenos, fieles, castos, enamorados. Y alegría, aún mayor, para quienes han querido ser doblemente mis seguidores tomando como propio camino las vías del Calvario, para cumplir en su cuerpo lo que falta aún a la eterna pasión de Cristo. Sus cuerpos glorificados resplandecerán como soles en la vida eterna porque se habrán nutrido con mi doble pan: Eucaristía y Dolor, y habrán aumentado con su sangre el gran lavado iniciado por Jesucristo, la cabeza, y seguido por ellos, los miembros, para limpiar a los hermanos y dar gloria a Dios».
Digo más tarde a Jesús: «No comprendo este pasaje del Evangelio (cap. 2, v. 23-25, S. Juan), y Él me explica así:
«El hombre es el eterno salvaje y el eterno niño. Para ser atraído y seducido, especialmente en lo bueno -porque su naturaleza viciada le lleva fácilmente a aceptar el mal y difícilmente a aceptar el bien- necesita una farándula de prodigios. El prodigio le sacude y le exalta. Es un empujón que le impulsa al borde del Bien.
Al borde, he dicho. Yo sabía que los que creían por mis milagros estaban en los bordes. Estar allí no quiere decir estar en mi Camino. Quiere decir ser espectadores curiosos o interesados, preparados para alejarse cuando cesa la utilidad y se perfila un peligro, y a con- vertirse en acusadores y enemigos como antes se habían mostrado admiradores y amigos. El hombre es ambiguo, hasta que no es completamente de Dios.
Yo veo en el fondo de los corazones. Por eso no me he fiado de los admiradores de una hora, de los creyentes del instante. Éstos no habrían sido los verdaderos confesores, mis testigos. Ni Yo necesitaba testigos. Mis obras daban testimonio por Mí y testimoniaba el Padre, Aquel que eternamente es Perfección y Verdad.
He aquí el por qué Juan dice: que no necesitaba que otros dieran testimonio de Mí. Otros que no fueran el Padre y Yo mismo.
En el hombre no arraiga la verdad, por eso su testimonio no es veraz y duradero. Muchos fueron los que creyeron, pocos los que perseveraron, poquísimos los que testimoniaron durante toda su vida, y con la muerte, que Yo soy el Mesías, Hijo verdadero de Dios verdadero.
¡Beatísimos para siempre éstos!».
6 de julio
En espera de que hable Jesús, hablo yo para aclarar algunos puntos.
Habrá notado que con fecha 28 de junio hay una oración a la Stma. Sangre. Pero, mientras que Jesús se lamenta de que su Sangre sea muy poco venerada, no impone, prepotentemente, que se dé a conocer esa oración. Mientras que sobre la del 4 de junio, en reparación a Jesús Sacramentado, no me dio tregua hasta que se la mandé. Jesús me hace entender que esta oración debe rezarse mucho y, personalmente, me la hace decir con la frase dictada por Él «…por manos de Satanás».
Lamento desobedecer al censor eclesiástico. Pero entre él y el Maestro elijo al Maestro. Y aunque quisiera hacerlo de otro modo no lo lograría.
También lamento tener que decir que no conozco a quien ha escrito aquella oración. ¡Oh, lo conozco! Pero Él se esconde detrás del anónimo. Nos da una fórmula perfecta en su concisión, completa, como sólo Él podía hacerla, pide que sea dicha y basta. Así que yo, a los lejanos de aquí, digo que fue escrita por una enferma.
Escrita: es fórmula muy amplia. Yo puedo escribir la Divina Comedia, si me pongo a ello con paciencia. Pero ciertamente no soy yo quien la ha compuesto. Igualmente ahora. Yo la he escrito y Él la ha compuesto. Pero a los cercanos que podrían preguntar donde está esta enferma, digo: «No sé quien ha escrito esa oración».
Si dijese: «La he escrito yo», recibiría alabanzas que serían injustas. Si dijese quien la ha dictado, la gente creería de dos formas distintas. Una, paciencia, la padecería pensando en Jesús llamado «loco». Pero la otra no quiero que sea dicha. Porque si Jesús se inclina, verdadero Samaritano piadoso, sobre mi alma que es toda un desgarro, esto es prueba de su infinita Misericordia y no de mérito por mi parte.
Siento, con la misma exactitud que si lo hubiera ya vivido, que si la soberbia entrara en mí todo terminaría. Se lo decía esta mañana. Es una persuasión mía personal, y el buen Jesús la confirma diciéndome que «la soberbia mata a todas las virtudes, en primer lugar a la caridad. Conlleva, por tanto, consigo la pérdida de la luz de Dios. El soberbio», me explica Jesús, «no trata con santo respeto al buen Padre de los Cielos, no tiene entrañas de misericordia con los hermanos, se cree superior a las debilidades de la carne y a las reglas de la Ley. Por ello peca continuamente, y con el mismo pecado que fue la causa de la ruina de Lucifer primero, y después de Adán y de la descendencia de Adán. Pero sobre todo mata la caridad. Destruye por ello la unión con Dios».
A propósito de la caridad. Le ruego que insista encarecidamente sobre este tema a las Religiosas del Hospital. Es comprensible y excusable que estén cansadas, atareadas, nerviosas, siempre llamadas y rellamadas como están por los enfermos exigentes y frecuen- temente ingratos. Pero visten el uniforme de la caridad. De la caridad activa y de la más santa actividad. Tienen entre las manos almas que sufren en cuerpos sufrientes, almas que, a veces, encuentran el rostro de Dios, en sus siervas, precisamente en las salas del hospital, almas que pueden estar cercanas al encuentro con el Dios eterno en el juicio particular.
¡Oh! ¡cuánta responsabilidad tiene quien cuida a un enfermo! Puede, con su modo de actuar, impedir el contacto, el encuentro entre dos que, al menos por parte de Uno, se habían buscado sin poder encontrarse.
El dolor es, con mucha frecuencia, cadena, chispa, imán entre Dios y la criatura. Pero cuando y cuanto menos la criatura conoce a Dios, hay que saber aprovechar el medio – enfermedad- con caridad infinita, para lograr que el alma vaya donde Jesús la atrae a su Corazón amable, y no huya de él escandalizada, chocada, escéptica, porque ve que una sierva de Jesús es… un ramo de ortigas en vez de ser un aterciopelado ramo de violetas.
Otros enfermos pueden ser católicos tibios… Pero ¿cómo se pueden encender si están rodeados de corazones que, bajo la inflamada insignia de la Cruz, están helados como carne muerta?
Entregar almas a Jesús, tomar a: estas pobres almas que la vida tira sobre las dolorosas playas de un hospital como a tantos náufragos heridos y desesperados, y recogerlas con amor, cuidarlas, calmarlas, infundir las tres sublimes virtudes teologales, las otras suavísimas virtudes cardinales, conducidas hacia la Luz. Hacer posible que en la vida, si superan la enfermedad, o en la muerte, si la hora de la muerte ha llegado, se vayan del hospital, o de la vida, llevando en el alma, encendida por la piadosa hermana enfermera, la Luz que no muere.
Si es gran responsabilidad ser madrinas de bautismo, ¿que responsabilidad será la de las «madrinas del dolor y de la muerte»? He sido enfermera, y sé y compadezco. Pero no todos lo han sido.
¿Por qué escandalizar, hacer que murmuren, herir a las almas, encerrarlas, en el momento en que deberían estar más abiertas, por qué se hieren con la anticaridad?
Perdóneme y que me perdonen las Religiosas. Pero por piedad de ellas, que deberán responder, por sí mismas y por las almas asistidas, al Juez eterno, y por piedad de quien sufre en el cuerpo y tiene tanta necesidad de luz en el alma, le ruego que insista sobre la caridad que «nos hace siervas preparadas», como decía nuestro lema de enfermeras samaritanas.
De la caridad le viene a la enfermera la paciencia, la calma, la sonrisa (tan útil ante quien sufre y tan heroica). Le viene todo en esta vida y le viene el beso de Cristo en la otra (a veces también en ésta), ese beso que es el pasaporte para el reino de Dios.
Respecto a su enferma, enferma desde hace 14 años, rezaré por ella, sufriendo. Seré feliz
si mi dolor le obtiene la visión de nuestro divino y dulce Jesús. Es sorda y muda. Pero aunque fuera también ciega, Jesús siempre podría brillar en sus tinieblas y hablar a sus tímpanos apagados. Bastaría que se desvelara un instante… Después ya no se puede salir de su surco de luz…
Rezaré mucho por esta paralizada en los miembros, como oro por las demás almas que usted dirige y que están más o menos pesadas en el espíritu. ¡Oh! quisiera sufrir mucho para subir a Dios arrastrando detrás de mí, como vuelo de ángeles, una verdadera tribu de almas. No tengo miedo de sufrir demasiado, porque sufro para complacer a Jesús.
Y ahora gracias por la sorpresa tan inesperada. Había, el domingo, hecho un verdadero sacrificio rechazando la tentación de comprar un libro: «La vida de G.M. Vianney», que me había dado para leer.
¿Pero ve qué bueno es el Señor? Cuando yo contemplo su divina bondad me saltan las lágrimas a los ojos. Porque en todo lo que recibo veo a Jesús. La mano de Jesús es la que me da esto o aquello. Una sensación tan viva por lo cual digo antes «gracias» a Jesús y después al piadoso que, inspirado por Jesús, da un alivio a la pobre María. Jesús está como una pantalla entre mí y el mundo, y yo lo veo sobreponerse a todo y a todos.
Por ello: gracias, Padre, por haber seguido la inspiración de Jesús y haberme… Comienza a hablar Jesús y yo callo.
Dice Jesús:
«El haberme visto dejar de sufrir en la carne fue un alivio para mi Madre, pero no fue «la alegría». Veía no sufrir más la Carne del Hijo, sabía que el horror del deicidio material había terminado.
Pero en la «Llena de Gracia» estaba también el conocimiento de los siglos futuros, en los cuales muchedumbres incalculables de hombres habrían continuado hiriendo espiritualmente a su Hijo, y estaba sola.
El deicidio no acabó en el Gólgota en la hora de mi muerte. Se repite cada vez que un redimido por Mí mata su alma, profana el templo vivo de su espíritu, eleva la mente sacrílega para blasfemarme, no sólo con un habla soez obscena, sino con las mil maneras del vivir actual, cada vez más contrario a mi Ley y cada vez más neutralizante de los méritos incalculables de mi Pasión y Muerte.
María, Corredentora excelsa, no cesa de sufrir, como no ceso Yo. En la gloria intangible de los Cielos, Nosotros sufrimos por los hombres que nos reniegan y nos ofenden.
María es la eterna puérpera que os da a luz con un dolor sin par, porque sabe que ese dolor no genera bienaventurados para el Cielo, sino, en su mayor parte, condenados para el infierno. Sabe que genera criaturas muertas o destinadas a morir pronto. Muertas, porque mi Sangre no penetra en ciertas criaturas, como si fueran de jaspe durísimo. Desde su juventud se matan a sí mismas. O destinadas a morir pronto, es decir, aquellas que, después de una larva de vitalidad cristiana, sucumben bajo su inercia impasible.
¿Puede María no sufrir al ver perecer a sus criaturas que cuestan la Sangre del Hijo? ¡La Sangre derramada por todos y que beneficia a tan pocos!
Cuando el tiempo deje de existir, entonces María cesará de sufrir, porque el número de los bienaventurados estará completo. Ella habrá generado, con dolor inenarrable, el cuerpo que no muere, del que su Primogénito es la cabeza.
Si consideráis esto, podéis entender bien cómo el dolor de María fue sumo dolor. Podéis entender cómo -grande en la Concepción inmaculada, grande en su gloriosa Asunción- María fue grandísima en el ciclo de mi Pasión, es decir desde la noche de la Cena hasta el alba de la Resurrección. Entonces Ella fue el segundo -en número y potencia- el segundo Cristo, y
mientras que el cielo se oscurecía sobre la tragedia cumplida y se desgarraba el velo del Templo, nuestros Corazones se desgarraron por la misma herida viendo el número inmensurable para los que la Pasión fue inútil.
Todo cumplido, en aquella hora, del sacrificio material. Todo por iniciar, en relación al camino de las gentes en el surco de la Iglesia, en la matriz de la Madre Virgen, para dar a luz a los habitantes de la Jerusalén que no muere. Y; por iniciarse con esa huella de Cruz, que debe llevar todo cuanto es hecho para el Cielo, se inició en el dolor de la soledad.
Era la hora de las tinieblas. Cerrados los Cielos. Ausente el Eterno. El Hijo en la muerte.
María sola iniciaba su segunda mística concepción» .
Y ahora termino yo.
Decía por tanto: gracias, Padre, por haber seguido la inspiración de Jesús y por haberme dado la ocasión de releer la Vida del Cura de Ars. Me gusta mucho porque fue un alma víctima.
Respecto a mí, estoy, en mi sufrimiento, plácida como un niño en la cuna y un pajarillo bajo el ala materna. Mi Sol tiene para mí función de vida, de antidolor, de todo. Me pongo bajo su irradiar y soy feliz.
¿Ha observado alguna vez las palomas? Cuando pueden hacerlo, se acurrucan al sol, abren las alitas, las levantan a turno para hacerse besar por el sol bajo las alas, levantan la cabecita y miran, con evidente satisfacción, diría casi con animal beatitud, el sol de oro. Están felices al dejarse calentar por él, ni se sabe cómo pueden resistir tanto tiempo bajo el rayo de fuego que desciende perpendicular desde el astro sobre ellas.
Yo parezco una palomilla bajo el sol. Estoy allí, fija fija, y no me muevo, contenta de sentirme invadir, derretir por su fuego con la esperanza de ser consumada pronto, atraída a Él.
¡Oh! ¡mi Sol! Como dice usted muy bien, debería otro sentir lo que yo siento para entenderlo… Yo me esfuerzo inútilmente en explicar cómo es esa Luz: Paz, Majestad, Ciencia, Belleza… No. No se puede decir qué sea para el alma este inextinguible, inexpresable, aliviador esplendor.
7 de julio
Dice Jesús:
«En el Pater noster está la perfección de la oración.
Observa: ningún acto está ausente en la brevedad de la fórmula. Fe, esperanza, caridad, obediencia, resignación, abandono, petición, contrición, misericordia, están presentes. Diciéndola, oráis con todo el Paraíso, durante las cuatro primeras peticiones, después, dejando el Cielo, que es la morada que os espera, volvéis sobre la tierra, permaneciendo con los brazos alzados hacia el Cielo para implorar por las necesidades de aquí abajo y para pedir ayuda en la batalla que hay que vencerse para volver allá arriba.
«Padre nuestro que estás en los cielos».
¡Oh María! Sólo mi amor podía deciros: decid: «Padre nuestro». Con esta expresión os he investido públicamente con el título sublime de hijos del Altísimo y hermanos míos. Si alguno, aplastado por la consideración de su nulidad humana, puede dudar de ser hijo de Dios, creado a su imagen y semejanza, pensando en esta palabra mía no puede ya dudar. El Verbo de Dios no yerra y no miente. Y el Verbo os dice: decid: «Padre nuestro».
Tener un padre es algo dulce y una gran ayuda. Yo, en el orden material, he querido tener un padre sobre la tierra para tutelar mi existencia de niño, de muchacho, de joven. Con esto he querido enseñaros, sea a los hijos que a los padres, cuán grande sea la figura moral del
padre. Pero tener un Padre de perfección absoluta, cual es el Padre que está en los Cielos, es dulzura de las dulzuras, ayuda de las ayudas. Mirad a este Padre Dios con temor santo, pero siempre más fuerte que el temor sea el amor agradecido por el Dador de la vida en la tierra y en el cielo.
«Santificado sea tu Nombre».
Con el mismo movimiento de los serafines y de todos los coros angélicos, a los cuales y con los cuales os unís al exaltar el nombre del Eterno, repetid esta exultante, agradecida, justa alabanza al Santo de los Santos. Repetidla pensando en Mí que antes que vosotros, Yo, Dios hijo de Dios, la he dicho con suma veneración y con sumo amor. Repetidla en la alegría y en el dolor, en la luz y en las tinieblas, en la paz y en la guerra. Bienaventurados los hijos que nunca han dudado del Padre y siempre, en cada circunstancia, han sabido decide: «¡Bendito sea tu Nombre!».
«Venga tu Reino».
Esta invocación debería ser el latido del péndulo de toda vuestra vida, y todo debería gravitar sobre esta invocación al Bien. Porque el Reino de Dios en los corazones, y desde los corazones en el mundo, querría decir: Bien, Paz, y todas las demás virtudes. Escandid por ello vuestra vida de innumerables imploraciones por la llegada de este Reino. Pero imploraciones vivas, es decir actuar en la vida aplicando vuestro sacrificio de cada momento, porque actuar bien quiere decir sacrificar la naturaleza, con esta finalidad.
«Hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo»,
El Reino del Cielo será de quien ha hecho la Voluntad del Padre, no de quien haya acumulado palabras sobre palabras, y después se ha rebelado al querer del Padre, mintiendo a las palabras antes dichas. También aquí os unís a todo el Paraíso que hace la Voluntad del Padre. Y si tal Voluntad la hacen los habitantes del Reino, ¿no la haréis vosotros para haceros, a su vez, habitantes de allá arriba? ¡Oh! ¡alegría que os ha sido preparada por el amor uno y trino de Dios! ¿Cómo podéis vosotros no afanaros con perseverante voluntad para conquistada?
Quien hace la Voluntad del Padre vive en Dios. Viviendo en Dios no puede errar, no puede pecar, no puede perder su morada en el Cielo, porque el Padre no os hace hacer más que lo que es el Bien, y que, siendo Bien, salva del pecar, y conduce al Cielo. Quien hace suya la Voluntad del Padre, anulando la propia, conoce y gusta ya en la tierra la Paz que es la dote de los bienaventurados. Quien hace la Voluntad del Padre, matando la propia voluntad perversa y pervertida, ya no es un hombre: ya es un espíritu movido por el amor y viviente en el amor.
Debéis, con buena voluntad, arrancar de vuestro corazón vuestra voluntad y poner en su lugar la Voluntad del Padre.
Después de haber provisto a las peticiones para el espíritu, porque sois pobres, vivientes entre las necesidades de la carne, pedís el pan a Aquél que provee de alimento a los pájaros del aire y de vestidos a los lirios del campo. «Danos hoy nuestro pan cotidiano».
He dicho hoy y he dicho pan. Yo no digo nunca nada inútil.
Hoy. Pedid día tras día las ayudas al Padre. Es medida de prudencia, justicia, humildad.
Prudencia: si lo tuvierais todo de una vez, desperdiciaríais mucho. Sois eternos niños y caprichosos por añadidura. Los dones de Dios no deben desperdiciarse. Además, si lo tuvierais todo, olvidaríais a Dios.
Justicia: ¿Por qué deberíais tenerlo todo de una vez cuando Yo tuve, día a día, la ayuda del Padre? ¿Y no sería injusto pensar que está bien que Dios os dé todo junto, pensando por los adentros con cuidado humano que, nunca se sabe, está bien tenerlo hoy todo en el temor de que mañana Dios no dé? La desconfianza, vosotros no reflexionáis en esto, es un
pecado. No hay que desconfiar de Dios. Él os ama con perfección. Es el Padre perfectísimo. Pedirlo todo junto choca con la confianza y ofende al Padre.
Humildad: el deber pedir día a día os refresca en la mente el concepto de vuestra nada, de vuestra condición de pobres, y del Todo y de la Riqueza de Dios.
Pan. He dicho «pan» porque el pan es el alimento rey, el indispensable para la vida. Con una palabra y en la palabra he encerrado, para que las pidierais todas, todas las necesidades de vuestra permanencia terrena. Pero al igual que son distintas las temperaturas de vuestra espiritualidad, así son distintas las extensiones de la palabra.
«Pan alimento» para quienes tienen una espiritualidad embrional hasta el punto de que es ya mucho si saben pedir a Dios el alimento para saciar su vientre. Hay quien no lo pide y lo coge con violencia, maldiciendo a Dios y a los hermanos. Éste es mirado con ira por el Padre porque pisotea el precepto del que proceden los demás: »Ama a tu Dios con todo tu corazón, ama a tu prójimo como a ti mismo».
«Pan ayuda» en las necesidades morales y materiales para quien no vive sólo para el vientre, sino sabe vivir también para el pensamiento, teniendo una espiritualidad más formada.
«Pan religión» para aquellos que, aún más formados, anteponen a Dios a las satisfacciones del sentido y del sentimiento humano y ya saben mover las alas en lo sobrenatural.
«Pan espíritu, pan sacrificio» para quienes, alcanzada la edad plena del espíritu, saben vivir en el espíritu y en la verdad, ocupándose de la carne y de la sangre sólo cuanto es estrictamente necesario para continuar existiendo en la vida mortal, hasta que sea la hora de ir a Dios. Éstos ya se han cincelado a sí mismos sobre mi modelo y son copias vivientes de Mí, sobre las cuales el Padre se inclina con abrazo de amor.
«Perdónanos nuestras deudas como nosotros las perdonamos a nuestros deudores».
No hay, en el número de los creados, ninguno, excepto mi Madre, que no haya tenido que hacerse perdonar por el Padre culpas más o menos graves según la propia capacidad de ser hijos de Dios.
Rogad al Padre que os borre del número de sus deudores. Si lo hacéis con ánimo humilde, sincero, arrepentido, inclinaréis al Eterno a vuestro favor.
Pero condición esencial para lograrlo, para ser perdonados, es perdonar. Si sólo queréis y no dais piedad a vuestro prójimo, no conoceréis perdón del Eterno. Dios no ama a los hipócritas y a los crueles, y aquel que rehúsa perdonar al hermano rechaza el perdón del Padre para sí mismo.
Considerad además que, por cuanto podáis haber sido heridos por vuestro prójimo, vuestras heridas a Dios son infinitamente más graves. Que este pensamiento os impulse a perdonarlo todo como Yo perdoné por mi Perfección y para enseñaros a vosotros el perdón.
«No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal».
Dios no os induce en tentación. Dios os tienta solamente con dones de Bien, y para atraeros a Sí. Vosotros, interpretando mal mis palabras, creéis que ellas quieran decir que Dios os induce en tentación para probaros. No. El buen Padre que está en los Cielos permite el mal, pero no lo crea. Él es el Bien del que brota todo bien. Pero el Mal existe. Existió desde el momento en que Lucifer se levantó contra Dios. A vosotros os corresponde hacer del Mal un Bien, venciéndolo e implorando al Padre las fuerzas para vencerlo.
He aquí lo que pedís con la última petición. Que Dios os dé tanta fuerza como para saber resistir a la tentación. Sin su ayuda la tentación os podría porque es astuta y fuerte, y vosotros sois torpes y débiles. Pero la Luz del Padre os ilumina, pero la Potencia del Padre os fortalece, pero el Amor del Padre os protege, por lo cual el Mal muere y vosotros os
quedáis liberados de él.
Esto es cuanto pedís con el Pater que Yo os he enseñado. En él está todo comprendido, todo ofrecido, todo pedido de cuanto es justo que sea pedido y dado. Si el mundo supiera vivir el Pater, el Reino de Dios estaría en el mundo. Pero el mundo no sabe orar. No sabe amar. No sabe salvarse. Sólo sabe odiar, pecar, condenarse.
Pero Yo no he dado y hecho esta oración para el mundo que ha preferido ser reino de Satanás. Yo he dado y he hecho esta oración para aquellos que el Padre me ha dado porque son suyos, y la he hecho para que sean uno con el Padre y conmigo desde esta vida, para alcanzar la plenitud de la unión en la otra».
8 de julio
Dice Jesús:
«Ha venido, estableciéndose en las ciudades y en los pueblos más importantes, una asociación benéfica llamada de los «Donadores de sangre», la cual consiste en voluntarios que dan, a petición de los médicos, sangre para los desangrados civiles o militares. Muchas vidas se han salvado así, y estos generosos son alabados, señalados como ejemplo ante la Nación, ayudados a superar la debilidad consecuente al acto. Están, en fin, considerados en una atmósfera de privilegio.
Es justo. La suya es una gran caridad, y si Yo he prometido un premio a quien da un vaso de agua en mi Nombre, sabré ciertamente tener un gran premio para quien sabe dar su sangre por caridad hacia el prójimo y no extingue el mérito de su caridad con culpas graves.
¿Pero no os dais cuenta de que Yo os he dado toda mi Sangre, y no para dar salvación a una carne que de todas formas morirá, sino para dar salvación de vida eterna a la parte que no muere nunca?
Os he dado mi Sangre, y era la de un Dios, entre dolores inauditos e inauditas ofensas. Os la he dado sin que se me pidiera. Os la he dado por amor. Me he vestido de carne para podérosla dar. Me he exiliado de los Cielos para podérosla dar. He sufrido por treinta y tres años hambre, frío, cansancios, vejaciones, burlas, para podérosla dar. He terminado mi vida soportando la traición, que es tormento mayor que una herida, el beso infame abrasante más que una hoguera, las torturas de mentirosos sacerdotes, de insano s gobernantes, de una plebe sin reconocimiento y sin honradez, soportando los escarnios de soldadescas paganas, las torturas de una ley humana, una sentencia vergonzosa, una muerte horrible, todo para daros mi Sangre.
Las últimas gotas de mi Sangre -que había mojado las calles y las cortes de Jerusalén y había dejado sus huellas en el palacio donde existía un poder mal interpretado y un corazón sólo temeroso de perder el poder- se habían situado entre el corazón y el pulmón privados de movimiento, y me fueron quitadas con violencia. Pero en la separación de mi Espíritu de la carne ya apagada, Yo me he alegrado de que también esas últimas gotas fueran derramadas.
Había venido para daros toda mi Sangre y os la he dado, y os la doy, continuamente, en los sagrados misterios. Pero si supiera que con una nueva venida mía vosotros os convertiríais, ¡oh perfectos paganos!, ¡oh duros renegadores de vuestro Dios Crucificado!, vendría para daros mi Sangre en forma humana, como es necesario para vosotros que vivís sólo de carne y sangre, y habéis matado o entorpecido el espíritu y con el espíritu el amor y la fe.
Pero no serviría para nada. Aumentaríais vuestro peso de culpas ante los ojos del Padre, y si entonces tuve uno que me vendió por treinta denarios, ahora tendría mil y cien mil que
me cambiarían por el beso de una pecadora, por la utilidad de una promoción, y aún por menos.
Deciros que sois y vivís de carne y sangre, es haceros todavía un elogio. Vivís de fango y en el fango, nuevos fariseos que os golpeáis el pecho y simuláis una religión y una fe, pero os hacéis de ello sólo un trampolín para utilidad vuestra, utilidad terrena. Vivís no sólo en el fango, sino en materia aún más cenagosa, vosotros que ni siquiera tenéis la falsa piedad de los nuevos fariseos y sois peor que los paganos de hace veinte siglos, y mezcláis delito con lujuria, ladronería de toda clase con vicio de toda medida.
Pero, según la antigua ley, quien utiliza algo malvado de lo mismo morirá. Vosotros vivís en el fango y en el fango moriréis. Precipitaréis desde el fango de la tierra al fango del infierno, porque habéis destruido mi Ley en vuestros corazones, mi nueva Ley de
piedad, de amor, de pureza, de bondad.
Pero por la millonésima vez os digo, en verdad, que sólo aquellos que están señalados por mi Sangre y que viven no como enemigos sino como amigos del Cristo Crucificado, verán en la hora de la muerte surgir la aurora del día eterno, donde toda tribulación termina y es sustituida por la bienaventuranza de poseer para siempre a Dios, sin velos y sin limitaciones».
9 de julio
Dice Jesús:
«El Señor hablando a Moisés dijo: «No contaminéis vuestras almas con ningún reptil que se arrastra sobre la tierra. Yo soy el Señor que os ha sacado de Egipto para ser vuestro Dios; y vosotros seréis santos, porque Yo soy santo».
Estas palabras te han impresionado. ¿Las meditamos juntos? Tu Maestro habla. Al pueblo hebraico de entonces el Señor no podía dar la perfección de la Ley como la he dado Yo después a un mundo más adelantado y encaminado a una civilización cada vez mayor. Civilización no quiere decir perfección. Quiere decir únicamente complicación. Vosotros os habéis hecho cada vez más complicados en las costumbres, en las usanzas, en las prohibiciones.
Entonces las muchedumbres vivían siguiendo el instinto más que otra cosa, y aunque cometían cosas que a vuestra mentalidad aparecen repugnantes, no eran responsables como lo sois vosotros por tantas otras. Ellos las cumplían sin malicia, movidos a cumplirlas por la necesidad y por su propia mentalidad. Vosotros las cometéis con malicia y aquí está la culpa. Pero tú ves que, por cuanto tuvieran muchos atenuantes en su modo de actuar, dada su limitada civilización, fueron castigados cuando sobrepasaron la medida en el mal cometido por su mentalidad infantil.
El Señor les da a ellos leyes pequeñas, y al mismo tiempo externas más que internas. Yo hablaré para vuestras almas. El Padre habla también a Moisés para la vestidura de vuestras almas. Era una vestidura cuya aspereza volvía casi feroz, en el instinto y en las costumbres. Por lo que el Creador debió continuar vuestra creación, como personas morales, limando, alisando, limpiando vuestra vestidura. De aquí las pormenorizaciones materiales de la Ley. Pero, un alma perdida en Cristo Luz, no debe ver las cosas materiales. Debe ver lo que se esconde debajo de la naturaleza: es decir el espíritu y cuánto está dicho al espíritu.
«No contaminéis vuestras almas con ningún reptil que se arrastra sobre la tierra». Lee: con ningún reptil espiritual que acecha vuestra alma.
Las pasiones son los reptiles satánicos que suben de la profundidad fangosa para envolveros el corazón y contaminároslo. Yo he dicho: «No son las cosas que entran por la
boca y salen por las vías naturales las que contaminan al hombre, sino lo que sale del cora- zón corrompe al hombre, cuando del corazón salen las pasiones malvadas entradas a haceros nido como serpientes en un hueco de roca». Yo he perfeccionado la Ley y os he mostrado cuáles son los reptiles que contaminan al hombre, futuro ciudadano de la Jerusalén eterna.
Levantaos, criaturas a las que he dado la vida de la vida. No os arrastréis. No tengáis contacto con lo que se arrastra. Yo he dado impulso a vuestro espíritu para subir. Mi gracia es ala.
«Yo soy el Señor que os he sacado de Egipto».
El pueblo mosaico tenía una gran obligación hacia el Señor que lo había sacado de la esclavitud. Pero, ¡oh María!, considera cuál y cuánta sea la gratitud que me debéis a Mí Redentor. La esclavitud de Egipto oprimía a los hebreos sobre la tierra, en el día mortal. El pecado original y todos los demás pecados oprimen a los hombres para el día eterno. Y Yo os he librado.
Yo soy el Libertador de la estirpe humana y en verdad te digo que entre los caudillos y libertadores de toda la tierra, desde los primeros a los últimos días, no ha habido ni habrá uno semejante a Mí. ¡Cuál obligación por tanto tenéis de amarme! Sí. De amarme. Yo, a cambio de cuanto os he dado, no pido más que amor.
Yo os he sacado de la culpa para ser vuestro Dios. Pero no el Dios que aparece entre ciclones y rayos e incinera y arrasa. Yo soy Jesús, el Dios de bondad, que aparece como una cándida flor de una cándida mata para salvaros, y pasa entre vosotros sanándoos y bendi- ciéndoos, y muere bendiciéndoos y dándoos perdón y Vida.
Pero quiero que vosotros tratéis de imitarme. Tal el Cristo tal el cristiano, oh hijos que he sumergido en mi Sangre, eterna Piscina probática donde se curan las enfermedades del espíritu. El Señor dice: «Seréis santos porque Yo soy santo». Yo os digo: «Sed perfectos como mi Padre es perfecto».
¡Oh! no os pongo límite en la santidad. Os doy la guía para conduciros: abnegación de cuanto es Mal. Os doy un arma para vencer: mi Cruz. Os doy la medicina que refuerza y cura: mi Sangre. Os doy la medida de la perfección a alcanzar: la de Dios. Alcanzadla y ha- réis regocijarse mi Corazón.
He ahí, pequeña discípula de mi Corazón, he ahí vista a través de la pupila del Hijo de Dios, la Palabra del Padre, hela ahí explicada y comprendida a la luz del Espíritu. Porque en cada palabra nuestra está el Dios Uno y Trino y cada palabra se comprende con la ayuda de Dios Uno y Trino».
10 de julio
Dice Jesús: .
«Escucha, María. ¿Conoces la parábola de ese padre que tiene dos hijos; uno dice: «Sí, padre mío», y después no hace nada; el otro dice: «No, padre mío», y después hace lo que el padre le pide?
No quiero aquí hacerte meditar sobre los deberes de los hijos y sobre la belleza de la obediencia. No. Digo sólo que quizás aquel padre no era un modelo de padre. Prueba de ello sea que los hijos no le amaban: uno le miente, el otro responde con un rechazo que supera después con esfuerzo sobrenatural.
No todos los hijos son perfectos, pero también es verdad que no todos los padres son perfectos. El mandamiento dice: «Honra al padre y a la madre» y quien lo transgrediera peca y será castigado por la Justicia divina. Pero la Justicia no sería justicia si no usara la misma
medida hacia quien no honra a los hijos. Honrar en el lenguaje antiguo quiere decir: tratar con respeto reverencial a una persona. Ahora si es deber honrar a quienes nos han dado la vida y han provisto a nuestras necesidades de niños y de muchachos, no es menos cierto que también se debe, por parte de los padres, honrar a las criaturas que Dios les ha concedido tener y ha confiado a las criaturas que las han generado para que las críen santamente.
Demasiado frecuentemente los padres y las madres no piensan que ellos se hacen depositarios y custodios de un prodigio de Dios Creador. Porque cada nueva existencia es un prodigio del Creador. Con demasiada frecuencia los padres no piensan que dentro de aquella carne generada por la carne y por la sangre humana hay un alma creada por Dios y que debe crecer en una doctrina de espíritu y verdad para ser devuelta a Dios dignamente.
Cada hijo es un talento confiado por el Señor a un siervo suyo. Pero ¡ay de aquel siervo que no lo hace fructificar, lo deja inerte desinteresándose de él, o incluso todavía peor, lo separa y corrompe! Si a aquel que no vigila por enriquecer el talento vivo del buen Dios, Dios le preguntará con voz severa el por qué y amenazará un largo castigo, a quien destruye y mata el alma de un hijo, Dios, dueño y juez de todo aquello que existe, con inexorable veredicto sancionará eterna pena al padre homicida de la parte más preciosa del hijo: su alma.
Esto en el campo general. Ahora el lado particular.
¿Sabes cómo debes amar a tu madre para poderla continuar amando? Con un amor únicamente espiritual. El otro… es inútil. Ella no lo ve, no lo entiende, no lo siente. Y lo pisotea haciéndote sangrar en tu humanidad. Por ello te digo: ámale sólo espiritualmente. Es decir ama y afán ate por su pobre alma. No te digo más porque eres hija y no quiero que juntos faltemos de honor a una madre. Yo soy Dios y Juez. Lo podría hacer. Pero contigo no lo quiero hacer. Aunque un padre falte debe ser respetado porque es «padre».
Ama a su pobre alma. Tiene mucha necesidad de tu caridad de hija. Los padres y las madres que pecan hacia los hijos tienen necesidad, en orden a la vida eterna, de la ayuda de los hijos y del perdón de los hijos para tener aligerada la pena.
Reflexiona mucho sobre cuanto te digo sin que Yo tenga la necesidad de añadir nada. Si tú te paras a considerarla como mujer no puedes honrarla. Estoy de acuerdo. Pero considera que es un alma hija de Dios y muy, muy, muy rudimentaria. Tu caridad de hija debe afanarse en reparar sus deficiencias, debes enriquecerla tú para que no se presente demasiado pobre al Dios Juez. .
Tienes piedad de los enfermos y tienes amor por los niños. Pero ¿qué niñez espiritual es más niñez que la de tu madre? Y ¿qué enfermedad espiritual es más enfermedad que la de tu madre? Abraza por ello su espíritu oscuro y pesado y álzalo hacia la Luz.
Difícil amor el espiritual. Lo sé. Pero es amor de perfección. Es el amor que he tenido Yo por tantos cuando era mortal. Yo sabía quién me habría traicionado. Sabía quién me habría renegado. Sabía quién habría huido en la hora tremenda. Nada me era oscuro. Y bien, he cumplido prodigios inmensurables de amor espiritual porque mi Carne y mi Sangre se estremecían de repulsión cuando sentían cerca de sí a los pávidos, los renegadores y especialmente al traidor- para tratar de salvar sus espíritus.
A muchos he salvado así. Sólo los poseídos completamente por el demonio, completamente digo, resistieron a mi baño de amor espiritual. Los demás, poseídos por una pasión sola, fueron salvados antes o después de mi Muerte. Judas, Caifás, Anás y algún otro, no, porque los siete príncipes de los demonios los tenían agarrados con siete cuerdas, y cohortes de demonios estaban en ellos para cumplir el trabajo que hizo de ellos las gemas del Infierno.
Tú ama así. Harás tu deber y te me mostrarás verdadera discípula. Respecto a ella, déjame a Mí el oficio de Juez. Ve en paz, alma querida, y no peques».
¡Y se necesitaba tanto la palabra y la caricia!… Porque si debiera verdaderamente mirar a la humanidad… sería como para escapar a la cima del Monte Blanco.
Este último trozo me ha sido dictado a las 7 de la mañana, y a las 11 de la mañana por poco me voy al Creador de tanto que se desató la injusta y cruel prepotencia de mi madre.
¿Se lo decía ayer que está en un período feroz? No he exagerado. Ahora que me ha hecho estar mal -es de noche y el corazón aún está agitado, a decir del médico he arriesgado la muerte, y la he sentido- está contenta.
Amén. Obedezco a Jesús y ofrezco este dolor físico y moral por su alma.
11 de julio
Dice Jesús:
«Quien mata el amor mata la paz. La paz es tanto más viva cuanto más vivo es el amor.
¿Quieres la medida de cómo un ser ame? Observa si tiene o no tiene la paz en sí. Quien ama actúa bien. Actuando bien no conoce turbación. Esto sirve para todas las formas de amor.
El amor natural no se distingue en ciertas facetas del amor espiritual. Ni se puede decir que se distinga en las reacciones. Cuando una criatura no ama o ama mal a otra criatura, está inquieta, recelosa y llevada a desconfiar y a acrecentar cada vez más sus agravios y automáticamente sus sospechas y sus inquietudes. Cuando, pues, una criatura no ama o ama malamente a su Dios, la inquietud aumenta infinitamente y ya no da paz. Como un viento de desventura, arrastra cada vez más lejos del puerto la pobre alma, que acaba pe- reciendo míseramente, si no interviene un milagro de divina bondad para salvarla. Es lógico que sea así.
Dios está sin culpa hacia vosotros, y vosotros tenéis la absoluta obligación de amarle porque Él os da amor, y amor pide amor. Cuando vosotros negáis a Dios amor, caéis, por natural consecuencia, en poder del príncipe del Mal. Dejáis la Luz, y las tinieblas os envuelven. Comienza entonces el tormento que es la fase preparatoria de las penas futuras. Pero el alma amante, segura de ser amante, está en la paz. El prójimo podrá acusarla de las cosas más malvadas, podrán las circunstancias tener apariencia de castigo celestial. Pero el alma no saldrá de la paz. Porque sabe que ama, no teme nada.
Mira a Juan. «Uno de vosotros me traicionará» dije. Y aquella frase fue como una chispa lanzada en una laboriosa colmena. Todos se resintieron. El culpable hasta llegó a denunciarse a sí mismo diciendo: «¿Soy yo acaso?», y obteniendo mi respuesta afirmativa que sólo la obtusidad de los demás no permitió que fuese comprendida. La culpa tiene estas imprudencias: ciega hasta el punto que conduce a la auto denuncia.
Pero Juan, el amante fiel, no movió la cabeza de mi pecho. Su paz permaneció sin estremecimientos. Él sabía que y cómo me amaba. Tenía como defensa, contra toda acusación y reproche, su caridad y su pureza. Ha permanecido, con la cabeza que no sabía traicionar, sobre el Corazón que no sabía traicionar.
Te doy a Juan como modelo. Hace años que te lo doy como intercesor. Recuerda. Antes intercedió, ahora te instruye sobre las dos cualidades que hacen de un discípulo un predilecto: la caridad y la pureza. Cuanto más crezcas en ellas más crecerá la paz en ti. Y con la paz el abandono total sobre mi Corazón.
La muerte de los amantes no es un cambio: es una perfección. Pasáis del reposo,
obstaculizado por la materia, al libre reposo del espíritu en Dios. No es más que un estrecho abrazo en una luz más viva.
He ahí la muerte que Yo reservo a quien me ama. Muerte de paz después de una vida de paz. ‘Y en mi Reino, la eterna Paz».
12 de julio
Dice Jesús:
«¿Sabes por qué pido 48 aún más intensas reparaciones y universales oraciones al Stmo. Sacramento? Por justicia. Dios es justo incluso en las cosas más insignificantes. Piensa si no querrá ser justo en lo que se refiere a su culto.
El Sacramento condensa Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad de tu Jesús. Por eso, orando con espíritu de reparación a Mí Eucaristía, se ora no sólo a mi Cuerpo, sino a mi Sangre además del Alma y la Divinidad. Por ello las reparaciones a mi Sangre son absorbidas por las dadas a la Eucaristía en la cual Yo estoy todo.
Pido que mi Sangre sea amada y usada para las infinitas necesidades de las almas. No dejéis infructuoso este océano de potencia cuyas olas son dadas por mi Sangre. Pero, aunque sería bueno que la Sangre del Redentor tuviera mucho mayor culto del que tiene, también es cierto que, dada su santidad, Yo confío este culto y este ministerio a las almas más dotadas de dotes espirituales.
Culto y ministerio, he dicho. Para ser ministros de un culto no es necesario ser sacerdotes. Es sacerdote cada alma que sabe ser verdadera discípula mía. Yo no os niego este honor y no me niego. Nada me es más querido que ser tomado y distribuido por manos amorosas y puras sobre almas estériles, manchadas, enfermas. El sacerdote consagrado me derrama sobre las almas en la Confesión. Pero los sacerdotes desconocidos, consagrados por el amor que sólo Yo conozco, pueden ofrecerme y derramarme sobre todas las almas.
No hay ministerio más meritorio que el de unir la propia sangre a la de la gran Víctima y en una mística Misa, en la que Yo soy el Celebrante y vosotros los acólitos, sacrificarse juntos y proveer juntos a los fieles y a los no fieles, que también tienen necesidad de mi Sangre y de la vuestra, de mi Sacrificio y del vuestro, para encontrar el camino de la Vida y de la Verdad.
Otra razón por la cual exijo mayor reparación hacia Mí Eucarístico es que las imprecaciones blasfemas son contra el Sacramento mientras que la Sangre, en concreto, está exenta de ello. El olvido que la envuelve la preserva. Es mejor ser olvidados que blasfemados.
He aquí el porqué, con justicia, te digo que mucho debe repararse hacia la Eucaristía. Reparación general al Sacramento, pero culto particular de los discípulos más queridos a mi Sangre.
La confío a los amigos entre mis amigos. Como un ejército en batalla cierra las banderas en el cuadrado de los más fieles, así Yo engarzo mi Sangre entre quienes sé que son más fieles, capaces de cualquier sacrificio por amor de su Rey, y os doy la consigna de pasar entre las muchedumbres con el corazón lleno de mi Sangre, para que Ella descienda sobre los pobres hombres para salvarlos. Quien se haya desbordado por las cosas de su Señor, recibirá del Señor alta merced en mi Reino, así os dice el Señor, así os dice el Redentor, así os dice el Amor, y así será porque Dios es fiel y veraz y da el ciento por uno».
13 de julio
48 En el escrito del 6 de julio
Dice Jesús:
«El reino de Dios está en vosotros. El hombre no ha entendido nunca esta verdad.
Mientras que Yo vivía, ha creído que mi reino fuera un reino de poder y de poderío temporal. Esto hizo que muchos me circundaran, esperando obtener algún beneficio en el futuro.
Pero Yo no he mentido, no he engañado. Mi Palabra era clara. Prometía un reino, pero señalaba también el camino para poseerlo. Este camino no es y no era el recorrido frecuentado por quienes van escalando un poder. Era más bien el camino opuesto. Y precisamente porque era opuesto, sólo fue recorrido generosamente por pocos.
Mi reino no es de este mundo. El mundo en el que os detenéis es la amarra por la que podéis subir a mi mística nave. Pero subir por una amarra no es fácil. Es necesario estar ágiles, ligeros, sanos, no sufrir los vértigos que afectan a quienes abusan en los placeres. El vicio impide la subida, las enfermedades también y así el exceso de apego a las cosas de la tierra y la pereza del espíritu.
Estad sanos en el alma, y como estar sanos completamente es casi imposible para el hombre, tratad al menos de combatir al inicio vuestras enfermedades espirituales.
Sed diligentes. No digáis: «He trabajado ya tanto que ahora descanso». No, hijos que espero en la gloria. Mi reino es de tal alegría que ninguna fatiga es demasiado larga o demasiado grave para conquistarlo.
Cuando actuáis según mi Ley, ya está en vosotros mi Reino. Y lo sentís por la paz que fluye en vosotros como ola inagotable. Esta paz no es la pobre paz humana, acechada por tantas cosas y tantas personas enemigas. Es Paz verdadera: es mi Paz.
En el libro de Juan está dicho: «Éstos son los que han venido de la gran tribulación». He aquí la ayuda más grande para conquistar mi eterno Reino de Paz. Yo os he abierto sus puertas con mi gran tribulación, pero vosotros, discípulos fieles que Yo llamo al Reino, no sois más que el Maestro y debéis serviros de la misma arma para subir a Mí. La cruz es escalera, la cruz es ala, el dolor es medicina, el dolor es purificación.
Todo se cumple sólo cuando se bebe -para impedirme a Mí que la beba- la amargura de las amarguras: la hiel y el vinagre, para reparar el odio y el pecado y limpiar las almas de los hermanos del odio y del pecado. La hiel me la da el odio que me maldice después de cuánto he donado; el vinagre, por el pecado que agria mis sarmientos hasta volverlos salvajes. La caridad vuelve dulce la hiel y bueno el vinagre, porque la caridad repara y redime.
Pero la caridad nunca va separada del sufrimiento, porque siendo cosa santa desencadena las iras del Enemigo. En compensación, el sufrimiento nunca va separado de la gloria, porque Yo soy justo Y doy a quien dona».
14 de julio
Dice Jesús:
«Quien cierra el corazón a la misericordia cierra el corazón a Dios. Porque Dios está en vuestros hermanos y quien no es misericordioso hacia los hermanos no es misericordioso hacia Dios.
No se puede separar a Dios de sus hijos, y pensad bien que vosotros que vivís sois todos hijos del Eterno que os ha creado. También aquellos que en apariencia no lo son, porque viven fuera de mi Iglesia, lo son. No creáis que os es lícito ser duros, egoístas, porque uno no es de los vuestros. El origen es uno: el Padre. Sois hermanos aunque no viváis bajo el mismo techo paterno. ¿Y cómo no pensáis en actuar para atraer a los alejados, a los
perdidos, a los infelices, que por diversos motivos están fuera de mi morada?
Dios no es exclusivo de los católicos, y mucho yerran aquellos católicos que no se afanan por los no católicos. No trabajan por el interés del Padre, son sólo parásitos que viven del Padre sin darle ayuda filial. Dios no tiene necesidad de ayuda porque es potentísimo. Pero de todos modos la quiere de vosotros.
Dios circula como sangre vital en las venas de todo el cuerpo del Universo. De este gran cuerpo creado por Él, la Catolicidad es el centro. ¿Pero cómo podrían los miembros más lejanos ser vivificados por Dios si el centro se encerrase en sí mismo con su Tesoro y exclu- yese a los miembros del beneficio?
Dios está también donde distinta fe o distinto espíritu hace pensar que no esté. Y en verdad os digo que no es lo que aparece lo que es verdadero. Muchos católicos están desprovistos de Dios más de cuanto lo esté un salvaje. Porque muchos católicos tienen de hijos de Dios sólo el nombre, peor: escarnecen y hacen escarnecer este nombre con las obras de una vida hipócrita, cuyas manifestaciones son la antítesis de los dictámenes de mi Ley, cuando no llegan a la abierta rebelión que les hace enemigos de Dios. Mientras que en la fe de un no católico, equivocada en la esencia pero corroborada por una vida recta, está más el signo del Padre. Éstas son sólo criaturas que tienen necesidad de conocer la Verdad. Los hijos falsos, en cambio, son criaturas que deben conocer, además de la Verdad, el Res- peto y el Amor hacia Dios.
Las almas que quieren ser mías deben tener misericordia de estas otras pobres almas. Pero las almas víctima deben inmolarse, también, por ellas. ¿Hice Yo de otra forma? ¿No me inmolé por todos? Si es misericordia dar de comer, vestir, dar de beber, enterrar, instruir, consolar, ¿qué no será obtener, a precio del propio sacrificio, la Vida verdadera para los hermanos?
¡Si el mundo fuera misericordioso!… El mundo poseería a Dios, y lo que os tortura caería como hoja muerta. Pero el mundo, y en el mundo especialmente los cristianos, han sustituido el Amor por el Odio, la Verdad por la Hipocresía, la Luz por las Tinieblas, Dios por Satanás.
Y Satanás, allí donde Yo sembré Misericordia y la hice crecer con mi Sangre, esparce sus abrojos y los hace prosperar con su soplo de infierno. Vendrá su hora de derrota. Pero por ahora viene él porque vosotros le ayudáis.
Pero bienaventurados los que saben permanecer en la Verdad y trabajar por la Verdad. Su misericordia tendrá el premio en el Cielo» .
Dice aún Jesús:
«No tengas titubeos y dudas. Lo que te he dicho es cierto.
Siendo el Creador, Dios está también donde parece que no esté. ¿No es adorado en Verdad, o no es adorado de hecho? Pero Él está de todos modos.
¿Quién ha dado vida al lejano patagonio, quién al chino, quién al africano idólatra? ¿Quién mantiene en vida al incrédulo para que tenga tiempo y manera de encontrar la fe? Aquel que es y que nada puede mermar. El ser la vida en las criaturas, el generar todas las cosas, es el testimonio ante el cual, aún queriéndolo negar, debe inclinar la cabeza todo viviente.
Ahora, el llevar a Dios a las almas alejadas, que lo sienten por instinto, pero no lo conocen y no lo sirven en la Verdad, es la mayor de las misericordias. Yo he dicho: «Llevad el Evangelio a todas las criaturas». Pero ese mandamiento, ¿crees tú que Yo lo haya dado sólo a aquellos doce y a sus directos descendientes en el sacerdocio? No. Quiero que toda alma verdaderamente cristiana sea alma apostólica.
El traer las almas a Mí aumenta mi gloria, pero aumenta también la gloria del siervo bueno
y fiel que con su sacrificio ha obtenido acrecentar mi rebaño. La santa que tú amas 49 ha hecho más que cien misioneros, pero su gloria en el Cielo es cien veces mayor porque conoció la perfección de la misericordia sobre la tierra y se consumió para dar la Vida verdadera a los idólatras y a los pecadores.
Tú me dices: «Pero, Señor, cuando uno ha pecado contra Ti y permanece en el pecado, está muerto a la vida de la gracia». Es cierto. Pero Yo soy el Resucitador, y ante las lágrimas de quien llora sobre los muertos a la gracia Yo emano mi potencia infinita.
Tres, los muertos del Evangelio llamados a la vida, porque no supe resistir las lágrimas de un padre, de una madre, de una hermana. Las almas víctimas y apostólicas deben ser hermanas, madres y padres de los pobres muertos a la gracia y venir a Mí con el cadáver del desgraciado entre los brazos, sobre los brazos, como su cruz más pesada, y sufrir por él hasta que Yo diga las palabras de Vida» .
15 de julio
Dice Jesús:
«Heme aquí para curarte toda. Pero, pobre María, ciertas heridas son necesarias y entran en el trabajo que un alma debe padecer para formarse en la forma que el Artífice divino le quiere dar. El bloque de mármol ya esbozado dice a sí mismo: «Me parece que ya basta de ser martilleado, raspado, cincelado. Soy bastante hermoso y doy la idea del escultor». Pero el escultor no lo ve así, y golpea, y cincela aún hasta que la obra es perfecta. Lo mismo Yo con las almas; y cuantos más proyectos especiales tengo sobre un alma, tanto más la trabajo.
Por lo tanto escucha. Tú estás sumergida desde hace algún mes en la paz y en la alegría mística. Pero no te debes olvidar que muchos no lo están y que tú estás únicamente por gracia mía. Ahora pues, la tempestad de ayer ha servido para record arte precisamente estas dos cosas.
La primera es que tú eres una pobre, pobre criatura llena de imperfecciones y tienes una gran necesidad de ayuda de todos para no faltar, tienes sobre todo necesidad de la amabilidad de tu Jesús. Si Él te deposita en tierra un instante, haces como un niño de pocos meses: te caes enseguida, te manchas y te haces daño.
La segunda es que el alma víctima está en continuo servicio por sus hermanos. Mira, María, cuántos, cuántos, cuántos son llevados a la desolación, y a la desesperación, por un complejo de circunstancias. El vivir y el convivir, sobre todo, son muchas trampas para ate- nazar a las pobres criaturas y llevarles a dudar de sí mismas, de los demás, de Dios. No todos, joh María!, me tienen a Mí en el mundo como me tienes tú. y si tú, teniéndome a Mí, sufres así por la manera de actuar de los demás, piensa cuanto deben sufrir los demás que no tienen mi pecho para llorar sobre él.
Tú siempre me has tenido, incluso cuando te creías sola y no venías a Mí. No venías, pero iba Yo. Mi cercanía no vista era suficiente para poner paz en la tempestad de tu corazón. Una paz relativa porque tú, entonces, no me ayudabas. Pero era siempre cuanta bastaba para impedir tu naufragio. ¡Pero los demás!… ¡Los demás que me son enemigos, los demás que tienen una fe tan tibia que ya no es fe!… Ésos, en la tempestad, no tienen al Maestro.
¡Si me atendieras, cuando te hablo! Te he hablado en estos días sobre cómo debes tratar a tu madre 50 y sobre la necesidad, para las víctimas, de beber en mi lugar la hiel y el vinagre
51. Por ello quédate tranquila. Lo has bebido, no con demasiada alegría, en realidad. Pero lo
49 En una copia dactilográfica, la escritora anota: S. Teresa del N.J.
50 En el dictado del 10 de julio
51 En el dictado del 13 de julio
has bebido. No ha sido sin finalidad. Ofrece tu dolor, tu abatimiento por no haber actuado mejor. Ofrece todo por los hermanos.
Y no dudes de Mí. Tu Maestro entiende mejor que nadie. Si tú hubieras tenido rencor o si hubieras renegado contra Mí, me habrías herido. Pero tu humillación hacia tu madre y el refugiarte en Mí por ayuda, han anulado lo que es producido por el desequilibrio de tu dominio.
Eres una niña que se ha encaprichado. Los niños son perdonados, especialmente cuando están enfermos y cuando se arrepienten de haber sido caprichosos. Y Jesús te perdona. Verás que también el Padre 52, que habla en mi Nombre y por inspiración mía, te dice lo mismo. ¿Quieres hacer la prueba? No le des este cuaderno antes de la confesión y confiésate. Verás.
Sé buena y confiada. Ámame y sufre. Piensa que sólo Yo te amo como necesitas ser amada, que sólo Yo te comprendo a la perfección, que sólo Yo te puedo consolar verdaderamente. Sufre… Hay una necesidad infinita en estos días: por todos y especialmente por vosotros italianos.
Te he dicho que seas depósito de caridad 53 para dar a todos las dulces aguas del amor. Pero te digo que debes, por una operación dolorosísima, depurar también las aguas amarguísimas del odio con el fin de dar de beber cada vez más a los hermanos moribundos de tanta sed.
Las necesidades crecen, es necesario que crezca la cisterna. Y dado que sería sacrílego y necio unir el amor alodio y corromper la dulzura del agua de amor con la amargura del agua del odio, a costa de tu dolor debes ponerte como un filtro sobrenatural: absorber tú todo el amargor, dejar filtrar el agua depurada a fin de que crezca la ola en la cisterna de la caridad.
Quien ha dado un vaso de agua en mi Nombre será bendecido. Pero quien ese vaso se lo exprime del corazón, ¿qué tendrá? Piénsalo tú y sube».
Ayer me he dejado ganar la delantera por lo humano. No me pongo como excusa ni el dolor tan espasmódico como para hacerme pensar con deseo en la morfina, ni el tormento de estos días, ni la falta de prudencia y caridad de los demás. No invoco nada para mi disculpa. Digo que he dejado que lo humano me venciera y… me he desbordado.
Después… mientras me estaba desbordando, me he agarrado a mi Jesús porque sentía la locura en el cráneo y la tentación en el corazón. Segundo acto de enmienda, después de la invocación a Jesús, el pedir perdón a mamá. Tercer acto, un enorme miedo de haber desmerecido la palabra de Jesús. He hecho más actos de contrición anoche que en un año. Porque yo no puedo pensar en haber apenado a Jesús. ¡Es por Él por lo que lo siento! Pero me parecía que Jesús me sonriese perdonándome.
El miedo me ha durado hasta las 8 de esta mañana, cuando el Buenísimo me ha hablado con su querida Voz que es un verdadero bálsamo sobre el corazón atormentado. Ahora estoy ansiosa de escuchar lo que me dice usted para tener una nueva prueba de que cuanto oigo viene ciertamente de Jesús.
16 de julio
Dice Jesús:
«¿Notas como duelen la ingratitud y el desamor? ¡Oh! ¡ninguna tortura física es comparable a éstas! Y piensa que para ti son pocas personas pero para Mí fueron y son
52 Padre Migliorini
53 En el dictado del 21 de junio
muchedumbres.
Dar afecto y recibir indiferencia y hastío, dar obras y verlas rechazadas, supera en potencia a los golpes de los flagelos y al penetrar de las espinas. Estas son cosas que hieren sólo la carne, pero indiferencia, ingratitud, hastío, hieren el alma, agitan el espíritu.
Porque lo sé, te estoy tan cerca y te consuelo con mi Presencia. No quiero que tu espíritu permanezca turbado. El golpe lo recibe. Es inevitable. Pero mi Presencia devuelve enseguida el equilibrio.
No mires a las criaturas: mírame a Mí. No pienses en las criaturas nada más que para proveer a su pobrísima alma. Piensa en Mí.
No ames a las criaturas por su persona: ama en ellas a Mí. Así encontrarás en ellas aquello que merece ser amado.
María: es la hora de las tinieblas. Las cosas se cumplen como te las mostré en sueño 54
¿No ha llegado demasiado pronto el momento del conocimiento seguro? Ora con todas tus fuerzas, porque el momento es tremendo en sí mismo y por las consecuencias.
Si las personas supieran reflexionar, se esforzarían por ser buenas para inclinar a la Bondad en su favor. En cambio debo decir siempre la misma palabra: el egoísmo las domina. Por ello oraciones, sacramentos y sacramentales, hechos impuros por el egoísmo, no tienen poder contra Lucifer que agita al mundo».
Noche
Dice Jesús:
«A quien venga a Mí, fuente de vida, Yo daré la vida eterna. Seré en él como un manantial que no muere nunca y que con su ser lava y fecunda. Pero para quienes saben venir a Mí con verdadero y generoso amor, no daré sólo la vid’ a eterna ni seré sólo fuente de vida eterna. Seré fuente de perpetua dulzura.
El verdadero, generoso amor, lo poseen aquellos que no se ocupan más que de mis intereses y que no apartan de Mí su mirada espiritual. Estos me poseerán no sólo como Dador de salvación, sino como océano de beatitud.
Yo me aflijo porque el mundo no sepa amar y darse a este amor que le haría bienaventurado, porque sé cuanto pierde el mundo no conociendo el amor. Éste, el amor perfecto de vuestro Uno y Trino Dios, no está inoperante, porque el amor de Dios siempre es activo, sino que es despreciado por el mundo.
Como pobres locos que no saben distinguir las cosas, los hombres no ven este Tesoro que está ahí para ellos, que espera ser efuso sobre ellos, este Tesoro que yace inerte porque ellos no lo quieren y, si se pudieran aplicar a la perfección de Dios efectos y reacciones humanas, debería decir: y que oprime nuestro Corazón con su peso que aumenta de hora en hora. Te explicaré cómo 55. Pero nuestra Perfecta Trinidad excede de las formas humanas. Sólo Yo, el Hombre Dios, tengo un Corazón similar al vuestro: un corazón de hombre perfeccionado, por mi Naturaleza divina, para ser Corazón de Hombre Dios. Y este Corazón está dilatado hasta la aflicción del amor que lo llena y del que el mundo no coge.
Entonces mi amor de Hombre Dios se versa como océano de alegría y fuente de dulzura en ‘los corazones que me saben amar no por un interés demasiado bañado de lo humano, sino por un amor verdadero en el que cada latido tiene una finalidad: hacer lo que es de mi interés.
Desposados con lo que interesa a su Jesús, o sea a su gloria que es, en el fondo, vuestra
54 Probable alusión al sueño relatado en la Autobiografía
55 En el dictado del 18 de julio
gloria -porque la gloria de Dios se aureola con la gloria de las almas que ascienden a la gloria- es justo que éstos gusten, ya en la tierra, el sabor de su Dios. Y Yo efundo mis olas de dulzura sobre ellos, con todo el amor de mi Corazón.
Ven. Toda amargura se anula para quien bebe en la fuente de mi Amor».
17 de julio
Dice Jesús:
«¿Has visto alguna vez lo que hacen quienes quieren tener lana suave para sus sueños? Llaman al colchonero que mueve y remueve la lana hasta que queda como la espuma. Cuanto con más energía se golpee la lana tanto más suave y limpia queda, porque el polvo y los residuos caen al suelo y los vellones se quedan limpios y espumosos.
Lo mismo, peor aún, se hace cuando se quiere hilar o tejer esa lana. Entonces se pone a la obra también al peine de hierro que desenreda rudamente la lana y la extiende como cabellos bien peinados.
Así hace quien hila lino y cáñamo; y hasta la seda del capullo, para poder usarse, debe sufrir antes el tormento del agua hirviendo, del cepillo áspero y de la máquina que la retuerce.
Alma mía, si es necesario hacer esto con las fibras naturales para hacer vestidos y lechos
¿cómo no deberá hacerse lo mismo con vuestra alma al trabajarla para la vida eterna? Vosotros sois una fibra mucho más preciosa que el lino, el cáñamo y la lana. De vosotros debe salir el tejido de vida eterna.
Pero, no por imperfección divina -porque Dios crea las cosas perfectas- sino más bien por imperfección vuestra, vuestras almas están salvajes, enmarañadas, llenas de asperezas, de residuos, de polvo, no apropiadas, en definitiva, para poderse utilizar en la Ciudad divina donde todo es perfecto.
Por eso la previsión, la providencia, la bondad paterna de vuestro Dios os trabaja. ¿Con qué? Con su Voluntad. La Voluntad de Dios es el instrumento que hace de vosotros, fibras salvajes, telas preciosas y preciosas lanas. Os trabaja de mil maneras: ofreciéndoos cruces, enseñándoos lo hermoso de una mortificación y atrayéndos con su invitación a cumplida, guiándoos con sus inspiraciones, mortificándoos con su paternal castigo, retorciéndoos con sus mandamientos.
Éstos, con su necesidad que no cambia de forma ni vigor con el curso de los siglos, son precisamente los que hacen de vosotros un hilado resistente y regular, apropiado para formar el tejido de vida eterna. Las demás cosas forman el tejido de la vida eterna, y cuanto más dóciles sois a la voluntad del Señor más preciosa se hace la tela.
Cuando además no sólo seguís con docilidad esta Voluntad bendita que obra siempre para vuestro bien, sino que con todas las fuerzas le pedís a Dios que os la haga conocer perfectamente para seguida perfectamente, cueste lo que cueste y aunque tenga la forma más contraria a vuestra humanidad, cuando actuáis así la tela se adorna con bordados como un brocado.
Si además añadís a todo esto la perfección de pedir para vosotros una Voluntad de dolor para ser semejantes a Mí en la obra de redención, entonces incrustáis en el brocado gemas de incalculable valor y de vuestra fibra original imperfectísima hacéis una obra maestra de vida eterna.
Pero, ¡oh María, qué pocas almas se saben hacer trabajar por Dios!
Dios siempre tiene para vosotros mano de Padre perfectísimo en el amor y obra con Inteligencia divina. Sabe por tanto hasta qué punto puede cargar la mano, y qué dosis de
fuerza debe infundiros para haceros capaces de padecer las operaciones divinas.
Pero cuando el hombre rehúsa al buen Padre que tenéis en los cielos, cuando se rebela ante su voluntad, cuando anula con el pecado los dones de fuerza que el Padre le dona,
¿cómo puede el Padre que está en los cielos trabajar esa alma? Permanece salvaje, se carga cada vez más con enredos e impurezas. Y Yo lloro sobre ella viendo que nada, ni siquiera mi sangre vertida por todos, la regenera hacia la bondad.
Cuando además un alma no sólo rechaza el trabajo de Dios sino que encoba en sí hastío por el Padre y por los hermanos, entonces nuestra obra desaparece totalmente y se instala, en esa maraña de pasiones desordenadas, el amo del pecado: Satanás.
Entonces es cuando debe entrar la obra paciente y generosa de las víctimas. Estas trabajan para sí y para los otros. Estas logran que Dios vuelva, con milagro de gracia, a trabajar en esa alma después de haber hecho huir a Satanás con el fulgor de su aspecto.
¡Cuántas almas me salvan las víctimas! Sois los segadores sobrenaturales que segáis mies de vida eterna consumándoos en el ingrato trabajo lleno de espinas. Pero recuerda que, aquellos por quienes hay que sacrificarse a sí mismos en primer lugar, son los de nuestra sangre.
Yo no destruyo los vínculos de familia. Los he santificado. He dicho que se ame a los parientes con amor sobrenatural. ¿Y qué amor más alto que tener caridad hacia las almas de nuestra sangre enfermas? ¿Te parecería normal quien se ocupara de los intereses de todos menos de los de su casa? No: dirías que es un loco. Del mismo modo está fuera de la justicia el que uno provea a las necesidades espirituales de su prójimo lejano y no ponga en primera línea su sangre más cercana.
Sabes como ajustarte. Si recibes ingratitud no lo tengas en cuenta. Lo que no te dé ella 56
te lo daré Yo. Intensifica el sacrificio por ella»
18 de julio
Tarde, inmediatamente después de irse el Padre 57
Dice Jesús:
«No. Por ahora cuanto te digo debe servir para ti y para el Padre. Tú sabes como administrarte. Respecto al Padre estoy muy, muy contento de que mis palabras las use para sí, para su alma, para su predicación, para guía y consuelo de otras almas sacerdotales o no. Pero no debe revelar la fuente, por ahora.
Uno de los mayores dolores que Yo tenga es ver cómo el racionalismo se haya infiltrado en los corazones, incluso en los corazones que se declaran míos. Sería inútil dejar aparte de tanto don a los sacerdotes. Precisamente entre éstos se encuentran aquellos que, predicándome a Mí y mis milagros pasados, niegan mi Potencia, casi como si Yo no fuera ya el Cristo capaz de hablar aún a las almas que languidecen por falta de mi Palabra, casi admitiendo mi incapacidad actual para el milagro y la potencia de la gracia en un corazón.
Creer es signo de pureza además que de fe. Creer es inteligencia además de fe. Quien cree con pureza y con inteligencia distingue mi Voz y la recoge.
Los demás rebuscan, discuten, critican, niegan. ¿Y por qué? Porque viven de la pesantez y no del espíritu. Están anclados en las cosas que han encontrado y no piensan que son cosas venidas de los hombres, los cuales no siempre han visto justamente, e incluso si han visto justo y escrito justo han escrito para su tiempo y han sido mal entendidos por los posteriores. No piensan que Yo puedo tener algo más que decir, adecuado a las
56 Se refiere a la madre de la escritora
57 Padre Migliorin
necesidades de los tiempos, y que soy Dueño de decirlo cómo y a quien me parece, porque Yo soy el Dios y el Verbo eterno que no deja nunca de ser Palabra del Padre.
Hago las últimas tentativas para inflamar las almas que no son ya almas vivas sino autómatas dotados de movimiento, pero no de inteligencia y caridad. Mi actuar, desde el principio de este siglo, el último de este II° milenio, es un milagro de Caridad para intentar la Ir’ salvación del género humano, especialmente de las almas sacerdotales sin las cuales la salvación de muchos es imposible. Me pongo Yo en los púlpitos vacíos o en los que se oyen palabras sin verdadera vida. Pero pocos son los dignos de entenderme. Pocos incluso entre mis ministros.
Por eso, que el Padre se organice. Que coja y se informe de mi decir para sí, para todos, pero trate sobre todo de encender caridad en los corazones, incluso de los hermanos de comunidad.
Menos ciencia y más caridad. Menos libros y más Evangelio. Y luz en las almas porque Yo soy Luz. Desocuparlo todo para hacer sitio a la Luz.
¿Dice el Padre que son terreno inaccesible? Dice poco: son terreno enemigo, y es un gran dolor para Mí».
Dice Jesús:
«Te dije 58 que te habría explicado cómo nuestro Amor aumenta de peso de hora en hora.
No caigas en un error de interpretación. En Dios todo es un eterno presente. Y todo está perfecto y acabado. Pero Dios nunca está inactivo. Él genera continuamente. Te mostraré comparaciones humanas para iluminarte mejor.
Las Tres Personas que se aman, y que aman su obra, son como fuentes de calor que convergen en un solo punto, desde el cual después se desbordan sobre el universo. Ahora bien, ¿qué produce el calor de tres bocas de fuego, que continuamente emanan olas del mismo calor (el mismo por tener igual potencia desde el inicio)? Un aumento de calor en el ambiente en el que se introducen las tres corrientes. Si éste es recogido por instrumentos preparados para recibirlo, permanece el equilibrio entre producción y efusión. Pero si los instrumentos, obstruidos por otros cuerpos, se niegan a recogerlo, el equilibrio se altera. Y en la vida natural pueden incluso sobrevenir catástrofes.
También sobrevienen en la vida sobrenatural. ¿Acaso no lo experimentas? ¿Tu amor, no reconocido y no aceptado, no te aumenta en el corazón oprimiéndolo tanto que a veces explota en un arrebato de justa indignación? Digo: justa, porque soy justo. Digo también: pero supéralo por la Caridad. Y si tanto puede en vosotros, que tenéis un amor relativo ¿qué no sucederá en Dios, en quien todo es infinito?
Nuestro Amor, que el hombre rechaza, crece, crece, crece…
¡Oh, hombres desgraciados! Sobre ellos está el momento en que el Amor bramará con ira preguntando el por qué del desprecio. Y los tiempos actuales son ya los primeros sobresaltos de este Amor vilipendiado que, por justicia y respeto de su Perfección, no puede soportar más la afrenta. De ahí que Yo vaya como un mendigo pidiendo que alguien abra el corazón a nuestro Amor intensísimo y se haga víctima, aceptando ser consumada para aliviar al Amor. Lo que ofrezco es la hoguera, lo sé, lo advierto. Pero no huyáis de ella, vosotros que aún no estáis vendidos al Enemigo.
Nadie, por pequeño y mezquino que sea, nadie, por pecador que haya podido ser, puede creerse rechazado por nuestro Amor. Él es Misericordia. Y puede y quiere hacer de las almas más miserables estrellas fulgurantes de su Cielo.
58 En el dictado del 16 de julio
Venid a Mí todos vosotros: pobres, manchados, débiles, y Yo os haré reyes. Venid a Mí todos vosotros que habéis sabido entender mi Grandeza desde vuestra miseria, mi Luz desde vuestras tinieblas, mi Perfección desde vuestra imperfección, mi Bondad desde vuestro Egoísmo.
¡Venid! Entrad en mi Amor y dejadle entrar en vosotros. Soy el Pastor que se ha agotado hasta la muerte por la oveja perdida y que he dado mi Sangre por ella. ¡Oh corderos míos!, no temáis si tenéis muchas malezas y manchas sobre vuestros vestidos y heridas en vuestras carnes. Sólo abrid vuestra boca, vuestra alma, a mi Amor, y aspiradlo. Seréis justos con Dios y con vosotros mismos, porque a Dios daréis consuelo y a vosotros salvación.
Venid, ¡oh generosos que ya me amáis! Arrastrad como una malla a los hermanos que aún titubean. Si pido entrar en todos para aliviar al Amor rechazado, a vosotras, almas víctimas, os pido que os deis totalmente a Mí, a la obra, destructora en la tierra, de mi vehemente Amor, pero creadora de una gloria tan alta que vosotros no podéis concebir.
¡Cuánto resplandor tendrán esas almas que acojan el Amor de Dios hasta consumarse! Tendrán el mismo resplandor de mi Amor que permanecerá en ellos: Fuego y Gema eterna de divinísimo esplendor» .
Dice aún Jesús:
«¿Sabes lo que tienes que hacer para obtener el bien de tu madre? Trabajar con los contrarios. O sea: a su impaciencia opón tu paciencia; a su manera injusta y engañosa de ver, opón tu sinceridad; a su rebelión, tu sumisión; a su hastío, tu amor; a su insoportabilidad para todo, tu alegre resignación.
Las almas se conquistan así: por los contrarios. Pero no trates nunca de hacérselo entender a ella. Trabaja en silencio ofreciéndomelo todo a Mí. Unidos obtendremos cuanto obtengamos. Y aunque no sirviera para nada, tú habrías cumplido con tu deber y tendrás el premio»
19 de julio
Dice Jesús:
«Que el don que te he dado nunca te induzca a la soberbia llevándote a creer sobre ti lo que no es.
Tú no eres más que un portavoz y un canal en el que fluye la onda de mi Voz, pero cómo te escojo a ti podría escoger a cualquier otra alma. El sólo hecho de escogerla la volvería capaz de ser canal y portavoz de la Voz de Cristo porque mi toque obra el milagro. Pero tú no eres nada. Nada más que una enamorada.
Mis portavoces se encuentran o entre los puros o entre los pecadores realmente convertidos.
Mira el núcleo apostólico. ¿A quién di el Poder? A Pedro. El hombre que había venido a Mí en el culmen de la virilidad después de haber tenido los deslices y las pasiones de la juventud y de la edad madura, el hombre que era aún tan hombre, después de tres años de contacto conmigo, como para ser renegador y violento.
¿A quién di la revelación y la Revelación? A Juan, a la carne que no conoció mujer, y que era sacerdote incluso antes de serlo. Era puro y enamorado.
¿A quién permití tocarme los miembros purísimos y divinos antes y después de la resurrección? A María Magdalena y no a Marta.
Pedro y María los convertidos. Juan el puro. Es siempre así.
Pero a Pedro, en quien se anidaba la soberbia de sí mismo -«Maestro, aunque todos te
traicionen, yo no te traicionaré»- no he dado cuanto he dado a Juan. Y Pedro, maduro y jefe del núcleo, tuvo que pedir a Juan -un muchacho respecto al él- que me preguntara quién era el traidor. Y fue a Juan a quien revelé los últimos tiempos, no a Pedro, jefe de mi Iglesia.
Hablo donde quiero. Hablo a quien quiero. Hablo como quiero. Yo no conozco limitaciones.
La única limitación, que no me limita a Mí, sino que obstaculiza el llegar de mi Palabra, es la soberbia y el pecado. Por eso mi Palabra, que debería propagarse desde las profundidades de los Cielos sobre todo lo Creado e instruir los corazones de todos los señalados con mi signo, encuentra, en todas las categorías, tan pocos canales. El mundo, católico, cristiano, o de otra fe, está movido por dos motores: soberbia y pecado. ¿Cómo puede entrar mi Palabra en este mecanismo árido? Sería triturada y ofendida.
Sed como Juan o como María, y llegaréis a ser voz de la Voz. Extirpad el pecado y la soberbia. Cultivad caridad, humildad, pureza, fe, arrepentimiento. Son las plantas bajo las cuales el Maestro se sienta para instruir a sus ovejitas.
Ser mi portavoz quiere decir entrar en una austeridad como ninguna regla monástica impone. Mi presencia impone, como ninguna otra cosa en el mundo, discreciones sobrenaturales, dominio de sí, desapego de las cosas, ardor de espíritu, aspereza de penitencia, generosidad de dolor y viveza de fe.
Es un don. Pero que se quita si aquél a quien se le ha dado sale del espíritu y se acuerda de ser carne y sangre.
Es un sufrimiento. Pero si bien es sufrimiento que tritura la carne y la sangre, tiene en sí y consigo una vena de gran dulzura respecto a la cual el maná de los antiguos hebreos es ajenjo amargo.
Es una gloria. Pero no es gloria de esta tierra».
20 de julio
Dice Jesús:
«Y escribe pues. En lo sobrenatural nunca hay que tener miedo. Quien te dicta sabe lo que se dice y quien te lee entiende porque también le he puesto a él en condiciones de entender. Por eso fuera todos los repensamientos humanos. Recuerda que eres mi portavoz, por lo tanto debes decir cuanto te digo sin reflexionar, humanamente, sobre la impresión que otros puedan tener de ello.
Por lo tanto: Las razones por las que hice de Pedro el jefe de la Iglesia en vez de hacer jefe a mi Predilecto, son varias y todas justas. No estéis poniendo sobre la balanza el amor de Pedro y el de Juan para sacar de esto el motivo de la elección. Vuestros pesos y vuestras medidas no tienen curso en el Cielo. Fueron dos amores distintos como distintas eran las índoles, las edades, las formas del amor. Distintos e igualmente dirigidos al mismo fin: Yo, e igualmente queridos para Mí. Por lo tanto eliminad el pero y el si del amor de esto.
Pedro era el más maduro de los apóstoles, ya respetado como jefe por lo otros pescadores, que llegaron después a ser apóstoles; él, como he dicho 59 conocía la vida en todos sus pliegues de luz y de sombra, estaba dotado de fuerza de carácter, de ardor y de una impulsividad que se necesitaba en aquellas circunstancias. Él, por su penosa experiencia, conoció la debilidad de un momento y pudo entender las debilidades de los demás en los momentos de duda y peligro.
Ya lo he dicho. No era el que me amaba más. Era uno que me amaba con toda su
59 En el dictado del 19 de julio
capacidad de amar, como por otra parte también los otros doce, incluido Judas hasta que prestó oído al seductor.
En la Iglesia, que se debía formar entre tantas luchas e insidias, se necesitaba uno que por edad, autoridad, experiencia e ímpetu, supiera imponerse a los demás. Y ¿quién cómo Pedro poseía estas cuatro cualidades necesarias para la formación de mi Iglesia?
Juan era el más joven. Alma en flor, no conocía el mal de la vida. Era un lirio con el capullo aún cerrado sobre el candor de su interior. Se abrió en el momento en que mi mirada descendió en su corazón y ya no supo más que verme a Mí. Era un niño con el corazón de héroe y de paloma. Pedro era apoyo de mi Corazón que veía el presente y el futuro, pero Juan era el consuelo. ¡Cuánto consuelo sólo con su sonrisa dulce, con su mirada pura, con sus pocas palabras, pero siempre tan amorosas! Estar cerca de Juan era para Mí como descansar junto a un pozo fresco, sombreado por plantas sobre una alfombra de flores. Emanaba paz.
Pero ¿podía Yo imponerlo, por prudencia y por justicia, a los demás más ancianos? Es necesario tener presente que eran hombres, destinados a la perfección, pero hombres aún. He aquí por qué mi Inteligencia prefirió Pedro, adulto, conocedor de las miserias espirituales, impulsivo, autoritario, a Juan manso, soñador, joven, sin experiencia.
Pedro era la «práctica», el genio práctico. Juan era la «poesía», el genio poético. Pero cuando los tiempos son duros, se requieren no sólo plumas de poeta sino puños de hierro para mantener firme la barra del timón.
En compensación, a mi Predilecto le he dado la visión de los tiempos futuros después de haberle dado mis confidencias más secretas y a mi Madre. Podría decir que Juan es el último, en el orden del tiempo, y el primero, en el orden del futuro, de los grandes profetas. Porque él cierra el ciclo iniciado por Moisés respecto al Cordero que con su inmolación salva al mundo y os alza el velo que envuelve el último día.
Pero creed que en el Cielo mi resplandor corona la frente de Pedro y de Juan con la misma luz, y sería bueno para vosotros no hacer comparaciones humanas sobre seres que son sobrehumanos».
Dice aún Jesús:
«Observa mi Resplandor y mi Belleza respecto a la negra monstruosidad de la Bestia. No tengas miedo de mirar aunque sea un espectáculo repelente. Estás entre mis brazos.
No puede acercarse ni dañarte. ¿Lo ves? Ni siquiera te mira. Tiene ya muchas presas que seguir.
¿Ahora te parece que merezca la pena dejarme a Mí para seguirle a él? Sin embargo el mundo le sigue y me deja por él.
Mira que harto está y cómo se contrae. Es su hora de fiesta. Pero mira también cómo busca la sombra para actuar. Odia la Luz, ¡y se llamaba Lucifer! ¿Ves cómo hipnotiza a quienes no están signados con mi Sangre? Acumula sus esfuerzos porque sabe que es su hora y que se acerca mi hora en la que será vencido para siempre.
Su infernal astucia y su inteligencia satánica son un continuo operar de Mal, en contraposición a nuestro uno y trino obrar de Bien, para aumentar su presa. Pero la astucia y la inteligencia no prevalecerían si en los hombres estuviera mi Sangre y su honesta voluntad. Al hombre le faltan demasiadas cosas para tener armas con las que enfrentarse a la Bestia, y ella lo sabe y actúa abiertamente, sin tan siquiera esconderse ya con apariencias engañosas. Que su repugnante fealdad te empuje a una diligencia y a una penitencia cada vez mayores. Por ti y por tus desgraciados hermanos que tienen el alma arrebatada o seducida y no ven, o, viéndolo, corren al encuentro del Maligno, con tal de obtener ayuda para un
momento a pagar con una condenación eterna».
Tengo que explicar yo, si no, no se entiende nada.
Desde la noche del 18 el buen Jesús me hace ver un bicharraco horrible, tan horrible que me produce escalofrío y ganas de gritar. Su nombre es conocido. Y el buen Jesús me da a entender que ese aspecto siempre es inferior a la realidad, porque ninguna realidad humana puede lograr personificar con exactitud la suprema Belleza y la suprema Fealdad.
Ahora le describo el bicharraco.
Me parece ver un gran agujero negro negro y profundísimo. Comprendo que es profundísimo, pero no veo de él sino el orificio, todo ocupado por un monstruo horrible. No es serpiente, ni cocodrilo, ni dragón, ni murciélago, pero tiene algo de los cuatro.
Cabeza larga y puntiaguda sin orejas y con dos ojos socarrones y feroces que están siempre a la caza de presa, una boca grandísima y armada de buenos dientes agudos, siempre intenta atrapar al vuelo a cualquier incauto que llega al alcance de sus mandíbulas. La cabeza en fin tiene mucho de la de serpiente por la forma y del cocodrilo por los dientes. Cuello largo y flexible que permite mucha agilidad a la cabeza tremenda.
Un cuerpo resbaladizo recubierto por una piel como la de las anguilas (para entenderse) es decir sin escamas, de color entre el óxido, el violeta, el gris oscuro… no sabría. Tiene hasta el color de las sanguijuelas.
En la espalda y en las ancas (digo «ancas» porque allí termina el vientre palpitante e hinchado de presa y empieza la larga cola que termina en punta), son cuatro patazas cortas y palmeadas como las del cocodrilo. En la espalda dos alas de murciélago.
El bicharraco no mueve su gran y repugnante cuerpo. Mueve sólo la cola que se contonea haciendo «eses» aquí y allá, y mueve su horrible cabeza de ojos fascinadores y mandíbulas exterminadoras.
¡Misericordia divina! ¡Qué bicharraco tan horrible! De su negro antro emana tiniebla y horror. Le aseguro que ayer que lo veía con vivísima meticulosidad -y no entendía que hiciera aquí- me venían ganas de gritar espeluznada. Menos mal que veía que nunca miraba hacia mí como por repulsión. Recíproca repulsión si acaso. Si esto es una pálida representación de Satanás, ¿qué será entonces él? ¡Para morir dos veces seguidas con sólo verlo!
Menos mal también que, si bien en un rincón estaba el bicharraco, cerca cerca estaba mi Jesús, blanco, bello, rubio… ¡Luz en la luz! Comparando la luminosa, confortable figura de Cristo con la del otro, su mirada dulcísima, clara, con la torva del otro, hay ciertamente que compadecer a los infelices pecadores destinados al segundo porque han rechazado a Jesús. Y bien, ahora que lo he visto… quisiera no verlo más porque es demasiado horrible. Oraré porque el menor número posible de desgraciados vaya a terminar en sus garras, pero ruego
al buen Dios que me quite esta visión.
Hoy es menos viva y le estoy muy agradecida al Señor. Y todavía más agradecida porque la querida Voz me hace entender el por qué de esa visión que ayer me aterrorizaba creyéndola destinada a mí como advertencia.
21 de julio
Dice Jesús:
«Ya te he dicho que cuanto está dicho en los libros antiguos tiene una referencia en el
presente 60. Es como si una serie de espejos repitieran, llevándolo cada vez más adelante, un espectáculo visto con anterioridad.
El mundo se repite a sí mismo en los errores y en los arrepentimientos, pero con esta diferencia: que los errores se han perfeccionado cada vez más con la evolución de la raza hacia la así llamada civilización, mientras que los arrepentimientos se han hecho cada vez más embrionales. ¿Por qué? Porque, con el pasar del mundo de la edad joven a edad más plena, han crecido la malicia y la soberbia del mundo.
Ahora estáis en el culmen de la edad del mundo y habéis alcanzado también el culmen de la malicia y de la soberbia.
Pero no penséis que tenéis aún por vivir tanto como cuanto habéis vivido. Estáis en el culmen, y ello debería decir: tenéis otro tanto por vivir. Pero no será. La parábola descendiente del mundo hacia el fin no será larga como la ascendente. Será un precipitar en el fin. Os hacen precipitar precisamente malicia y soberbia. Dos pesos que os arrastran en el abismo del fin, al tremendo juicio. Soberbia y malicia, además de arrastraros en la parábola descendiente, os embotan de tal forma el espíritu que os vuelven cada vez más incapaces de parar, con el sincero arrepentimiento, el descenso.
Pero si vosotros habéis procedido así: al contrario en el Bien, de cabeza hacia el Mal; Yo, el Eterno, he permanecido firme en mi exacta medida del Bien y del Mal. Desde el día en que se hizo la luz, y con ella tuvo inicio el mundo, está establecido, por la Mente que no yerra, lo que es Bien y lo que es Mal. Y la fuerza humana, la pequeña fuerza humana, no puede remover y resquebrajar ese código eterno escrito por el dedo de Dios sobre páginas intocables y que no son de esta tierra.
El único cambio, desde el instante en el que mi Voluntad creó el mundo y el hombre, está en esto: que antes debíais regiros y guiaros por las tablas de la Ley y por la palabra de los Profetas; después me tuvisteis a Mí, Verbo y Redentor, para explicaros la Ley, para daros mi enseñanza, mi Sangre, para traeros con mi venida al Espíritu que no deja sombras, para sosteneros después, por los siglos, con los Sacramentos y los sacramentales.
Pero ¿qué habéis hecho con mi venida? Un nuevo peso de culpas de las cuales deberéis responder.
¿Miramos juntos las páginas antiguas en las que están las explicaciones del momento actual? Las has oído como un aguijón; pero Yo te las mostraré mejor.
¿Qué está prometido a quien observa la Ley? Prosperidad, abundancia, paz, potencia, descendencia sana y abundante, triunfo sobre los enemigos, porque el Señor estaría en el filo de las espadas de sus siervos contra los que quisieran levantar la mano sobre los hijos del Altísimo. ¿Cuál es la amenaza para quien la trasgrede? Hambre, carestía, guerras, derrotas, pestilencias, abandono por parte de Dios, opresiones de los enemigos por las cuales los que eran hijos del Altísimo se volverán semejantes a manadas perseguidas y asustadas, destinadas a la matanza.
Os lamentáis de la hora que vivís. ¿Pero la encontráis injusta? ¿Su rigor os parece demasiado duro? No. Es justa y menos dura de cuanto merecéis.
Yo os he salvado y resalvado de mil modos, Yo os he perdonado y reperdonado de siete mil y siete mil delitos. Yo he venido aposta para daros Vida y Luz. Yo Luz del mundo, he venido entre vuestras tinieblas para traeros la Palabra y la Luz. No he vuelto a hablar entre los vendavales y el fuego a través de la boca de los Profetas. No. He venido Yo, Yo personalmente. He partido con vosotros mi pan, he dividido con vosotros mi lecho, he sudado con vosotros en la fatiga, me he consumado a Mí mismo en evangelizaros, he muerto por
60 Como en el escrito del 31 de mayo
vosotros, he disipado con mi Palabra toda duda sobre la Ley, he disipado con mi Resurrección toda duda sobre mi Naturaleza, os he dejado a Mí mismo para que fuera vuestro Alimento espiritual, capaz de daros la Vida, y vosotros me habéis dado la muerte.
Os he dado la Palabra y el Amor y la Sangre de Dios, y vosotros habéis cerrado vuestros oídos a la Palabra, vuestra alma al Amor, y habéis blasfemado mi Sangre.
Yo he sustituido al antiguo Tabernáculo, donde estaban dos tabIas de piedra escritas por el dedo de un Profeta y un poco del maná, el nuevo Tabernáculo en el cual está el Pan verdadero bajado del Cielo y mi Corazón donde está escrito el Pacto del amor que vosotros, no Yo, violáis.
Ya no podéis decir: «No sabemos cómo es Dios». He tomado Carne para que tuvierais una Carne que amar, no bastándole a vuestra pesantez con amar un espíritu.
¿Y entonces? ¿Qué habéis hecho? ¿Qué habéis hecho cada vez más? Habéis vuelto la espalda a Dios, a su altar, a su Persona. No habéis querido a Dios, el Dios Uno y Trino, el Dios verdadero.
Habéis querido dioses. Y vuestros dioses actuales son más ignominiosos que los dioses antiguos o que los fetiches de los idólatras. Sí, que los fetiches de los idólatras. En esos se anida aún el respeto por la imagen de Dios, tal como su mentalidad e ignorancia la saben concebir. Y en verdad, en verdad os digo que serán juzgados con mucha menor severidad los idólatras naturales que vosotros, idólatras de malicia, vendidos a la peor idolatría: la auto idolatría.
Sí, os habéis creado dioses de carne, y carne corrompida, y ante ellos habéis sabido cantar hosanna y doblegar la cabeza y la espalda que no habéis sabido inclinar ante Dios. Habéis despreciado, renegado, burlado, roto mi Ley; pero habéis aceptado y obedecido, como esclavos y como animales domesticados por el domador, la engañosa ley que os han dado los pobres hombres descarriados aún más que vosotros y cuyo destino es tal de hacer temblar de horror todo el cielo.
¡Idólatras, idólatras, paganos, vendidos a la carne, al dinero, al poder, a Satanás que es dueño de estos tres reinos nefastos de la carne, del dinero y del poder!
Pero ¿por qué, por qué, pueblo mío, has salido del Reino que te había dado, por qué has huido de tu Rey de Perfección y de Amor y has preferido las cadenas y la barbarie del Reino de Satanás y el Príncipe del Mal y de la Muerte? ¿Así recompensas al Altísimo que es tu Padre y Salvador? ¿Y te sorprendes si brota fuego de la tierra y llueve fuego del cielo para incinerar la raza perversa y traidora que ha renegado a Dios y acogido a Satanás y a sus ministros?
No, ¡Satanás no tiene necesidad de trabajar, de fatigarse para tragaros! Yo debo fatigarme para tratar de atraeros aún, porque si vosotros habéis renegado vuestro origen, Yo recuerdo que soy vuestro Padre y Salvador. No reniego de mis desgraciados hijos y todavía intento salvarles hasta la última hora, en la que seréis congregados para la selección inexorable.
¡Oh María!, este castigo no es inmerecido. Es justo. Es grave porque vuestras culpas son gravísimas. Pero no está, no está dado por maldad de un Dios que es todo bondad. Vuestro Dios se daría a Sí mismo para ahorráoslo, si supiera que esto os favorecería. Pero debe, debe dejar que vosotros mismos os castiguéis de vuestras locuras, de vuestros comercios con la Bestia.
Mil y diez mil se perderán en cada rincón de la tierra. Pero, en la agonía que os ahoga, alguno sentirá resonar la Voz de Dios y levantará el rostro de las tinieblas hacia la Luz. Ese uno que vuelve justificará el flagelo, porque -sábelo y piensa qué obligación tenéis de custodiarla- el precio y el valor de un alma es tal que no bastan los tesoros de la tierra para
comprarla. Es necesaria la Sangre de un Dios. La mía».
22 de julio
Dice Jesús:
«Continuamos con la referencia entre el pasado y el presente, que en el eterno ser de Dios es siempre «presente». Y hoy te haré mirar lo que está más cerca de tu corazón.
Yo no niego el amor de Patria. Yo, el eterno Hijo de Dios, hecho hombre, he tenido una Patria y la he amado con amor perfecto. He amado a mi Patria terrena, hubiera querido saberla digna de la protección de Dios y, sabiéndola en cambio indigna, he llorado sobre ella. Por eso entiendo el dolor de un corazón leal que ve la Patria no sólo en peligro, sino condenada a días de un dolor tal que respecto a él la muerte es un don.
Pero dime, María, ¿vosotros podéis decir que Yo no he amado a esta tierra que es vuestra patria y a la cual envié a mi Pedro para erigiros la Piedra que no se derrumbará con el soplar de los vientos; esta tierra a la que, en un momento de cautela humana, Yo vine para confirmar a Pedro en el martirio, porque esa sangre se necesitaba en Roma para hacer de Roma el centro de la Catolicidad?
¿Podéis decir que Yo no he amado a esta tierra en la que mis confesores cayeron a manojos como espigas de un grano eterno, segadas por un Eterno Segador, para hacer de ello nutrición para vuestro espíritu?
¿Podéis decir que Yo no he amado a esta tierra a la que he traído las reliquias de mi vida y de mi muerte: la casa de Nazaret donde fui concebido en un abrazo de luminoso ardor entre el Divino Espíritu y la Virgen, y la Sábana Santa donde el sudor de mi Muerte ha impreso el signo de mi dolor, sufrido por la humanidad?
¿Podéis decir que Yo no he amado a esta tierra en la que han florecido los más grandes santos, los semejantes a Mí por el don de las heridas, los que no han tenido velos para ver nuestra Esencia, los que ayudados por Mí, han creado obras que repiten a lo largo de los siglos el milagro del pan y del pez multiplicados para las necesidades del hombre?
¿Podéis decir que Yo no he amado a esta tierra a la que he dado tantos genios, tantas victorias, tanta gloria, tanta belleza de cielo, de tierra, de mar, de flores, de montes, de bosques?
¿Podéis decir que Yo no he amado a esta tierra ayudándoos para haceros libres y unidos? En las guerras contra enemigos diez veces mayores que vosotros, en empresas locas, a juicio humano, Yo estaba con mis ángeles entre vuestras tropas. Era Yo, era Yo que iluminaba a los caudillos, que protegía a los secuaces, que evitaba las traiciones, que os daba Victoria y Paz. Era Yo que os daba la alegría de la conquista, cuando ésta no era obra de prepotencia, sino que podía ser obra de civilización, o de redención de vuestras tierras de un dominio extranjero.
¿Podéis decir que Yo no os he concedido la Paz más necesaria: la de mi Iglesia que vuestros padres habían ofendido y que ha perdonado para que Italia fuera realmente una y grande?
¿Y no he venido a daros agua para las mieses sedientas, sol para los campos mojados, salud en las epidemias?
¿Y no os he dado la Voz que habla en mi Nombre, que os habla a vosotros antes que a los demás, porque también en mi Vicario, Pastor universal, está el amor de Patria, y mi Vicario desde hace siglos es italiano? Desde el corazón de Italia se expande la Voz sobre el mundo y vosotros recibís la onda antes, incluso la más leve.
¿Y para qué ha servido todo esto?
Habéis prevaricado. Habéis creído que todo era lícito porque neciamente habéis pensado que teníais a Dios a vuestro servicio. Habéis pensado que mi Justicia avalase vuestras culpas, vuestras prepotencias, vuestra idolatría. Cuanto más bueno y longánime era Dios, más os aprovechabais de Él. Sistemáticamente habéis rechazado el Bien y abrazado el Mal convirtiéndolo en culto.
¿Entonces? ¿De qué os quejáis?
Pero el «abominio de la desolación» ¿no está acaso prácticamente a las puertas de la sede de Pedro? ¿No impulsa sus ondas fétidas de vicio, concupiscencia, fraude, idolatría del sentido, de las riquezas injustas, del poder ladrón y rapaz, contra los propios escalones de la Cátedra de Pedro? ¿Qué más queréis?
Leed con atención las palabras de Juan y no pidáis saber más.
De Dios nadie se mofa y no se le tienta, ¡oh hijos! Y vosotros le habéis tentado mucho y le tentáis continuamente. En el interior de vuestras almas, de vuestras mentes, de vuestros cuerpos, en el interior de vuestras casas, en el interior de vuestras instituciones. Por todas partes lo tentáis y os burláis de Él.
Mis ángeles se cubren el rostro para no ver vuestro comercio con Satanás y sus precursores. Pero Yo lo veo y digo: ¡Basta!
Si Jerusalén fue castigada por sus delitos ¿no lo será acaso la segunda Jerusalén que después de 20 siglos de cristianismo alza, sobre altares falaces, nuevos dioses impuestos por amos aún más signados con el signo de la Bestia de cuanto no lo seáis vosotros, los de Italia, y cree que engaña a Cristo con un fingido presente a su Cruz y a su Iglesia, seguido tan sólo de refinada hipocresía que esconde, bajo la sonrisa y la reverencia, la espada del sicario?
Sí. Llevad a cabo el último delito. Perseguidme en mis Pontífices y en mis fieles verdaderos. Pero hacedlo abiertamente y hacedlo pronto. También pronto Yo proveeré.
Hablar así es doloroso, y hablar a los que son menos culpables. Pero en los otros no tengo oídos que me oigan. Caen y caerán maldiciéndome. ¡Si al menos, si al menos bajo los azotes del flagelo, en la agonía que oprime corazones y patria, supieran convertirse y pedir piedad!
Pero no lo harán. Y no habrá piedad. La piedad plena que quisiera daros. Son demasiado pocos quienes la merecen, respecto de los infinitos que desmerecen hora tras hora cada vez más. Si los buenos fueran un décimo de los malvados, lo que está signado podría tener alguna modificación. En cambio la justicia sigue su curso. Vosotros sois quienes la obligáis a seguirlo.
Pero si no habrá ya piedad colectiva, habrá justicia individual. Quienes se mortifican a sí mismos por amor a la patria y a los hermanos serán juzgados con inmenso amor. Los otros con rigor. En cuanto a los mayores culpables, hubiera sido mejor para ellos no haber nacido. Ni una gota de sangre arrebatada a las venas de los hombres, ni un gemido, ni un luto, ni una desesperación arrebatada a un corazón, ni un alma raptada a Dios, quedará sin peso en su juicio.
Perdonaré a los humildes que pueden desesperarse ante el horror de los acontecimientos. Pero no perdonaré a quienes les han inducido a la desesperación obedeciendo a los deseos de la Bestia».
Dice Jesús:
«La esperanza vive donde vive la fe. La desesperación que hoy conduce a la muerte a tantas almas tiene como presupuesto la falta de una fe verdadera. Efectivamente, quien tiene fe verdadera pide con tal insistencia que obtiene.
Pero cuando veis que una oración no viene escuchada, pensad también que está viciada en la petición o viciada en la fe. Si está viciada en la petición, entonces Yo, que lo sé, no os concedo lo que os daría la felicidad de un instante y el dolor para todo el resto de la vida terrena, e incluso podría procuraros también penas en la otra, por el mal uso que podríais hacer de mi don. Si está viciada en la fe, entonces Yo no la oigo y no la escucho.
El mundo ya no tiene fe y por eso ya no tiene esperanza. El mundo no cree que Dios es Padre omnipotente. El mundo no cree que Dios es Padre amoroso. ¡Si el mundo supiera cuán doloroso me es el no poderos ayudar siempre y el no poder haceros siempre felices!
Yo quisiera que mis hijos fueran tan míos que sólo tuvieran pensamientos santos y santas peticiones que hacer al Padre, quien entonces las escucharía siempre, siempre, siempre. No las concedería siempre, pero las escucharía siempre, y cuando no pudiese dar a un hijo lo que un hijo pide, sustituiría el don no dado por motivos de la inteligencia divina, con otros centenares de consuelos aún mayores.
Tú sabes algo de esto, tú que has llegado a la Fe verdadera en tu Dios y Padre. Pero si piensas bien cual sea la causa que está a la base de la muerte de la fe y de la esperanza, verás que ésta es la falta de caridad.
Dios no es amado. No por los cristianos que lo son sólo de nombre, sino por aquellos que parecen ser cristianos fervientes. Lo parecen pero no lo son. Muchas prácticas religiosas, muchas oraciones, pero unas y otras superficiales, hechas y cumplidas más por superstición que por religión. Muchos temen que si no dicen un determinado número de oraciones, que si no hacen determinadas funciones, Dios les castigue, más aún -dejan a Dios aparte- no vayan bien sus asuntos. Egoísmo también en esto.
No han entendido lo que es el amor del Padre hacia los hijos y de los hijos hacia el Padre. Dios existe, creen que exista. Pero tan lejano, abstracto… que es como si no existiera. No sólo creen que Dios esté lejano, sino que sea hosco y avaro. Creen que Dios sea un sem- brador de castigos.
No. Vuestro Dios está siempre cerca de vosotros. No es Él quien se aleja, sois vosotros. No es Él el hosco y avaro, lo sois vosotros. No es Él quien cierra las puertas de las gracias, sois vosotros. Las cerráis con vuestro no tener fe, amor y esperanza en Él.
Pero venid, pobres hijos, venid a Mí que ardo en el deseo de haceros felices. Venid a Mí que me aflijo al no poderos estrechar contra mi seno y enjugar vuestro llanto. Venid al Único que os dé bien, paz y amor verdadero y eterno.
Vivir junto a Mí es alegría incluso en el dolor. Morir conmigo cerca es pasar en la alegría. Quien se confía a Mí no debe temer nada en esta tierra y nada en la eternidad, porque para quien me es verdadero hijo Yo abro un corazón de verdadero Padre lleno de comprensión y de perdón».
23 de julio
Dice Jesús:
«Cuando llegue la hora, muchas estrellas serán arrolladas por las espirales de Satanás, que para vencer necesita disminuir las luces de las almas.
Esto podrá suceder porque, no sólo los laicos sino también los eclesiásticos, han perdido y pierden cada vez más la firmeza de fe, de caridad, de fuerza, de pureza, de desapego de las seducciones del mundo necesarias para permanecer en la órbita de la luz de Dios.
¿Comprendes quienes son las estrellas de las que hablo? Son aquellos que he definido como sal de la tierra y luz del mundo: mis ministros.
El esmero de la aguda malicia de Satanás es apagar, arrollándolas, estas lumbreras que
son luces que reflejan mi Luz para las muchedumbres. Si a pesar de tanta luz como todavía emana la Iglesia sacerdotal, las almas se están hundiendo en las tinieblas cada vez más, se puede intuir cómo será la tiniebla que aplastará a las muchedumbres cuando muchas estrellas se apaguen en mi cielo.
Satanás lo sabe y siembra sus semillas para preparar la debilidad del sacerdocio, a fin de poderlo enredar fácilmente en pecados, no tanto de sentido cuanto de pensamiento. En el caos mental para él será fácil provocar el caos espiritual. En el caos espiritual los débiles, ante el aluvión de las persecuciones, cometerán pecado de vileza, renegando de la fe.
La Iglesia no morirá porque Yo estaré con ella. Pero conocerá horas de tinieblas y horror semejantes a las de mi Pasión, multiplicados en el tiempo porque así debe de ser.
Debe de ser que la Iglesia sufra cuanto sufrió su Creador, antes de morir para resucitar en forma eterna. Debe de ser que la Iglesia sufra durante mucho más tiempo porque la Iglesia no es, en sus miembros, perfecta como su Creador, y si Yo sufrí horas ella debe sufrir semanas y semanas de horas.
Como surgió perseguida y alimentada por poder sobrenatural en los primeros tiempos y en sus mejores hijos, lo mismo ocurrirá con ella cuando vengan los últimos tiempos en los que existirá, subsistirá, resistirá a la marea satánica y a las batallas del Anticristo con sus mejores hijos. Selección dolorosa, pero justa.
Es lógico que en un mundo en el que tantas luces espirituales se habrán muerto se instaure, abiertamente, el reino breve pero tremendo del Anticristo, generado por Satanás, así como Cristo fue generado por el Padre. Cristo hijo del Padre, generado por el Amor con la Pureza. Anticristo hijo de Satanás, generado por el Odio con la triple Impureza.
Como aceitunas entre las ruedas del molino, los hijos de Cristo serán perseguidos, exprimidos, triturados por la Bestia voraz. Pero no engullidos, porque la Sangre no permitirá que sean corrompidos en el espíritu. Como los primeros, los últimos serán segados como puñados de espigas en la persecución extrema y la tierra beberá su sangre. Pero bienaventurados para siempre por su perseverancia quienes mueren fieles al Señor»
Usted me había dicho que para entender a Juan había que leer sus epístolas y el Apocalipsis. He tomado la Biblia y he abierto al azar donde están los escritos del Predilecto. Se me ha abierto en el cap. 12°. El Maestro me lo explica así.
Me doy cuenta de que hace días Jesús dijo una frase parecida al comentario acerca de la maternidad espiritual de María 61, que se quiere ver simbolizada en la mujer vestida de sol. Pero hoy Jesús no habla de ello, de María. Habla de la condición de la Iglesia militante en los últimos tiempos. Leeré atentamente el Apocalipsis esperando en Jesús, que me sea luz para entenderlo.
24 de julio
Dice Jesús:
«Ya te he dicho 62 que todo el mal que ahora os oprime es el fruto del abandono de mi Ley por parte de los individuos y de la sociedad. La falta de fe, la falta de caridad, la falta de esperanza, la falta de toda virtud, tienen un único origen: la deserción de mi milicia, de la milicia cristiana.
Como de una cepa de raíces venenosas, han brotado, en lugar de mis virtudes, tendencias, vicios, pasiones peores que humanas: demoniacas. La planta de la vida cristiana ha muerto en casi todos los corazones, en muchos vegeta a duras penas, en pocos está aún
61 En el dictado del 6 de julio
62 Sobre todo en los dictados del 21 y del 22 de julio
floreciente, nutrida por el jugo de Vida, adornada con hojas robustas.
No hay que esperar que las cosas cambien, al contrario cada vez irán más a peor porque, como un bosque invadido por plantas parásitas y por insectos nocivos se desnuda cada vez más de hojas y frutos y termina muriendo, así sucede con la sociedad de ahora, cada vez más quemada, sofocada, corrompida por mil tendencias viciosas y por mil pecados.
Los principales: odio, lujuria, prepotencia, fraude. Las primeras: negación de Dios, doctrinas contrarias a la mía, culto exagerado de sí mismos y otras más.
Mi Palabra no puede descender -semilla y agua de Vida y Vida verdadera- a las almas. Están demasiado ocupadas en otras cosas. La mayoría de los cristianos ha rechazado a Cristo, porque en el lugar de Cristo ha puesto a sí misma o al poder, el dinero, la carne. Quien peca menos, también peca, porque no tiene misericordia verdadera de su prójimo.
¿Quien es aquel que no maldice, reniega, en el día de hoy?
Pero tú no maldigas, no reniegues, hija que amo. Deja a tu Dios la tarea de castigar. Tú ama y ten misericordia, de todos. También de los primeros culpables.
¡Son unos desgraciados, son unos desgraciados! Han estropeado todo lo bueno que tenían al acoger el mal de Satanás. Han cambiado una eternidad de gloria por una hora de gloria terrena. Han vendido por treinta monedas su alma a Satanás. Son los Judas de su alma. Me indignan y me dan pena. Sí, también pena, porque Yo soy el Dios de la misericordia y siento piedad de mis hijos extraviados.
Ayúdame a salvarles de la última culpa. ¡Cómo quisiera poderles perdonar! Tú, hija que amo, perdona. Que de tu corazón que me posee a Mí y a mi Palabra no salgan más que palabras de paz y de perdón. Sé que es difícil para vuestra humanidad. Pero por encima de ella está el espíritu, y el espíritu es el reino del Señor. Entonces ¿cómo podéis tener al Señor en vosotros si vuestro espíritu no tiene las mismas pasiones que su Rey?
y mis pasiones, como mis palabras, son santas, misericordiosas, buenas. Todas tienen el sello del Amor, del Amor verdadero que nunca es tanto amor como cuando se inmola por los hermanos y les perdona» .
Dice aún:
«No me gustan quienes gritan: «¡A muerte!» después de haber gritado: «¡Hosanna!».
Si aquellos a quienes se lanza el grito de condena os hubieran dado ese botín y ese bienestar, arrebatado injustamente, que Yo no he podido permitir que os dieran para no llevarles a ellos, y a vosotros, a un perfecto orgullo, les aclamaríais. No pensaríais que otros sufrirían en vuestro lugar y que, como vosotros, son mis hijos.
Dejadme a Mí el juzgar, el castigar, el premiar. Tratad sólo, para vosotros mismos, de merecer mi premio. Y sed coherentes y honestos.
Es incoherencia, deshonestidad, vileza, ensañarse con los vencidos, sea cual sea su derrota, por justa que sea como castigo o dolorosa como fruto de circunstancias inmerecidas.
Es incoherencia porque no va al hombre, sino a la acción del hombre, acción -repito- que hubierais aprobado, aún cuando no fuera buena, si os hubiera dado un beneficio.
Es, por la misma razón, deshonesta: todos, recordadlo bien, tenéis vuestra parte de culpa en el momento actual. Quien tiene menos que nadie, porque no ha cometido pecado de adoración de un hombre y no le ha seguido contra la Ley, tiene el de no haber rezado por él mañana y noche. Los grandes necesitan las oraciones de los pequeños para permanecer grandes en el Bien.
Y, en fin, vileza porque enseñarse con quien ya no tiene poder, sino que al contrario es el más desgraciado de todos, odiado por el mundo, alcanzado por Dios, es la misma culpa que la de quien oprime a un débil.
Estas cosas, inconcebibles para la masa, son siempre el jugo de mi Ley. Y el que mi Ley sea seguida superficialmente, y no sustancialmente, lo prueba el hecho del modo en que las masas se revuelven contra quienes no os han dado lo que esperaba vuestro egoísmo». 63
25 de julio
Dice Jesús:
«Bien, miremos juntos dos milagros del Evangelio. Pero, dado que Yo soy Dios y hablo con inteligencia divina, no te expondré los milagros como se exponen generalmente, sino que te haré notar el milagro en el milagro.
Comenzamos por la multiplicación de los panes y de los peces. Mis sacerdotes predican continuamente el poder de Dios que sacia a las multitudes multiplicando la poca comida. Hermoso y dulce milagro. Pero para un Dios que ha multiplicado los soles en el firmamento
¿qué significa la multiplicación de algunas migajas de pan? Yo, Cristo, el Verbo del Padre, os enseño otro milagro en el milagro. Un milagro que también vosotros podéis realizar cuando sepáis alcanzar el poder que se requiere.
¿Cómo obtengo Yo ese milagro? ¿Sólo con tocar los panes y partirlos con mis manos de Dios? No. Dice el Evangelio: «… y dio gracias «. He aquí el milagro del milagro. Yo Hijo del Padre, Yo Omnipotente como el Padre, Yo Creador con el Padre, doy gracias. Ruego al Padre, me humillo con un acto de sumisión y de confianza. Yo no me creo dispensado del deber de pedir al Padre Eterno, el cual tiene el deber de socorrer a sus hijos, pero tiene también el derecho de ser reconocido como supremo Señor del Cielo y de la Tierra.
Yo: Dios como Él, me acuerdo de este derecho y cumplo este deber y os lo enseño. Y con el deber de respeto, el de confianza. El milagro de la multiplicación del pan se realiza después de que Yo haya dado gracias al Padre. ¿Y vosotros?
El otro milagro. La barca de Pedro, azotada por vientos contrarios, se inundaba de agua y se ladeaba. Y mis discípulos, con mucho miedo por su vida, se afanaban en enderezar el timón, en atar las velas, en tirar por la borda el agua, el lastre, preparados para arrojar las cestas de los peces y las redes, con tal de aligerar la barca y llegar a la orilla.
Las borrascas en el lago eran frecuentes e imprevistas, y no era para bromear. Muchas veces Yo les había ayudado. Pero aquel día Yo no estaba. No estaba materialmente, con ellos. Pero mi amor estaba con ellos porque Yo estoy siempre con quien me ama. Y los dis- cípulos tenían miedo. Pero -he aquí el milagro- sin ser llamado, no presente, vine para poner paz en las aguas y paz en las almas.
Mi bondad es un milagro continuo, hija, un milagro sobre el que pensáis demasiado poco. Cuando se os presenta este punto evangélico, se os hace notar la potencia de la fe. Pero mi bondad, que se anticipa incluso a vuestras necesidades de discípulos y que sale a vuestro encuentro caminando sobre las aguas de la tempestad, ¿por qué no os la hacen ver?
Mi Bondad es mayor que el Universo, que la Necesidad y que el Dolor; es más vigilante que toda inteligencia humana. Mi Bondad tiene raíces en el amor paterno de Dios. ¿Por qué no venís a ella, no la creéis ciegamente, no tomáis de su infinitud?
Yo estoy con vosotros hasta el final de los siglos. Soy el Espíritu de Dios hecho carne. Conozco las necesidades de la carne, conozco las necesidades del espíritu y tengo la potencia de Dios para ayudar a vuestras necesidades, como tengo el amor que me induce a
63 Sobre una copia mecanográfica, el texto prosigue con el siguiente trozo entre paréntesis, al final del cual la escritora precisa, anotándolo a lápiz, que se trata de Nota de P. Migliorini: «El dictado precedente era de difícil aplicación en el día en que fue dado, 24 de julio de 1943. El 26 fue propagada la noticia de que Mussolini había presentado su dimisión en manos del Rey, y cuanto sucedió o trató de suceder en este mismo día de desaprobación hacia el hombre caído justifica ampliamente las recomendaciones del Señor, y no sólo esto, sino que hace creíble que haya sido precisamente Él quien ha dictado cuanto ha sido escrito».
ayudarlas. Porque soy Uno con el Padre y con el Espíritu, con el Padre de quien procedo y con el Espíritu por quien tomé carne, del Padre tengo el Poder y del Espíritu la Caridad».
Esta mañana me he quedado boquiabierta. Había terminado de escribir lo de arriba mientras que Marta estaba en Misa y mamá dormía. Extraño, precioso momento de silencio, por tanto. ¡Una fiesta!
Vuelve Marta y me dice, hablando del poco pan que tenía: «¡Ya! Tendría que suceder lo que dice el Evangelio de hoy».
Y yo: «¿Por qué? ¿Qué dice?»
Y Marta: «¡Eh! dice sobre la multiplicación de los panes y de los peces».
Me he quedado como un pez, con los ojos y la boca desencajados. ¡Jesús me había explicado el Evangelio de este domingo! Le aseguro que no pensaba ni por lo más remoto que hoy tocara este texto evangélico.
26 de julio
Dice Jesús:
«Yo soy la Voz del Padre movida por el Amor. Como un río inundo el mundo y vengo a buscaros uno a uno para impregnaros de Mí. Como incansable pastor Yo corro tras mis ovejas llamándolas con voz de amor, y cuando logro reunir a muchas me olvido de toda la fatiga en la alegría de teneros a mi alrededor. Uso todas las artes del amor para atraeros a mi amor que salva. Ni, lo repito 64 me pesaría volver a padecer la Pasión, y hasta más exacerbada en el suplicio, si ello sirviera para reuniros a todos en mi redil.
Pero fuera del mismo silba la seducción y muchos de mis hijos salen para seguirla.
¡Demasiados! Nunca acabaré de decir que esto es mi dolor. Cuando llegan estas horas, en las que hasta los mejores manchan su ser mejores con levadura de odio, Yo sufro tanto. Por- que quisiera que estuvierais penetrados de Mí hasta el punto de no plegaros a la perversidad del odio hacia quien sea. El odio es vuestra ruina y hacéis de él vuestra doctrina, pobres hijos que ya no conocéis las dulces hierbas del perdón.
Mucho le será perdonado a quien mucho ama y perdona. Mucho, todo incluso, si vuestro perdón es absoluto.
.¿No os parece que necesitáis el perdón de Dios? Sí. En verdad os digo que todos tenéis necesidad de ser perdonados setenta veces siete, y que vuestro Dios está con el perdón para vosotros en sus manos divinas en espera de que lo merezcáis con vuestra misericordia, porque Dios quiere vuestro bien. Os lo digo Yo que soy la Voz del Padre y hablo en su nombre. Yo os lo digo que soy Aquél a quien todo juicio es deferido por el Padre.
Está dicho: «Hay más fiesta en el cielo por un pecador que se convierte, que por diez justos que permanecen en el Señor». Pero Yo os digo que triple, que décupla fiesta se hará en el cielo por un hijo mío que sabe perdonar como Yo supe, y que ese perdón trae a la tierra la bendición de Dios. Y sólo Yo sé cuanta bendición necesitáis para alejar los castigos inminentes».
27 de julio
Dice Jesús:
«Muchos, para extraer una instrucción, necesitan mil libros de meditación. Pero no. Basta
64 En el dictado del 23 de abril
mi Evangelio y la vida que vivís y que os vive alrededor.
Mira, María, la enseñanza de estos días 65. ¿Qué ves? Una gran demostración de debilidad humana. Con la misma facilidad con que se agitaban en profesiones de fe engañosa, así ahora reniegan todo lo asegurado anteriormente.
Pero el verdadero cristiano no debe hacer así cuando es necesario testimoniar su fe. ¿Has visto como hizo tu Mesías ante Caifás? Sabía que confesar que era el Mesías, Hijo de Dios, habría provocado la condena, la más feroz de las condenas. Pero no he vacilado. Yo, que ante los acusadores he observado la regla del silencio, aquí supe hablar alto y claro, porque callar hubiera sido sacrílega renegación.
Cuando están en juego las cosas del cielo no se debe vacilar sobre la manera de actuar, porque el fruto que viene de nuestra palabra es eterno. El hombre, ser de carne y sangre, no sabría ser valiente ante ciertas confesiones heroicas. Y es por esto por lo que el hombre reniega con facilidad. Pero la criatura que vive en el espíritu posee el coraje del espíritu, porque Yo estoy con quien combate contra el mundo y contra la propia debilidad.
Y conmigo está María, la Madre de todos, la Ayuda de todos. Ella es quien ha sonreído a los mártires para animarles al Cielo. Ella es quien ha sonreído a los vírgenes para ayudarles en la vocación angélica. Ella es quien ha sonreído a los culpables para atraerles al arrepentimiento. Es Aquélla de quien siempre tiene necesidad el hombre, y especialmente en los horas de mayor angustia.
Sobre el seno de la Madre os afianzáis y me encontráis a Mí y mi Perdón, y con el Perdón la fuerza. Porque si estáis en Mí, gozáis de los dones de Cristo y no conocéis el perecer».
28 de julio
Dice Jesús:
«No hace mucho tiempo que te he dicho 66 que me ayudes a salvarles, a los culpables del último pecado. Pero tú no has entendido lo que quería decir. Has orado.
Esto me basta porque, en verdad, sólo para Mí es necesario entenderlo todo. Pero para vosotros, hijos míos, no es necesaria la revelación absoluta. Todo lo que os digo es un don al que no tenéis derecho, un don espontáneo del Padre a sus más amados, porque mi Corazón ama haceros mis confidencias, tomaros de la mano e introduciros en el secreto del Rey. Pero no debéis pretenderlo. Es tan hermoso ser confidentes de un Dios, pero también es tan hermoso y santo ser hijitos, total y ciegamente abandonados en el Padre que actúa por su cuenta y los hijos se dejan conducir sin querer saber a donde les conduce el Padre.
Estad seguros, ¡oh hijos!, de que Yo os guío por los caminos del Bien. Vuestro Padre sólo quiere vuestro bien.
Para la alegría de mi Corazón se necesita tanto de los confidentes como de los confiados, y es suma perfección ser, además, «confidentes confiados». Entonces sois discípulos, capaces ya de actuar en nombre del Maestro, y niños que se dejan conducir por el Padre. Sois, entonces, mi consuelo y mi alegría.
¡Es tan difícil para Mí encontrar almas de discípulos en un mundo como el vuestro! ¡Y aún más difícil es encontrar, incluso entre los niños, almas de niños! Tanto os ha corrompido el aliento de la Bestia que ha matado la sencillez, la confianza, la inocencia, en la que Yo descansaba, incluso en las almas de los niños.
Ayer no te dije nada, María, y tú estabas perdida como quien ha perdido el camino. Pero Yo no soy sólo tu Maestro, soy tu Médico y curo no sólo el espíritu sino también tu carne.
65 Ya en el dictado del 24 de julio
66 Ya en el dictado del 24 de julio
Ayer vi que estabas demasiado cansada y callé, reservando para hoy muchas palabras para ti. No quiero que mi pequeño portavoz se rompa por un esfuerzo superior a sus fuerzas. Hoy hablo por ayer y por hoy.
Tú has orado, ofrendado y sufrido según mi deseo de impedir que se cumpliera la última culpa. Y lo has logrado, aunque tú pensaras una cosa y en realidad «la última culpa» fuera otra. Había inspirado en las mejores almas muchos deseos de orar y sufrir por esta finalidad, porque se necesitaba mucho, mucho, mucho esfuerzo para vencer el peligro. Y todavía se necesita mucho, mucho, mucho esfuerzo para llevar esto a fin sin degeneraciones peores que el primer mal.
Ayer, el único signo de que estaba contigo para serte Luz y Voz, fue guiarte la mano al abrir el Libro por las páginas que, a distancia de siglos, hablan de ahora. Las leeremos juntos y Yo te las comentaré. Pero, desde ayer, has entendido que en ellas estaba «el hoy».
Un gran mal ha sido impedido, María, un gran mal. He tenido piedad por vosotros, pueblo que tenéis por corazón a Roma cristiana. Pero, ahora más que nunca, hay que rezar y sufrir mucho, María, y hacer rezar, y sufrir, si fuera posible -pero es más difícil porque son muy pocos los héroes del sufrimiento- para que el »gran mal» vencido no germine, como planta maligna, en mil pequeños males que acabarían formando un bosque maldito en el que todos pereceríais con horror inimaginable.
He tenido piedad de vosotros. Pero ¡ay de vosotros si, a esta piedad arrancada a la Justicia, por instancia de mis oraciones, de mi Madre, de los Protectores y de las víctimas, vosotros, oh pueblo mío, respondierais con acciones que os hicieran desmerecer mi gracia!
¡Ay si a la única gran «auto idolatría» sucediese la pequeña y numerosa «auto idolatría»!
Uno sólo es Dios, y soy Yo, y no existe otro Dios fuera de Mí. Esto hay que recordarlo. Dios es paciente, pero no es, en su infinita paciencia, culpable hacia Sí mismo. Y sería culpable si llevara su paciencia, hasta no intervenir y decir: «Basta», hasta una indiferencia por el respeto de Sí mismo.
Por un ídolo caído no alcéis tantos pequeños ídolos, todos adornados con los mismos signos satánicos de lujuria, soberbia, fraude, prepotencia y parecidos.
Si sois buenos os salvaré hasta el fondo. Os lo prometo, y es promesa de un Dios. ‘Y, en mi Inteligencia a la que nada está oculto -ni siquiera el delito más secreto, ni el movimiento humano más insignificante- no pretendo que todo un pueblo sea perfecto. Sé que si debiera premiaros cuando todos hubierais alcanzado la Bondad no os premiaría nunca, pero entiendo que aunque sea inevitable que alguno peque, la masa debe ser tal como para imponer a los Jefes una conducta digna de mi premio. Porque, recordadlo siempre, los Jefes cometen los Pecados, pero es la masa la que, con sus pecados menores, lleva a los Jefes al gran Pecar.
Y por ahora basta, alma mía. Más tarde releeremos juntos Isaías y, como en la sinagoga y en el Templo, Yo te lo comentaré».
29 de julio
Dice Jesús:
«El Libro hay que saberlo leer no con los ojos sino con el espíritu. Entonces la Ciencia sobrenatural que lo ha inspirado se ilumina de luz de Verdad. Pero para obtener esto hay que tener un espíritu unido a mi Espíritu. Entonces es mi Espíritu quien os conduce.
Ahora mira: en las páginas de Isaías tomamos, como teselas de un mosaico, las palabras
de los capítulos leídos juntos 67 y los alineamos con visión sobrenatural. Te resultarán más claras. Comienza por aquellas que te he indicado para los culpables.
Aun teniendo compasión del impío, éste no aprenderá la justicia; cometerá cosas inicuas en la tierra de los santos y no verá la gloria del Señor.
Por tanto oíd la palabra del Señor, ¡oh escarnecedores!, jefes de mi pueblo que está en Jerusalén. Vosotros habéis dicho: ‘Hemos hecho alianza con la muerte, y con el infierno hemos hecho contrato: cuando pasen los flagelos no nos alcanzarán, porque hemos puesto nuestra esperanza en la mentira y estamos protegidos por ella’.
‘Vuestra alianza con la muerte será destruida, no se mantendrá vuestro pacto con el infierno; cuando pase tempestuoso el flagelo, os arrollará. Y sólo los daños os harán entender la lección’.
Ahora no os burléis, no sea que se aprieten vuestras ligaduras.
¡Ay de vosotros que os agazapáis en vuestro corazón para ocultar vuestros planes al Señor! Ejecutan sus obras en las tinieblas y dicen: ‘¿Quién nos ve? ¿Quién nos reconoce?’. Este pensamiento vuestro es perverso.
¡Ay de vosotros! hijos desertores que forjáis proyectos, pero sin Mí, y urdís una trama que no es según mi espíritu y amontonáis pecado sobre pecado.
Por esto, he aquí lo que dice el Santo de Israel: ‘Por cuanto habéis rechazado vosotros esta palabra, y por cuanto habéis fiado en lo torcido y perverso y os habéis apoyado en ello, por eso será para vosotros esta culpa como brecha ruinosa, imperceptible, en una alta muralla, que de repente, cuando nadie se lo espera, se quiebra y se hace añicos’.
¡Ay, los que bajan a Egipto por ayuda! En la caballería se apoyan y fían en los carros porque abundan y en los jinetes porque son muchos, pero no han puesto su confianza en el Santo. No han buscado al Señor.
Egipto es humano, no Dios, y sus caballos, carne, y no espíritu; el Señor extenderá su mano, tropezará el que ayuda y caerá el ayudado y todos a una perecerán.
¡Ay de ti, saqueador! ¿No serás también tú saqueado? ¡Ay de ti, escarnecedor! ¿No serás también tú escarnecido? Terminando tú de saquear, serás saqueado; cuando, cansado, acabes de escarnecer, serás escarnecido».
Antes de hablar de los asuntos y de las promesas de Dios, comentemos este pasaje.
El corazón del hombre, que el profeta llama impío, es una mezcla de soberbia, prepotencia, rebelión. La triple lujuria está ahí, trono sobre el que se sienta el Maligno para colmar de pensamientos demoníacos el corazón que ha repudiado a Dios y a su Justicia. De este corazón sólo puede salir iniquidad, porque su reyes el Espíritu del Mal, que concede efímeros triunfos expiados después con derrotas eternas. El impío que reina bajo el signo de la Bestia, pasa como un torrente de dolor y de corrupción por la tierra de los santos -y Roma es tierra de santos- arrastrando al mal a otros impíos menores y atormentando a los hijos del Señor.
Es justo que el Señor vele su gloria ante el impío, en ésta y en la otra morada. Dos veces el impío verá mi gloria, y querrá no verla porque para él será terrible: en su muerte y en el último día. Entonces Yo le preguntaré: «¿Qué has hecho con mi pueblo? ¿Qué con mis dones?». Y será la pregunta que lo lanzará, como una saeta desde el arco, al fondo del que no se sale.
Mi segunda Jerusalén terrena es Roma. Tierra predilecta en la que he querido poner mi Iglesia y que, por ser centro del mundo, debería de ser tratada como una resplandeciente reliquia por quien es cabeza. Y, en cambio, ¿como se han portado los nuevos escarnecedo-
67 En este punto la escritora deja un breve espacio, en el cual después escribe a lápiz: cap. 26-33.
res de Dios? Aliándose con el delito que produce la muerte, desposando el alma con Satanás y creyendo, con tal sacrílega prostitución, salvarse de los flagelos a los que sometían a los demás.
No. La mentira no salva. Os lo dice el Padre de Verdad. El señor de la mentira os engatusa con ella y llegado el momento la vuelve contra vosotros para haceros perecer. Yo soy quien salva y nadie fuera de Mí.
Seréis despojados de vuestra engañosa armadura precisamente en el momento en que mi castigo os alcance, porque Satanás actúa así. No puede actuar de otro modo porque sólo puede daros frutos efímeros. Yo soy el único que da la protección que no conoce fin y cuando aparezco, para salvar o para condenar, Satanás huye dejándoos Solos, ¡oh necios hijos del pecado!
Entenderéis quién es Dios y quién es Lucifer sólo en las estrecheces de la tortura.
¡Terrible lección! Y cuanto más pecáis más feroz será la opresión porque también hay un límite para mi Bondad, ilimitada pero inteligente. Recordáoslo.
Nada de cuanto el hombre trama en la sombra, incluso en la secreta del corazón, está oculto para el Señor. Y si vuestros pobres hermanos sólo ven lo externo y pueden ser engañados por vuestra hipocresía, Yo lo veo todo y actúo como merecen vuestras acciones, y como el muro minado por la pequeña brecha, así vuestro edificio, fundado sobre la culpa, se derrumbará cuando nadie -ni vosotros que os consideráis seguros de la alianza con el Padre de la Mentira, ni el pueblo que os teme creyéndoos invencibles- se lo imagina.
¡Ay, ay, ay de vosotros que inducís a mi pueblo a creer que Yo protejo vuestro mal hacer!
¡Ay de vosotros que inducís a mis hijos a la desconfianza en mi Justicia! Responderéis también de esto porque el escándalo recae sobre quien lo crea. ¿Y qué mayor escándalo hay que el inducir a los pequeños a creer que Dios protege injustamente a los grandes que pecan?
¡Cuantas almas me habéis arrancado, obradores de iniquidad! Pero éstas aún serán hijas de mi Misericordia. No así vosotros, a quienes había dado todo para atraeros a Mí y convertiros en instrumentos de Bien y que os habéis olvidado de todo y me habéis puesto después de Satanás.
¡Ay de vosotros! que forjáis alianzas de las que sólo puede venir mal para mi pueblo: mal para la carne y mal para el espíritu, sabéis que es mal y de todas formas lo hacéis, usando mal del poder, con tal de que triunfe vuestra persona en la tierra. ¿Y qué es vuestra persona? Un puñado de arcilla que conserva una forma mientras que la Misericordia la mantiene húmeda con divino rocío y, una vez que se seca, se pulveriza como arcilla tamizada y se desparrama.
Vuestras alianzas, verdadera unión de los precursores del Anticristo, no tienen base y no tienen fuerza de victoria. Se desmigajarán como vosotros mismos y de ellas sólo quedará el recuerdo de horror en las carnes, en las casas, en las almas de mis pobres hijos.
Ante el fragor de la voz de Dios ¿qué son los numerosos caballos y los vigorosos caballeros? Cascarillas que el viento dispersa en todas las direcciones. Yo soy quien da la fuerza a los ejércitos. Pero es necesario que los ejércitos estén movidos por justa razón y no por ferocidad y soberbia.
Toda culpa será castigada, y castigada será por Dios toda burla porque Dios, dice el Señor, nunca será burlado y no es lícito oprimir a los menores.
Pero, observa una cosa, María. También por parte de los menores se requiere respeto a la Ley, por eso tened con vosotros, siempre, a vuestro Dios».
30 de julio
Dice Jesús:
«Vemos hoy cuanto se refiere a los menores. Yo digo, por boca de Isaías, haciendo hablar o hablando a los humildes:
«Sin Ti, Señor, Dios nuestro, nos han esclavizado otros señores, haz que sólo por Ti recordemos tu Nombre. Quien muere vuelve a vivir; los gigantes no resurgen: por eso Tú los has atribulado, los has exterminado y has borrado todo recuerdo de ellos.
Vete, pueblo mío, entra en tus cámaras, y cierra tus puertas tras de ti, escóndete un instante, hasta que pase la ira. Porque he ahí al Señor que sale de su morada a castigar la iniquidad de quien está contra Él sobre la tierra.
Aquel día castigará el Señor con su espada dura, grande y fuerte, a Leviatán, serpiente huidiza, a Leviatán, serpiente tortuosa.
Con palabras extrañas, con lengua extranjera, hablará el Señor a este pueblo a quien he dicho: ‘Aquí está mi descanso, dejad reposar al fatigado, esto es mi refrigerio’. Pero ellos no han querido escucharme.
Y el Señor ha dicho: ‘Porque este pueblo se me acerca con la boca y me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí, y me rinden culto con preceptos y enseñanzas de hombres. Por eso he aquí que Yo sigo haciendo maravillas con ese pueblo, haciendo por- tentosas maravillas; perecerá la sabiduría de los sabios’.
Porque el opresor ha desaparecido, el escarnecedor es aniquilado y son exterminados los que tramaban el mal. Que hacían pecar a los hombres con las palabras, que tendían engaños a quien les reprendía y se alejaban del justo sin razón. Por esto el Señor dice: ‘No se avergonzará .en adelante Jacob, ni en adelante su rostro palidecerá, porque en viendo sus hijos, las obras de mis manos en medio de él glorificará mi Nombre. Los descarriados con el espíritu alcanzarán la ciencia y los murmuradores aprenderán la ley’.
Porque aquel día repudiará cada uno los ídolos de oro y de plata que hicieron vuestras manos para pecar y Asur caerá por espada no de hombre, y por espada no humana será devorado y se dará a la fuga no ante la espada y su juventud pagará el tributo». .
La primera causa del mal: haberse quedado sin Dios. No habéis querido tener a Dios por Dueño, y dueño benigno, y así habéis tenido dueños que han humillado vuestra libertad de hombres hasta la mortificación de los esclavos. Como esclavos os han prestado, vendido, quitado de nuevo, como esclavos enviados a la muerte, riendo y engordando sobre vuestro dolor.
El mundo muere por no tener ya a Dios por Dueño; vosotros, en particular, morís por no haber querido a Dios por paterno Dueño. ¡Quisiera Dios que ahora os dirigierais a Él!
En su Nombre está la salvación. La vida es Vida en su Nombre y la muerte es resurrección. Quien vive en el Señor no morirá para siempre. Son los gigantes, o sea quienes. alzan su potencia de carne y sangre, soberbia contra el Cielo, quienes atraen el rayo divino sobre la tierra y caen para no volver a resurgir. Lo han tenido todo en la tierra, porque para ellos vivía sólo la ley de la carne y de la sangre. Por tanto para ellos ha terminado el reino eterno y luminoso del espíritu. Acabado desde esta tierra donde, con su propia mano, lo han matado, y acabado allí donde no existe límite de tiempo, donde no entran almas muertas.
Cuando en el Cielo da la hora de la indignación y la Justicia desciende para azotar, tened por norma Caridad y Prudencia. Retiraos, en vez de alborotar como pollastros que ven el milano, retiraos en vez de murmurar, que juzgar sólo le corresponde a Dios, y orad al Señor. Caridad y Prudencia para lograr que el Mal sea vencido por el Bien y la Paz triunfe en los Estados, en las instituciones, en los corazones.
Dios, para castigar, no necesita vuestros consejos. Sabe cuando y cómo debe de usar la espada para matar al perenne resurgido, el Monstruo que os seduce, contrapuesto al Resurgido divino que os ha salvado y os salva con su Sangre, y al cual, con demasiada frecuencia, no saben escuchar ni los grandes ni los pequeños del mundo, sordos ante mis desconsoladas peticiones de dar asilo al cansado de Amor, a vuestro Jesús que sufre de un amor perfecto siempre rechazado.
¡Oh! ¡si vinierais a Mí con vuestro corazón, hijos amados con tanta ternura por vuestro Dios, Padre y Hermano! ¡Lo arrancaríais todo de mi Amor si vinierais a Mí con vuestro amor! Todo, porque para Mí es dolor sumo el no poderos cubrir de dones en ésta y en la otra vida. Incluso el culto que me dais ha perdido mucho de mi signo y ha asumido formas humanas más acordes con vuestro pesado, de pesadez humana, modo de actuar.
Volved a la Fuente, hijos, a la Fuente de la que brota Vida. Su secular darse no la envejecen, porque el Tiempo es un instante frente a mi Eternidad. Lavad en la Fuente vuestra alma, sumergid vuestro espíritu, para que vean. Vean a Dios y los prodigios que rea- lizo para provocar vuestra admiración de modo tal que vuestra mente se despoje de la ciencia de los sabios, ciencia falaz, y aprenda la Ciencia de Mí que soy la Sabiduría de Dios.
No obstante lo veis, ¡oh hijos queridos!, lo que vuestro Dios sabe hacer por vosotros. He visto la aflicción de mi pueblo elegido, la que conocéis porque ya está sobre vosotros, y la que habríais conocido, ya preparada en la sombra, y he provisto.
¡Pero ay también de vosotros si la lección no sirviera! ¿Cómo podría continuar a acudir, proveer, perdonar? ¿Y si también vosotros os hicierais opresores? ¿Y si también vosotros os convirtierais en escarnecedores? 68 ¿Y si también vosotros os alejaseis del Justo que os aconseja para vuestro bien y tramarais vuestros engaños contra él? Él es portador de mi Palabra, él y sus ministros. Y en mi Palabra está la verdadera Ciencia y la verdadera Ley que dan el Bien.
Haced que se tiña de alegría la Faz de vuestro Jesús y de sus discípulos verdaderos. Y esa Faz yesos rostros se teñirán así cuando os vean triunfar sobre todas las idolatrías del sentido, del dinero, del orgullo, que os han atormentado siempre.
Quienes sean los “Asur» lo entiendes por ti misma. Pero a todos digo: no merezcáis como ellos la espada que no es humana. No. Sed buenos. Vuestro Dios no quiere mostraros la espada que castiga, sino que quiere abriros los brazos que sólo saben amar y bendecir y deciros: «Venid, hijos, a descansar en la Paz de vuestro Padre»».
Dice Jesús:
«Y ahora, después de las teselas negras y violáceas, las teselas de oro del mosaico de Isaías.
«Dice el Señor: ‘He aquí, que Yo pongo por fundamento en Sión una piedra, una piedra elegida, angular, preciosa, fundamental; quien cree no tenga prisa’.
‘El que anda en justicia y dice la verdad, el que rehúsa ganancias fraudulentas, el que se sacude la palma de la mano para no aceptar soborno, el que se tapa las orejas para no oír hablar de sangre y cierra sus ojos para no ver el mal, ese morará en las alturas, subirá a refugiarse en la fortaleza de las peñas’.
Contempla a Sión, tus ojos verán a Jerusalén, morada de la abundancia, tienda sin trashumancia: sus clavijas no serán removidas nunca y ninguna de sus cuerdas se romperá.
‘Porque se ha emborrachado en los cielos mi espada; ya desciende sobre el pueblo de mi anatema para hacer justicia’… Allí se encontrarán (en su tierra devastada) los demonios, etc.
68 En una copia mecanográfica, la escritora anota al pie de la página: El S. Padre habla un mes después
etc.
Buscad con diligencia en el libro del Señor y leed: no faltará ninguna de estas cosas, y una no es sin la otra; porque lo que sale de mi boca Él lo ha ordenado y su mismo espíritu las junta».
La piedra elegida, angular y preciosa, con base segura sobre la que surge la Sión eterna, es mi Iglesia y la Moral que viene de mi Ley, de la que la Iglesia es cátedra. Es vano tratar de sustituirla por otra ley. Ninguna es segura y justa como ésta, porque ésta está dictada por la mente divina.
Pero también en los corazones Yo pongo una piedra angular sobre la que se debe basar vuestra espiritual e individual Sión y desde la cual vuestro espíritu debe lanzarse a la ascensión que lo trae hasta Mí, en el reino sobrenatural para el que os he creado y que no está cerrado para vosotros, hasta el momento de la muerte, sino que tiene siempre abiertas para vosotros sus puertas de luz.
Bienaventurados los que saben vivir en el espíritu. Su vida terrena es anticipada beatitud de amor conmigo. Éstos son quienes proceden en Justicia y en Verdad, los que no buscan la riqueza mal adquirida con el fraude y la usura, con el engaño y la calumnia, son aquellos que no tienen sed de venganza y hambre de vicio, limpios de pensamiento, de corazón y de manos.
Para ésos están reservadas las moradas del Reino de mi Padre y la gracia del Señor les ciñe como una fortaleza de rocas, ya desde esta vida. Son los «seguros». Sólo su voluntad, si se pervirtiera, puede quebrar esta seguridad que tiene por piedras angulares la Voluntad de Dios y su voluntad, la Palabra de Dios y su obediencia a la Ley.
La Jerusalén de la que habla Isaías es aquí abajo mi Iglesia, antecámara de la Jerusalén celestial. En ella hay abundancia no de riquezas humanas, sino de tesoros divinos de Perdón y de Ciencia, como en la Jerusalén celestial están los tesoros divinos de las biena- venturanzas.
Ninguna fuerza humana podrá, como ciclón, devastar mi Iglesia hasta el punto de destruirla. Yo estaré con ella, para hacer de clavija y de cuerda. Cuando llegue la hora en que la tierra deje de ser, mi Iglesia será transportada al Cielo por los ángeles, porque no puede perecer al estar cimentada en la Sangre de un Dios y de sus santos.
Un pueblo, dice Isaías, será castigado con la espada de Justicia. Pero serán muchos más, porque en muchas partes el mundo ha fornicado con el demonio. Y otras todavía están a punto de pecar, no obstante todo cuanto Yo he hecho para mantenerlas en el camino de la Vida. Orad, orad, orad mucho para impedir nuevas condenas originadas por nuevas fornicaciones.
Los demonios… ¡oh! los demonios están ya donde castigaré. Los demonios son quienes, asentados como señores en los corazones, llevan a muerte a las naciones. Y hay pueblos en los que pocos son los corazones que no sean aún morada de los demonios: legiones y le- giones demoniacas mueven, como títeres, naciones completas. ¿Y como puedo reinar allí donde los corazones se han hecho morada de los hijos de Lucifer?
La palabra profética tiene otras aplicaciones, pero Yo he querido hacértela ver con referencias al momento que vivís. No he querido decirte más para no abatirte más.
Ora. Tu Dios te abrirá las puertas antes de que tú conozcas el máximo horror. Por ahora entra en la morada de su Corazón y dame tu amor para aplacar mi Justicia. En verdad te digo que morir de amor es la muerte más cruel porque se sufre no por una cosa sola, sino por toda la creación. Se sufre por la atención a Dios y al prójimo. Es la muerte de tu Jesús, porque, sábelo, la palabra más adecuada sobre mi muerte no es: flagelos, torturas, cruz; es: amor.
El amor es lo que ha sacrificado al Hijo de Dios. El amor por vosotros. Que sea el amor lo que sacrifica a los nuevos redentores»
1 de agosto
Dice Jesús:
«Cuando una criatura es realmente hija de su Señor, sufre tanto las injurias que ven que le hacen, que ninguna alegría de la tierra, ni siquiera la más santa y grande, puede consolarla.
Mi Madre, y con ella tantas santas madres de la antigua y nueva Ley, no se sentía felicísima en su felicidad de madre y Madre de Dios, porque veía que Dios no era amado en espíritu y en verdad más que por unos pocos. La gracia que le inundaba el alma con su plenitud, le anticipaba el conocimiento del sacrilegio con el que la verdadera arca de la Palabra de Dios habría sido tomada, profanada, asesinada por un pueblo enemigo de la Verdad. No ha muerto por este conocimiento, como la nuera de Elí, porque Dios la socorrió, debiéndole ahorrar el dolor total, pero por él agonizó durante todo el resto de la vida.
Mi Madre llevó la cruz antes que Yo. Mi Madre conoció las torturas atroces de los crucificados antes que Yo. Comenzó a llevarla y a conocerla desde el momento en que le fue revelada su misión y mi misión.
Yo con mi Sangre, María con sus lágrimas, os hemos obtenido el perdón de Dios. ¡Y lo tenéis en tan poca consideración!
Las criaturas que aman a Dios de amor verdadero sufren por las injurias hechas a Dios como por espadas traspasadas en el corazón e incluso mueren por ello: víctimas cuyo holocausto es como incienso suave que perfuma el trono del Señor y como agua que lava las culpas de la tierra.
«Si volvéis a Dios con todo el corazón, quitad del medio a los dioses extranjeros; preparad vuestros corazones para el Señor y servidle sólo a El, y El os librará de las manos de los Filisteos» dice el Libro. A un pueblo no le basta, para ser salvado, el sacrificio inocente de quien muere de dolor por ver ofendido a su Dios y heridos los culpables por la justicia divina. Es necesario que todo el pueblo vuelva al Señor.
Yo he dicho: «No los que dicen: Señor, Señor, sino los que hacen las obras que digo que hagan, serán escuchados y entrarán en mi Reino». Entonces: ¿hacéis vosotros las obras que Yo os digo que hagáis para vuestro bien? No. Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón no está conmigo.
No soy Yo quien reina en vuestros ánimos. El puesto está ocupado por falaces deidades que os malogran y no sabéis libraros de ellas.
Vuestra soberbia impide que vuestro corazón se deshaga en el dolor por haber ofendido a Dios y exprima, en el dolor, el agua del llanto que limpia.
Vuestra incontinencia ante los estímulos de la carne impide que salgan pensamientos puros de vuestro corazón.
Vuestra dureza impide que vuestro corazón sea misericordioso y quien no tiene misericordia no recibe misericordia de Dios.
¡Cuántos dioses tenéis en vuestro corazón en lugar del Dios verdadero!
Y así Yo no puedo liberaros de las manos de los Filisteos. Liberaros de ellos con la plenitud de la liberación. Cae uno de vuestros enemigos, pero surgen dos 69. ¿Quizás soy injusto? No. ¿No hacéis vosotros lo mismo, vosotros que leváis, si lo leváis, un vicio de vuestro corazón y metéis otros siete y tres veces siete?
69 Sobre una copia mecanografiada, la escritora anota al pie de la página, a lápiz: efectivamente ahora tenemos dos (28-9)
¡Oh! hijos ¡hijos que me obligáis a castigaros! ¡A castigaros a todos, porque para sancionar a un Pueblo que ha caído en el triple y séptuplo pecado, debo sancionar también a los santos que están entre ellos!
Pero Yo enjugo las lágrimas de los santos, mientras que las lágrimas de los rebeldes, arrancadas no por el santo dolor del espíritu, sino por el pesado dolor de la carne que sufre como en los seres inferiores y que en el llanto se rebela e impreca a su justo Dios, serán enjugadas por el hálito de los demonios. Y os aseguro que el fuego que ahora os quema., bajando desde lo alto sobre vuestras máquinas de infierno, no es nada respecto de la llama que os rodeará del peor tormento: no ver nunca a vuestro Dios».
Dice Jesús:
«Si tomáis en consideración mi expresión: «En verdad os digo que los publicanos y las meretrices os precederán en el reino de Dios» podéis entender cuál sea la potencia del creer, cuando es absoluto y recto en la intención.
También por esto os digo que no juzguéis a ninguno de vuestros hermanos y no digáis, neciamente: «Yo estoy tranquilo acerca de mi alma porque no he cometido culpas graves».
No, en verdad vosotros cometéis una culpa mayor que la del publicano y la de la meretriz porque ellos están dominados por la pasión de la carne mientras que vosotros sois desordenados en las pasiones de la mente. Faltáis a la caridad y por esto ofendéis a Dios, faltáis a la humildad y por eso le disgustáis, faltáis a la contrición y por eso hacéis que se vuelva severo.
El pobre publicano, la pobre meretriz, que han podido ser llevados a ser tales por tantos motivos, cuando se encuentran con la mirada de Dios creen en Él y van a Él con toda su fuerza de fe, de amor, de humildad, de arrepentimiento. Y entonces no se trata sólo de un lavado superficial, sino que es una saturación de mi Poder la que les cura y les convierte en héroes.
¡Pero vosotros!… ¡Sois tan pocos los capaces de permanecer firmes en la fe en su Dios! Mira, María: como la nieve que cae en copos de las nubes, así caen las almas por falta de fe. Y si antes era una nevada lenta, ahora se repite cada vez más como tormenta. ¡Pobres almas! Tendrían tanta necesidad de creer para salvar algo de su espíritu ya tan herido. En cambio ya no saben creer.
¿Y entonces en qué creen si no creen en Mí, eterno? Vivir sin creer es imposible. Quien no cree en Dios, en el Dios verdadero, creerá por fuerza en otros dioses. Quien no cree en ningún dios creerá en los ídolos, creerá en la carne, creerá en el dinero, tendrá fe en la fuerza de las armas. Pero en definitiva, no se puede estar sin creer en nada. La oscuridad del alma que no tiene fe en ninguna cosa humana o sobrehumana es peor que la oscuridad que envuelve al ciego. Sólo le queda matar el alma y el cuerpo con muerte violenta.
Cuando Judas no creyó más en Mí, ni en la satisfacción del dinero, ni en la protección de la ley humana, se mató. ¿Remordimiento por el delito? No. Si hubiera sido eso se hubiera matado inmediatamente después de darse cuenta de que Yo lo sabía. Pero no entonces, ni después del beso infame y mi saludo amoroso, no entonces, ni cuando vio que me escupían, me ataban, me arrastraban entre mil insultos. Sólo después de haber entendido que la ley no le protegía -la pobre ley humana que con frecuencia crea o instiga al delito, pero después se desinteresa de sus ejecutores y cómplices, y llegado el caso se vuelve contra ellos y tras haberles usado les hace enmudecer para siempre suprimiéndoles- y sólo después de haberse dado cuenta de que el poder y el dinero no le llegaban o eran demasiado mezquinos como para hacer felices, sólo entonces se mató. Estaba en la oscuridad de la nada. Se lanzó a la oscuridad del infierno.
El mundo se está convirtiendo en un caos sin luz porque la luz del creer se apaga cada vez más en los corazones. Es una muerte espiritual que horroriza a los espíritus que viven en Mí.
Por eso os digo que si un publicano o una meretriz creyeran en Mí, os precederían en mi Reino. Porque quien realmente cree en Mí vive obediente a mi Palabra. Si es pecador se redime, si está sin culpa se preserva de la misma.
De un modo y del otro, Yo, Perdón y Amor, espero a quien cree en Mí para coronarlo de gloria».
2 de agosto
«Tenlo por seguro. Quien me tiene a Mí lo tiene todo. No tendrá más hambre ni más sed, según mi promesa, porque cree en Mí. No hablo del hambre y de la sed del pobre cuerpo. Hablo del hambre y de la sed de vuestro corazón, de vuestra alma, de vuestro espíritu. Tan sólo el pensamiento de que me tienes cerca te consuela, te sostiene, te nutre totalmente.
No, no me canso de estar cerca de ti. Jesús no se cansa nunca de estar cerca de sus pobres hijos que sin Él son tan infelices. Mira si me canso acaso de estar en las iglesias esperándoos, encerrado en un poco de pan para asumir una forma visible para vuestra mate- rialidad.
Las almas que el Padre me ha dado son el tesoro más dulce que Yo tenga. ¿Puedes dudar de que Yo trate con amoroso respeto cuanto me ha sido dado por mi Padre?
He bajado del Cielo, donde estaba beatífico en la divinidad excelsa de mi Esencia, para cumplir este deseo del Padre de salvar el género humano creado por Él. Circunscrito, Yo el Infinito, a un poco de carne; humillado, Yo el Potente, con figura de hombre oscuro; pobre, Yo el Dueño del Universo, en un pueblecillo cualquiera; acusado, Yo el sin Mancha, el Purísimo, de todas las culpas morales y espirituales como rebelde ante la autoridad humana, subversor de los pueblos, violador de la ley divina, blasfemador de Dios; todo lo he padecido, todo lo he cumplido para hacer realidad el deseo del Padre.
No, no me canso de estar contigo. Te espero. Cuando llegue tu hora, subirás conmigo a la vida eterna, porque está reservada para quien cree en Mí. Ya te he dicho 70 cómo aquel que cree, que realmente cree, se salva. Porque la fe lleva consigo las otras virtudes y hace practicar las virtudes y la Ley».
Siempre el 2 de agosto. Dice Jesús:
«Di al Padre 71, que pide un signo para persuadir a los hermanos de ciertas verdades que no se pueden negar, que le doy la misma respuesta que al rico Epulón: «Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco escucharán aunque un muerto resucite».
Si no escuchan la voz de su conciencia inspirada por Mí, que grita sus advertencias indiscutibles y verdaderas, si sofocan bajo la incredulidad incluso el resto de sensibilidad que les queda, ¿cómo quieres que escuchen otras cosas? Si no inclinan la frente ante la realidad que les sorprende y no recuerdan, no entienden, no admiten nada, ¿cómo quieres que crean en un signo?
Incluso me niegan a Mí, a pesar de que dicen que no me niegan; ellos son los «doctos» y han sofocado la bella, santa, sencilla, pura capacidad de creer, bajo las piedras y los ladrillos de su ciencia, demasiado embebida de tierra para poder entender lo que no es tierra.
70 En los dictados del 18 de julio y del 22 de julio
71 Padre Migliorini
¡Ah! ¡María! ¡Cuánto dolor tiene tu Jesús! Veo morir lo que Yo he sembrado a costa de mi muerte.
Pero ni aunque Yo apareciese me creerían. Pondrían en movimiento todos los utensilios de la ciencia para pesar, enumerar, analizar la maravilla de mi aparición, exhibirían todos los razonamientos de su cultura, molestando a profetas y santos para citar, al revés y en el modo en que les es más cómodo, las razones por las cuales Yo, Rey y Señor de la Creación, no puedo aparecer.
También ahora, como hace veinte siglos, los sencillos, los niños me seguirían y creerían en Mí. Los sencillos, porque tienen el mismo corazón, virgen de racionalismo y de desconfianza y de soberbia de la mente, de párvulos. No. No encontraría en mi Iglesia a los capaces de creer. Es decir, en el gran ejército de mis ministros encontraría algún alma que ha sabido conservar la virginidad más alta: «la del espíritu».
¡Oh santa virginidad del espíritu! ¡Qué preciosa eres, querida, predilecta de mi Corazón que te bendice y te prefiere! ¡Oh santa virginidad del espíritu, que conservas el candor del Bautismo en las almas que te poseen, que conservas el ardor de la Confirmación en las almas que te conservan, que mantienes la nutrición de la Comunión en las almas que a ti se abandonan, que eres Matrimonio del alma con Jesús Maestro y Amigo, que eres Sacerdocio que consagras en la Verdad, que eres Aceite que limpias en la hora extrema para preparar la entrada en la morada que os he preparado! ¡Santa virginidad del espíritu que eres luz para ver, sonido para entender, cuán pocos te saben conservar!
Ves, alma mía. Son pocas las cosas que Yo condeno severamente como esta del racionalismo que viola y desconsagra y mata la Fe, digo Fe con mayúscula para decir Fe verdadera, absoluta, real. Yo lo condeno como mi sicario. Es el mismo que Me mata en los corazones y que ha preparado y prepara tiempos muy tristes para la Iglesia y el mundo.
He maldecido otras cosas. Pero ninguna maldeciré como ésta. Ha sido la semilla de la que han venido otras, otras, otras doctrinas venenosas. Ha sido el pérfido que abre las puertas al enemigo. En efecto ha abierto las puertas a Satanás que nunca, como desde que reina el racionalismo, ha reinado tanto.
Pero está dicho: «Cuando el Hijo del hombre venga no encontrará fe en los corazones».
Por ello el racionalismo hace su obra. Yo haré la mía.
Bienaventurados los que, como cierran la puerta al pecado y a las pasiones, saben cerrar en la cara las puertas del templo secreto a la ciencia que niega, y viven, solos con el Solo que es Todo, hasta el final.
En verdad te digo que estrecharé contra el corazón al desgraciado que ha cometido un delito humano, y se ha arrepentido de él, con tal de que haya admitido siempre que Yo lo puedo todo, pero tendré rostro de Juez para aquellos que, en base a una doctrinaria ciencia humana, niegan lo sobrenatural en las manifestaciones que el Padre quisiera que Yo diera.
Uno nacido sordo no puede oír, ¿verdad? Uno que tenga los tímpanos rotos por infortunio no puede oír, ¿verdad? Sólo Yo podría darles el oído con el toque de mis manos. Pero
¿cómo puedo dar oído a un espíritu sordo si este espíritu no se deja tocar por Mí?
Respecto a las preguntas del Padre sobre el antagonista último, dejamos el Horror envuelto en la sombra del misterio. De nada os sirve conocer ciertas cosas. Sed buenos y basta. Vuestra bondad dadla, con anticipo al momento, con el fin de abreviar la duración del reino monstruoso sobre la raza de Adán.
Respecto al tiempo… 1000,… 2000,… 3000, son formas para dar una referencia a vuestra mentalidad circunscrita. Es tan cruel la bestial soberanía del hijo del Enemigo -«hijo no de querer carnal» sino de querer de alma que ha alcanzado el vértice y la profundidad de la ensimismación con Satanás- que cada minuto será día, que cada día será año, que cada año
será siglo para los vivientes en aquella hora. Pero respecto a Dios cada siglo es milésima de segundo, porque la eternidad es un ser de tiempo cuya extensión no tiene límite. Es tan desmesurado ese horror para los hijos de los hombres sumergidos en él, que, en comparación, la oscuridad dé la noche más oscura será luz de sol meridiano.
Su nombre podría ser «Negación». Porque negará a Dios, negará la Vida, lo negará todo.
Todo, todo, todo.
¿Creéis estar ya? ¡Oh! ¡Pobrecitos! Lo que vivís es como un lejano murmullo de trueno.
Entonces será estruendo de rayo sobre la cabeza. Sed buenos. Mi misericordia está con vosotros».
Por la noche del mismo 2 de agosto reaparece Jesús doloroso ensangrentado, Aquel que se ha estrujado a Sí mismo para hacerse licor de vida por nosotros.
Está tristísimo. Sólo me dice dos palabras: «¡Sufro tanto!». Pero me las dice prácticamente moviendo los labios. No es como las otras veces que le veo triste o sonriente pero siempre con la boca cerrada, aunque su palabra toca mi espíritu. Ahora mueve los labios y dice: «¡Sufro tanto!» y el acento es tan triste, tan abatido, que me hiere como una espada.
¿Por qué sufre, especialmente esta noche mi Jesús? ¿Quién lo ha herido, haciéndole sangrar y llorar? ¿Qué puedo hacer para hacerle sonreír? Entiendo que una culpa grave, no sé por parte de quien ni dónde, se ha cometido esta noche. Y no entiendo nada más.
Hoy he podido rezar poco, ocupada con los deberes de la hospitalidad. Pero la caridad hacia los peregrinos es siempre oración, ¿verdad? Por lo cual no pienso que sufra por mí, y esto me tranquiliza.
3 de agosto Mañana
He estado con Jesús en la tortura. Esta noche he creído tener que morir por sofocación.
¡Qué sufrimiento! Menos mal que estaba El que me ayudaba. Mirando su sufrimiento me daba ánimo para sufrir.
¿Habrá servido mi agonía para consolar a mi Jesús? Si hubiera servido, quisiera sufrirla todas las noches para enjugar su llanto y no oír más ese lamento, dicho con tanto dolor: «Sufro tanto».
4 de agosto
Dice Jesús:
«Perder la vida, suma desgracia para el hombre que vive en la carne y en la sangre, no es una pérdida, sino una ganancia para el hombre que vive de Fe y de espíritu. Por esto Yo he dicho: «No temáis a los que pueden matar el cuerpo».
Yo estoy junto a los inocentes, matados por cualquier causa de crueldad humana; estoy junto a los mártires como junto a los soldados; estoy junto a los oprimidos bajo un yugo familiar que llega al delito, como junto a los suprimidos con medios maldecidos por Mí en las guerras sacrílegas y feroces.
Digo: sacrílegas. ¿Y qué otra cosa podría decir? ¿No es violar mi ley actuar con prepotencia usando y abusando de la fuerza por motivos de orgullo humano que tienen como fruto la destrucción de vidas y de conciencias? ¿Y qué mayor templo que el corazón del hombre por Mí creado y donde Yo debería habitar? ¿Pero puede habitar el Dios de la Paz donde hay pensamientos de guerra? ¿Habitar donde bajo la éjida de la guerra el hombre se
permite licencias culpables? ¿Habitar donde bajo la ráfaga de la guerra muere la fe y es remplazada por la no fe, muere la esperanza y es remplazada por la desesperación, muere la caridad y es remplazada por la ferocidad, muere la oración y es remplazada por la blasfemia? ¿No son, éstas, profanaciones de un corazón? ¿Y quién profana no comete sacrilegio?
Por esto Yo he dicho: «No temáis a quien mata el cuerpo y no puede hacer nada más». Yo consuelo en la hora de la prueba a los matados injustamente, y ello es garantía de que después de aquella hora viene la Luz que beatifica.
Pero os digo: «Temed a aquel que, después de haberos matado, os puede echar en la gehenna». ¿Matar cómo? ¿Matar qué? Vuestra alma y vuestro espíritu. El alma que es el arca, el arca santa, el sagrario que contiene el espíritu, que es la gema tomada por la mano de Dios de los inmensos tesoros de su Yo para ponerla dentro de la criatura: signo que no se puede negar de vuestro origen de hijos míos.
Como la sangre en las venas, está el espíritu en el interior de vuestra carne. Y como la sangre da vida a la carne para vivir los días de la tierra, así el espíritu da vida al alma para vivir los días que no tienen fin.
Por lo tanto la pérdida, sin límite de medida, es la del espíritu y no de un poco de carne. No hay delito más grande y más condenado por Dios que este de matar un espíritu privándolo de la gracia que lo hace hijo de Dios.
Como un hijo crece y se forma en el seno de la madre, alcanzando la edad perfecta de la vida intrauterina, nutriéndose por órganos que lo tienen en contacto con los órganos de nutrición de la madre, así el que sabe vivir la vida del espíritu y conservar el espíritu es como un hijo en mi seno y crece y alcanza la edad perfecta de la vida intra-Mí, sacando de Mí nutrición y fuerza.
¿No te da alegría y seguridad pensar que vives de Mí, en Mí, por Mí, conmigo?
Aquel que deja que el Enemigo mate su espíritu se hace cómplice del mismo. Éste tiene abierto, con sus propias manos, el saco en el cual el Maldito encierra vuestra alma, privándola primero de la Luz, después de la Vida, hundiéndola en su abismo infernal de donde no se sale y sobre el cual pesa la maldición eterna de Dios. ¿Y podré acaso, Yo que digo: «No matar» y condeno la matanza de una carne, no pronunciar condena sobre quien mata el espíritu?
Sobre quien. Seguro. Porque tenéis una voluntad y, si no queréis vosotros, el Enemigo no puede. Por ello sois vosotros los que matáis vuestro espíritu. Y sobre quien mata el espíritu, en verdad en verdad os digo que con ira justa y terrible resonará mi Voz de Padre renegado por un hijo, de Rey defraudado por un súbdito, para pronunciar la palabra de condena.
Por lo tanto en tu sufrir está segura: por la carne que muere, cada vez más crece tu espíritu: como víctima de amor, se alimenta del morir de tu cuerpo. Qué hermoso será el día en que, rompiendo la arcilla del vaso terreno, tu espíritu brotará libre y fuerte para la gloria eterna de tu Jesús, en el Cielo».
5 de agosto
Dice Jesús:
«Esta ira de las naciones es el signo precursor de mi ira, porque así debe suceder. Hora penosa, pobres hijos míos que la padecéis, pero es inevitable que exista porque todo debe estar cumplido, de Bien y Mal, sobre la Tierra antes de que llegue mi hora. Entonces diré: «Basta» y vendré como Juez y Rey para asumir también el reino de la tierra y juzgar los pecados y los méritos del hombre.
Cuando leéis en el libro de Juan las palabras: «la hora de juzgar a los muertos» pensáis que se refiera a los que, incluso desde hace siglos, ya han cruzado a otras esferas de misterio que será conocido sólo cuando uno será introducido. Sí. Muerte quiere decir transmigración del alma a otras zonas distintas de la tierra. Pero hay un sentido más amplio en la palabra de Juan: los muertos de que habla pueden estar incluso vivos, según la carne, pero en verdad ser, a los ojos de quien ve, Muertos.
Son los grandes Muertos, porque no habrá ninguna resurrección para ellos. Muertos a Dios no tendrán nunca más, para siempre, el bien de poseer la Vida, es decir, a Dios, ya que Dios es Vida eterna.
Igualmente, con sentido más amplio del que pueden suscitar las simples palabras, los profetas, los siervos, los santos de que habla Juan, simbolizan, bajo esas tres denominaciones, a todas las criaturas que han sabido vivir en el espíritu.
Cuántas humildes viejecitas, cuántos pobres niños, cuántos sencillos e incultos hombres, cuántas mujeres analfabetas, desconocidas a las muchedumbres, están escondidas y comprendidas en las palabras: profetas, siervos, santos. De señalarlas al mundo éste reiría. Pero en verdad, en verdad os digo que es más profeta, siervo y santo mío, uno de estos pobres, según la carne, que un docto soberbio, un gran presuntuoso, un mismo ministro mío, en los que falte aquello que os hace santos a mis ojos: saber vivir según mi Palabra y saber hacer mi Voluntad con fe, con caridad, con esperanza constantes.
Mi sonrisa a mis bienaventurados en la hora de mi venida como Rey y Juez encenderá un sol siete veces mayor que el sol común y resplandecerán mis cielos de él, mientras los coros angélicos cantarán mis alabanzas y las de mi siervos que tendrán en aquella hora, proclamadas por Mí, contra el mundo necio y ciego, sus virtudes que les hacen hijos míos.
Pero para los que tales no son, y especialmente para los que con su actuar han llevado a perdición a la tierra y a los débiles de la tierra, mi mirada será fulgor que precipita en el abismo, ya que es inevitable que exista el Mal, pero malditos para siempre los que se hacen siervos y administradores del Mal».
Éste es el comentario a los versículos 17-18 del capítulo 11° del Apocalipsis, como me lo comenta Jesús.)
6 de agosto
Dice Jesús:
«Mi Sangre, llamada con ira sobre sí mismos por mis enemigos y acusadores, no ha perdido su doble cualidad de perdón y condena.
Pasan los siglos, hija, pero Yo y todo lo que es mío permanece en un eterno presente. En la hora de las tinieblas, en la que resplandecía sólo la púrpura de mi Sangre divina como un faro que quería salvar al género humano, pero que fue visto solamente por pocos, sucedió lo que se repite a través de los siglos y se repetirá mientras exista la Tierra. Infundido con amor infinito, produjo milagros de redención donde encontró amor, pero se hizo condena sobre quien respondió con ira y odio al sacrificio de un Dios.
Pero ¿qué dices de esto? Yo era Dios y los profetas habían anunciado mi venida, y habían convalidado su palabra los milagros que Yo había realizado, y Yo mismo había confirmado mi naturaleza divina,’en una hora de juicio extremo en la cual el acusado no miente. No obstante me han matado. No tienen para su disculpa, esos enemigos de Cristo, el haber ignorado quién fuera Aquel que, acusaban y querían muerto. Y por ello más severa fue su condenación porque, recuerda siempre, a aquél a quién más es dado de amor, de benefi- cios, de conocimiento, más le es pedido. La idea de mi Bondad no debe exoneraros del
deber del respeto.
Pero también ahora, hija mía, pero también ahora ¿no es lo mismo? Tampoco ahora el mundo ignora que para ser salvado, para estar en paz, para ser felices, es necesaria mi ayuda. Y bien ¿qué hace el mundo? Me acusa y me maldice. Me acusa de no amarlo, de ser cruel, de ser indiferente, y me maldice por estas culpas de las que soy inculpable.
¿Y qué? ¿cómo puede el mundo acusar a Dios? ¿Cómo puede el hombre maldecir a Dios? Como hormiga que intente derribar una roca de monte, así son los necios esfuerzos del hombre que odia a Dios. No hace sino destruirse y despeñarse en el esfuerzo sacrílego.
Esto para aquellos que son los modernos nietos de los antiguos hebreos. Los otros, luego, los menos culpables en la masa de los culpables, no maldicen y no acusan abiertamente, pero no oran con confianza, no viven con sacrificio, no aman con ardor. Son maquinitas aún bien movidas por el mecanismo espiritual, pero sin fuerza propia de movimiento. Son aguas que van bajo el empuje de siglos de cristianismo, pero que van únicamente por esto. No por propia voluntad. Y como todas las aguas, llegadas a una llanura plana y demasiado alejada de la montaña manantial se estancan por demasiado poco movimiento, corrompiéndose.
No es corrompiéndose o rebelándose como se salva el mundo. Y en verdad te digo que si no vienen males mayores a esta pobre raza por la que he muerto, no es ciertamente gracias a las oraciones sin alma y a las existencias planas. Sino que quien salva el mundo, y hasta ahora lo ha salvado, son los pocos sobre los cuales mi Sangre ha obrado los milagros del amor, porque los ha encontrado cálices de amor alzados al cielo.
Pero veo con tanto dolor que estas criaturas en las cuales arraiga el Amor son cada vez menos. ¡Las víctimas! ¡Mis víctimas! ¡Oh! ¿quién da al Redentor, a la gran Víctima, un ejército de víctimas para salvar al mundo, que acusa a Dios de pecado y no piensa que su mal viene de haber pecado el hombre contra Dios y contra el hombre?». .
7 de agosto
Dice Jesús:
«Se lee en el Libro: «Él (el impío) será conducido al sepulcro y velará entre la multitud de los muertos: grato para los guijarros de Cocito arrastrará tras sí a todos los hombres y ante sí una muchedumbre innumerable».
Toda la humanidad es pecadora. Sólo una criatura no ha gustado, no digo el amargo sabor, sino incluso digo: el amargo olor, del pecado. Y fue María, mi dulcísima Madre, Aquella que no me hizo añorar el Paraíso dejado para hacerme carne entre vosotros y redi- mir vuestra carne, porque en María Yo encontraba los eternos candores y los resplandecientes amores que están en el Cielo. En Ella el Padre que la mimaba como la Perfecta entre las criaturas, en Ella el Espíritu Santo que la penetró con su Fuego para hacer de la Virgen la Madre, alrededor de Ella las cohortes angélicas adorando a la Trinidad en una criatura.
¡El seno de María! ¡El corazón de María! No. La mente más arrebatada en Dios no puede bajar hasta la profundidad, o levantarse hasta el vértice de estas dos perfecciones de pureza y amor. Yo os las ilumino, las ilumino a los más queridos entre los queridos. Pero sólo cuando estéis donde está la Ciencia perfecta, entenderéis a María.
Toda la humanidad es pecadora. Pero existe el pecador únicamente pecador, y existe el impío, es decir, aquel que lleva el pecado a una perfección demoníaca. Porque, en el Mal, el Demonio sabe alcanzar la perfección, y sus discípulos más fieles no son menos que su maestro.
Te lo he dicho ya: «Lucifer se esfuerza por imitar a Dios, en el mal naturalmente. Asume
las formas, diré así, de vida y de corte que ha tenido el Hijo de Dios. El demonio toma la actitud de Cristo, y como Cristo tiene apóstoles y discípulos. Entre ellos escogerá el perfecto para hacer de él el Anticristo. Por ahora estamos en el período preparatorio de los precursores del mismo». Esto ya lo he dicho 72.
El impío será conducido al sepulcro. Es natural. Lucifer puede dar todas las ayudas a sus predilectos, a sus fieles, a sus esclavos, pero no la inmunidad de la Muerte, porque sólo Yo soy Vida y sólo Yo he vencido la Muerte. Por ello, cuando la suma del mal cometido por el impío está cumplida, Yo doy orden a la Muerte de tomar posesión de aquella carne. Esa carne conoce por esto el horror del sepulcro. y para el impío será verdadero sepulcro.
Para los buenos, para los redimidos, para los perdonados no es tal, porque creen y saben en base a la fe. Aquél es el lugar donde el vestido mortal vuelve a su naturaleza de polvo, desencarcelando al espíritu en espera de la hora en que lo que fue creado se reforme para entrar en la gloria o en la condenación con la perfección de creación que Dios creó para el hombre: es decir con la unión de un espíritu a una carne. Espíritu inmortal como Dios su Creador y Padre, carne mortal como formada por un animal terreno, rey de la tierra, heredero del Cielo, pero que demasiado a menudo prefiere la tierra al Cielo y es animal no tanto porque esté dotado de «alma» sino porque vive la misma animalidad, y a veces más, que los animales propiamente dichos.
Las almas, separadas de los cuerpos, tienen tres moradas. Y las tendrán hasta que no queden más que dos, después del Juicio que no errará. Los bienaventurados gozan inmediatamente del eterno reposo. Los purgantes activamente cumplen su expiación pensando en la hora de la liberación en Dios. Los condenados se agitan en la rabia del bien perdido. No, que tanto menos reposo encuentran en su terrible tortura, cuanto más impíos han sido.
Pero el Impío, que con su impiedad ha arrastrado a otros a la impiedad y empujado a otros al pecado, (he aquí los hombres y las muchedumbres de las que habla el Libro), será como una torre insomne en un mar en tempestad. Ante sí la muchedumbre de los matados (en el alma) por él, ante sí el recuerdo vivo de tantos homicidios de almas por él cometidos, y el remordimiento, que no da paz a quien mata, desde el día en que Caín derramó la sangre de su hermano, lo flagelará más atrozmente que los flagelos infernales.
Velará sobre su Delito, que se lanzó contra Dios en las criaturas de Dios y que como fiera enfurecida llevó destrucción a las almas. ¡Qué tremendo tener ante sí la prueba del mal hecho! ¡Castigo añadido a los castigos! Horror sin número como sin número son las culpas del Impío entre los pecadores.
Pero ahora, María, para consolación de tu corazón que se abate ante desgarros de otro mundo donde no reina el Amor sino el rigor de Dios, alza el espíritu escuchando esta palabra toda para ti y para las almas como tú.
¿Sabes lo que representan para Mí los corazones dados al Amor? Mi Paraíso sobre la tierra. Sois vosotros los que traéis un trocito de cielo a este pobre mundo, y sobre ese trocito apoya los pies el Hijo de Dios para venir a encontrar sus delicias entre los hijos del Padre.
Abre el corazón a tu Jesús. Y dame tu corazón. Dónalo del todo a Mí. Lo quiero. Como Médico y Amigo del espíritu y de la carne, como Esposo y Dios que te ha elegido por tu fe y por tu audaz sentimiento de amor».
8 de agosto
72 En el dictado del 19 de junio
Jesús me da consejos íntimos que no son para escribirse.
9 de agosto
Dice Jesús:
«Temen la muerte quienes no conocen el amor y no tienen la conciencia tranquila. ¡Y son la mayoría! Éstos, cuando por enfermedad o por edad o por cualquier otro hecho, se sienten amenazados por la muerte, temen, se afligen, se rebelan. Intentan también, con todas las fuerzas y medios, huir de ella. Inútilmente, porque cuando la hora está señalada ninguna precaución sirve para hacer retroceder a la muerte.
La hora de la muerte siempre es justa porque es dada por Dios. Sólo Yo soy el Dueño de la vida y de la muerte y si bien no son míos ciertos medios de muerte, usados por el hombre por incitación demoníaca, siempre son mías las sentencias de muerte, dadas para quitar a un alma de demasiado tormento terreno o para impedir mayores culpas de aquella alma.
Ahora observa: el don de la vida, de una larga vida, ¿por qué puede ser dado por Mí? Por dos motivos.
El primero: porque la criatura que goza de él es un espíritu iluminado que tiene misión de faro para otros espíritus aún envueltos en las nieblas de la materialidad. Muchos de mis santos han llegado a la ancianidad precisamente por esto. Y sólo Yo sé cómo anhelaban en cambio venir a Mí.
Segundo: doy larga vida para proveer el medio, todos los medios, a una criatura informe para formarse. Estudios, amistades, encuentros santos, dolores, alegrías, lecturas, castigos de guerras o de enfermedades, todo viene dado por Mí para tratar de que un alma crezca en mi Edad que no es como la vuestra. Porque Yo quiero decir que crecer en mi Edad quiere decir crecer en mi Sabiduría, y se puede ser adultos en mi Edad teniendo la edad de niños en la vuestra, o viceversa ser niños en mi Edad teniendo cien años en la vuestra. Yo no miro la edad de vuestra carne que muere: miro vuestro espíritu, ¡y quisiera que fuerais espíritus que saben caminar, hablar, actuar seguros, y no balbucientes, tambaleantes e incapaces de hacer como niños!
Esto explica el por qué Yo diga mi «Basta» muy rápidamente para criaturas que encuentro adultas en la Fe, en la Caridad, en la Vida. Un padre desea siempre reunirse con sus hijos y
¡con cuánta alegría, terminada la educación o el servicio militar, les estrecha contra su corazón! ¿Hará de otro modo el buen Padre que tenéis en los cielos? No. Cuando ve que una criatura es adulta en el espíritu, arde por el deseo de tomarla consigo y si, por piedad del pueblo, deja algunas veces a sus siervos sobre la tierra a fin de que sean imán y brújula para los demás, otras no resiste y se da la alegría de poner una nueva estrella en el Cielo con el alma de un santo.
Son dos atracciones y dos aspiraciones que vienen de un agente único: el Amor. El alma, aquí donde tú estás, atrae a sí a Dios, y Dios desciende a encontrar sus delicias junto a la criatura amante que vive de Él. El alma aspira a subir para estar eternamente y sin velos con su Dios. Dios, desde el centro de su ardor, atrae a Sí al alma así como el sol atrae la gota de rocío, y aspira a tenerla junto a Sí, gema encerrada en su triple fuego que da la Bienaventuranza.
Los brazos levantados del alma encuentran los brazos tendidos de Dios, María. Y cuando se tocan, se rozan velozmente, es el éxtasis sobre la tierra; cuando se aprietan duraderamente es la Bienaventuranza sin fin del Cielo, de mi Cielo que he creado para voso- tros, amados míos, y que me dará un sobreabundar de alegría cuando esté colmado de todos mis dilectos.
¡Qué eterno día de inmensurable alegría, de nosotros que nos amamos: Nosotros, Dios Uno y Trino; y vosotros, los hijos de Dios!
Pero los que para su desgracia no han entendido mi Amor, no me han dado su amor, no han entendido que sólo una ciencia es útil: la del Amor, para aquellos la muerte es temor. Tienen miedo. Más miedo tienen aún si sienten que han actuado poco bien o mal del todo.
La boca mentirosa del hombre -porque raramente la boca del hombre dice la verdad tan bella y bendita, la verdad que Yo, Hijo de Dios y Palabra del Padre, os he enseñado a decir siempre- la boca mentirosa del hombre dice, para engañar y consolar a sí mismo y engañar a los demás: «Yo he actuado y actúo bien». Pero la conciencia, que está como un espejo de dos caras bajo vuestro yo y bajo el ojo de Dios, acusa al hombre de no haber actuado y de no actuar para nada bien, como proclama. .
Por lo tanto un gran miedo les oprime: el miedo del juicio de Aquél a quien los pensamientos, los actos, los afectos del hombre, no le están ocultos. Pero si me teméis tanto como Juez, oh desgraciados, ¿por qué no evitáis tenerme como Juez? ¿Por qué no me ha- céis vuestro Padre? Pero si me teméis, ¿por qué no actuáis según mis órdenes? ¿No me sabéis escuchar cuando os hablo con voz de Padre que os guía, hora tras hora, con mano de amor? Pero al menos obedecedme cuando os hablo con voz de Rey. Será obediencia menos premiada, porque es menos espontánea y dulce a mi Corazón. Pero será siempre obediencia. Y ¿por qué entonces no la hacéis?
La muerte no se evita. Bienaventurados los que vendrán en aquella hora con vestiduras de amor al encuentro de Aquel que llega. Plácida como el tránsito de mi padre de la tierra, que no conoció sobresaltos porque fue un justo que no tenía en su vida ningún reproche, así será la muerte de éstos. Gozosa como el sueño de mi Madre que cerró los ojos en la tierra sobre una visión de amor, ya que de amor fue toda su vida que no conoció pecado, y los abrió en el Cielo despertándose sobre el Corazón de Dios, así será el fin de los amantes.
¿Sabes, alegría mía, que bonito será también para ti? Esta mañana, cuando Yo Eucaristía venía, tu has tenido un sobresalto de éxtasis porque me has visto darte a Mí mismo. Pero esto no es nada. Un granito de éxtasis puesto en tu corazón. Uno sólo, para no destruirte, porque lo has notado… has creído morir en la emoción. Pero cuando sea el momento verteré un río de alegría, porque no será ya necesario mantener tu vida humana y nos iremos juntos.
Ánimo, aún un poco de dolor por amor de tu Jesús y después tu Jesús abolirá para ti el dolor para darte a Sí mismo, completamente, a Sí mismo, alegría sin medida».
En efecto esta mañana he tenido una impresión tan viva que he estado a punto de gritar. Porque se grita no. sólo por miedo o por dolor, sino también por demasiada alegría. He creído que el corazón cediera en la alegría y yo muriera así, con la hostia aún sobre la lengua.
10 de agosto
Me quejo bajito al Señor porque abriendo, como de costumbre el libro del Evangelio o de la Biblia por cualquier página, me pone, también esta mañana, bajo los ojos un punto tristísimo (Jeremías cap. 9°)
¡Tendría tanta necesidad de una palabra de esperanza para mi pobre Patria!… Reconozco que somos culpables de las culpas de las que somos acusados y castigados. Pero el amor de patria me hace sentir dolor por las aflicciones con las que Dios nos hiere.
Jesús me deja quejarme y después me llama la atención sobre los versículos 23, 24, y sobre la última frase del versículo 25. Entiendo que seré instruida sobre esto… y espero.
Dice Jesús 73:
«La oración es algo bueno y santo, también es bueno meditar y estudiar la Sabiduría. Pero no hay nada más útil para el hombre que un conocimiento: estar convencido de Dios.
Cuando uno ha conocido verdaderamente quién es el Señor, ya no se equivoca más, sabe orar no con un movimiento maquinal de labios de los que brotan serios propósitos de bondad, de perdón, de continencia, de humildad, sino con verdadera adhesión a Dios, con verdadero propósito de practicar cada vez mejor la Ley para ser bendecido por Dios.
Cuando uno ha conocido quién es el Señor, posee para siempre la Ciencia, la Riqueza, la Fuerza, que dan la verdadera Gloria que no muere para siempre y que agrada a Dios.
Vosotros hacéis oraciones y oraciones en estos tiempos 74. Pero no sirven como debieran.
¡No penséis que vuestro Dios haya cambiado su Naturaleza de infinita Bondad y de Paternidad perfecta! Es que le presentáis oraciones contaminadas de demasiadas cosas.
Despojaos de la triple vestidura que oprime vuestro espíritu y lo contamina. Fuera la hipocresía, el odio, la lujuria. Habría que quitar más cosas. Pero éstas son las más viles a mis ojos. Y sois hipócritas cuando venís a Mí con funciones religiosas que cumplís con sentido humano y no sobrenatural.
¿Pero a quién queréis engañar? ¿A Mí? ¡Oh infelices! Podréis engañaros entre vosotros, mostrando un rostro de religión, mejor dicho, una máscara sobre el verdadero rostro que es de irreligión, porque Religión quiere decir obediencia a los deseos y a la voluntad de Dios, y vosotros en las grandes y en las pequeñas cosas desobedecéis a Dios. Podréis engañaros entre vosotros, pero a vuestro Dios no le engañáis.
¿Qué dirías, María, si uno te ofreciera un ramo de flores o un plato de fruta todo sucio o picado? Que haría mejor no ofreciéndotelo porque te repugna y te ofende. Así es: Yo digo lo mismo de la mayoría de vuestras oraciones.
Odiáis. Seguro. Odiáis. Y tenéis el espíritu tan pesado que ni siquiera os dais cuenta de estar llenos de hastío y de egoísmo hacia todos. Pero ¿qué os he dicho Yo? «Si cuando vas a orar te sobreviene el haber ofendido al hermano o que éste tiene algo en su corazón contra ti, reconcíliate antes con él y después ven». Condición esencial para ser escuchados es el no tener en el corazón el odio que mata el amor. ¿Cómo podéis venir a Mí, que soy Misericordia, cuando no sois misericordiosos? ¿Cómo podéis juzgar y pensar que Yo, que soy Justicia, no os juzgue? ¿No veis que conservando odio hacia quien os daña -y no fue quizás el primero, sino que el primero fuisteis vosotros- no veis que vosotros mismos os condenáis?
Sois lujuriosos. ¡Cuánta lujuria: de la carne, de la mente, del corazón, se propaga sobre el mundo brotando de vosotros como caños de fuente que se originan allá en lo hondo donde reina el Enemigo! Es un diluvio, no querido por Dios, sino por Satanás, a quien os habéis prestado, que se vuelca sobre la tierra y os aplasta la Luz, la Verdad, la Vida. Y Luz, Verdad y Vida, como paloma que no ama el fango podrido, se retira a los Cielos, descendiendo velozmente de ellos para recoger el vuelo sobre pocas criaturas que como cimas de montañas emergen sobre el lodo que os deshonra.
Mi amado Hijo ha interrumpido su morada entre los hombres por los mismos hombres. Escuchadlo, vosotros que aún lo sabéis hacer, vosotros que resistís la ola corruptora porque Nos amáis. En Él está la salvación, porque Él es el eterno Redentor, y los méritos infinitos de su infinito dolor obran para siempre. Mas vosotros los esterilizáis bajo el corrosivo mal
73 Pero, a partir del penúltimo verso de pág. 215, parecen palabras dictadas por el Padre Eterno
74 Son los tiempos de la II guerra mundial
satánico del que estáis llenos. Más aún que su Sangre sobre los hebreos, este destruir vuestro en vosotros los efectos de su Sangre con el pecado, que amáis como vuestra vida de un momento, os condena y os hace dignos de mi castigo.
Sois corazones incircuncisos. No sabéis, no queréis poner anillo de triple penitencia al corazón que habéis quitado a Dios y habéis dado al Enemigo de Dios y del género humano. Esto es lo necesario para que Yo intervenga: arrepentiros y hacer penitencia. Sin estas dos cosas toda oración vuestra, todo acto religioso vuestro es mentira y ofensa que hacéis a Dios.
Y si el Espíritu de Amor no puede obrar ya en vosotros los prodigios del amor porque vuestro obrar neutraliza su acción, y si el Verbo del Padre no puede obrar ya los milagros de su Sangre y de su Palabra porque en vosotros hay fuerzas contrarias, el Padre, el Señor Dios, siempre puede agitar sobre vosotros el flagelo del castigo y defender en Sí a las tres Personas Divinas demasiado, demasiado, demasiado ofendidas por la humanidad».
11 de agosto
Dice Jesús:
«Anoche tu primo 75 se sorprendía y lamentaba porque mientras escribes no cesan tus sufrimientos.
¿Por qué deberían cesar? Las misiones son siempre penosas para la naturaleza humana. La carne sufre en el servir a Dios. Pero cuanto más sufre más fructífero se hace el trabajo del espíritu.
¿Cuando he cumplido Yo mayormente mi misión? En las horas de mayor sufrimiento. Y Yo no tenía, entonces, el bien que tú tienes, porque Yo estaba en aquellas horas abandonado por el Padre. Tú, en cambio, no lo estás por Mí.
¿No es esto más que suficiente para pagar el sufrimiento de un puñado de cenizas como es tu carne? Sí que lo es. Sería suficiente el sentirme cerca. Pero Yo te he concedido no sólo la cercanía, sino la caricia, la vista, la palabra.
La cruz llevada así ya no es cruz para el alma. Lo es sólo para la carne y la sangre. Pero éstas me las has dado en ofrenda total, y es bueno que sean consumadas porque en el sacrificio se anulan sus culpas, de las que -estás convencida- no es necesario que Yo te hable para recordártelas. Me las has dado por ti y por «muchas cosas». Por esto lleven ellas la cruz del sufrimiento total, porque es justo que así suceda.
¿Sabes lo que haces escribiendo? Mi Voluntad. La voluntad de misión que quiero que tú hagas. Aunque una sola alma, una sola, encontrase el camino, a través de esta fatiga tuya querida por Mí, estaría justificada la fatiga que a los ojos humanos parece inhumana.
Yo, luchando contra la angustia de la agonía, he cumplido hasta el extremo la misión de Maestro y Redentor. Recuerda a Caifás, Pilato, las mujeres de Jerusalén, Dimas. Hasta lo último, hasta lo último he consolado, instruido, salvado. ¡Sólo Yo sé lo que era mi sufrimiento! El tuyo es nada en comparación.
Ningún discípulo es más que su Maestro, en ninguna cosa, y si tu Maestro ha sufrido tanto para redimir a los hombres, tú, que te has puesto en la huella del Maestro, ¿quieres sufrir menos?
Por lo demás Yo sé hasta qué punto debo cargar la mano. Y si la cargo pesadamente es signo de que te doy la capacidad de soportar el agravio y de que hay una infinita necesidad de sufrimiento para la hora terrible que tenéis encima. El sufrimiento de los holocaustos es el
75 Giuseppe Belfanti, primo de la madre de la escritora. A causa de la guerra, desde Reggio Calabria se trasladó con la familia a Viareggio, y estuvo con la escritora de julio de 1943 a noviembre de 1944
que impide no la ruina material sino la ruina espiritual, que está para cegar los espíritus y conducirles a destruir, como nube cargada de nieblas, materialmente y cada vez más, cuanto aún queda salvo».
Dice más tarde respondiendo siempre a un lamento mío por las perspectivas dolorosas (acerca de nuestro mañana) que me ilumina:
«Pero, María, a las pequeñas amigas de Jesús no les es permitido librarse de la pena.
Vuestro pobre Jesús, cuando estaba en su Pasión, tuvo el único consuelo de la asistencia de su Madre. María no ha perdido ni un gemido mío, no se le ha escapado una lágrima mía, ni un fruncimiento de la piel, un estremecimiento de los músculos, una contracción del rostro, un sollozo, una convulsión. Eran muchas lanzadas para su corazón de Madre, pero no se ha librado de ellas porque sabía que su presencia era el único consuelo de su Jesús. .
La pequeña María no debe ser diferente de la gran María. También ahora Yo sufro, sufro mucho ante la obstinación humana. Lo repito 76: vendría de nuevo a morir para salvaros, oh hombres que precipitáis en el abismo de mil culpas. Sufro tanto… no puedo callar mi dolor. Y hablar de ello quiere decir conducir a quien me escucha a la visión de un futuro bien triste.
Pero es tan dulce llorar juntos. No me quites tu hombro para que Yo apoye mi Cabeza sobre la que la Humanidad fija coronas de espinas. Las mismas espinas te pincharán también a ti. Pero piensa: nuestro llanto y nuestra sangre serán ofrecidas juntas para intentar parar el castigo.
Esto es necesario, María. Las demás cosas dejan lo que encuentran y os unen nuevas potencias de mal. Pero el sacrificio salva. ¡Si de la tierra hecha infierno nacieran muchas almas de sacrificio!
No repito por falta de argumentos, repito porque en estas palabras está la llave de la salvación».
Crea, Padre, que sufro mucho. Las intuiciones que me vienen son más torturadoras que mi mal físico y acrecientan el mismo. Confieso que humanamente quisiera huir de ellas con la muerte. Pero, como ve, también esto entra en el campo de dolor que Dios ha sembrado para mí y que yo debo coger y comer como pan de mi vida.
Y entonces… adelante. Estoy entre espinas de todo tipo, porque el buen Jesús me descubre horizontes de sangre y fuego y Lucifer intenta agitarme haciéndome notar que pronto quedaré sola (sin el Maestro) y que Él está ya cansado de mí. Le dejo hablar, pero ciertamente sufro.
Menos mal que perdura viva la invisible Presencia y esto me da todo en mi nada.
12 de agosto Noche
Dice Jesús:
«Alma mía, escucha la parábola de la perla.
Un granito de arena movido por las olas del mar viene tragado por las valvas del molusco. Una piedrecilla tosca y despreciable, un fragmento minúsculo de roca, una astilla de pómez, todas cosas que no merecen la mirada de un hombre.
Aquel granito de arena tragado así añora ciertamente, en el primer momento, las inmensas lamas del mar donde rodaba libre bajo el impulso de las corrientes y donde veía
76 Ya en el dictado del 23 de abril y del 26 de julio
tantas cosas bellas, creadas por mi Padre. Pero pasado algún tiempo, alrededor del tosco y rústico granito se hace una película blanca, cada vez más bella, más dura, más regular. Y la piedrecilla no añora más la libertad salvaje de antes, sino que bendice el momento en el que fue precipitada, por un querer superior a su intención, entre las valvas de aquel molusco. Si el granito pudiera hablar diría: «¡Bendito sea aquel momento en que perdí la libertad! ¡Bendita sea la fuerza que me quitó la libertad y de mí, pobre y feo, hizo una preciosa margarita!».
El alma es una piedrecilla por su naturaleza basta. Lleva el signo de la creación divina, pero se ha quedado en tan malas condiciones, rodando hacia abajo, que se ha hecho cada vez más áspera y más gris. La gracia, como una corriente celestial, la empuja por los in- mensos espacios del universo, hacia el Corazón de Dios que está abierto para recibir a sus criaturas. Vuestro Dios está con el Corazón abierto deseándoos, pobres criaturas.
Pero con frecuencia vosotros resistís a las corrientes de la gracia y a la invitación de Dios que desea encerraros en su Corazón. Creéis ser más felices, más libres, más dueños de vosotros mismos permaneciendo fuera. No, pobres hijos míos. Felicidad, libertad, dominio, están dentro del Corazón de Dios. Fuera está la asechanza de la carne, la asechanza del mundo, la asechanza de Satanás.
Creéis estar libres, pero estáis atados como esclavos al remo. Creéis ser felices, pero los cuidados, ya en sí, son infelicidad. Y después está todo el resto. Creéis ser dueños, pero sois siervos de todos, siervos de vosotros mismos en la parte inferior, y no obtenéis alegría aunque trabajáis para proporcionárosla.
Yo doy la alegría porque doy la Paz, porque doy la continencia, porque doy la resignación, la paciencia, toda virtud.
Bienaventuradas las almas que no ponen demasiada resistencia a la gracia que les impulsa hacia Mí. Beatísimas aquellas que no sólo se dejan llevar a Mí, sino que vienen a Mí con el ansia del deseo para ser absorbidas por mi Corazón.
Él no rechaza a nadie por mezquino y tosco que sea. Él acoge a todos, y más sois míseros, pero a la vez convencidos de que Yo os puedo embellecer, y más Yo trabajo vuestra mezquindad, la revisto con vestido nuevo, precioso, puro. Y mis méritos y mi amor obran la metamorfosis. Entráis criaturas y salid, a la Luz del Día de Dios, perlas preciosísimas.
El alma alguna vez añora la primera libertad. Especialmente en los primeros tiempos, porque mi trabajo es severo aunque bajo aspecto de amor. Pero cuanto más voluntariosa es el alma tanto antes comprende. Tanto antes el alma renuncia a todo deseo de falsa libertad y prefiere la regia esclavitud del amor, y tanto antes gusta la bienaventuranza de su cautiverio en Mí y acelera el prodigio santificante del amor.
El mundo pierde todo atractivo para aquel alma feliz que vive encerrada en Mí como perla en el cofre. Todas las riquezas de la tierra, todos los efímeros soles, todas las insinceras alegrías y las pseudo libertades pierden luz y voz y sólo queda la voluntad, cada vez más vasta y profunda, de nuestro recíproco amor, de nuestro querer ser el uno para el otro, el uno en el otro, el uno del otro.
¡Oh! bienaventuranza de las bienaventuranzas, demasiado poco conocida, vivir conmigo que sé amar. Que si Pedro exclamó sobre el Tabor, sólo por verme transfigurado: «Señor, es bueno para nosotros estar aquí», ¿qué debería decir el alma que ella misma es transfigurada haciéndose molécula de mi Corazón de Dios?
Pero piensa, María. Quien vive en Mí se hace parte de Mí. ¿Comprendes? De Mí, Jesús, Hijo del Dios verdadero, Sabiduría del Padre, Redentor del mundo, Juez Eterno y Rey del siglo futuro, Rey por siempre. A todo esto llega el alma que vive hundida en mi Corazón. Parte integrante y viva del Corazón de un Dios, vivirá eternamente como Dios en la Luz, en la
Paz, en la Gloria de mi Divinidad».
Dice Jesús:
«Cuando la naturaleza humana sabe recordarse tanto de su origen para saber vivir en lo sobrenatural, se hace más alta que la angélica y es para los ángeles motivo de admiración.
¿Cuándo sucede esto? Cuando una criatura vive sumergida en mi Voluntad, totalmente abandonada a Mí, no viviendo, no amando, no actuando más que por Mí y conmigo. Entonces eleva su carne a un grado que no está concedido a los ángeles, quienes no conocen las ansias de la carne y no tienen el mérito de dominarlas. Cuando, además, la criatura se crucifica a sí misma por amor del Maestro crucificado, entonces se convierte en motivo de admiración para las legiones angélicas, las cuales no pueden sufrir por mi amor y crucificarse a sí mismas como Jesús, Redentor del mundo e Hijo del Eterno.
Alrededor de mi Cruz, como ya alrededor de mi cuna, estaban legiones de ángeles adoradores, porque la cuna y la cruz eran el alfa y la omega de mi misión de Redentor. Pero alrededor de los pequeños crucificados, que se inmolan silenciosamente por ley de perfecto amor, están las legiones de los espíritus angélicos, porque ven a Mí en vosotros que morís por Mí.
Déjame por lo tanto hacer. Hacer hasta el final. Dentro de poco Yo te seré padre, madre 77 además de hermano y esposo. Dentro de poco no me tendrás nada más que a Mí. Ven, el golpe es duro, pero te advierto y sé generosa. Déjame hacer. No hago nada que no tenga la sigla de amor. Sé como un cordero recién nacido entre mis manos de buen pastor. Si tu Pastor te hace comer esta hierba amarga, también ésta, es porque te quiere dar un lugar más bello en su Corazón. y no tengas miedo. Yo te ayudaré. Te ayudo siempre, lo ves.
Tengo necesidad de tu dolor. Del dolor absoluto, completo, profundo. Tú no sabes qué valor tendrá en mis manos. Cuando lo sepas dirás que he valorado al mil por ciento tu sufrir y me lo agradecerás. Pero agradéceme ya desde ahora con confianza y con amor.
En el coro de las voces que se elevan desde la tierra al Cielo faltan las voces que agradecen. Es una nota muda, y esto está muy mal. Es un gran demérito para la estirpe de Adán que, amada y beneficiada de manera suprema por Dios Uno y Trino, no sabe agra- decer. Pero aunque esto les será perdonado a los analfabetos en el Amor, a quienes el Amor mismo instruye no les es concedido el no hacerlo. Cuando un niño pequeño comete un error o lo comete un pobre ignorante, se le compadece. No así cuando el mismo error lo hace un adulto y un culto.
Tu eres educada por el Maestro y no debes faltar a la enseñanza del Maestro. Te he criado con mi amor como se cría a un pequeño con la leche. Sé fiel ‘al Amor en todas, todas, todas las cosas».
13 de agosto
Dice Jesús:
«Repetiré cuanto ya he dicho respecto de un alma que me debes ayudar a llevar a la luz. Así también el Padre se organizará. Además este repetir responde también a preguntas del Padre el cual, esté seguro, está en su campo de apostolado y mucho tendrá que trabajar todavía en él porque los paganos están aquí y él es mi misionero aquí. Ármese por ello de fortaleza, paciencia y constancia, y trabájeme los corazones, más sordos que las piedras, para que mi Voz entre en ellos.
77 La escritora, que era hija única, perderá a su madre el 4 de octubre de este mismo año 1943. El padre había muerto el 30 de junio de 1935
Entre. Si después, que haya entrado, los corazones no la quieren hacer Vida, peor para ellos. Yo, mi pequeña portadora, y mi misionero, seremos justificados ante el Padre 78. Respecto a los corazones, tendrán que responder de ello porque se habrán cerrado ellos mismos a la Misericordia de Dios que usa todos los medios: desde su Hijo dilecto a los siervos fieles del Hijo, para dar ayuda sobrenatural a las criaturas.
Que el Padre utilice por tanto cuanto juzga útil utilizar de lo que te digo. Son perlas que le doy gratuitamente. Pero de todas las perlas tengo detrás una, la perla madre, diré así. Detrás te tengo a ti, de quien soy celoso y sobre quien ejerzo absoluto poder de propiedad.
Tú no eres María y no debes ser conocida como María. Eres un suspiro que sale de mi Corazón, un viento que sopla y refresca las frentes sin que ellas sepan de donde venga ni qué nombre tenga. Tu personalidad está anulada. Tú, como criatura, debes ser nada. Debes no ser. No siendo, ninguno te debe conocer como escritora de mi Pensamiento, ninguno menos dos o tres criaturas privilegiadas, que son tales por Voluntad mía. Tú eres el respiro de Jesús y basta. Más tarde, cuando Yo quiera, y nadie te pueda dañar, será conocido el nombre de mi pequeña voz. Pero entonces tú estarás en otro lugar, donde la pequeñez humana no llega y donde la maldad humana no actúa.
Respecto a aquel alma (y a muchas como ella) es necesario ejercer una caridad super- perfecta. Como la he ejercitado Yo muchas veces en mi vida terrena. Son almas a penas esbozadas. Todo en ellas anhela por instinto a un perfeccionamiento, se tiende hacia un crecimiento de forma como el recién nacido que se nutre, se agita, da vagidos, aspirando a saberse nutrir, saberse mover, saberse expresar, con verdaderos alimentos, con verdaderos pasos, con verdaderas palabras. Y deben tratarse como recién nacidas. Sin impaciencias y sin repugnancias.
¿Pero lo sabes, alma mía, cuántas veces he sentido contraerse mi carne por un escalofrío tan vivo que afloraba del Corazón a la carne cuando debía acercarme a seres de pecado? Sin embargo, si no me hubiera acercado ¿habría podido atraerles a Mí? Lo habría podido con una violencia de Dios. Pero ¡por qué usarla cuando está el Amor que es el mejor de los imanes?
He iniciado mi vida pública con una fiesta de bodas, en la cual he debido escuchar las conversaciones de siempre y las alusiones que se acostumbra en similares fiestas. No he rehusado la invitación de Mateo, lo que me fue muy reprochado, por los censores, manchados por lo mismo que me reprochaban a Mí, el haber entrado en aquella casa. No he rechazado a la pecadora que consumía sobre mi Carne el último resto de sus artificios de seducción y anulaba su deuda hacia la Gracia con un acto de arrepentido y valeroso amor. No he desdeñado hablar con la samaritana que era de todos y de ninguno. No he callado porque en la muchedumbre que me escuchaba estaban mezclados paganos o pecadores. Sino más bien precisamente para ellos encontraba las miradas, las sonrisas, las palabras más dulces de amor.
He venido y vengo a recoger a mis ovejas dentro de mi redil, y por las ovejas alejadas que han tomado caminos torcidos voy, Pastor bueno e incansable, entre zarzas y espinas, llorando lágrimas y goteando sangre hasta que las he encontrado y recogido. Si llamo a otros para ayudarme en la obra deben estos otros actuar como Yo.
Lo sé que hay un santo pudor y un instintivo celo que producen sufrimiento cuando son forzados. Pero es necesario superar el santo pudor y el no santo egoísmo y dejar que los »pequeños vengan a Mí» para que escuchen mi Voz a través de tu obra. Actuar ante ellos con tanto amor y con completa libertad como si fueran personas convencidas de mi Ley.
78 Dios Padre. Todas las demás veces que en el presente dictado viene nombrado el «Padre», es el Padre Migliorini
No penséis que cuánto decís está desperdiciado. No. Una tierra árida sobre la que llueva después de años y años de sequía parece que no se moje cuando el agua del cielo llueve sobre ella; en realidad le cuesta embeberse de agua más que a una tierra cuidada. Pero se moja siempre. Así es para los corazones. Es necesario regarles, ponerles en contacto con el agua viva que desciende del Cielo y que al conduce Cielo. El resto después lo hago Yo..
Los milagros de la gracia en los corazones suceden por un conjunto de agentes, cuya raíz está en Mí. Podría hacerlo todo solo. Pero quiero asociar a mis discípulos a mi obra de Redención para que compartan conmigo mi Gloria en el Cielo.
He deseado sentarme con vosotros, amigos míos, en el banquete celestial donde serán celebradas mis glorias de Redentor, lo he deseado ardientemente antes que el tiempo fuera, porque nada es desconocido para la Inteligencia eterna. Sé el nombre de los comensales, sé quienes, después de haberse nutrido de Mí sobre la tierra, de Mí recibirán en el Cielo el pan partido por mis manos en el ágape fraterno en el que Maestro y discípulos estarán unidos para siempre sin la pesadilla de la inminente Pasión y de la sucia traición.
Animo, pues. Si te chocan ideas que mi Luz te hace ver equivocadas no te retires. Como una madre ten sobre el corazón los hijos del espíritu aunque estén cubiertos de materias impuras. Ofrece tu sufrimiento por este encuentro con mi Luz para que descienda a dar luz de verdadera fe al espíritu anhelante de la Fe, pero incapaz aún de ir a ella.
Quería terminar de hablarte de la perla 79. He hablado de otra cosa para guiar al Padre cuya obra contigo no ha sido inútil. Su vestido de hijo de María ha hecho huir a quien te paralizaba oído y vista espiritual y azuzaba en ti la parte inferior.
Eres así porque has tenido la ayuda del Padre. Os he cogido de dos puntos de la tierra y os he conducido el uno hacia el otro porque así debía ser. Yo sé por qué. Tú, recuérdalo siempre, en mi Sacerdote debes verme a Mí. Él en ti debe verme a Mí. Y no las migajas sino todo el Pan he guardado para él, porque precisamente a él, contra tu propia voluntad, he reservado la misión de ser tu ayuda fraterna y tú la ayuda fraterna de él.
Yo sé cuáles son las piedras a unir para formar las murallas de mi Ciudad. Parecen actuar por sí mismas. En realidad una sirve a la otra compaginándose perfectamente. Yo sé.
No es él quien quita la mesa y recoge del suelo las migajas. Si acaso él es Lázaro que prepara la casa para el Maestro, la casa eres tú y eres también María… Pero ¿habría podido María estar escuchando al Maestro si Lázaro no hubiera preparado la casa al invitado y si Marta no hubiere atendido a los quehaceres?
De María he hecho una santa. Pero ¿de Lázaro y de Marta he hecho de menos? Quien me sirve es igualmente querido, cualquiera que sea la obra que cumple. Lo importante es hacer lo que Yo quiero».
He aquí la respuesta a su carta, donde ha estimado útil responder.
Veo a Jesús con su cruz sobre el hombro derecho que camina, camina y nadie le sigue.
Me mira con ojos de inmenso dolor.
14 de agosto
Dice Jesús: .
«Te he dicho 80 que eres así porque has tenido la ayuda del Padre 81. Ningún orgullo le
79 En el dictado del 12 de agosto 80 En el dictado del 13 de agosto 81 Padre Migliorini
debe venir a él, ningún desaliento a ti, ninguna sorpresa a quien sea por esta afirmación mía. Yo soy Dios y no tengo necesidad de intermediarios, es cierto. Pero precisamente porque soy perfecto en todo, tanto en la inteligencia como en el amor, así sé cuánto es necesario para vosotros para estimularos y haceros sentir cómo os amo. Y este pedir vuestra colaboración para cumplir mis prodigios no es prueba de debilidad por parte mía o de
incapacidad para obrar solo, sino es prueba de amor y de inteligencia.
Os amo tanto que me humillo a pediros que me ayudéis. Os comprendo tanto que sé que esta petición os estimula más que cualquier otra cosa.
Para hacerme Alimento que nutre vuestro espíritu Yo no tendría necesidad de nadie. Sin embargo pido manos sacerdotales para obrar el milagro del pan que se cambia en Cuerpo del Hombre Dios. y así es para la recíproca elevación.
Yo he fundado una sociedad verdadera en la cual los miembros son, en mi pensamiento, uno para el otro, uno de apoyo al otro. Desde el más grande hasta el más pequeño todos tenéis vuestra razón de existir en la magnífica unión de mi Iglesia, una en la esencia y trina en la forma, como su Rey y Pontífice divino que es Uno y Trino con el Padre y el Espíritu Santo.
La Comunión de los santos une a los católicos que fueron con los que son, a los católicos que penan con los que luchan y con los que gozan. Cielo, tierra y purgatorio se ayudan y completan recíprocamente, y del mismo modo los miembros de la Iglesia militante deben ayudarse y completarse recíprocamente.
¡Oh! ¡sublime caridad que has nacido de mi Corazón, desgarrado por la traición antes que por la lanzada, signo vivo de la pertenencia a Mí! Si pudieras ver el valor que tiene, a los ojos de los celestes, el amaros como hermanos, según mi mandamiento de amor, ninguno, entre los dotados de inteligencia, no querría no amar al hermano con pureza, con visión espiritual y espiritual ardor. Así se amaban mis primeros seguidores y su amarse ha convencido al mundo de la verdad del Cristo.
Pero ahora… ¿todavía puede ser el mundo convencido de esto cuando el odio ha sustituido al amor y la inteligencia sirve para dañar, la palabra para mentir, el corazón para traicionar, las manos para matar?
Orad… Orad pues. ¿Pero puede vivir una planta apoyada sobre un granito ardiente? No. Muere porque su raíz no encuentra jugo de vida. Así muere vuestra oración no nutrida por el amor.
¡Y pensar que habría gran fiesta en el Cielo si el gran pecador: el hombre, volviera al Padre que le espera para perdonarle y cubrirle de dones!
Voy, llevando la Cruz, recogiendo las cruces que Satanás derriba y que vosotros no sabéis llevar.
El mundo ha rechazado la Iglesia y las iglesias caen. Pero ¡ay de aquel día en que el Hijo del Hombre no tuviera más altares para repetir el Sacrificio y más sagrarios para el Sacramento de mi amor!».
15 de agosto
Dice Jesús:
«De tus escritos se utiliza así.
La parte que es tuya tendrá el acostumbrado valor informativo para la curiosidad del hombre que siempre quiere sondear sobre los secretos de las almas.
La parte que es mía, y que debe ir separada de la tuya, tendrá valor formativo porque en ella hay voz evangélica y esta voz evangélica tiene siempre valor de formación espiritual,
cualquiera que sea el modo con que llega a vosotros. Aún cuando el modo, o los modos, con que ha llegado al alcance de las almas, ya no son de esta tierra, ella permanece lo que es y no pierde su valor.
Estaba reacio a dar la nueva fórmula de oración para hoy porque sé que es escuchada aún menos que la de junio 82. Entonces se pedía que las bombas perdonasen casas y personas de Viareggio y esto era argumento comprensible al embotamiento y al miedo humano. Hoy se pide una cosa más alta y universal y, es doloroso constatarlo, no universalmente deseada, no deseada ni siquiera por la totalidad del pequeño núcleo de Viareggio.
Guerra quiere decir ruina de muchos, pero también utilidad de muchos y ante la utilidad propia el hombre descuida la utilidad colectiva. Os amáis tan poco entre vosotros que vivís cada uno encerrado en el propio egoísmo y armado de aguijones para el prójimo. Por ello se había sentido poco por el espíritu la primera oración, pues era sentida sólo por la carne que temblaba de miedo por sí misma y por su tener casas; ésta está dicha con el espíritu aún más sordo.
No es así como se obtiene lo que se pide. La tregua de las armas vendrá, porque debe venir, pero no será más que una tregua. Y una cosa es tregua y otra es paz. Paz quiere decir concordia externa e interna, buscada y querida con visión y afecto espiritual.
Si supierais venir a Mí, con los labios y el alma limpia e inflamada de verdadera caridad, os daría esta paz. Os la daría contra todos los obstáculos que el Mal pusiera para impedirla, porque Yo soy el vencedor eterno. Pero incluso entre los no muchos que hoy orarán en las iglesias por esto, pocos, pocos, pocos tendrán los requisitos que hacen potente la oración. Es una verdad dolorosa y espantosa, pero no beneficia esconderla porque su mal permanece aunque esté escondido.
¡Pobres hombres, qué malos sois! Si tronase esta verdad desde los cielos, el hombre se ofendería como los fariseos cuando les denunciaba descubriendo sus vicios ocultos.
Pero es como digo. La paz santa y verdadera no es deseada por todos. Estáis tan torpes y tan embadurnados de tendencias malvadas que ni siquiera lográis escuchar el tono de la verdad que Uno mayor que vosotros os revela. Pero la verdad es esa, no puede ser otra verdad porque no hay más que una.
Estamos siempre en ese tema: «Si hubieran diez justos…» Pero los justos son tan pocos contra la masa de los injustos. Satanás tiene un número desmesurado de hijos y servidores. El Hijo de Dios tiene un número insignificante de verdaderos hijos y verdaderos siervos. Y en este desequilibrio está la causa de vuestra ruina».
16 de agosto
Dice Jesús:
«Soy el «Primogénito de entre los muertos» según el orden humano y divino.
Primogénito según el orden humano porque hijo, por parte de madre, de Adán, soy el primer generado, de la estirpe de Adán, que he nacido como habrían debido nacer todos los hijos de los creados por mi Padre.
No abras tanto los ojos. María ha nacido por voluntad de Dios sin mancha y esta preservación ha sido querida justamente para preparar mi venida. Pero sin un especial querer, María, nacida de hombre y mujer unidos según la ley de la naturaleza, no habría sido distinta de todas las demás criaturas venidas de la raíz contaminada de Adán. Habría sido
82 El 5 de junio
una gran ‘justa», como muchos y muchas otras del tiempo antiguo, pero nada más. La Gracia, Vida del alma, habría sido destruida en Ella por el pecado original.
Soy Yo quien ha vencido a la muerte y a la Muerte. Yo que he vuelto a llamar a la Vida a los muertos del Limbo. Dormían. Como Lázaro, cuya resurrección simboliza ésta más verdadera. Yo les he llamado. Y han resucitado. Yo, nacido de mujer hija de Adán, pero sin pecado original, o sea como hubieran debido ser todos los hijos de Adán, soy por ello el Primogénito, según el orden natural, de Adán, nacido vivo en medio a los generados muertos de Adán.
Soy el «Primogénito» según el orden divino porque soy el Hijo del Padre, el Generado, no el creado, por Él.
Generar quiere decir producir una vida. Crear quiere decir formar. Yo puedo crear una nueva flor. El artista puede crear una nueva obra. Pero sólo un padre y una madre pueden generar una vida.
Soy por lo tanto el «Primogénito» porque, nacido de Dios, estoy a la cabeza de todos los nacidos (según la gracia) de Dios.
Cuando con mi Muerte he sacudido las puertas del más allá y he sacado a los durmientes a la primera resurrección, he abierto también las cerradas de los lagos místicos en cuyo lavado se limpia el signo que mata, muere la Muerte del espíritu, la verdadera Muerte, y nace la Vida del espíritu, la verdadera Vida.
Soy en fin el «Primogénito» de entre los muertos porque mi Carne fue la primera en entrar en el Cielo, donde entrarán en la Resurrección última las carnes de los santos cuyos espíritus esperan en la Luz la glorificación de su yo completo, como es justo que sea porque se santificaron a sí mismos venciendo a la carne y martirizándola para llevarla a la victoria, como es justo que sea porque los discípulos son semejantes al Maestro, por amoroso querer del Maestro, y Yo, vuestro Maestro, he entrado en la Gloria con mi Carne que fue martirizada para la gloria de Dios.
Más adelante te hablaré de las dos resurrecciones, vistas siempre por vosotros con referencias humanas, mientras deben verse con visión espiritual.
Mi Primogenitura divina y humana me da, en consecuencia, derechos soberanos, porque siempre es el primogénito de un rey quien hereda la corona. ¿Y qué rey más Rey que mi Padre?
Rey eterno cuyo reino no tiene principio ni fin y contra el cual ningún enemigo tiene poder. Rey único sin rivales que me eleva al generarme a su misma soberanía porque Yo soy Uno con el Padre, consustancial a Él, inseparable de Él, parte viva, activa, perfecta de Él. Rey santo, santo, santo de una Perfección tal que no es imaginable por mente humana. Resplandece en el Cielo, sobre la tierra y sobre los abismos, se extiende sobre los montes, reviste de Sí cuanto existe, la santidad gloriosa de mi Padre, santidad que Nosotros ado- ramos porque es aquélla de la cual estamos generados y de la que procedemos.
Gloria, gloria, gloria al Padre, María, gloria siempre porque de Él viene todo bien y el primer Bien soy Yo, tu Salvador.
Mi reino no es de esta tierra, según cuanto quiere decir reinar sobre la tierra. Pero es Reino de la tierra. Porque Yo tendré reino sobre la tierra. Reino evidente y verdadero, no sólo espiritual cual es ahora y de pocos. Llegará la hora en que seré único y verdadero Rey de esta tierra que he comprado con mi Sangre, de la cual he sido creado Rey por mi Padre con todo poder sobre ella. ¿Cuándo vendré? ¿Qué es la hora respecto a la eternidad? Y ¿qué te importará la hora cuando estés en la eternidad?
Vendré. No tendré nueva carne porque tengo ya una perfecta. Evangelizaré, no como evangelicé, sino con fuerza nueva, porque entonces los buenos serán no humanamente
buenos como lo eran los discípulos de mi primera venida, sino serán espiritualmente buenos, y los malvados serán espiritualmente malvados, satánicamente malvados, perfectamente malvados. Por ello la forma será conforme a las circunstancias, porque si usara la forma de hace 20 siglos estaría superada, por los perfectos en el bien, y sería ofrecer ocasión a los satánicos de realizar una ofensa que no está permitida hacer al Verbo glorificado. Como una red de malla fina arrastraré detrás de mi Luz a los llegados a la sutileza espiritual, pero los pesados, por la unión de la carne con Satanás, los Muertos del espíritu que la podredumbre del alma tiene clavados en el fango, no entrarán en mi Luz y terminarán de corromperse en la unión con el Mal y con la Tiniebla.
Por ahora preparo el tiempo futuro usando singularmente la Palabra que desciende de los cielos y da luz a las almas preparadas para recibirla. Hago de vosotros los radiotelefonistas atentos a oír la enseñanza que es perfecta y que ya había dado y que no cambio, porque Una es la Verdad, pero que ha sido olvidada o falsificada, demasiado olvidada y demasiado falsificada porque era cómodo olvidarla y falsificarla.
Hago esto porque tengo piedad de la Humanidad que muere sin el pan del espíritu. Como me he dado a Mí por pan de vuestra alma, así ahora entrego mi Palabra para pan de vuestro espíritu. Y repito: »Bienaventurados aquellos que escuchan la palabra de Dios y la ob- servan»» .
Noche
Dice Jesús:
«He dicho que mi nueva venida tendrá forma y fuerza nueva conforme a las circunstancias y te he explicado cómo serán entonces los hombres. El tiempo del espíritu debe venir.
El hombre ha partido de una tiniebla profunda y de un enorme peso de fango, después de haber perdido la Luz divina por su propia voluntad, obedeciendo a la seducción enemiga cuyo verdadero ser se simboliza en el fruto que enseña el Bien y el Mal, o sea que ha reve- lado al hombre cuanto por su bien Dios había escondido a la materia, a la mente, al corazón.
¡Habríais sido tan puros, tan pacíficos, tan honestos, tan píos si no hubierais mordido la triple concupiscencia que es dulce en la boca, pero amarga en el espíritu más que el vinagre y la hiel que me fue dado sobre la Cruz!
Caído de la morada paradisíaca sobre la tierra, aplastado por la revelación de su carne profanada por la lujuria, torturado por el remordimiento de haber causado su mal, angustiado por la persuasión de haber suscitado la ira punitiva de Dios Creador, el hombre no era más que un pobre ser animal en el que se debatían y fermentaban todas las fuerzas inferiores.
Ya te he llamado la atención 83 sobre la diferencia de los preceptos dados a Moisés respecto de los míos, preceptos necesarios, en su chocante crudeza, para frenar las tendencias del hombre, pedazo de carne apenas infuso con un movimiento anímico dado por un alma herida a muerte y desfallecida en un coma espiritual. El recuerdo de la Luz perdida, viviendo en lo profundo del alma, empujaba los pasos 84 a la luz. Un camino muy fatigoso porque la materia pesa más que el espíritu y arrastra hacia abajo. De vez en cuando la Bondad del Eterno daba a la humanidad «faros» para la travesía tempestuosa hacia la Luz verdadera. Los patriarcas y los profetas: he ahí los faros de la humanidad en búsqueda del puerto de la luz.
Después ha venido Aquel que Juan, el Amado, llama «la Luz verdadera que ilumina a todo hombre».
83 En el dictado del 9 de julio
84 Pasos es lectura incierta en italiano; podría leerse también padres
Yo he venido Luz del mundo y Verbo del Padre y os he traído de nuevo la Paz con el Padre, el abrazo que os hace volver a ser hijos del Altísimo.
Yo soy quien ha encendido de nuevo la vida desfalleciente de vuestro espíritu. Yo soy quien os ha enseñado la necesidad de nacer en el espíritu.
Yo soy quien ha recogido en mi Persona toda la Luz, la Sabiduría, el Amor de la Trinidad y os la he traído.
Yo soy quien con mi sacrificio he anudado la cadena, donde se había roto, soldándoos nuevamente al Padre y al Espíritu de Verdad.
Yo soy quien, haciendo palanca de mi patíbulo, he levantado vuestro espíritu yaciente en el fango y le he dado un potente impulso para proceder hacia la Luz de Dios, hacia Mí mismo que os espero en el Cielo.
Pero pocos en el mundo y en los siglos han disfrutado de ello porque el mundo ha preferido siempre más las tinieblas a la Luz. Yo con mi muerte atroz os he obtenido la venida del Espíritu perfecto; pero, a lo largo de los siglos, la humanidad lo ha rechazado cada vez más, como me ha rechazado a Mí, como ha rechazado al Padre.
Ha sucedido como con un licor que se depura, que lo que pesa ha precipitado en el fondo y las partes puras han flotado. Así ha sucedido con el hombre a lo largo de los siglos. Quien ha querido permanecer carne y sangre ha precipitado cada vez más bajo, mientras que los que, aristocracia de mi grey, han querido vivir en el espíritu se han hecho cada vez más espirituales. En medio, los tibios sin nombre. Son dos movimientos opuestos de la masa. Una parte, y desgraciadamente es la más amplia, absorbe cada vez más a Satanás y desciende bajo el nivel de los animales. La otra parte, la pequeña, absorbe cada vez más a Cristo, nutriéndose de su Palabra, que no calla desde hace 20 siglos, y se hace cada vez más capaz de comprender el Espíritu.
Cuando Yo uso medios especiales es para acelerar, porque los tiempos aprietan, la plenitud de la instrucción de la Palabra y la plenitud de la formación espiritual de los discípulos verdaderos, de los súbditos verdaderos del Rey Jesucristo. No Rey de los judíos, como irónicamente dijo y escribió un hombre débil que se creía fuerte de un pobre poder, sino Rey del Mundo antes del juicio del mundo.
El hombre, avanzando hacia la última hora, debe alcanzar la espiritualidad. Pero compréndeme. Dios es espíritu, Satanás es espíritu. El primero es Espíritu de Perfección. El segundo es espíritu de pecado. La masa, dividida en dos por voluntad propia, que Dios res- peta, sigue cada una la parte elegida. Los hijos del Altísimo y hermanos míos eligen la parte de Dios y por amor nuestro espiritualizan la carne. Los siervos de Satanás e hijos de la Bestia, la parte de Lucifer, y por esclavitud querida por ellos mismos matan el espíritu bajo la carnalidad, hacen de su espíritu una carne y una sangre corrompidas y repugnantes.
Cuando reine sobre y en los espíritus llegados a aquella madurez que ahora es de algunos y que entonces será de toda la masa de los cristianos verdaderos, Yo me dirigiré a esta parte solamente, perfeccionándola con la última instrucción, con una nueva evangelización, distinta no en el sentido, que no puede cambiar, sino en la fuerza que entonces podrán entender y que hoy no entenderían. Prueba de ello sea que debo elegir criaturas especiales dignas de tanto por esfuerzo propio o hechas dignas por milagro de amor.
Hace veinte siglos que hablé a todos. Cuando llegue el tiempo hablaré sólo a éstos, convencido de la inutilidad de hablar a los demás. Comenzará así la selección de los separados de los réprobos.
Tú, pobre María, eres de estas almas hechas dignas por voluntad mía. Sólo tienes una cosa buena: la buena voluntad de amor. Pero es la que me basta. Sobre ella puedo poner mi
cátedra de Maestro para hacer de la pequeña alma un pedestal, para decir, volver a decir, y decir aún, las palabras de amor y de invitación al Amor, que guía y salva.
Vendré con mi Carne glorificada
He despertado tu curiosidad diciendo esto. No serías mujer si no fueras curiosa. Pero Yo digo lo que creo útil decir para vuestro bien y no lo que sería pasto de vuestra curiosidad inútil. Si amo ser Maestro sé elegir entre la Verdad aquellas verdades que os son útiles conocer y basta.
Conténtate por ello con saber que es justo que en el Reino del espíritu, cuyos súbditos habrán espiritualizado la carne, sea Rey Aquel que revistió su Espíritu perfecto de carne para redimir a toda carne y santificada, y santificó la suya con una doble santidad, porque es carne inocente, perfectamente inocente, y carne inmolada en el sacrificio de amor.
Vendré, con mi Carne glorificada, a reunir a las criaturas para la última batalla contra el Enemigo, juzgaré con mi aspecto resplandeciente de Carne glorificada a los cuerpos de los resucitados para el extremo juicio, volveré para siempre al Cielo, después de haber con- denado a la muerte eterna las carnes que no quisieron hacerse espíritus; y volveré Rey fúlgido de un pueblo fúlgido en el que la obra del Padre, del Hijo, del Espíritu, será glorificada con la creación del perfecto cuerpo humano tal cual el Padre lo hizo en Adán, bello de indescriptible belleza, con la redención de la semilla de Adán por obra del Hijo, con la santificación obrada por el Espíritu».
17 de agosto
Dice Jesús:
«Cuando Yo hago decir por boca del Amado que «también los que me traspasaron» me verán, no pretendo hacer alusión a los que me traspasaron hace ahora 20 siglos.
Cuando Yo venga habrá llegado el tiempo del triunfo de mi Reino. Te he explicado 85 cómo será el Reino y cómo serán sus súbditos. Será el tiempo del testimonio del espíritu, parte divina encerrada en. vosotros y que os da la imagen y semejanza con Dios. Siendo así, serán las partes espirituales las que estarán en causa ante las decisiones de juicio que separa a los malditos de los benditos. Y en los malditos estarán los que con su espíritu sacrílego, que ha buscado a la Bestia, adorado a la Bestia y prostituído con la Bestia, han traspasado, a lo largo de los siglos, el espíritu divino del Hijo de Dios después de haber, mediante los jefes de la serie maldita, traspasado las carnes del Hijo del Hombre.
Hijo del Hombre. ¿Has reflexionado alguna vez en que en esta palabra está la verdad explicada ayer? Yo soy, por línea humana, el Hijo (primogénito) de Adán.
La hilera de los que me traspasan es numerosa como arena sobre la playa del mar. No se cuentan sus granitos.
Todos los delitos, todos los pecados cometidos contra Mí, ahora ya inviolable para el sufrimiento humano, pero susceptible aún a las ofensas causadas a mi Espíritu, están señalados en los libros que recuerdan las obras de los hombres.
Todas las traiciones después de mis beneficios, todas las abjuraciones, todas las negaciones y los pecados contra la Verdad, traída por Mí, todos los pecados contra el Espíritu Santo que ha hablado por mi boca y que por mérito mío ha venido a iluminar la palabra del Verbo, todas estas heridas hechas a lo largo de los siglos por la raza que Yo quise salvar a pesar de saberla tan reacia al Bien, estarán presentes en el interior de los espíritus reunidos, los cuales, en la Luz fulgurante de mi refulgir, reconocerán lo que hicieron
85 En el dictado del 16 de agosto
con su obstinada voluntad de impugnar cuanto fue dicho y hecho por Uno que no podía mentir, ni hacer obras inútiles según la ley divina de amor.
Los negadores del Amor son los que me han traspasado y conmigo han herido a Aquel que me ha generado y a Aquel que procede de nuestro amor de Padre e Hijo; Todo juicio es remitido al Hijo, pero el Hijo juzgará también las culpas cometidas contra el Padre y el Espíritu.
El portador de Vida, el Viviente eterno y el eterno Inmolado que el mundo quiso muerto, matado como se mata al delincuente que daña -mientras que Yo era el Santo que perdonaba, el Bueno que hacía el bien, el Poderoso que curaba, el Sabio que instruía- es Aquel que abrirá las puertas a la Muerte verdadera e introducirá en ella los cuerpos y las almas de sus homicidas. El portador de la Vida que se vive en el Cielo cerrará las puertas del Infierno sobre el número intocable de los malditos, los cuales han preferido la Muerte a la Vida.
Yo lo haré, porque Yo, Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador y Señor vuestro, Juez eterno, tengo las llaves de la Muerte y del Infierno».
18 de agosto
Dice Jesús:
«Continúo explicándote los pasajes que creo oportunos.
Está dicho: “Al vencedor le daré a comer del árbol de vida.. .». y tal pensamiento se ha aplicado a Mí.
Sí, soy árbol de vida eterna y me doy a vosotros como alimento en la Eucaristía y mi visión será alimento gozoso de los vencedores en la otra vida. Pero hay otro significado que muchos ignoran precisamente porque muchos que me comentan no son «vencedores».
¿Quién es vencedor? ¿Qué es necesario para serlo? ¿Obras resonantes de heroísmo? No. Entonces serían demasiado pocos los que vencen. Son vencedores quienes vencen en sí a la Bestia que quisiera someterles. En verdad entre el martirio atroz pero breve, ayudado por coeficientes sobrenaturales y naturales, y la lucha secreta, oscura y continua, tiene mayor peso sobre las balanzas de Dios, o al menos un peso de distinto género, pero precioso, esta última.
No hay mayor tirano que la carne y el Demonio. Y quienes saben vencer la carne y el Demonio y hacer de la carne un espíritu y del demonio un vencido, son los «vencedores».
Pero para serlo es necesario haberse dado totalmente al Amor. Totalmente: quien ama con todas sus fuerzas no reserva nada para sí mismo, y no reservando para sí mismo no lo hace para la carne ni para el demonio. Lo da todo a su Dios y Dios lo da todo a su amador.
Le da su Verbo. Esto es lo que da de comer al vencedor, ya desde esta tierra, no podía darle nada mayor. Le da a Mí, Verbo del Padre, para ser alimento del espíritu consagrado al cielo.
Mi Palabra desciende a nutrir las almas que se han dado totalmente a su Dios y Señor. Mi Palabra viene para seros sacerdote y guía a quienes buscáis la guía verdadera y veis tantas guías débiles para las turbas que perecen sin guía verdadera. Vosotros que habéis entendido la Verdad, sabéis que sólo esto es necesario: vivir de mi Palabra, creer en mi Palabra, caminar según mi Palabra.
¿Qué pensarías de uno que quisiera vivir a base de golosinas, licores y tabaco? Dirías que moriría porque ése no es el alimento que se necesita para vivir sanos. Lo mismo sucede a quien se afana con miles de exterioridades y no se preocupa de lo que es el núcleo de toda la vida del alma: mi Palabra.
¿Por qué la Misa, por qué la Eucaristía, por qué la Confesión no os santifican como debería suceder? Porque para vosotros son formalismos, no las hacéis fecundas atendiendo a mi Palabra. Peor aún: sofocáis mi Palabra, que Yo lanzo desde el alto del Cielo para llamaros e iluminaros, bajo la tibieza, la hipocresía, la culpa, más o menos grave.
No me amáis: eso es todo. Amar no quiere decir hacer de vez en cuando una visita superficial de cortesía mundana. Amar quiere decir vivir con el alma unida, fundida, encendida con un único fuego que alimenta a otra alma. Entonces en la fusión se realiza también la comprensión.
Yo hablo, no ya lejos, desde lo alto de los cielos, sino que hago morada -y conmigo el Padre y el Espíritu, porque somos una cosa sola- Yo hago morada en el corazón que me ama y mi palabra ya no es un susurro, sino Voz plena, ya no es aislada, sino continua. Entonces soy el «Maestro» verdadero. Soy Aquél que hace ahora 20 siglos hablaba a las muchedumbres incansablemente y que ahora encuentra su delicia en hablar a sus predilectos que le saben escuchar y de los cuales hago mis canales de gracia.
¡Cuánta Vida os doy! Vida verdadera, Vida santa, Vida eterna, Vida gozosa con mi Palabra que es Palabra del Padre y Amor del Espíritu. Sí, en verdad, al «vencedor» Yo le doy de comer el fruto del árbol de la Vida. Os lo doy ya en esta tierra con mi doctrina espiritual que vuelvo a traer entre los hombres a fin de que no todos los hombres perezcan. Os la doy en la otra vida con mi estar entre vosotros para siempre.
Yo soy la Vida verdadera. Permaneced en Mí, amados míos, y no conoceréis la muerte».
19 de agosto
Dice Jesús:
«Viendo siempre con mis ojos las palabras del Amado se comprende que también el «maná escondido» es mi Palabra. Maná porque reúne toda la dulzura de amor de nuestra Trinidad que os es Padre, Hermano y Esposo del alma y os ama con los tres amores más altos. Escondida porque está dicha en lo secreto del corazón a los merecedores de saborearla.
Bien quisiera Yo poderla hacer llover sobre todos y nutrir con ella a todos. Pero está dicho: «No deis las perlas a los cerdos y las cosas santas a los perros». Y muchos son más abyectos que los cerdos y más perros que los perros, aún habiendo sido lavados en mi Bautismo y redimidos por mi Sangre.
Has leído cómo a los antiguos hebreos, indignos de poseerlo, se les estropeara el maná en el desierto. Ellos desmerecían por su falta de fe y por su afán humano. ¿Puedo Yo tener menos respeto por mi Palabra de cuánto lo hayan tenido por el maná destinado a nutrir el vientre, mientras que la Palabra está destinada a nutrir el espíritu?
Por ello doy el maná a quienes vencen la parte inferior con todas sus tendencias a la no fe, al sentido, a los afanes mezquinos y egoístas. Doy el maná de mi Palabra que colma de dulzura y de luz vuestro espíritu. Doy la «piedrecita blanca en la que está escrito un nombre nuevo» es decir en la que está revelada una Verdad que es silenciada a los no dignos. Es la Verdad que os abre las puertas de la Vida eterna, que os da las llaves y os pone en el Camino para llegar a la Puerta de mi celestial Ciudad.
Yo soy Camino, Verdad, Vida. Fuera de Mí no hay otro camino, verdad y vida. El que vence todos los obstáculos para seguirme, será columna de mi templo y por la Palabra que ha custodiado y practicado, después de haber sido salvado en la hora tremenda de la prueba de la tentación que mata, tendrá su puesto sobre mi mismo trono, junto con el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo».
Dice aún:
«El mundo perece porque no ha custodiado mi Palabra, porque la ha descuidado y ridiculizado. Ninguna fuerza humana servirá para parar la carrera del mundo hacia el abismo porque al mundo y a las fuerzas del mundo les falta lo que salva. Mi Ley.
Se ha hecho un vacío en la mística floresta que había cultivado para vosotros para que tuvierais morada a la sombra de mi providencial amor. Lo han hecho vuestras culpas y en el vacío se ha aposentado como dueño la Serpiente eterna que os envenena con su aliento y os mata con su mordisco e impide que mi Ley sea agente de Bien en vosotros.
Humo, veneno, horror, desesperación tenéis en vosotros y a vuestro alrededor. Y podíais tener Luz, Paz, Sabiduría, Alegría. Esto podíais tener si hubierais seguido mi Palabra, porque Yo he consumido todo el horror de la vida para preservaros de él y lo he hecho con esa atroz agonía que he padecido por vosotros.
Pero habéis tirado mi don y habéis llamado como maestro y rey a Satanás. Y Satanás os amaestra y regula, os sazona e incita para haceros dignos de su infierno».
20 de agosto
Dice Jesús:
«Si se observara bien cuanto sucede desde hace algún tiempo, y especialmente desde los inicios de este siglo que precede al segundo milenio, se debería pensar que los siete sellos han sido abiertos. Nunca como ahora Yo me he inquietado por volver entre vosotros con mi Palabra y reunir las tropas de mis elegidos para marchar con ellos y con mis ángeles a presentar batalla a las fuerzas ocultas que trabajan para excavar las puertas del abismo a la humanidad.
Guerra, hambre, pestilencias, instrumentos de homicidio bélico -que son más que las bestias feroces mencionadas por el Predilecto- terremotos, señales en el cielo, erupciones de las vísceras del suelo y llamadas milagrosas a vías místicas de pequeñas almas movidas por el Amor, persecuciones contra mis seguidores, elevación de las almas y bajezas de los cuerpos, no falta nada de los signos por los cuales puede pareceros próximo el momento de mi Ira y de mi Justicia.
En el horror que tenéis, exclamáis: «¡El tiempo ha llegado; más tremendo de esto no puede ser!». Y llamáis con gran voz al final que os libere. Lo llaman los culpables, mofándose y maldiciendo como siempre; lo llaman los buenos que ya no pueden más de ver al Mal triunfar sobre el Bien.
¡Paz, elegidos míos! Todavía un poco y después vendré. La suma de sacrificio necesaria para justificar la creación del hombre y el Sacrificio del Hijo de Dios no está cumplida aún. Todavía no ha terminado la formación de mis cohortes y los ángeles del Signo aún no han puesto el sello glorioso sobre todas las frentes de quienes han merecido ser elegidos para la gloria.
El oprobio de la tierra es tal que su humo, en poco diferente del que mana de la morada de Satanás, sube hasta los pies del trono de Dios con sacrílego ímpetu. Antes de la aparición de mi Gloria es necesario que oriente y occidente sean purificados para ser dignos del aparecer de mi Rostro.
Incienso que purifica y aceite que consagra el gran, infinito altar donde la última Misa será celebrada por Mí, Pontífice eterno, servido en el altar por todos los santos que tendrán en aquella hora el cielo y la tierra, son las oraciones y los sufrimientos de mis santos, de los dilectos de mi Corazón, de los que ya están señalados con mi Signo: de la Cruz bendita,
antes de que los ángeles del Signo les hayan contraseñado.
El signo se graba sobre la tierra y vuestra voluntad es quien lo graba. Después los ángeles lo llenan con un oro incandescente que no se borra y que hace resplandecer como el sol vuestra frente en mi Paraíso.
Grande es el horror de ahora, dilectos míos; pero ¡cuánto, cuánto, cuánto tiene que aumentar todavía para ser el Horror de los últimos tiempos! Y si parece verdaderamente que el ajenjo se haya mezclado con el pan, con el vino, con el sueño del hombre, mucho, mucho, mucho más ajenjo debe gotear aún en vuestras aguas, sobre vuestras mesas, sobre vuestros lechos antes que hayáis alcanzado la amargura total que será la compañera de los últimos días de esta raza creada por el Amor, salvada por el Amor y que se ha vendido al Odio.
Que si Caín anduvo vagando por la tierra por haber matado una sangre, inocente, pero siempre sangre contaminada por el pecado original, y no encontró quien le quitase el tormento del recuerdo porque el signo de Dios estaba sobre él para su castigo -y generó en la amargura y en la amargura vivió y vio vivir y en la amargura murió- ¿qué debe sufrir la raza del hombre que mató de hecho y mata, con el deseo, la Sangre inocentísima que le ha salvado?
Por lo tanto pensad que éstos son los síntomas, pero aún no es la hora.
Están los precursores de aquel que he dicho pueda llamarse: «Negación», «Mal hecho carne», «Horror», «Sacrilegio», «Hijo de Satanás», «Venganza», «Destrucción», y podría continuar dándole nombres de indicación clara y pavorosa. Pero él no ha llegado aún.
Será persona que estará muy en alto, en lo alto como un astro. No un astro humano que brille en un cielo humano. Sino un astro de una esfera sobrenatural, el cual, cediendo al halago del Enemigo, conocerá la soberbia después de la humildad, el ateísmo después de la fe, la lujuria después de la castidad, el hambre de oro después de la evangélica pobreza, la sed de honores después de la ocultación.
Será menos espantoso ver caer una estrella del firmamento que ver precipitar en las espirales de Satanás a esta criatura ya elegida, la cual copiará el pecado de su padre de elección. Lucifer, por soberbia, se convirtió en el Maldito y el Oscuro. El Anticristo, por sober- bia en esta hora, se convertirá en el maldito y el oscuro después de haber sido un astro de mi ejército.
Como premio por su abjuración, que sacudirá los cielos bajo un estremecimiento de horror y hará temblar las columnas de mi Iglesia en el temor que suscitará su precipitar, obtendrá la ayuda completa de Satanás, quien le dará las llaves del pozo del abismo para que lo abra. Pero que lo abra del todo para que salgan los instrumentos de horror que Satanás ha fabricado durante milenios para llevar a los hombres a la total desesperación, de tal modo que, por sí mismos, invoquen a Satanás como Rey y corran al séquito del Anticristo, el único que podrá abrir de par en par las puertas del abismo para hacer salir al Rey del abismo, así como Cristo ha abierto las puertas de los Cielos para hacer salir la gracia y el perdón, que hacen a los hombres semejantes a Dios y reyes de un Reino eterno en el que Yo soy el Rey de los reyes.
Así como el Padre me ha dado a Mí todo poder, Satanás le dará a él todo poder, y especialmente el poder de seducción, para arrastrar a su séquito a los débiles y a los corrompidos por las fiebres de las ambiciones como lo está él, su jefe. Pero en su desenfrenada ambición aun encontrará demasiado escasas las ayudas sobrenaturales de Satanás y buscará otras ayudas en los enemigos de Cristo, los cuales, armados con armas cada vez más mortíferas, cuanto les podía inducir a crear su libídine hacia el Mal para sembrar desesperación en las muchedumbres, le ayudarán hasta que Dios no diga su
«Basta» y les aniquile con el fulgor de su figura. 86
Mucho, demasiado -y no por sed buena y por deseo honesto de repararse del mal apremiante, sino más bien tan sólo por curiosidad inútil- mucho, demasiado se ha cavilado a lo largo de los siglos, sobre cuanto Juan dice en el capítulo 10 del Apocalipsis. Pero sabe, María, que Yo permito que se sepa cuanto puede ser útil saber y oculto cuanto encuentro útil que no sepáis.
Sois demasiado débiles, pobres hijos míos, para conocer el nombre de honor de los «siete truenos» apocalípticos. Mi ángel ha dicho a Juan: «Sella lo que han dicho los siete truenos y no lo escribas». Yo digo que no es aún la hora de que se abra lo que está sellado y que si Juan no lo escribió Yo no lo diré.
Por lo demás no os toca a vosotros probar ese horror y por ello… Sólo os queda orar por aquellos que lo deberán padecer, para que la fuerza no naufrague en ellos y no pasen a formar parte de la turba de quienes bajo el azote del flagelo no conozcan penitencia y blasfe- men a Dios en lugar de llamarle en su ayuda. Muchos de éstos están ya en la tierra y su semilla será siete veces siete más demoníaca que ellos.
Yo, no mi ángel, Yo mismo juro que cuando haya terminado el trueno de la séptima trompeta y se haya cumplido el horror del séptimo flagelo 87, sin que la raza de Adán reconozca a Cristo Rey, Señor, Redentor y Dios, e invoque su Misericordia, su Nombre en el cual está la salvación, Yo, por mi Nombre y por mi Naturaleza, juro que pararé el instante en la eternidad. Cesará el tiempo y comenzará el Juicio. El Juicio que divide para siempre el Bien del Mal después de milenios de convivencia sobre la tierra. 88
El Bien volverá al manantial del que ha venido. El Mal precipitará donde ya precipitó desde el momento de la rebelión de Lucifer y de donde salió para turbar la debilidad de Adán en la seducción del sentido y del orgullo.
Entonces se cumplirá el misterio de Dios. Entonces conoceréis a Dios. Todos, todos los hombres de la tierra, desde Adán hasta el último nacido, reunidos como ,granitos de arena sobre la duna de la playa eterna, verán a Dios Señor, Creador, Juez, Rey.
Sí, veréis a este Dios que habéis amado, blasfemado, seguido, escarnecido, bendecido, vilipendiado, servido, huido. Lo veréis. Sabréis entonces cuánto merecía vuestro amor y cuánto mérito era servirle.
¡Oh! ¡alegría de quienes se hayan consumado a sí mismos en el amarle y en el obedecerle! ¡Oh! ¡terror de quienes han sido sus Judas, sus Caínes, de quienes han preferido seguir al Antagonista y al Seductor en lugar de al Verbo humanizado en quien está la Redención; de Cristo: Camino hacia el Padre; de Jesús: Verdad santísima; del Verbo: Vida verdadera!».
21 de agosto
Dice Jesús:
«En mis dos testigos están simbolizados todos los maestros en la fe: pontífices, obispos, inspirados, doctores de la Iglesia, almas invadidas por la Luz y por la Voz. Ellos, con voz pura de toda veta humana, han proclamado a Mí y la verdad de mi doctrina y han puesto sello de santidad, de dolor, y también de sangre, para confirmación de su voz.
86 Sobre una copia mecanográfica, la escritora anota a lápiz: Derrota del Anticristo, pero no Juicio Universal.
87 Como arriba, la escritora anota: Los siete truenos corresponden a las 7 plagas descritas más adelante, el día 22-8
88 Como arriba, la escritora anota: Cuando habla aquí alude al tiempo de paz que precederá al fin, tiempo en el que comenzará la selección final bajo la última manifestación de Cristo-Rey que muchos no querrán seguir. El misterio de Dios se cumple inmediatamente después.
Pero en italiano la lectura de la nota es incierta.
Odiados como Yo, Maestro de los maestros, Santo de los santos, han sido, más o menos, atormentados siempre por el mundo y por el poder, que encuentran en ellos quienes con su propia conducta dicen al mundo ya los grandes del mundo: «Lo que hacéis no es lícito». Y cuando llegue la hora del hijo de Satanás, el Infierno, ascendente del abismo abierto por el Anticristo, promoverá guerra despiadada contra ellos y, desde el punto de vista humano, les vencerá y matará.
Pero no será muerte verdadera. Será más bien Vida de las vidas, Vida verdadera y gloriosa. Porque, si tendrán Vida quienes siguen mi Ley en los Mandamientos, ¿qué infinita plenitud de Vida tendrán quienes siguen también mis consejos evangélicos de perfección e impulsan su ser conmigo hasta el sacrificio total por amor de su Jesús, el eterno Inmolado de quien se hacen imitadores hasta el sacrificio de la vida?
Llamados a una resurrección fulgidísima, serán éstos quienes se despojan de lo más querido para el hombre: la vida, con tal de seguirme a Mí por amor a Mí ya los hermanos. Nunca me cansaré de repetir esto: que no hay cosa mayor que el amor en el Cielo y sobre la tierra, y no hay amor más grande que este de dar uno la vida por sus hermanos».
Dice aún Jesús:
«Te dije un día 89 que en esta tragedia actual están ya en movimiento las fuerzas de Satanás, el cual ha mandado sus ángeles negros a mover los reinos de la tierra el uno contra el otro. La Batalla sobrenatural ha iniciado ya. Ésa es. Está detrás de los bastidores de la pequeña batalla humana.
Pequeña no por extensión de mole, sino por motivo. No es, el pequeño motivo humano no es su origen. No es. Es otro el motivo verdadero que hace de los hermanos tantas fieras homicidas que se muerden y matan recíprocamente.
Os batís con vuestros cuerpos. Pero en realidad son las almas las que se baten. Os batís por orden de cuatro o cinco poderosos. Creéis que sea así. No. Uno es el ejecutor de esta ruina. Uno que está sobre la tierra, porque vosotros lo queréis, pero que no es de esta tierra. Satanás es quien mueve los hilos de esta carnicería en la que, más que los cuerpos, son las almas las que mueren.
Ésta es una de las batallas iniciales. El reino del Anticristo tiene necesidad de un cemento hecho de sangre y de odio para consolidarse.
Y vosotros, que ya no sabéis amar, os tomáis la obligación de servirlo y os matáis recíprocamente, y maldecís a quien no tiene culpa de vuestro mal: a Dios, quien lucha con sus ángeles para tutelar lo que es suyo; la Fe en el corazón de los cristianos, la Bondad en el corazón de los buenos.
Yo no soy quien hace la selección, por ahora. Sois vosotros quienes os seleccionáis, espontáneamente. Quienes a pesar del horror saben entender que Dios es siempre Dios, o sea Bondad y Justicia, y que la salvación está en el seguir la Ley de Dios, se separan de los que niegan estas verdades. Los primeros ascienden al encuentro de la Luz, los otros precipitan hacia las Tinieblas.
Verdaderamente Satanás tiende, con sus demonios, a hacer una segunda escalada al Cielo. Pero rechazado por mi arcángel precipita sobre la tierra para vencer a Dios’ a través del corazón de sus hijos. Porque cada alma que se pierde es una derrota para Dios. Y Sata- nás lo logra fácilmente porque el corazón de los hombres ya no tiene más llama de espíritu. Ya no tiene vida de espíritu. Es un nudo de pecado en el que prospera la triple lujuria que mata el espíritu.
89 En los dictados del 4 y del 19 de junio
Bienaventurados los que han vencido en virtud de la sangre del Cordero y han permanecido y permanecerán siempre fieles. Bienaventurados los que hayan rechazado a Satanás y a sus halagos y no se hayan preocupado de sus triunfos aparentes, de sus esfuerzos desatados en esta hora, que él sabe que es breve para su reino de maldición, y que permanezcan fieles a Cristo y a su Iglesia, desmembrada por la persecución anticristiana, mártir invicta como el Gran Mártir su Esposo, Cristo Crucificado, pero resucitada más hermosa, tras la aparente muerte, para entrar glorificada en el Cielo, donde el Pontífice verdadero la espera para celebrar las bodas».
22 de agosto
Dice Jesús:
«Te dije un día 90 que el eterno envidioso trata de copiar a Dios en todas las manifestaciones de Dios.
Dios tiene sus arcángeles fieles. Satanás tiene los suyos. Miguel: testigo de Dios, tiene un rival infernal; y también lo tiene Gabriel: fuerza de Dios.
La primera bestia, que sale del mar, que con voz de blasfemia hace proclamar a los engañados: «¿Quién hay semejante a la bestia?», corresponde a Miguel. Vencida y herida por éste en la batalla entre las tropas de Dios y las de Lucifer, al principio del tiempo, curada por Satanás, odia a muerte a Miguel, y ama, si de amor puede hablarse entre los demonios – es mejor decir: sumisión absoluta- a Satanás.
Ministro fiel de su rey maldito, usa la inteligencia para dañar a la estirpe del hombre, criatura de Dios, y para servir a su amo. Usa fuerza sin fin y sin medida para persuadir al hombre a borrar, por sí mismo, mi signo que horroriza a los espíritus de las tinieblas. Quitado aquél, con el pecado que quita la gracia, crisma luminoso sobre vuestro ser, la Bestia puede acercarse e inducir al hombre a adorarle como si fuera un Dios y a servirle en el delito.
Si el hombre pensase a qué sujeción se dona desposándose con la culpa, no pecaría. Pero el hombre no piensa. Mira el momento y la alegría del momento, y peor aún que Esaú cambia la divina progenitura por un plato de lentejas.
Pero Satanás no utiliza sólo a este violento seductor del hombre. Por cuanto el hombre reflexione poco, en general, todavía hay demasiados hombres que, no por amor, sino por temor del castigo, no quieren pecar gravemente. Por eso he aquí el otro ministro satánico, la segunda bestia. Bajo aspecto de cordero tiene espíritu de dragón.
Es la segunda manifestación de Satanás y corresponde a Gabriel, porque anuncia a la Bestia y es su fuerza más fuerte: la que demole sin consultar y persuade con dulzura fingida de que es justo seguir las huellas de la Bestia.
Es inútil hablar de potencia política y de tierra. No. Si acaso podéis referir a la primera el nombre de Potencia humana y a la segunda el de Ciencia humana. Y si la Potencia por sí misma produce rebeldes, la Ciencia, cuando es únicamente humana, corrompe sin producir rebelión y arrastra a la perdición a un número infinito de adeptos. ¡Cuántos se pierden por la soberbia de la mente que les hace despreciar la Fe y matar el alma con el orgullo que separa de Dios! Que si bien Yo segaré en el último día la mies de la tierra, ya hay un segador entre vosotros. Y es este espíritu de Mal quien os siega y no hace de vosotros espigas de grano eterno, sino paja para la morada de Satanás.
Una, sólo una ciencia es necesaria. Lo repetiré mil veces: conocer a Dios y servirle, conocerle en las cosas, verle en los acontecimientos y saber distinguirle a Él de su
90 En el dictado del 19 de junio
antagonista para no caer en perdición. En cambio os preocupáis de aumentar el saber humano en detrimento del saber sobrehumano.
Yo no condeno la Ciencia. Al contrario me gusta que el hombre profundice con el saber los conocimientos que ha ido acumulando, para poder comprender cada vez más y admirarme en mis obras. Os he dado la inteligencia para esto. Pero debéis usarla para ver a Dios en la ley del astro, en la formación de la flor, en la concepción del ser, y no usar la inteligencia para violar la vida o negar al Creador.
Racionalismo, Humanismo, Filosofismo, Teosofismo, Naturismo, Clasicismo, Darvinismo, tenéis escuelas y doctrinas de todos los géneros y os preocupáis de todas, por cuanto la Verdad esté muy pervertida o abolida en ellas. Sólo no queréis seguir y profundizar la escuela del Cristianismo.
Resistencia natural, por lo demás. Profundizando en la cultura religiosa estaríais obligados o a seguir la Ley -y no lo queréis hacer- o a confesar abiertamente que queréis pisotear la Ley. Y tampoco queréis hacer esto. Por ello no queréis haceros doctos en la Ciencia sobrenatural.
Pero ¡pobres necios! Y ¿qué haréis con vuestras escuelitas y de vuestras palabritas cuando tengáis que hacer mi examen? Habéis apagado en vosotros la luz infinita de la Ciencia verdadera y habéis creído iluminar vuestras almas con substitutivos de luz, así como pobres locos que pretendieran apagar el sol haciendo con muchos farolillos un nuevo sol. Pero aunque las nieblas escondan el sol, el sol está siempre en mi firmamento. Pero aunque con vuestras doctrinas creéis nieblas que ocultan el Saber y la Verdad, la Verdad y el Saber existen siempre porque vienen de Mí que soy eterno.
Buscad la verdadera Sabiduría y comprenderéis cómo debe comprenderse la Ciencia. Liberad vuestras almas de todas las superestructuras artificiales y alzad en ellas la verdadera Fe. Como agujas de una catedral espiritual florecerán sobre ellas Ciencia, Sabiduría, Inteligencia y Fortaleza y Humildad y Continencia, porque el verdadero sabio sabe no sólo lo cognoscible humano, sino que sabe la cosa más difícil: dominarse a sí mismo en las pasiones de la carne y hacer de su parte inferior el pedestal para alzar su alma y lanzar el espíritu hacia los Cielos, al encuentro conmigo que vengo y estoy en cada cosa y que deseo ser el verdadero y santo Maestro de mis hermanos» .
Más tarde
Dice Jesús:
«Las siete plagas últimas corresponden a los siete truenos no descritos 91. Como siempre, son descripciones figurativas pero en las cuales no está excluida totalmente la realidad. Te explico cuanto estimo oportuno que te sea explicado de ellas.
La primera es la úlcera.
Desde los tiempos de Moisés castigué con enfermedades repugnantes a las criaturas que habían cometido pecados imperdonables hacia Mí. María, hermana de Moisés, tuvo el cuerpo cubierto de lepra por haber hablado mal de mi siervo Moisés. ¿Cómo no debe suceder igual y todavía más a quienes hablan mal de su Dios? La lepra, o la úlcera que sea, se extiende cada vez más porque habéis extendido cada vez más vuestros pecados contra Dios y contra la admirable obra de Dios que sois vosotros.
Cuando os revolcáis en la lujuria, ¿no creéis que cometéis un pecado contra Dios? Pues sí que lo cometéis, porque profanáis vuestro cuerpo donde el espíritu reside para acogerme a
91 En el dictado del 20 de agosto
Mí, Espíritu Supremo. ¿Y hasta qué punto está llegando la lujuria del hombre, cumplida con fría y consciente voluntad? Es mejor no profundizar en este abismo de repugnante degradación humana. Yo te digo que se llamaban inmundos ciertos animales, pero que el hombre los ha superado ya y todavía los superará más, y que si se pudiera crear un nuevo animal, obtenido del cruce de los monos con las serpientes y con los cerdos, todavía sería menos inmundo que ciertos hombres, los cuales tienen del hombre el aspecto, pero tienen el interior más lúbrico y repugnante que el animal más sucio.
Como te he dicho, la humanidad se divide cada vez más. La parte espiritual, exigua al máximo, asciende. La parte carnal, numerosísima, desciende. Desciende a una profundidad de vicio espantosa. Cuando llegue el tiempo de la ira, la humanidad habrá alcanzado la perfección del vicio.
¿Y quieres que el hedor interno de sus almas muertas no transpire al exterior y corrompa las carnes, adoradas más que a Mí y usadas para todas las prostituciones? Y como las úlceras serán provocadas por vosotros, así llenaréis de sangre el mar y las aguas de los ríos. Los estáis llenando ya con vuestras carnicerías, y los habitantes de las aguas disminuyen, matados por vosotros, contribuyendo a vuestra hambre. Habéis pisoteado tanto los dones que Dios os ha dado para vuestras necesidades materiales, que tierra, cielo y aguas se están haciendo vuestros enemigos y os niegan los frutos de la tierra y los habitantes de las aguas, de los ríos, de los bosques, del aire.
Matad, matad si queréis, pisotead la ley de amor y de perdón, esparced la sangre fraterna y especialmente la sangre de los buenos, que perseguís justamente porque son buenos. Pero tened cuidado no sea que un día Dios os obligue a saciar vuestra hambre y vuestra sed con la sangre que habéis derramado, en oposición con mi orden de paz y de amor.
Rebeldes vosotros a las leyes que os he dado, rebeldes hacia vosotros los astros y los planetas que hasta ahora os han donado la luz y calor que necesitabais, obedeciendo, ellos, a las reglas que Yo he señalado por bondad hacia vosotros.
Enfermedades repugnantes como marca de vuestro vicio; sangre en las aguas como testimonio de toda la sangre que habéis querido derramar, y entre ésta está la mía; fuego del sol para haceros probar por adelantado las brasas eternas que esperan a los malditos; tinieblas para advertiros de que las tinieblas esperan a quien odia la Luz: todo esto para induciros a reflexionar y arrepentiros.
Y no servirá. Continuaréis precipitando. Continuaréis cumpliendo vuestras alianzas con el mal, preparando el camino a los «reyes de Oriente», es decir, a los ayudantes del Hijo del Mal.
Parece que sean mis ángeles quienes traen las plagas. En realidad sois vosotros.
Vosotros las queréis y vosotros las tendréis.
Hechos dragones y bestias vosotros mismos, por haberos desposado con el Dragón y la Bestia, daréis a luz, de vuestro interior corrompido, los seres inmundos: las doctrinas demoniacas absolutas que realizando falsos prodigios seducirán a los poderosos y los arrastrarán a batalla contra Dios. Estaréis tan pervertidos que tomaréis por prodigios celestiales cuanto es creación infernal.
María, ahora te cojo de la mano para conducirte al punto más oscuro del libro de Juan. Los comentaristas del mismo han agotado su capacidad en muchas deducciones para explicar a sí mismos y a las muchedumbres quien sea la «gran Babilonia». Con visión humana, a la que las sacudidas producidas por acontecimientos deseados o por acontecimientos sucedidos no es ajena, han dado el nombre de Babilonia a muchas cosas.
¿Pero cómo no han pensado nunca que la «gran Babilonia» sea toda la Tierra? ¡Sería un Dios Creador muy pequeño y limitado si sólo hubiera creado la Tierra como mundo habitado!
Con un latido de mi querer he suscitado mundos y mundos de la nada y los he proyectado, polvillo luminoso, en la inmensidad del firmamento.
La Tierra, de la que estáis tan orgullosos y tan feroces, no es más que uno de los polvillos rotantes en el infinito, y no el más grande. Pero ciertamente es el más corrompido. Vidas y vidas pululan en los millones de mundos que son la alegría de vuestra mirada en las noches serenas, y la perfección de Dios os aparecerá cuando podáis ver, con la visión intelectual del espíritu unido nuevamente a Dios, las maravillas de esos mundos.
¿No es acaso la Tierra la gran meretriz que ha fornicado con todas las potencias de la tierra y del infierno, y los habitantes de la Tierra no se han prostituído a sí mismos: cuerpos y almas, con tal de triunfar en el día de la tierra?
Sí que es así. Los delitos de la Tierra tienen todos los nombres de blasfemia, como los tiene la Bestia con la que se han aliado la Tierra y sus habitantes con tal de triunfar. Los siete pecados están como ornamento horrible sobre la cabeza de la Bestia que transporta Tierra y terrestres a los pastos del Mal, y los diez cuernos, número metafórico, están para demostrar las ‘infinitas infamias cumplidas con tal de obtener, a cualquier precio, cuanto quiere su feroz codicia.
¿Acaso no está la Tierra empapada de la sangre de los mártires, ebria por este licor santo que bebido por su boca sacrílega se ha transformado en filtro de embriaguez maldita? La Bestia que la lleva: compendio y síntesis de todo el mal cumplido desde Adán en adelante con tal de triunfar en el mundo y en la carpe, trae detrás de sí a quienes, adorándola, se harán reyes de una hora y de un reino maldito. Sois reyes como hijos de Dios, y es reino eterno. Pero os hacéis reyes de una hora y de un reino maldito cuando adoráis a Satanás, el cual no puede daros más que un efímero triunfo pagado a precio de una eternidad de horror.
La Bestia -dice Juan- fue y no es. Así será al final del mundo. Fue, porque realmente ha existido; no es porque Yo, Cristo, la habré vencido y sepultado porque, entonces, ya no será necesaria para los triunfos del mundo 92.
¿No está la Tierra sentada sobre las aguas de sus mares y no se ha servido de éstos para dañar? ¿De qué no se ha servido? Pueblos, naciones, razas, confines, intereses, alimentos, expansiones, todo le ha servido para fornicar y cumplir desaforados homicidios e iscarióticas traiciones. Sus propios hijos, nutridos por ella con sangre de pecado, cumplirán la venganza de Dios sobre ella, destruyéndola, destruyéndose, llevando la suma de los delitos contra Dios y contra el hombre al número perfecto que exige el retumbar de mi: «¡Basta!».
La sangre de los mártires y de los profetas hervirá en esa hora, perfumando mi trono con agradable olor grato, y los terrones de la tierra, que han recogido los gemidos de los asesinados por odio hacia Mí recibiendo sus últimas sacudidas, lanzarán un gran grito hecho de todos esos santos gemidos y temblarán de convulsión de angustia, sacudiendo las ciudades y las casas de los hombres en las que se peca y mata, y llenando la bóveda de los Cielos de voz que clama Justicia.
Y habrá Justicia. Yo vendré. Vendré porque soy Fiel y Veraz. Vendré a dar Paz a los fieles y Juicio santo a los vividos. Vendré con mi nombre cuyo sentido tan sólo es conocido por Mí y en cuyas letras están los atributos principales de Dios de quien soy Parte y Todo.
Escribe: Jesús 93: Grandeza, Eternidad, Santidad, Unidad. Escribe: Cristo: Caridad, Redención, Inmensidad, Sabiduría, Trinidad, Omnipotencia (de Dios condensada en el nombre del Verbo humanado). Y si te parece que falte algún atributo, piensa que la Justicia está comprendida en la santidad, porque quien es santo es justo, la Realeza en la grandeza» la Creación en la omnipotencia. Por eso en mi nombre están proclamadas las alabanzas de
92 En una copia dactilográfica, la escritora anota a pie de página, a lápiz: Después de la derrota del Anticristo y la destrucción de Babilonia
93 En el original italiano se lee «Gesú» (NdT)
Dios.
Nombre santo cuyo sonido aterra a los demonios. Nombre de Vida que das Vida, Luz, Fuerza a quien te ama e invoca.
Nombre que es corona sobre mi cabeza 94 de vencedor de la Bestia y de su profeta que serán presos, clavados, sumergidos, sepultados en el fuego líquido y eterno cuya mordaz crueldad es inconcebible para el sentido humano.
Entonces será el tiempo de mi Reino de la Tierra. Por ello habrá una tregua en los delitos demoníacos para dar tiempo al hombre de volver a oír las voces de cielo. Quitada de en medio la fuerza que desencadena el horror, descenderán como cascadas de gracia, como ríos de aguas celestes, de las grandes corrientes espirituales, para decir palabras de Luz.
Pero del mismo modo que a lo largo de los siglos no recogieron las Voces aisladas, comenzando por la del Verbo, que hablan de Bien, los hombres estarán sordos, siempre sordos, menos los señalados por mi signo, mis amigos dilectísimos atentos a seguirme, sordos a las voces de muchos espíritus, a las voces semejantes al rumor de muchas aguas que cantarán el cántico nuevo para guiar a los pueblos al encuentro con la Luz y sobre todo a Mí: Palabra eterna. Cuando se haya cumplido la última tentativa 95, Satanás vendrá por última vez y encontrará seguidores en los cuatro rincones de la tierra, y serán más numerosos que la arena del mar.
¡Oh! ¡Cristo! ¡Oh! ¡Jesús que has muerto para salvar a los hombres! Sólo la paciencia de un Dios puede haber esperado tanto, haber hecho tanto, y haber obtenido tan poco sin retirar a los hombres su don y hacerles perecer mucho antes de la hora señalada. Sólo mi Paciencia que es Amor podía esperaros, sabiendo que, como arena que se filtra por una sutilísima criba, escasamente algún alma llegaría a la gloria respecto de la masa que no sabe, que no quiere filtrarse a través de la criba de la Ley, del Amor, del Sacrificio, para alcanzarme.
Pero en la hora de la venida, cuando, como Dios, Rey y Juez, Yo venga para reunir a los elegidos y maldecir a los réprobos, arrojándoles allí donde el Anticristo, la Bestia y Satanás ya estarán para siempre, tras la suprema victoria de Jesucristo, Hijo de Dios, Vencedor de la Muerte y del Mal, a estos elegidos que han sabido permanecer «vivos» en la vida, vivos en el espíritu esperando nuestra hora de triunfo, les daré la posesión de la morada celeste, les daré a Mí mismo sin pausas y sin medida.
Aspira a esa hora, María. Llámala y llámame con todas las fuerzas de tu espíritu. He aquí, ya vengo cuando un alma me llama. Junto al Amado que vio desde la Tierra la gloria del Cordero, Hijo de Dios, la gloria de su y de tu Jesús, di, con cada latido de tu corazón: «Ven, Señor Jesús»».
Soy un trapo, un pobre trapito. Sólo tengo el alma sumergida en la dulzura.
Al dictarme, Jesús me hace entender que cuando dice Tierra quiere decir mundo tomado no como globo de polvo y de aguas, sino más bien, como unión de personas. No sé si lo sé explicar bien. Cuando dice Tierra quiere decir, diré así: ente moral, y cuando dice tierra quiere decir simplemente planeta compuesto de terrenos, de montes, de aguas. Culpable la primera, inocente la segunda.
Por esto puede decir sin contradecirse que la sangre de los mártires ha llegado a ser veneno para la Tierra que la ha bebido (en sus habitantes) con ira sacrílega y la ha derramado (en sus potencias estatales) con abuso blasfemo de poder temporal; mientras que la tierra globo, rotante en el espacio del éter, ha bebido con respeto y acogido con amor la
94 Como arriba, la escritora anota: en el período de paz que precede el juicio
95 Como arriba, la escritora anota: La tentativa de la paz después de los castigos, de la evangelización espiritual
sangre de los mártires y sus convulsiones agónicas, y las presenta, la una y las otras, al Eterno, pidiendo, materna y piadosa, que no hayan sido derramadas y sufridas en vano y que se haga justicia de ellas.
Estoy contenta de haber recibido la explicación directa del Libro que me gusta tanto, pero humanamente le aseguro que estoy deshecha. Me parece ser algo vacío, una cosa exprimida. No tengo nada más dentro después de haber tenido tanto.
En estos días, aplastada bajo las grandes voces que escuchaba dentro, tenía una intolerancia hacia el ruido humano, ¡y he tenido tanto a mi alrededor! He sufrido muchísimo, apresada entre los obstáculos comunes de la vida y las exigencias sobrenaturales del Ma- estro.
Bien. Ya está hecho. Y ahora digo: «Un poco de descanso, si no la pobre escritorzuela de Jesús termina rompiéndose como una máquina demasiado usada». Ahora a usted para la copia. Pero, cuando me traiga el fascículo, tráigame también este cuaderno. Me cuesta menos corregir si tengo delante el manuscrito. Si no ¿cómo hago para recordar y añadir las palabras que faltan? ¿Quién se acuerda? Después se lo devuelvo.
Y en cambio todavía hay que decir. Dice Jesús:
«Antes de cerrar este ciclo hay que hablar de las dos resurrecciones.
La primera comienza en el momento en que el alma se separa del cuerpo y aparece ante Mí en el juicio particular. Pero sólo es resurrección parcial. Más que resurrección se podría decir: liberación del espíritu de la envoltura de la carne y espera del espíritu para reunirse con la carne y reconstruir el templo vivo, creado por el Padre, el templo del hombre creado a imagen y semejanza de Dios.
Una obra a la que le falta una parte está incompleta y es imperfecta. La obra hombre, perfecta en su creación, está incompleta e imperfecta si no está unida en sus diversas partes. Destinados al Reino luminoso o a la morada tenebrosa, los hombres deben estar en éstos para siempre con su perfección de carne y espíritu.
Por esto se habla de la primera y de la segunda resurrección. Pero observa.
Quien ha matado su espíritu con vida terrena de pecado viene a Mí, en el juicio particular, con un espíritu ya muerto. La resurrección final hará que su carne vuelva a coger el peso del espíritu muerto para morir totalmente con él. Mientras que quien ha vencido a la carne en la vida terrena viene a Mí, en el juicio particular, con un espíritu vivo que, entrando en el Paraíso, aumenta su vivir.
También los purgantes son «vivos». Enfermos, pero vivos. Lograda la curación en la expiación, entrarán en el lugar que es Vida. En la resurrección final su espíritu vivo de mi Vida, a la que estarán indisolublemente unidos, volverá a tomar la carne para glorificarla y vivir totalmente con ella así como Yo vivo con ella.
Por eso se habla de muerte primera y segunda, y, en consecuencia, de resurrección primera y segunda. El hombre debe llegar por propia voluntad a esta posesión eterna de la Luz -porque en el Paraíso poseéis a Dios, y Dios es Luz- , como por propia voluntad ha querido perder la Luz y el Paraíso. Yo os doy las ayudas, pero la voluntad debe ser la vuestra.
Yo soy fiel. Os he creado libres y libres os dejo. Y si pensáis cuánto es digno de admiración este respeto de Dios por la voluntad libre del hombre, podéis entender cómo sería vuestro deber no abusar de ello, utilizándola para el mal, y tener respeto, reconocimiento y amor hacia el Señor, Dios vuestro.
A los que no han abusado, Yo digo: «Está preparada vuestra morada en el Cielo, y deseo
ardientemente que estéis en mi Beatitud»».
23 de agosto
7 horas
Al Padre 96 y a mí.
Dice Jesús:
«Te repito a ti y al Padre palabras que he dicho hace 20 siglos y que son siempre nuevas y ahora particularmente apropiadas a vuestro caso: «Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor… Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea completa. Vosotros sois mis amigos si hacéis aquello que os mando. Ya no os llamo siervos, porque os he dado a conocer lo que he oído de mi Padre. No sois vosotros los que me habéis elegido a Mí, sino Yo quien os ha elegido a vosotros y os he des- tinado a ir y dar frutos duraderos. Amaos mutuamente y amadme cada vez más. El mundo os odia porque os he elegido. El mundo sólo se ama a sí mismo y a sus propias obras y odia lo que está bajo mi Nombre. No obstante he hecho y hago en el mundo obras que ningún otro ha hecho. Por ello no tienen excusa los que me odian. Pero esto debe suceder porque está dicho: ‘Me odiaste sin razón’. No obstante no tienen excusa en su obstinación en el mal, porque si Yo no hubiera venido como Maestro estarían excusados, pero Yo he venido y vengo y no se me quiere escuchar. Por esto no tienen ningún atenuante».
Yo os mando, con mandamiento de amor porque sois mis amigos, que no desperdiciéis estas palabras mías. Usadlas para vosotros y para muchas almas. No están dichas sin razón. Os las he dicho para vuestra alegría, ¡oh amigos míos!, con los que me es dulce decir los pensamientos más secretos y pedir ayuda para ser amado por quien ya no sabe amar y que perece sin saber ni siquiera que está pereciendo.
Quiero que vosotros viváis en alegría. Pero alegría sobrenatural, porque por mi amor seréis odiados por el mundo para el que Yo soy odioso. El mundo da penas y dolor a quien me ama. Pero no importa. Yo os digo: perseverad en mi amor. Yo seré vuestra recompensa.
Id y esparcid la Palabra. Andad con discernimiento y cuidado. No la apliquéis a todos del mismo modo. Que el Espíritu de Luz, del que se hablaba ayer en la Misa, os ayude en la elección de los textos que hay que dar a conocer y los que deben, por ahora, permanecer ocultos. Es mi consejo que hagáis una selección de las palabras dichas. Hay textos que por ahora deben permanecer un dulce coloquio entre nosotros. Otros que van dados a conocer sólo a personas que, por su veste o por su alma, están ya en grado de ser admitidos a ciertos conocimientos. Otros textos pueden ser dichos y difundidos entre las almas.
Todas mis palabras son santas, pero no son santas las muchedumbres. Por ello es necesario que seáis prudentes como serpientes para evitar las espirales engañosas de la gran serpiente que es el espíritu del mundo, el cual ahoga y envenena lo que es bueno o desvía de tal modo que el bien sirva de pretexto al mal.
Y los momentos en que vivís, pobres amigos míos, están aún más colmados de hastío y de espíritu contrario a Dios de lo que estuvieran cuando yo fui juzgado por un puñado de hombres enloquecidos por el pecado. Por ello es necesario ser vigilantes porque se encon- traría enseguida el pretexto de dañar a los enemigos, de incitar a las muchedumbres para fines no santos, que se revisten de una apariencia buena pero que por debajo son tan sólo una ebullición de pasiones y ambiciones sociales.
Mi Palabra de Verdad no debe servir para la mentira. Mi Palabra de Misericordia no debe
96 Padre Migliorini
servir para las venganzas. Por lo tanto, atención.
El Padre más que tú debe saber como regularse. Ore, orad. El Espíritu Santo os ayudará. Recordad siempre que tenéis entre las manos medicinas aptas para curar a las almas y que éstas han quedado muy mal por el escarnio que de ellas han hecho las pasiones y los pecados. Están destrozadas por las explosiones internas del Mal y desangradas por los golpes que reciben del externo. Son toda una llaga y están exhaustas. Como médicos, debéis tener toque ligero y suma paciencia para tratar a estas pobres llagadas y comunicar en ellas la Vida.
Yo no puedo callar lo que digo, y vosotros no podéis no recibir lo que os digo. Pero esto no quita que se requiera buen sentido para usar mi don.
Regulaos como para Sor Benigna 97. No una abierta y resonante difusión, sino un lento difundir cada vez más amplio, y que sea sin nombre. Esto para tutelar tu espíritu que la soberbia podría turbar y tu persona que no necesita otras agitaciones. Cuando tu mano esté firme en la paz en espera de resurgir en la gloria, entonces, sólo entonces se dará a conocer tu nombre.
Ser perseguidos por amor mío es una gloria. Pero tengo tan pocos amigos y tan escasos portavoces que no quiero que sean molestados o destruidos por el odio del mundo. Tengo compasión de las almas y tutelo a los portadores de mi Voz como y más que a Mí mismo.
No os hagáis la ilusión de obtener gran cosa con mis Palabras. Caen sobre almas casi todas muertas. Pero nosotros debemos intentar hasta lo último la salvación de los corazones. Hemos sido formados para esto, hermanos míos. Exhalamos por ello el verdadero oxígeno a las almas que sucumben por la asfixia del mundo, del sentido, del dinero. Nosotros cumplimos nuestra labor. Si ellos permanecen piedras sin vida, peor para ellos.
Te he hablado con palabras de hace 20 siglos, porque son siempre recientes y siempre dulces como entonces porque Yo soy eterno y fiel y vosotros, que os sucedéis en los siglos, sois siempre mis apóstoles de la hora presente, mis amigos, los ejecutores de la Voluntad del Padre y de mis deseos.
Os doy mi paz, ¡oh benditos míos!».
24 de agosto
(Respecto a la señora Curie 98). Dice Jesús:
«Son criaturas humanamente perfectas. En ellas todo ha alcanzado la perfección, excepto su espíritu que ha retrocedido cada vez más hasta hacerse un embrión de espíritu. Tienen un genio perfecto, una seriedad perfecta, una honestidad perfecta, una humildad perfecta. Todo humanamente perfecto. Su virtud es llama que no calienta. Es fuego frío. No tiene valor para Mí. Prefiero una espiritualidad imperfecta a una humanidad perfecta.
Tanto fulgor de perfección humana es como la luminosidad de 100, de 1000 lámparas en arco. Dan luz; es innegable. Pero es luz artificial que, si un pequeño mecanismo se estropea, muere enseguida y no queda nada de ella. Mientras el espíritu, aunque sea imperfecto, es siempre un pequeño sol viviente con luz propia que brota de la Gracia que está en él. Hablo del espíritu vivo, es decir, viviente en Mí, vivificado por la Gracia.
El haber poseído una inteligencia superior que les ha permitido adentrarse en los misterios de la naturaleza, también debería haberles llevado a ver la potencia de Dios y su existencia cuyo ser está escrito en todas las cosas creadas. En cambio nada de esto. Son seres llenos
97 Sor Benigna Consolata Ferrero (1885-1916)
98 Marie Curie (1867-1934)
de ciencia, pero faltos del hilo que lleva al conocimiento de cuanto existe. Inventores de lo nuevo, pero negadores de lo eterno. Descubridores de fuerzas secretas, pero indiferentes a la Fuerza de las fuerzas: Dios. Esto no lo buscan, mejor dicho voluntariamente lo niegan. O por lo menos lo descuidan.
Y por esto la ciencia humana, innegablemente avanzada, no da frutos buenos sino envenenados. Falta en el corazón y en la mente de los científicos el fuego del amor que hace respetar y amar a Dios, que hace respetar y amar al prójimo.
En el caso concreto, esa mujer no dañó, más bien benefició a los hermanos. Es ya mucho. Pero reflexiona sobre el impulso que hubiera imprimido a su escuela, a sus discípulos y a los discípulos de los discípulos si al encanto de su yo hubiera unido una religiosidad profunda.
Cree también, alma mía, que en la hora del juicio aparecerán más grandes pequeñas criaturas iletradas que no lumbreras de la ciencia. Las primeras encendidas por el amor, serán vivas estrellas en mi cielo. Las demás, aunque no las condenaré, por el bien que humanamente han cumplido, serán simplemente nebulosas en mi Paraíso. Serán los salvados por mi Misericordia sin ningún mérito por su parte, salvados más que por ellos mismos, por las oraciones de los beneficiados por ellos.
Ahora dime: ¿prefieres ser una pequeña nada en el campo del saber y ser mía, muy mía en ésta y en la otra vida, o te hubiera gustado ser astro aquí abajo y opaca nebulosa allí arriba? Sé ya tu respuesta y por esto te digo: «Has respondido sabiamente. Va en paz»».
25 de agosto
Dice Jesús:
«Para Mí no es diferente el grande que vive en los palacios o el pastor que duerme sobre la hierba en medio de su rebaño. Sois todos hermanos e hijos míos, y por ricos y pobres, por potentes y míseros he vertido mi Sangre.
Por ello no aplaudo ciertas diferencias que se están siguiendo ahora. No apruebo las matanzas, sea cuál sea el lugar donde se realizan. No las apruebo porque son contrarias a la caridad y porque son serio motivo a los débiles para desesperar. Pero no apruebo tampoco que exista quien, aprovechando una posición de privilegio, se salva dejando otros lugares bajo la tormenta diabólica.
Pero sabe que Yo estoy allí donde los míos sufren. Estoy por ello donde es más vivo el peligro e inminente la desgracia. Allí donde se muere, por obra del hombre, allí está el Redentor que absuelve y bendice».
26 de agosto
Dice Jesús:
«Es talla belleza, la potencia, la fuerza de la Fe que sólo podréis entender su plenitud en el Cielo. Aquí abajo no tenéis más que un pálido reflejo, incluso en las almas más invadidas de Fe. Pero este reflejo es ya tan amplio que basta para dar una orientación a toda una vida y conducirla derecha derecha a Mí.
Hablo de la Fe. De la verdadera Fe: De mi Fe. No hay sino un Dios, no hay sino un Cristo, no hay sino una Fe.
Esta verdadera Fe que ha nacido con el hombre, habitante de la Tierra, única flor en el desierto y en el exilio del primer hombre y de su descendencia, que se ha perfeccionado en los siglos, alcanzando la plenitud con mi venida -sello, que no miente y que no se puede desmentir- a la fe de los patriarcas y de los profetas, esta Fe que custodia la Iglesia,
depositaria de los tesoros del Verbo, no es cambiable, porque comparte con su Creador los atributos de inmutabilidad y de perfección.
Fíjate bien. ¿Qué aseguraba la Fe a los antiguos padres? Mi venida, acto de una caridad tan excelsa que sólo él basta para dar seguridad en un Dios, Padre del género humano. Aseguraba la vida eterna reservada a todos los que han muerto en el Señor y anunciaba eterno castigo a los transgresores de la Ley del Señor. Aseguraba nuestra Una y Trina Entidad. Aseguraba la existencia del Espíritu Santo del que viene toda sobrenatural luz espiritual.
¿Qué asegura la Fe de los cristianos, desde hace 20 siglos hasta ahora? Las mismas cosas. ¿Acaso he cambiado Yo la Fe? No. Al contrario la he confirmado y la he construido alrededor la roca fuerte de mi Iglesia Católica, apostólica, romana, en la que está la Verdad depositada por Mí mismo.
Hasta el último día y el último hombre la Fe es y permanece «aquélla». No puede ser otra. Que si vosotros me decís que el mundo evoluciona, Yo os respondo que tal evolución no es obstáculo a la Fe, sino más bien os debe hacer cada vez más fácil el creer.
Creer no quiere decir ser bobalicones. Creer es aceptar y comprender según la luz de la inteligencia cuanto os viene dicho por los que no han mentido nunca: los santos de Dios, partiendo de los patriarcas; creer es entender a la luz de la Gracia, que plena y abun- dantemente os he traído, todo lo que aún permanece oscuro a la inteligencia. Creer es sobre todo amar. La credulidad es necia. El creer es santo porque es tener el espíritu obediente a los misterios del Señor.
Bienaventurados los que no cambian su fe. Bienaventurados los que permanecen fieles al Señor. Luz sobre luz es la Fe en un ser. Las cosas, todas las cosas: sean naturales o sobrenaturales, se revelan en una luz de verdad, ignorada por los incrédulos, y el alma sube a las alturas de amor, de veneración, de paz, de seguridad.
No, no se puede describir con palabra humana lo que es la Fe en un corazón. Y no se puede tampoco entender, por parte de los que creen, cuál sea el abismo de terror, de tiniebla, de aniquilamiento de un corazón falto de Fe.
Pero no juzgues nunca a tus desgraciados hermanos incrédulos. Cree también por ellos. Para reparar sus negaciones. Sólo Yo juzgo. Sólo Yo condeno. Sólo Yo premio. Y sólo Yo sé cómo quisiera solamente premiar, porque os amo. Os amo hasta el punto que para poderos salvar he muerto por vosotros, por todos vosotros. Y no me podéis dar mayor alegría que la de salvar vuestra alma: dejármela salvar. Y no me podéis dar mayor dolor que el de querer perder vuestra alma rechazando mi don de salvación.
Ahora piensa tú, María mía, cuánto dolor tiene tu Jesús. Tu Jesús que ve perecer a las almas como flores abrasadas por un viento de fuego que día a día acelera su obra destructora. En verdad te digo que esto es más doloroso que la bárbara flagelación.
Tu Jesús llora, María. Lloremos juntos sobre las pobres almas que quieren morir. Aunque nuestro llanto no las salve, quedará siempre el tuyo como consuelo de tu Jesús, y sé bendita por este consuelo».
27 de agosto
Dice Jesús:
«También en el Apocalipsis parece que los periodos se confunden, pero no es así. Sería mejor decir: se reflejan en los tiempos futuros con aspectos cada vez más grandiosos.
Ahora estamos en el período que Yo llamo: de los precursores del Anticristo. Después vendrá el período del Anticristo que es el precursor de Satanás. Esto estará ayudado por las
manifestaciones de Satanás: las dos bestias nombradas en el Apocalipsis. Será un período peor que el actual. El Mal crece cada vez más. Vencido el Anticristo, vendrá el período de paz para dar tiempo a los hombres, impresionados por el estupor de las siete plagas y por la caída de Babilonia, de recogerse bajo mi signo. La época anticristiana subirá a la máxima potencia en su tercera manifestación, es decir cuando llegue la última venida de Satanás.
¿Habéis entendido? Es necesario creer, y no cavilar. Verdaderamente tú habías entendido, precisamente porque no cavilas. Los dictados no se contradicen entre ellos. Es necesario saberlos leer con fe y sencillez de corazón.
Como a quien urge el hacer entender una cosa, Yo voy siempre derecho a la cosa que más importa y que aquí es mi reino. Porque en el reino está la justificación del haberme encarnado y haber muerto. Porque en el reino está la prueba de mi infinita potencia, bondad, sabiduría. Porque en el reino está la prueba de la vida eterna, de la resurrección de la carne, de mi poder de Juez. Por ello cuando he hablado para explicar el Apocalipsis, en los puntos concretos explicados, he puesto casi siempre como corona mi Juicio, mi triunfo, mi reino, la derrota de Satanás en sí mismo, en su criatura, en los precursores.
Leed bien y veréis que no hay contradicción. Lo dicho, dicho está» .
28 de agosto
Dice Jesús:
«Cuando Yo digo ser «el eterno Inmolado» 99 no digo un concepto nuevo. Quienes estuvieron más cercanos a Mí -Pedro y Juan- tienen el mismo concepto. Ni pueden tenerlo distinto todos los que meditan sobre las obras del Padre, del Hijo y del Espíritu.
Tal vez a vosotros hombres os causa estupor que Dios, sabiendo por su infinita Inteligencia todas las cosas, haya procedido a crear el hombre, y casi os preguntáis si Dios sabía o no sabía todo lo que el hombre habría cometido.
¡Oh! ¡lo sabía! Nada es desconocido al Dios Uno y Trino. Todos los acontecimientos del Universo: nacimientos y muertes de planetas, formarse y disgregarse de nebulosas, vida o muerte sobre los astros lanzados en el espacio, cataclismos, explosiones, son conocidos, eternamente, por el Eterno. Y del mismo modo eternamente son conocidos todos los sucesos de la Tierra: uno de los millones de mundos creados por Dios, el que a vosotros es conocido porque sois sus habitantes.
Y eternamente son conocidos todos los acontecimientos del hombre, tomado como habitante de la Tierra. Antes de que Adán existiera, Dios sabía que Adán pecaría. Y con él pecarían, durante milenios, la raza de Adán. Ni uno de los pecados de los hombres, ni una de las virtudes de los hombres, son desconocidas por nuestra Sabiduría, sea en el momento en que acontecen, sea por un tiempo tan anticipado que no tiene comparación con ningún límite de vuestro tiempo, remontándose hacia atrás en los siglos de los milenios hasta la no existencia del tiempo: a la eternidad.
Lanza la mirada, ¡oh María!, a nuestra eternidad. Sumérgete en este signo de Dios. Es como si tú fijas la mirada hacia un cielo limpísimo y piensas que más allá de aquel azul, que te parece límite, hay otro, otro, otro espacio ilimitado, cada vez más alto… Un vórtice de éter, un remanso de azul que cuanto más subes más profundo se hace, ni le encuentras confín. Su azul, que es, que no es más que su no ser, como sustancia consistente. Su azul está hecho por millones incalculables de kilómetros de éter en el que danzan los mundos creados por mi Padre.
99 En el dictado del 17 de agosto
Lo mismo es nuestra eternidad. ¡Es! ¿Cuándo comenzó? ¡Nunca! ¿Cuándo terminará?
¡Nunca! ¿Cuánto durará? ¡Siempre! ¿Desde cuándo dura? ¡Desde siempre!
Nunca. Siempre. Medita qué inmensa potencia hay en estas dos palabras aplicadas a la Perfección. No vuestro «siempre» unido a vuestra breve vida y que no dura ni siquiera lo que dura la vida. No vuestro «nunca» sujeto a tan rápidas desmentidas. Sino nuestro «siempre» y nuestro «nunca» que no conocen ninguna mengua y se revisten de nuestra Perfección.
Nada está oculto para Dios. Nada. Y entonces, os preguntáis vosotros, pobres hombres,
¿por qué Dios ha creado al hombre?
¡Oh! ¡qué inútil porqué! ¿Quisierais vosotros juzgar la obra de Dios? ¿Hacer un proceso a sus acciones? Cuando estéis en la gloria comprenderéis todos los misteriosos por qué. Leeréis, con la mirada del espíritu libre, páginas que ahora ignoráis, que ahora inútilmente queréis ojear cayendo, por vuestra inútil soberbia de hormigas que quieren perforar un monte de mármol, en los más perniciosos errores.
¡Cuántos misterios tiene aún el Universo para vosotros! Estáis sumergidos en el misterio. Misterio de Dios. Misterio de los por qué de Dios. Misterio de la segunda vida. Misterio de las leyes cósmicas. Misterio de relaciones entre este planeta vuestro y los otros mundos. Misterios de las relaciones entre los vivientes sobre la tierra y los que ya han pasado a la segunda vida.
Vuestra curiosidad humana, la necesidad de vuestra alma de volver a sus orígenes, os dan santas y no santas inquietudes.
Santas, cuando os empujan a obrar bien deseando profundizar el misterio y la unión con lo sobrenatural para sentiros menos exiliados fuera del Reino del espíritu, y para haceros cada vez más capaces de entender las palabras espirituales y merecerla vida espiritual que alcanza la perfección en la otra vida, en mi bienaventuranza.
No santas, cuando queréis, descartando la bella y sencilla Fe, imitar a Adán y conocer lo que no es útil por ahora conocer, violando el secreto, forzando celestiales puertas, molestando reposos paradisíacos, atravesando barreras intocables.
Esto está mal, hijos míos. Creedlo. Dejad a vuestro Dios la iniciativa de instruiros sobre los misterios del más allá. Él sabe hasta qué punto os puede introducir en el secreto que está más allá de la muerte. Fiaos de vuestro Padre y Maestro. No queráis irrespetuosamente ir más allá del límite. No queráis querer más de lo que quiere Dios. Respetad.
Vaya esto para todos los que no se contentan con cuanto he dicho y quieren saber más
¿Pero creéis vosotros que si hubiera sido bueno el saberlo, Yo habría desmemoriado a los tres resucitado s del Evangelio? Sin embargo ninguno de ellos dijo lo que hay en la otra parte. Ni siquiera Yo, Verbo del Padre y Sabiduría infinita, os he revelado el misterio de la muerte y con él otros, cuyo conocimiento no es necesario para vuestra santificación, sino más bien es nocivo para la misma.
Creer es más alto que conocer. Creer es amar. Lo vuelvo a decir 100. Creed por lo tanto que si Dios os ha creado ha sido por impulso de amor. Creedlo con amor para responder a tal amor.
Y con séptuplo amor creed que Yo, el eterno Inmolado, soy llamado así con justa palabra porque, antes de que el tiempo existiera, Yo soy el destinado a ser inmolado para salvaros.
No ha iniciado mi holocausto con mi vida corporal. No. Existía antes de que Yo me hiciera carne en el seno de la Virgen. No ha iniciado con la expulsión de Adán. No. Existía antes de que Adán pecara. No ha iniciado cuando el Padre dijo: «Hagamos al hombre». No. Existía antes de tal pensamiento creativo.
100 Ya en el dictado del 26 de agosto
Ese holocausto, cumplido por la segunda Persona de Nuestra Trinidad santa, es como el latido en el centro del eterno corazón de nuestro Ser, desde siempre. Desde siempre,
¿entiendes? Eterno como Nosotros somos eternos. Todo previsto y todo preordenado, eternamente.
Yo soy el eterno Inmolado, la Víctima eterna, Aquel que os comunica su Sangre para curaros de las enfermedades de las culpas, Aquel que os robustece con ella en Dios, Aquel que os da todas las certezas de la fe y de la esperanza y os nutre con su caridad para que podáis creer, vivir en Dios, santificaros por medio de la Palabra que no muere y que no permite que muera quien se nutre de ella.
Creed en Mí, amigos míos, y pedidme la gracia de creer cada vez más. La luz de la Fe y la de la caridad os permitirán ver cada vez más claramente a vuestro Dios, vuestro Jesús, ya desde esta vida».
29 de agosto
Dice Jesús:
«Veamos juntos este punto del libro de Samuel: «La obediencia vale más que los sacrificios, mejor la docilidad que la grasa de los carneros. Como pecado de hechicería es la rebeldía, crimen de idolatría la contumacia» (lS, cap. 15°, v. 22).
La obediencia. La virtud que no queréis practicar. Nacéis y, apenas podéis manifestar un sentimiento, es sentimiento de rebeldía a la obediencia. Vivís siendo desobedientes. Morís aún desobedientes. El bautismo borra el pecado original, pero no anula la toxina que os deja el pecado.
¿Qué ha sido, en el fondo, el pecado original? Una desobediencia. Adán y Eva quisieron desobedecer al Padre Creador, incitados a cumplir este acto de desamor por el sumo Desobediente, el cual se ha hecho demonio rechazando obediencia de amor al Sumo Dios. Este veneno anida en vuestra sangre y sólo una constante voluntad vuestra lo hace incapaz de dañar a vuestro espíritu de manera mortal.
Pero, ¡oh hijos míos!, ¿qué cosa más meritoria que ésta puede ser cumplida por vosotros?
Mirad bien.
Todavía es más fácil hacer un sacrificio, una ofrenda, practicar una obra de misericordia, que obedecer constantemente al querer de Dios. Éste se os presenta minuto a minuto como agua que fluye y pasa trayendo otras olas de agua y detrás de éstas otras aún. Y vosotros sois como peces que aún sumergidos en la Voluntad de Dios os resbala. Si queréis salir de ella, moriréis, hijos míos. Es vuestro elemento vital. Ni hay gota de ella que no provenga de una razón de amor. Creedlo.
Obedecer es hacer la voluntad de Dios. Esa voluntad que os he enseñado a pedir que se cumpla con el Padre nuestro y que os he enseñado a practicar con la palabra y con el ejemplo, llevado hasta la muerte.
No obedecer y rebelarse es cumplir un pecado de magia, dice el libro. En efecto ¿qué hacéis rebelándoos? Pecáis. Y el pecado ¿qué produce? Vuestro desposorio con el demonio. ¿No hacéis por lo tanto magia? ¿No os transformáis mágicamente de hijos de Dios en hijos de Satanás?
No obedecer y no quererse sujetar es como un pecado de idolatría, continúa diciendo el libro. En efecto ¿qué hacéis no sujetándoos? Rechazáis a Dios rechazando su Voluntad. Lo repudiáis como Padre y Señor. Pero como el corazón del hombre no puede estar sin adorar cualquier cosa en el puesto del Dios verdadero que rechazáis, adoráis vuestro yo, vuestra carne, vuestra soberbia, vuestro dinero; adoráis a Satanás en sus más agudas
manifestaciones. He aquí porqué os hacéis idólatras. ¿De qué? De dioses de lo más ho- rrendos que os tienen esclavos y esclavos infelices.
Venid, venid, queridos hijos de mi amor, venid al yugo paterno que no hace mal, que no oprime, que no degrada, sino que al contrario os sujeta y os guía y os asegura el alcanzar el bienaventurado reino donde no hay más dolor.
El mundo, que quiere desobedecer, no sabe que sería suficiente este acto de obediencia para salvarse. Volver a entrar en el surco de Dios, seguir la voz de Dios, obedecer, obedecer, volver a encontrar la casa del Padre, dejada escapar por una quimera de falsa dignidad, volver a encontrar la mano del Padre que bendice y resana, volver a encontrar el corazón del Padre que ama y perdona.
Pensad, hijos, que para volver a daros la gracia perdida dos Purísimos, dos Inocentísimos, dos Buenísimos, debieron consumar la Obediencia suma. La salvación del género humano tuvo, en el tiempo, inicio en el «fiat» de María ante mi arcángel, y tuvo fin en el «consummatum» de Jesús en la cruz. Las dos obediencias más dolorosas y las menos obligatorias, porque mi Madre y Yo estábamos por encima de la necesidad de expiar, con la obediencia, el pecado.
Nosotros, que no pecamos, hemos redimido vuestro pecado obedeciendo. ¿Y no querréis vosotros, pobres hijos, imitar a vuestro Maestro y obtener misericordia con la obediencia que es prueba de amor y de fe?
Más bello y agradable que las mismas iglesias, que me levantáis por voto, y que cualquier voto, es esta flor espiritual del alma, nacida, sobre la tierra, en el corazón del hombre pero que florece en el Cielo, eterna, para vuestra gloria».
30 de agosto
Dice Jesús:
«Que tu respuesta, sea al prójimo que se sorprende y te hace observar el aparente abandono de Dios hacia ti, sea al tentador que te quiere persuadir de que todo tu sacrificio no te obtiene alivio de parte de Dios, sea la misma del viejo Tobías. También a ti misma debes decir: «Nosotros somos hijos de santos, y esperamos la vida que Dios dará a quienes no pierden nunca su fe en El».
Hijos de santos y llamados a la misma santidad.
¿Tú no eres hija de Dios, María? ¿Y quién es más santo que tu Padre? Si Él, que es el Santo de los santos, quiere para ti tanto dolor, es signo de que este dolor tiene por fin una alegría proporcional al dolor: o sea tanta, desmesurada alegría, y alegría sin fin.
El alma que llega a creer firmemente que todo cuanto le sucede tiene origen en un amor y produce alegría eterna, está segura como dentro de una fortaleza. No puede perecer. Sufre, pero su dolor es sobrenatural y da frutos sobrenaturales de vida.
Todavía un poco y después vendrá la alegría. Aún un poco y después vendré Yo. Vendré no con los límites que debo imponer ahora al encuentro para adaptarlo a tu humanidad. Sino que vendré como Dios al alma: o sea libremente, completamente. No temas. Verás entonces como mi morada es infinitamente más hermosa de como la has visto en los sueños e imaginado con el pensamiento. Verás entonces cómo el unirse conmigo será sin pena dejando un cuerpo que es lazo para el alma y peligro continuo.
No pierdas nunca la fe en tu Jesús. Yo estoy cerca de ti y lo notas. Pero no rehúses ninguna de las ayudas que he puesto a vuestra disposición. El camino sobrenatural por el que caminas no te exime de recorrer el camino común a todas las criaturas vivientes en la Iglesia.
Un óleo te ha librado, y de esclava del Enemigo te ha hecho hija de Dios. Un óleo te ha hecho soldado de Cristo. Que un óleo te haga partícipe del Reino. El alma que entra en la gloria se hace reina. Y para los reyes, lo has leído, era necesaria la unción.
Quiero que hasta las sombras de los pecados pasados se cancelen de ti. Cuando llegue la hora debes venir al encuentro, virgen sabia y prudente, con todos los adornos apropiados para las bodas.
El dolor es una gran absolución cuando es sufrido con santidad. Pero, lo repito, ni siquiera mi caricia te debe llevar a pensar que estás exenta de los deberes de todos. La perla escondida, que sólo Jesús conoce, debe, a los ojos del mundo, no ser distinta en nada de las almas hermanas que, por voluntad de tu Señor, están menos transformadas que tú en gema».
31 de agosto
Dice Jesús:
«Es inútil horrorizarse de ciertas manifestaciones actuales. Son fruto de vuestro interior.
Yo he dicho: «Es del corazón de donde salen los pensamientos malvados y los malvados sentimientos, y éstos son los que contaminan».
Yo también he dicho que a cada hombre se le reconoce por sus obras y como no se pueden coger frutos dulces del ciruelo salvaje así no se pueden extraer actos honestos de quien tiene el interior deshonesto.
La deshonestidad no consiste solamente en robar, en mentir, en dañar al prójimo. Es deshonestidad el faltar a Dios, el robarle aquel respeto amoroso que es deber del hombre hacia su Creador. Es deshonestidad emplear sus dones para actos malvados. Todos sus dones y especialmente el don de la vida.
Ahora mira y juzga que mal uso hacéis de la vida que el Padre os da. Mira y juzga que mal uso hacéis de vuestro cuerpo en el que habita el alma, templo reservado a Dios, en el que reside la mente que debería estar orientada a comprender la Ley de Dios como el corazón debería estar ocupado en amarla y practicarla.
En cambio ¿qué hacéis? Ponéis resistencia a las voces del Señor, a los deseos del Señor, a los mandamientos del Señor, a la voluntad del Señor. Como cabras salvajes oponéis vuestra dureza y vuestra rebeldía -dos cuernos bien agudos- a cada invitación de Dios. Os destruís, pero continuáis poniendo resistencia.
¿Y os decís cristianos? No, no lo sois. Yo, Cristo, no os he enseñado rebeldía, desobediencia, lujuria, crueldad, idolatría. Os he enseñado todo lo contrario. Os he mostrado cómo debe usarse la vida, os he explicado cómo sois templos de Dios que quiere vivir en vosotros, que prefiere vivir en vosotros mucho más que en suntuosos templos pero hechos sólo de piedras y de mármoles.
No. Dios no quiere estas moradas hechas por mano de hombre. Os quiere a vosotros, a vosotros hechos por su mano, a vosotros templos de sangre y de alma, a vosotros a los que mi sangre ha revestido de púrpura inmortal y purificado como altares preciosos. Esto es lo que quiere Dios para volver a vivir en amorosa paz con vosotros.
No insistáis en el duro camino que habéis emprendido y que os conduce a la ruina. Sed cristianos verdaderos y no cristianos solamente de palabra. Que mi signo esté realmente grabado en las fibras vivas de vuestros corazones, no sobre el frontispicio de los templos vacíos, donde no venís a orar o venís con el ánimo turbado por todos los cuidados vanos y por las fermentaciones de vuestros instintos inferiores.
Abrid el corazón al Amor, hijos. Es lo que os falta más. Estáis sin caridad hacia Dios, hacia
el prójimo, hacia vosotros mismos. Sí, también hacia vosotros mismos, porque matáis vuestra alma.
Que -recordáoslo siempre- es inevitable que existan las tentaciones, pero éstas no hacen mal. El mal lo hacéis vosotros cuando cedéis a ellas. Y no digáis que son más fuertes que vosotros. No. El Padre da según cuanto vosotros tenéis que dar. ¿La tentación necesita 10 de fuerza para resistirla? Y Dios os da 10 e incluso más. Lo malo es que vosotros no hacéis más que desear ceder al mal. Y entonces ¿qué puede Dios si vosotros destruís las fuerzas de Dios con vuestra voluntad perversa y os abandonáis al beso de la tentación?
Haciendo así ponéis al alma una mordaza de muerte, y de un alma enferma o moribunda salen esos sentimientos de los que os sorprendéis. Pero no puede ser de otro modo. En cuerpo corrompido hay hedor de muerte. En almas corrompidas hay manifestaciones de pecado».
1 de septiembre
Dice Jesús:
«No, no estás sola. Tienes cerca a tu Jesús como bien pocos le tienen, pues aunque es cierto que estoy con todos mis hijos con la Gracia, con muy pocos estoy en la forma en que estoy contigo y que he utilizado viendo tu penosísima condición general.
Yo sé hasta donde puede llegar la resistencia de un ser y, dado que el peso del dolor que debes llevar es aplastante y fuera de lo común, he provisto a ello con medios extraordinarios que reservo para muy pocos.
Recuerdo mi necesidad de ayuda en las horas trágicas de la Pasión. Y lo que he deseado para Mí quiero que también lo tengan quienes me son doblemente semejantes. Semejantes en cuanto a discípulos, semejantes en cuanto apasionados y crucificados.
No estás sola. Me tienes a Mí por Cirineo y tienes a mi Madre por Verónica. María es el modelo de las huérfanas y se acuerda de su aflicción de huérfana así como Yo recuerdo los atroces dolores de mi agonía.
La santidad no suprime el dolor. María, en su santidad inmaculada, sufrió crudamente por la muerte de sus padres a quienes Ella no pudo consolar con sus besos. ¿Ves como te pareces a Ella? 101 María en su alma tan perfecta, sólo inferior a Dios, supo amar y sufrir como nadie porque la santidad, siendo perfeccionamiento de todas las sensibilidades buenas del corazón, trae como consecuencia el crecimiento en la capacidad de amar o de sufrir, tanto más acrecentada cuanto más santa es el alma. Y el alma de María era santísima.
Pues bien, esta Mujer a la que no se le ahorró ningún dolor -y nadie, mejor que Ella, hubiera tenido que estar exenta, porque era inmaculada, y por ello libre del peso del dolor causado por la culpa de Adán- esta Mujer que ha derramado tantas lágrimas por tantos lutos y que ha visto cómo la muerte le arrebataba padre; madre, esposo e Hijo, Yo te la doy por Verónica y te la doy por madre.
Es el mes del Corazón traspasado de María y de la Exaltación de mi Cruz. No rechaces el ser semejante a la Traspasada y al Inmolado».
2 de septiembre
Dice Jesús:
«La uva es más dulce cuanto más madura, y más madura cuanto más sol toma. El dueño
101 La escritora había sufrido profundamente al no haber podido asistir a su padre en el momento de la muerte, acaecida el 30 de junio de 1935
de la viña no coge su uva para hacer el vino si no está bien madura, y para que se madure la deshoja y poda de modo que el sol pueda bajar y circular entre racimo y racimo, y convertir los granos ásperos y duros en muchas perlas de azúcar líquido.
Si la uva permaneciera como está en abril, esto es, cuando la vid es hermosa con sus hojas nuevas y sus racimos en flor, o como en junio, ya toda llena de sarmientos flexibles y de racimos formados, no serviría para nada aparte de para alegría de la vista. En cambio en el otoño, después de tanto sol y tantas podas, es hermosa de otro modo y, además de hermosa, útil para el hombre.
Yo soy el sol y vosotros, almas mías, sois la viña en la que se tiene que formar el vino eterno. Yo soy el sol y también soy el viñador. Yo os circundo e inundo con mis rayos y os mortifico para que deis sarmientos llenos de frutos verdaderos y no vanos zarcillos que no sirven para nada.
Hay que dejar que el sol y el viñador trabajen en vuestra alma totalmente a su gusto. Es necesario, María mía, imitar mucho, mucho, mucho al racimo que no tiene voces de protesta ni actos de resistencia hacia el sol y hacia el dueño de la viña, sino al contrario, se deja descubrir para recibir los rayos calientes, se deja curar con los líquidos adecuados, se deja arreglar sin reacción alguna. Y así se hace cada vez más grueso y dulce, un verdadero prodigio de jugos y de belleza.
También el alma debe aún más desear el sol y la obra del Viñador eterno cuanto más se acerca para ella la hora de la divina vendimia. El racimo rebelde y enfermo, que no ha querido madurar sano y dulce, y que se ha escondido para no ser cuidado, no está destinado al místico lagar. Pero en cambio se hace digno de mi Vendimia el racimo que no ha tenido miedo de podaderas ni de medicinas y que se ha sacrificado dócilmente, en sus gustos, por Mí.
Yo soy el Vendimiador y tú mi racimo. La vendimia se acerca. Aumenta tus esfuerzos para absorber cuanto más puedas de Mí. Yo me haré en ti licor de vida eterna. Aumenta tu generosidad para secundar la obra de tu amoroso Viñador. Él, tu Jesús, sólo quiere hacer de ti un racimo digno de ser depositado a los pies del trono de Dios.
Es dulce tener a Jesús como Maestro, María, pero esto se hace perfecto cuando se asimila toda la enseñanza del Maestro».
3 de septiembre
Dice Jesús:
«Bienaventurados los labios y los pueblos en los que se pronuncia: «Dios te salve, María». Salve: yo te saludo. El más pequeño al mayor, el niño al padre, el inferior al superior,
están obligados, en la ley de educación humana, a decir a menudo un saludo respetuoso, debido, amoroso, según los casos. Mi hermano no debe negar este acto de amor reverencial a la Madre perfecta que tenemos en el Cielo.
Dios te salve, María. Es un saludo que limpia los labios y el corazón porque ¡no se pueden decir esas palabras, con atención y sentimiento, sin sentirse ser un poco mejores! Es como el acercarse a una fuente de luz angélica o a un oasis hecho de lirios en flor.
Salve, la palabra del ángel que se os concede para saludar a Aquella que saludan con amor las Tres Personas eternas, la invocación que salva, tenedla siempre mucho en los labios. Pero no como un movimiento automático del que se excluya al alma, sino más bien como movimiento del espíritu que se inclina ante la realeza de María y se abre hacia su corazón de Madre.
Si supierais decir con verdadero espíritu estas palabras, incluso sólo estas dos palabras, seríais más buenos, más puros, más caritativos. Porque entonces los ojos de vuestro espíritu
estarían fijos en María y su santidad os entraría en el corazón a través de esa contemplación. Si lo supierais decir nunca estaríais desolados. Porque Ella es la fuente de las gracias y de la misericordia. Las puertas de la misericordia divina se abren ya no sólo con el impulso de la mano de mi Madre, sino hasta con su simple mirada.
Vuelvo a decirlo: bienaventurados los labios y los pueblos en los que se pronuncia: Dios te salve, María. Pero donde se pronuncia como se debe. Porque si es cierto que de Dios nadie se burla, también lo es que a María no se le engaña.
Recordad siempre que Ella es la Hija del Padre, la Madre del Hijo, la Esposa del Espíritu Santo, y que su fusión con la Trinidad es perfecta. Por eso Ella posee las potencias, las inteligencias, las sabidurías de su Señor. Y las posee con plenitud absoluta.
Es inútil ir a María con el alma sucia de corrupción y de odio. Ella es vuestra Madre y sabe curar vuestras heridas, pero quiere que en vosotros esté al menos el deseo de sanar de ellas.
¿De qué sirve dirigirse a María, la Purísima, si dejando su altar, o acabando de pronunciar su nombre, vais a cometer pecado de carne o a proferir palabras de blasfemia? ¿De qué sirve dirigirse a María, la Piadosa, si inmediatamente después, más aún si al mismo tiempo, tenéis en el corazón rencores y en los labios maldiciones hacia los hermanos? ¿Qué salvación puede daros esta Salvadora, si vosotros destruís vuestra salvación con vuestra voluntad perversa?
Todo es posible para la Misericordia de Dios y para la potencia de María, pero ¿para qué arriesgar la vida eterna esperando obtener la buena voluntad del arrepentimiento en la hora de la muerte? ¿No sería mejor, dado que no sabéis cuando será vuestra llamada a mis puertas, ser verdaderos amigos de María durante toda la vida y tener así la garantía de la salvación?
Porque, lo repito, la amistad con María es causa de perfección porque infunde y comunica las virtudes de la Amiga elegida, que Dios no ha desdeñado y os ha concedido como corona de la obra de redención de su Hijo. Yo, Cristo, os he salvado con el Dolor y la Sangre; Ella, María, con el Dolor y con su llanto, y quisiera salvaros con su Amor y su sonrisa».
4 de septiembre
Dice Jesús:
«Dios no ha mandado a su ángel para decir «salve» sólo a María. Dios os saluda, ¡oh hijos queridísimos!, con sus atenciones, Dios os manda como ángeles sus santas inspiraciones, Dios os trae sus bendiciones de la mañana a la noche y de la noche a la mañana. Siempre estáis rodeados de las ondas amorosas y providentes del pensamiento de Dios.
¿Cómo es posible, entonces, que no advirtáis nada o tan poco? ¿Cómo es que no vivís en justicia y santidad? Porque estáis impermeabilizados al influjo de la gracia, porque os habéis vuelto refractarios a la acción del amor por vuestra voluntad contraria al Bien.
Gabriel dijo a María: «Salve», y el sonido de la voz angélica llevó, sobre la ya inundada de gracia, una nueva onda de gracia. La luz vivísima de su espíritu inmaculado tocó la cima de la luminosidad porque la correspondencia del espíritu de María fue perfecta.
Humildad, diligencia, pudor, oración…, ¿qué podría encontrar, que no fuera excelso, la palabra angélica para convertirse en la primera chispa del incendio de la Encarnación? Grande fue el don de la preservación de la culpa original, que el Eterno había hecho a la elegida para ser el primer sagrario del Cuerpo del Hijo. ¡Pero cuánta, cuanta, cuánta correspondencia en María!
Si hubieran sido donados a otra criatura, no digo ya los dones secretos que sólo Dios sabía
que había dado, sino los dones evidentes, de los que uno se da cuenta -tal como inteligencia suma, instrucciones sobrenaturales, ardientes contemplaciones, y hablo sólo de los dones morales y espirituales- ¿como no se habría gloriado de tanto don, al menos en algunos momentos, aquella criatura?
Pues no, en María no hubo nada de esto. Cuanto más la alzaba Dios hacia su trono más aumentaban en Ella gratitud, amor y humildad. Cuanto más le daba Dios a entender que se había extendido sobre Ella la mano divina para protección contra la acechanza del mal, más aumentaba en Ella la vigilancia contra el mal.
María no ha cometido la equivocación que hace caer a tantas almas dotadas de la capacidad de perfección, o sea, nunca ha dicho: «Siento que Dios vela por mí, siento que Dios me ha elegido. A Él le dejo el quehacer de defenderme del Enemigo». No. María, aún reconociendo la obra de Dios en Ella, actuó como si fuese la más desamparada, en dones espirituales, de las criaturas. Desde el alba hasta el atardecer, e incluso en su sueño virginal velado por los ángeles, su alma permanecía vigilante.
No creáis que la tentación haya escatimado a María. El Tentador no me ha escatimado a Mí; con doble razón no lo hizo con Ella. Doble razón. La primera de ellas: María era sin mancha pero continuaba siendo criatura, Yo era Dios. La segunda: era más importante para Lucifer corromper el seno de la mujer que habría traído a Cristo, que no el atacar al mismo Cristo.
Él, el Astuto, sabía que el Verbo se habría hecho carne, por una fusión de espíritu con Espíritu, en un seno que no hubiera albergado ningún pecado. Ningún pecado, repito. Si, desde Eva en adelante, hubiera logrado inducir en tentación a todas las mujeres, estaba seguro de que nunca habría sido vencido por el Vencedor eterno.
Sólo una le ha resistido siempre: María. Y sólo Uno sabe qué bordado, qué filigrana de seducción desplegó Lucifer alrededor de María para agitar y empañar su súper angélica alma. Ese Uno que lo sabe es Dios. Y dado que algunos secretos son demasiado grandes para vosotros, no os lo dirá. Por el esplendor de María en el Cielo entenderéis la grandeza de su alma. Grandeza conseguida por su voluntad, y que habría sido grandísima incluso sin los supremos auxilios, tanto quiso ser santa por amor a su Dios.
Bien con razón pudo por tanto decir el Ángel: «Llena de gracia». Sí, llena de gracia. La Gracia estaba en Ella. La Gracia o sea Dios, y la gracia o sea el don de Dios, que Ella sabía hacer fructificar al mil por ciento.
Esto es lo que se requiere, hijos, para lograr que las cosas celestiales hagan concebir en vosotros a Cristo: vuestra adhesión a la gracia, vuestro recoger la gracia, vuestro multiplicar la gracia, vuestro aspirar a la gracia. El cuerpo debe aspirar aire y alimento para vivir. El alma debe aspirar la gracia para vivir. Sucede entonces que la Luz desciende donde puede encarnarse y Cristo nace místicamente en vosotros como nació realmente en María.
Dios te salve, María, llena eres de gracia. Miradle todos vosotros, cristianos, tan distintos del primer Hijo de María, miradle sobre todo vosotras, mujeres, tan distintas de Ella, y aprended, y pensad que el camino hacia las mil caras del mallo habéis abierto vosotras con vuestra carnalidad contraria a la vida de la gracia en las criaturas, sin la que el hombre se hace un demonio y el mundo un infierno».
5 de septiembre
Dice Jesús:
«»El Señor es contigo».
El Señor está siempre con quien tiene el alma en gracia. Dios no se aleja ni siquiera
cuando se acerca el Tentador. Dios se aleja sólo cuando la criatura cede al Tentador y corrompe su alma. Entonces Dios se retira ‘porque Él no puede cohabitar con el Enemigo. Se retira y como un Padre, no airado sino dolorido, espera a que llegue el arrepentimiento al corazón de la criatura y ésta reanude el lazo de amor con el Padre.
Dios quisiera estar siempre con vosotros. Si todos vuestros ángeles, numerosos como las estrellas en el cielo, pudieran saludaros con las palabras: «El Señor es contigo», la alegría de vuestro Señor sería completa porque Nosotros deseamos estar con vosotros y para esto os hemos creado.
María estaba con Dios y Dios estaba con María. Las dos perfecciones se atraían y se unían con un incesante movimiento de afectos. La Perfección infinita de Dios descendía, con un gozo inconcebible para vosotros mortales, a poseer esta criatura. La perfección humana de María -la única de los hijos del hombre que siempre haya sido perfecta- se lanzaba al encuentro de la Perfección divina para poder vivir.
Sí, el estar con Dios era la vida de María y en la hora del terrible dolor del Calvario y del Sepulcro, cuando los Cielos se cerraron sobre el Moribundo y sobre la Traspasada, la privación de Dios fue, de las siete espadas, la más inflamada y penetrante, toque insuperable para el edificio de dolor requerido por la Redención.
Yo he tocado el ápice del dolor completo desde el Getsemaní hasta la hora nona; María ha tocado el ápice del dolor, también completo en Ella aunque no haya sido crucificada materialmente, desde el Calvario hasta el momento de la Resurrección. Y el motivo de tal inmenso dolor es sólo uno: ser privados de la unión con Dios.
También para vosotros debería de ser así. Pero al hombre ahora le parece gravosa la unión con Nosotros y no siente cuán mísero es cuando está privado de Nosotros. Miseria, ceguera, locura, muerte, ésta es la pérdida de la unión con vuestro Señor. ¡Y nunca os ocu- páis de ello!
Si perdéis algunas monedas, un objeto, la salud, un empleo, un animal, os ponéis en movimiento para encontrarlos y utilizáis todos los medios humanos y sobrenaturales para lograr este fin. Sí, para encontrar algo limitado y caduco sabéis orar. Pero cuando perdéis a Dios no lo buscáis. No os dirigís a mis Santos para que os ayuden a encontrar el camino de Dios, no utilizáis los cuidados humanos para frenar vuestros impulsos. Os parece poca cosa perder la unión con Dios. Y es lo esencial.
María no se separó nunca de Dios. Los espíritus permanecieron fundidos en un abrazo de amor que tuvo su coronación en el Cielo. Esta unión fue la fuerza principal de María, como hija de Adán, porque en ella encontraba la coraza para volverse intocable ante el aguijón del Tentador.
Quien está con Dios no es que no vea el mal que, como asqueroso indumento o repugnante enfermedad, recubre a tantas criaturas. Lo ve, más aún, con mayor claridad que muchos otros, pero su visión no corrompe nada. El mal no entra por los ojos para excitar los instintos encubiertos en la carne o los malvados movimientos de la mente. Esto sucede sólo en quienes, separados de Dios, tienen en sí como huésped al Enemigo.
El que está unido con Dios está lleno de Dios, y cualquier otra cosa que no sea Dios permanece en la superficie, viento que encrespa levemente la superficie del ánimo y no entra para trastornar el interior. Y no sólo esto. El que está unido con Dios, verdaderamente unido con Dios, en vez de absorber el exterior en sí, difunde el interior sobre los prójimos: difunde, pues, el Bien, a Dios.
Sí, es justamente así: quien está con Dios tiene un poder irradiante, mucho más potente que el de muchos cuerpos del universo, sobre los cuales el hombre ha cansado su mente y alzado un monumento de orgullo. Y sobre todo tiene un poder sobrenaturalmente útil, porque
quien lleva en sí mismo al Santo de los santos, y vive de Él, lo comunica a los demás. Es lo que hace decir: «Éste es un santo».
María ha poseído la unión con Dios a la perfección J ha tendido con todas sus fuerzas a fundirse cada vez más con El. Se podría decir que María se anuló en Dios, de tanto como vivió sólo de El.
He dicho: «María encontró aquí la fuerza principal para volverse intocable». No entendáis las cosas al revés. María, la Humildísima, no osaba pensar, ni por lo más remoto, que era la criatura perfecta. Ella ignoraba su destino y su condición inmaculada. Conoció el misterio por las palabras de Gabriel y en el abrazo nupcial con el Espíritu Eterno. Pero durante su juventud, edad llena de acechanzas, repito: encontró la fuerza en la unión con Dios. La quiso encontrar a toda costa porque habría preferido cien veces morir antes que salir un instante del halo de Dios.
Yo quisiera que, más que cumplir tantos preceptos, más o menos piadosos, especialmente mis dilectos, y también los otros, tendieran a este precepto soberano de la unión conmigo. Sencilla, y realmente oración, esta oración, inflamado el corazón, casto el cuerpo, honesto el pensamiento, todo en vosotros se haría santo y bueno, y la tierra conocería los días nuevos en los que los ángeles podrían saludar a los hombres con las palabras: «El Señor es con vosotros»».
6 de septiembre
Dice Jesús:
«»Bendita tú eres entre todas las mujeres».
Esta bendición que vosotros pronunciáis de cualquier manera o que ni siquiera decís a Aquella que con su sacrificio ha iniciado la Redención, resuena continuamente en el Cielo, pronunciada con amor infinito por nuestra Trinidad, con inflamada caridad por los salvados por nuestro sacrificio y por los coros angélicos. Todo el Paraíso bendice a María, obra maestra de la Creación universal y de la Misericordia divina.
Aunque toda la obra del Padre para crear la Tierra de la nada sólo hubiera servido para acoger a María, la obra creadora hubiera tenido su razón de ser, porque la perfección de esta Criatura es tal que es testimonio no sólo de la sabiduría y del poder, sino también del amor con el que Dios ha creado el mundo.
Habiendo dado en cambio, la creación terrestre, a Adán y a la raza de Adán, María testimonia el gran amor misericordioso de Dios hacia el hombre, porque a través de María, Madre del Redentor, Dios ha obrado la salvación del género humano. Yo soy el Cristo porque María me ha concebido y me ha dado al Mundo.
Vosotros me diréis que como Dios podía superar la necesidad de hacerme carne en el seno de una mujer. Es cierto, todo lo podía. Pero pensad qué ley de orden y de bondad hay en mi anonadamiento en aspecto mortal.
La culpa cometida por el hombre debía de ser descontada por el hombre y no por la divinidad no encarnada. ¿Cómo habría podido la Divinidad, Espíritu incorpóreo, redimir con el sacrificio de Sí misma las culpas de la carne? Era necesario, por tanto, que Yo, Dios, pagase con el tormento de una Carne y de una Sangre inocentes, nacidas de una inocente, las culpas de la carne y de la sangre.
Mi mente, mi sentimiento, mi espíritu habrían sufrido por vuestras culpas de mente, de sentimiento y de espíritu. Pero para ser Redención de todas las concupiscencias inoculadas por el Tentador en Adán y en sus descendientes, debía, el Inmolado por todas, estar dotado de una naturaleza similar a la vuestra, hecha digna, por la Divinidad escondida en ella, de ser
dada en rescate a Dios, como una gema de infinito valor sobrenatural escondida bajo una apariencia común y natural.
Dios es orden y Dios no viola y no violenta el orden, salvo en casos excepcionales, juzgados útiles por su Inteligencia. No era éste el caso de mi Redención.
No debía cancelar tan sólo la culpa desde el momento en que se cometió hasta el del sacrificio y anular en los futuros los efectos de la culpa haciéndoles nacer, como Adán antes de cometerla, ignorantes del mal. No. Yo debía reparar la Culpa y las culpas de toda la humanidad con un sacrificio total, dar a la humanidad ya extinguida la absolución de la culpa, a la entonces viviente y a la futura el medio para ser ayudada a resistir el mal y para ser perdonada por el mal que su debilidad le habría inducido a cometer.
Por eso mi sacrificio debía de ser tal que presentara todos los requisitos necesarios, y así podía ser tan sólo en un Dios hecho hombre: hostia digna de Dios, medio comprendido por el hombre. Además Yo venía a traer la Ley.
Si no se hubiera dado mi Humanidad, ¿como habríais podido creer, vosotros, pobres hermanos míos, si tanto os cuesta creer en Mí que he vivido durante 33 años en la tierra, Hombre entre los hombres? ¿Y cómo podía aparecer ya adulto ante pueblos hostiles o ignorantes persuadiéndoles de mi naturaleza y de mi doctrina? Entonces habría aparecido ante los ojos del mundo como un espíritu que hubiera tomado aspecto de hombre, pero no como un hombre que nació y murió versando sangre verdadera por las heridas de una verdadera carne -y esto como prueba de ser hombre- y resucitó y subió al Cielo con su cuerpo glorificado y esto como prueba de ser Dios que vuelve a su morada eterna.
¿No es más dulce para vosotros el pensar que soy realmente vuestro hermano, con el destino de las criaturas que nacen, viven, sufren y mueren, que no el pensarme como espíritu superior a la exigencias de la humanidad?
Por tanto era necesario que una mujer me generase según la carne, después de haberme concebido por encima de la carne, porque de ninguna unión de criaturas, por santas que fueran, podía ser generado el Dios Hombre, sino sólo de un desposorio entre la Pureza y el Amor, entre el Espíritu y la Virgen, creada sin mancha para ser matriz de la carne de un Dios, la Virgen cuyo pensamiento era el gozo de Dios antes de que existiese el tiempo, la Virgen en la que se compendia la Perfección creadora del Padre, alegría del Cielo, salvación de la Tierra, flor de la Creación más hermosa que todas las flores del Universo, astro vivo ante el cual los soles creados por mi Padre parecen apagados.
Bendita la Pura, destinada al Señor.
Bendita la Deseada por la Trinidad que anticipaba con el deseo el instante de fundirse a Ella con abrazo de trino amor.
Bendita la Vencedora que aplasta al Tentador bajo el candor de su naturaleza inmaculada. Bendita la Virgen que no conoce más que el beso del Señor.
Bendita la Madre que se hizo tal por santa obediencia a la voluntad del Altísimo. Bendita la Mártir que acepta el martirio por piedad de todos vosotros.
Bendita la Redentora de la mujer y de los hijos de la mujer, que anula a Eva y se injerta en su lugar para traer el fruto de la vida allí donde el Enemigo ha puesto semilla de muerte.
Bendita, bendita, tres veces bendita por tu «sí», joh Madre mía! que has permitido a Dios mantener la promesa hecha a Abrahán, a los patriarcas ya los profetas, que has dado alivio al Amor, oprimido por el tener que ser castigador y no salvador, que has aliviado a la Tierra de la condena que le había traído Eva.
Bendita, bendita, bendita por tu santa humildad, por tu inflamada caridad, por tu virginidad intacta, por tu maternidad divina, múltiple, perpetua, verdadera y espiritual, Madre, que con tu amor y con tu dolor, continuamente generas hijos para el reino de tu Jesús.
Generadora de gracia y de salvación, generadora de la divina Misericordia, generadora de la Iglesia universal, que tú seas bendecida eternamente por cuanto has cumplido, como bendita para siempre eras por cuanto habrías cumplido.
Sacerdotisa santa, santa, santa, que has celebrado el primer sacrificio y preparado con parte de ti misma la Hostia para inmolar sobre el altar del mundo.
Santa, santa, santa Madre mía, que nunca me has hecho añorar el Cielo y el seno del Padre, porque en ti he encontrado otro paraíso que no es distinto de aquel en el que la Trinidad realiza sus obras divinas; María que has sido el consuelo de tu Hijo en la tierra y el gozo del Hijo en el Cielo, que eres la gloria del Padre y el Amor del Espíritu» .
7 de septiembre
Dice Jesús:
«»Bendito el fruto de tu vientre».
La maternidad divina y virginal hace a María inferior sólo a Dios.
Pero no os detengáis a mirar solamente la gloria de María. Pensad cuanto le costó conseguir esa gloria. Es necio quien mira a Cristo a la luz de la resurrección y no medita sobre el Redentor moribundo en las tinieblas de Viernes santo. No habría tenido resurrección si no hubiera padecido la muerte, y no habría cumplido la Redención si no hubiera tenido el martirio. Necio quien piensa en la gloria de María y no medita en cómo llegó Ella a la gloria. El fruto de su seno, Yo, Cristo Verbo de Dios, ha desgarrado su seno.
Y no entendáis mal mis palabras 102. No lo he desgarrado humanamente. Ella era superior a las miserias humanas, sobre Ella no recaía la condena de Eva, pero no era superior al Dolor. Y el Dolor grande, mayúsculo, soberano, ilimitado, ha penetrado en Ella con la violencia de un meteoro que cae del Cielo en el momento mismo en que conoció el éxtasis del abrazo con el Espíritu creador.
Beatitud y dolor han estrechado en un único lazo el corazón de María en el instante de su altísimo «fiat» y de su castísimo desposorio. Beatitud y dolor se fundieron en una cosa sola como Ella se había convertido en una cosa sola con Dios. Llamada a una misión de redentora, el dolor superó desde el primer momento a la beatitud. Ésta le vino en su Asunción.
Unida al Espíritu de sabiduría, a su espíritu se le reveló el futuro que le estaba reservado a su criatura, y ya no hubo más alegría, en el sentido habitual de la palabra, para María.
A cada hora que pasaba, mientras que me formaba tomando vida de su sangre de madre virgen, y escondido en lo profundo mantenía inenarrables intercambios de amor con mi Madre, un amor y un dolor sin parangón se alzaban, como olas del mar en tempestad, en el corazón de María y la flagelaban con su potencia.
El corazón de mi Madre conoció .la incisión de las espadas del dolor desde el momento en el que la Luz, dejando el centro del Fuego Uno y Trino, penetró en Ella iniciando la Encarnación de Dios y la Redención del hombre; y ese tajo siguió creciendo durante la santa gestación: Sangre divina que se formaba con una fuente de sangre humana, Corazón del Hijo que latía al ritmo del corazón de la Madre, Carne eterna que se formaba con la carne inmaculada de la Virgen.
Mayor fue el dolor en el momento en que nací para ser Luz de un mundo en tinieblas. La beatitud de la madre que besa a su criatura se cambió, en María, en la certeza de la Mártir que sabe que su martirio está cercano.
102 Como podría comprobarse por el dictado del 23 de junio
Bendito el fruto de tu vientre.
Sí. Pero Yo he tenido que dar todo el dolor a ese seno que merecía toda la alegría destinada a un Adán sin culpa. Y por vosotros. Por vosotros la pena de consternar a José. Por vosotros el sobreparto entre tanta desolación. Por vosotros la profecía de Simeón que retorció el filo de la espada en la herida, remachando y agudizando el corte. Por vosotros la fuga a tierra extranjera, por vosotros las ansias de toda la vida, por vosotros las preocupaciones de saberme evangelizando y perseguido por las castas enemigas, por vosotros el horror de la captura, el tormento de la múltiple tortura, la agonía de mi agonía, la muerte de mi muerte.
He sido recogido en el seno que me había llevado con tal piedad que no podía ser mayor; pero, en verdad, os digo que entre mi corazón parado, sin movimiento vital, y desgarrado por la lanzada, y el de la Afligidísima que me tenía en su seno, no había diferencia de vida y de muerte. El corazón de María y su seno estaban muertos como estaba muerto Yo, el Inocente. Añadid a los milagros relacionados con la Redención, notorios y desconocidos, evidentes para todos o revelados a los privilegiados, también éste: el que María continuase en vida por obra del Eterno después de que su corazón fue destrozado, por y para el género humano,
como el de su Hijo Jesús.
Vosotros, que no sabéis y no queréis soportar el dolor, ¿pensáis qué dolor habrá sido el de la Bendita, de la Inmaculada, de la Santa, llevar en sí un corazón desgarrado, muerto, abandonado, y ver recogido en su seno un cuerpo sin vida, destrozado, sangrante, lívido, que ha sido el cuerpo del Hijo, la Carne de su carne, la Sangre de su sangre, la Vida de su vida, el amor de su espíritu?
Vosotros me habéis recibido porque María ha aceptado, treinta y tres años antes que Yo, beber el cáliz de la amargura. En el borde de la copa en la que he bebido entre sudores de sangre, he encontrado el sabor de los labios de mi Madre, y el amargor de su llanto estaba fundido con la hiel de mi sacrificio. Y; creedlo, hacerla sufrir, a Ella que no merecía el dolor, ha sido para Mí lo más costoso. El abandono del Padre, el dolor de mi Madre, la traición del amigo en la que estaban todas las traiciones de los futuros, éstas son las cosas atrocísimas de mi dolor atroz de Redentor. La lanzada de Longinos en un órgano vital que estaba ya insensible para el dolor, no tiene comparación.
Yo quisiera que por el dolor que ha destrozado a mi Madre por vosotros, vosotros le dierais amor. Amor grande, tiernísimo, de hijos hacia la más perfecta de todas las madres, la Madre que todavía no ha dejado de sufrir llorando lágrimas celestes sobre los hijos de su amor que rechazan la casa paterna y se hacen guardianes de bestias inmundas: los vicios, en vez de permanecer hijos de rey, hijos de Dios.
y si se puede dar una norma, sabed que Yo, Dios, no considero que sea disminuirme el amar con infinito y venerante amor a mi Madre, de quien veo la naturaleza inmaculada, obra del Padre, pero también recuerdo la vida martirizada de Corredentora, sin la cual Yo no habría sido Hombre entre los hombres y vuestro eterno Redentor».
8 de septiembre
Dice Jesús:
«Y esto para ti sola. Las otras cosas las he dicho para todos, para contentar al Padre. Pero el mundo está demasiado sordo y demasiado corrupto para oír hablar de María. No merece este don.
A ti, por tu fiesta 103, te doy la intuición secreta de la Belleza de María, su sonrisa, su silencio. Parecen cosas sin importancia. Tienen un valor infinito.
María ha atraído hacia sí a millones de criaturas con estas suaves armas suyas. Ha evangelizado antes que Yo con su reservado callar y su indescriptible sonrisa. Bastaba que apareciera para que se acallaran las palabras acres o impuras, acabaran los rencores, se calmasen los dolores.
Su mirada purificaba, su silencio ensalzaba, su sonrisa enseñaba. Nazaret quedó embalsamada por mucho tiempo después de su partida. La Iglesia naciente se consolidó por virtud de su silencio y de su sonrisa más elocuentes que todas las palabras, porque en ellas se traslucía el rostro de Dios y la verdad de su misión.
Sólo te pido que mires e imites a mi Madre y la tuya. Crece en belleza espiritual para parecerte a Ella, aprende de Ella el silencio que habla a Dios y de Dios, y la sonrisa que enseña la fe, la generosidad, la caridad.
Mira siempre a mi dulce Madre para verla nítidamente en la hora de la muerte. Quien muere en María tiene inmediatamente a Jesús.
Contempla a María y recibe mi paz. No se necesita más para ser felices».
Desde ayer veo a la Virgen, y la belleza de la visión sonriente y silenciosa supera la capacidad de descripción humana.
Es el regalo de Jesús por mi fiesta.
10 de septiembre
Dice Jesús:
«Hija, leamos juntos los últimos versículos del Eclesiastés. Si él era muy sabio, Yo soy la Sabiduría de Dios. Por ello, infinitamente superior a él, y como tal instruyo a mi pueblo. Lo instruyo desde hace 20 siglos. He comenzado la instrucción con mi Palabra y la he continuado mediante la palabra de mis siervos dilectos.
Pero entre los instruidos de mi pueblo tengo discípulos predilectos para los que el Maestro se convierte en más que maestro: amigo, y con riqueza de rey les abre las puertas de los tesoros de las confidencias y las revelaciones. A estos predilectos les cojo de la mano y les llevo conmigo a los secretos recónditos y les hago capaces de recibir mi Palabra, dada con una amplitud que está reservada para mis nuevos Juan.
Mi pequeño Juan 104, te confío mi Palabra. Transmítela a los maestros, para que la usen para el bien de las criaturas. Ella viene del Único Pastor, del Pastor bueno que ha escrito la verdad de su Palabra con su Sangre.
Cuando un Jefe del mundo, cuando un Genio de la Tierra, confían a un fiel seguidor una bandera’ sagrada’ o un precioso secreto, cuando transmiten una consigna o la fórmula de un invento, ¡con cuán sagrado respeto el fiel la lleva y la transmite! Pero yo soy mucho más que un Jefe o un Genio. Yo soy Dios, Verbo y Sabiduría del Padre, vuestro Señor y Redentor. Mi Palabra no sirve tan sólo para proporcionar un bien de la Tierra, sino para dar el Bien que no muere: la Vida eterna. Por eso no hay nada más sagrado y precioso que mi Palabra.
Recíbela con el alma de rodillas y que tu amor sea el incienso que purifica tu corazón que la recibe, tu mano que la escribe, tu boca que la repite, tu ojo que la lee. Vive como un ángel y como un sacerdote, porque te he concedido oír lo que oyen los ángeles y lo que repiten los
103 El 8 de septiembre, natividad de María, era la fiesta onomástica de la escritora
104 Apelativo dado a Maria Valtorta que, por espiritualidad y misión, viene asemejada al gran Juan, apóstol y evangelista
sacerdotes. Y vive cada vez más como víctima, porque el sacrificio es lo que abre los oídos del espíritu, y la sangre lo que lava la lengua que habla del Señor.
En estos días que preceden a la fiesta de la Cruz tengo una necesidad inmensa de almas crucificadas. Hazme la caridad de sufrir por Mí. ¡Cree en tu Jesús! ¡Si pudiera volver sobre la Cruz por vosotros, cómo, cómo volvería! Pero no puedo 2. Y entre tanta sangre enemiga, que con odio fratricida el hombre esparce sobre la Tierra, falta mi sangre que ya no puedo derramar desde la Cruz por vosotros.
Mientras que Yo transformo las especies del Pan y del Vino en Cuerpo y Sangre de Cristo sobre los altares de la tierra -demasiado pocos, y demasiado poco rodeados de almas verdaderamente orantes- vosotros, pequeños míos, queridas flores de mi jardín, sustituid al Redentor y dadme vuestro cuerpo como hostia de propiciación por los pecados del mundo.
Hija mía, no busques nada más, digo también Yo con el Eclesiastés. ¿Qué más quieres además de la misión de ser un pequeño Cristo en lugar de tu Jesús? ¿Y qué deseas mayor que mi Palabra?
Dios es sencillo. Cuanto más te acerques a El más sencilla te volverás. Cada vez más sentirás en ti el hastío y la vanidad de la ciencia humana, incluso de la que se dirige a Dios, pero que está escrita por el hombre. Cuanto más te hable Dios más advertirás el sufrimiento del sonido áspero y acerbo de las palabras humanas respecto del tono dulcísimo y sobrenatural de mi palabra. No te canses con muchas doctrinas, no te pongas trabas con muchos reglamentos. Sé sencilla y libre. Que sobre ti esté tan sólo el yugo ligero que no es peso sino ala: el mío.
Sólo hay que hacer una cosa para venir a Mí sin error. La que aconseja el Eclesiastés pero que Yo modifico así: “Ama a Dios y observa sus mandamientos». No digo: «teme». Digo «ama». El amor es mucho más alto que el temor y es más seguro para alcanzar el fin. El temor es para los que todavía están lejos de Dios, para que no se desvíen. Como una anteojera impide que la bestialidad encerrada en el hombre se imponga ante cualquier ilusoria sombra seductora. Pero para quienes ya están cerca de Dios, sobre todos para quienes están en los brazos de Dios, la guía debe de ser el amor.
Dios llevará a juicio todas vuestras acciones. Pero es natural que las acciones movidas por el amor nunca sean completamente malvadas y tales como para disgustar al Señor. Tendrán el signo de vuestra cortedad humana, pero estará recubierto por la insignia fulgurante del amor que anula las culpas y vuelve las acciones del hombre agradables ante el Señor.
Así es, hija mía. Mientras que el mundo está lleno de fragor homicida y el odio se desborda de los corazones, nosotros dos que nos amamos, en el silencio y en la paz, hablamos de amor. Y no hay nada que alegre tanto a tu Jesús como éstas, mis pequeñas Betania, en las que soy el Maestro que descansa y que enseña a una María enamorada que le mira y le escucha con todo su amor.
¿Ayer no pudiste escribir lo que te dije? No importa. No te atormentes. La semilla de esas palabras está en ti de todas formas.
Cuando quiera la haré germinar. Y será todavía más hermosa. Sé siempre buena y paciente. Te doy mi paz».
11 de septiembre
Dice Jesús:
«Muchas almas se pierden por querer »buscar lo que les sobrepasa, y tratar de escrutar lo que excede sus fuerzas» como dice el Eclesiástico: cap. 3, v. 22.
Es el antiguo veneno. El hombre siempre ha tenido, y tiene, curiosidades malsanas y
profanaciones sacrílegas. Quiere impulsar su investigación a regiones que la sabiduría divina tiene envueltas en el misterio no por celoso poder sino por amor providente. ¡Ay si el hombre lo conociera todo del futuro y de los secretos del universo! Ya no tendríais paz espiritual ni paz natural. Dejad el futuro a Dios, creador y dispensador del tiempo, y dejad vírgenes las zonas del universo cuya posesión os daría armas para turbar cada vez más vuestra existencia de individuos y de espíritus.
. Ya he dicho 105 que Yo no soy contrario a las obras de la inteligencia humana. Si lo fuese debería decir que soy incoherente conmigo mismo que he dado al hombre la inteligencia para que la use y no para que la mantenga inerte. Pero, por boca de la Sabiduría, os digo: No queráis ser curiosos escudriñadores de las obras de Dios, no tratéis de ir más allá de los confines que Yo he puesto para separar vuestra potencia de potencias más fuertes que la vuestra, de leyes del cosmos, de secretos de fuerzas naturales, y sobre todo de los misterios de ultratumba cuya verdad y cuya vida sólo Yo tengo el derecho de desvelaros, porque soy el Señor de todas las cosas mientras que vosotros sólo sois los huéspedes de esta pobre tierra y no sabéis lo que os está reservado más allá de la vida de la tierra.
Creed en la otra vida. Basta con creer en esto. Creed que en ella existe un premio y un castigo, fruto de una Justicia santa, que espera ser aplicado a cada individuo. Esto os lo he hecho conocer por vuestro bien. No hace falta que sepáis más.
No turbéis, con vuestras chismosas curiosidades, la paz sobrenatural de la otra vida. Aunque sea hacia los atormentados, o sea hacia aquellos que no tienen paz porque están separados de Mí, vuestro penetrar trae siempre un aumento de turbación. ¿Por qué turbar con ecos de la tierra la serenidad de los cielos? ¿Por qué aumentar el tormento de los castigados con voces que les recuerdan al mundo en el que merecieron el castigo? Tened respeto de los primeros y piedad de los segundos.
Sólo Yo, Señor del Cielo y de la Tierra, árbitro supremo de todas las cosas, Potencia perfecta en todas las cosas, puedo tomar tales iniciativas y reanudar contactos del hombre con el misterio de la otra vida. Sólo Yo. Entonces es cuando os mando mis mensajeros, y siempre a fin de bien, nunca para someterme a necias y profanadoras investigaciones humanas.
Bienaventurados los que creen sin haber visto, dije a Tomás, y lo digo de nuevo a todos los curiosos y a los incrédulos de la tierra. No hay necesidad de pruebas para creer en la segunda vida, que -entretanto sabedlo- no es como vosotros conjeturáis arbitrariamente, sino como Yo he dicho: una segunda vida, una, no más y más vidas. Sois hombres y no granos de trigo que sembrados de nuevo germinan una, dos, diez, cien veces cuanto son sembrados.
No hay necesidad de pruebas. Basta mi Palabra. Porque si decís que creéis en ella y después buscáis pruebas sobrenaturales para creer, mentís y me dejáis por mentiroso. Mentís porque con la boca decís que creéis y con la mente no creéis y buscáis pruebas. Me dejáis por mentiroso porque vuestro buscar pruebas lleva en sí la idea, silenciada pero vivísima, de que Yo puedo haber dicho algo que no es verdad.
Como castigo de tan inútiles, peligrosas, necias curiosidades y de tan irreverentes y sacrílegos pensamientos, Yo permito que en los desgraciados indagadores de lo que al hombre no le es necesario indagar, se cree, en los mejores, confusión mental, turbación de los espíritus y grave herida para la Fe, y en los peores muerte de la Fe y del espíritu.
De entre estos violadores del misterio ¿quienes son los mejores? Son aquellos que se acercan a él no para hacerme un proceso, porque soy improcesable, sino para buscarme
105 En el dictado del 22 de agosto
porque no saben encontrarme por otras vías más seguras, humildes y altas como Aquel que las ha señalado: Cristo, que ha venido a la tierra precisamente para traer la doctrina segura que os guiase a la segunda vida y para fundar la Iglesia, depositaria y Maestra de mi doctrina. Éstos no saben abrazar los pies de la Iglesia con la sencillez de los niños y la humildad de los santos, y decirle: «Te amo, te obedezco; guíame tu». Pero me buscan con pensamiento recto. Por eso tengo aún mucha misericordia con ellos.
De entre estos violadores del misterio ¿quienes son los peores? Son aquellos que se acercan a él por pura curiosidad científica, por utilidad humana, del tipo que sea: desde la moneda vil que se da como precio a sus ciencias de magia, a la utilidad directa que les puede venir (al menos creen que les pueda venir) de señales ultraterrenas. Pero no es así como se obtienen señales. Vienen espontáneamente, por mandato mío y no por llamada humana. Con éstos seré un Juez de severidad inexorable y les castigaré porque les ha falta- do Fe y respeto hacia el Dueño de ésta y de la verdadera Vida, y por haber faltado de respeto a los difuntos, hacia los cuales sólo Yo tengo el derecho de hacerme emanador de órdenes capaces de apartarles de sus moradas extraterrenas.
Bienaventurados, bienaventurados, tres veces bienaventurados quienes creen sin necesidad de pruebas; bienaventurados, siete veces bienaventurados quienes no han dudado nunca, ni un instante, de mi palabra y de mi doctrina confiada a la Maestra, mi Espo- sa: la Iglesia, y sin haber osado nunca, ni tan siquiera deseado osar, profanar los reinos ultraterrenos, están convencidos de que la vida no muere en esta tierra, sino que cambia naturaleza y se hace eterna: beata para quienes han sabido vivir de Mí y en Mí, espantosa para quienes repudiando a Dios han fornicado con Satanás.
A estos puros creyentes, a estos espíritus humildes y sencillos, para los que la Fe es luz y mi Palabra vida, Yo concedo lo que niego a los indagadores: la posesión y el conocimiento de la Verdad ultraterrena» .
12 de septiembre
Dice Jesús:
«De entre los puros creyentes, de entre estos espíritus humildes y sencillos de los que ayer te hablé, a los que concedo la posesión de la Verdad, Yo suscito almas especiales, las elijo antes de su incorporación a la vida, porque Yo lo sé todo del hombre que ha vivido, que vive y que vivirá, y por eso sé ya anticipadamente cómo actuará cada espíritu sobre la tierra, mereciendo o desmereciendo.
Y no digáis que esto es injusticia porque no os fuerzo a hacer méritos. No: esto es fidelidad a mi obra y a mi promesa de crear al hombre capaz de guiarse y libre de guiarse. A los hijos Yo les doy ayudas, todas las ayudas, pero no les fuerzo a usarlas. Lo deseo con todo mi amor, pero respeto el deseo del hombre. Dios ha llevado su amor hasta sacrificar a su Verbo para que os llevase la Palabra y la Sangre. Pero no puede hacer más, no quiere hacerlo.
¿Qué mérito tendríais al ser buenos si ‘os impidiera ser malvados?
Por eso a las almas que elijo, porque sé por adelantado que serán santas por amor o que se harán santas, después del error, por arrepentimiento sincero y doble amor, les doy también lo que no doy a las masas. Enseñanzas y luces que son bienaventuranzas para las propias almas y guía para las almas hermanas, menos iluminadas que ellas porque menos fundidas conmigo que ellas.
¡Ay de estas predilectas, sin embargo, si muestran avaricia o soberbia por mi don! No amo a los avaros y detesto a los soberbios.
Los primeros faltan a la Caridad porque ahorran para sí mismos lo que es de todos, porque
Yo soy el Padre de todos y doy mis tesoros a los amados para que sean mis limosneros con los pobres de espíritu y no para que atesoren ávidamente y anticaritativamente estos tesoros, matando la caridad y desobedeciendo a la voluntad de Dios. El sólo hecho de matar la caridad rompe el canal por el que fluyen mis palabras hacia ellos y apaga la luz por la que ven la verdad de mis palabras. Por eso decaen en su misión de portadores de mi Voz. Esto explica el por qué algunas almas, anteriormente faros de la Iglesia, perecen después en un grisáceo de nieblas perniciosas.
En cuanto a los soberbios, son privados inexorablemente e inmediatamente de mi don. En ellos mi palabra no se apaga despacio como una flor que muere sin agua o un pájaro aprisionado en una cárcel oscura, como sucede con los avaros. Muere inmediatamente como una criatura estrangulada. La soberbia es la quintaesencia de la anticaridad, la perfección de la anticaridad, y su veneno demoníaco mata instantáneamente la Luz en el corazón.
Mientras miro con dolor y compasión vuestras debilidades, retiro la mirada cuando encuentro a un soberbio ¿Y sabéis vosotros lo que es no tener ya sobre sí mi mirada? Es ser pobres ciegos, pobres locos, ebrios miserables que van a ciegas, de peligro en peligro, y en- cuentran la muerte. Esto significa no tener ya sobre sí la mirada de Dios que os protege como ninguna otra cosa puede protegeros.
A mi santa y bendita Madre le fue concedido ser Portadora del Verbo no tanto por su naturaleza inmaculada cuanto por su humildad perfectísima. Todas las humildades humanas no reúnen el tesoro de humildad de la Humildísima que así permaneció; así, entendéis, aun cuando supo su destino de ser la más Alta de todas las criaturas. María ha consolado a las Tres divinas Personas, heridas por la soberbia de Lucifer y de la Primera Pareja 106 con su humildad, sólo inferior a la del Verbo.
¡Mi querida Madre, nuestra alegría perenne! ¡Si la pudieras ver hoy 107 en el Cielo mientras que todo el Paraíso la rodea con su amor y exclama hosanna por Ella y por su Nombre de salvación! Verías un abismo de gloria sumido en un inmenso abismo de humildad, y la luz inconcebible de María destella doblemente por su castísima, virginal humildad que se recoge en adoración ante Nosotros y abate todos los celestes hosanna diciendo: «Domine non sum digna». ¡Santa y primera Sacerdotisa! ¡No ser digna Ella por quien crearíamos un segundo Paraíso para que recibiera redobladas alabanzas!…
Mira, María. En este día de María ten la visión de la luz en que está la Madre tuya y mía. Has visto la Luz rutilante, que no puede mirarse, de nuestro triple Fuego 108. Mira ahora la luz suavísima de María. Apaga tu sed, sáciate de ella. Nunca sentirás descender en tu corazón nada más dulce. Mira, mientras te lo concedo, esta fuente, este astro de luz que es María, resplandeciente en el Cielo con su cuerpo de candor que no podía corromperse porque ha sido la santa envoltura del Dios hecho’ carne además de porque ha alcanzado la perfección humana de toda santidad, y de sumo resplandor por su espíritu unido al Espíritu de Dios en nupcias eternas.
Mira: el azul del Cielo circunda el Candor y lo tiñe de reflejos celestes, y la luz de María vuelve luminosos los Cielos como una sobrehumana alba de abril en la que ría el astro de la mañana sobre un mundo virgen y florido.
Mira y recuerda la visión que los ángeles contemplan con perenne sonrisa de alegría. Que sea tu serenidad, como es tu fuerza la nuestra.
Te han sido mostradas cosas que sobrepasan la inteligencia del hombre, y esto ha sido por voluntad de Dios. Pero, para mantener este don siempre, aprende de María a tocar los
106 La escritora anota abajo, a lápiz: (Adán y Eva)
107 Es el 12 de septiembre, festividad del Nombre de María. 3 En el escrito del!» de julio
108 En el escrito del 1° de julio
vértices de la humildad que se humilla para llevar el espíritu a lo más alto.
Te he reservado este regalo para el Nombre de María. Para la Natividad: la sonrisa de María, la Mujer santa 109; para el Nombre: la gloria de María, la Madre de Dios».
He visto, y no puedo describirla, a nuestra Madre en su morada del Cielo. Como y, casi diría que, aún más que para Dios me sirve el parangón «luz» para hablar de Ella.
Una luz confortable, blanco azulada como la del rayo de luna más terso multiplicado por una intensidad sobrenatural. Ni siquiera distingo bien el rostro y el cuerpo de María. Demasiada «luz» para ser distinguidos por el ojo humano.
Y explico: no una luz deslumbrante que impida mirar. Sino una luz que vuelve «luz» los contornos y las formas del cuerpo glorificado de María, por lo que no puedo decir los colores del mismo.
Podría decir que si se hubieran vuelto luz montañas de perlas se tendría una comparación de lo que es la Candidísima, bienaventurada en el Cielo. Y también podría decir que si una visión tuviera el poder de cambiar el color de los ojos humanos, empapando el iris del color emanado por la visión, mis ojos, de color marrón oscuro, deberían ser ahora de un azul de pálido zafiro líquido, como el que se libera de algunas estrellas en las noches serenas.
Estoy sumergida en la emoción que hace verter lágrimas de alegría espiritual… y no puedo decir más 110.
13 de septiembre
(Iniciada en el momento de la Comunión)
Dice Jesús:
«El arcángel Miguel, que vosotros invocáis en el Confiteor, pero, según vuestra costumbre, con el alma ausente, demasiado ausente, estaba presente en mi muerte de cruz. Los siete grandes arcángeles que están perennemente ante el trono de Dios, estaban todos presentes en mi Sacrificio.
Y no digas que esto está en contradicción con lo que digo: «El Cielo estaba cerrado». El Padre, lo repito 111, estaba ausente, lejos, en el momento en el que la Gran Víctima cumplía la Inmolación para la salvación del mundo.
Si el Padre hubiera estado conmigo, el Sacrificio no hubiera sido total. Hubiera sido únicamente sacrificio de la Carne condenada a la muerte. Pero Yo debía cumplir el holocausto total. Ninguno de los tres aspectos del hombre: el carnal, el moral, el espiritual, debía estar excluido del sacrificio, porque Yo era inmolado por todas las culpas, y no solamente por las culpas del sentido. Ahora por lo tanto es comprensible que también lo moral y lo espiritual mío debían ser triturados, aniquilados en la piedra de molino del tremendo Sacrificio. Y también es comprensible que mi Espíritu no habría sufrido si hubiera estado fundido con el del Padre.
Pero estaba solo. Levantado, no materialmente sino sobrenaturalmente, a tal distancia de la Tierra que ningún consuelo podía venirme de ella. Aislado de todo consuelo humano. Levantado en mi patíbulo había llevado a él el peso inmensurable de las culpas de toda una humanidad de milenios pasados y de milenios futuros, y eso peso me aplastaba más que la Cruz, arrastrada con tanta fatiga por un cuerpo ya agonizante por las empinadas, sofocantes,
109 En el dictado del 8 de septiembre
110 Sobre una copia dactilográfica, la escritora añade a lápiz: (lo demás… serian las palabras de M. Stma., que temo escribir porque… tengo
miedo de los hombres)
111 Ya en el dictado del 5 de- septiembre
pedregosas calles de Jerusalén, entre las burlas y los golpes de, una plebe embrutecida.
En la Cruz estaba con mi sufrimiento total de carne torturada y con mi gran sufrimiento de espíritu abatido por un cúmulo de culpas que ninguna ayuda divina hacía soportables. Era un náufrago en medio de un océano en tempestad y debía morir así. Mi Corazón se ha roto bajo la aflicción de este peso y de este abandono.
Mi Madre estaba cerca de mí. Ella sí. Estábamos los dos, los Mártires, envueltos en el dolor atroz y en el abandono. Y el vernos el uno al otro era tortura sobre tortura. Porque cada estremecimiento mío desgarraba las fibras de mi Madre, y cada gemido suyo era un nuevo flagelo sobre mis carnes flageladas y un nuevo clavo clavado no en las palmas, sino en mi Corazón. Unidos y separados al mismo tiempo para sufrir más, y sobre nosotros los Cielos cerrados sobre el enojo del Padre y tan lejanos…
Pero los arcángeles estaban presentes en la Inmolación del Hijo de Dios por la salvación del hombre y en la Tortura de la Virgen Madre. Y se ha dicho en el Apocalipsis que en los últimos tiempos un Ángel hará el ofrecimiento del incienso más santo al trono de Dios, antes de derramar el primer fuego de la ira divina sobre la Tierra, ¿cómo no pensáis que entre las oraciones de los santos, incienso imperecedero y digno del Altísimo, no estén, primeras entre todas, las lágrimas, orantes más que cualquier palabra, de mi Santa bendita, de mi dulcísima Mártir, de mi Madre, recogidas por el ángel que llevó el anuncio y que recogió la adhesión, del testigo angélico de los desposorios sobrenaturales por los que la Naturaleza Divina contrajo unión con la naturaleza humana, atrajo a sus alturas una carne y descendió su Espíritu a hacerse carne para la paz entre el hombre y Dios?
Gabriel y sus compañeros celestiales inclinados sobre el dolor de Jesús y de María, imposibilitados para aliviado, porque era la hora de la Justicia, pero no ajenos a él, han recogido en su inteligencia de luz todos los detalles de aquella hora, todos, para explicados, cuando el tiempo ya no exista, a la vista de los resucitados: gozo para los bienaventurados y primera condena para los réprobos, anticipo para éstos y para aquellos de lo que será dado por Mí, Juez supremo y Rey altísimo».
Ha iniciado a hablar Jesús mientras decía el Confiteor y mi mente ha visto a Gabriel, luz de oro, inclinado, en adoración de la Cruz, creo. Pero no veía la Cruz.
Hoy, después, repasando atentamente las páginas mecanografiadas para corregir los más mínimos errores de trascripción, a fin de que no haya errores que alteren la idea, encuentro un comentario mío, de fecha 31 de mayo, acerca de la destrucción de Jerusalén… Recuerdo la impresión que tuve aquel día leyendo el capítulo 21 de S. Lucas, versículos 20 y 24. Decía aquel día: «He entendido que hay una referencia a todos nosotros. No he visto claramente. Pero me he quedado bajo la dolorosa impresión». Hoy releo a San Lucas y lamentablemente me parece que el trozo se ajusta perfectamente a nuestros desgraciados casos…
Jesús me habla hoy de siete arcángeles que están siempre ante el trono de Dios.
¿Realmente están o es un número alegórico? He buscado en la Biblia, pero no encuentro nada al respecto. Ésta debe ser una de las «lagunas» de las que habla Jesús el 11 de junio.
14 de septiembre
Dice Jesús:
«Se llama «Fiesta de la Sta. Cruz». Sería mejor decir «Fiesta del Sacrificio», porque sobre la Cruz se ha realizado la apoteosis de mi Sacrificio de Redentor. Y diciendo: del sacrificio, se podría decir «de la Sangre», porque sobre la Cruz he terminado de derramar mi Sangre hasta la última gota, hasta cuando ya no es sangre sino suero de sangre: la última trasudación de
un cuerpo que muere.
¡Cuánta sangre, María! Y la he derramado por todas partes, para santificarlo todo y a todos. También este sufrimiento mío y sangrar en varios lugares tiene su porqué, que vosotros no indagáis pero que Yo, por la fiesta de la Cruz, te quiero revelar.
La he derramado en el Getsemaní, huerto y olivar, para santificar el campo y las obras del campo. El campo creado por mi Padre con sus mies, sus vides, sus plantas de fruto, sus plantitas menores, pero todas útiles al hombre y de las cuales el Padre enseñó el uso y el cultivo, con sobrenatural enseñanza, a los primeros hombres de la tierra. La he derramado allí para santificar la tierra y a los trabajadores de la tierra, entre los que están comprendidos también los pastores de las distintas especies de animales concedidos por el Padre al hombre para su ayuda y sustento.
He derramado mi Sangre en el Templo, porque estaba ya herido por piedras y bastones, para santificar en el Templo de Jerusalén el Templo futuro, cuyo cemento se iniciaba en aquella hora: mi Iglesia y todas las iglesias, casas de Dios, y de sus ministros.
La he derramado también en el Sanedrín porque además de la Iglesia representaba también la Ciencia. Y sólo Yo sé cuánta necesidad de santificación tiene la ciencia humana, que usa de sí para renegar la Verdad y no para creer cada vez más en Ella, viendo a Dios a través de los descubrimientos de vuestra inteligencia.
La he derramado en el palacio de Herodes, por todos los reyes de la tierra, investidos por Mí del supremo poder humano para la tutela de sus pueblos y de la moralidad de sus estados. También en los palacios solamente Yo sé cuánta, cuánta, cuánta necesidad habría de acordarse que U no sólo es Rey: el Rey de reyes, y que su Leyes la ley soberana también sobre los reyes de la tierra, los cuales son tales mientras que Yo no deba intervenir para privarles de la corona de la que, o por culpa evidente y personal o por debilidad -culpa no material pero no menos condenada y condenable porque es causa de muchos daños- ya no son dignos.
Y así he derramado mi Sangre en el Pretorio donde residía la Autoridad. Lo que sean, porque lo sean, hasta que sean las autoridades, el poder, te lo dije hace ya tiempo 112. Lo que deberían ser para no ser maldecidas por el eterno Justo, lo pueden obtener solamente en virtud de la obediencia a mi Ley de amor y justicia y de mi preciosísima Sangre, que vence el pecado de los corazones y corrobora a los espíritus haciéndoles capaces de actuar en santidad, incluso cuando acontecimientos, permitidos por Dios para prueba de una Nación y para castigo de otra Nación, comporten que la Autoridad imperante no sea del mismo País, sino del País vencedor y opresor. Sobre todo en este caso la Autoridad debería acordarse de que es tal por permiso de Dios y siempre para un fin que tiene por base la santificación de las dos partes. Por ello la necesidad de no usar del poder para dañarse y dañar a los oprimidos y a los dominados con un abuso injusto del poder. Re dado mi Sangre, rociándola como lluvia santa en la casa de Pilatos, para redimir a esta clase de la Tierra que tiene una infinita necesidad de ser redimida, porque desde que el mundo existe, ha creído poder hacer lícito aquello que no lo es.
He enrojecido con cada vez mayor aspersión de sangre a los soldados flageladores para infundir a las milicias un sentido de humanidad en el doloroso episodio de las guerras, enfermedades malditas que siempre resurgen porque no sabéis extirpar de vosotros el vene- no del odio e inyectaros el amor. El soldado debe combatir, tal es su ley del deber, y no será castigado por su combatir y matar porque la obediencia lo justifica. Pero será castigado por Mí cuando, en su combatir, use crueldad y se permita abusos que no son necesarios y que,
112 Por ejemplo, en los dictados del 30 de junio, del 28 de julio y, más ampliamente, del 29 y 30 de julio
más aún, siempre están maldecidos por Mí por inútiles y por contrarios a la justicia, que debe ser siempre justicia incluso cuando una victoria humana exalta o un odio de raza suscita sentimientos contrarios a la justicia.
Mi Sangre ha mojado las calles de la Ciudad, imprimiendo huellas que, aunque ya no se vean, han quedado y permanecerán eternamente presentes en las mentes de los habitantes de los Cielos altísimos. He querido santificar las calles por donde tanto pueblo pasa y tanto mal se comete.
Y si tú piensas que mi Sangre prodigad a por doquier no ha santificado a todos los ministros de la Iglesia, no ha santificado los palacios, ni las autoridades, ni las milicias, ni el pueblo, ni la ciencia, ni las ciudades, ni las calles y ni siquiera los campos, Yo te respondo que la he derramado de todos modos aún sabiendo que para muchos sería acusación de condena en vez de ser salvación según el fin por el que la derramaba, y la he derramado por aquellos pocos de la Iglesia, de la Ciencia, del Poder, de los Ejércitos, del Pueblo, de las Ciudades, de los Campos, que han sabido recogerla y comprender su voz de amor y seguir esa voz en sus mandamientos. ¡Benditos ellos, para siempre!
Pero la última Sangre no fue derramada sobre los terrones, sobre las piedras, sobre los rostros y sobre los vestidos, en lugares donde el agua de Dios o la mano del hombre la podían lavar y disolver. La última Sangre, recogida entre el pecho y el corazón que ya se helaba y brotada en el último ultraje -para que en el Hijo de Dios y del Hombre no quedase una gota de líquido vital y Yo fuera realmente el Cordero degollado para el holocausto grato al Señor- las últimas gotas de mi Sangre no han sido desperdigadas. ¡Había una Madre debajo de aquella Cruz! Una Madre que por fin podía abrazarse al madero de la Cruz, erguirse hacia su Criatura muerta, besarle los pies traspasados y encogidos en el último espasmo, y recoger en su velo virginal las últimas gotas de la Sangre de su Hijo que goteaban del costado abierto y regaban mi cuerpo sin respiro.
¡Dolorosísima Madre mía! Desde mi nacimiento hasta mi muerte Ella ha debido sufrir también por esto: por no poder dar a su Criatura aquellos primeros y últimos consuelos que aún el más mísero de los hijos del hombre tiene al nacer y al morir, y con su velo ha debido hacer ropaje para el Hijo recién nacido y sudario para el Hijo desangrado.
Aquella Sangre no se ha perdido. Ella está y vive y resplandece sobre el velo de la Virgen. Púrpura divina sobre el candor virginal, será el estandarte de Cristo Juez en el día del Juicio».
15 de septiembre
Dice Jesús:
«Es opinión difundida en muchos cristianos, y cristianos católicos, que mi Madre no haya nunca sufrido como generalmente sufren los mortales. Creen que el dolor haya estado en Ella pero que, dada su naturaleza inmaculada, Ella lo haya podido soportar fácilmente porque la Gracia lo atenuaba. En suma creen que Ella recibiera el golpe del Dolor, pero que éste no pudiera penetrar en Ella porque estaba defendida, como por una inquebrantable coraza, por su naturaleza inmaculada y por la Gracia.
Pero es un grave error. María era la «Inmaculada», exenta de la herencia de la culpa de Adán y de los frutos de tal culpa, y en este sentido, en efecto, habría debido estar preservada del sufrimiento porque el Creador había creado la raza del hombre exenta del dolor y de la muerte, que es el supremo dolor del hombre. Pero María era la Corredentora.. y la misión de redentor es siempre misión de infinito dolor. De otro modo ¿cómo podría un redentor redimir los pecados de los demás? ¿Cómo una víctima pagar por los hermanos? María era
redentora como Yo era Redentor. Justo por lo tanto que el Dolor fuera su compañero.
¿Me ha sido acaso evitado el Dolor? No. No obstante si María estaba, por un milagro de Dios, exenta de la culpa del hombre, Ella nacida de dos cuerpos hechos una carne sola por humano matrimonio, Yo, Dios, y por ello puro de toda y de cualquier culpa o sombra de culpa, hecho Hombre por los desposorios de la Inocencia con la Gracia y por esto infinitamente superior a Ella, he sido también sacrificado al Dolor, al Dolor más grande que nunca ha existido y nunca existirá, porque fue dolor de carne y sangre, de mente, de co- razón, de alma, de espíritu.
La Justicia divina, que no miente y no se contradice nunca a Sí misma, fue fiel a sus antiguas promesas, y a la Sin Culpa, como estaban sin culpa los primeros padres, no aplicó las dos principales condenas de la carne, de Eva especialmente: el dolor de la muerte y el dolor del parto.
Mi nacimiento fue un éxtasis dulcísimo. En el silencio de la noche que aislaba del mundo la morada solitaria y humildísima, María se había sumergido en sus fervientes contemplaciones de Dios. La oración de María era siempre rapto en Dios. Y saliendo del rapto conoció al Hijo. Fue más bien el primer llanto del Hijo Dios el que arrancó a la Madre de la contemplación espiritual de Dios para llevar su mirada a contemplar el Milagro más grande del Universo: un Dios encarnado para la redención del hombre.
La muerte de María fue otro rapto. La oración la envolvió en sus vendas de amor interrumpiéndole toda sensibilidad humana, y el Amor le vino al encuentro por segunda vez para abrazar a Sí a la Esposa deseada desde antes que el Tiempo existiera.
Y si el primer encuentro fue un inclinarse del Amor sobre la Virgen para cubrir con su sombra divina a la Siempre Casta y hacerla fecunda de una Carne divina, el segundo encuentro fue el abrazo total de la Inviolada con el Amor que la atrajo a Sí hasta el altísimo Cielo. La contemplación última de María en la tierra tuvo fin en el Cielo donde la Enamorada de Dios, donde la Anhelante del Hijo pudo fijar su mirada para siempre, adorando, en el Padre, en el Hijo, en el Espíritu Santo, sus perennes deseos y a sus amores eternos.
Pero antes de aquella hora, pobre Madre, ha debido empaparse a Sí misma en el Dolor. Y ya te he hablado de cuáles hayan sido sus dolores de toda una vida, cuyo vértice está en los días de mi Muerte 113. Y más de una vez te he dicho cómo, siendo destinada a corredentora, Ella sintió toda la aspereza del dolor, y por qué la sintió 114.
Piensa siempre que Ella es Maestra de Dolor como Yo soy Maestro de Vida, piensa siempre que el dolor es verdadero, absoluto, sólo cuando Dios ya no está cerca de un espíritu para sujetarlo en la prueba. Piensa que María estuvo sola en la hora tremenda para conocer el horror de la soledad y para expiar vuestras desesperaciones de criaturas.
Ella es la Esperanza, además de la Fe y la Caridad. Las tres virtudes teologales están personificadas en Ella, porque nadie en el mundo amó como Ella, nadie creyó y sobre todo nadie esperó.
Fue un abismo de esperanza. Y por ello la he puesto como Estrella vuestra para indicaros el camino del Cielo. Si creéis siempre en Ella, nunca conoceréis el horror de la desesperación y no os mataréis a vosotros mismos con la desesperación. Que María, Esperanza de Dios que le esperaba a Ella para cumplir la Redención del hombre, sea la esperanza del hombre.
No perdáis de vista, ¡oh mortales!, la Estrella de la Mañana cuyos rayos están hechos con las siete espadas clavadas en su Corazón dulcísimo y puro, clavadas por amor a vosotros. Vivid en Ella. Y en la Santa, que es Madre de Dios y que, sin descanso, ruega por vosotros
113 En el dictado del 2 de julio
114 Algunas de estas referencias están agrupados en la nota 2 de pág. 95
ante Nuestro Trono, morid.
María, que se durmió sobre el Corazón de Dios, vive ahora en el Cielo con la carne glorificada. El alma que se duerme sobre el Corazón de María tendrá en el Cielo la carne glorificada cuando se haya cumplido el tiempo, porque Ella es vuestra Salvación».
16 de septiembre
Dice Jesús:
«No es en el sentido en que tú lo entiendes. Vendrá la hora de la paz y del perdón también para vosotros Italianos, la hora en la que volveréis a estrechar la alianza con el Señor después de haber estado en las manos de Satanás que os ha maltratado como si fuerais una madeja de hilo en las manos de un loco furioso. Pero las palabras de Joel (cap.H, v.18-32) no están dichas particularmente para éste o aquel pueblo. .
Ellas son para mi pueblo, para el pueblo del Único, Verdadero, Gran Rey: del Señor Dios vuestro, Uno y Trino, Creador y Redentor del género humano. Aquel período de bienestar del que habla Joel es el anticipado anuncio de cuanto habla Juan en su Apocalipsis mucho tiempo después.
Después de las tremendas guerras que Satanás habrá traído a la Tierra a través de su Mensajero de tinieblas, el Anticristo, vendrá el período de la tregua en el que, después de haberos mostrado con la cruenta prueba de qué dones puede ser autor Satanás, intentaré atraeros a Mí colmándoos de mis dones.
¡Oh! ¡mis dones! ¡Serán vuestra dulzura! No conoceréis hambre, estragos, calamidades. Vuestros cuerpos y más vuestras almas estarán apacentadas por mi mano, la Tierra parecerá nacer para una segunda creación, totalmente nueva en los sentimientos que serán de paz y concordia entre los pueblos y de paz entre el Cielo y la Tierra, porque haré propagar mi Espíritu sobre vosotros que os penetrará y os dará la visión sobrenatural de los decretos de Dios.
Será el Reino del Espíritu. El Reino de Dios, lo que vosotros pedís -y no sabéis lo que pedís porque no reflexionáis nunca- con el Padrenuestro. ¿Dónde queréis que se realice el Reino de Dios sino en vuestros corazones? Es desde allí desde donde debe iniciarse mi Reino sobre la Tierra. Reino grande, pero siempre limitado.
Después vendrá el Reino sin confines ni de tierra, ni de tiempo. El Reino eterno que hará de vosotros eternos habitantes de los Cielos, porque, es natural, Yo hablo a aquellos que son mis súbditos y no a los réprobos que tienen ya su horrible rey: Satanás.
Vuestro Dios obrará todos los prodigios para atraer a Sí el mayor número de vivientes, porque Yo soy Dios de Misericordia, de Perdón y de un Amor tan infinito que por mucho que pudierais estudiar y penetrar su medida no lo lograríais. Lo que creéis que sea la infinidad de mi amor por vosotros, es como una pequeña piedrecilla del arenal de un río respecto a una entera cadena montañosa, cuyas bases dividen los continentes y cuyas cimas se ciñen entre las nubes.
¿Pero crees tú que tantos prodigios de Amor y tantas luces de Espíritu convertirán a los hombres a su Dios Eterno? Desengáñate. Si Yo tuviese los cuidados que tendré con vosotros para las necesidades de vuestro cuerpo -sólo éstas- hacia pobres animales faltos de razón, esos animales, con sus lenguajes informes, me alabarían del alba al anochecer, y si supieran dónde encontrarme partirían de todas las partes del globo para venir a dar las gracias a su benéfico Tutor. Pero los hombres no.
Están prácticamente en su totalidad absolutamente sordos a las voces y a los dones espirituales, y casi del todo sordos a los dones corporales, en lugar de reconocer mi Bondad
y de amarme por gratitud, aprovecharán del bienestar que les daré para descender cada vez más en el abismo que les gusta, donde se revuelcan como bestias inmundas en un pantano, y les espera lo que seduce a los nueve décimos de la humanidad: codicia, lujuria, fraudes, violencia, robo, herejía, supersticiones y otras corrupciones del sentido y de la mente, tan horribles que a los honestos les parece imposible que puedan ser verdaderas, pero verdaderas son y hacen enrojecer a los Cielos y soliviantar con indignación nuestra Divinidad.
Ni el paterno regalo de dones ni los aterrorizantes signos del cielo serán capaces de hacer de los vivientes en aquel tiempo hijos de Dios. Y entonces vendrá mi día grande y terrible.
No día de veinticuatro horas. Mi tiempo tiene distinta medida. He dicho «día» porque en el día se obra, y Yo en aquel tiempo obraré. Obraré la última selección de los vivientes sobre la tierra. Y ésta ocurrirá en el último desenfreno de Satanás.
Entonces se verán los que tienen en sí mismos el Reino de Dios y los que tienen el reino de Satanás. Porque estos últimos con boca, actos, y sobre todo con corazón blasfemo cometerán los últimos desprecios hacia mi Ley y los sacrilegios postreros hacia Dios, mientras que los primeros, los hijos y súbditos del Señor -en tanto que la última batalla azote la Tierra con un horror indecible- se agarrarán a mi Cruz, invocarán mi Nombre que salva; y mi venida de Juez no les aterrará, al contrario, será su júbilo porque los fieles son los sal- vados, los que Joel llama los «restos» del Señor, o sea los que le quedan al Señor después de los asaltos de Satanás.
Benditos, benditos, benditos para siempre estos hijos míos. De ellos es el eterno Paraíso. Unidos a los fieles al Señor de todos los tiempos, poseerán a Dios cuya posesión es bienaventuranza eterna».
Dado que esta mañana parecía que Jesús me dejase en reposo, después de haber dicho el «Veni, Sancte Spiritus» como es mi costumbre, he abierto la Biblia al azar. Casualmente era el II capítulo de libro de Joel, y precisamente los versículo s que van del número 18 al 32. Yo daba a estas palabras una interpretación tal y como mi corazón de italiana sueña con todas sus fuerzas. Pero Jesús me explica un significado mucho más alto… y María, como un
asno, lo escribe diciéndose a sí misma que sólo el Señor es sabio.
17 de septiembre
Dice Jesús:
«Cuanto ha dicho la Sabiduría en el capítulo 6° v. 1-10 ya ha sido explicado por Mí más de una vez 115 desde cuando te soy Maestro más ampliamente de cuanto lo sea para muchos de tus hermanos. Por tanto no nos paremos a considerar esas palabras. La Sabiduría verdadera te las ha explicado mucho antes de que el Libro se abriera para ti por esa página.
Y no te sorprendas si en otras ocasiones encuentras en el Libro sentimientos y palabras iguales a las que has oído directamente de Mí. Yo soy la Palabra del Padre. Y la Palabra es una. Por ello es la misma ahora que en la época de los patriarcas y profetas. Es natural, entonces, que leyendo las antiguas palabras las tengas que encontrar iguales a las novísimas que oyes de Mí. Soy Yo quien te hablo como era Yo quien hablaba a los antepasados. Y aunque vuestros tiempos y vuestros pensamientos hayan cambiado tanto, y aunque tú, mi pequeño Juan, seas tan distinta de los solemnes patriarcas y de los vehementes profetas, Yo soy siempre aquél, igual, inmutable en la palabra, en la doctrina.
115 Por ejemplo, en los dictados del 24 de julio, del 28 de julio, del 25 de agosto, etc
Dios no cambia. Se adecua a vuestros cambios, a vuestra, llamémosla también, evolución, en los márgenes de su trabajo, pero el núcleo de éste, el verdadero contenido de su enseñanza en lo que se refiere no a lo pasajero de la vida sino al alma que no muere, ése permanece y permanecerá siempre. Incluso si la Tierra permaneciera Tierra aún por mil y diez mil años y el hombre alcanzara una evolución material -nota bien- tal que le permitiera abolir las leyes del espacio, de la gravitación, de la velocidad, y llegase a ser casi omnipresente mediante instrumentos que abolieran las separaciones, y a los que está encaminado, y que vosotros llamáis con los nombres científicos de televisión, teléfono y semejantes, o, mediante otros instrumentos, aboliera la imposibilidad de actuar a distancia, creando mandos a distancia que desencadenarán sobre la tierra la venganza demoníaca de las explosiones a distancia, de los rayos mortales y semejantes creaciones de marca satánica.
Yo nunca podré deciros -aunque llegarais a convertiros en asaltantes de otros planetas y creadores de rayos potentes como el rayo de mi sol y captadores de ondas que anulan, para el oído y el ojo, las más infinitas distancias- que os sea lícito abolir la Ley de la Caridad, de la Continencia, de la Sinceridad, de la Honestidad, de la Humildad. No, nunca os lo podré decir, nunca. Sino más bien ahora y siempre os digo y os diré: «Sed benditos si usáis la inteligencia para descubrimientos de bien común. Sed malditos si prostituís vuestra inteligencia con un ilícito comercio con el Mal para dar a luz obras de maldad y destrucción».
Y basta sobre esto 116. Te hablo en cambio por cuanto puede serte consuelo y guía. Está dicho en el Eclesiástico cap. 33 v. 11-15 que varios son los destinos del hombre.
¿Quién señala vuestro destino? Éste es un gran punto que debe establecerse para no caer en el error. Error que puede ser causa de pensamiento blasfemo y también de muerte del alma. El hombre dice a veces: «Puesto que el destino lo hace Dios, Dios fue injusto y malvado con éste porque le ha abatido la desventura».
No, hija. Dios nunca es malvado y nunca es injusto. Vosotros sois miopes y veis muy torpemente y sólo las cosas que están cerca de vuestra pupila. Entonces ¿cómo podéis saber el porqué -escrito en el Libro del Señor- de vuestro destino? ¿Cómo podéis vosotros, desde la Tierra, granito de polvo revoloteando en el espacio, comprender lo que es la verdad verdadera de las cosas y que está escrita en el Cielo? ¿Cómo dar un nombre justo a una cosa que os sucede?
El niño, al que la madre da una medicina, llora, la llama fea y mala, trata de rechazar ese medicamento que a él le parece inútil y repugnante. Pero la madre sabe que ella hace esto no por maldad, sino por bondad; sabe que en la autoridad que utiliza en aquel momento para hacerse obedecer no es fea, sino que se reviste de una majestad que la embellece; sabe que a su criatura le sirve esa medicina y con caricias o con voz severa le obliga a tomarla. Si la madre pudiera tomarla para curar a su pequeño enfermo, ¡cuánta tomaría!
También vosotros sois niños respecto al buen Padre que tenéis en los cielos. Él ve vuestras enfermedades y no quiere que permanezcáis enfermos. Vuestro Padre de amor os quiere sanos y fuertes. y os da medicinas para robustecer vuestras almas, para enderezar- las, curarlas, para hacerlas no sólo sanas sino también hermosas.
Si Él pudiera evitar el haceros llorar, ¿creéis que no lo haría Él cuyo Corazón, todo amor, está regado por las lágrimas de sus hijos? Pero a cada uno su tiempo. Él lo ha hecho todo por vosotros, para llevaros a la salvación eterna. Hasta se ha exiliado de los Cielos, ha exprimido su Sangre hasta la última gota para dárosla, medicina santísima que sana toda llaga, vence toda enfermedad, refuerza toda debilidad.
116 Ya expresado, por ejemplo, en el dictado del 21 de julio
Ahora es vuestro tiempo. Porque a pesar de la Palabra descendida de los Cielos para daros la guía de la Vida y a pesar de la Sangre prodigada para redimiros, vosotros no habéis sabido separaros del pecado y recaéis siempre en él; Él, el Eterno que os ama, os da un castigo de dolor, más o menos grande según la altura a la que quiere llevaros o el punto hasta el que quiere haceros expiar aquí abajo vuestra deuda de hijos desertores.
Hay, es cierto, criaturas que padecen el dolor para hacerse resplandecientes, con gran luz, en la otra vida. Pero hay otras criaturas que deben soportar el dolor para limpiar su estola manchada y alcanzar la luz. Son la inmensa mayoría. Mas -es un contrasentido pero es cierto- son precisamente éstas las que más se rebelan ante el dolor y llaman injusto a Dios, y malvado, porque les empapa de dolor. Son las más enfermas y se creen las más sanas.
Cuanto más uno está en la Luz tanto más acepta, ama, desea el dolor. Acepta cuando está una vez en la Luz.
Ama cuando está en la Luz dos veces.
Desea y pide el dolor cuando está tres veces en la Luz, sumergido en ella y viviente por ella.
Mientras, en cambio, cuanto más uno está en las tinieblas más huye, odia, se rebela ante el dolor.
Huye: las almas débiles que no tienen fuerza para realizar ni gran mal ni bien, sino que van viviendo una pobre vida espiritual envuelta en las neblinas de la tibieza y de las faltas veniales, tienen un miedo incontenible ante cada pena, de la naturaleza que sea. Son espíritus sin esqueleto, sin fuerza.
Odia: los viciosos, para los que el dolor es un obstáculo para continuar con sus vicios de toda clase, odian este gran maestro de la vida espiritual.
Se rebela: el gran pecador, completamente vendido a Satanás, que acumula delito tras delito espiritual alcanzando las cimas de la rebeldía que son blasfemia y suicidio u homicidio, con tal de vengarse (al menos él lo cree) del sufrimiento. Sobre éste, la obra paterna de Dios se transforma en fermentación de mal, porque ese gran pecador está amasado con el Mal como harina amasada con la levadura. y el Mal, como levadura bajo la elaboración del dolor, se hincha en ellos y les hace pan para el Infierno.
¿A cuál de estas tres categorías has pertenecido? ¿A cuál perteneces ahora? ¿En cuál quieres permanecer? No es necesaria la respuesta. La sé. Por esto te hablo y estoy contigo.
Otras veces el hombre dice: «Si cada uno tiene un destino señalado es inútil afanarse y luchar. Despreocupémonos, qué más da, todo está señalado».
Otro pernicioso error. El destino es conocido por Dios, sí. Pero ¿lo conocéis vosotros? No lo conocéis por el momento.
Te pongo un ejemplo. Pedro me renegó. En su destino estaba señalado que él conociera este error. Pero él se arrepintió de haberme renegado y Dios le perdonó y lo hizo su Pontífice. Si hubiera persistido en su error, ¿hubiera podido llegar a ser mi Vicario?
No digas: estaba destinado. Nunca olvides que Dios conoce vuestros destinos, pero el destino lo hacéis vosotros. Él no violenta vuestra libertad de acción. Os da los medios y los consejos, os da las advertencias para poneros de nuevo en el buen camino, pero si vosotros no queréis estar en ese camino, Él no os fuerza a permanecer.
Sois libres. Os ha creado mayores de edad. La alegría de Dios es que permanezcáis en la casa del Padre, pero si decís: «Quiero irme de ella» Él no os detiene. Llora sobre vosotros y se aflige por vuestro destino. Y no quiere hacer más, porque haciendo más os quitaría la libertad que os ha dado. La alegría de Dios es cuando, comprendiendo, bajo el daño de la carestía, que sólo en la casa del Padre hay alegría, volvéis a Él. Alegría y complacencia de Dios hacia aquellos que con su sacrificio y sus oraciones, sobre todo estas dos cosas, y des-
pués con sus palabras, logran devolverme un hijo. Pero no más.
Que sepas que quienes están en mi mano como arcilla mojada en la mano del alfarero, son los predilectos de mi Corazón. Sobre ellos mi mano es dulce como una caricia. Mis caricias les modelan dándoles mi huella y semejanza de mansedumbre, humildad, caridad, pureza, y la más bella de todas las semejanzas: la mía de Redentor.
Porque son éstas las almas que continúan la misión de Redentor y a las que Yo digo continuamente «gracias» que es la más protectora de las bendiciones. Y si el velo de la Verónica es sagrado porque lleva mi semblante, ¿qué serán estas almas que son mi verdadera imagen?
¡Ánimo, María! Mi Paz está contigo. Yo estoy contigo. No temas».
18 de septiembre
Dice Jesús:
«He dicho ayer: «El destino os lo hacéis vosotros». Ahora añado: El destino os lo hacéis vosotros. Pero cuando uno hace la Voluntad que el Padre le propone está seguro de lograr un destino de luz, mientras que cuando uno se cierra los oídos y los ojos para no oír y no ver la Voluntad del Padre y cierra el alma al amor que lleva a la obediencia, siguiendo no la voz del espíritu sino la de la carne y la sangre, atizados por Satanás, este uno se crea un destino de tinieblas cuyo fin es la muerte del espíritu.
Ahora, si reflexionas como en vuestra vida quien ama -sea hijo, hermano, esposo, alumno, inferior, sea quien sea- trata siempre de complacer al amado, puedes intuir ágilmente que quienes aman mucho a Dios sigan los deseos de Dios, sean los que sean; los que le aman poco le sigan menos y sigan sólo aquellos deseos que les cuestan poca fatiga; y aquellos que de hecho no le aman no le sigan en los deseos de su santa Voluntad, sino más bien se rebelen arrojándose en el sendero que lleva a las antípodas de la meta que Dios aconseja y se alejen del Padre blasfemándolo.
Se podría concluir por ello, sin miedo a errar, que la medida con la que la criatura ama a su Creador está dada por la medida con la que ella sabe obedecer a los deseos de su Señor y Padre. Miente aquel que dice de amar a Dios y después no sabe seguir su Voz que le habla con amor para conducirle a su morada.
Y ¿a quién quiere engañar con su mentira? ¿a Dios? a Dios no se le engaña. Vuestras palabras tienen el significado verdadero que tienen, y no aquel que vosotros les dais, y Dios comprende ese significado verdadero. Por lo tanto si decís amar al Señor y después re- chazáis obedecerle, que es una de las pruebas básicas del amor, Él no puede sino llamaros hipócritas y mentirosos y trataros como tales.
¿ Queréis quizá engañar a Satanás, disfrutando de los cómodos arreglos de conciencia que os sugiere y al mismo tiempo hacerle saber que queréis gozar en esta vida, pero gozar también en la otra contemporizando entre Dios y Satanás, entre el Cielo y el Infierno? jOh necios! Al Astuto no se le engaña y, menos paciente que Dios, exige inmediata recompensa y hay que pagarle enseguida, porque él no acuerda demora. Y en verdad os digo que su yugo no es ala, sino pesada piedra que aplasta y hunde en el fango y en la oscuridad.
¿Queréis quizá engañaros a vosotros mismos diciéndoos que no es sino una necesidad de la tierra la que os empuja a hacer vuestra voluntad pero que, en el fondo, vosotros quisierais hacer la de Dios porque la preferís? Hipócritas, hipócritas, hipócritas.
En vosotros hay un juez que no conoce el sueño, y es vuestro espíritu. Aunque lo herís de muerte y lo condenáis a perecer, él grita en vosotros, mientras estáis en esta tierra, grita sus ansias de Cielo. Vosotros lo cargáis y amordazáis para volverlo inmóvil y mudo, pero se agita
hasta librarse de vuestra mordaza y arroja su grito en el silencio desolado de vuestro corazón. Y, como el grito de mi Precursor, esa voz es tan atormentadora para vosotros que tratáis de apagarla para siempre. No lo lograréis nunca. Mientras viváis la oiréis y en el más allá gritará más fuerte reprochándoos vuestro delito de homicidas de vuestra alma.
La llave de ciertas aberraciones humanas que crecen cada vez más y llevan al individuo a delincuencias monstruosas, está en esta voz de la conciencia que vosotros tratáis de mitigar con nuevos rebotes de crueldad, así como el intoxicado trata de olvidar su merecida desgracia envenenándose cada vez más, hasta el aturdimiento.
Sed hijos, criaturas mías. Amad, amad a nuestro buen Padre que está en los Cielos. Amadlo cuanto podáis. Entonces os resultará fácil seguir su bendita Voluntad y lograr un destino de gloria eterna.
Yo, que le he amado a la perfección, le he complacido hasta el sacrificio de mi divinidad que por treinta y tres años se ha exiliado de los Cielos, y de mi vida destruida con el martirio más atroz de la carne, de la mente, del corazón, del espíritu.
Mi Madre, que fue la segunda tras de Mí en el saber amar y que amó con toda la perfección posible para la criatura -porque, dicho sea entre paréntesis y como respuesta a una objeción que te ha sido hecha, porque María poseía la plenitud de toda virtud y atributo, siempre y naturalmente como criatura, perfecta pero siempre criatura humana. Teniendo en sí la plenitud de la Gracia, es decir poseyendo a Dios como sólo Ella lo ha poseído, es obvio que su perfección alcanzara alturas solamente inferiores a las de Dios-. Y bien, María, que fue segunda tras de Mí en el saber amar, se ha adherido a la Voluntad de Dios hasta el sacrificio de su vocación, que era la de dedicarse únicamente a las contemplaciones de Dios, y de su corazón que le fue pedido por Dios para ser triturado.
La divina Maternidad de María es la prueba viviente de su adhesión a la Voluntad de Dios. Yo, el Hijo que no ha quitado a la Madre su candor de lirio inviolado, soy el testimonio de la condescendencia de María a los deseos de Dios.
Ella ha desafiado la opinión del mundo, el juicio del esposo, además de abrazar su patíbulo de Madre del Redentor, sin vacilar. Cierta de que Dios no rechazaba el don de su candor, dijo el más alto «fiat» pronunciado por labios mortales y no tuvo temores: su fuerza era Dios y a Él confiaba su honor, su futuro, todo, sin reservas.
He aquí vuestros modelos: Yo y María. Seguidnos y lograréis el destino que Dios desea para cada una de sus criaturas. Seguidnos y poseeréis la Paz, porque poseeréis a Dios que es Paz y sentiréis el bienestar de vuestro espíritu.
Las bienaventuranzas que he proclamado las tenéis ya en esta tierra si hacéis la Voluntad de vuestro Padre. Después, en el Cielo, serán setenta veces mayores porque entonces nada obstaculizará vuestro fundirse en Dios».
19 de septiembre
Ayer por la noche: 18 de septiembre, sufría terriblemente. Llevaba todo el día sufriendo así y estaba agotada. Cada respiro, cada movimiento, incluso pequeño, me era penosísimo y me obligaba a lamentarme, yo que no me lamento nunca. Después toser… hubiera preferido una fusilada a un golpe de tos.
A la hora de la cena, es decir de las 20 a las 21 horas, mientras me había quedado sola, mi vista mental fue beatificada por la visión de María Stma. Intento describírsela. Pero ¿cómo hacer para mostrarle su belleza y sus colores?
Está vestida de blanco: una túnica cerrada a la altura del cuello, como si estuviera rizada, porque veo que sobre el pecho la tela forma delicados pliegues que modelan castamente las
formas de María. Las mangas son más bien estrechas y largas hasta la muñeca. En la cintura un cinturón mantiene recogido el vestido. Pero no es de oro ni de plata. Parece un cordón de seda, del mismo color y brillo del vestido. No tiene lazos, no desciende sobre el vestido. Solamente la ciñe.
Sobre la cabeza un manto de la misma tela, ligera pero no velada, que el vestido. Desciende a lo largo de las mejillas de María, se acerca al cuello como si tuviera un broche. Pero un largo broche, porque veo la garganta candidísima de María. En fin está apoyado en los hombros y desciende a lo largo del brazo y los costados hasta el suelo.
Pero ¿cómo lograr explicarle el resplandor de ese candidísimo y . sencillísimo vestido? La nieve es gris y opaca, el lirio es aún menos hermoso. Parece plata hecha tela, tanto resplandece su blancura. ¡Oh! ¡impotencia de la palabra para describir la luz! ¡Sólo en el Cielo, y para revestir a María, puede existir esa tela de un blanco fulgurante, diamantado, nacarado, opalino, que es una gema sin ser gema ni conocer la alianza de las gemas para resplandecer así!
Veo el óvalo, más bien redondo, del rostro de María. De un color marfil como esos pétalos de magnolia, de igual color que el de su Hijo, distinto en la forma que en Jesús es más alargada y delgada. Sobre el rostro de flor sólo los labios y las cejas finísimas, ligeramente oscuras, ponen un color.
Los ojos, no abiertos, sino con los párpados entreabiertos, tienen la misma mirada del Hijo, y tienen el color azul de los de Jesús, pero más pálido. Siempre para poner una comparación humana, podría decir que Jesús tiene los ojos de zafiro y María de turquesa. La mirada seria y melancólica de Jesús es en María de una melancolía pero unida a la sonrisa: la sonrisa buena de quien está afligido, pero quiere consolar y estimular al mismo tiempo.
Los cabellos son del color del grano maduro u oro cequí, si le gusta más, con tendencia al rubio rojizo, pero más rubios que rojizos, mientras en Jesús hay más tendencia al rubio cobre.
Las manos largas y sutiles, con los dedos muy largos y ahusados, salen de las mangas estrechas con su muñeca delicada y blanquísima. Son dos pétalos de magnolia unidos en oración. Me parecen que deben oler a flor, tanto es el aspecto que tienen de flor en capullo.
Ningún collar, absolutamente ninguno. Toda María es Gema de una luminosidad de alabastro, mejor de ópalo iluminado interiormente por una llama. Su cuerpo glorificado emana luz, una dulcísima luz que me hace pensar precisamente en una lámpara ardiente ante el Sagrario: una lámpara de cándido alabastro o, repito, de ópalo.
No veo los pies porque la túnica es tan larga que los cubre. He aquí descrita nuestra Madre.
Me ha hecho y me hace compañía y me parece que todo a mi alrededor se haga luminoso y virginal, y luz y pureza me descienden en el corazón y con ellas un gozo que me hace llorar de beatitud.
Creo que si María dijese tan sólo una palabra mi alma desfallecería en el éxtasis, porque sólo un hilo me detiene de caer en él, y esto sólo por ver a la Bendita y sentirme besada por su sonrisa y por su mirada.
Ya es noche y digo a Jesús: «Señor, ¿no dices nada hoy?».
Él responde que mi lección hoy me la da María y que contemplarla a Ella no necesita otras palabras. En efecto el sólo verla enseña la belleza de la pureza, de la oración y del silencio. Tres grandes cosas muy poco y malamente practicadas.
En medio de mi dolor físico y moral me encuentro en la alegría, porque la luz de la más bella Estrella, de María, resplandece sobre mí y me ha sido dado mirarla.
Más tarde…
… Y María me dice sin hablar que me enseña otra cosa: a ver, incluso en los enemigos, hijos suyos. También por ellos Ella ha dado a su Hijo y los ha aceptado por hijos como nos ha aceptado a nosotros. Me hace entender que mirar a éstos con hastío es causarle dolor a Ella y hacerse distintos de Ella que miró con amorosa compasión a los que crucificaron al Hijo y a los que traspasaron su Corazón inmaculado.
20 de septiembre
Dice Jesús:
«¿Sabes por qué te he elegido? Porque eres una miseria, y estás convencida de serlo, y porque estás animada por el amor.
Yo voy buscando humildad y amor para depositar mis palabras y mis gracias y para hacer resplandecer mis misericordias, ya que el mundo necesita siempre pruebas de la misericordia para conservar un mínimo de amor y de fe en Mí.
Si la futura formación de la Iglesia y el afirmarse del Cristianismo en el mundo hubieran dado los frutos que el primer florecimiento hacía esperar, no hubiera habido necesidad de nada más.
Yo había dado a los creyentes en Mí todo cuanto les era necesario para crecer cada vez más en la Fe y en mi Doctrina. Y lo había dado en forma perfecta como Yo sólo, el Perfectísimo, podía darla. Ahora ha sucedido no que cuanto os he dado ha perdido con el tiempo su eficacia, sino que se ha menoscabado en vosotros la facultad de comprender. Se ha menoscabado porque habéis ofuscado vuestra vista espiritual con el humo de las humanas soberbias, vuestro oído espiritual con el ruido de demasiadas palabras humanas, vuestro gusto espiritual con el sabor de tanta corrupción, vuestro tacto espiritual con el abuso de demasiados contactos carnales, vuestro olfato espiritual con vuestra perversión que os empuja a preferir lo que está podrido a lo que es puro. Se ha menoscabado porque habéis aplastado vuestro espíritu bajo las piedras del sentido, de la carne, de la soberbia, del mal de mil formas. «
Había hecho manar de los Cielos -mejor, de mi Corazón que os ama- mi Doctrina, como un reguero de agua destinado a regar las flores de vuestras almas, pero vosotros habéis lanzado en él piedras y escombros, subdividiéndolo en mil y mil hilos de agua que han terminado perdiéndose sin aprovechamiento para vosotros, cristianos que más o menos habéis renegado a Cristo.
Y además, las herejías evidentes han hecho desaparecer muchas venas que, partiendo de mi Corazón, descendían a nutrir el organismo de la Iglesia Una, Católica, Romana, Universal, y gran parte del organismo se ha vuelto un miembro paralizado, muerto a la vida, destinado a llevar células gangrenosas.
Pero las pequeñas herejías individuales están -¡y cuántas!-repartidas en el núcleo de los católicos. Y son las más perniciosas, las más condenadas. Porque -piénsalo bien- porque, si a distancia de años y siglos es condenable hasta un, cierto punto el protestante, de cualquier iglesia que sea, el ortodoxo, el oriental, el cual sigue con fe lo que sus antepasados le han dejado como Fe verdadera, no es perdonable el viviente bajo el signo de la Iglesia de Roma que se crea la herejía particular de su sensualidad del sentido, de la mente, y del corazón.
¡Cuántos pactos con el Mal! ¡Cuántos! Y que Yo veo y condeno. De todo se preocupan los noventa centésimos de los católicos, de todo menos de la vida en y por mi Fe. Y entonces Yo intervengo. Intervengo con la enseñanza directa que sustituye, con sus luces y sus llamas, a tantos púlpitos demasiado helados y demasiado oscuros. Intervengo para ser el Maestro en
el lugar de los maestros que prefieren cultivar sus intereses materiales a vuestros intereses espirituales y sobre todo míos. Porque he confiado a ellos los talentos vivos que sois vosotros, almas que he comprado con mi Sangre, viñas y graneros de Cristo Redentor, no para que los dejasen inactivos e incultivados, sino para que se consumaran a sí mismo en el hacerlos producir y fructificar.
Pues bien, María. ¿Sabes quienes son los más tardíos en aceptar esta ayuda que doy para reparar los daños de la inanición espiritual por la que los católicos morís? Son justamente mis sacerdotes. Las pobres almas esparcidas en el laicado católico acogen con devoción este pan que Yo parto para las turbas esparcidas en el desierto porque tengo compasión de ellas que desfallecen. Pero los doctores de la doctrina no.
Por otra parte es lógico. Como hace 20 siglos, mi Palabra que os acaricia, pobres almas, es reproche hacia ellos que os han dejado empobrecer. Y el reproche pesa siempre, aunque sea justo. Pero ahora, como hace 20 siglos, no puedo sino repetirles: «¡Ah de vosotros, doctores de la Ley que habéis usurpado la llave de la ciencia y no habéis entrado vosotros y habéis puesto obstáculos a los que entraban!».
Aquellos que no han entrado porque vosotros habéis obstruido el camino con vuestras mezquindades y escandalizado los corazones, que os miraban como maestros, porque os han visto más indiferentes que ellos mismos ante las Verdades eternas, serán juzgados con piedad.
Mas vosotros, vosotros que habéis preferido el dinero, los honores, las comodidades, el provecho de vuestros familiares a la misión de ser los «maestros» en nombre y para dar continuidad al Cristo docente; mas vosotros que sois tan severos hacia vuestros hermanos, pretendiendo que den aquello que vosotros no dais y fructifiquen lo que vosotros no habéis sembrado en ellos, mientras sois tan indulgentes con vosotros mismos; mas vosotros que no creéis en mis manifestaciones provocadas, en el fondo, por vosotros, porque si vengo a amaestrar a los corazones esparcidos por el mundo es para reparar los destrozos provocados por vosotros, y observad que vengo más cuanto más los tiempos se cargan de herejías, también en el interior de mi Iglesia; mas vosotros que os burláis y perseguís a mis portavoces y los insultáis llamándoles «locos» y «poseídos», como vuestros lejanos antepasados me llamaron a Mí; mas vosotros seréis tratados con severidad.
Purificaos los sentidos del alma con el fuego del amor y de la penitencia, y me oiréis, veréis, gustaréis, oleréis, me sentiréis en las palabras que digo a los humildes, y que callo para vosotros soberbios, porque sólo quien tiene un corazón de niño entrará en mi reino, y sólo a los pequeños revelo los secretos del Rey, porque el más grande entre vosotros católicos no es quien se reviste con vestiduras de autoridad, sino el que viene a Mí con corazón puro, confiado como un niño, amoroso como una criatura hacia la mamá que lo nutre.
¡Bienaventurados los pequeños! Yo les haré grandes en el Cielo».
22 de septiembre
Dice Jesús:
«De mi Evangelio sale una enseñanza para vosotros, humanos tan divididos por el odio. Ayer te he dejado tranquila para darte tiempo de cambiar el pensamiento y la mirada –
también esto, sí, porque hay miradas culpables por el odio que las colma como y más que cada palabra- filtrando los movimientos de tu corazón a través de la enseñanza dulcísima de María.
Las tempestades que perturban un lago no se calman de golpe y sobre todo, calmándose,
no restituyen inmediatamente a las aguas el aspecto anterior. Lo turbio permanece por algún tiempo corrompiendo color y limpieza de las aguas y sólo cuando las olas se han calmado totalmente, hasta en la profundidad, el agua se aclara y se vuelve azul y serena como el cielo. Es lo mismo cuando el odio se lanza en un corazón con su viento de infierno. Se necesita tiempo para que el alma se depure de su tóxico anticristiano.
Considera, María, que Yo comprendo que bajo determinados agentes dolorosos es humano que surja el odio. Pero vosotros no sois solamente humanos. Más bien la humanidad es fase transitoria de vuestra vida, mientras que lo sobrehumano es lo que no conoce brevedad, porque desde el momento en el que sois creados por el Padre vosotros existís y existiréis siempre, en luz o en tinieblas, dependiendo de vuestro actuar sobre la tierra, no hasta el fin del mundo, sino en la eternidad que no tiene fin.
¡La tierra! La larga, diez y diez y diez veces milenaria vida de la tierra cristiana y la siete veces milenaria vida de la Tierra, planeta creado por el Padre, ¿qué es en mi tiempo? un instante de eternidad.
Ayer te estabas purificando y te he dejado sumergida en este trabajo necesario para todos y especialmente para mis dilecto s porque Yo no puedo permanecer donde hay odio. Recuérdalo siempre. Aunque fuera el más humanamente justo y comprensible de los odios. Y ahora hablo para ti y para todos.
La enseñanza de la que te hablo y que os da mi Evangelio, y que vosotros poco o nada meditáis, es enseñanza de alta caridad. Tres son los episodios que os la dan. Están explicados de otras maneras, pero Yo, en esta hora de odio entre las razas del mundo, os la explico a mi modo: el modo que os sería tan necesario meditar para salir de este piélago de infierno en el que habéis transformado la tierra.
El centurión que implora por su siervo paralizado, la mujer cananea cuya respuesta es grito de enorme confianza, la mujer de Poncio Pilato. Tres gentiles, tres fuera de la Ley del Padre. Pero entre los hijos de Abrahán, porque entre los vivientes en la Ley dada por el Señor a su Profeta entre los fulgores del Sinaí, ¿quién tenía un corazón semejante a estos tres corazones? Han tenido más fe en Mí que mis compatriotas, a la luz de esta fe han reconocido quien soy, y su creer no ha quedado sin premio.
Ahora quiero que esto os persuada de que en todas las razas, en todas las naciones, existen buenos, desconocidos hijos de Dios, porque es hijo mío quien cree en Mí y me busca con pureza de corazón. Ni siquiera en Israel había encontrado tanta fe cuanta encontré en estos tres corazones venidos a Mí sin que Yo les hubiera llamado materialmente. Y como estos remotos, ¡cuántos hay entre los vivientes!
No juzguéis, hijos, y no despreciéis. Solamente amad, amad a todos; tenéis un único Padre Creador, recordáoslo, por ello sois hermanos entre vosotros. Un único polvo os ha compuesto y un único soplo os ha animado.
¿Por qué, entonces, tanto odio el uno hacia el otro? No seáis duros hacia los hermanos. Mirad a Jesús, el Maestro que no falla y que no ha rechazado al centurión pagano y a la cananea, juzgada en Israel, una leprosa del alma.
Cuidad que no sea Dios quien os juzgue tales a vosotros, corrompidos como estáis de crueldad, de fraude, de lujuria y de soberbia. Limpiaos en el fuego del amor. Él es agua bendita que vuelve el alma nuevamente blanca y es toque que abre vuestros ciegos ojos, y vuestros oídos tapados, que vivifica vuestro ánimo paralizado y os hace capaces de entender lo que el Divino Espíritu dice a vuestro espíritu necesitado de tanta luz y de tanto perdón».
23 de septiembre
Dice Jesús:
«Vuelvo a una de las notas dominantes de mi hablar. Dos son las notas dominantes, María. Necesidad del amor: la primera. Necesidad de la penitencia: la segunda.
Verdaderamente el Dios Uno y Trino -que os creó dándoos un reino en el que todos eran vuestros súbditos, de donde el dolor estaba desterrado y la muerte no hubiera existido para truncar entre los estremecimientos de los moribundos y los gemidos de los supervivientes las vidas de los más queridos, sino sólo una dormición, como la de María, para atravesar, entre las apacibles nieblas de un sueño inocente, las puertas que se abrían tan fácilmente sobre el paraíso terrestre para inundado de la luz del Paraíso más alto y de la voz paterna del Señor, que tenía la alegría de estar con los hijos- verdaderamente vuestro Dios os había puesto sólo una necesidad: la del amor. Amor de hijos al Padre, amor de súbditos al Rey, amor de creados a Dios Creador.
Y si no hubierais corroído con el ácido de la culpa las raíces del amor, éste hubiera crecido potente en vosotros, sin costaros alguna fatiga. No fatiga, sino alegría para vosotros, sino necesidad que da alivio cuando se explica, así como el respiro lo es para vosotros. Y en efecto el amor estaba destinado a ser el respiro de vuestro espíritu, la sangre de vuestro espíritu.
Después ha venido la culpa ¡Oh! ¡el destrozo de la culpa! Vosotros que os horrorizáis por las ruinas de vuestros edificios, de vuestros templos, de vuestros puentes, de vuestras ciudades, y maldecís los explosivos que lo destrozan, pulverizan y lesionan todo, ¿no pensáis qué destrozo ha producido la culpa en el hombre? En el hombre, la obra más perfecta de la creación, porque no fue hecha por mano humana, sino por la Inteligencia eterna que, diré así, os ha fundido, metal sin escorias, en su misma forma y os ha sacado hechos a su imagen y semejanza, tan bellos y puros que el ojo de Dios se alegró ante su obra y se estremecieron los cielos de admiración y la Tierra cantó con voz altísima, en medio de la armonía de las esferas, por la gloria de ser el planeta que, en los orígenes del Universo, se hacía inmenso palacio del rey-hombre, hijo de Dios.
La culpa, más nefasta que toda dinamita, ha alterado las raíces del hombre. Y ¿sabes dónde estaban éstas? En el pensamiento de Dios, que había hecho al hombre 117.
La culpa ha alterado, en las raíces del hombre, ese compuesto perfecto de carne y espíritu, de carne que no era distinta, en los movimientos del sentimiento, del espíritu, siendo sólo más pesada que éste pero no contraria a él y mucho menos enemiga; de espíritu no prisionero, y prisionero oprimido en la cárcel de la carne, sino de espíritu gozoso en la carne dócil que conducía a Dios porque, molécula del espíritu de Dios, era atraído hacia Dios, como por un imán divino, mediante las relaciones de amor entre el Creador: el Todo, y el espíritu: la parte 118.
La culpa ha alterado aquel armonioso entorno que Dios había puesto alrededor de su hijo para que fuera rey, y rey feliz.
Caído el amor del hombre hacia Dios, cae el amor de la Tierra hacia el hombre. La crueldad se desencadenó sobre la Tierra entre los inferiores, entre los inferiores y el hombre, y, horror de los horrores, entre el hombre y el hombre. Aquella sangre, que debía ser sólo ardor de amor de Dios, se hizo ardor de odio y fermentó y goteó, contaminando el altar de la Tierra sobre el que Dios había puesto a sus primeros para que lo amaran amándose, y enseñaran el amor a los futuros: único rito que Dios quería de vosotros.
He aquí entonces que nació una planta de la semilla de la culpa; y fue una planta de fruto
117 Había hecho al hombre es construcción del editor de el hombre había hecho, a lo que exactamente sigue, quizá por mano del Padre Migliorini, la siguiente anotación a lápiz: (El pensamiento de Dios ha hecho al hombre)
118 En el sentido explicado en el dictado del 17 de agosto
amargo y de punzantes ramas: el dolor.
Primeramente el dolor sufrido como el hombre lo podía sufrir en su embrional espiritualidad contaminada: un dolor animal hecho de los primeros dolores de la mujer y de las primeras heridas causadas a la carne hermana, un dolor cruel de aullidos y maldiciones, semilla siempre de nuevas venganzas. Después, refinándose en la crueldad pero no en el mérito, también el dolor se desarrolló haciéndose más amplio y complicado.
Yo he venido a santificar el dolor, sufriendo el Dolor por vosotros y fundiendo vuestros dolores relativos con el mío infinito, dando así mérito al dolor.
Yo he venido a confirmar con mi Vida y mi Muerte la advertencia dada numerosas veces por los Profetas: lo que pide Dios para perdonar y bendecir a sus hijos, cada vez más y más culpables, no es la circuncisión material sino la circuncisión de los corazones, de vuestros sentimientos, de vuestros estímulos que el germen del pecado original vuelve siempre estímulos de carne y sangre o de la más alta lujuria: la de la mente.
Es ahí, hijos, donde debéis trabajar con hierro y fuego para señalar vuestra alma con el signo que salva: el de Dios. Es ahí, no con el hierro y el fuego de vuestras leyes crueles y de vuestras guerras malditas. Es ahí: en el lugar donde se forman las leyes y las guerras del hombre, porque es inútil decir lo contrario. Si vivierais en el signo del Señor, circuncidados espiritualmente para quitar lo que lleva toda suerte de impurezas, no seríais los que sois: insensatos, por no decir fieras. Y; nótalo, en poco se diferencian las fieras y los insensatos, porque en ninguno de ellos está la razón, o sea lo que Dios ha puesto en el hombre para hacerle rey sobre todos los seres de la tierra.
Dos son las necesidades del hombre: el amor y el dolor. El amor que os impide cometer el mal. El dolor que repara el mal.
Ésta es la ciencia que hay que aprender: saber amar y saber sufrir. Pero no sabéis amar y no sabéis sufrir: sabéis hacer sufrir, pero esto no es amor, es, más bien, odio.
¿Por qué sois sabios en el mal y tan ignorantes en el bien? ¿Por qué? ¿No os saciáis nunca de odio y crueldad? ¿Y queréis que Dios os perdone?
Volved al amor, hijos, y sabed soportar el dolor. Que si no sois tan hijos míos como para saber querer el dolor para expiar el pecado de los demás, como Yo supe y quise, sed al menos hijos hasta el punto de no maldecirme por el dolor que vosotros habéis generado y del que me acusáis.
¡Abajo vuestra necia soberbia! Aprended del publicano a reconocer que sois indignos, que os habéis hecho indignos de vivir bajo la Mirada que es protección. Arrojad lejos de vosotros la vana sed de la tierra y acercaos a la Fuente de Vida que fluye para vosotros desde hace veinte siglos. Injertaos la Vida en los corazones que mueren engangrenados en el pecado o consumidos en la indiferencia.
Llamadme a vuestros sepulcros. Soy el Cristo, el Resucitador. Sólo pido que me llaméis para acudir y decir: «Sal fuera». Fuera de la muerte. Fuera del mal. Fuera del egoísmo, fuera de la lujuria, fuera del odio maldito que os consume sin alegraros. Fuera de lo que es horror para entrar en Mí, para entrar conmigo en la Luz, para renacer en el Amor, para conocer la verdadera Ciencia, para conseguir la Paz y la Vida, que siendo mías tienen de Mí la eterni- dad» 119.
24 de septiembre
Dice Jesús:
119 La escritora añade a lápiz: Jeremías cap. 4° v. 4 y v. 22
«Animo, María. Piensa que sufres los dolores de mi agonía. También Yo tenía muy mal los pulmones y el diafragma, y cada respiro, cada movimiento, cada latido, era un dolor añadido al dolor. Y no estaba como tú sobre una cama, sino cargado de un peso y por calles en cuesta. Y después suspendido, bajo el sol, con tanta fiebre que me golpeaba en las venas como si fueran infinitos martillos.
Pero no eran éstos los dolores más graves. La que me era más tormentosa era la agonía del corazón y del espíritu. Y mucho más tormentosa, después, la certeza de que para millones de hombres mi sufrimiento era inútil. No obstante esta certeza no ha disminuido en un átomo mi voluntad de sufrir por vosotros.
¡Oh! ¡dulce sufrir, María, porque ofrecido para reparación al Padre y por vuestra salvación! Saber que aquel signo que había quedado sobre vosotros, ofensa, que hubiera sido eterna, de la raza humana a Dios, era lavada con mi Sangre, y que mi morir os daba de nuevo la Vida. Saber que, pasada la hora de la Justicia, el Amor os habría mirado a través de Mí, Inmolado, con amor. Todo esto injertaba una vena de bálsamo en el océano de una amargura tal que a su lado es poco menos que nada la mayor de las amarguras padecidas sobre la tierra desde que el hombre existe, porque sobre Mí pesaban las culpas de toda una humanidad y la ira divina.
He dicho: «Sed semejantes a Mí que soy manso y humilde de corazón». Lo he dicho a todos porque sabía que en esta imitación estaba la llave de vuestra felicidad sobre esta tierra y en el Cielo.
Tenéis todas las calamidades que tenéis, porque no sois mansos y no sois humildes. Ni en las familias, ni en vuestras ocupaciones y profesiones, ni en el ámbito más amplio de las Naciones. La soberbia y la ira os dominan y generan tantos de vuestros delitos.
El tercer agente de delitos es vuestra lujuria; esto os parece individual, pero éste y los dos primeros implican a muchos, muchos y muchos individuos, continentes enteros, tales que trastocan la Tierra, sólo con haber alcanzado la perfección del mal en el alma de unos pocos hijos de Satanás, que le obedecen para colmar de mies malditas los graneros de su padre.
Y en verdad os digo que ahora es un momento en el que, por orden del padre de la mentira, sus hijos siembran entre las almas, que estaban creadas por Mí y que inútilmente he fertilizado con mi Sangre. Mies más abundantes de cuanto pudiera concebir toda diabólica esperanza, y los Cielos se estremecen por el llanto del Redentor que ve la destrucción de los dos tercios del mundo de los cristianos. Y decir dos tercios es todavía poco.
He dicho a todos: «Sed mansos y humildes de corazón para ser semejantes a Mí». Pero a mis benditos, amadísimos hijos, a los predilectos de mi corazón, a mis pequeños redentores, cuyo sacrificio que mana gota a gota da continuidad al fluir del manantial redentor que brota de mi Cuerpo desangrado, Yo digo, y lo digo estrechándoles al Corazón y besándoles en la frente: «Sed semejantes a Mí que fui generoso en el sufrimiento por el gran amor que todo me infundía».
Más se ama y más se es generoso, María. Sube. Toca la cumbre. Yo te espero en la cima para llevarte conmigo al Reino del Amor».
25 de septiembre
Dice Jesús:
«Puede causarte asombro el que te hable a ti, que eres célibe, de este tema. Pero tú no eres sino la «portavoz» y por ello debes sujetarte a transmitir cualquier cosa. Lo que digo ahora sirve a los demás. Sirve para corregir uno y más errores, cada vez más arraigados en el mundo.
El mundo se divide en dos grandes categorías. La primera, que es amplísima, es la de los sin escrúpulos de ninguna clase: ni humanos ni espirituales. La segunda es la de los piadosos, la cual, sin embargo, se subdivide en otras dos clases: la de los justamente pia- dosos y la de los pequeñamente piadosos. Hablo a la primera gran categoría y a la segunda clase de la segunda categoría.
El matrimonio no está condenado por Dios, tanto es así que Yo he hecho de él un sacramento. Y aquí no hablo ni siquiera del matrimonio como sacramento, sino del matrimonio como enlace, como Dios Creador lo ha hecho creando hombre y mujer para que se unieran formando una sola carne, que una vez unida ninguna fuerza humana puede separar, ni debe separar.
Yo, viendo vuestra dureza de corazón, cada vez más dureza, he cambiado el precepto de Moisés sustituyéndole con el sacramento. El fin de mi acto era ayudar a vuestra alma de cónyuges contra vuestra carnalidad de animales y un freno contra vuestra ilícita facilidad de repudiar lo que antes habéis elegido para pasar a nuevos cónyuges ilícitos, con daño de vuestras almas y de las almas de vuestras criaturas.
Se equivoca tanto quien se escandaliza de una ley creada por Dios para perpetuar el milagro de la creación -y generalmente éstos no son los más castos sino los más hipócritas, porque los castos no ven en el enlace sino la santidad del fin, mientras que los otros piensan en la materialidad del acto- como quien con ligereza culpable cree poder sobrepasar impunemente mi prohibición de pasar a nuevos amores, cuando el primero no ha sido deshecho por la muerte.
Adúltero y maldito es ese viviente que separa una unión antes querida, por capricho de la carne o por intolerancia moral. Que si él o ella dicen que el cónyuge es ahora para ellos causa de peso y repugnancia, Yo digo que Dios ha dado al hombre reflexión e inteligencia para que la usen, y mucho más para que la usen en casos de tan grave importancia como es la formación de una nueva familia; Yo digo aún que, si en un primer momento se ha errado por ligereza o por cálculo, es necesario después soportar las consecuencias para no crear mayores desgracias que recaen especialmente sobre el cónyuge más bueno y sobre los inocentes, llevados a sufrir más de lo que la vida conlleva, y a juzgar a los que Yo he hecho injuzgables por precepto: el padre y la madre. Digo en fin que la virtud del sacramento, si fuerais verdaderos cristianos y no los bastardos que sois, debería actuar en vosotros, cónyuges, para hacer de vosotros un alma sola que se ama en una carne sola y no dos fieras que se odian atadas a una misma cadena.
Adúltero y maldito es ese viviente que con engaño obsceno tiene dos o más vidas conyugales y vuelve al lado del otro cónyuge y al lado de los inocentes con la fiebre del pecado en la sangre y el olor del vicio sobre los labios mentirosos.
Nada os hace lícito ser adúlteros. Nada. Ni el abandono o la enfermedad del cónyuge; y mucho menos su carácter más o menos odioso. La mayoría de las veces es vuestro ser lujuriosos lo que os hace ver odioso al compañero o compañera. Lo queréis ver tal para justificar ante vosotros mismos vuestro vergonzoso obrar que la conciencia os reprocha.
Yo he dicho, y no cambio mi decir, que es adúltero no sólo quien consuma el adulterio, sino quien desea consumarlo en su corazón porque mira con hambre de sentidos a la mujer o al hombre no suyo.
Yo he dicho, y no cambio mi decir, que es adúltero quien con su modo de actuar pone en condiciones de ser a su vez adúltero el otro cónyuge. Dos veces adúltero, responderá por su alma perdida y por la que ha llevado a perderse con su indiferencia, descuido, villanía e infidelidad.
A todos éstos incumbe la maldición de Dios, y no creáis que esto sea un modo de hablar.
El mundo se quiebra en ruinas porque antes se han arruinado las familias. El río de sangre que os sumerge ha tenido los diques de contención resquebrajados por vuestros vicios singulares que han empujado a gobernantes más o menos grandes -de los jefes de estado a los jefes de pueblecitos- a ser ladrones y prepotentes para tener moneda y lustre para sus codicias.
Mirad la historia del mundo: está llena de ejemplos. La lujuria está siempre en la triple combinación que provoca el surgir de vuestras ruinas. Han sido destruidos estados enteros, naciones desarraigadas del seno de la Iglesia, grietas seculares creadas para escándalo y tormento de razas por el hambre de carne de los gobernantes.
Y es lógico que sea así. La codicia extingue la Luz del espíritu y mata la Gracia. Sin Gracia y sin Luz no os diferenciáis de las bestias y por eso cometéis acciones de bestias.
Hacedlas, si así os gusta. Pero recordad, viciosos que profanáis las casas y los corazones de los hijos con vuestro pecar, que Yo veo y recuerdo y os espero. En la mirada de vuestro Dios, que amaba a los niños y ha creado para ellos la familia, veréis una luz que no quisierais ver y que os fulminará» 120.
26 de septiembre
Dice Jesús:
«Habéis leído en mi Evangelio el envilecimiento del hijo pródigo que ha malgastado en vicios las riquezas recibidas del padre y se reduce a cuidar cerdos. Pero ¿pensáis que esto sea la mayor bajeza?
En verdad os digo que si os fuera concedido subir a mi presencia con vuestro cuerpo y vuestros vestidos y uno de vosotros subiera, por la muerte que os lo lleva, con su vestido más sucio de porquero que muriendo hubiera caído en medio a la pocilga cubierta de sucie- dad, no causaría tanto asco a los celestes habitantes de mi Reino y no suscitaría mi indignación cuanto lo hace el aparecer del alma de un apestado por los vicios carnales.
El primero tendría una suciedad que desaparece y que no es juzgada con rigor: fruto de su penoso trabajo atrae, más bien, sobre el honesto mayoral la bendición divina. La segunda es una suciedad que no desaparece: lepra del alma, la ha cubierto de gangrenas fétidas que la han corroído sin límite en el tiempo. Por los siglos de los siglos el vicioso impenitente tiene su alma digna de Satanás.
Y cuando digo «vicioso» no aludo solamente a ciertas formas de vicio que vosotros mismos juzgáis tales. Las juzgáis así y de todas formas las practicáis porque sois necios que no sabéis reaccionar a los estímulos del mal. No tenéis en vosotros mi Fe. Si la tuvierais venceríais la carne. Pero no la tenéis y el sentido predomina sobre el alma. Cuando digo «vicioso» aludo también a vuestros ocultos pecados de sentido, por los que hacéis del matrimonio una prostitución y destruís el motivo por el que fue creado.
Dios no hizo hombre y mujer para que llegaran a cansarse y sentir náuseas en sus vicios. Los ha hecho por una altísima razón. Cuando ha dicho: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza y démosle una ayuda para que no esté solo», con su divino Pensamiento ha supuesto que además de la parte espiritual e intelectiva, que os hace semejantes a Dios, fuerais semejantes a Él en el crear otras vidas. ¿Os dais cuenta de la sublime semejanza que os ha dado Dios? La de crear otras criaturas: creadores vosotros también, hombres y mujeres que os casáis, creadores de hombres como el eterno Dios.
Y bien, ¿qué habéis hecho con tal misión? Renegáis contra la culpa de Eva, vosotras,
120 La escritora añade a lápiz: S. Marcos cap. 10, v. 5-16
mujeres, cuando sufrís; maldecís la culpa de Adán, vosotros, hombres, cuando trabajáis. Pero la Serpiente ¿no está aún entre vosotros, en el interior de vuestras casas, y no os en- seña con su rastrero y baboso abrazo y susurro la inmoralidad que os hace repudiar vuestra misión creadora? Y ¿no es vicio éste de adherir al sentido hasta la náusea y de negarse a la paternidad y a la maternidad?
Sed continentes si teméis no tener vestidos y alimentos para los recién nacidos. La castidad no es exclusividad de los vírgenes. La virginidad es la máxima esencia de la castidad, y está depositada en el corazón de los elegidos para seguir al Cordero y para hablar un lenguaje concedido sólo a ellos. Pero si el candor de los vírgenes se tiñe con el fulgor que emanan el Verbo de Dios y la purísima Madre del Verbo, la estola de los cónyuges santos que supieron ser castos se dora con la luz que emana del más casto, bueno y santo de los cónyuges: mi padre putativo que es ejemplo de todas las virtudes conyugales.
. Sed castos en el interior de vuestras casas como fuera de ellas. Pensad que para Dios nada hay escondido. Dejad a los hijos de Satanás ciertos delitos ocultos. No seáis inferiores a las bestias que comprenden la belleza del procrear y que saben imponerse un freno cuando la estación adversa negaría nutrición a sus pequeños.
Amaos y amadme pensando no en el pequeño día de aquí abajo, sino en el día eterno, y haced que sea para vosotros de Luz plena.
Benditos desde ahora, cónyuges, que sabéis ser santos y vivir en mi Ley. En vuestro hogar toman asiento los ángeles y no rehúsan velar vuestro reposo, porque nada de vosotros ofende a estos luminosos espíritus que ven mi rostro y, bienaventurados por su Luz, no pueden mirar lo que está en absoluta antítesis con la Luz.
Y vosotros, cónyuges que no sois tales, volved al recto camino. Vuestras riquezas no aumentarán negando el surgimiento de una vida. Éstas, como en una criba sin fondo, se escaparán por mil regueros, porque otros vicios y pecados asaltarán vuestros haberes y seréis pobres en el mundo y en el Cielo por vuestra culpa.
Recordad mis mandamientos y mis palabras. A quien vive en Dios, Dios provee».
27 de septiembre
Dice Jesús:
«He dicho: «Si permanecéis fieles a mi Palabra seréis verdaderamente mis discípulos, conoceréis la Verdad y la Verdad os hará libres».
Permanecer fieles a mi Palabra quiere decir ser fieles a Cristo, porque la Palabra del Padre es Jesucristo, vuestro Redentor. Por eso permaneciendo fieles a mi Palabra permanecéis fieles a nuestra eterna Trinidad, porque si amáis al Verbo amáis también su origen y amándole a Él amáis también al Espíritu Santo que, junto al Padre, ha provisto a enviar a Cristo a la tierra para daros la Doctrina de Vida y la Redención.
He aquí por qué no es verdadero fiel quien me ama pero no ama a mi Origen y no ama a mi Hacedor: el Amor; porque es el Amor quien ha generado Cristo a los vivientes, como el Padre ha generado el Hijo Verbo 121, es el Amor quien ha generado al hombre el Redentor uniendo las dos naturalezas divina y humana en un único nudo de fuego del que ha venido al mundo la verdadera Luz.
Quien ama sólo a Uno de la Trinidad Santa y no ama a los Otros Dos, no es un verdadero fiel y falta hacia la Caridad y la Fe. Faltando hacia la Fe falta también hacia la Verdad, porque pone en duda la Verdad que Yo he venido a traeros y se niega a conocerla poniendo un
121 El Hijo- Verbo es lectura incierta en italiano. Podría leerse también el Hijo, el Verbo
impedimento a su inteligencia.
¿Cómo lo pone? Rechazando a Dios. Porque Dios es Caridad, y quien tan poco conoce la caridad de ser incapaz de amar lo que Dios ha hecho y lo que Dios ha donado, ¿cómo puede decir que está en Dios? Y si no está en Dios así como un hijo en el seno del padre, ¿cómo puede tener en sí la capacidad de entender el lenguaje sobrenatural del Padre?
¿Veis como la esencia de la Fe sea como un círculo maravilloso que no conoce interrupción y que os rodea con un único abrazo vital? Pero si vosotros lo rompéis violentamente por soberbia de la mente, por dureza de corazón, por el peso de la carne, entonces presenta una laguna que ninguna razón humana es capaz de colmar.
Y pasa con vosotros lo que siempre sucede. Que precipitáis fuera en el abismo abierto por vuestra voluntad que no acepta con sencillez de niños lo que la Bondad os dice que creáis, y en vuestro precipitar no os detenéis en el fango de la tierra. Ya sería una culpa, porque habéis sido hechos para el Cielo y no para ensuciar el alma con el fango de la tierra. Pero precipitáis más allá de la tierra, en los reinos de Satanás, porque quien vive separado de Dios, de su Palabra y de su Amor, mata en sí la Vida y su ser es alimento para el horrible fuego donde merodea el Odiador de Dios.
Creed también, hijos míos, que es suficiente rechazar una parte de Verdad para que en vosotros se produzca un caos. Que basta no acoger una verdad de mi doctrina para que se destroce todo el edificio de la Fe y encontraros como entre las ruinas de un edifico de- rrumbado, lleno de oquedades y de peligros.
¿No hace ahora el mundo moderno exactamente así? ¿No elige de mi decir lo que le resulta más cómodo y rechaza el resto? ¿No cree quizá en los puntos particulares negando los otros? Pero, hijos de mi amor, pensad. ¿Puedo Yo haber venido a deciros palabras inútiles? ¿Engañosas? ¿Imposibles de creerse y de practicarse?
No, criaturas de mi dolor. Yo no he dicho una sola palabra que sea inútil y no la digo. No he dicho una sola palabra que no sea verdadera y no la digo. No he dicho una sola palabra que sea imposible para el espíritu -digo para el espíritu que es generado por Dios, parte de Dios mismo encerrada en vosotros- que el espíritu no pueda creer. Yo no he dicho una sola palabra que vosotros no podáis practicar, basta que queráis hacerlo, porque Yo soy Inteligente, Justo, Bueno, y no doy órdenes necias, pesos superiores a vuestras fuerzas, ni tengo exigencias que por su severidad estén en contraste con la bondad.
Sedme fieles, queridos hijos. Aceptad mi Palabra sin quererla censurar, y donde no llega a entender vuestra debilidad volveos a Mí: Luz del mundo.
Por la millonésima vez Yo, Dios, os digo que no quiero vuestra destrucción sino vuestra salvación, y os tengo bajo mi abrazo como gallina clueca, temerosa de su prole porque me urge vuestra vida eterna. No salgáis de mi abrazo. Yo fiel a mis hijos y vosotros fieles a Mí.
Que hermoso será el día en que, después de habernos amado, a través de tanta distancia celeste, vendréis a Mí para siempre y nos podremos amar eternamente: luces retornadas a la Luz; vidas retornadas a la Vida; espíritus retornados al Espíritu; hijos retornados al Padre; desterrados retornados a la Patria; herederos de un Rey elevados al reino de vuestro Dios, Rey de los reyes y Señor del Universo» .
28 de septiembre
Dice Jesús:
«Un ejemplo de fe limitada y de las consecuencias que acarrea lo tenemos en Pedro.
Pedro en la pesantez de su ser no aun encendido por el Espíritu Santo y no corroborado por mi Inmolación que descendería sobre él como sobre todos -porque Yo amaba mucho a
mi generoso, impulsivo y también tan humano Pedro, en el que habían tantas dotes y tanta humanidad: verdadero campeón del hombre humanamente bueno y que para llegar a ser santo necesita injertar su bondad en la Bondad de Dios- Pedro no había aceptado totalmente mi Palabra. Su gran amor por Mí -yeso le ha absuelto de toda culpa- le llevaba a rechazar esas verdades de sangre que Yo anunciaba como reservadas para Mí.
«Señor, que esto no suceda nunca» había dicho una vez. Y aunque después de mi reproche no lo había vuelto a repetir, en el interior de su corazón se rebelaba ante la idea de que a su Señor le pudiera ser reservada una suerte tan horrible y que el reino de su Rey tuviera por palacio la cima de un monte y por trono una cruz.
Juan en cambio lo aceptaba todo; con el corazón que se le despedazaba pero también con el corazón de niño, para el que la palabra de quien le ama es verdad absoluta, inclinaba la cabeza y el corazón ante las predicciones de su Jesús y se preparaba a sí mismo, con fi- delidad absoluta en su vida, a ser fiel al Maestro también en la hora de la Pasión.
Juan, el puro y devoto creyente, permaneció fiel. Pedro, que quería acoger de la Verdad las verdades que seducían su espíritu todavía demasiado amalgamado con la carne, me renegó. Y su culpa de aquel momento era una falta de valor, pero también y sobre todo una falta de fe.
Si hubiera creído fielmente en Mí, habría entendido que su Maestro no había sido nunca tan Rey, Maestro y Señor, como en ese momento en que parecía un delincuente común.
Entonces alcancé el vértice de la enseñanza porque hice de mi enseñanza no ya una teoría, sino un hecho verdadero.
Entonces asumí el reino sobre todos los que existieron, que existían y que existirían, y me puse púrpura y corona tales que no podía asumirlas más resplandecientes, porque la primera venía dada por la sangre de un Dios y la segunda era el testimonio de cuanta fuerza alcanza el amor de Dios por vosotros, de Dios que muere de martirio para quitar a los hombres de los martirios eternos.
Entonces tomé de nuevo plena y completamente mi aspecto de Señor del Cielo y de la Tierra, porque sólo el Señor del Cielo podía satisfacer al Señor Dios y sólo el Señor de la Tierra podía borrar la culpa de la Tierra; de Señor de la Vida y de la Muerte, porque ordené a la Vida que volviera a vosotros y a la Muerte que no matara más. Hablo de la vida y de la muerte del espíritu, porque ante mis ojos sólo tiene valor lo que es espíritu.
Bienaventurados, bienaventurados, bienaventurados los que saben ser verdaderamente creyentes en Mí. Siempre. Suceda lo que suceda y se muestre bajo cualquier luz. Que si una apariencia se levanta como muro escabroso y negro para amedrentar vuestra alma, pensad siempre que detrás del obstáculo, que dura poco, Dios, su Luz, su Verdad, están siempre, iguales e igualmente operantes hacia vosotros.
Pensad esto, con todo vuestro corazón y con toda vuestra mente, y sabréis actuar como verdaderos discípulos míos. Actuando así poseeréis la Verdad. Y la Verdad, que residirá como vida en el centro de vuestro ser, os conducirá a la Vida».
29 de septiembre
Dice Jesús:
«»Pedros» siempre han existido y existen tantos. Ellos quisieran de Mí dones de bienestar terreno que nunca he prometido dar, porque Yo os encamino al Cielo y no a las cosas de aquí abajo, y todo cuanto os doy de felicidad terrena es una añadidura que no merecéis y no podéis exigir, y que doy únicamente porque el noventa por ciento de los hombres es de tan carne y sangre que sin tener dones de esta tierra se rebelarían todos.
De todas formas os rebeláis, hijos ingratos, dándome la culpa del mal creado por vosotros mismos. ¡Si al menos supierais soportar con resignación el mal que es obra de vuestras malvadas acciones, de vuestras lujurias, de vuestras prepotencias y desenfrenos, de vues- tros intereses y fraudes! Si supierais soportarlo diciendo: «Nos lo hemos merecido» ese mal se mutaría en bien, porque Dios tendría piedad de vuestra irreflexión.
Sí, si os viera humildes en el reconocimiento de vuestros errores, resignados a sufrir las consecuencias, filiales en el dirigir hacia Mí la mirada lagrimosa y la palabra suplicante, Yo que soy el Dios de la Misericordia y del Perdón, Yo que he venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido, y que no he perdido ni perderé en el transcurrir de los siglos -átomos de mi eternidad- mi sed de traeros salvación y bien, intervendría para salvaros aún, haciendo desbordar mi Amor y mi Misericordia sobre mi Justicia que me hiere antes a Mí que a vosotros, creedlo, pobres hijos míos, porque el deberos castigar, el deber dejar que vosotros mismos os castiguéis con sufrimientos creados por vuestro duro corazón y necio intelecto, es lo que constituye el dolor de vuestro Jesús, cuyo nombre es «Salvador» y no Justiciero, de Jesús que con tal de salvaros ha obrado, con el Padre y el Espíritu, ese milagro de indescriptible, inmensurable amor, ese milagro que ha dejado inmóviles con reverente estupor a los Cielos, que ha hecho temblar de ira a los abismos infernales y parar por una hora el curso de los astros y las leyes del universo, ese milagro que ha sido la separación de la segunda Persona de la divina Trinidad para descender: Luz eterna, Corazón de Dios, para hacerse corazón de hombre en el seno de una Virgen y luz para los hombres que habían apagado en ellos la luz.
Estos numerosos y nuevos Pedros -y nunca como ahora el mundo está lleno de ellos- cuando ven que no les doy lo que su humanidad desea, llegan a creer que Yo no soy lo que digo ser: es decir el Potente. Y ante esta creída impotencia mía, juzgan que no merece la pena seguirme y reniegan de Mí, exactamente como Pedro en aquella hora en que las apariencias estaban contra Mí.
Sin embargo, pobres hijos míos, son precisamente los momentos en los que, humanamente, parece que Yo esté ausente, aquellos en los que estoy inclinado sobre mis hijos y trabajo por ellos. Si no tuvierais en vosotros un espíritu contrario a Dios, y muchas veces ya en posesión de Satanás, sentiríais mi invisible Presencia y mi deseo de ayudaros. Pero huís de Mí. Preferís daros al amigo de un momento que seduce vuestra carne con satisfacciones dulces sólo en la superficie, pero después atosigantes en lo profundo y dañosas como un veneno mortal. Preferís daros, atados de pies y manos, al Enemigo en acecho.
Renegáis no sólo de Mí, vuestro Dios, sino de vuestra dignidad de hombres, vuestra inteligencia que os hace semejantes a Dios por encima de todos los animales creados por el Padre, únicos capaces de pensar y actuar no con el rudimental instinto de las bestias, sino con un fulgor de inteligencia que os alza a esferas muy próximas a Nosotros. ¡Oh! ¡esto sí que os hace semejantes a Nosotros, y no el conocimiento del Mal! Pero vosotros escucháis siempre el silbido de la Serpiente y queréis conocer también el Mal para ser semejantes a Dios. ¡Oh necios, necios, necios!
Dios en su esencia perfecta puede conocer el Mal, porque el mal no tiene poder sobre Dios. Pero vosotros no. Vosotros no sois perfectos y el Mal no os deja indiferentes cuando lo queréis investigar, conocer y probar. El haber masticado esa experiencia trajo la condena del hombre al trabajo, de la mujer a la maternidad dolorosa, de la raza al Dolor y a la Muerte. Pero vosotros, no persuadidos aún, queréis siempre ese alimento de infierno, que se desarrolla en vosotros cada vez más en obras malditas que aumentan dolor y muerte, fati- gas, hambre y todo castigo sobre esta tierra y más allá, porque, repito, me acusáis hacedor
del mal que creáis, y me maldecís por lo que soy inocente.
Salís de Dios con ira, hijos cegados por vuestro rencor, y caéis en el barrizal de Satanás. Estáis en el barrizal hasta el cuello y no queréis agarraros a la Fe, amarra espiritual que os lanza a vosotros, náufragos, la Bondad eterna.
Si tuvierais esa Fe verdadera, como Yo os dije que deberíais tener, ninguna prueba contraria podría hacérosla perder, y venceríais los sucesos adversos porque forzaríais las puertas de la Misericordia, tan poco cerradas y que no piden sino ser abiertas y atrin- cheraríais las de la Justicia, abiertas para castigar vuestros delitos y que, por el amor infinito que os tenemos, deseamos cerrar.
¿ Qué debéis hacer con mis renegadores? Lo que Yo hice por Pedro. Llorar y orar para reconducirlos a Mí.
No os toca elegir un puesto en el Cielo, se lo he dicho a Santiago y a Juan y os lo digo también a vosotros. Y sabéis cuáles son las obras que hay que cumplir para merecerlo. Sólo tenéis que mirar a vuestro Jesús para saber cómo debéis actuar. Caridad, caridad, sobre todo caridad. En todos verme a Mí, vuestro Dios, servir a los hermanos como Yo os he servido hasta el holocausto de mi vida para arrancar almas a Satanás.
Almas, he dicho. Con esto no quiero decir que no debáis tener caridad también por los cuerpos de vuestros hermanos. Las obras de misericordia corporales sirven para preparar el camino a la más alta obra de misericordia que es la de dar de beber, de comer, vestir, cuidar las almas desnudas y pobres, hambrientas y sedientas de vuestros pobres hermanos, alejados de mi Redil o crecidos fuera de él, y que mueren en el desierto.
Os toca a vosotros, cristianos, y sobre todo a vosotras, mis amorosas, benditas, dilectísimas víctimas, flores vivas que exhaláis para Mí todo vuestro espíritu de flor y que viviréis como eternas rosas en el Cielo, os toca a vosotros, mis verdaderos amigos, recon- ducir hasta Mí a los errantes, sin juzgar si merecen ser dignos del Cielo.
No os toca a vosotros juzgar sobre el premio o el castigo. Sólo Yo soy Juez. A vosotros sólo os concierne reconducir, con mis mismas armas: oración y sacrificio, y después por último la palabra, a los pródigos a la casa del Padre; para poder colmar de júbilo el Corazón de Dios y llenar de gozo los Cielos por un nuevo pecador que se convierte, deja las tinieblas y vuelve a la Luz, a la Verdad, al Amor».
30 de septiembre
Dice Jesús:
«Es el signo que diferencia a mis verdaderos discípulos de los falsos.
El verdadero discípulo no ambiciona ser conocido como superior a los demás. Humilde como su Maestro y como mi Madre dulcísima, custodia con todo cuidado sus potencias sobrenaturales bajo un aspecto de vida común. Para él es sufrimiento el ver descubierta su verdadera naturaleza y, si fuera posible obtenerlo, quisiera que nadie se diera cuenta de ello y sobre todo que no hablara de ello.
El falso discípulo, al contrario, se auto eleva, se auto celebra y atrae la atención de todos sobre sus actos y sobre sí mismo; los unos y el otro igualmente hipócritas. Con falsa humildad se las ingenia de tal modo que obliga a los demás a verlo en la luz que a él le gusta, esto es, en una luz de santidad que en cambio es doble pecado de mentira y de soberbia. Pero, hija mía, como una flor de papel se diferencia de una flor verdadera, así el falso discípulo se diferencia del verdadero. Puede engañar a quien mira superficialmente, pero no engaña a quien se acerca a él con atención.
Además -sábelo- sobre quien es otro pequeño Yo, tanto vive en Mí y obra por Mí, hay un
signo que las almas advierten. Las almas, he dicho. Es inútil apenarse si los demás no se dan cuenta. El alma poseída por Dios exhala un perfume y una luz que son de Dios, de Dios viviente en ella. Y tú sabes que, cuando son intensos, el perfume y la luz traspasan cualquier cerrojo. Y ¿qué luz y perfume serán más intensos que los de Dios? Pues si una vista y un olfato humano, o sea limitados, logran percibir luz y perfumes aunque estén bien encerrados,
¿quieres tú que el alma, cuya sensibilidad no es humana sino espiritual, no perciba el olor de Dios y la luz de Dios viviente en un corazón?
Ya te lo he dicho otras veces, que vosotros, mis predilectos, sois luz y perfume en el mundo y embalsamáis de Mí a los hermanos y a ellos transmitís mi Luz que está en vosotros. Y entonces ¿por qué te sorprendes? Deja que el mundo diga, que el mundo bueno y también el menos bueno diga: «Tú eres una hija de Dios». También esto sirve para conducir a Mí. Sé tú «María» también en esto y di tu Magníficat. María no se exaltaba en la soberbia por las alabanzas de los demás, pero tampoco negaba las grandes cosas que Dios hacía en Ella.
Que María, o sea tú, no se exalte nunca. Como una flor bajo el sol, deja que los demás vean cómo el Sol la abraza y humildemente diga: «Soy hermosa por tu gracia», y caritativamente done a todos la alegría que Dios pone en ella con su caricia de luz y con su perfume de verdad. Y haga todo esto imitando mi silencio y el de María. ¡Santa virtud el saber callar! El silencio, María, habla más que cualquier palabra cuando es silencio de amor».
1 de octubre
19 horas
Pongo como premisa que desde ayer me he quedado tan trastornada ante la profanación del secreto de Dios en mí, que he sufrido incluso físicamente con un buen colapso del corazón que me ha atormentado desde las 10 hasta las 17 horas. Y aun he sufrido más es- piritualmente.
Entiendo y compadezco la pequeña curiosidad de muchas almas y les aplico todos los atenuantes. Muchas veces, midiendo a los demás con su medida, alaban etc. etc., creyendo que esto guste a algunos como les gusta a ellos. Pero cuando estos tales están ya total- mente trabajados por el buen Dios, tienen reacciones muy distintas de las comunes. Y no gozan sino que sufren, sufren y sufren de oír ciertas alabanzas y de ver irrupciones en su secreto.
Y yo he sufrido (y sufro aún). He sufrido tanto que me habían venido unas ganas locas de no escribir nada más, resistiendo (y sufriendo por ello, naturalmente) a la querida Voz, si ésta no hubiera querido contentarme con callar para no darme ocasión de servir a los demás de curiosidad. Pero… María nunca es escuchada por Jesús en ciertas cosas. Es Él quien impera, y lo que quiere, quiere. ¡Amén!
Abro la Biblia al azar con los propósitos antedichos en el alma de poner fin a mi misión de «escritorzuela del buen Dios». Y el libro se abre en el cap. 58 de Isaías; y Jesús habla así, respondiendo a todos mis »pero» y «si».
Dice Jesús:
«Quiero, absolutamente quiero que tú seas la que grita las palabras del Señor Dios tuyo, las palabras de indignación por los pecados de este pueblo mío que no quiere convertirse a Mí, y las palabras de amor que como aceite sobre olas revueltas se derraman de mi Corazón turbado por vuestro modo de actuar y aplacan la tempestad de la Justicia ofendida para atraeros a Mí, ¡oh infelices hijos que tan atrozmente y tan diabólicamente morís en cuerpo y
alma!
Te lo he dicho infinitas veces, bajo forma de luz o de sonido y te lo he hecho entender: «Tú ya no te perteneces. Eres una célula mía y debes obedecer al Todo que soy Yo, tu Maestro y Salvador y Salvador del mundo entero. Por eso sigue adelante y nunca te permitas rechazar mi Querer. Yo me ocuparé de tutelarte a ti. Tú sigue adelante siendo mi pequeño Juan a quien me es de tanto alivio confiar mi pensamiento y encomendar mi voluntad.
Mira, María. Este pueblo mío, hecho más extranjero y rebelde que verdadero pueblo mío – porque es mío solamente de nombre, pero en realidad milita bajo otras banderas y obedece otras leyes que no son ciertamente la bandera de Cristo y la Ley de Dios- este pueblo me va buscando. Pero ¿cómo me busca?
Un día, lo he comparado con un ciego. Hoy lo comparo con un ebrio. Está en efecto ebrio por haberse saciado, hasta el embrutecimiento, de sus vicios. El ebrio es un incapaz de comprender y de guiarse. Su mente va a ciegas en las neblinas del vino y esto lo hace inferior a las mismas bestias.
¡Me busca! ¡Oh! pueblo de locos y de desleales, que habéis minado la integridad de vuestro espíritu con las fiebres de los sentidos y de los pecados y que habéis traicionado a Dios ¿cómo puedes encontrarme, pueblo que eras mío, si no te quitas el vestido de suciedad y no vuelves con el espíritu a tu Señor, pero lo haces realmente, y no por hipócrita y esporádico culto cuyo estímulo viene dado no por el amor sino por la necesidad, por el miedo, por el interés, los tres terrenos útiles sólo para vuestra parte que muere y no para el alma inmortal?
Pero si además vosotros, en vuestra jactanciosa injusticia, creéis ser vivientes en la Justicia y os auto alabáis como fieles a la ley de vuestro Dios y acusáis a Dios de no ser bueno porque os castiga por culpas que no habéis cometido, si además hacéis todo esto, Yo, la Verdad que no yerra, os digo que está más vivo uno, enterrado no desde hace cuatro sino desde hace diez veces cuatro días en el hedor de un sepulcro, que vosotros que tenéis el alma corrompida en siete y diez puntos por las gangrenas de vuestros evidentes o solapados pecados. Y los solapados no son los menos graves. Sino que con frecuencia son doblemente culpables porque huyen de la ley humana y engañan a los demás en el juzgaros por lo que sois.
Los demás: hombres. No Dios quien ve el hormiguero de gusanos que ha sustituido vuestra alma de luz, esa alma que os di y que redimí y que quiero como si fuera una parte de Mí mismo, y místicamente, lo es porque sois los miembros de mi místico Cuerpo y el más pequeño de vosotros, en la tierra, es ante mis ojos igual e incluso superior al más grande, porque Yo no miro las fangosas glorias de la tierra sino vuestro verdadero valor que viene dado por lo que sois respecto de las leyes eternas.
Vuestra injusta reprobación sube a mi trono y, si el pecado me ofende como suciedad lanzada a mi Sublimidad, vuestro reproche inmerecido e irrespetuoso es como un humo que me molesta y me fuerza a alejarme de vosotros cada vez más para esquivarlo.
¿Habéis orado? ¿Habéis frecuentado las iglesias? ¿Habéis ayunado? ¿Habéis evitado matar y robar? ¿Y qué? ¿Qué habéis hecho de más de cuanto no fuera vuestro estricto deber? ¿Y cómo lo habéis hecho?
¿Habéis orado cómo y por qué? Mal, con el alma ausente o con el alma sucia de odio, y casi siempre por vuestros intereses personales, por lo tanto egoístas. Por eso vuestra oración estaba separada de la caridad. Y ¿cómo queréis que me haya sido ofrecida por vosotros si no tenéis el áureo cáliz en el que posada para alzada a mi trono?
¿Habéis frecuentado la iglesia? ¿Cómo y por qué? Por costumbre, por hipocresía, por cotilleo. Cuanta murmuración se hace incluso en el templo santo de vuestro Dios, ante Mí
humillado en el Sacramento de amor para enseñaros qué entrega debe alcanzar el ser para ser agradable al Eterno y útil a los hermanos.
¿Habéis ayunado? ¡Ay de mí, vuestros ayunos que, cuando verdaderamente los hacéis, son tan pequeños, no por cantidad, sino por espiritualidad! Y os negáis un bocado de pan y después acontentáis la gula con la superficialidad. Vuestros ayunos hechos sin voluntad de amor, sino sólo por temor del castigo divino. ¿Pero no sabéis que es mejor ayunar de una palabra áspera que de una suntuosa comida? .
¿Habéis evitado el matar y robar? ¡Oh! no por Mí. Por miedo a vuestras cárceles. He aquí por qué. Y este miedo no siempre os detiene. Y además, ¿pero creéis que haya mucha diferencia, mentirosos en el espíritu, entre quien mata un alma arrastrándola al malo mata una reputación o roba un edificio, una mujer a un marido, un marido a una mujer, un hijo a los padres, y aquel que da una cuchillada o roba un bolso? Al contrario, en verdad os digo, que entre quien mata un cuerpo en un ímpetu de ira y quien mata un alma o una reputación. con lenta y premeditada acción, que entre quien roba un bolso y quien roba una persona a sus familiares, es mucho más culpable el culpable hacia el espíritu que no el otro. Y ésta es la verdad.
Yo quiero, para amaros y ayudaros, desgraciados hijos que por vosotros mismos os hacéis todo el mal por el que morís, que impongáis a vosotros mismos otro ayuno bien distinto, más bien otra oración, más bien otro modo de actuar. Poned en ayunas vuestros sentidos, criaturas hambrientas de toda sensualidad; sabed orar con vuestras obras más que con vuestros labios; actuad como Yo os he dicho que actuéis, Yo y ningún otro, que uno sólo es el Maestro y aquel Uno soy Yo: la Inteligencia, la Justicia, la Caridad.
¡Oh! ¡entonces cómo cambiará todo para vosotros! No seréis ya los bastardos, los extranjeros, los rebeldes de vuestro Señor, sino que volveréis a ser mis hijos, volveréis a ser mi alegría y Yo seré la vuestra. Qué lejano os parecerá entonces el tiempo en el que erais como ovejas desperdigadas que golpeaban todos los que pasaban, y a todos les era lícito reírse de vosotros y criticaros como locos que viven de la limosna que les proporciona la miseria de la que tantos se ríen.
Volved al Señor Dios vuestro. La hora es plena. Plena de todas las maneras. Cuatro son los cálices colmados. Dos divinos y dos infernales. En estos últimos hay destrucción para la tierra y muerte para el espíritu. En. los otros, divinos, hay Justicia en uno y Misericordia en el otro. A vosotros, que atraéis con vuestro actuar las olas desbordantes de los cálices infernales, os toca lograr que el otro cáliz de castigo -el divino- no se vacíe sobre vosotros, sino que más bien sea mi Misericordia la que descienda sobre el mundo que muere, sobre el hombre que muere, sobre el espíritu que muere. Ella es Vida, queridos hijos. No tardéis más en atraer mi Piedad sobre vosotros.
Venid a vuestro Salvador. En mi Corazón abierto, que habla de amor, encontráis lo que habéis malgastado: el amor. Si amáis seréis salvados. Todo es fácil para quien ama y todo le es perdonado a quien ama. Soy el Cristo que ha absuelto a la pecadora porque mucho amó. Soy aquél y no cambio. Estoy aquí, inclinado sobre vosotros, como un padre sobre el lecho del hijo enfermo y un médico sobre un paciente para salvaros aún, para salvaros siempre.
Dejaos abrazar por vuestro Dios, dejaos curar por vuestro médico, dejaos salvar por vuestro Salvador. Sólo pido esto: que os dejéis salvar por Mí viniendo a Mí con vuestra alma enferma, pero llena de buena voluntad. Mis manos que han sanado a los leprosos cuando aún no habían sido doblemente santificadas por el martirio, además de por su naturaleza de manos de un Dios, vierten de los agujeros gloriosos de sus palmas el agua que limpia y el bálsamo que hace incorruptibles.
Venid a Mí. Os exhorto a ello como Maestro. Os lo ruego como uno que os ama porque os
amo y con un amor tan grande que sólo en el Cielo podréis ver su inmensidad sin quedar demolidos.
Y tú, pequeña hija de mi Corazón, vete en paz. Porque has sabido amarme hasta el extremo, te he confiado la mayor Palabra que existe. Ella es en ti como una estrella cerrada en tu espíritu y te ilumina con luz de paz y de vida.
Permanece en lo que eres y sé bienaventurada en Mí. Mi Paz pone su bálsamo sobre todos tus distintos modos de sufrir. Te bendigo y soy Jesús».
2-3 de octubre
Veo toda la justicia de tu actuar, mi Jesús, pero siento también todo el tormento de este nuevo dolor. ¡Qué dolorosos son algunos «fiat», amor mío!
Pienso que Tú sobre tu Cruz veías, al menos la veías, a tu Madre, y que yo en cambio en mi larga agonía la he tenido tan poco cercana, poco por causas justas y poco por causas injustas, debidas a su modo de pensar. Y estaré sola, en manos de extraños, en la hora de la muerte. Pienso que Tú has asistido también a tu Padre putativo, y yo no. Por ello me viene el pensar que en esto no soy semejante al Maestro, sino que he superado al Maestro con un sufrimiento moral que Tú no has tenido.
Y miro a tu Madre que ha conocido este dolor de no asistir a su padre y a su madre… Tampoco digo: que ha conocido el de no tenerte cerca en la última hora, porque pienso que Tú habrás estado con Ella para rendirle el amoroso ministerio de acunar su último sueño como Ella acunó el primero tuyo. Pero yo no he sido acunada por mamá en el momento del nacimiento y estaré sola en la muerte.
Jesús, ¡estate cerca de mí! Nunca te he pedido que te hagas notar, porque pienso que es bonito dejarte libre de hacer como te plazca, pero ahora te lo digo, ahora te lo suplico porque no resisto mi dolor tan privado de consuelos.
¡Ayúdame, Jesús! Ayúdame a saber sufrir y a no enloquecer, porque en mi pobre cabeza, tan llena de sufrimiento y de dolor moral, Tú sabes mejor que yo lo que puede suceder. Tómamela entre tus queridas manos, Jesús.
Me has prometido 122 serme madre, padre, además de hermano y esposo. Ha llegado la hora de serIo 123.
Tómame, porque Tú ves lo que sufro…
Dice Jesús:
«Sólo pido tomar entre mis manos, esta cabeza tuya coronada de dolor y tu corazón traspasado por él.
Yo no falto nunca a mis promesas. Estoy contigo y ni siquiera te digo: «No llores» sino más bien te digo: «Llora entre mis brazos». Hay dolores que requieren lágrimas, y Yo no impido lo que es justo. Nunca. Llora y escucha. Las lágrimas se secarán al calor de mis palabras.
Es verdad que tú tienes lo que Yo no he tenido: o sea la lejanía de tu madre. Pero piensa, hija mía, que tú no eres inocente y que ella no es inocente. Yo y mi Madre lo éramos, y sin embargo estuvimos unidos y separados en la muerte. Te dije 124 que el verme, en lo alto de la cruz, era desgarro sobre desgarro para mi Madre. ¡Y éramos los Inocentes!
122 En el dictado del 12 de agosto
123 Al día siguiente, 4 de octubre de 1943, moría Iside Fioravanzi, madre de la escritora.
Nacida en Cremona en 1861, había sido profesora de francés antes de casarse, en 1893, con el suboficial de caballería José Valtorta (nacido en Mántova en 1862 y muerto en Viareggio en 1935). De carácter autoritario, fue siempre muy severa con el dócil marido y con la única hija.
124 En el dictado del 13 de septiembre
Tu sufrimiento y el sufrimiento de tu madre no son sin un fin, María. ¿Te parece que tu Jesús pueda hacer algo inútil? ¿Te puede surgir la sospecha de que Él, que te ama tanto y ama a tu madre porque también ella es una hija de mi Redención, pueda dar dolores sin un fin santo? No, María. No me has pedido que tenga todas las misericordias con el alma de tu madre? Que sepas, entonces, que su sufrimiento sobre la tierra, en esta larga enfermedad, es para disminuir su expiar futuro, y que tu sufrimiento tiene el mismo fin.
Sé que esto te hace trizas. Pero si la aceituna no fuera triturada, ¿podría dar el aceite que nutre, que sana y que consagra?
Dije a la hermana de Lázaro: «Quien cree en Mí no morirá para siempre». No todos llegan a tener esa fe en Mí necesaria para tener rápida resurrección en la gloria de mi Paraíso.
Necesito que existan aquellos que crean, que crean no una sino siete veces, por aquellos que creen tibiamente, para dar a los tibios un último resplandor de fe, y tan absoluta, que les haga aparecer en mi presencia revestidos de este extremo resplandor. Voy mendigando heroísmos de fe y de generosidad a los obreros de la última hora, para que paguen por estos obreros que están privados de celeste moneda.
Y te lo he dicho ya 125 la primera de estas limosnas espirituales va destinada a los de la propia sangre.
Nunca te ha dicho «gracias» sobre esta tierra, con su boca mortal. Pero piensa en tu alegría futura, cuando sea el alma inmortal de tu madre la que volviéndose a unir a ti te diga: «Gracias, María, por la verdadera vida que me has dado». Será como si tu madre naciera de ti, y para la eternidad.
Deja tu corazón entre mis manos. Quisiera poder tener todos vuestros pobres corazones débiles, enfermos, heridos, doloridos, para fortalecerlos, para curados, para sanarlos, para consolarlos.
¡Si los hombres me dieran su corazón! No existiría más pecado sobre la tierra, no existirían más los vicios que os enferman carne y espíritu, no existirían más las crueldades recíprocas que hieren, no existiría más ese dolor sobresaltado de quien llora solo e incomprendido. Darme vuestros corazones sería la salvación del mundo.
Confiadme vuestros afectos, vuestros intereses, vuestras esperanzas, vuestros dolores, hijos que amo como a Mí mismo, así como os he enseñado. Ved en Mí no sólo al Señor, sino sobre todo al Amigo, al Hermano, al que os ama con un amor perfecto como perfecta es su naturaleza de Dios.
Mi pequeña discípula que sufres y escuchas, piensa que tu Maestro sufre más que tú.
Consolémonos mutuamente. Yo lo soy Todo para ti y te tengo sobre el Corazón».
4 – 5 de octubre
1a noche de huérfana
Dice Jesús:
«Una pena es más leve cuando se lleva entre dos. Yo estoy contigo.
Al mundo puede parecerle una crueldad este no dejarte tranquila ni siquiera en esta noche dolorosa. Pero dejemos que el mundo hable. Él ve, juzga y habla mal. La verdad es otra y esta verdad es también una irrefutable prueba de quién es Aquel que te habla. Prueba para los infinitos Tomases del día de hoy que no me perciben a Mí y mi Voz en tus páginas.
Sólo Dios justo y santo puede, en una hora de dolor como ésta, hacerte escribir palabras como las que escribirás. Sólo Dios. Y soy Yo.
125 En el dictado del 17 de julio
Una de las cosas que más sorprendían al mundo pagano y conseguía nuevos y cada vez más numerosos prosélitos para la Iglesia, era la calma, la serenidad, la fortaleza de los mártires en la hora del martirio. Solamente de Dios les podía venir esta inquebrantable y serena paz. Pero el martirio de corazón no es menos atroz que el de la carne, y a los que tienen el corazón desgarrado sólo Dios puede comunicar el heroísmo de una resignación que verdaderamente es la cuarta frase del «Pater» vivida con toda la carne y el alma, la in- teligencia y el espíritu.
El mundo ciego podrá incluso confundir tu calma heroica, don de tu Todo, por indiferencia. El mundo ensucia cuanto toca. Pero la suciedad no penetra en un bloque de oro o de diamante. Se os posa encima y después cae con la más pequeña ola de lluvia o de viento. .
Deja por tanto que los ciegos del mundo no vean. Los otros, en los que mi Espíritu es luz, leen ni Nombre en tu valor de martirio. Y tú, sufriendo con este valor, eres más misionera de tu Jesús que no cien predicadores de palabras no corroboradas por un hecho.
Hay una parábola mía que te presento en este momento. Es la de la higuera estéril. No llores, María. Ya sabes a quien quiero referirme. No llores.
He tenido hacia tu madre los mismos cuidados que el viñador con la planta negligente. Alábame por ello, María, porque he tenido . infinita misericordia con el alma que te era tan querida.
La hora de su juicio era mucho antes de ahora. He venido dos veces en el transcurso de estos años tuyos de dolor para observar esta planta espiritual, que ni siquiera tu orar inducía a producir frutos de vida eterna. Y las dos veces el hacha estaba ya en mi mano para abatir esa vida que se resistía a las invitaciones de la Gracia. Y las dos veces he detenido el golpe para dar ocasión a esa alma de no venir a Mí desnuda de buenas obras, realizadas con el alma reconciliada conmigo.
Soy el Jesús misericordioso y tenía piedad de ella y de ti que te consumías por ella.
He predispuesto los medios para un último trabajo. He enviado a un Siervo mío 126 para cumplir la mística fertilización de esa alma a través del Sacramento, más bien de los Sacramentos en los que mi Sangre fluye y mi Carne se hace alimento para daros salvación, perdón y vida eterna.
He cumplido todo cuanto podía cumplirse sobre esa materia, para obrar el milagro de adornar de frutos ese espíritu próximo a presentarse ante Mí. Y tú me has ayudado.
La he tomado ahora porque no podía dar más que esto y, dejándole más tiempo, la ventolera del sentimiento humano habría quemado, con el calor de sus resentimientos y de sus egoísmos, los frutos provocados por mi amor y por el tuyo.
Ella no te ha dicho «gracias». Pero Yo te lo digo por ella. Y ella, ahora, ya te lo dice, porque mi Luz le ha iluminado horizontes que su humanidad le velaba.
Hija, no llores. Lo demás vendrá después. Sigue orando y sufriendo por ella. Y espera en Mí.
Vete en paz, alma fiel. Yo no te abandono. Estás entre mis brazos que son más dulces que los de todas las madres».
5 de octubre Alba
Dice Jesús:
«He dicho: “A quien cree en Mí le haré brotar en el corazón fuentes de vida eterna». Pero
¿quizás no hago brotar, ya desde esta vida, fuentes de bálsamo que os curan a vosotros atosigados por el dolor? ¡Oh! Venid a Mí, todos los que lloráis. Creed en Mí todos los que
126 En los días precedentes Padre Migliorini había dado la Comunión a la señora Iside, fallecida al mediodía del 4 de octubre
sufrís. Amadme, todos los que estáis desamparados.
Si cree firmemente en Mí, vuestra alma, que lucha y sufre sobre la tierra, será como pan caído en un barril de miel que lo penetra con su dulzor.
Creer en Mí quiere decir amar, quiere decir esperar, quiere decir vencer. Creer en Mí quiere decir poseer.
Poseer aquí abajo las armas para la lucha contra el Mal que avanza por todas partes y que trata de abatiros con mil asechanzas, y quiere decir poseer en mi Reino ese premio que soy Yo mismo para toda la eternidad».
7 de octubre
Dice Jesús:
«Oh tú que lloras porque la separación 127 te es dolorosa y te parece total, piensa en lo que te dice Jesús. Y verás que esa separación no es total y que el dolor disminuye.
Mi apóstol 128 dice una palabra inspirada a la que habitualmente viene dado significado referido sólo a los vivientes de la tierra. Pero tiene uno más amplio y profundo que Yo revelo a todos vosotros, hijos que lloráis, a todos vosotros dolientes que sufrís por la muerte de un dilecto.
Aquél o aquélla que ahora están muertos, ¿no se nutrieron acaso de mi Sangre y de la Carne que se ha hecho pan para los hombres? Y, si se nutrieron de ella, ¿la virtud de la Sangre y de la Carne de vuestro Salvador no permanece acaso en ellos también más allá de la muerte?
¿Y qué hace la muerte humana respecto al espíritu sobrehumano? ¿Quizás tiene poder, la pequeña muerte, de separar de Mí, que vivo eterno, parte de mis miembros, sólo porque están muertos sobre la tierra? Y vosotros ¿acaso no vivís en Mí, constituyendo esa parte de mi Cuerpo místico que vive en la tierra?
¿Acaso no son éstas verdades indiscutibles? Sí que lo son.
Sabed, sabed, vosotros los que lloráis por el dolor de un luto reciente, que aquél al que lloráis no está muerto, sino que vive en Mí. Sabed que el mismo Pan que os ha saciado el alma mientras estabais unidos en la tierra, mantiene la vida y la comunión entre vuestros espíritus vivientes aquí abajo y los que han transcendido su humanidad, vivientes en Mí.
Ningún mal puede hacer la pequeña muerte a los espíritus inmortales. La que hay que temer es la gran muerte, esa que verdaderamente os quita para siempre un pariente, un cónyuge, un amigo. La gran muerte, o sea la condenación del alma, la que separa realmente de Mí células de mi Cuerpo místico caídas en poder de las gangrenas de Satanás.
Pero por los que han muerto en mi Nombre y han nutrido en sí la vida del espíritu con el Alimento eucarístico, que no perece y que preserva siempre de la muerte eterna, no, por ésos no hay que llorar, sino alegrarse, porque han salido del peligro de morir para entrar en la Vida.
Piensa, pensad que quien se ha nutrido de Mí, difícilmente puede ser hermano de Judas, semejante a él para quien mi Pan no fue Vida sino Muerte.
Mi Pan, o sea Yo mismo hecho alimento para dar a los hombres la fuerza de conquistar el Cielo y la moneda para entrar en él, les dará entrada en el Reino de la gloria, más o menos prontamente, según su capacidad de asimilación espiritual, pero en el 99 por ciento de los casos produce siempre la salvación del alma.
Por eso, no lloréis, padres sin hijos, cónyuges sin consorte, huérfanos sin padres. No
127 La muerte de la madre, a la que se refieren pasajes y dictados del 2-3 de octubre, del 4-5 de octubre
128 La escritora anota a pie de página, a lápiz: S. Pablo, I carta a los Corintios, c. 10, v. 16-17
lloréis. Yo, que no miento nunca, os digo como a la madre del Evangelio: «No lloréis».
Creed en Mí: os devolveré el ser que amáis y os lo devolveré en un reino al que no tiene acceso la triste muerte de la tierra y en el que ya no es posible la horrible muerte del espíritu.
No lloréis. Descienda sobre todos vosotros esta esperanza que es fe y mi bendición».
8 de octubre
Dice Jesús:
«Mi Misericordia es tan infinita que obra prodigios, cuya fuerza y forma veréis sólo en la otra vida, para conquistar el mayor número de almas a la Resurrección de la carne en Cristo.
No quiero que vosotros, señalados con mi Nombre, muráis para siempre. Os quiero resucitar. He muerto para poder resucitaros. He exprimido mi Sangre de mis carnes como racimo prensado para poderos resucitar. Las gotas de mi Sangre están en vosotros y anhelan volver al Corazón del que proceden.
Repito cuanto dije ayer. Pocos son aquellos en los que mi Sangre no produce un mínimo de méritos, no por culpa de la Sangre sino de su correspondencia a Ella, capaz de salvar el alma. Los Judas no son la masa, porque muchas veces, tras una vida infame vivida por un cuerpo en el que el alma fue tenida esclava, se logra un triunfo del alma sobre la materia con el hecho de que en la hora última esa alma, en los umbrales de la muerte que libera al espíritu de la carne, se vuelve a Dios de quien conservaba un recuerdo, y se refugia en Él.
Y creedme: en verdad basta un latido de amor, de intimidad y de arrepentimiento, para hacer que el baño de mis méritos descienda sobre el pecador y lo lleve a la salvación.
Mi Justicia no es la vuestra, y mi Piedad es muy distinta de la vuestra.
Cuando se vea el número de los salvados por mi Amor todo misericordia, serán proclamadas las virtudes del Cordero con voz de júbilo por todos los espíritus vivientes en su Reino. Porque vosotros sois los salvados por el Cordero que se ha hecho inmolar por voso- tros. Y si los que siempre han vivido en Él y de Él, hasta el punto de no conocer el sentido, le seguirán cantando el cántico conocido sólo por ellos, los salvados por su Misericordia, en la última hora terrena, postrados en adoración de amor, le bendecirán eternamente porque Él es para ellos doblemente Salvador. Salvador de Justicia y Salvador de Amor. Por la Justicia ha muerto para limpiaros en su Sangre. Por el Amor os da su Corazón abierto para acogeros aún manchados de culpas y limpiaros en el incendio de su amor cuando, muriendo, le llamáis a Él que os ama y que os promete un Reino».
9 de octubre
1 hora
Dice Jesús:
«Por eso no os entristezcáis los que lloráis. Confiad en Mí y confiadme la suerte de vuestros amados.
El tiempo de la tierra es breve, hijos. Pronto os llamaré donde la vida dura. Sed pues santos para conseguir la vida eterna, donde os esperan ya vuestros dilectos o donde os alcanzarán tras la purificación.
La separación actual es breve como una hora que pasa pronto. Después viene nuevamente la unión de los espíritus en la Luz y, en el futuro, la dichosa resurrección, por la que no sólo gozaréis de la unión con vuestros amados, sino también de la visión de esos ros- tros tan queridos cuya desaparición os hace llorar como si un robo os hubiera despojado de la piedra preciosa que más queríais.
Nada ha cambiado, hijos. La muerte no os separa, si vivís en el Señor. Quien ha ido más allá de la vida terrena no está separado de vosotros. No lo puede estar porque vive en Mí como vosotros vivís. Sólo -para panera s una comparación humana- ha salido de los miembros inferiores a las partes más altas y nobles, y por eso os ama con mayor perfección porque está aún más unido a Mí, y de Mí toma perfección. Sólo los condenados están «muertos». Sólo ellos. Pero los demás «viven»
Viven, María, Entiendes: viven. No llores 129. Ora. Pronto vendré.
El obrero, según va cayendo la tarde, apura el trabajo para finalizar la obra de su jornada e ir contento al reposo después de haber tenido digna recompensa. También cuando para una criatura cae la tarde de la vida en la tierra, es necesario apurar el trabajo para dar los últimos retoques a la obra casi terminada. Y darlos con alegría, pensando que está cercano el reposo tras tanta fatiga y que la recompensa será abundante porque mucho se trabajó.
Yo soy un Amo que retribuye bien. Yo soy un Padre que te espera para premiarte. Yo soy aquel que te ama, que te ha amado siempre y que siempre te amará. Ni una de tus lágrimas me es desconocida y no quedará sin premio. Está cada vez más en Mí y no temas. No temas que Yo te deje sola. Incluso, cuando no hablo, estoy contigo.
¿Sola tú? ¡Oh! ¡no lo digas! Tienes contigo a tu Jesús, y donde está Jesús está todo el Paraíso. No estás sola. María no estaba sola en la casita de Nazaret. Los ángeles estaban alrededor de su soledad humana. Tú, María, no estás sola. Me tienes a Mí por Padre, tienes a María por Madre, tienes a mis santos por hermanos y a los ángeles por amigos. Quien vive en Mí lo tiene todo, hija mía.
No te digo: «No llores». También Yo he llorado y ha llorado María. Pero te digo: No llores con ese llanto humano que es negación de fe y de esperanza. No llores nunca así.
Ten fe no sólo en las grandes cosas de la Fe, sino también en mis palabras secretas. Son mías, está segura de ello. Y ten esperanza en mis promesas. Cuando venga a darte la Vida verás que no has perdido a los que has llorado. Perdido es quien muere sin Jesús en el corazón.
Tú permanece en Jesús. En Él encontrarás todo lo que suspiras. Yo secaré para siempre toda lágrima de tus ojos así como ahora consuelo todo tu dolor, que no puedo evitarte porque sirve para la gloria de tu Dios y para la tuya.
El invierno de la vida pasa pronto, paloma mía, y cuando llegue la eterna primavera vendré para coronarte de flores quitándote las espinas que llevaste por amor mío».
Aún el 9 de octubre, en plena mañana y después de mi tremenda crisis y de la Comunión. Dice Jesús:
«Están los que han venido a Mí por vía ordinaria y están los predestinados a ser cualquier cosa a mi servicio.
Entre los predestinados están los que vivieron como ángeles desde su nacimiento y los que se hicieron ángeles, por amor, después de haber sido hombres. Pero son, de todas formas, los predestinados a ser estrellas que iluminen el camino de los hermanos que van y necesitan tantas luces para caminar.
Yo soy la Luz. Luz potentísima. Y debería bastar para guiar a los pueblos por el camino que lleva al Cielo. Pero los hombres, cuyos ojos están demasiado inclinados sobre el fango, no soportan ya la Luz absoluta. Ya no la pueden acoger porque les falta el ejercicio espiritual de la mente dirigida a Dios y la confianza en Dios.
Los hombres miserables o están separados por Mí, y no me miran porque no piensan en
129 Por la muerte de la madre
Mí, o bien están aplastados por su pequeña mentalidad que les hace ver y pensar a Dios a su medida. Por ello dicen, no humildemente sino sólo con vileza: «Soy demasiado distinto de como Dios quiere que sea el hombre, y no puedo alzar la mirada a Dios».
¡Oh! ¡Ciegos y necios! Pero ¿acaso son los sanos los que van al médico? Pero ¿acaso son los ricos los que van al benefactor? No. Son los enfermos y los pobres quienes recurren a quien les puede ayudar. Y vosotros sois pobres y enfermos y Yo soy vuestro Señor y vuestro Médico.
Inútilmente lo digo. Tenéis miedo de Mí. No teméis pecar y desposaros con Satanás, pero tenéis miedo de mirarme y de acercaros a Mí.
Y entonces, para que no muráis fuera de mi Camino, os doy las estrellas de luz suave que no son mas que emanaciones de Mí, parte de Mí que viene a vosotros de modo tal que no os induzca a necio terror. Yo: Sol eterno compenetro de Mí a mis predestinados y ellos irradian mi Luz entre vosotros y emiten corrientes de atracción espiritual para atraeros a Mí que os espero en el umbral de los cielos.
¡Ay de la tierra si llegase un día en el que el ojo de Dios ya no pudiera escoger entre los hijos del hombre los seres predestinados a ser mis portadores de Luz y de Voz! ¡Ay! Querría decir que entre los miles de millones de hombres ya no queda un justo y un generoso, porque los predestinados están entre los justos que nunca ofendieron a la Justicia, y los generosos que lo han superado todo, empezando por sí mismos, para servirme.
Tú estás entre éstos, pequeña criatura que vives de amor. Estás entre éstos. Después de tanto tormento has comprendido que sólo Yo podía ser para ti lo que tu alma quería, y has venido.
Pero Yo te había elegido antes de que existieras, para ser la voz de la Voz de Jesús Maestro. He esperado esta hora, María, con corazón de padre y de esposo, te he incubado con mis miradas, esperando paciente el momento de comunicarte mi Voluntad y mi Palabra. Nada me estaba escondido de cuanto de menos bueno habrías hecho, pero tampoco nada de cuanto habrías osado desde el momento en que te lanzaras en la corriente del amor.
«Tarde» dirás «te manifestaste, Señor». Tarde. Hubiera querido que fuera mucho antes, hija, pero he tenido que trabajar en ti como hace el orfebre con el oro bruto. Yo te he formado dos veces. En el seno de tu madre para darte al mundo, pero después en mi seno para darte al Cielo y hacerte portadora de mi Luz en el mundo. Sabía cuándo vendrías y sabía cuándo serías adulta para servir. Dios no tiene prisa porque lo sabe todo de la vida de sus hijos.
Ha llegado la hora en la que tú ya no eres una mujer, sino sólo un alma de tu Señor, un instrumento, como tú has dicho. Y cuando lo escribías 130 no sabías que mi amor se habría servido de ti así, después de tantos años de prueba. Ahora vete, actúa, habla según mi deseo. No digo mandamiento. Digo deseo, porque se manda a un súbdito y se pide al amigo, y tú eres mi amiga.
Y no tengas miedo. De nada ni de nadie. Ni las fuerzas de la tierra ni las fuerzas del infierno podrán dañarte, porque tú estás conmigo. Cuanto dices no es tu palabra; es mi palabra que Yo pongo en tus labios para que tú la vuelvas a decir a los sordos de la tierra. Cuanto haces es mi fuerza que Yo te doy para el bien de quien muere en la debilidad del espíritu.
Ya no eres la pobre María, una mujer débil, enferma, sola, desconocida, sujeta a insidias. Eres mi discípula predilecta, y Yo te juro que aunque todo el mundo se propusiera hacerte la guerra no podría quitarte lo que te he dado, porque Yo estoy contigo.
Has entendido bien. El septentrión 131 son los pueblos que ahora invaden o intentan invadir
130 En la Autobiografía
131 En el renglón la escritora anota a lápiz: Jeremías cap. 1 v.14-16
la tierra cristiana por excelencia: aquélla donde está Roma, sede de mi Iglesia. Castigo merecido por los prevaricadores que han inclinado la cabeza, ya señalada con mi signo, ante los ídolos de las falaces potencias extranjeras que ahora son las primeras en traer tormento.
Esta hora es de dolor para los honestos. Pero no querido por Mí. Procurad que el dolor tenga un límite. Hacedlo volviendo a Mí.
Si las cuatro fuerzas del septentrión se aliaran contra vosotros en una espantosa conjura de potencias tenebrosas, la luz se apagaría sobre vuestro suelo y la sangre de los mártires lo refrescaría con nueva sangre que gotearía sobre él.
Es necesario rezar mucho, mucho, mucho, hija de mi amor. Ya no puedo pedirte más sacrificios de afectos, porque estás desnuda como Yo en la cruz. Pero, si fuera posible, te pediría muchos más con este fin. Te ayudaré; pero dado que necesito lágrimas que sean agua bendita para esta Italia enfangada, te advierto que haré que tu pena sea acerba, para que’ valga por muchos lutos, y por muchos perdones de Dios para Italia.
Di conmigo: «Señor, acepto beber el cáliz de dolor para preservar a Italia de nuevas desgracias y, en particular, de las del espíritu. Quédate conmigo, Señor, mientras que apuro mi Pasión de pequeña redentora», y Yo me quedaré siempre contigo, hasta que llegue la hora de llevarte allí donde la Pasión cesa y se inicia la gloriosa Resurrección en Mí».
10 de octubre
Dice Jesús:
«Una de las imprudencias más perniciosas y quizá la más común entre los hombres, es el prometer sin reflexionar. ¡En un primer momento cuántas promesas juradas hacen los hombres con irreflexión, y después con ligereza no las mantienen! ¡Y cuánto mal viene al mundo por ello!
Votos sagrados que no son observados por negación de la criatura a la vocación que siguió porque le vino en mente, confundiendo un sentimentalismo del corazón con la llamada de Dios. Uniones matrimoniales transformadas en sacrílegas desuniones porque ante la realidad de la convivencia el más débil e irreflexivo de los dos se hace perjuro. Desilusiones causadas a amigos que creían en vuestra promesa. Y; lo que es más grave, agitaciones mundiales producidas por imprudencias de gobernantes irreflexivo s los cuales, árbitros de sus pueblos, prometen en su nombre alianzas que son después un impuesto de sangre para el propio pueblo y para los demás, sea porque obligan a los súbditos a combatir para el aliado, o sea porque, con perjura audacia, quebrantan la alianza ya estipulada, imposible de sostenerse, y se hacen enemigos.
¿Cómo puede el hombre, dotado de una inteligencia superior, don directo de Dios, actuar con tan brutal irreflexión? Porque en él se ha herido o apagado del todo la fuerza del espíritu con el pecado que quita la Gracia.
Mira, María. Veamos juntos el episodio en el que Herodes hace degollar a mi primo y precursor. Y veámoslo a través de mi modo de ver, tan distinto del de los hombres. Desde los púlpitos de mis iglesias se habla mucho de este episodio. Pero los comentadores, irreflexivos como el mismo Herodes, se paran en lo «No lícito» y no extraen del episodio otra enseñanza, tan útil a las almas.
Dice San Marcos (cap. 6, v. 21-27) que Herodes fue el hazmerreír de la propia inconsciencia. Movido por la complacencia sensual, había jurado a la jovencita darle cuanto ella le pidiese. Y dice el evangelista que, cuando supo lo que se le pedía, se entristeció, por- que en el fondo Herodes respetaba a mi primo en quien había reconocido su santidad heroica y su inteligencia sobrenatural, a la que recurría para ser iluminado. Pero la promesa
dada debe ser mantenida, especialmente si es promesa de rey, dada ante toda la corte. Y la cabeza del más santo de entre los hombres -porque fue santificado antes de su nacimiento por el abrazo de la Portadora de Dios: mi Madre santísima, llena de Espíritu Santo- cayó por necio juramento de rey.
¿Por qué Herodes pudo hacer esto? Porque la Gracia ya no estaba en él. Satanás lo tenía a merced del pecado. Y cuando Satanás tiene a un hombre, ese hombre está ciego y sordo a las luces y a las voces del Espíritu de Dios, quien es inspirador de las acciones de los hombres y no aconseja sino acciones de justicia y santidad.
¿Veis la necesidad, digo «necesidad», del vivir en gracia? ¡Oh hombres, que os afanáis por conquistar y conservar las riquezas que perecen!, ¿cómo no os afanáis por conservar en vosotros esta inmensa riqueza sobrenatural de la Gracia? De la Gracia que os mantiene en contacto con Dios y os nutre con sus luces como a recién nacidos en el seno de una madre, a través de las fibras que unen a ella.
En efecto vosotros sois los recién nacidos a la Vida del Cielo. No es esta la Vida, ésta que vivís sobre la tierra en la jornada mortal. Ésta es solamente formación de vuestro ser futuro de viviente eterno. La existencia humana es la gestación que os forma para daros a la Luz. A la Luz verdadera, y no a la pobre luz sombría de esta tierra.
Yo os llevo en Mí como madre que forma a su criatura, Yo mismo os rodeo y reparo, os nutro con mi alimento para haceros nacer inmortales en la hora de la que vosotros llamáis «muerte», y que no es sino «pasaje». Pasaje de una fase incompleta a la completa, de la se- gregación en espacio limitado a la libertad sin límites, de las tinieblas a la Luz, de las cohibidas caricias, al abrazo absoluto del alma con su Padre.
Esto es lo que vosotros llamáis «morir». Vosotros que, con vuestro orgulloso saber, aún no sabéis dar el justo nombre a las cosas, y como niños de pocos años llamáis a las cosas con nombres equivocados. Yo quiero enseñaros lo que es la «muerte» y quienes son los «muertos»,
Muerte es separarse de Dios como el que está por nacer y antes de tiempo se separa del órgano materno y se pudre en el álveo que lo expulsa con dolor. Muertos están quienes, habiendo sido expulsados así, no se diferencian del despojo de un animal que se descom- pone al sol y bajo la lluvia a lo largo de un carretera de la tierra, motivo de repugnancia, para quien lo ve. Esto es lo que es «muerte». Esto es lo que significa estar «muertos». El pecado es la causa que os separa de Dios y hace de vosotros una putrefacta carne corrompida, alimento de Satanás que os ha envenenado para devoraros, presa de su hambre de devorador de almas y de enemigo de Dios, Creador de las almas.
¿Cómo podía y cómo puede el Espíritu de Luz y Caridad ser guía de Herodes y de los muchos Herodes que hay siempre sobre la tierra si su pecado les desarraiga de Dios? En verdad os digo que el pecado, que separa al hombre de la Gracia, es la base de todos los errores que se cometen sobre la tierra.
Vivid en Gracia si no queréis errar. Entonces, como criaturas sostenidas por el velo de la madre, caminad en los asuntos de la tierra y no caigáis en las trampas del mundo y del amo del mundo, que ha renegado al Amo santo y verdadero que es Dios. Entonces, como criaturas que se forman y crecen en el seno materno, alcanzaréis el desarrollo completo para nacer a la Vida de los Cielos. Entonces Yo, Sangre tres veces santa, circulo en vosotros y os nutro de Mí, tanto que el Padre mío y vuestro, estrechándoos contra el seno, ya no distingue vuestro ser de hijos de Adán y os llama «hijos». Hijos como Yo, su Verbo, porque la sangre del Verbo está en vosotros y, abrazándoos a vosotros, el Padre Santo abraza a su propio Hijo, hecho hombre para daros la Vida. Entonces el Eterno Espíritu os saluda con sus resplandores de Luz a vuestra entrada en la Vida, porque reconoce en vosotros una parte de
Sí que vuelve al Manantial divino del que ha brotado.
¡Oh! ¡día santo y feliz de vuestro nacer al Cielo! ¡Oh! ¡día que Dios Uno y Trino anhela que llegue para vosotros! ¡Oh! ¡beatitud que he preparado a los hombres!
¡Alzaos, dilectos míos! La vida de la tierra es el tiempo que os dono para crecer a la Vida verdadera y, por cuanto pueda ser largo y penoso, es un instante fugaz respecto a mi eternidad. Eternidad que os prometo y que os tengo reservada. Alegría que os he conquistado con mi dolor.
Vivid en Mí y de Mí, hijos que amo. La alegría que os espera es desmesurada como la gloria de Dios».
El mismo día 132
Dice Jesús:
«Si temer al Señor es sabiduría y huir del mal es inteligencia, ¿qué será amar al Señor con todas las potencias del ser? Será perfección de sabiduría y de inteligencia, porque el amor es lo que depura las potencias del ánimo al punto de llevar, como consecuencia, a la perfección en todos los ámbitos.
Quien ama ha conocido la verdadera sabiduría, en medida que no puede ser aumentada porque es perfecta 133. El amor le instruye para comprender y le conduce a obedecer, el amor le preserva del mal, el amor le hace volar en el camino del Bien. El amor, el santo amor que Dios ha querido como su principal atributo -Dios es amor- es la ciencia de las ciencias porque os hace maestros en la ciencia que da Vida: la ciencia de conocer a Dios.
Quien ama posee la verdadera inteligencia. Dios no se separa de quien lo ama. Ahora, si Dios está en vosotros, poseéis a la Inteligencia misma, y Ella os comunica sus luces, así como la llama encerrada en un cristal transluce y calienta fuera.
Y Dios es llama que vive en vosotros cuando le amáis. Vuestra naturaleza humana se deifica con el contacto. El hombre, animal dotado de razón, cae como crisálida de mariposa y entra en su lugar el verdadero superhombre que no es como lo cree el mundo: un pobre soberbio lleno de errores y de vanidad, sino un ser que, sin ser aún un ángel y no siendo ya hombre, tiene las luchas del hombre que dan el mérito y la libertad de los espíritus sobre el sentido, la luminosidad y la clarividencia, por la que se descubre la Verdad y aparece Dios – Padre y Señor- en su supraesencial Belleza.
Bienaventurados los que aman a Dios. Siete veces bienaventurados porque su amor es el compendio de toda hambre, de toda sed mística, de todas las virtudes, de cada cosa, y obtiene para ellos el premio prometido a los mencionados en el sermón de la montaña. Bienaventurados porque desde la tierra ven, gozan de Dios, anticipo de la extasiante, eterna visión, que será su vida futura y que les espera en el Cielo».
11 de octubre
Dice Jesús:
«¿Cómo me debes llamar? .¿ Cuáles son los nombres más dulces? Los del Cantar de los Cantares, hija y esposa de mi amor y de mi dolor.
Tú dices que sólo la oración y mi palabra te calman en tu sufrimiento presente. Sí, has llegado a esto que es el punto más alto que el hombre pueda alcanzar de unión conmigo. Esto ya es éxtasis.
132 Sigue la anotación a lápiz: (Job. 28, 28)
133 En una copia dactilográfica la escritora anota a pie de página: de la perfección que puede ser alcanzada por una criatura.
Porque el éxtasis no es solamente el permanecer fuera de los sentidos por la alegría de contemplar visiones de Paraíso. Es éxtasis -e incluso desde un punto de vista espiritual- mucho más profundo que el primero, este ser abstraídos del dolor moral, además que del de la vida material, pero sin perder los sentidos, al hablar conmigo o al oírme hablar 134. Es más profundo. porque es obra producida únicamente por el amor.
El éxtasis contemplativo mucho es obra de la Voluntad de Dios, que quiere que una criatura suya tenga la visión de cosas celestiales, o para atraerla mayormente a Sí, o para premiarla por su amor. Este éxtasis, en cambio, de fusión en vez que de contemplación, es obra cumplida por iniciativa de la criatura enamorada, llegada a tal potencia de amor de no poder nutrirse, respirar, actuar más que con el amor y en el amor.
Es la «fusión». Es el ser «dos en uno». Algo que copia -con las proporciones impuestas por la naturaleza humana que por muy espiritualizada que esté por el amor siempre es humana- los inefables, indescriptibles, encendidísimos actos que regulan las relaciones entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, Tres que son Uno, tres Amores que se buscan, se contemplan, se alaban mutuamente, envueltos y apretados en un único remanso de amor incandescente que hace de los Tres distintos una Unidad inseparable.
Canta el Gloria, María, porque has llegado a la semejanza de Dios en el punto más difícil y alto, y has llegado con tu amor que ya más no puede crecer, porque ahora amas a Dios con todas tus fuerzas: tu cuerpo y tu alma, y si atravesaras este límite que has alcanzado morirías abrasada por el ardor.
¿Ves, alma mía, que tu Jesús tiene razón al decir que el amor es el fin de la perfección humana? Renuncias, penitencias, enclaustramientos, nada son respecto al amor total. Puede existir un ermitaño penitente que es pobre respecto a un viviente en la sociedad que sepa amarme totalmente, hasta el anulamiento de sus sentimientos en Mí.
¿Ves, querida alma, que tu Maestro tiene razón cuando dice que el amor es superación del dolor? Si no hubiera amado así, ¿crees tú, María mía, que habría podido soportar la Pasión? Y ¿crees que mi Madre y la tuya habría podido soportar la suya? ¿Y que los mártires hubieran resistido las torturas?
El amor no debilita el sentido doloroso del hombre, sino que le mezcla un licor de dulzura tan fortificante, que el más tremendo de los dolores se hace soportable para la criatura que lo sufre. El licor es la fuerza de Dios mismo que viene a vosotros con toda su potencia, más bien son las potencias de Dios que se precipitan en vosotros, atraídas por vuestro amor, y anulan vuestras fragilidades dándoos un vigor de luchadores celestiales.
Yo, el Victorioso, os comunico mi victoria sobre la debilidad de la carne, del corazón, y sobre la muerte. Yo vivo en el alma enamorada con una unidad inseparable como -Hombre entre los hombres- viví en unidad con mi Padre. María, la Unida a la Santa Trinidad, os comunica su potencia de amor que atrajo a Dios en Ella desde el profundo de los Cielos, y con su sonrisa os enseña a amar con la perfección que tuvo.
Ve por tanto, alma mía, las divinas y excelsas potencias y semejanzas a las que lleva el amor total.
Yo, que te he escogido para la misión de dolor y de luz, quiero verter sobre ti las olas del éxtasis del amor. Te quiero saturar de manera que tú huelas a Mí, y mucho más celestialmente que la reina Esther cuya cabeza estaba impregnada de perfumes de la tierra para gustar a su rey. Yo, en la hora en que te conviertas en reina del Reino que te he preparado y esposa unida al Esposo en el Palacio del Rey de reyes, quiero que tú estés macerada de amor, o sea de Mí mismo, hasta el punto que ya no quede nada de ti y sea Yo,
134 Nota del editor: La frase, un poco retorcida, significa: Es éxtasis… cuando el hablar conmigo o el oírme hablar os abstrae del dolor… sin haceros perder los sentidos
sólo Yo, quien viva en ti.
Ven. Sígueme. Cada vez más cerca. Tu ojo sólo tiene que buscarme y tu oído estar atento a oírme. Tu gusto debe encontrar insípido todo alimento que no sea el mío, y tu tacto repeler todo contacto que no sea el mío. Tu olfato debe gustar únicamente la fragancia de tu Esposo, ya no escondido, sino que camina delante de ti para señalarte el camino que conduce a la bienaventuranza celestial.
Te he atraído y te atraeré cada vez más emanando olas de olores y de luces que te raptarán de las cosas de la tierra. Eres mía. Te he querido y te tengo. Ahora te tengo, y sólo un deseo tuyo, que no vendrá, podría apartarte de Mí. Pero no vendrá. Antes vendrá la llamada «muerte», o sea las bodas de tu alma conmigo.
Entonces la alegría será completa. Yo te cogeré de la mano y delante a mi Corte diré: «He aquí a mi pequeña reina cuyo vestido fue entretejido con penitencias y adornado con lágrimas, cuya corona está hecha de amor. Se ha preparado para esta hora con tanto dolor. Ahora el dolor ha terminado para ella y llega el amor libre y eterno del Cielo. Alegraos, habitantes celestes, por esta nueva hermana que ha terminado las luchas y entra en la paz»
135».
Oraba, esta mañana a las 5,30, y tenía entre las manos las oraciones de Sor Benigna Consolata 136. Leía el punto: «Cómo se debe hacer en estado de aridez». Todos los días leo un punto que permanece como pensamiento religioso de toda la jornada. Leía: «Llamarlo con los nombres más dulces», y he preguntado a Jesús: «¿Cuáles son los nombres más dulces para Ti?».
Me ha respondido al instante, con las palabras que he escrito. Creo que quiera hablarme del Cantar de los Cantares para llevarme al verdadero fulgor. Creo… porque a veces cambia de tema después de un punto y a mí no me queda más que ir detrás de Él.
Crea, Padre 137, que he llorado de dulzura y me he sentido envolver y encender de llamas, incluso materialmente.
12 de octubre
Dice Jesús:
«También tú, como la esposa del Cantar, has venido a Mí un poco oscura. Son rarísimas las almas que,’ atraídas por mi amor, no vienen a Mí un poco oscuras. La vida del mundo quita ese candor de lirio que tiene el alma que ha salido de las moradas del Cielo para bajar a animar una carne nacida de dos amores hechos uno.
Es la tierra, la atmósfera de la tierra, no la atmósfera astronómica creada por mi Padre, sino la atmósfera moral de la tierra -ésa creada por vosotros, que por haber sido envenenados en el origen por el Espíritu del Mal lleváis en la sangre gérmenes del mal injer- tado a los progenitores- la que ofusca el resplandeciente candor sobre el que sólo hay una mancha que limpia mi Bautismo.
¡Oh! ¡fulgor del alma después del lavado bautismal! Si os fuera dado ver ese luminoso candor, veríais algo que arrebata vuestros sentimientos. El lirio es opaco y la perla es gris en comparación con el alma envuelta en la luz bautismal. Ésta es como la de los dos Primeros antes de la seducción de Satanás, así como era cuando el Padre se la infundió para hacerles
135 Nos recuerda la frase: He terminado de sufrir pero continuaré amando, que la escritora, desde 1952, predispuso para el recordatorio de su muerte, acaecida en Viareggio el 12 de octubre de 1961
136 Sor Benigna Consolata Ferrero (1885-1916)
137 Padre Migliorin
semejantes a Él. y, en verdad, el alma revestida por la gracia bautismal es como un espejo que refleja a Dios, es un pequeño Dios que espera, amando, volver al Cielo donde le espera su Amor creador.
Si el hombre pensara -y por esto mi Bondad no calcula las culpas cometidas antes del uso de razón- si el hombre, ya capaz de distinguir el Bien del Mal -y nota que los instintos del sentido se despiertan después del uso de razón; primero sólo están vivos los instintos de la vida que empujan al niño a buscar la mama o el alimento, el calor de la madre o del sol, la mano de la madre o el apoyo de los objetos- si el hombre pensara en lo que hace, en lo que pierde haciendo, a qué delito, a qué hurto llega quitando a su alma el candor bautismal, qué sacrilegio cumple profanando en sí la verdadera imagen de Dios: Espíritu de Gracia, de Belleza, de Bondad, de Pureza, de Caridad infinita; si pensara en el deicidio que comete matando su alma, ¡oh! ¡no! el hombre, ser dotado de razón, no pecaría. Pero el hombre es un rey necio que, con su voluntad enferma, malgasta los tesoros de su reino y pone en peligro la posesión de su mismo reino.
Y, nota María, que no hablo en mi Nombre. No digo que pecando me ofendéis a Mí que he muerto por vosotros. Hablo sólo defendiendo los intereses y los sentimientos de mi Padre que os ha creado semejantes a Él, que os ama con perfección de amor paterno y que el hombre insulta con su desamor y defrauda en sus esperanzas, que son las de poderos estrechar contra su seno el día de vuestra entrada en la Vida.
Pocas son las almas que no vienen a Dios un poco oscuras, oscurecidas a consecuencia de la vida que no han sabido conducir con esa santa y atenta reflexión necesaria por respeto al alma que tiene derechos superiores a la carne.
Os acordáis mucho de los derechos de la carne, algo que muere y que sólo vivida como sierva del espíritu, y no dueña del espíritu, puede hacerse, a su tiempo, habitante del palacio de los Cielos. Os preocupáis de vuestra estética, de vuestra salud física, de prolongar al máximo la vida en la tierra. Pero no os preocupáis de vuestra alma, de conservarla bella, de adornarla cada vez más para añadir a su belleza creada por Dios las piedras preciosas conquistadas por vuestra voluntad de hijos absortos en el Padre al que quieren volver enriquecidos de méritos: verdaderas joyas, verdaderas riquezas que no perecen eternamente. Os preocupáis de la salud física, pero no veláis para preservar vuestra alma de las enfermedades espirituales. Os preocupáis de prolongar lo que llamáis «vivir» y que sería más justo llamar «esperar», y no os preocupáis de esperar de tal modo que os conquistéis la verdadera Vida que ya no perece.
Os preocupáis de todo en este periodo oscuro, que os parece tan luminoso, de vuestra pausa en la tierra -y que ya te he explicado 138 que es semejante a una gestación para ser dados a la Luz, a la Vida- y miráis con horror la fosa, hoyo oscuro donde este cuerpo vuestro que amáis, como idólatras que sois, vuelve a la verdad de su origen: fango. Fango del que emana una llama, una luz: el alma.
He aquí lo que da valor al cuerpo, hombres necios. El alma que es don de Dios, el espíritu que es manifestación de Dios, y que tiene un valor ante el cual los de la carne son una nada despreciable.
Pero ¿cómo podéis vosotros, que os decís cristianos, no recordar las palabras de Cristo, del Verbo, de la Verdad? ¿No he dicho Yo: «Quien querrá salvar su vida la perderá, y quien la pierda por amor mío la salvará»? ¿No he dicho Yo: «Y de qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma. Qué dará el hombre a cambio de su alma”? ¿Acaso no he dicho: «El grano de trigo caído si no muere no produce fruto, pero si muere produce fruto
138 En el dictado del 10 de octubre
abundante”? Y todo esto ¿no os ha abierto los ojos del espíritu?
Pero, ¿cómo puede vuestro espíritu abrir los ojos si lo habéis sepultado bajo las piedras de vuestra carnalidad? Es como un mártir lapidado. Con la diferencia de que en el mártir lapidado morirá la carne y el espíritu entrará en la gloria, mientras que en cambio vosotros lapidáis vuestro espíritu y le impedís la Luz aquí y en la Vida verdadera.
¡Y tenéis miedo de la oscuridad de la tumba para vuestra carne ya insensible como terrón de barro! De esto tenéis miedo. Sí. Pero no os horroriza condenar a la oscuridad eterna lo que en vosotros es luz y que anhela la Luz infinita. Vuestro espíritu. Y no pensáis que vosotros, buscadores sedientos de riquezas, perdéis la verdadera riqueza. Y no pensáis, hambrientos de vida, que os producís la Muerte. La muerte que no muere: la muerte del espíritu.
Os apagáis a vosotros mismos en vuestra inmortalidad de ciudadanos celestes. Mejor dicho hacéis peor aún: ponéis vuestra luz en la mano de Satanás para que haga de ella un claror tenebroso en su Reino de Tinieblas. ¡Oh! ¡profanadores! Peor que si con vuestros de- moniacos descubrimientos, dirigidos al mal, lograrais desarraigar las estrellas de mi firmamento y apagar su luz de diamante vivo en un pantano pútrido.
Sabed hacer morir la carne, y no el alma, para germinar en espiga eterna. Vuestra posteridad sobre la tierra es siempre fugaz. Los siglos han destruido estirpes que parecían inmortales y de ellas sólo sobrevive el recuerdo, y de muchas ni siquiera eso. Pero lo que ha- céis en el espíritu no muere. Tampoco muere en parangón a la tierra. Mirad a mis santos. Pasan los siglos y el culto hacia ellos permanece como el primer día.
Y además no trabajéis nunca por la gloria de ser conocidos sobre los altares. Esto es todavía humanidad y el verdadero santo no piensa en ella. Piensa sólo en aumentar el gozo de Dios añadiendo en los prados eternos una nueva flor de esplendor, y en satisfacer su alma que grita y se agita en él por su sed de poseer completamente a Dios.
Somos dos sedientos que se anhelan, dos amores que se buscan. Alma y Dios, Dios y alma: he aquí los dos perennes amantes. ¿Por qué impedir que Dios y el alma alcancen su fin que es unirse, más allá de la vida terrena, en la eterna morada?
Yo, la Piedad perfecta, no miro si venís a Mí «un poco oscuros» por las reverberaciones del sol terreno de vuestras tendencias. Sólo quiero que luchéis para que el sol abrasador de la carnalidad no os vuelva irreconocibles ante mi mirada y repelentes para mi ojo.
Poned un reparo alrededor del tan peligroso arder de la humanidad: que lo constituya vuestra asidua atención, vuestra ansia de ser buenos, vuestro deseo de complacerme. Esto me basta. Y si hacéis esto, ya lo hacéis todo, porque atención, voluntad, deseo, son como tres piquetas sobre las que se extiende la tienda que preserva a un corazón de lo que puede desagradar a Dios.
Que, si después una repentina tempestad desencadenada por Satanás, envidioso de Dios, arranca el reparo y permite a los nubarrones y a los rayos ensuciaros y oscureceros, Yo, que veo y sé, no os acuso de ello, sino que os justifico y acudo en vuestra ayuda.
Entonces soy Yo quien me convierto en vuestro reparo, pobres hijos. Os estrecho contra mi seno y os digo: «No lloréis. Os compadezco. Estoy aquí para limpiaros, para ayudaros. Venid. El Dios de amor os da su Sangre para limpiaros del fango, y su Corazón por asilo seguro. Venid, hombres que Satanás acecha. Cerca de Mí no viene Satanás. Levantad la cabeza hacia Dios. No os desaniméis. He querido ser tentado, como hombre, para probar lo que es la seducción de Satanás y compadeceros, no con mente de Dios, sino con experiencia de hombre, en vuestras tentaciones. No os desaniméis. Me basta con que no queráis pecar. Me basta con que no desesperéis tras el pecado. Lo primero me ofende a Mí: Dios. Lo segundo me ofende a Mí: Salvador. No hay que dudar nunca de vuestro Salvador.
Nunca. A quien tiene fe en la potencia del Salvador le está reservado todo perdón. Os lo digo Yo que soy la Verdad».
¿Ves, pequeña María, cuánto hay que decir sobre una simple frase del Cantar 139? ¿Y te das cuenta de que tu sufrimiento ha cesado? No. No has perdido una madre. Estoy Yo que te acuno y te canto las nanas más sublimes para consolar tu corazón que. llora. Estoy Yo que te cojo de la mano y te hago pasear conmigo por los jardines eternos. Lo he prometido y lo mantengo. Te soy madre y padre, además de hermano y esposo. De tu madre me ocupo Yo: Redentor. De ti me ocupo Yo: Amor.
Vete en paz. Yo estoy siempre contigo».
13 de octubre
Dice Jesús:
«Que Yo esté contigo es acto de mi bondad. El deseo de un Dios de amor es estar con sus criaturas, y cuando las criaturas no le echan con sus traiciones Dios no se aleja. En ciertos casos, y por especiales correspondencias del alma, la cercanía es más sensible.
Pero ¡ay si el alma que goza de la bendición de la presencia sensible de Dios cayese en pecado de soberbia! Cuanto más grande es la humildad de la criatura, más desciende Dios a ella. María tuvo a Dios en sí, no sólo espiritualmente sino como Carne viva, porque alcanzó el vértice de la santa humildad.
Pero si Dios desea estar con sus criaturas, las criaturas deberían desear estar con Dios.
¡Demasiadas son las divagaciones de las almas! Corren detrás de los intereses humanos, se extravían tras las huellas del placer humano, se desvían tras engañosas doctrinas, se deslumbran con demasiados espejismos de ciencia humana. Llega la tarde de su vida y ¡se encuentran tan lejos de Mí! Cansadas, asqueadas, corrompidas, ya no les queda fuerza para acercarse al Señor. Ya es mucho si queda en ellas un residuo de nostalgias celestes y de recuerdos de Fe que les haga lanzar el grito de los antiguos leprosos: “Jesús, ten piedad de mí».
Es el grito que salva, porque nunca se pronuncia mi Nombre inútilmente. Yo, que velo esperando ser llamado, acudo al lado de quien me invoca y por mi Nombre, ante cuyo sonido tiemblan de alegría los Cielos y de terror los abismos, obro el milagro.
Pero no convendría, hijos indiferentes e imprudentes, que vinierais a Mí tan sólo en la última hora. ¿Sabéis vosotros con antelación si tendréis tiempo y manera de llamarme? ¿Y sabéis vosotros si Satanás, con astucia final, os jugará el último engaño para esconderos la cercanía de la muerte, a fin de que ésta os coja como el ladrón que os llega de improviso?
El mundo está lleno de muertes repentinas. Son uno de los productos de vuestra manera de existir. Habéis multiplicado el placer y la muerte, habéis multiplicado el saber y la muerte.
El primero os conduce a la muerte, y no sólo a vosotros que pecáis, sino también a los hijos y a los hijos de vuestros hijos, así como vosotros expiáis los pecados de los padres de vuestros padres, mediante las consecuencias de vuestras codicias y de vuestras embriagueces.
El segundo os conduce a la muerte a través de vuestro llamado «progreso», tres cuartas partes del cual son obra de la enseñanza de Satanás, porque las obras y los medios de refinada destrucción que creáis son fruto de vuestro progresar, y el otro cuarto viene por un excesivo amor a la comodidad, bajo el que se cela, además del epicureismo, también la antigua soberbia de querer emular a Dios en la velocidad, en el vuelo, y en otras cosas
139 La escritora anota a pie de página, a lápiz: Cantar de los Cantares, cap. 1, u. 5. 3 La madre de la escritora había fallecido el 4 de octubre.
superiores al hombre y mal usadas por el hombre. Si Salomón conoció que quien aumenta el saber aumenta el dolor, y lo supo entonces, ¿qué se debería decir ahora que habéis reducido el mundo a un caos de saber al que le falta el freno de la ley de Dios y de la caridad?
Hubierais tenido tanto para estudiar sin devanaros la mente en galimatías dañinas o tras obras homicidas. En mi Universo hay páginas inmensas en las que el ojo humano podía, y Yo habría querido que fuese así, leer enseñanzas sobrenaturales y leyes de belleza y bondad. Yo lo he creado, Yo, Dios Uno y Trino, este universo que os rodea, en el que no he puesto ningún mal para vosotros.
En el universo todo obedece a una ley de amor hacia Dios y hacia el hombre. Pero vosotros no aprendéis nada del ordenado curso de los astros, del sucederse de las estaciones, del fructificar del suelo, nada que os sirva para conquistar los Cielos. Sois los únicos que no obedecéis, sois el desorden del Universo. Y pagáis vuestro desorden con continuas destrucciones, en las que perecéis como rebaños enloquecidos que se precipitan por un barranco como un estrepitoso torrente.
Miserables hombres que habéis embotado el espíritu bajo el pecado; embotado hasta el punto de no saber ya entender la armonía de las cosas universales, que cantan todas las alabanzas del Dios Creador y hablan de Él, y a Él obedecen con un amor que inútilmente busco en el hombre.
Dejad el vano deambular tras tanto saber humano, tantas hambres humanas y venid a Mí.
Mi Cruz está para algo, bien alzada sobre el mundo. Mirad esta cruz en la que un Dios se inmola por vosotros y, si tenéis entrañas de hombres y no de brutos, proceded en proporción a mi amor por vosotros.
No os he dado mi vida para que continuéis perdiendo la vuestra. Os la he dado para daros la Vida. Pero debéis querer tener esta vida eterna y actuar en consecuencia, y no imitar a los animales más inmundos viviendo en el pantano.
Acordaos de que poseéis un espíritu. Acordaos de que el espíritu es eterno. Acordaos de que un Dios ha muerto por vuestro espíritu. Teméis tanto un malestar que dura poco y no teméis el horror de la condenación cuyos tormentos no tienen fin.
Volved sobre el camino de la Vida, pobres hijos. Os lo ruega Aquel que os ama.
Y a ti, que escuchas y escribes enseño, para que tú lo enseñes a los hermanos, el modo seguro de llegar hasta Mí.
Imitar al Maestro en todas las cosas. Éste es el secreto que salva. Si Él ora, orar. Si Él obra, obrar. Si Él se sacrifica, sacrificarse. Ningún discípulo es más que el Maestro y distinto del Maestro. Y ningún hijo es diferente del Padre, si es un buen hijo.
¿No te has dado cuenta de que a los niños les gusta imitar al padre en las acciones, en las palabras, en el andar? Ponen sus pequeños pies sobre las huellas paternas y al hacer esto les parece que son adultos, porque para ellos alcanzar la perfección es imitar al padre que aman.
María mía, haz como estos pequeñuelos. Hazlo siempre. Sigue las huellas de Jesús. Son huellas sangrientas, porque tu Jesús está herido por amor a los hombres. También tú, por amor a ellos sangra por mil heridas. En el cielo se transformarán en piedras preciosas, porque serán testimonios de tu caridad, y la caridad es la gema del Cielo.
Condúceme las almas. Son tercas como cabritos. Pero si las atraes con dulzura se plegarán. Es difícil ser dulces entre tanto amargor que destila continuamente el prójimo. Pero es necesario filtrarlo todo a través del amor a Mí. Hay que pensar que, por cada alma que viene a Mí, mi júbilo es grande y me hace olvidar las amarguras que el hombre me da continuamente. Hay que pensar que la Justicia está muy airada y que para aplacarla es necesario ser, más que nunca, víctimas redentoras.
No quiero que me sigas sólo con amor. Quiero que me sigas también con dolor. Yo he sufrido para salvar al mundo. El mundo necesita sufrimiento para seguir siendo salvado.
Esta doctrina, que el mundo no quiere conocer, es verdadera. Hay que utilizar todos los medios para salvar a la humanidad que muere. El sacrificio escondido y la dulzura evidente son dos armas para vencer esta lucha de la que Yo te premiaré.
Sé, como tu Señor, heroica en la caridad, heroica en el sacrificio, dulce en las pruebas, dulce hacia los hermanos. Recibirás entonces la faz y la túnica de tu Rey, reflejarás mi Faz como límpido espejo.
Hay que saber imitar a María que llevaba a Cristo entre las gentes: Salvación del mundo».
Noche
Dice Jesús:
«Te hablo a ti para todos, para explicar las relaciones de amor entre Dios y el alma.
No en vano vengo llamado «esposo» de vuestras almas. Os he desposado con rito de dolor y os he dado mi Sangre como dote, porque por vosotras mismas sois tan pobres, que habríais sido un deshonor para la morada del Rey. En el Reino de mi Padre sólo entran los que se han desnudado de toda vestidura. Yo os he tejido el vestido nupcial y lo he teñido con púrpura divina para hacerlo aún más hermoso ante los ojos de mi Padre; os he coronado con mi corona nupcial, porque quien reina lleva corona, y os he dado mi cetro.
Verdaderamente habría querido darlo a todas las almas, pero son innumerables las que han despreciado mi don. Han preferido las vestiduras, las coronas y los cetros de la tierra, cuya duración es tan relativa y cuya eficacia es nada respecto de las leyes del espíritu.
Honores, riquezas, glorias, no las maldigo. Sólo digo que no son fines en sí mismas, sino que son medios para conquistar el verdadero fin: la vida eterna. Si vuestra misión de hombres os los confías, hay que utilizarlos, con el corazón y la mente llenos de Dios, hacien- do de estas riquezas injustas motivo de victoria no de destrucción.
Ser pobres de espíritu, ganar el Cielo con las riquezas injustas: he aquí dos frases que entendéis poco.
Pobres de espíritu quiere decir no estar apegados a lo que es terrenal; quiere decir ser libres y estar desligados de cuanto es vestidura pomposa, como humildes peregrinos que van hacia la meta gozando de las ayudas que les proporciona la Providencia. Pero no go- zarlas con soberbia y avaricia, sino más bien como los pájaros del aire que contentos picotean los granitos que su Creador desparrama para sus pequeños cuerpos y después cantan de gratitud, tan agradecidos están por la plumosa vestidura que les protege y no buscan más, y no se amargan airados si un día la comida es escasa y el agua del cielo moja los nidos y las plumas, sino que esperan pacientes en Quien no puede abandonarles.
Pobres de espíritu quiere decir vivir donde Dios os ha puesto, pero con el ánimo despegado de las cosas de la tierra y preocupados tan sólo en conquistar el Cielo.
¡Cuántos reyes, cuántos poderosos en riquezas de la tierra fueron «pobres de espíritu» y conquistaron el Cielo utilizando la fuerza para domar lo humano que se agitaba en ellos hacia las glorias efímeras, y cuántos pobres de la tierra no son tales porque, aun no poseyendo riquezas, las han anhelado con envidia, y muchas veces han matado el espíritu vendiéndose a Satanás por una bolsa de dinero, por una vestidura de poder, por una mesa aderezada siempre con cuanto sirve para formar el alimento para los gusanos de la corrupción de la tumba!
Ganar el Cielo con las riquezas injustas quiere decir ejercer toda forma de caridad en las glorias de la tierra.
Mateo, el publicano, de las riquezas injustas ha sabido hacer escalera para subir al Cielo. María 140, la pecadora, renunciando a .las artes con las que hacía más seductora su carne y usándolas para los pobres de Cristo, comenzando por Cristo mismo, ha sabido santificar esas riquezas de pecado. A través de los siglos, cristianos, muchos en número y bien pocos respecto a la multitud, han sabido hacer su arma de santidad de la riqueza y del poder. Son los que me han entendido. ¡Pero son tan pocos!
Mi vestidura, la vestidura que os dono, es la que Yo he impregnado con mi Sangre durante la agonía espiritual, moral y física que va desde el Getsemaní hasta el Gólgota. Mi corona es la de espinas y mi cetro es la cruz.
Pero ¿quién quiere estas joyas de Cristo? Tan sólo mis verdaderos amantes. Y a éstos los desposo con rito de alta caridad. Cuando termine el tiempo de la tierra, vendré resplandeciente para cada uno de mis amantes, a fin de introducirlos en la gloria.
Vendré, María, vendré. Por ahora es el tiempo del deseo recíproco. Porque, por mucho que pueda estar cerca de ti, incluso sensiblemente, soy siempre como el amante que da vueltas alrededor de las murallas que le impiden llegar hasta la amada. Tu espíritu se asoma por cada rendija para verme y lanza su grito de amor. Pero la carne lo tiene prisionero. Y aunque Yo entre forzando la carne, porque soy el Dueño del milagro, siempre son contactos fugaces y relativos.
No puedo llevarte conmigo. Mataría tu carne, y ésa tiene todavía un hoy y un mañana de provecho por mi causa. Todavía no se ha cumplido todo tu trabajo 141 y sólo Yo sé cuando detendré el transcurrir de tu hora terrena.
Y entonces vendré. ¡Oh alma que deseas salir de la tierra hostil! ¡Qué hermoso te parecerá el Cielo! ¡Y cuán encendidos te resultarán, comparándolos con los presentes, los abrazos del Amor!
Dices que ha cesado en ti el ansia por las adversidades que, en estos tiempos de desventura, podían turbar los últimos días de tu madre, lo que pone una veta de paz en tu sufrir de huérfana. ¡Piensa cuándo podrás decirte a ti misma que ha cesado toda ansia y todo peligro y nada podrá separarte de tu Señor! .
Ama más allá de tus fuerzas, porque Yo te he amado y te amo sobrepasando la medida.
Mi Caridad te ha lavado y vestido para no ver tu desnudez sobre la que había muchas sombras de polvo humano. Mi Caridad lo ha predispuesto todo para tu bien inmortal.
A los ojos del mundo puede parecer que haya cargado la mano sobre ti. Pero el mundo es un necio que no sabe ver las verdades sobrenaturales.
Tú siempre has sido amada por Mí con un amor de predilección. Yo he velado y velo sobre ti como el jardinero que ha creado una nueva flor de un tosco arbusto hasta entonces falto de corola, y está celoso como con un tesoro. Me has dicho que tengo una celosa prepotencia. Esto es lo que hago con los predilectos que reservo solamente para Mí.
Y si he hecho un desierto a tu alrededor, es porque he querido ponerte en tales condiciones que no tengas más lugar de atracción que el Cielo. Allí, en la otra vida, está todo cuanto amaste con tanta fuerza humana. Ya no te queda nada en la tierra y eres como un pájaro prisionero que mira al cielo, en el que sus compañeros están libres y felices, a través de las barras de la jaula, y están junto a la puertecita esperando a que se le abra para alzar el vuelo.
Vendré, tenlo por seguro. La nostalgia de ahora también sirve para adornar tu diadema. Sé constante y paciente. Descansa sin ansias sobré el amor de tu Jesús como un niño que sabe que su mamá está cerca. Él no te pierde de vista, no te deja, no te olvida. Desea, aún más
140 María Magdalena
141 Aún debía darse la monumental obra sobre la vida del Señor
que tú, pronunciar la palabra que libera al espíritu y lo introduce en el Reino. Después de tanto hielo, después de tanta desnudez, después de tanto llanto, vendré para darte mi Sol, para revestirte de flores eternas, para enjugar todo tu llanto.
Tú que has tenido una visión de la Luz que colma los Cielos 142, piensa lo que será entrar en ella, de la mano de tu Rey. Piensa lo que será cuando poseas la Luz, si un rayo de luz apenas entreabierto sobre ese Reino de Luz y apenas entrevisto permanece en ti como un recuerdo que te colma de gozo. Entonces, ya sin las limitaciones de ahora, Yo viviré en ti y tú en Mí, y como la esposa del Cantar podrás decir que tu Jesús es tuyo y tú suya.
Por ahora llámame con todo tu afecto. No importa que esté cerca. Me gusta oírme llamar y cuanto más me llaman antes vengo, porque no sé resistir a la voz del amor.
Vendré antes de que caiga la tarde de la edad. No volveré, ya que eras tú la que volviste a Mí, no Yo a ti, pues nunca te he dejado. Vendré. Estaba allí, como un pobre en la sombra, esperando que me dieras el corazón, que me abrieses la puerta y me hicieras entrar en ti como Rey y Esposo. Entonces vendré. Vendré para los desposorios. Está a punto de acabarse el tiempo del noviazgo mortal y de iniciarse el rito de las bodas eternas.
Todavía tengo que darte algunos retoques, viña mía, para embellecerte completamente ante mis ojos. No gimas si te hacen daño las tijeras de podar. Cuando es el tiempo de podar es el signo de que es primavera. Y vendré en la época de la primavera porque es el tiempo de los amores. El alma entra en la primavera cuando cesa para ella el invierno mortal y comienza el gozo en el jardín de Dios».
4 de octubre
Dice Jesús:
«Te he dicho que los libros de la Sabiduría deben leerse siempre con referencias sobrehumanas.
Justamente lo contrario de lo que hace el mundo, y la ciencia del mundo que no sabe elevarse a nivel sobrenatural, sino que se esfuerza por bajar lo sobrenatural de las cosas a su nivel terreno. De este modo, coge el sentido artístico de las páginas inspiradas, siente y percibe la poesía y la música, en fin, todo lo que acaricia sus sentimientos humanos, pero no se las ingenia para abrir las puertas tras las que está encerrado su espíritu, que esa humanidad niega o se olvida que posee por lo poco que se cuida de él.
Y el espíritu, oprimido como un esclavo en una cárcel oscura,. no recibe el reflejo -digo «reflejo» porque el rayo no desciende a través de las estrechas murallas de la soberbia y de la lujuria humana- ni siquiera recibe el reflejo del Sol de la Sabiduría radiante para todos y él, sepultado en el oscuro pozo de la indiferencia ante lo sobrenatural, tan lejano; ni siquiera recibe la más lejana onda de ese reflejo de luz, la más lejana vibración de esa armonía que no está hecha sólo de palabras sino de significados excelsos, y se embrutece cada vez más en una reclusión homicida.
¡Pobres espíritus encerrados en seres dominados por la triple sensualidad de la carne! Cuando una palabra sobrenatural franquea su prisión, como un eco venido de lejos, se sobresaltan, y tratan de esforzarse para hacerse oír por la carne que les oprime. Pero son vanos intentos de un débil oprimido por un gigante.
Para oír la Palabra tal cual es y para volver al espíritu como debería ser, señor de la carne no su esclavo, la humanidad debería poner el hacha al pie de bosques enteros, y abatir los árboles malignos, plantados por la imprudencia de algunos o por su pensamiento rebelde y
142 En el escrito del 1° de julio
dejados crecer libremente, más aún, ayudados a crecer por otros imprudentes y otros rebeldes a la ley del Señor. La humanidad debería hacer esto y hacer luz. Permitir a la Luz descender desde los Cielos a los prados de la tierra donde, como la hierba que pasa, surgís, florecéis y caéis en poco tiempo. Y bienaventurados los que florecen en manera tal de ser dignos del trasplante a mi Paraíso.
Éstos son aquellos para los que no se ha apagado e interrumpido la luz del espíritu. Son los fuertes que saben resistir las. corrientes humanas. Son los fieles que saben creer incluso contra las afirmaciones humanas. Son los seguros que saben continuar sintiendo el Sol incluso tras las sombras creadas por el hombre, y nada les aparta de esta certeza. Se orientan hacia la Luz como la sensible aguja de una brújula, siguen su Sol como aves migratorias. Saben dejar casa y familiares para ir al Sol de su alma.
Y no me refiero, María, a quien entra en un monasterio. Hay criaturas que aún viviendo en familia la «dejan por mi amor» más que si se metieran tras la doble reja de un monasterio. Tú sabes algo de esto y sabes cuántas lágrimas cueste «seguirme» contra la voluntad hostil de los familiares.
«Vienen a Mí» quienes saben seguir a su Rey de Amor contra el egoísmo, la burla, la incredulidad de los parientes, quienes no se turban ni enfrían ante el asalto cotidiano de los comentarios injustos y de la indiferencia religiosa de los demás. Sino que, al contrario, los sufren y se afanan por multiplicar la Luz en ellos para. llevarla al centro de su familia oscurecida, se extenúan tutelando los intereses de Dios en el seno de la primera de las sociedades humanas: la familia, y llegan a donarme su vida con tal de lograr la Vida para los muertos de su familia: los muertos de espíritu.
¡Oh! ¡benditos! ¡bienaventurados! ¡heroicos hijos míos! Sé lo que quiere decir ir contra el dulce vínculo del amor y la áspera cadena del prejuicio familiar para romperlos y seguir la orden del Señor. Lo sé. Lo recuerdo. Y recompenso con un premio especial a los escondidos mártires del egoísmo familiar y del amor familiar, a los santos mártires de mi Amor, poderoso en ellos como la muerte y que les funde como un fuego.
La frase del Cantar: «Por la noche en mi lecho busqué el amor de mi alma sin encontrarlo» debe leerse así sobrenaturalmente:
Muchas veces y por distintos motivos llega la noche para el alma. Las necesidades de la vida, que a menudo convertís en «afanes de la vida», crean sombras crepusculares, a veces tan profundas que se parecen a una noche sin estrellas. Para probar vuestra constancia, la voluntad de Dios suscita entonces otras tinieblas nocturnas. Durante estas oscuridades «el amor de vuestra alma» se retira.
El alma, a no ser que esté completamente muerta, ama espontáneamente a Dios su Creador. Esta llama vuestra, escondida entre las opacas barreras de la carne, tiende con nostalgia al Reino del 14 oct. que vino y suspira por la unión con su Origen, aunque no os deis cuenta. Sobre la tierra el alma se encuentra perdida entre extraños y busca la cercanía del Único que le da seguridad: Dios.
Cuando Dios se retira por vuestra desidia, porque habéis creado la noche con vuestros afanes humanos, el alma sufre. Primero le viene como un aturdimiento. Pero después llega el momento en que se despierta de nuevo y entonces busca a «su amor» y sufre al sentirlo lejos por culpa de su relajación que ha permitido predominar a la carne con sus preocupaciones sin valor alguno.
En cambio, cuando es Dios quien se retira de un espíritu para probarle y permite que la noche le envuelva, entonces este espíritu vigilante se da cuenta enseguida de que su Amor le ha dejado y se levanta de golpe para buscado, y no encuentra paz hasta que no lo haya alcanzado y estrechado contra su corazón.
Este espíritu, que ha penetrado la Luz, opone a los afanes de la tierra el único afán que deberíais tener: «el de la búsqueda de Dios». Santo afán del alma enamorada, a la que corresponde el divino afán de Dios enamorado de las almas de sus criaturas hasta el punto de darse a Sí mismo para su salvación.
Ya sea que hayáis perdido mi cercanía por vuestra culpa o por mi voluntad, sabed imitar a la esposa del Cantar. Salid sin demora, buscad sin cansancio y sin titubeos, sin temor.
Si la lejanía depende de vosotros, sería vergonzoso que no tratarais de haceros perdonar siendo pacientes e insistentes en la búsqueda. Si depende de Dios, sería ofensivo que mostrarais impaciencia humana y con ésta casi reprocharais a Dios que es incensurable.
Y ni siquiera debéis tener temores. Cuando uno busca a Dios, Dios, aunque esté escondido, vela sobre él. Por eso el mundo no puede hacer ningún «verdadero» mal al buscador de Dios. Aunque se ensañe con burlas o persecuciones, pensad siempre que estas cosas tienen una duración relativa mientras que el fruto de vuestro valeroso amor no perecerá jamás.
Cuando vuestras amorosas búsquedas os concedan, al fin, reuniros con el amor de vuestra alma, estrechaos contra él con un abrazo cada vez más fuerte hasta que se convierta en fusión total e indisoluble entre vosotros y él.
Mira, pequeña esposa mía, cuando se ha llegado a este punto Jesús no se separa nunca. Basta que tú dirijas la mirada del espíritu para verme cerca. Tal como un esposo enamorado que deambula por la casa nupcial y basta que la esposa se vuelva o se asome a la puerta para vede cerca de sí o en la habitación de al lado.
¿No es agradable todo esto? ¿No te da tanta seguridad, tanta paz y consuelo?
Pues todavía no es nada. Cuando Yo atraiga tu alma, desde tu pequeña casa y de la frágil morada de carne en que está encerrada, a la morada eterna, te darás cuenta de lo que es la bienaventuranza del amor. La alegría de ahora es como una gota de miel comparada con el río de dulzura que verteré sobre ti».
Más tarde
Dice Jesús:
«Cuando el amor se ha hecho tan fuerte que ha llegado a ser «fusión», también es inútil temer las violencias humanas que destrozan la vida o la largura de la vida misma.
Cree, alma que escuchas, cree que nada es tan violento como el amor ni tan destructivo cuanto el amor. Si la espada o las flechas de los tiranos no hubieran desangrado y atravesado a mis mártires, si el fuego y la brea no les hubiera fundido e incinerado, si el agua no les hubiera hundido o las bestias despedazado, habrían muerto de todos modos, llegados a ese punto de incandescencia de amor al que les había llevado el amor recíproco entre el cristiano y Cristo. El amor abre las venas y el corazón más que una espada y una flecha, el amor consuma más que el fuego y la brea, el amor sumerge más que el agua, más que una bestia hambrienta aspira hacía Sí el Amor.
Pero esta anulación de la criatura en el Amor separa a la gema de su envoltura, abre el cerrojo al ángel encerrado en la carne, mejor dicho, al espíritu, para prevenir las objeciones de los indagadores humanos que se pierden analizando los matices y no miran el núcleo del pensamiento. Esta anulación libera al espíritu inmortal y lo hace nacer en los Cielos que le han esperado y que se abren para que entren y se cierran tras él, poniendo barreras de paz entre él y la tierra que es hostil a los santos.
Por esto os he dicho: «No temáis a quien puede matar vuestro cuerpo», porque la muerte del cuerpo es liberación del espíritu.
El Amor es inmolador como la espada y el fuego, como el agua y las fieras. Y, en vuestros días, en los que no existen las grandes persecuciones que coronaron de púrpura la Iglesia naciente, en verdad os digo que no faltan los mártires para los que la espada, el fuego y la fiera es la llama del amor.
Aquella que llamáis «Pequeña flor» 143 no es menos mártir que Inés, porque la espada que asumió la vida de la una y de la otra tiene, en el fondo, un único nombre: «el Amor». Y en el Cielo el martirio de la una y de la otra, si bien fueron consumados de forma distinta, tienen el mismo premio, porque la gloria de Dios fue el agente que les impulsó a salirle al encuentro y el amor por las almas el que les impulsó a pedirlo.
Del mismo modo es inútil temer lo prolongado de la separación. El amor la abrevia porque consuma. Un ser preso en un remolino de fuego no resiste durante mucho tiempo.
El fuego lleva rápidamente hacia el Fuego, hacia Dios Uno y Trino que es la perfección del Amor, que es el Amor mismo, y que en cada instante renueva y difunde su ardor, que va desde el Centro a los Tres y de los Tres a la Unidad con inefables, e incomprensibles para la mente humana, movimientos de amor, y después se desborda como riada de una fuente escondida y se difunde por el Universo, y lo abraza, lo fecunda, lo atrae, da la vida por él y pide recibir las vidas creadas para llevarlas a conocer el Amor, o sea a Sí mismo, con una perfección tal que ya no es la de las criaturas separadas del Creador, sino la de las criaturas que están recogidas de nuevo en el seno del Creador.
¡Oh! ¡Oh Luz beata! Amor tres veces santo, ¿por qué mi sacrificio de Dios no ha bastado para donarme todas las criaturas? ¿Por qué, al contrario, el Enemigo ha actuado de tal forma sobre la debilidad del hombre que ha hecho impenetrable mi sacrificio en casi la totalidad de las criaturas?
¡Oh! ¡Dolor del Hombre Dios, de Dios que ha dejado los celestiales resplandores para venir a la tierra con el fin de dar el Amor a los terrenos y de llevarles al Amor, y ve que su holocausto de Dios que deja los Cielos, y de Hombre que se inmola, ha sido cumplido inútilmente para millones y millones de seres!
Os alejáis del Bien, del Amor que es Bien, y morís. Morís después de que Yo os he dado la Vida. Morís por no saber amar y no quereros dejar amar por Dios.
Vosotros, que habéis conocido el amor, permaneced fieles entre los hombres infieles a Jesús, vuestro Señor y Salvador, infieles al Dios Uno y Trino, Padre, Redentor, Amor vuestro. Nunca os separéis de este camino seguro que termina en mi Corazón.
Que el amor no sea sólo la guía de vuestra vida, sino que os impulse en una carrera tan veloz que sea un vuelo hasta Mí. Volad hacia la Luz como la mariposa que la luz atrae. Está aquí para recibiros y aumenta sus resplandores de alegría porque os ve fieles.
Venid. Subid. Sólo Dios es la alegría de la criatura».
15 de octubre
Dice Jesús:
«La Iglesia ha aplicado a María, mi Madre bendita, las alabanzas que el esposo del Cantar dedica a su amada. Y cierto es que ninguna criatura en el mundo tiene tanto derecho como ella de que se le apliquen esas alabanzas, incluso dejando especialmente de lado la sensualidad que celebra las bellezas físicas, también grandes en María, porque su exclusión del pecado original había hecho de María una criatura perfecta como los dos primeros que había creado el Padre. Y los dos primeros, obra excelsa del Creador, tenían, además de la
143 Sta. Teresa de Lisieux
belleza incorpórea del alma inocente, la belleza física del cuerpo creado por el Padre.
La fealdad física le vino al hombre como una de las muchas consecuencias del pecado. El pecado no lesionó sólo el espíritu. También lesionó la carne. Del espíritu, que había perdido la Gracia, vinieron los instintos contra natura, que han tenido como fruto las monstruosidades de la raza. Si el hombre no hubiera conocido el pecado no habría conocido ciertos estímulos y no habría contraído alianzas solicitantes y malditas que después le han pesado, a lo largo de los siglos, con el sello de la fealdad sobre su primera belleza original.
Y aún cuando el hombre no llegó a envilecerse con determinadas culpas, la maldad, llevada hasta la delincuencia, signó con estigmas los rostros de los malvados y de sus descendientes, marcas que todavía hoy estudiáis para reprimir la delincuencia.
Pero deberías ser vosotros, científicos que las estudiáis, los que comenzarais quitando la primera marca de delincuencia de vuestro corazón: la que os hace rebeldes a Dios, a su Ley, a su Fe. Hay que curar el espíritu, no reprimir las culpas de la carne y de la sangre. Si el hombre, curándose a sí mismo en primer lugar, cuidase la educación espiritual de los hermanos, reconociendo este espíritu que es el motor de vuestros actos y no negándolo con las palabras, y todavía más con las obras de toda la vida, la delincuencia disminuiría hasta convertirse en una manifestación esporádica de algún pobre enfermo mental.
Tanto era signo, la fealdad física, de propia o remota conjunción con el mal, que en la época mosaica, cuando por una serie de razones, que un día te expliqué 1, era necesario recurrir a un rigor y un extremismo que después modifiqué con mi doctrina de amor, el de- forme venía excluido de los servicios divinos. Esa ley no había sido impuesta por la Justicia para enseñar a los hombres a faltar a la caridad contra los infelices, sino para poner un freno a la animalidad de los hombres, con el temor y el terror de que sus culpas contra natura generasen deformes excluidos del servicio divino, máxima aspiración de los hijos de Israel.
Después vine Yo, Sabiduría eterna, encarnada por vosotros, y modifiqué la Ley con el fuego de mi Caridad y a la luz de mi Inteligencia.
Habían pasado siglos y siglos desde la época de Moisés y, a pesar de todas las leyes, el hombre fornicaba con el Mal, con la Lujuria llevada hasta monstruosas aberraciones, con la Crueldad llevada también hasta realizar obras de arte de criminalidad. En los hijos de los hijos de estos millones de pecadores se señalaban las marcas de las antiguas culpas de sus padres mientras que, bajo el revestimiento de una carne poco favorecida y deformada por defectos físicos o por horribles enfermedades, palpitaba un corazón más digno de Dios que el de muchos seres físicamente hermosos.
Entonces Yo, fruto del Amor y portador del amor entre los hombres, os he enseñado a amar a los infelices para enseñaros el amor; he llamado a Mí tullidos, ciegos, leprosos, locos, y les he curado cuando convenía, siempre les he amado con amor de predilección y os he enseñado a amarles así.
Esto respondía también a una razón de alta justicia. Yo, que había venido para redimir las deformidades del espíritu y para amar hasta el holocausto vuestros espíritus deformes, para devolverles la belleza digna de entrar en el cielo, ¿cómo podía no amar a los deformados de la carne, cuya deformidad era una cruz que ya por sí misma redimía el espíritu de quien la sabía llevar?
No, el Salvador ha amado y ama a los infelices de la tierra. Y si bien no puede obrar sobre todos el milagro de volver perfectos sus miembros destinados a perecer -no puede por motivos que es inútil explicar a los hombres- puede dar, a cuantos están humillados por una enfermedad, la divina certeza de la posesión del Cielo, si saben sufrir su prueba de martirio sin dudar de la bondad del Eterno y sin rebelarse a su suerte acusando a Dios.
Que también me amen por el dolor. Yo les premiaré por su amor y los desamparados de la
tierra se convertirán en triunfadores en el Cielo.
Mi Madre, la Sin culpa, la Toda Hermosa, la Deseada de Dios, la Destinada a ser mi Madre, poseía la armónica integridad de sus miembros, en los que estaba patente el dedo modelador de Dios que la había creado a su perfecta semejanza.
La obra del artista se las ha ingeniado durante siglos para representar a María. Pero
¿cómo representar la perfección? Ésta resuma desde dentro hacia fuera. Y aunque pudierais hacer una forma perfecta con el pincel y con el cincel, no podríais infundirle la luz del alma que es algo espiritual, y que es el inefable toque divino puesto sobre una carne que es santa, toque que veis traslucir desde el interior sobre vuestros hermanos y que os hace exclamar: «¡Qué santo rostro!».
¿Cómo podéis representar a María? ¡La Toda Santa del Señor! Siempre que se ha aparecido, y después os afanáis por reproducir sus facciones, los beatos que le han visto han exclamado: «Esta obra es hermosa, pero no es María. Ella es bella de otro modo, con una belleza que no podéis reproducir y que no se puede describir».
¿Acaso tú podrías reproducir a María, tú a quien concedí ver a la Madre mía y tuya 144 como consuelo en la prueba que te era inminente, podrías acaso tú hacerlo si fueras una pintora o escritora excelsa? No. Has declarado que, también tu eficaz palabra de mujer ins- truida y capaz de componer es pobre, insuficiente, para describir a María. Has dicho que es «luz» para decir que es lo más hermoso e indescriptible que haya en el mundo y comparada a mi Madre, la nuestra.
Es el espíritu de María que aflora tras los velos de la carne inmaculada, lo que no podéis describir, hijos suyos y hermanos míos. Santificaos para ver a María. Aunque, haciendo una suposición, en el Paraíso sólo la vierais a Ella, ya seríais bienaventurados. Porque Paraíso quiere decir lugar en el que se goza de la visión de Dios, y quien ve a María ya ve a Dios. Ella es el espejo sin mancha de la Divinidad.
Ves, por tanto, que las alabanzas del Cantar son adecuadas precisamente a María, quien con su alma pura y enamorada, ha herido el corazón de Dios que es su Rey, pero que la complace en sus deseos de amor por vosotros, como si Ella fuese su Reina.
Quisiera que en la medida de vuestras fuerzas, así como debéis amar a Dios con todas vuestras fuerzas, os esforzarais en amar a María. Amar quiere decir imitar, por espíritu de amor, a quien se ama. Y Yo he hecho de esto un dulce mandato: «Se sabrá que me amáis cuando se vea que hacéis las obras que Yo hago». Ahora os doy el mismo mandamiento hacia mi Madre: «Se verá que la amáis cuando la imitéis».
¡Oh! ¡si el mundo se esforzara en imitar a María! El Mal, en todas sus manifestaciones que van desde la destrucción de las almas a la destrucción de las familias, y de la destrucción de las familias a la destrucción de las Naciones y de todo el globo terráqueo, caería vencido para siempre, porque María tiene al Mal bajo su calcañal virginal y, si María fuera vuestra Reina y vosotros fuerais realmente sus hijos, súbditos e imitadores, el Mal no podría ya haceros mal.
Sed de María. Automáticamente seréis de Dios. Porque Ella es el Jardín cerrado donde está Dios, el santo Jardín donde Dios florece. Porque Ella es la fuente de la que mana el Agua Viva que asciende al Cielo y os proporciona el medio para subir al Cielo: Yo, Cristo, Redentor del mundo y Salvador del hombre». 145
16 de octubre
144 En los escritos del 12 de septiembre y del 19 de septiembre
145 El comentario al Cantar continúa en el dictado del 18 de octubre. También lo anota la escritora sobre una copia mecanografiada
Dice Jesús:
«Hoy quiero hablarte sobre una frase pronunciada por Mí en la cruz. Podrá parecer un intermedio discordante con el tema del que te he hablado en estos días. Pero no lo es.
Todo cuanto digo se refiere a la piedra preciosa que tenéis en vosotros: al espíritu. Porque el espíritu es el señor de vuestro ser. A menudo vosotros lo convertís en un esclavo, pero ésa es una culpa de la que daréis cuenta. El hecho de que lo oprimáis y lo matéis no cambia vuestra característica de señor de vuestro ser.
Quiero llamaros la atención sobre una frase pronunciada por Mí en la Cruz. Tú también estás en la cruz, pobre María. Y tu cruz ya habitual se ha hecho más dura y áspera con el dolor presente que te consuma la carne y la sangre y que te oprime la moral hasta quebrarla. Si fuera sólo por la muerte sufrirías menos. Pero al dolor por el fallecimiento de tu madre se une otro dolor por cómo se fue de ti sin una palabra. Tienes un nudo de lágrimas en el corazón por tu insaciada hambre de caricias, que te acompañó durante toda tu vida de hija y te acompañará durante toda tu vida de huérfana.
Dame también este sacrificio. Hay tantos hijos sin madre. ,Sin ella, porque la madre no les ama, y sin ella, porque la madre les ha rechazado.
¿Crees que los hijos del pecado, cuando salen de las nieblas de la infancia y comienzan a pensar, no sufran por su condición? La, caridad humana les da pan y cobijo, ¡oh! no mucho más, y a menudo menos de cuanto se le da a un cachorro perdido o a un animal aban- donado. Pero si el cachorro y el animal son felices tan sólo con tener un alimento, un refugio y una caricia, los hijos de la mujer, que la mujer ha repudiado porque representan para ella el testimonio de su culpa, tienen una mentalidad superior a la del cachorro y del animal, tienen un alma que sufre y que puede, en su sufrimiento de bastardos extraviados fuera del nido donde nacieron, echados fuera del nido, convertirles en injustos y malos. Injustos conmigo y malos hacia los hombres, hacia los semejantes de quien les ha generado para condenarlos a un destino de vergüenza.
Sólo Yo, que soy Aquél a quien no se le escapa una lágrima del hombre y ni siquiera le pasa inobservada la necesidad del pájaro que tiene hambre, sólo Yo conozco las lágrimas y las rebeliones de estas pobres criaturas mías, que no han tenido siquiera ese mínimo de familia que está constituido por el recuerdo de los padres desaparecidos. Las lágrimas las recoge mi Amor, y las rebeliones las compadece mi Misericordia. La Justicia no es severa con estos pobres hijos generados para el llanto y la vergüenza, sino que va, con rostro severo, a juzgar a quien les ha generado para tal suerte.
Pero no es esto de lo que te quiero hablar. Para esto te pido sólo tu sufrir de hija que no ha conocido el consuelo del adiós materno. Tú me tienes a Mí como pocos me tienen. No saben verme y oírme, si no estaría con todos como contigo. Dame tu dolor de hija para que ellos sientan que tienen un Padre, que no son bastardos, que hay quien les ama. Y les ama como ningún padre de la tierra puede ni sabe amar. Hay que saber aplicar el propio dolor particular para el alivio del dolor de los demás. Y tú, que conoces la amargura de algunas situaciones, la desolación del corazón y el consuelo que sólo viene de Dios, sufre con buena voluntad para impedir ésta que es una de las más amargas, desoladas y peligrosas desesperaciones.
Y ahora hablamos de la frase pronunciada por Mí en la cruz.
Si en las palabras de la Sabiduría no hay ni siquiera una relativa al espíritu que sea inútil,
¿qué será de las palabras pronunciadas por Mí, Sabiduría divina? En la cruz completé mi misión de Redentor, pero también de Maestro.
Os enseñé el perdón perdonando a mis asesinos y a quien me ofendía como Dios y como moribundo. Os enseñé a tener fe en la Misericordia concedida a quien se arrepiente prometiendo el Paraíso a Dimas. Os enseñé a quién ir para no sentiros solos: a María que es
vuestra Madre. Os enseñé a pedir humildemente y a sufrir pacientemente también en las necesidades corporales pidiendo un sorbo para mis labios. Os enseñé a no quejaros si el sorbo es vinagre e hiel.. vinagre e hiel, María, que a menudo viene dado no sólo a los labios sino al corazón que pide amar y recibe repulsión y ofensas. Recuerda que tu Jesús ha tenido saturado el Corazón de esta mezcla realmente amarguísima.
Os enseñé a Quién invocar en los momentos en los que el dolor se precipita sobre vosotros y os parece que todos, incluso Dios, os hayan abandonado. Yo estaba, por necesidad de Redención, realmente abandonado por el Padre, pero le he invocado de todas formas. Así hay que hacer, hijos, en los momentos de prueba y de dolor. Aunque Dios os parezca lejano pedirle igualmente ayuda. Dadle filial amor siempre. Él os dará sus dones. Podrán no ser los que invocabais. Serán otros aún más necesarios para vosotros. Confiad en el Señor y Padre vuestro. Él os ama y provee por vosotros. Creed siempre en esto. Dios premia a quien cree en su Bondad.
Pero antes de pronunciar la última palabra, a la que estaba unida, junto al dolor angustioso de esa muerte, la alegría de haber conquistado la Vida para vosotros, he pronunciado la frase de la que te quiero hablar: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu».
¿Veis, hijos queridos, qué valor tiene el espíritu? Mi último pensamiento fue para él, para encomendado en las manos del Padre. El espíritu es el valor inmensurable de nuestro vivir como hombres, digo «nuestro», porque quien moría sobre la cruz era verdadero Hombre además de verdadero Dios, por ello semejante a vosotros en la humanidad. Mi último cuidado va para mi espíritu próximo a liberarse de la carne para volver al Origen del que había venido.
El espíritu del Cristo no necesitaba la piedad divina. Era el espíritu divino e inocente del Hijo del Padre y de la Inmaculada. Pero Yo os quise enseñar que sólo hay una cosa que sea preciosa en la vida y preciosa en la otra vida: el espíritu. Éste debe recibir todos vuestros cuidados durante la existencia y vuestras previsiones para la hora de la muerte.
Todo cuanto poseéis en la tierra muere con la carne. Nada os sigue a la otra vida. Pero el espíritu permanece. El espíritu os precede. Es quien se presenta al Juez y recibe la primera sentencia. Es quien removerá la carne en el momento del Juicio final y la hará revivir de nuevo para escuchar el decreto que la haga bienaventurada con ese espíritu o maldita con él.
La carne conocerá siglos o instantes de muerte antes de su resurrección, pero el espíritu sólo conoce una muerte y no resucita de ella.
¡Ay de aquellos espíritus muertos que infundirán muerte a la carne que habitaron! La «segunda muerte» que no conoce resurrección, y que es la. que debéis de temer para este cuerpo que amáis más que al espíritu, hombres necios que invertís los valores de las cosas.
Tratad de tener piedad de vosotros mismos, no desde el punto de vista humano sino desde el sobrenatural. Piedad de lo que no muere como carne, pero que puede morir únicamente como espíritu, perdiendo la Luz de Dios aquí abajo, la visión y la posesión de Dios en mi Cielo.
Tratad. Y dado que sois débiles por la carne que os tienta, porque está presa en las seducciones de Satanás, en la vida y en la muerte confiad vuestro espíritu al Potente, al Santo, al Misericordioso Dios.
Cuando os enseñé a decir: «No nos dejes caer en la tentación más líbranos del mal», ¿no os enseñé a confiar vuestro espíritu al Padre, que os ha creado y que no reniega de su paternidad como, en cambio, vosotros renegáis de vuestra filiación?
Poco puede dañar Satanás en la tierra al espíritu que se confía a Dios; al espíritu que en la agonía invoca a Dios se le ahorrarán los terrores que la Bestia suscita como última
venganza; al espíritu que expira en Dios, Dios le abrirá el Corazón, y pasará de la muerte a la vida eterna, santa, bienaventurada».
17 de octubre
Dice Jesús:
«Quiero explicarte lo que es y en qué consiste el Purgatorio. Y te lo explico Yo de manera que chocará a muchos que se creen depositarios del conocimiento del más allá y no lo son.
Las almas sumergidas en aquellas llamas sólo sufren por el amor.
Ellas no son indignas de poseer la Luz, pero tampoco son dignas de entrar inmediatamente en el Reino de la Luz; son investidas por la Luz, al presentarse ante Dios. Es una breve, anticipada beatitud, que les asegura su salvación y les hace conocedoras de lo que será su eternidad y expertas de cuanto cometieron contra su alma, defraudándola de años de bienaventurada posesión de Dios. Después, sumergidas en el lugar de purgación, son investidas por las llamas expiadoras.
En esto aciertan quienes hablan del purgatorio. Pero donde se equivocan es al querer aplicar distintos nombres a esas llamas.
Éstas son incendio de amor. Purifican encendiendo de amor las almas. Dan el Amor porque, cuando el alma ha alcanzado ese amor que no alcanzó en la tierra, es liberada y se une al Amor en el Cielo.
Te parece una doctrina distinta de la conocida, ¿verdad? Pero piensa.
¿Qué es lo que Dios Uno y Trino quiere para las almas que ha creado? El Bien.
Quien quiere el Bien para una criatura, ¿qué sentimientos tiene hacia la criatura?
Sentimientos de amor.
¿Cuál es el mandamiento primero y segundo, los dos más importantes, de los que he dicho que no los hay mayores y en ellos está la llave para alcanzar la vida eterna? Es el mandamiento del amor: «Ama a Dios con todas tus fuerzas, ama al prójimo como a ti mismo».
¿Qué os he dicho infinidad de veces por mi boca, la de los profetas y los santos? Que la mayor absolución es la Caridad. La Caridad consuma las culpas y las debilidades del hombre, porque quien ama vive en Dios y viviendo en Dios peca poco, y si peca se arrepiente inmediatamente, y el perdón del Altísimo es para quien se arrepiente.
¿A qué faltaron las almas? Al Amor. Si hubieran amado mucho, habrían cometido pocos y leves pecados, unidos a vuestra debilidad e imperfección pero nunca habrían alcanzado la persistencia consciente en la culpa, ni siquiera venial. Habrían visto la forma de no afligir a su Amor y el Amor viendo su buena voluntad, les habría absuelto incluso de los pecado veniales cometidos.
¿Cómo se repara, también en la tierra una culpa? Expiándola y, cuando es posible, a través del medio con el que se ha cometido. Quien ha dañado, restituyendo cuanto quitó con prepotencia. Quien ha calumniado, retractándose de la calumnia, y así todo.
Ahora, si esto lo requiere la pobre justicia humana, ¿no lo querrá la Justicia santa de Dios?
¿Y qué medio utilizará Dios para obtener reparación? A Sí mismo, o sea al Amor, exigiendo amor.
Este Dios al que habéis ofendido, y que os ama paternalmente, y que quiere unirse con sus criaturas, os lleva a alcanzar esta unión a través de Sí mismo.
Todo gira entorno al Amor, María, excepto para los verdaderos «muertos»: los condenados. Para estos «muertos» también ha muerto el Amor. Pero para los tres reinos -el que tiene el peso de la gravedad: la Tierra; aquél en el que está abolido el peso de la materia pero no el del alma cargada por el pecado: el Purgatorio; y, en fin, aquél cuyos habitantes comparten
con el Padre su naturaleza espiritual que les libera de todo peso- el motor es el Amor. Amando sobre la Tierra es como trabajáis para el Cielo. Amando en el Purgatorio es como conquistáis el Cielo que en la vida no habéis sabido merecer. Amando en el Paraíso es como gozáis el Cielo.
Lo único que hace un alma cuando está en el Purgatorio es amar, pensar, arrepentirse a la luz del Amor que esas llamas han encendido para ellas, que ya son Dios, pero que, para su castigo, le esconden a Dios.
Esto es el tormento. El alma recuerda la visión de Dios que tuvo en el juicio particular. Se lleva consigo ese recuerdo y, dado que el haber tan sólo entrevisto a Dios es un gozo que supera todo lo creado, el alma está ansiosa de volver a gustar ese gozo. Ese recuerdo de Dios y ese rayo de luz que le revistió cuando compareció ante Él, hacen que el alma «vea» la importancia que realmente tienen las faltas cometidas contra su Bien, y este «ver», junto a la idea de que por esas faltas se ha impedido voluntariamente, durante años o siglos, la posesión del Cielo y la unión con Dios, constituye su pena purgante.
El tormento de los purgantes es el amor y la certeza de haber ofendido al Amor. Un alma, cuanto más ha faltado en la vida, tanto más está como cegada por cataratas espirituales que le hacen más difícil conocer y alcanzar ese perfecto arrepentimiento de amor que es el primer coeficiente para su purgación y entrada en el Reino de Dios. Cuanto más un alma lo ha oprimido con la culpa, tanto más pesado y tardío se hace vivir el amor. A medida que se limpia por poder del Amor, se acelera su resurrección al amor y, de consecuencia, su conquista del Amor que se completa en el momento en que, terminada la expiación y alcanzada la perfección del amor, es admitida en la Ciudad de Dios.
Hay que orar mucho para que estas almas, que sufren para alcanzar la Alegría, sean rápidas en alcanzar el amor perfecto que les absuelve y les une conmigo. Vuestras oraciones, vuestros sufragios, son nuevos aumentos de fuego de amor. Aumentan el ardor. Pero -joh! ¡bienaventurado tormento!- también aumentan la capacidad de amar. Aceleran el proceso de purgación. Alzan las almas sumergidas en ese fuego a grados cada vez más altos. Las llevan a los umbrales de la Luz. Abren las puertas de la Luz, en fin, e introducen el alma en el Cielo.
A cada una de estas operaciones, provocadas por vuestra caridad hacia quien os precedió en la segunda vida, corresponde la sorpresa de la caridad hacia vosotros. Caridad de Dios que os agradece el que proveáis por sus hijos penantes, caridad de los penantes que os agradecen el que os afanéis por introducirles en el gozo de Dios.
Vuestros seres queridos nunca os amaron tanto como después de la muerte de la tierra, porque su amor ya está impregnado de la Luz de Dios y a esta Luz comprenden cómo les amáis y cómo deberían haberos amado.
Ya no pueden deciros palabras que invoquen perdón y den amor. Pero me las dicen a Mí para vosotros, Yo os traigo estas palabras de vuestros Difuntos que ahora os saben ver y amar como se debe. Os las traigo junto con su petición de amor y su bendición, que ya es válida desde el Purgatorio porque ya está animada por la inflamada Caridad que les quema y purifica. Perfectamente válida, además, desde el momento en que, liberados, salgan a vuestro encuentro a los umbrales de la Vida o se reúnan con vosotros en ella, si les hubierais precedido en el Reino de Amor.
Fíate de Mí, María. Yo trabajo por ti y por tus seres queridos. Conforta tu espíritu. Vengo para darte la alegría. Confía en Mí».
18 de octubre 146
Dice Jesús:
«El secreto del alma que no quiere perder a su Amor, Dios, debe ser -ya te hablé de ello 147
– permanecer siempre unida a Dios con las potencias del alma.
Hagáis lo que hagáis, tened el espíritu firme en Mí. De este modo santificaréis todas vuestras acciones haciéndolas agradables a Dios y sobrenaturalmente útiles para vosotros. Para quien sabe permanecer en Dios todo es oración, porque la unión no es otra cosa que amor, y porque el amor transforma en adoraciones gratas al Señor hasta las acciones más humildes de la vida humana.
En verdad te digo que, entre quien está muchas horas en la iglesia repitiendo palabras con el alma ausente, y quien está en su casa, en su oficina, en su negocio, en su ocupación, amándome a Mí y al prójimo por Mí, permaneciendo unido a Mí, quien reza es el segundo y es a él a quien bendigo, mientras que el primero sólo está cumpliendo un precepto hipócrita que Yo condeno y desecho.
Cuando el alma ha sabido alcanzar esta amorosa ciencia de saber permanecer con sus potencias firmes en Mí, produce actos continuos de amor. Hasta en el sueño material me ama, porque la carne se adormece y se despierta con mi Nombre y pensando en Mí, y mientras que el cuerpo descansa el alma continúa amando.
Oh! ¡santos desposorios del alma con su Dios! Vínculo espiritual que no ve el ojo humano pero que, si pudiese vedo vería un círculo de fuego que rodea a Dios y a la criatura, y aumentando el gozo de Dios aumenta la gloria de la criatura, círculo santo que en el Cielo será aureola sobre la frente glorificada.
El alma, encerrada como está en la carne, padece a veces, de rebote, los cansancios de la carne. Las tentaciones de Satanás, faltas más o menos graves -no hablo del pecado mortal, que separa violentamente al alma de su Dios, sino que hablo de las faltas más leves las cuales, en cuanto leves, tienen como consecuencia una postración del espíritu- desilusiones, dolores, acontecimientos de la vida que provocan con las otras causas, en los menos formados en la vida del espíritu, cansancios del alma.
Pero tenéis que reaccionar ante éstos. Son como esos languideceres físicos que preceden al agotamiento de la carne. ¡Ay si no se combaten desde el inicio! Pero tres veces peor si no se combaten los languideceres del espíritu que llevan al sopor espiritual y lentamente a la muerte del alma.
Dios no ama a los perezosos, no ama a quienes prefieren sus comodidades al buen Señor.
Dios castiga a los que se vuelven tibios. Se retira.
Vuestro buen Dios os llama para despertaros, os ruega que le acojáis, se os muestra fatigado por haberos cercado y os pide el corazón para ampararse en él. ¿Pero no sabéis que el tabernáculo más hermoso para vuestro Señor es vuestro corazón? El buen Dios lo in- tenta todo para sacaros del sueño espiritual y de la pereza espiritual. A veces incluso trata de forzar las místicas rejas del corazón e intenta entrar. Después se retira porque sólo en escasas ocasiones recurre a la violencia. Siempre os deja libres, aunque el dejaros tales sea dolor para Él, porque ve que hacéis mal uso de la libertad.
Algunas veces, más bien casi siempre, el alma advierte la venida de su Dios, siente su intento de entrar y, dado que el alma recuerda que ha sido creada por Dios, se siente estremecer de dulzura.
Vosotros oprimís el alma, no la seguís en sus deseos, pero ella se resiste a morir en
146 La escritora añade sobre una copia mecanografiada: Continúa comentando el Cantar
147 En los dictados del 26 de junio y del 10 de octubre
vosotros. Es la última que muere, muere después de que ha muerto la mente y ha muerto el corazón por la soberbia y la lujuria; muere sólo cuando vosotros la matáis quitándole la Luz, el Amor, la Vida, o sea Dios. Pero hasta que no está muerta, se estremece de alegría y late de amor cuando Dios se le acerca. ¡Ay de quienes no quieren secundar estos movimientos del alma! Se parecen a los enfermos que, con continuas imprudencias y desobediencias al médico, agravan cada vez más la enfermedad hasta volverla mortal.
Cuando vuestra alma se deshace de dulzura porque siente a Dios tras las rejas, seguid el movimiento del alma, dejad toda atención a la carne, poned de rodillas vuestra carne soberbia, reconoced los derechos de la reina encerrada en vosotros, de la reina que quiere seguir a su Rey y adorar la benevolencia del Rey que ha venido hasta vosotros para amar vuestra alma que teníais apartada, que ha venido para amaros, para daros la garantía de salvación también para vuestra carne, que tanto os importa pero por la que no sabéis hacer nada realmente provechoso.
Dios quiere que en la resurrección final también vuestras carnes resplandezcan de luz y de belleza sobrenatural y eterna. Resplandezcan por las obras santas cumplidas en la vida terrena, por las obras cumplidas siguiendo los impulsos del alma movida por Dios.
¡Si supierais qué enorme gracia supone cada venida de Dios Amor! Si lo comprendierais diríais a cada momento: «¡Ven, Señor Jesús! ¡Ven a guiar mi alma! Sé mi Rey y mi Maestro». Si lo supierais, señalaríais cada encuentro, cada venida, entre los días más dichosos de vuestra vida de hombres. Y en verdad ningún acontecimiento es tan dichoso como el que Yo entre con mi amor en vuestro corazón para salvaros y conduciros, más allá de la vida, a la Vida verdadera, eterna y bienaventurada.
Cuando por vuestra negligencia habéis dejado pasar de largo a vuestro Maestro, afligido por vuestra indolencia espiritual; cuando el remordimiento, grito de la conciencia que nunca calla completamente, ni siquiera en los más depravados, despierta vuestra alma que habéis aturdido en la tibieza y en la materialidad, sed diligentes en la reparación. Buscad inmediatamente a Dios.
Pensad que sin Dios se vaga por caminos de muerte hasta perecer para siempre. Pensad también que Dios es piadoso y tiene entrañas de caridad con vosotros. Él escucha inmediatamente vuestro grito que lo llama y, aunque si para vuestro castigo está escondido durante algún tiempo, no está lejos. Vosotros no le veis, pero Él está cerca de vosotros con el corazón de Padre que perdona al hijo desviado y anhela estrecharlo contra su corazón.
Buscad inmediatamente a Dios. Rebasad las guardias de ronda: las insidias que el Enemigo emplaza a lo largo del camino para impedir que un alma se le escape para refugiarse en Dios. No os importe que Satanás, envidioso y cruel, os despoje por venganza.
Es mejor para vosotros entrar desnudos de humanidad en la vida eterna, ricos tan sólo de riquezas espirituales, que acompañados a los umbrales de Dios por afectos, honores, alegrías terrenas, para ser arrojados fuera porque ya lo habéis tenido todo y no merecéis más, habiendo preferido tener este «todo», que cae y os arrastra al caer, a lo único que es necesario tener: la moneda para entrar en la Vida eterna, acumulada con fatigas, esfuerzos, paciencia espiritual, brotes santos que van granando poco a poco obedeciendo mi Ley por amor, perlas místicas adquiridas con dolor sufrido por amor, rubíes eternos creados por vuestro querer ser mis hijos, contra las voces de la naturaleza carnal, contra los escarnios y las venganzas del mundo, contra las seducciones y las iras de Satanás, queridas venciéndose a sí mismos y a los enemigos de sí mismos: sean hombres o demonios, queridas triturando la carne con tal de hacer triunfar al espíritu que quiere seguir la Voluntad de Dios, queridas hasta sudar sangre viva como Yo ante la mayor de las tentaciones, el mayor de los temores, la mayor Voluntad divina que hombre alguno haya podido sufrir.
¡Si supierais qué es un vuestro «no» dicho a las fuerzas de la carne, de los afectos, de las riquezas, de los honores, para ser fieles a Quien os ama! ¡Si supierais lo que significa estar preparados para dejarse despojar aún de las cosas queridas con tal de ser totalmente de Dios!
Ciertas privaciones, sufridas con resignación si bien no con júbilo, porque aún puede uno regocijarse con la salud inmolada según los fines de Dios, pero no puede hacerlo ante una tumba que se cierra sobre un padre, una madre, un esposo, un hijo, un hermano – también Yo he sido Hombre entre los hombres y recuerdo lo que es el no volver a oír una voz querida, el no volver a ver la casa animada por un pariente y vacía de su presencia la morada de un amigo-ciertas privaciones, sufridas con resignación tienen el valor de un martirio, María, recuérdalo. Lo tienen como lo tiene el de la vida ofrecida por el adviento de mi Reino en los corazones, las fiebres, las enfermedades padecidas porque caigan las fiebres de las almas y las enfermedades de los espíritus.
El uno y el otro martirio tendrán el premio del martirio: la estola escarlata de quienes vinieron a Mí a través de una gran tribulación, cortejo de fuego que seguirá al Cordero junto al cándido cortejo de las vírgenes, el segundo a mi derecha, el primero a mi izquierda, porque estos héroes del espíritu son verdaderamente los hijos de mi Corazón desgarrado por un martirio de amor, así como los primeros son los nacidos de María que más se parecen a la Madre y al Hijo de la Madre, son los que vivieron con aspecto de hombres y sentimientos de ángeles: más allá de la carne y de la sangre.
Buscad al Señor con todos vuestros medios, con santa audacia. Buscadlo para reparar la desidia anterior. Y una vez que lo hayáis encontrado no volváis a separaros de Él.
En Él está el Bien que no muere. En Él está la Vida y la Verdad. Si permanecéis en Él no pereceréis. Si vivís en Él no moriréis, no os equivocaréis. Como la barca que entra segura en el puerto porque su piloto la ha sabido conducir, vosotros, guiados por Cristo, entraréis en el puerto de la Paz. Os lo digo Yo, que no miento.
No os resignéis nunca, hijos que amo. Sed fieles a Mí y Yo os daré la gloria».
19 de octubre 148
Dice Jesús:
«Y ahora, alma mía, ahora que estamos al final del Cantar, te enseño las últimas artes de la ciencia de amor.
Sé pura, porque tu Amado es más puro que el lirio y que la nieve, y la esposa debe vestir las mismas vestiduras que su Señor y apreciar lo que Él aprecia. La Luz se acerca, María. Quita hasta los matices de la sombra de tu carne para ser también tú pura luz para el momento en que vendré y la Luz, Jesús, te estrechará contra el corazón para llevarte a su morada donde no existirán ya las separaciones impuestas por el estar sobre esta tierra.
Aumenta cada vez más tu belleza porque las bodas están próximas. Cíñete con los adornos de los últimos sacrificios, cíñetelos con alegría porque te han sido dados por Quien te ama con amor eterno.
Enciéndete con el fulgor del amor para dar viveza a tu aspecto espiritual. Una esposa fría, o tan sólo tibia, no es una esposa. Yo te quiero ardiente de amor total.
Sé intrépida contra todas las fuerzas del Enemigo que trata de inquietarte por envidia infernal. Lanzará inútilmente contra ti sus demoniacas cuadrigas. Mientras que permanezcas fiel, cuatro y cuatro y diez veces cuatro demonios serán menos que la brizna de hierba bajo
148 Sobre una copia mecanografiada la escritora añade: Continúa con el Cantar
tu pie que da los últimos pasos para atravesar cuanto le separa aún de la morada de tu amor. Nada te turbe. Sigue apoyada en Mí. Quédate así hasta el final, y tu pasaje será dulce y luminoso, como la salida de un camino semioscuro y difícil y la entrada en un prado florido y lleno de sol y de canto de pájaros. En verdad, para quien amando ha merecido la posesión
del Cielo, la muerte no es más que entrada en la Belleza eterna y en la Alegría eterna.
Y dado que en el pasado no fuiste sin culpa, cancela también el recuerdo de aquellas sombras con el medio que te he enseñado. Con un amor cada vez más vivo. Vive únicamente para Mí, de Mí, conmigo. Haz que el Padre, mirándote, te vea tan unida a Mí que no pueda separarte de su Hijo. Que mi Caridad te cubra como manto nupcial bajo el que oculto los desgarros de tu vestidura.
¡Ay de vosotros si os presentarais solos ante la Justicia! Por cuanto buenos podáis ser, siempre tenéis algún daño. Pero si os presentáis conmigo ante el Padre, el fulgor del Hijo orna de tal modo vuestra alma que la vuelve hermosa, y mi fulgor nunca es tan vivo como cuando puedo presentar al Padre un espíritu que me ama y que no ha vuelto inútil, para sí, mi Sacrificio de Redentor. La Justicia del Padre no tiene corazón para afligir al Hijo, Salvador de un nuevo ciudadano de la Jerusalén santa, y con una bendición anula la deuda de ese espíritu y le abre el Cielo.
Huye de las distracciones de la tierra, aíslate conmigo. Cuando se está a punto de entrar a residir en un país extranjero se aprende su lengua para no ser incapaces de vivir en él, al menos se trata de aprender las primeras nociones de ese idioma, y es imprudente quien va sin saber ni siquiera una palabra. Le costará mucho en los primeros momentos.
En la morada eterna la Sabiduría os instruye en el primer instante, es cierto. Pero mira, alma mía, los últimos tiempos de la tierra son preparación para el Cielo. Cuando mi Bondad da todas las señales y todo el tiempo para prepararse para la Vida, cuando no sólo por obra de mi Misericordia sino por voluntad humana os viene dada la manera de proveer a vuestros últimos enseres para venir a la Vida, bienaventurado quien se prepara con un cuidado que nunca es excesivo.
Si pusierais este cuidado, todos vosotros a quienes la edad o la larga enfermedad, o la despiadada eventualidad de las guerras, ponen prácticamente en condición de morir, no habría tantas penosas esperas en el Purgatorio. Cumpliríais vuestra transformación en Mí con el amor por Mí, con un verdadero arrepentimiento por haberme afligido, con verdadera generosidad, con verdadera resignación, con todas las virtudes practicadas con buena voluntad, y no tendríais que cumplir esta labor que hace del hombre, amasijo de carne y sangre en el que el espíritu ha reinado poco, un espíritu que ha conocido la Verdad, o sea que Dios es lo único que merece todos los movimientos del ser.
Tú tienes todo el tiempo de prepararte para la Morada. Recuerda que si mucho le viene perdonado a quien mucho amó, también mucho se le pide a quien mucho le ha sido dado. Y pocos mortales han tenido cuanto Dios te ha dado con un amor de predilección.
Que nada te pese, nada te repugne, nada descuides para rematar.
los últimos detalles de tu vestido nupcial. Aunque el camino sea cada vez más pesado, piensa en tu Jesús que también encontró tan duro el último sendero que le llevaba al Gólgota. Cada víctima es un pequeño redentor: de sí mismo y de los hermanos. Y los caminos de la redención no son placenteros senderos florecidos: son cuestas pedregosas, llenas de espinos, que se recorren con una cruz sobre los hombros, la fiebre en las venas, la flaqueza en la carne moribunda, el sabor de la sangre en la boca reseca, las espinas sobre la cabeza y la perspectiva de la tortura final en el corazón.
La redención se cumple en la cumbre. Y la última pompa del rito expiatorio tiene las piedras preciosas de los tres clavos, el desgarro de las últimas dulzuras de afectos, la
soledad entre Cielo y tierra, la oscuridad no sólo en la atmósfera sino en el corazón. Después viene el sol a besar al inmolado. Pero antes están las tinieblas y el dolor.
Permanece unida a Mí, permanece unida. Cuanto más llegue la hora más unida a Mí permanece. Sólo Jesús ayuda y sólo Jesús instruye, porque ha vivido esa experiencia, instruye para sufrir el martirio de amor.
Pero como antes de sufrirlo tuve que crecer a la vida y nutrirme de la leche de mi Madre como primer sustento, y después con el alimento preparado con sus santas manos, así cada pequeño redentor debe vivir en María para formarse a ser un Cristo. Jesús es la fuerza de vuestra alma. María es dulzura. Antes de beber el vinagre y la hiel hay que tomar el vino aromático. Y éste os lo da la sonrisa reconstituyente de María. Bálsamo que me hizo feliz en la tierra, bálsamo que me hace feliz en el Paraíso, y con Dios hace feliz a todo -el Paraíso; la sonrisa de mi Madre es estrella en la vida y estrella en la muerte. Y sobre todo estrella en el dolor de la inmolación.
Yo he mirado esa heroica sonrisa desgarrada de mi Madre, único consuelo, infinito consuelo que subía hacia mi patíbulo. La he mirado para no permitir que la desesperación se me acercara. Mírala también tú. Miradle, vosotros, hombres que sufrís. La sonrisa de María hace huir al demonio de la desesperación.
Vivid unidos a María de quien sois hijos como lo soy Yo. Vive sobre el corazón de María, alma que quiero llevar al Cielo. Las manos de esta Madre que no decepciona a sus hijos están llenas de caricias para ti. Sus brazos te estrechan contra el seno que me ha llevado y su boca te dice las palabras que me han consolado a Mí.
Para que no puedas perderte en las últimas paradas en la tierra, te encierro en la morada de María. Allí no entra la agitación porque es la Madre de la Paz. Allí no entra el Enemigo porque Ella es la Victoriosa.
Que María te enseñe las sumas llamas de la Caridad, Ella que es la Hija, la Madre, la Esposa de la Caridad.
Corta todos los puentes entre el mundo y tú. Vive en Jesús y María. Recuerda que, aunque el hombre hubiera dado todos sus bienes por poseer el amor, eso no sería nada porque el Amor es algo tal que respecto a Dios -Amor de vuestra alma, auténtica finalidad de vuestra vida- todo pierde valor. Poseer el Amor es lo único que cuenta. Y el Amor se posee cuando se sabe renunciar por Él a todo cuanto se tiene.
Después vendrá la paz, María. Ahora es lucha. Pero para quien ama es lucha con coronación de victoria.
Vendré pronto para cambiar tu corona de espinas por otra de alegría. Persevera.
Pon mi sello a cada latido tuyo, a cada trabajo. Grábalo con lágrimas en las fibras de tu corazón. Yo soy Quien salvo y amo».
20 de octubre
Dice Jesús:
«El episodio de la mujer encorvada curada en sábado es precisamente el tuyo. Tu humanidad y la de los demás te habían encorvado.
Antes estabas tan derecha, pequeña alma que caminabas por mi Camino, empujada por una fuerza de amor hacia tu Jesús de quien sobre todo habías comprendido su majestad de Mártir, y querías ser como Él en el martirio porque el Amor te había revelado que el martirio es amor profesado, confesado, cumplido a la perfección.
Después te habías encorvado. Habías inclinado hacia la tierra tu alma que antes miraba sólo al Cielo. Los cuidados y los afectos humanos habían sustituido a los cuidados
espirituales por los que te preocupabas tan sólo de los intereses de Dios y, en consecuencia, incluso sin quererlo hacer deliberadamente, por los intereses de tu alma. Los afectos humanos tomaron el lugar del amor por Mí.
Estos cuidados y estos afectos, más aplastantes que mi Cruz, porque aunque la cruz es peso también es apoyo y elevación, te habían «encorvado». Y el Insidiador de las almas, que se aprovecha de vuestras debilidades para convertirlas en medios de pecado, había trabajado sobre tu dejarte encorvar por motivos humanos.
Y has pecado ¿sabes? Sí, has pecado produciéndome tanto dolor. Mi Conocimiento sabía que era una fase transitoria, pero no habría querido que tú la vivieras. Te alejaba mucho de mi Camino y mucho del Cielo.
Ámame mucho, María; porque mi Misericordia ha obrado prodigios por ti. Te he impedido el Mal con amor de Padre, con obra de Médico y con paciencia de Dios. Por fin me has oído y te has vuelto hacia Mí. Estabas ya sobre mi Camino y querías seguirme y amarme. Pero estabas encorvada.
Tu espíritu no lograba librarse de todos los restos de tus enfermedades espirituales y de las tendencias de la carne. Durante demasiado tiempo habías estado oprimida e irritada por demasiadas cosas y, verdaderamente, la otra humanidad que te rodeaba no era por cierto cooperadora de una resurrección total. Más aún, con su modo de actuar anulaba los progresos de tu espíritu y paralizaba totalmente tus esfuerzos por resurgir. Ésta es tu única excusa.
Pero incluso esta situación quiero que la conviertas en un motivo de amor hacia Mí y de amor por tu prójimo que te ha obstaculizado tanto. Cualquier prójimo, recuérdalo. Si quien tanto te hizo llorar y te arrancó las nuevas plumas que el amor, ya conocido y practicado, te daba para volar hasta Mí, hubiese tenido, durante toda la vida, el amor de predilección que te he dado, piensa que habría sido mejor que tú. Este es el pensamiento que he tenido presente al juzgar estos espíritus torpes, y éste es el pensamiento que tú debes tener para perdonarles completamente y amarles totalmente.
Cuando te he juzgado suficientemente castigada por tu deserción, cuando he pensado que la habrías expiado, te he enderezado, alma mía. Sabía que el dolor estaba a punto de abatirse sobre ti, y con el dolor la soledad. No soy llamado «Misericordia» en vano. Soy Misericordia. Y he venido para serte Parentela, Amistad, Alegría, Todo. Pero antes te he «liberado» de los últimos vínculos que aún te obstaculizaban.
Los »jefes de las sinagogas» -existen aún y son quienes ven como vigas las pajitas de los demás y no ven sus propias vigas; quienes se creen autorizados para analizar, censurar, criticar la obra de Dios- si conocieran el momento y el motivo que he elegido para obrar el milagro se quedarían escandalizados.
¿Y qué? ¿Acaso no soy dueño de obrar cómo y cuando quiero? Y si de tu nada oscurecida he querido hacer una fuerza luminosa y operante, si de ti, miseria, he querido hacer una riqueza ¿acaso no me es lícito? Y si he juzgado que tu prueba ya había sido suficiente, y que ahora tu constancia, tu confianza, tu arrepentimiento, tu amor merecían el premio de mi ayuda y de mi amor, ¿puede haber alguien que critique mi obra?
Me gusta servirme de las nadas, que el amor y la humildad hacen tan queridas de mi Corazón, para hacer resplandecer mi Potencia. Si cogiese tan sólo a los «perfectos», ¿los pobres hombres cómo podrían tener esperanza de entrar en el Cielo?
Tomo a los débiles, los pecadores que sólo saben tener confianza, esperanza, afecto por Mí -no digo «amor», porque si amaran no serían débiles y pecadores- tomo a estos hijos que mezclan en sus imperfecciones vetas de perfección, y les convierto en luces y maestros de sus pobres hermanos más débiles y pecadores que ellos. Les inflamo de amor, les hago
hambrientos de sacrificio, acepto sus ofrendas. Llegados al estado de «víctimas», les consagro en su misión.
Todos los días son «sábado’~ para Mí. Porque todos los días sois indigentes, si se os observa desde la Perfección, pero también todos los días Yo puedo decir, si lo retengo oportuno: «Basta» a cuanto os encorva y poner a mi servicio al alma que he elegido.
Ten siempre presente tu pasado y mi obrar. Lo primero te servirá para mantenerte humilde y para limpiarte cada vez más con el arrepentimiento. Lo segundo para inflamarte cada vez más de amor.
Vive de esperanza en tu Jesús. Si te he amado tanto no seré severo contigo.
Vive de constancia. Tan sólo tu voluntad podría separarte de Mí y desplomarte en la oscuridad.
Vive de humildad. Me comunico con las almas humildes.
Vive de amor. Cuanto más me ames más exactamente me comprenderás. Vive con la paz en tu corazón. Te la doy para consolarte».
21 de octubre
Dice Jesús:
«Vuelvo a reanudar el tema 149 de las almas acogidas en el Purgatorio. Si has aferrado todo el sentido de mis palabras, no importa. Estas páginas son para todos, porque todos tienen seres queridos en el Purgatorio y así todos, por la vida que llevan, están destinados a detenerse en esa morada. Sigo por tanto para los unos y para los otros.
He dicho que las almas purgantes sólo sufren por amor y expían con amor. Éstas son las razones de este modo de expiación.
Si vosotros, hombres inconscientes, consideráis atentamente mi Ley en sus consejos y en sus mandamientos, veis que gira totalmente alrededor del amor. Amor hacia Dios, amor hacia el prójimo.
En el primer mandamiento Yo, Dios, me impongo a vuestro amor reverencial con toda la solemnidad digna de mi Naturaleza respecto de vuestra nada: «Yo soy el Señor tu Dios».
Os olvidáis de ello demasiadas veces, hombres que os creéis dioses y, si no tuvierais en vosotros un espíritu vivificado por la gracia, sólo seríais polvo y podredumbre, animales que unís a la animalidad la astucia de la inteligencia poseída por la Bestia, que os hace cometer obras de animales, peor que de animales: de demonios.
Decíoslo mañana y noche, decíoslo a mediodía y a media noche, decíoslo cuando coméis, cuando bebéis, cuando vais a dormir, cuando os despertáis, cuando trabajáis, cuando descansáis, decíoslo cuando amáis, decíoslo cuando contraéis amistades, decíoslo cuando mandáis y cuando obedecéis, decíoslo siempre: «Yo no soy Dios. La comida, la bebida, el sueño no son Dios. Él trabajo, el descanso, las ocupaciones, las obras del genio, no son Dios. La mujer, o peor: las mujeres, no son Dios. Las amistades no son Dios. Los superiores no son Dios. Uno sólo es Dios: es mi Señor que me ha dado esta vida para que con ella merezca la Vida que no muere, que me ha dado vestidos, alimentos, moradas, que me ha dado el trabajo para que me gane la vida, la genialidad para que dé muestra de ser el rey de la tierra, que me ha dado capacidad de amar y criaturas para amar «con santidad» y no con concupiscencia, que me ha dado el poder, la autoridad para que los convierta en medios de santidad, no de condenación. Yo puedo hacerme semejante a Él porque Él lo ha dicho: ‘Dioses sois’, pero sólo si vivo su Vida, esto es su Ley, pero sólo si vivo su Vida, esto es su
149 Ya tratado en el dictado del 17 de octubre
Amor. Uno sólo es Dios: ÉL Yo soy su hijo Y súbdito, el heredero de su reino. Pero si deserto y traiciono, si me creo un reino mío en el que quiero ser rey y dios humanamente, entonces pierdo el verdadero Reino y mi condición de hijo de Dios decae y se degrada a la de hijo de Satanás, porque no se puede servir a la vez al egoísmo y al amor, y quien sirve al primero sirve al enemigo de Dios y pierde el Amor, o sea, pierde a Dios».
Quitad de vuestra mente y de vuestro corazón todos los falsos dioses que os habéis colocado, comenzando por el dios de barro que sois vosotros mismos cuando no vivís en Mí. Acordaos de cuanto me debéis por cuanto os he dado -y más os habría dado si no hubierais atado las manos a vuestro Dios con vuestra forma de vida- lo que os he dado para la vida de cada día y para la vida eterna. Por ésta, Dios os ha dado a su Hijo, para que fuera inmolado como cordero sin mancha y lavase vuestras deudas con su Sangre y no hiciera así, como en los tiempos mosaicos, recaer la iniquidad de los- padres sobre los hijos hasta la cuarta generación de los pecadores, que son «quienes me odian» porque el pecado es ofensa a Dios y quien ofende odia.
No alcéis otros altares a dioses no verdaderos. Tened sólo y exclusivamente al Señor Dios vuestro, y no en altares de piedra, sino sobre el altar vivo de vuestro corazón. Servidle a Él y ofrecedle verdadero culto de amor, de amor, de amor, hijos que no sabéis amar, que decís, decís, decís palabras de oración, sólo palabras, pero que no hacéis del amor vuestra oración, la única que agrada a Dios.
Recordad que un verdadero latido de amor, que suba como una nube de incienso de las llamas de vuestro corazón enamorado de Mí, tiene para Mí un valor infinitas veces mayor que miles y miles de oraciones y ceremonias realizadas con el corazón tibio o frío. Atraed mi Misericordia con vuestro amor. ¡Si supierais qué activa y grande es mi Misericordia hacia quien me ama! Es una ola que pasa y lava cuanto constituye mancha en vosotros. Os da una estola cándida para entrar en la Ciudad santa del Cielo, en la que la Caridad del Cordero que se ha dejado inmolar por vosotros resplandece como el sol.
No utilicéis el Nombre santo por costumbre o para reforzar vuestra ira, para desahogar vuestra impaciencia, para corroborar vuestras maldiciones. Y sobre todo no apliquéis el término «dios» a la criatura humana que amáis por hambre de los sentidos o por culto de la mente. Este nombre debe decirse sólo a Uno. A Mí. Y a Mí se me debe decir con amor, con fe, con esperanza. Entonces ese Nombre será vuestra fuerza y vuestra defensa. El culto a este Nombre os justificará, porque quien obra poniendo mi Nombre como sello de sus acciones no puede cometer acciones malvadas. Hablo de quien actúa con sinceridad, no de los mentirosos que tratan de cubrirse a sí mismos y sus obras con el resplandor de mi Nombre tres veces santo. ¿Y a quien tratan de engañar? Yo no estoy sujeto a engaño, y los hombres mismos, a no ser que sean enfermos mentales, al comparar las obras de los mentirosos con su decir comprobarán que son unos falsos y sentirán desprecio y asco de ellos.
Vosotros que no sabéis amar más que a vosotros mismos y a vuestro dinero, y os parece perdido cualquier momento que no esté dedicado a satisfacer la carne o henchir el bolsillo, que sepáis, en vuestro gozar o trabajar como glotones y rudos, hacer un inciso que os permita pensar en Dios, en su bondad, en su paciencia, en su amor. Deberíais, lo repito, tenerme siempre presente hagáis lo’ que hagáis; pero como no sabéis obrar manteniendo el espíritu fijo en Dios, una vez a la semana cesad de obrar para pensar sólo en Dios.
Ésta, que puede pareceros una ley servil, es en cambio prueba de cómo Dios os ama. Vuestro buen Padre sabe que sois máquinas frágiles que se desgastan por el uso continuo, y ha provisto a vuestra carne, también a ella porque igualmente es obra suya, ordenándoos que la hagáis descansar un día de cada siete para darle su justo reposo. Dios no quiere
vuestras enfermedades. Si hubierais permanecido hijos suyos, realmente suyos, desde Adán en adelante, no habríais conocido las enfermedades. Éstas son fruto de vuestras deso- bediencias a Dios, junto con el dolor y la muerte; han nacido y nacen como setas sobre las raíces de la primera desobediencia: la de Adán y brotan unas de las otras, trágica cadena, del germen que os quedó en el corazón, del veneno de la Serpiente maldita que. os produce fiebres de lujuria, de avaricia, de gula, de desidia, de imprudencias culpables.
Y es imprudencia culpable el querer forzar vuestro ser a un trabajo continuo para ganancia, como lo es el querer excederse en el gozo de la gula o del sentido al no querer contentaros con el alimento necesario para la vida y con la compañera necesaria para la continuidad de la especie, sino saciándoos desmesuradamente como animales de un cenagal extenuándoos y envileciéndoos como -no como bestias, que no son semejantes sino superiores a vosotros en el connubio al que van obedeciendo las leyes del orden- sino envileciéndoos más que las bestias: como demonios que desobedecen a las santas leyes del recto instinto, de la razón y de Dios.
Habéis corrompido vuestro instinto y ahora éste os lleva a preferir alimentos corrompidos, formados por lujurias en las que profanáis vuestro cuerpo: mi obra; vuestra alma: mi obra de arte; y matáis embriones de vida negándoles la vida porque los suprimís antes de tiempo voluntariamente o mediante vuestras lepras que son veneno mortal para las vidas incipientes.
¿A cuántas almas vuestro apetito sensual llama del Cielo para cerrarles después las puertas de la vida? ¿Cuántas las que apenas alcanzan el confín y ven la luz ya moribundas o muertas, y le impedís el Cielo? ¿Cuántas aquéllas a las que imponéis un peso de dolor, que no siempre pueden soportar, con una existencia enferma, marcada por dolencias dolorosas y vergonzosas? ¿Cuántas las que no pueden resistir esta clase de martirio no deseado, sino impuesto por vosotros como una marca de fuego sobre la carne, que habéis generado sin pensar que, cuando se está corrompidos como sepulcros llenos de podredumbre, ya no es lícito generar hijos para condenarles al dolor y al desprecio de la sociedad? ¿Cuántas las que, no pudiendo resistir esta suerte, se suicidan?
¿Pero qué os creéis? ¿Qué las condenaré por este delito contra Dios y contra sí mismas? No. Antes que ellas, que pecan contra dos, estáis vosotros que pecáis contra tres: contra Dios, contra vosotros mismos y contra los inocentes que generáis para llevarles a la deses- peración. Pensadlo. Pensadlo bien. Dios es justo, y si pesa la culpa, pesa también la causa de la culpa. Y en este caso el peso de la culpa aligera la condena del suicida, pero carga vuestra condena, verdaderos homicidas de vuestras criaturas desesperadas.
En ese día de descanso que Dios ha puesto en la semana, y os ha dado su ejemplo de reposo -pensad, Él: el Agente infinito, el Generante que por Sí mismo se genera continuamente, Él ha mostrado la necesidad de descanso, lo ha hecho por vosotros, para seros Maestro en la vida. Y vosotros, insignificantes potencias, ¡no lo queréis tener en cuenta como si fuerais más poderosos que Dios!-. En ese día de reposo para vuestra carne que se quiebra por el excesivo cansancio, sabed ocuparos de los derechos y de los deberes del alma. Derechos: a la verdadera Vida. El alma muere si se la mantiene separada de Dios. Dadle el domingo a vuestra alma -dado que no sabéis hacerlo todos los días y a todas las horas- para que en el domingo se nutra de la Palabra de Dios, se colme de Dios, para tener vitalidad durante los demás días de trabajo. ¡Qué dulce es el descanso en la casa del padre para un hijo al que el trabajo ha mantenido alejado durante toda la semana! ¿Por qué no dais a vuestra alma esta dulzura? ¿Por qué ensuciáis este día con embriagueces y concupiscencias en vez de transformarlo en brillante luz para vuestra bienaventuranza de ahora y de después?
Y; tras el amor hacia quien os ha creado, el amor a quien os ha generado y a quien es vuestro hermano. Si Dios es Caridad ¿cómo podéis decir de estar en Dios si no tratáis de pareceros a Él en la caridad? ¿Y podéis decir que os parecéis si sólo le amáis a Él y no a los demás creados por Él? Sí, debe amarse a Dios más que a nadie, pero no puede decir que ama a Dios el que menosprecia amar a quienes Dios ama.
Por tanto amad en primer lugar a quienes, por haberos generado, son los segundos creadores de vuestro ser en la tierra. El Creador supremo es el Señor Dios, que forma vuestras almas y, dueño como es de la Vida y de la Muerte, permite vuestro nacer a la vida. Pero los creadores segundos son los que de dos carnes y de dos sangres hacen una nueva carne, un nuevo hijo de Dios, un nuevo futuro 21 oct. habitante de los Cielos. Porque estáis creados para los Cielos, y para los Cielos debéis vivir sobre la tierra.
¡Oh! ¡Qué sublime dignidad la del padre y la de la madre! Episcopado santo -lo digo con una palabra osada pero verdadera- que consagra un nuevo siervo a Dios con el crisma de un amor conyugal, le lava con el llanto de la madre, le viste con el trabajo del padre, le hace portador de la Luz infundiendo el conocimiento de Dios en las mentes infantiles y el amor de Dios en los corazones inocentes. En verdad os digo que los padres son poco inferiores a Dios sólo por el hecho de crear un nuevo Adán. Pero luego, cuando los padres saben hacer del nuevo Adán un nuevo pequeño Cristo, entonces su dignidad es apenas un grado inferior a la del Eterno.
Amad, pues, con un amor sólo inferior al que debéis tener por el Señor Dios vuestro, a vuestro padre y vuestra madre, esta doble manifestación de Dios que el amor conyugal hace ser una «unidad». Amadla porque su dignidad y sus obras son las más semejantes a las de Dios hacia vosotros: los padres son vuestros creadores terrenos, y todo en vosotros debe venerarles como tales.
Y amad a vuestra prole, padres. Recordad que a cada deber le corresponde un derecho, y si los hijos tienen el deber de ver en vosotros la mayor dignidad después de Dios y de daros el mayor amor después del amor total que debe darse a Dios, vosotros tenéis el deber de ser perfectos para no disminuir el concepto y el amor de los hijos hacia vosotros.
Acordaos de que generar una carne es mucho y nada al mismo tiempo. También los animales generan una carne y muchas veces la cuidan mejor que vosotros. Pero vosotros generáis un ciudadano de los Cielos. De esto debéis preocuparos. No apaguéis la luz en el alma de los hijos, no permitáis que la perla del alma de vuestros hijos se acostumbre al fango para que esa costumbre no la empuje a sumergirse en el fango. Dad amor, amor santo a vuestros hijos, y no necios cuidados a la belleza física, a la cultura humana. No. La que debéis cuidar es la belleza de su alma, la educación de su espíritu.
La vida de los padres es sacrificio como la de los sacerdotes y los maestros convencidos de su misión. Las tres categorías son «formadores» de lo que no muere: el espíritu, o la psique, si os gusta más. y dado que el espíritu es a la carne en la proporción de 1000 a 1, pensad qué perfección deberían alcanzar padres, maestros y sacerdotes para ser verdaderamente como debieran. Digo »perfección». No basta «formación». Deben formar a los demás, pero para formarles no deformes deben modelarles sobre un modelo perfecto. ¿Y cómo pueden pretenderlo si ellos mismos son imperfectos? ¿Y cómo pueden llegar a ser perfectos ellos mismos si no se modelan sobre el Perfecto que es Dios? ¿Y qué puede hacer al hombre capaz de modelarse según Dios? El amor. Siempre el amor. Sois hierro basto e in- forme. El amor es el horno que os purifica y derrite y os vuelve líquidos para colaros, mediante las venas sobrenaturales, en la forma de Dios. Entonces seréis los «formadores» de los demás: cuando os hayáis formado sobre la perfección de Dios.
Muchas veces los hijos representan el fracaso espiritual de los padres. A través de los hijos
se ve lo que valían los padres. Porque, si bien es verdad que a veces nacen hijos depravados de padres santos, ésta es la excepción. Generalmente al menos uno de los padres no es santo y, dado que os resulta más fácil copiar el mal que el bien, el hijo copia al menos bueno. Y también es verdad que a veces de padres depravados nace un hijo santo. Pero también aquí es difícil que ambos padres sean depravados. Por ley de compensación el más bueno de los dos es bueno por los dos, y con oraciones, lágrimas y palabras, cumple la obra de los dos formando al hijo para el Cielo.
De todas formas, hijos, sean cuales sean vuestros padres, Yo os digo: «No juzguéis, sólo amad, sólo perdonad, sólo obedeced, salvo en las cosas que son contrarias a la Ley. Vosotros tenéis el mérito de la obediencia, del amor y del perdón, de vuestro perdón de hijos, María, que acelera el perdón de Dios para los padres, y lo acelera más cuanto más sea perdón total; a los padres la responsabilidad y el justo juicio, sea relativo a vosotros, sea por cuanto corresponde a Dios, de Dios, único Juez».
Es superfluo explicar que matar es faltar al amor. Amor hacia Dios a quien quitáis el derecho de vida y de muerte hacia su criatura y el derecho de Juez. Sólo Dios es Juez, y Juez santo, y si ha permitido al hombre el crearse tribunales de justicia para poner un freno tanto al delito como al castigo, ¡ay de vosotros si, como faltáis a la justicia de Dios, faltáis a la justicia del hombre erigiéndoos en jueces de un semejante que ha faltado o creéis que haya faltado contra vosotros!
Pensad, pobres hijos, que la ofensa, el dolor, trastornan la mente y el corazón, y que la ira y el mismo dolor ponen un velo a vuestra visión intelectual, velo que os impide la visión. de la auténtica verdad y de la caridad como Dios os la presenta, para que sepáis regular con ella vuestra indignación, aunque sea justa, y no cometáis una injusticia con una condena demasiado despiadada. Sed santos también mientras os quema la ofensa. Acordaos de Dios sobre todo entonces.
y también sed santos vosotros, jueces de la tierra. Pasan por vuestras manos los horrores más vivos de la humanidad. Examinadlos con mente y con ojos llenos de Dios. Mirad el «porqué» verdadero de algunas «miserias». Pensad que aunque sean verdaderas «miserias» de la humanidad que se degrada, muchas son. las causas que las producen. Buscad en la mano que mata la fuerza que la movió a matar y recordad que también vosotros sois hombres. Preguntaos si vosotros: traicionados, abandonados, provocados, hubierais sido mejores que ése o ésa que está delante vuestra en espera de sentencia. Haciendo un examen severo sobre vosotros, pensad si no hay alguna mujer que pueda acusaros de ser los verdaderos asesinos del hijo que le suprimió, porque tras el momento de alborozo os habéis sustraído a vuestro compromiso de honor. Y; si lo podéis hacer, sed también severos. Pero si, tras haber pecado contra la criatura nacida de vuestra insidia y vuestra lujuria, aún queréis obtener perdón de Aquél a quien no se engaña y que no olvida, aún a pesar de años y años de vida correcta, esa incorrección que no habéis querido reparar, o ese delito que habéis provocado, afanaos por lo menos en prevenir el mal, especialmente allí donde la frivolidad femenina y la miseria del ambiente predisponen a las caídas en el vicio y en el
infanticidio.
Recordad, hombres, que Yo, el Puro, no he rehusado redimir a las mujeres sin honor. Y por el honor que ya no tenían, he hecho surgir de su ánimo, como flor de un suelo profanado, la flor viva del arrepentimiento que redime. He dado mi piadoso amor a esas pobres desgraciadas que un así llamado «amor» había postrado en el fango. Mi verdadero amor las ha salvado de la lujuria que el así llamado amor les había inyectado. Si las hubiera maldecido y huido de ellas, las habrías perdido para siempre. Las he amado también por el mundo, que tras haber gozado de ellas las recubre de burla hipócrita y falso desprecio. En lugar de las
caricias de pecado las he acariciado con la pureza de mi mirada; en lugar de palabras de delirio, he tenido palabras de amor por ellas; en vez de la moneda, vergonzoso precio de su beso, les he dado las riquezas de mi Verdad.
Así se hace, hombres, para sacar del fango a quien se está hundiendo en él, no se agarra uno al cuello para que sean dos los que perezcan, ni se tiran piedras para hundirle todavía más. Es el amor, siempre el amor el que salva. .
Ya os he hablado 150 de cuanto sea el adulterio un pecado contra el amor, y no lo repito, al menos por ahora. Hay mucho que decir acerca de esta regurgitación de animalidad -tanto que ni siquiera entenderíais, porque os vanagloriáis de ser traidores del hogar- pero callo por piedad hacia mi pequeña discípula. No quiero agotar las fuerzas de la criatura exhausta y turbar su ánimo con crudezas humanas porque, cercano de la meta, sólo piensa en el Cielo.
Es obvio que quien roba peque contra el amor. Si se acordase de no hacer a los demás lo que no quisiera que se le hiciera a él, y amase a los demás como a sí mismo, no quitaría con violencia y estafa lo que es de su prójimo. Entonces no faltaría al amor, como en cambio hace cometiendo rapiñas que tanto puede ser de mercancía o de dinero como de empleo.
¡Cuántos robos se cometen hurtando un puesto al amigo, una ocurrencia al compañero! Sois ladrones, tres veces ladrones, haciendo esto. Lo sois más que si robarais una cartera o una piedra preciosa, porque sin éstos aún se puede vivir, pero sin un trabajo remunerado se muere, y con ése a quien le robaron el puesto muere de hambre su familia.
Os he dado la palabra como signo de superioridad sobre todos los demás animales de la tierra. Por tanto deberíais amarme por la palabra, mi don. Pero ¿puedo decir que me amáis por la ,palabra cuando de este don del Cielo os hacéis un arma para hundir al prójimo con el falso juramento? No, no me amáis ni a Mí ni al prójimo cuando afirmáis la mentira, al contrario, nos odiáis. ¿N o pensáis que la palabra no sólo mata la carne sino la reputación del hombre? Quien mata odia, quien odia no ama.
La envidia no es caridad: es anticaridad. Quien desea descomedidamente las cosas de los demás es envidioso y no ama. Contentaos con lo que tenéis. Pensad que bajo la apariencia de alegría a menudo se encuentran dolores que Dios ve y que se os ahorran a vosotros, aparentemente menos felices de quienes envidiáis. Qué si, por otra parte, el objeto de vuestro deseo es la mujer o el marido del prójimo, sabed entonces que unís al pecado de envidia los de lujuria y adulterio. Con eso cometéis una triple ofensa a la Caridad contra Dios y contra el prójimo.
Como veis, si transgredís el decálogo transgredís el amor. Así es para los consejos que os he dado que son las flores de la planta de la Caridad. Entonces, si transgrediendo la Ley transgredís el amor, es evidente que el pecado es falta contra el amor. Y por eso debe ex- piarse con amor.
El amor que no habéis sabido profesarme en la tierra me lo tenéis que dar en el Purgatorio.
Por eso os digo que el Purgatorio sólo es sufrimiento de amor.
Durante toda la vida habéis amado poco a Dios en su Ley. Os habéis echado a la espalda la idea de Él, habéis vivido amando a todos y amándole poco a Él. Es justo que, no habiendo merecido el Infierno y no habiendo merecido el Paraíso, os lo merezcáis ahora, encen- diéndoos de caridad, ardiendo por cuanto habéis sido tibios en la tierra. Es justo que suspiréis durante miles y miles de horas de expiación de amor lo que no habéis suspirado miles y miles de veces en la tierra: por Dios, finalidad suprema de las inteligencias creadas. A cada vez que habéis vuelto la espalda al amor corresponden años y siglos de nostalgia amorosa. Años o siglos según la gravedad de vuestra culpa.
150 En el dictado del 25 de septiembre
Estando ya seguros de Dios, conocedores de su suprema belleza por el fugaz encuentro del primer juicio, cuyo recuerdo tenéis con vosotros para haceros aún más viva el ansia de amor, suspiráis por Él, lloráis su lejanía, os lamentáis y arrepentís de haber sido vosotros la causa de tal lejanía y os hacéis cada vez más permeables a ese fuego encendido de la Caridad hacia vuestro supremo bien.
Cuando, por las oraciones de los vivientes que os aman, los méritos de Cristo son lanzados como esencia de ardor en el fuego santo del Purgatorio, la incandescencia de amor os penetra más fuerte y más adentro, y entre el resplandor de las llamas, cada vez se hace más lúcido en vosotros el recuerdo de Dios visto en aquel instante.
Así como en la vida de la tierra cuanto más crece el amor más sutil se hace el velo que cela al viviente la Divinidad, del mismo modo en el segundo reino cuanto más crece la purificación, y por ello el amor, más cercano y visible se hace el rostro de Dios. Ya trasluce y sonríe entre el centelleo del santo fuego. Es como un Sol que cada vez se acerca más, cuya luz y calor anulan cada vez más la luz y el calor del fuego purificante, hasta que, pasando del merecido y bendito tormento del fuego al conquistado y bienaventurado alivio de la posesión, pasáis de llama a Llama, de luz a Luz, salís para ser luz y llama en El, Sol eterno, como chispa absorbida por una hoguera y como candelero arrojado en un incendio,
¡Oh! gozo de los gozos cuando os encontréis elevados a mi Gloria, pasados de ese reino de espera al Reino de Triunfo. jOh! ¡conocimiento perfecto del Perfecto Amor!
Este conocimiento, María, es misterio que la mente puede conocer por voluntad de Dios, pero que no puede describir con palabra humana. Cree que merece la pena sufrir toda una vida por poseerla desde el momento de la muerte. Cree que no hay caridad mayor que procurarla con las oraciones a quienes amaste en la tierra y que ahora comienzan su purificación en el amor, a quienes en vida tantas y tantas veces cerraron las puertas del corazón.
Animo, bendita a la que son desveladas las verdades escondidas. Actúa, obra y sube. Por ti misma y por quienes amas en el más allá.
Deja consumar en el Amor el estambre de tu vida. Vierte tu amor sobre el Purgatorio para abrir las puertas del Cielo a quienes amas.
Serás bienaventurada si sabes amar hasta la incineración de cuanto es débil y pecó. Los Serafines salen al encuentro del espíritu purificado con la inmolación de amor y le enseñan el «Sanctus» eterno para cantar al pie de mi trono».
23 de octubre
Dice Jesús:
«Esto te hará sufrir. Pero no puedo hablar siempre sólo para ti, pequeña esposa de amor y dolor.
Escribe para todos. La palabra de Abdías es la página de la Italia de este último siglo. No hay error ni tan siquiera en la descripción del terreno.
¡Oh Italia, Italia a la que he dado tanto y que me has olvidado y has olvidado mis beneficios! Y en ese Piemonte, donde existe un testimonio de Dios que no es inferior al del Tabernáculo mosaico -porque si en éste había dos tablas escritas por el profeta de Dios, aquí está la historia de mi Pasión escrita con tinta de Sangre divino sobre el lino 151 que la piedad ofreció para envolver mi desnudez de Inmolado- y en ese Piemonte tenía que comenzar el error que ha florecido ahora con una flor tan dolorosa y que os dará un fruto tan venenoso!
151 La Sábana Santa, que está custodiada en la Catedral de Turín
La soberbia del corazón, el eterno pecado del hombre, vino a extraviar a tus gobernantes, Italia, a tus gobernantes para los que fue fatal el haber vencido. Siempre es fatal cuando el don de Dios no desciende a un corazón de hijo sincero, respetuoso y amante del Padre.
El don fermenta, mezclando su bien con el mal que hay en vosotros, y produce una amalgama de destrucción. Destruís primero la gracia en vosotros, después la benevolencia de Dios hacia vosotros, y en tercer lugar el fruto de esa benevolencia. En vuestro caso las victorias iniciales, mezclando la lícita causa del resurgimiento nacional con la soberbia, de la que provienen las prepotencias y los errores, han destruido ese bien que Yo os había concedido.
Enseguida os habéis equivocado. Os habéis creído seguros porque lo habíais logrado. Pero ¿no sabéis, reyes y gobernantes, que lo sois hasta que Yo lo quiera y mientras que vuestros errores no susciten mi: «Basta’,? Aunque os hubierais convertidos en los más pode- rosos de la tierra y vuestro trono hubiera sido colocado en las cimas por donde se pasea el águila, hecho en las rocas mismas de los montes que coronan esta tierra, coronado por mis estrellas, un pensamiento de mi Voluntad podría desintegrarlo y hacer caer sus restos en un valle profundo.
Os olvidáis demasiado de que sólo Uno es Poderoso y toda potencia viene de Él. Habéis utilizado mal las satisfacciones que os he dado, como quienes utilizan mal la salud milagrosamente reconquistada por piedad divina, y habéis pensado que podíais prescindir de Mí y de mi Ley.
No sirve para nada, reyes y pueblo, el que deis un falso obsequio a mi Cruz y a mi Iglesia. Lo que hay que hacer es vivir la ley de la Cruz y respetar realmente la Iglesia. De Dios nadie se burla y no se le engaña. No debéis tentar su infinita paciencia.
Habéis cometido un error, dos errores, diez errores. Os he enviado castigos, os he enviado alegrías, os he mandado a mis santos para reconduciros al Bien. A los castigos habéis respondido con rebeliones, a las alegrías aprovechándoos de ellas para fines humanos e incluso ilícitos, a mis santos burlándoos de ellos. Habéis empeorado cada vez más. Yo aumentaba los beneficios para atraeros y vosotros sonreíais al espíritu enemigo. Sí que puede decirse que en este pueblo y en sus gobernantes »ya no queda prudencia», ya no queda «sabiduría», sino sólo soberbia, escarnio, ligereza, pecado.
Habéis puesto todo esto bajo los pies para hacer un escabel y subir. Pero las cosas de Dios no se ponen bajo los pies. Se aceptan de rodillas y con ánimo de hijos, no se usan como medios de triunfo humano. Entonces, como las piedras de un arco triunfal sacudidas por el temblor de mi ira, se desencajan, caen y os arrollan.
Y estáis derribados. Hasta las confines serán despedidos tus hijos, pobre tierra que ya no tienes la luz divina. Como rebaños golpeados en el dorso por enfurecidos pastores, tus jefes de ahora y de antes golpean a tus hijos, y dado que has querido a estos jefes de crueldad en lugar del Señor santo en cuyas manos están la bendición y la paz, y puesto que no has sabido llorar el llanto que logra el perdón y lava las culpas, las lavarás con la sangre mezclada con un llanto largo y amargo de vencida.
¿Dónde están tus amigos, tierra que no has querido a Dios por amigo? A quien traiciona está reservada la traición. Y es inútil y hace daño decir ahora: «Fue éste o fue aquél el traidor». Todos habéis traicionado. Traicionado a Dios vuestro Padre, traicionada su Palabra de Vida, traicionada vuestra conciencia. Sois otros tantos Judas. Habéis vendido por unas pocas monedas y por unas pocas mentirosas promesas a los cercanos y a los lejanos, esperando obtener un fruto con vuestro traicionar. Pero ¿cuál que no fuese veneno? ¿Cuál que no fuese muerte?
Te has regocijado de la destrucción de los demás. ¿Y por qué? ¿Por tu interés? No. Por
esto eres doblemente culpable. Has adorado al becerro que te parecía de oro y que sólo era de polvo dorado. Has servido a los precursores de la Bestia. La Bestia te da los frutos de su reino tenebroso. Muerte, destrucción, miseria, hambre, vergüenza, servidumbre, derrumbamiento de la fe, de la libertad, del honor, y si no os agarráis a la Cruz, vuestra última salvación, llegaréis a imitar a las fieras rabiosas por el hambre y por la ira: os destrozaréis los unos a los otros y creeréis hartaras matando a los siervos de Dios. Pero. no haréis más que destruir el Bien que todavía florece entre vosotros y haceros hienas con aspecto de hombre, demonios con aspecto humano.
¿Pero no oís gritar en vuestras conciencias la Voz de Dios? ¿No la escucháis tronar por los cielos llamándoos aún una vez más para salvaros? No, no la oís. Y lo que es peor, ni siquiera la oyen ya los que deberían estar acostumbrados a percibirla y conocerla. Tienen aspecto consagrado pero desconsagrado el corazón. Están sordos y si no oyen, ¿cómo pueden hacer oír?
Prestad atención, lo digo una vez más. Observad mis signos, vosotros los lectores de los libros de Dios y vosotros los simples fieles. Los signos son tremendos. Alejadlos con la Cruz. Sacad las cruces y mis imágenes. Echad a Satanás con Cristo Vencedor. Tened fe. Tened fe. Morís porque no tenéis fe. Quisiera que bendijerais cada región, cada provincia, cada ciudad conmigo Redentor. No fiestas. No es el momento. Sino verdaderas adoraciones y puras bendiciones para libraros de Aquel que os hace obsesos, a vosotros y a vuestros jefes de antes y de ahora».
Jesús me da a entender que preferiría oraciones a sus imágenes de Redentor. En esta zona al «Volto Santo» 152. Pero sin fiestas. Ciudad por ciudad, pueblo por pueblo, aldea por aldea.
. El tener que escribir algunas páginas dolorosas es una tortura. Se me crispan los nervios.
Pero ¿qué hacer?
24 de octubre
Dice Jesús:
«Aunque te disguste, escribe. Es una profecía que todavía se cumple. Y a la letra. Os sucede lo que dijo Isaías al rey Ezequías. Insisto en el pedir oraciones. Y dado que estás agotada, te digo las palabras del rey: «Haya paz y verdad en tu vida».
Descansa ahora. Estoy contigo».
25 de octubre
Dice Jesús:
«El hombre se cree que puede criticar a Dios y sus obras.
¿Por qué lo hace? ¿Sólo por inconsciencia? No, siempre por soberbia. Siempre actúa en él el veneno, uno de los tres venenos de Lucifer. En su soberbia no ha admitido la diferencia entre Dios y él, Y lo trata a su nivel.
Cierto es que Dios os llama hijos suyos, hechos a su imagen y semejanza, pero decidme, hombres, en las relaciones entre padre e hijo, aunque sólo sigan la ley de una recta conciencia ¿un hijo trata a su padre al mismo nivel? No. El amor del padre no exime al hijo de ser respetuoso hacia él. Y el gran amor del hijo, incluso por el mejor de los padres,
152 Se llama »Volto Santo» a un antiguo crucifijo de leño que se venera en la Catedral de Lucca, en Toscana
siempre está revestido de reverencia como el del padre de autoridad. Será autoridad hecha de sonrisas y buenas palabras, pero siempre será autoridad que aconseja y guía.
Y ¿debería ser distinto para el Padre santo? Porque si un padre de la tierra merece vuestra reverencia, amor agradecido porque os viste y nutre con su trabajo, si merece vuestro respeto porque su experiencia os guía, si merece vuestra obediencia porque es la mayor autoridad que tenéis como sujetos -y así fue desde Adán- Dios, el Padre que os ha creado, que os ha amado, que ha provisto a vuestras necesidades, que os salvado a través de su Hijo en lo que no muere, el Padre que ordena todo el Universo -pensad: todo el Universo- para que esté al servicio del hombre y le dé lluvia y rocío, luz y calor, guía y camino, alimento y vestido, voz y consuelo, fuego y bebida mediante el curso de los vientos y de las evaporaciones de las aguas que forman las nubes que rocían la tierra, mediante el sol que las seca y fecunda y con sus torrentes de luz esteriliza de las enfermedades y consuela la vida, mediante los astros que, semejantes a eternos relojes y a brújulas sin defecto, os señalan la hora y la dirección de vuestro camino por tierras y desiertos, por montes y océanos, mediante las cosechas, los frutos, los animales y las hierbas, mediante los cánticos y los lenguajes de los animales vuestros servidores, mediante las plantas vivas o sepultadas desde hace milenios y las fuentes que no sólo sacian la sed sino que curan vuestros males porque ha disuelto en ellas sustancias saludables, este Padre vuestro ¿no debe ser amado, respetado, obedecido, servido? Servido, no porque seáis siervos, sino porque es dulce y justo dar lo poco que podéis dar en vuestra pequeñez a quien hace tanto por vosotros.
Y vosotros, hijos de Dios y hermanos de Cristo que os habla para enseñaros a amar, sólo tenéis que dar a nuestro Padre, santo y admirable -porque Él no necesita nada, como Señor que es del Universo que le obedece como vosotros ni sabéis ni queréis- sólo tenéis que darle amor porque Él quiere de vosotros este amor como Yo, Dios como Él e Hijo suyo santísimo, le di y le doy.
Éste es vuestro deber. Y ya os he enseñado cómo se expresa este deber. Amadlo obedeciéndole y cumpliréis con vuestro deber. Y; después de haberle amado con la obediencia a sus palabras de amor, no os arroguéis el derecho de quejaros si Él no os recompensa con creces.
¿Qué derecho tenéis? Decíoslo siempre: «Sólo hemos cumplido con nuestro deber». Decíoslo siempre: «Dios lo hizo antes que nosotros». Decíoslo siempre: «La aparente falta de premio sólo es para los sentidos. Dios no deja sin premio a quien le ama y obedece».
¿Acaso conocéis vosotros, polvo desparramado por tierra, los secretos del Altísimo?
¿Podéis decir que leéis los decretos de Dios, escritos en los libros del divino amor? Vosotros veis el momento presente. Pero ¿qué sabéis del minuto que sigue? ¿No os dais cuenta de que lo que puede ,pareceros un bien en el instante presente es un mal en el futuro, y que si Dios no os lo concede es para evitaros un dolor, un cansancio superior al que vivís? Pero aunque lo fuera, aunque lo fuera ¿os es lícito imponeros a Dios? ¿Qué habéis hecho de más de cuanto debíais? ¿No pensáis que no sois vosotros sino Dios quien siempre está en ventaja sobre vosotros, porque Él os da infinitamente más de cuanto le dais?
jOh Justicia que eres Bondad! ¡Oh Justicia sublime y santa que eres justa sólo contigo y misericordiosa hacia tus hijos! ¡Oh Justicia, río que no se desborda para castigar sino para difundir sus olas hechas con la santa Sangre de mis venas, fluida hasta la última gota, hecho con las lágrimas de María, hecho con el heroísmo de los mártires y de los sacrificios de los santos, río cuya corriente es Piedad y que prefiere volver a la fuente con un milagro de poder, porque tu dique es la Misericordia que es más fuerte que tu indignación, y el otro dique es el Amor, y es amor de un Dios que ha hecho baluarte de Sí mismo para proteger al hombre del castigo y conquistarle para la Vida!
Amad esta Justicia que se aflige por castigaros, amad a este Padre que cumple con su deber de padre y es benigno al no exigiros la precisión en el cumplimiento del vuestro.
Lo he dicho y lo repito: Por un verdadero acto de amor, Dios detiene hasta el movimiento de los astros, revoca el decreto del Cielo. Si la fe puede mover árboles y montañas, el amor conquista a Dios. Cada acto de amor verdadero hace resplandecer con abundantes fulgores la divina vorágine de fuego y de luz en que vivimos amándonos, conmueve los Cielos de alegría por la alegría del Dios Uno y Trino, que hace descender como de una nube celeste la gracia y el perdón incluso sobre quien no sabe amar por piedad hacia quien sabe amar.
Amad y bendecid al Señor. Sabed dar gracias del mismo modo que silbéis pedir y exigís que se os escuche. Os olvidáis demasiadas veces. La gracia de Dios se retira también porque sois tierras estériles que río saben expresar una flor de reconocimiento hacia el Padre que os cuida.
A quienes saben recordarse de que son hijos, también en la alegría, les digo bendiciéndoles: «Id en paz. Vuestra fe amorosa os salva ahora y siempre»»
Dice aún Jesús:
«Es necesario que el grano muera para que se convierta en alimento de vida. Cuando ya no sean de esta tierra entonces vendrán a saciarse del pan de la Palabra que Yo te he dado para los hermanos.
El hombre es un ser tal que sólo se rinde ante el holocausto. Yo he cosechado tras la muerte. Tú no eres más que tu Jesús. No temas. Lo que ahora parece caer sobre piedra impenetrable, germinará cuando te hayas convertido en espiga en mi Reino. Pero antes viene el trabajo de la vida y la oscuridad de la muerte.
Toda misión, para acabar con éxito, requiere lágrimas, sufrimientos, humillaciones, sacrificio. Deja que se burlen de ti. Dado que quienes más lo necesitan no quieren ni ver ni oír, acumularé tinieblas y silencio sobre ellos. Ni siquiera podrán lamentarse conmigo, porque ellos, ellos solos, han querido esto con su persistencia en la desidia del espíritu, en la soberbia del espíritu, en la negación del poder del Espíritu Santo.
¿Qué he dicho sobre quien peca contra el Espíritu Santo? ¿Y no saben que en Cristo está el Padre y el Espíritu? ¿Y no recuerdan que dije que el Consolador vendría a traer la Luz? Pero el Consolador, el Espíritu de Vida, es Uno con la Palabra del Padre y con el Padre. Negándome a Mí y a la Palabra que soy, se niega al Padre que permite a la Palabra verterse aún, se niega al Espíritu que mueve la Palabra.
No nos reneguéis. Pero ¡ay de vosotros si negáis al Espíritu que desciende con sus luces para convertir a una criatura en luz y purificar con su Fuego una carne para que pueda transmitiros las palabras de la Sabiduría! Si el instrumento es vil, Nosotros, que lo habitamos, logramos que se haga digno de ser aceptado, a él y a cuanto os dice que debe daros en nuestro nombre. No os toca juzgar. Yo escojo a los pobres y a los niños para convertidos en los dignatarios de Cristo Rey.
«Ésos» ya están juzgados, María, por su obstinación impregnada de humanidad, sólo de humanidad. Deja que los «muertos» se sepulten a sí mismos. Tú permanece en la vida y actúa. Cuando estés completamente en Ella, vendrá la glorificación y el amor sin más obstáculos» .
26 de octubre
Dice Jesús:
«Una de las cosas que deberían examinar quienes juzgan tu caso con demasiada poca fe
y con demasiada humanidad, a la que el racionalismo vuelve hostil e incrédula hacia las libres y admirables obras de Dios, es la distinta entonación de mis comunicaciones.
Debería ser una prueba. Pero, dado que no hay nada que ciegue más que la incredulidad, no hay nada que altere más la realidad divina que el espíritu del mundo, éste será un escollo contra el que se detendrán quienes no saben desplegar las velas en el mar abierto de la Fe en Dios y prefieren permanecer cerca de la tierra, en las sequedades de su ciencia racional y de su aridez espiritual. Dirán que mientras que una de las entonaciones es solemne e hierática, impregnada de antigüedad, la otra es más modesta, más humana y más moderna. Lo que a ellos les parece que no sea una justificación a tu favor es, en cambio, una prueba innegable de tu sinceridad.
Hablo a todos como Rey y Maestro, pero a ti, pequeña amada y pequeña discípula hablo antes como Esposo y Hermano que como Rey y Maestro. Más aún, contigo desaparece la realeza porque no te hablo desde lo alto de un trono, sino que desciendo a cogerte en brazos y enseñarte, porque soy Maestro, hablándote de amor.
Las personas que hablan no son dos y, sobre todo, no eres tú quien hace las dos voces. Es Uno quien habla: soy Yo. Yo Dios, Rey y Maestro de los hombres, Yo que te he elegido por mi amor, Yo, tu Esposo».
27 de octubre
Mateo 3, 11-12. Dice Jesús:
«Hay bautismo y bautismo, hija que amo. Todos vosotros que sois católicos tenéis el Bautismo que lava el pecado original y que debería comportar las mismas consecuencias de santidad para todos, si todos mirarais al cielo en lugar de estar clavados con los ojos del es- píritu y con las raíces de vuestro ser en el fango de la Tierra.
El Bautismo, sacramento instituido por Mí en lugar del bautismo de Juan el precursor, tiene en sí todos los elementos para llevaros a la santidad. Os da la Gracia, y quien tiene la gracia lo tiene todo.
Pero sois vosotros quienes no tomáis la Gracia en consideración y la tiráis como un don inútil. Entre el severo deber de ser fieles a esta Gracia, que es Dios en vosotros con todos sus dones, y el fácil compromiso con la carne y la sangre, con el dinero, con el Mal, con tal de gozar, o creer que se goza durante esos pequeños instantes de eternidad que son vuestra vida en la tierra, preferís el compromiso.
Cuando el Hijo de Dios, Aquel que os ama, viene entre las multitudes signadas con su signo indeleble, ese signo que es más glorioso que una corona real porque os da una realeza ultraterrena de hijos y herederos del Altísimo Rey, encuentra que son pocos los que han luchado contra el instinto y contra Satanás, o lavado las manchas de Satanás y del instinto con el arrepentimiento, en modo de tener terso y activo ese signo de predestinación. A esos pocos, los dilecto s de mi Corazón, Yo, Hijo de Dios a quien el Padre confiere todo poder de juicio, vengo a impartirles un bautismo de fuego ardiente, que arde y consuma en ellos toda humanidad para liberar al espíritu y hacerle capaz de recibir el Espíritu que habla.
Selección severa y elección dolorosa en su gozo. Porque quien no está limpio, quien no es mantenido o limpiado por el amor y el arrepentimiento, no puede ser aceptado como grano mío. La cascarilla estéril y vacía, la cizaña y la cuscuta dañina, los inútiles zarcillos parásitos serán separados por mi riguroso examen.
La cascarilla son los orgullosos: orgullosos de corazón y de pensamiento por su ciencia racionalizante y equivocada, los fariseos y los escribas de la actualidad. La cizaña y la
cuscuta, los rebeldes a la Ley y los envenenadores de los corazones: los corruptores, los es- candalosos para los que hubiera sido mejor ser arrojados ya muertos del seno materno. Los zarcillos son los débiles, los tibios que quieren beneficiarse de la comunión de los santos pero sin esforzarse en contribuir a ella con la mínima fatiga. Son los perezosos del espíritu, los que siempre tienen necesidad de empuje, de apoyo, de calor, para vivir su pobre vida espiritual; sin los factores de las distintas ayudas, se arrastrarían por el suelo incapaces de tender al cielo y serían pisoteados por el Maligno: pisoteados digo, no recogidos. También son despreciados por él. No se cuida de ellos porque sabe que se producen la muerte del alma por sí mismos.
Elección dolorosa porque, como espiga destinada a convertirse en harina de Dios, hay que aceptar los golpes de la trilla, la inmolación de la muela de molino, la purificación de la criba, o sea, dolores, dolores, dolores, mortificaciones, ascetismo sin medida.
¡Oh! para ser harina de hostias hay que saberse hacer despojar de todas las impurezas por el amor. Nada puede obrar, tan absolutamente como el amor, esta depuración de vuestra personalidad y hacerla idónea para vivir en el Cielo.
Pero piensa, alma mía, piensa qué hermoso te parecerá mi Paraíso después de tanto dolor. Todo lo amargo que aquí bebes por amor de tu Rey lo encontrarás arriba transformado en dulzura. Todas las heridas que te han desgarrado, allí serán gemas eternas. Todo el dolor será alegría.
El tiempo pasa, pasa a cada instante. Yo permanezco y conmigo permanece mi Eternidad. Ella y Yo seremos tu don, ese que te has ganado con tu amor y con tu dolor. Una eternidad de luz y de alegría perpetua. Una eternidad con Dios, con Dios, María.
Piensa siempre esto. Anhelarás el dolor como el aire que respiras».
Más tarde, hacia la noche
Dice Jesús:
«»Ábreme, amada mía. Tu Esposo te pide entrar. He concedido besar a tu boca que tanto deseaba ser besada, a tus brazos, que tantas veces habían sido estrechados por el brazo del Amor, he concedido abrazar al Amor».
Éste es el canto de esta mañana. ¿Ves cómo Quien te dio el lirio 153 sabe darte cuanto deseas? Te he dado a Mí, Lirio nacido de María que es Lirio inmaculado. Ahora estoy junto a ti en Cuerpo y Alma, en Sangre y Divinidad. Estoy contigo como sobre un altar.
Aquí, en tu habitación, donde resplandece tu fe más que una lámpara y perfuma tu amor más que el incienso, como en el portal de Belén, he colocado mi cuna, mi pequeña cuna que me contiene á Mí, grande como en el Cielo. Incluso en el fragmento más minúsculo, Yo estoy como en el seno del Padre y a mi alrededor están los ángeles que adoran. Tu fe te hace creer esto, que seas bendita por esta fe.
Te quiero decir un secreto. La santa que amas desde la juventud: María Magdalena, ya penitente por las tierras de Francia y sola entre las rocas, sabía abstraer tanto el espíritu, preso en el torbellino del amor, que lo enviaba hasta allí donde estaba Yo en las Sagradas Especies. Y este deseo suyo de adorarme en el sacramento como me había adorado viviente en la tierra me conmovía aún más que sus penitencias.
Soy demasiado poco adorado por los cristianos, por los desconfiados que para adorarme necesitan todo un montaje. ¡Oh! ¡amadme sólo por la fuerza del amor! ¡Vedme y creedme sólo por la fuerza de la fe! Sabed que no he recibido adoraciones más vivas que la de los
153 Probable alusión a un lirio que la escritora llamaba «del divino Sembrador», porque había nacido en un viejo cajón que se encontraba en el balcón de casa, en cuya tierra nadie había plantado nunca un bulbo. En el escrito del 10 de mayo
voluntarios recluidos o exiliados en las celdas y en los desiertos, y que no he tenido altar más digno que el pequeño Tarcisio que tiñó con su sangre los linos sagrados.
Para encontrar algo más perfecto tenéis que pensar en los raptos inefables de mi Madre inclinada sobre mi cuna o en el palpitante altar, más cándido que el lirio y luminoso de amor, de su cuerpo castísimo o de sus brazos llevándome, o su seno, almohada para los sueños del Niño Dios.
María: sé María. María adoradora del Pan vivo bajado del Cielo, de la Carne y de la Sangre del Hijo de Dios y de María, como lo fue nuestra Madre. Pídele que te enseñe sus ardores eucarísticos.
María, haz de tu casa una Nazareth y una Betania. Ya lo es porque estoy Yo, y hazla más aún con un amor total a tu Jesús eucarístico. La enfermedad no es un obstáculo para el corazón amante. Son innumerables las iglesias en las que estoy solo. Ven a ellas con tu espíritu. Suple las faltas de amor de los demás.
Aprende de Mí a decir: “Ardientemente he deseado. He deseado ardientemente venir a Ti, Jesús, que estás tan solo en tantos altares, para decirte que te amo con todo mi ser. He deseado ardientemente verte, ¡oh mi Sol eucarístico! Ardientemente he deseado consumar mi Pan que eres Tú. Por tanto deseo, ten piedad de tu sierva, Señor. Déjame ir, ¡oh Cordero de Dios!, a tu celestial altar para adorarte eternamente. Haz que yo te vea con el alma embargada en tu gloria, ¡oh mi Sol divino!, que ahora te me muestras velado por la debilidad de mi condición de viviente. Deja que te ame, como quisiera amarte, en la bienaventurada eternidad. Ábreme las puertas de la Vida, Jesús, vida mía. Ven, Señor Jesús, ven. Que cuanto es carne se consuma en la comunión de Luz, y el espíritu te conquiste, mi Único y Trino Dios, el único amor de mi alma»».
28 de octubre
Ezequiel 33, 23-33; 34, 1-30.
Dice Jesús:
«Demasiados han querido comer con la sangre. Y la sangre se les hace un nudo en la garganta. Sangre arrebatada con prepotencia, por orgullo, por ambición de poder. Demasiada sangre ha sido derramada y es derramada sobre la tierra de quien ha perdido hasta la más mínima concepción del Bien y del Mal y es un hazmerreír en las manos de Satanás, que lo agita en el aire como insignia para ofuscar y extraviar a los débiles.
Demasiado «ilícito» se ha convertido en «lícito» sólo porque es cometido por los poderosos. Pero pensad, poderosos de un momento, que el único Poderoso tiene ya el rayo en la mano para incendiar, primero, en vuestras manos los frutos que habéis robado, y después, si aún no os arrepentís, para abrasaros a vosotros.
La verdadera posesión de la tierra no les será dada a los violentos, a los’ homicidas, a los corruptores, a los traidores, a los viciosos. Será de quienes vivan según mi Ley. Vosotros les podréis quitar este día terreno antes de que venga el atardecer; pero en el Día tremendo y fulgurante de mi Venida ellos os juzgarán, conmigo, a vosotros que ahora creéis lícito todo veredicto ilícito.
¡Ay de vosotros entonces, cuando tras Cristo Juez, cuya tremenda Majestad conmoverá los mundos con un temblor mucho más fuerte que el que abrió los sepulcros y desgarró el velo del Templo en el momento de mi muerte!, ¡ay de vosotros cuando tras de Mí veréis a todos los que habéis matado y torturado, cuyos dolores tendré presentes al juzgaros para la eternidad!
Por vuestra culpa caen ciudades, reinos, pueblos. Habéis querido archireinar con un
absolutismo feroz. Hago la soledad a vuestro alrededor. Permaneceréis como la columna superviviente de un palacio derrumbado. Pero acordaos de que a quien vive entre las ruinas le puede suceder que se arruine y está ciertamente destinado a la ruina. Y todavía podéis daros por contentos si al caer os acordáis de que Yo soy el Señor del mundo.
Tú, alma mía, no tiembles y no te engrías. Igualmente dañosos son el temor y el orgullo. Que las alabanzas y las burlas te dejen indiferente. Vive sólo en la idea de servir a la causa de tu Dios. Las humillaciones sufridas por causa de Dios ya son aureola.
¡Las alabanzas! ¡Oh! ¡las alabanzas de los hombres! Son la cosa más vana que exista y la que más fácilmente se desvanece en la nada. Más que una bola de aire que suba desde un fondo cenagoso, gas de fango podrido, para irrumpir en las superficies de las aguas sobre las que señala un círculo que se disuelve inmediatamente, así es la alabanza de los hombres. Siempre nace de sentimiento humano, arrastra consigo sus miasmas, rompe el espejo de la paz íntima y después no queda nada de ella. Bienaventurados quienes, como el agua que quiere permanecer pura, continúan actuando en Dios y van raudos, dejando atrás hasta el recuerdo de la alabanza inútil suscitada pasando al lado de la humanidad que es sólo tal.
Que nunca te seduzcan las alabanzas humanas. Piensa siempre que la mitad son hechas por hipocresía y la otra mitad por superficialidad. Como hoy te adulan, mañana te difaman. Piensa que hasta los más buenos, pero con una bondad totalmente humana, te escuchan por el deleite de las palabras, no por el jugo de las mismas. Les gustan los conceptos porque son armónicos y artísticos, no meditan sobre el nervio que les sostiene: “Tú eres para ellos como un cántico cantado con voz dulce y suave, ellos escuchan tus palabras pero no las ponen en práctica» 154.
Déjales. Peor para ellos. Rechazan otro don de mi paciente Misericordia y, rechazándolo, acumulan sobre sí mismos los carbones de mi Justicia, porque tuvieron quien de nuevo les llevara la Palabra, y despreciaron la ,Palabra una vez más. De nuevo se puede aplicar a esta generación la profecía de Isaías: «Oirán y no entenderán, mirarán y no verán. Porque el corazón de este pueblo se ha vuelto insensible; se han hecho duros de oídos y han cerrado sus ojos para no ver, no oír y no entender con el corazón, no sea que se conviertan y Yo les cure».
Generación adúltera y malvada, que crees con tanta facilidad en quien mata tu espíritu y rechazas a Cristo y a sus profetas que quieren darte la Vida, ¡cuántas veces, generación de los ya señalados con el signo de Cristo, lo que es un absurdo sobre vosotros desposados con el Enemigo y con la carne, cuántas veces he tratado de salvarte obteniendo, en cambio, piedras para mis profetas y la crucifixión para tu Maestro! Generación necia y traidora, generación de Judas que me vendes y cambias por un apetito inmundo, y reniegas la Luz para hundirte en las tinieblas, que te suceda lo que deseas. Tendrás la Muerte porque no quisiste la Vida, y no tendrás más signos que despierten tu somnolencia de comilona que los tremendos signos de mi ira.
«Pero cuando suceda lo que ha sido predicho, y he aquí que ya llega, entonces sabrás que en medio de ti hubo un profeta, un siervo, una ‘voz’ mía» 155.
Hija, escribe: «¡Ay de los pastores que se apacientan a sí mismos!» 156. Pastores de almas y pastores de hombres. Mis sacerdotes y jefes de naciones. .
La tremenda responsabilidad de ser administradores de vidas y de Vidas sólo puede desarrollarse en santidad y justicia si permanecéis en mi Santidad y en mi Justicia. No hay
154 La escritora añade a lápiz: v. 32 155 La escritora añade a lápiz: v. 33 156 La escritora añade a lápiz: v. 2
más que esto. No existe un actuar que sea siempre honesto al margen de Dios y de su Ley. Podréis regir durante algún tiempo, pero después decaéis y sois vuestra destrucción y la de los demás.
Tergiversáis vuestra misión; os apacentáis en lugar de apacentar. No os agotáis en la tarea santa y suave de robustecer y curar las almas, vosotros, los primeros pastores, y en la tarea justa y bendita de tutelar a vuestros súbditos, vosotros, los segundos pastores. Habéis perseguido o descuidado. Habéis condenado o matado. ¡Oh qué tremendo juicio os espera!
Lo repito 157: las desesperaciones de los sujetos recaen sobre quienes las suscitan. Toda desviación, toda blasfemia, sobre quien la hace surgir. Toda agonía de las almas, sobre esos sacerdotes que sólo saben ser rigoristas y sin caridad.
¡Ay, ay, ay de vosotros poderosos! Pero siete veces ¡ay! a vosotros sacerdotes. Porque, si los primeros llevan la muerte más a los cuerpos que a las almas, vosotros sois responsables de la muerte de las almas, comenzando por las de los poderosos que no sabéis contener, o, por lo menos, no tratáis de contener con un firme «Non licet», sino que les dejáis obrar su mal a cambio de un falso obsequio que es traición a Cristo.
Os lo he dicho: «El buen pastor da la vida por la de sus ovejas». Vosotros os preocupáis de conservar la vuestra; y las ovejas, grandes y pequeñas, se han dispersado, presa de las fieras, y han muerto por haberse alimentado con pastos malsanos.
Hay que saber poner la hoz a la raíz de la gran planta dañina. Y no sopesar el peligro de que ésta o sus ramificaciones se vuelvan contra vosotros con la hoz para quitaros la vida, sino actuar para preservar la Vida más alta. Esto lo hacéis cada vez menos, y la destrucción devasta la tierra, y la destrucción devasta los espíritus.
Ahora Yo os digo: Pues bien, Yo mismo seré su Pastor. Vendré para reunir a mis ovejas. Las reuniré en mis pastos fuera de las neblinas de las doctrinas necias y perniciosas que producen las fiebres mortales del espíritu. Las separaré, mejor, se separarán por sí mismas de los cabritos y de los carneros, porque oirán la Voz que les ama. La oirán, no ya como ahora, a través de mis siervos, sino brotando como un río de Vida de la boca del Verbo, que ha vuelto a tomar posesión de su Reino.
Recogeré con piedad a mis ovejas, también a las que vuestra negligencia ha dañado. Pero fuera, fuera de mi rebaño los lobos con apariencia de cordero, los pastores holgazanes, fuera los ávidos de riquezas y de placer. Quien me sigue debe amar lo que es nítido y honesto. Quien me sigue debe tener caridad hacia el hermano y no prosperar dejando a los otros la miseria de la hierba pisada y sucia y el agua enturbiada por las intrigas humanas. Y esto va también por aquellos que en las congregaciones de laicos sólo tienden a los cargos que excitan la vanidad. Abajo la soberbia si queréis ser mis corderos, y abajo la dureza de corazón. Son los cuernos puntiagudos con los que herís y menospreciáis a los mansos y oprimís a los débiles.
Cuando haya limpiado al rebaño de cuanto es falso e impuro, durante mi periodo de Rey de la Paz, instruiré a los que queden para la última instrucción. Me conocerán como ahora sólo me conocen los elegidos. No serán doce, sino doce mil veces doce mil las criaturas convocadas al conocimiento del Rey. Caerán las herejías y las guerras. Luz y Paz serán el sol de la Tierra. Se nutrirán con el germen vivo de mi Palabra y no languidecerán más de hambre espiritual. Me adorarán en espíritu y en verdad.
. Cuando llegue la última rebelión de Satanás contra Dios, no faltarán los últimos Judas entre los convocados al conocimiento del Rey. El oro de la Ciudad eterna debe ser depurado con tres filtros para poder convertirse en incensario delante del trono del Cordero glorioso. Y
157 Ya dicho en otros dictados, sobre todo en los del 22 de julio y del 5 de agosto
éste será el último filtro. Pero los «fieles» permanecerán fieles, conocerán que Yo estoy con ellos y que ellos son mi pueblo eterno.
Pero desde ahora, mis dilectos, alma que me amas y que amo, sabed que también antes de que Yo venga para reunir a mi rebaño y llevarlo a los eternos pastos del Cielo, vosotros sois mis amados corderos. Entraréis en mi Reino antes que los demás porque vosotros sois mi rebaño y Yo soy el Señor Dios vuestro, vuestro Pastor que encuentra sus delicias entre vosotros y que os llama a su morada para vivir con vosotros en la Paz reservada a los fieles de Cristo».
29 de octubre
Dice Jesús:
«Cuando hago decir a Sofonías que me llevaré cuanto hay en la tierra, le hago profetizar lo que sucederá en la antevigilia de los últimos tiempos, lo que Yo mismo anuncié después hablando, encubierto bajo la descripción de la ruina del Templo y de Jerusalén, de la destrucción del mundo, y cuanto profetizó el Predilecto en su Apocalipsis.
Las voces se suceden. Más aún, puedo decir que, como en un edificio sagrado elevado para dar testimonio de la gloria del Señor, las voces suben de pináculo en pináculo, de profeta a profeta antecediendo a Cristo, hasta la culminación mayor en la que habla el Verbo durante su vivir de hombre, y después, bajando de pináculo a pináculo a través de los siglos, por boca de los profetas que siguieron a Cristo.
Es como un concierto que canta las alabanzas, los deseos, las glorias del Señor, y que durará hasta el momento en que las trombas angélicas reunirán a los muertos de los sepulcros y a los muertos del espíritu, a los vivientes de la tierra y a los vivientes del Cielo para que se postren ante la gloria visible del Señor y oigan la palabra de la Palabra de Dios, esa Palabra que muchísimos han rechazado o descuidado, desobedecido, escarnecido, despreciado, esa Palabra que vino: Luz en el mundo, y que el mundo no quiso acoger prefiriendo las tinieblas.
Yo soy la cúspide del edificio de Dios. No puede existir palabra más alta y verdadera que la mía. Pero mi Espíritu está en la boca de las «palabras» menores, porque todo cuanto habla de lo que es de Dios es palabra inspirada por Dios.
La carestía y la mortandad de las epidemias serán uno de los signos precursores de mi segunda venida. Los castigos creados para corregiros y volver a llamaros a Dios obrarán, con dolorosa potencia, una de las selecciones entre los hijos de Dios y de Satanás.
Él hambre producido por los robos y las malditas guerras, queridas sin justificación de independencias nacionales sino sólo por la ambición del poder y la soberbia de los demonios con apariencia de hombres, producido por el detenerse de las leyes cósmicas, por voluntad de Dios, por lo que el hielo será áspero y prolongado, por lo que el calor quemará y no será mitigado por las lluvias, por lo que las estaciones serán invertidas y tendréis sequedad en las estaciones de las lluvias y lluvias en el tiempo de la maduración de las mieses, así que engañadas por la templanza repentina o por el frescor insólito, las plantas florecerán fuera de estación y los árboles se recubrirán, después de haber generado, de nuevas flores inútiles, que aprisionan sin fruto la planta -porque todo desorden es nocivo y conduce a la muerte, recordadlo, hombres- el hambre atormentará cruelmente esta raza perversa y enemiga de Dios.
Los animales, privados de forraje y pienso, de grano y semilla, morirán de hambre y, por el hambre del hombre, serán destruidos sin darles tiempo de procrear. Los pájaros del cielo y los peces de las aguas, piaras y rebaños, serán asaltados por todas partes para dar a
vuestros vientres el alimento que la tierra sólo producirá escasamente. .
La mortandad, creada por las guerras y las pestes, los terremotos y los naufragios, precipitará en el más allá a los buenos y a los malos. Los primeros para vuestro castigo – porque privados de los mejores empeoraréis cada vez más- los segundos para su castigo, porque tendrán el infierno por morada antes de la hora prevista.
Vosotros seréis la víctima preparada por el Señor para purificar el altar de la Tierra, profanado por lo pecados de idolatría, de lujuria, de odio, de soberbia, hombres que perecéis a miles y a decenas de miles bajo la aguda guadaña de los fulgores divinos. Caeréis unos sobre otros como la hierba segada sobre un prado en abril: las flores santas mezcladas con las venenosas, los delicados tallos con los punzantes espinos. La mano de mis ángeles escogerá y separará a los benditos de los malditos, llevando a los primeros al Cielo y de- jando a los segundos a los tridentes de los demonios para pasto del Infierno. Ser reyes o mendigos, sabios o ignorantes, jóvenes o viejos, guerreros o sacerdotes no constituirá diferencia ni baluarte contra la muerte. Habrá un castigo y será tremendo.
El ojo de Dios escogerá a los destinados quitando las «luces» para que no tengan que sufrir más la neblina creada por los hombres unidos a Satanás, quitando las «tinieblas» generadoras de tinieblas porque están poseídas por el padre de las tinieblas: Satanás.
El ojo de Dios, que penetra en los palacios, en las iglesias, en las conciencias -y no hay barreras ni hipocresía que le impida ver- escudriñará en el seno de la Iglesia: la Jerusalén de ahora, escudriñará en el seno de las almas y escribirá el decreto personal para los dolientes, los indiferente, los tibios, los rebeldes, los traidores, los homicidas del espíritu, los deicidas.
No, no creáis que Dios no os hará ni bien ni mal por vuestras obras. Yo os lo juro, lo juro a Mí mismo, lo juro por mi Justicia, lo juro con triple juramento, os haré bien por el bien que hagáis y mal por el mal que hayáis realizado.
Si las impurezas de la carne y de vuestra vida de animales ponen una costra en vuestros ojos para impediros ver a Dios, a Dios nada le empaña. Dejaré caer mi mano sobre los que se complacen de estar en el barro y allí quieren quedarse a pesar de las invitaciones y los medios que les doy para salir. Serán barro en el barro, porque hacen del barro del pecado el alimento preferido para su hambre impura.
El día se acerca, hijos que habéis renegado del Padre. El tiempo de la Tierra es largo y breve al mismo tiempo.
¿Acaso no era ayer cuando gozabais de un honesto bienestar fruto de la paz y de las obras pacíficas que dan el pan y el trabajo? ¿Acaso no era ayer, vosotros que vivís en esta hora tremenda, cuando gozabais de la alegría 9.e la familia no desmembrada ni destruida, la alegría de los hijos alrededor de la mesa del padre, del tálamo: el esposo junto a la esposa, del padre inclinado sobre la cabeza de los niños como maestro y amigo? ¿Y ahora? ¿Dónde está todo eso? Ese tiempo pasó veloz como el pájaro que vuela a playas lejanas. Era ayer… ahora os volvéis y veis que un número de días, que el horror multiplica con su sangrienta intensidad, os separa de ellos. Os refugiáis en el recuerdo, pero el cúmulo de escombros y la extensión de tumbas os destruyen la dulzura del recuerdo con la realidad del presente.
¡Oh! hombres, hombres que insultáis a Dios con las voces de la boca y del corazón creyendo que os sea lícito hacerlo, oíd, hombres, la voz de Dios, desgarrada y desgarrante, que ya retumba en el mundo porque no le sirve hablaros por la boca de sus siervos y amigos, que os anuncia su ira, y que todavía os llama porque sufre al castigaros. .
Antes de que la ceguera de vuestros espíritus sea total, venid al Médico y a la Luz. Antes de que la sangre sea tanta de constituir un lago de muerte, venid a la fuente de la Vida. Reunid vuestras miserables capacidades de amor y volvedlas a Dios. El amor os perdonará por esas migajas de amor que le ofreceréis, resto de las rapiñas de la carne y de Satanás.
Deben ofrecerse a Dios las primicias y la. totalidad de los bienes. Pero dado que no habéis sabido hacer esto, hijos que me habéis costado la vida, dad al Señor grande, piadoso, poderoso, lo que aún os queda. En vuestra pobreza de espíritu, pobreza no evangélica sino humana, arrancaos del corazón la última punta, negad a la carne ese resto y dádmelo a Mí. Sé que a uno de mis dilectos le cuesta menos el sacrificio de la vida, porque el amor le embarga, de lo que a vosotros os cuesta el sacrificio de un beso. Y por vuestro esfuerzo, desproporcionado con la oferta, os daré un premio desproporcionado con el don. Os lo daré, con tal de que vengáis.
Quien trabajó bien en la última hora será admitido en el Reino como quien rigió el arado, hasta caer sobre él, desde la aurora hasta su tarde anticipada. No os lamentaréis de tener una morada distinta en el Cielo; allí no existen las mezquindades de las envidias humanas. Pero conquistad este Cielo que he creado para vosotros y que os he abierto con mi muerte de Cruz. Venid al Señor antes de que el Señor venga sobre vosotros con su majestad de Juez.
Respecto a vosotros, mis dilectos, permaneced en el camino que habéis escogido. Los vendavales y las tempestades no lograrán haceros perder la meta que soy Yo, que tengo el Corazón abierto para recibiros con el más vivo beso de amor. Dejad que caigan los reinos y los pueblos, y que lo que ahora se cree potente se convierta en cenizas y escombros, y que lo que ahora se cree con el derecho de dictar deseos y doctrinas se convierta en polvo triturado por la Voluntad y la Ley de Dios.
En mi breve reinado sobre el mundo seré Yo quien reine, Yo y el resto de mi pueblo, esto es, los fieles verdaderos, los que no han renegado de Cristo y recubierto el signo de Cristo con la tiara de Satanás. Entonces caerán las falsas deidades de los superpoderes, las doctrinas obscenas que reniegan de Dios, Señor omnipotente.
Mi Iglesia, antes de que se acabe la hora del mundo, tendrá su triunfo resplandeciente. No hay nada distinto en la vida del Cuerpo Místico de cuanto hubo en la vida de Cristo. Se dará el hosanna de la vigilia de la Pasión, el hosanna cuando los pueblos, fascinados por la Divinidad, plegarán sus rodillas ante el Señor. Después vendrá la Pasión de mi Iglesia militante, y al final la gloria de la Resurrección eterna en el Cielo.
¡Oh bienaventuranza la de aquel día en el que habrán acabado para siempre las insidias, las venganzas, las luchas de esta tierra, de Satanás, de la carne! Mi Iglesia estará compuesta entonces por los verdaderos cristianos. Entonces, en el penúltimo día. Pocos como al inicio, pero santos como al inicio. Acabará en santidad como en santidad comenzó. Se quedarán fuera los mentirosos, los traidores, los idólatras. Los que en el último día imitarán a Judas y venderán su alma a Satanás dañando al Cuerpo místico de Cristo. La Bestia tendrá en ellos sus lugartenientes para su última guerra.
Y ¡ay de quien en Jerusalén, en los últimos tiempos, se haga culpable de tal pecado! ¡Ay de quienes en ella se aprovechen de su apariencia para provecho humano! ¡Ay de quienes dejen perecer a los hermanos y dejen de hacer de la Palabra que les he confiado el pan de las almas hambrientas de Dios! ¡Ay! No haré diferencia entre quien reniegue abiertamente a Dios y quien le reniegue con las obras. Y en verdad os digo, con el dolor del Fundador por excelencia, que tres cuartos de mi Iglesia me renegará en la última hora, y tendré que amputarles del tronco como ramas muertas y corrompidas por una lepra inmunda.
Pero vosotros que permanecéis en Mí, oíd la promesa de Cristo. Esperadme con fidelidad y amor y Yo vendré a vosotros con todos mis dones. Con el don de los dones: Yo mismo. Vendré para redimir y curar. Vendré para iluminar las tinieblas, vencerlas y hacerlas huir. Vendré para enseñar a los hombres a amar y adorar al Dios eterno, el Señor altísimo, el Cristo santo, el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo. Vendré para traeros, no la paz de este
mundo, eterno destructor de la Paz, sino la Paz del Reino que no muere.
Regocijaos, mis siervos fieles. Os dice esto la boca que no miente. Ya no tendréis que temer ningún mal porque pondré fin al tiempo del mal, anticiparé este final por piedad hacia mis benditos.
Regocijaos sobre todo vosotros, mis amados de entonces. Para vosotros será todavía más solícito el adviento de Cristo y su abrazo de gloria. Ya se abren para vosotros las puertas de la Ciudad de Dios y sale vuestro Salvador para venir a vuestro encuentro a daros la Vida verdadera.
Todavía un poco y después vendré. Como para Lázaro, mi amigo, os llamaré uno a uno: «¡Sal fuera!». Fuera de esta tierra que es tumba para el espíritu encarcelado en la carne. Fuera. En la Vida y en la libertad del Cielo.
Llamadme con vuestro amor fiel. Que él sea la llama que funde las cadenas de la carne y da al espíritu la libertad de venir pronto a Mí. Pronunciad el grito más bello escrito por hombre: «Ven, Señor Jesús»».
30 de octubre
Sabiduría 1, 1-11. Dice Jesús:
«Leamos juntos la Sabiduría. Comienza con la exhortación, tantas veces dicha por Mí, a todos los poderosos de la tierra para que sean más poderosos en justicia que en fuerza.
La fuerza no es un atributo de santidad. No eleva al hombre a un nivel sobrehumano. Sólo una es la fuerza que os eleva: la del espíritu. Pero ésta es la antítesis de la fuerza que amáis y admiráis como si fuera una gran cosa.
Vosotros amáis la «violencia», la «prepotencia», la. «crueldad», y a este trinomio le llamáis «fuerza» y la veneráis con temor como la fiera encadenada teme la autoridad del domador. Pero tened en cuenta que esa fuerza es común con los animales. Sólo fuerza de carne y de sangre, que os hace cometer acciones de carne y de sangre. Y por eso raramente es justicia. Lo he dicho 158 y lo repito: «Vosotros, poderosos, sois tales mientras que Yo lo permito y no más». ¿Qué significa entonces agitar el látigo sobre quienes no tienen una autoridad específica? Despojados de esta vestidura que os llegó por herencia, si sois reyes, o por suerte y astucia si sois dignatarios, ministros, jefes de provincia, de pueblos, directores de un instituto, de una fábrica, de una oficina, de un convento ¿qué tenéis distinto de los demás?
Nada.
Muchas veces vuestros inferiores merecen ese puesto más que vosotros. Merecedores humana y sobre todo espiritualmente. Pensad siempre que, aunque callen por miedo, os juzgan, y os juzga Dios, que ve vuestras acciones mejor que nadie, y vuestro ser doradas y coronadas estatuas de barro, barro negro del charco más corrompido. Los falsos y obligados obsequios con los que queréis que se os inciense, repugnan a Dios que perdona quienes están forzados a hacerlos, entre la multitud que os los da, y os maldice a vosotros y a los demás: vuestros idólatras hasta el punto de consideraros dioses y daros ese culto de honor y respeto que a Mí no me dan.
Sólo Uno es Dios. Quien ha hecho la tierra sobre la que imperáis en vuestro breve día y con vuestro necio o cruel orgullo. Si queréis ser realmente «grandes», «fuertes», tomad esta grandeza y esta fortaleza del Grande y Poderoso: de Dios, siguiendo su Palabra, permaneciendo en Él como hijos. No sois más que el último nacido de mujer respecto de
158 En el dictado del 23 de octubre
Dios que es el Padre Creador de todos y que puede tener sobre el corazón, como perla preciosa, al pobre que despreciáis, que Él ama por su santidad, mientras que os mira con re- proche a vosotros que le desafiáis desde lo alto de vuestro precario puesto.
Cuánta necesidad de luz tenéis los que gobernáis la Tierra. La luz viene de Dios. Sólo Él es el Padre y generador de la Luz. Permaneced por tanto bajo su rayo santo, seguid la Luz, no la repudiéis por las Tinieblas.
Buscad al Señor como consejero. Él no es uno de esos necios, mentirosos, interesados consejeros, que están a vuestro alrededor, adulándoos y excitando vuestros peores instintos por espíritu servil o por plan interesado de llevaros al error, para conseguir vuestra caída y sustituiros en el puesto del que habéis caído.
. Pero no tratéis de buscar a este Señor santo, que lo ve todo, con engañosas intenciones. Maldecid a quienes siempre me nombran, y conmigo a mi Providencia, para engañar a las multitudes fingiéndose corderos mientras que son lobos. Ese Nombre grande y poderoso, que retumba y resplandece como sol bendito sobre los buenos y como fulgor sobre los malvados de esta tierra y de la morada de Satanás, se convierte en sus labios blasfemos en carbón que desciende a quemar el corazón.
Yo estoy donde un hijo me llama. Pero no confirmo con mi ayuda las obras de los malvados. Pensad, hombres, que sus efímeros triunfos, que os hacen creer que Yo esté con ellos y dudar de mi Justicia, no han venido de Mí. Es su caudillo y padre: es Satanás, quien se los concede como a hijos y militantes devotos, para crearles un tormento cada vez mayor tras la muerte.
Yo estoy allí donde hay un fiel que cree en Mí. Pero éstos no son fieles. Si lo fueran, observarían mi Palabra y la Voluntad de Quien me ha mandado. En cambio éstos pisotean la primera, desobedecen a la segunda y ofenden al Espíritu Santo matando su espíritu con odio contrario al amor, con lujuria profanadora, con soberbia corruptora de almas. Son barcas sin timón presas del viento y de las malas corrientes. Van cada vez más lejos de la meta que es Dios y acaban pereciendo en el pozo del abismo.
Cuando un corazón está lleno de pensamientos de carne o de pensamientos de infierno, quintaesencia de los pensamientos de carne, ¿cómo puede entrar Dios allí con sus luces? Cuando un corazón, que ya era de Dios, se separa de Él obrando el mal, ¿cómo puede mi Espíritu continuar siendo su maestro?
Soy el Misericordioso. Compadezco y perdono. Perdono mucho. Perdono cuanto os veo cometer por debilidad humana, no lo que se hace con frío cálculo humano. Y nunca seré tan severo juez como con quien, con su pensamiento vendido a Satanás, realiza más delitos que un bandido, induce a otros a realizarlos, y sobre todo cumple el delito de los delitos: inducir los ánimos a dudar de Dios.
Hoy este delito de homicidio y de deicidio es exclusividad de muchos. Matan cuerpos y almas, y matan la idea de Dios en las almas cegándolas como órbitas vacías.
Las multitudes se dan cuenta demasiado tarde. Pero Yo lo veo en el momento en que pensáis y actuáis, y todos vosotros, sacrílegos de la carne y del espíritu, seréis juzgados con juicio severísimo».
31 de octubre
Sabiduría 1, 12-16; 2-5. Dice Jesús:
«Hay dos tipos de muerte. Ya lo he explicado 159. Existe la pequeña muerte, la que os separa de la tierra y libera vuestro espíritu de la carne. Y existe la gran muerte: la que mata lo que es inmortal: vuestro espíritu. De la primera resurgiréis. De la segunda no resurgiréis nunca. Seréis separados para siempre de la Vida: o sea de Dios, vuestra Vida.
Sois más necios que los animales que, obedeciendo la orden del instinto, saben controlarse en el alimento, en el emparejamiento, en el escogerse moradas, vosotros, con vuestras desobediencias continuas al orden natural y sobrenatural, os producís muchas veces a vosotros mismos la primera y la segunda muerte. Incontinencias, abusos, imprudencias, modas desviadas, placeres, vicios, matan vuestra carne como muchas armas manejadas por vosotros con delirio. Los vicios y los pecados matan después vuestra alma. Por eso Yo digo: «No vayáis a buscar la muerte con los errores de vuestra vida y la perdición con las obras de vuestras manos».
Os lo he dicho 160: Dios, que lo ha creado todo, no ha creado la muerte. Obra suya es el sol que resplandece desde hace milenios; obra suya el mar contenido en sus límites sobre un globo que gira en el espacio; obra suya las estrellas infinitas por las que el firmamento es como un espacio sobre el que se hayan desparramado las joyas caídas de un inmenso cofre abierto; obra suya los animales y las plantas: desde los colosales como elefantes y baobab, a los más sutiles, como la dedicada plumita del musgo y el efímero mosquito del fresal; obra suya vosotros hombres, que tenéis el corazón más duro que el jaspe y la lengua más cortante que el diamante creados y sepultados por el Eterno en las vísceras del suelo, que tenéis el pensamiento más oscuro que el carbón que se ha formado en las estratos terrestres con la descomposición de milenios, que tenéis una inteligencia poderosa como el águila en los espacios pero la voluntad terca y rebelde como la de una simia.
Pero no ha creado la muerte. Ésta ha sido generada de vuestro desposorio con Satanás. Vuestro padre, en el orden del tiempo terrestre, Adán, la generó antes de generar a su hijo. La generó aquel día en que, débil ante la debilidad de la mujer, cedió a su voluntad seducida y pecó donde nunca había habido pecado, pecó bajo el silbido de la Serpiente y las lágrimas y el rubor de los Ángeles. Pero la pequeña muerte no es un gran mal cuando con ella sólo cae la carne, como la hoja que ha finalizado su ciclo. Al contrario, es un bien, porque os lleva al lugar de donde vinisteis y un Padre os espera.
Al igual que no ha hecho la muerte de la carne, Dios no ha hecho la muerte del espíritu. Al contrario, ha enviado al Resucitador eterno, su Hijo, para daros la Vida cuando ya estabais muertos. El milagro de Lázaro, del joven de Naím y de la hija de Jairo no son nada. Estaban dormidos: Yo les desperté. En cambio es grande el milagro cuando de una Magdalena, de un Zaqueo, de Un Dimas, de un Longinos, muertos en el espíritu, he hecho «vivos en el Señor».
¡Estar vivos en el Señor! No hay nada mayor en belleza, alegría, duración, resplandor que esto. Creedlo, hijos, y tratad de estar «vivos». Vivos en Dios Uno y Trino, vivos en el Padre, vivos para la eternidad.
Vosotros que llamáis infierno a la tierra, y por muy infernal que la hayáis vuelto con vuestros feroces sistemas es un paraíso respecto de la morada de Satanás, no deis a vuestro espíritu el infierno como última meta. Dad a Dios a vuestro espíritu, que es Paraíso, y dejad el infierno para los infernales, los condenados, los malditos que han rechazado la Vida, alimento repugnante para su corazón de pervertidos, y acogido la muerte de la que eran muy dignos.
Si todo acabase en la tierra, sería poco mal el aparecer malvados durante algún tiempo. Los hombres lo olvidarían pronto, porque el recuerdo es como una nube de humo que se
159 Sobre todo en el dictado del 22 de agosto
160 En el dictado del 23 de septiembre
disipa en seguida. Pero la tierra no lo es todo. El todo está más allá. Y en ese «todo» encon- traréis que os espera lo que habéis realizado sobre la tierra.
Nada quedará sin juicio. Pensadlo. Y no dilapidéis como locos los bienes que Dios os ha dado, sino hacedlos fructificar para vuestra inmortalidad. Quienes vivieron en el Señor no mueren. Cuanto hubo aquí de dolor, humillación, prueba, para ellos se transformará en el más allá en premio, en triunfo, en alegría.
No penséis que Dios sea injusto en el distribuir los bienes de la tierra y la duración de la vida. Esto es lo que piensan quienes están ya fuera de Dios. Los vivientes en el Señor se alegran de las privaciones, de las penas, de las enfermedades, de la muerte precoz, porque ven en todas las cosas la mano del Padre que les ama y que sólo puede darles cosas útiles y buenas; las cosas que, por otra parte, me ha dado a Mí, su Hijo.
Éstos, que ya están proyectados fuera de este mundo, sólo piensan y desean la gloria de Dios, y Dios les revestirá de gloria para siempre. Los malvados serán olvidados o recordados con horror; pero a los santos, a los justos, a los hijos de Dios se les dará culto duradero y santo, porque el Señor cuida a sus dilectos, y no sólo se ocupa de darles la alegría en el Cielo, o sea, a Sí mismo, sino que hace que los hombres le otorguen verdadero honor, haciendo brillar el espíritu de un santo como una nueva estrella ante los ojos y las mentes de los hombres».
1 de noviembre Sabiduría 6, desde el v. 11 en adelante.
Dice el Señor Jesús:
«Soy Yo quien ha dado a mis santos la Sabiduría de la que soy poseedor absoluto. Soy Yo quien hablo a los dilectos para que esparzan mi Sabiduría entre los hombres. Soy Yo quien bendigo con gratitud a mis elegidos que se han consumado a sí mismos para ser portadores de mi Sabiduría. Soy Yo quien les premio porque el amor a la Sabiduría es amor a Dios, no pudiendo haber conocimiento de la Sabiduría y rebelión a Dios. Quien ama la Sabiduría ama su fuente: ama a Dios. Quien ama a Dios conquista el premio.
Vosotros, por tanto, que siempre aspiráis a la gloria, aspirad a esta gloria verdadera y eterna. Dejad caer los cetros y las celebridades de la tierra y tended a conquistar la fama y la corona inmortal de la bienaventurada santidad. Esforzaos por merecer la Sabiduría y lo poseeréis todo de la tierra porque poseeréis a Dios, que hablará en vosotros, os guiará, os consolará, os elevará, os hará mis amigos y profetas del Altísimo. Entonces vosotros entenderéis, hablaréis, veréis, no con vuestros órganos y vuestras capacidades, sino con la vista y la mente de Aquel que está en vosotros como el Santo de los Santos en su tabernáculo viviente.
Seréis, oh mis hermanos queridos, como era mi Madre cuando me llevaba en su seno y Yo le comunicaba mis movimientos de amor. María, velo preciosísimo y casto para el Viviente, el Sapiente, el Santo, ya infundida de Sabiduría por su angelical pureza, fue una con la Sabiduría cuando el Amor la hizo Madre de la Sabiduría encarnada. Ni vosotros sois menos cuando conmigo Eucaristía en el corazón, y con el corazón queriendo vivir de Dios -he aquí la condición esencial-llegáis a ser uno conmigo y sabéis permanecer en Mí incluso después de la consumación de las Especies, con vuestro amor adorante.
Sedme de las «Marías». Llevad a Cristo en vosotros. El mundo necesita tener, entre tanta ciencia inútil quien comunica la verdadera Sabiduría. Y quien me tiene en sí, más aún, quien se anula en Mí, aunque no diga palabras, comunica con sus obras la Sabiduría, porque sus obras dan testimonio de Dios.
Yo después, por piedad de los ciegos y de los sordos, de los analfabetos del espíritu, doy voz y pluma en las manos y sobre los labios de quien escojo, para que el Espíritu de Dios sea oído de nuevo y se salven los desviados y encuentren la dirección justa los errantes, se levanten los caídos y confíen en Quien tiene nombre: Misericordia».
El mismo 1° de noviembre a las 12,30, tras una antiprofesión de fe de m. p. 161 que tanto me hace sufrir.
Dice Jesús:
«¿A qué compararemos a algunos pobres desgraciados? A infelices maniáticos que, mientras que fuera hay un hermoso sol y junto a ellos afectos y alimentos, se niegan a salir, nutrirse, hablar, y se esconden como bestias salvajes en su cueva, en la oscuridad, deján- dose morir de inanición.
Son abismos de error, de horror, a veces de odio, que deben colmarse con la paciencia, la misericordia, el amor y el dolor. Paciencia soportando sus ideas, misericordia acercándonos aún a pesar de la repugnancia que nos da la lepra de sus espíritu, amor porque el amor es el vencedor y la medicina más poderosa de todas, y dolor porque para dar la Vida y la Luz hay que morir como hace la lámpara que arde consumiéndose y el grano que da alimento si muere.
Dadas estas cosas, basta. Las palabras son inútiles porque esas almas están ensordecidas por Satanás que les impide oír. Hay que vencer primero a Satanás, y a éste se le vence con la oración y el dolor, no con las discusiones en las que es maestro para persuadir hacia su doctrina.
Es natural que tú sufras. Cada una de esas palabras, antes de herir mis Carnes, han pasado a través de las tuyas, porque tú te has puesto entre el mundo y el Maestro para defender a tu Rey. Es el oficio de las víctimas. Pero Yo pongo un beso en cada herida y por cada una te digo: gracias, María, por tu amor. Bendita seas por esto».
Son las 16 y gozo de un raro momento de soledad.
A la fatiga de soportar las voces a mi alrededor, yo que quisiera vivir oyendo sólo la «Voz» que usted 162 sabe y que Yo amo con todas mis fuerzas, o recordando esa «Voz», hoy se ha unido la doble fatiga de oír… (la caridad hacia quien me da tan altas instrucciones me prohíbe escribir la palabra que me viene espontáneamente) diré así: palabras ignorantes. Espero que la ignorancia sea excusada por el buen Dios, Y espero que el ignorante que la ha profesado tan ampliamente sea perdonado precisamente por su ignorancia.
He sufrido tanto, que es como si me hubieran azotado. Tan palpablemente que él lo ha entendido y ha tratado de remediado trayéndome un dulce. ¡Qué amargo me resultaba ese dulce empapado de la ofensa a mi Dios Eucarístico! No pudiendo, o mejor, no queriendo hablar porque hubiera sido demasiado severa, he callado, pero yo creo que habló mi rostro.
Después, por la tarde, le he dicho a Paola 163 que necesito silencio, porque demasiadas palabras agotan mi cuerpo exhausto. Y ella lo ha dicho a los demás. Pero no es el físico el que se turba y sufre. Es el espíritu quien se molesta. Quisiera poder vivir aislada al menos 18 horas sobre 24. O por lo menos permanecer con quien me entiende, conoce y respeta la terrible, santa, suave exigencia de Dios sobre mí.
Mi Jesús me ha consolado, como usted ve, con las palabras pronunciadas a las 12,30. Pero permanece la amargura de algunas cosas oídas y de algunas constataciones hechas
161 Sobre una copia mecanografiada, la escritora precisa: Mi primo a.E. (Giuseppe Belfanti, primo de la madre de la escritora)
162 Padre Migliorini
163 Hija de Giuseppe Belfanti
en relación al estado de algunas almas.
Ahora cesa la pausa de paz y, a mi vez, yo dejo de escribir.
Menos mal que Paola me dedica una fotografía con estas palabras: «Te quiero y quiero darte las gracias porque viviendo a- tu lado siento que estoy más cerca de Dios». ¡Menos mal! Si no le llevo a él donde quiero, le llevo a ella. Y puesto que es joven, y quizás sea madre de familia 164 está bien que se llene de Dios.
2 de noviembre
Continúo hoy 2 de noviembre porque ayer, entre la gente que vino y… la poco agradable visita inglesa 165, no pude escribir más.
Respecto a las impresiones padecidas durante ese penoso cuarto de hora, le diré 166 que son distintas y variadas.
La primera es que sólo orando me sentía suficientemente tranquila. Me parecía imposible que mientras que lo invocaba sobre mí, y sobre todos los que estaban recogidos alrededor de mi lecho y, con caridad aún mayor, sobre todos los demás que huían por las calles o temblaban en las casas, Él, cuyo Nombre es poderoso, no me escuchara. Tenía, y la he notado tres o cuatro veces durante la oración, la sensación de que Él me abrazase y me hiciese entender que tenía que permanecer tranquila porque estaba protegida por Él.
En mis condiciones tan graves, sería una mentira decir que el corazón no ha sufrido por ello. Si me impresiona un ruido fuerte, un grito, el choque de dos coches, el ver caerse a una persona, un altercado, una noticia, etc. etc., bien se puede pensar cómo se habrá resentido mi corazón físico por esa violenta sacudida. Pero usted ha podido constatar que, auxiliado el corazón con una enérgica inyección, moralmente no estaba descentrada.
La segunda es que desde por la mañana, después de aquella profesión anticatólica, estaba bajo la impresión, mejor dicho, la persuasión de que si los enemigos hubieran venido ese día, habría sido tremendo. ¡Efectivamente!…
Tercera: cuando acabó: el alivio pensando que había pasado la pesadilla, que me atormentaba desde hacía 20 días, de un bombardeo aéreo. Se lo mencioné en ese sueño al que quería aplicar el hecho de la muerte de aquellos 5 en la plaza Mazzini hace ahora al- rededor de 15 días 167. En el sueño había visto caer proyectiles desde lo alto sobre Viareggio y comprendía que habían venido de aviones. Pero quería creerme que todo hubiera sucedido con aquel proyectil que cayó cerca.
¿Habrá pasado ya todo? Dios lo quiera, porque le confieso que no me agrada la idea de morir sepultada viva o destrozada en un hospital. Acepto mis 5 enfermedades y estoy dispuesta a aceptar otras 5, otras 10, con todos sus desgarros, pero sólo pido que me dejen en mi casa donde tanto ha obrado Jesús por mí, y que me es sagrada por Él, porque me la ha dado Él y porque en ella han fallecido los míos.
Cuarta y última impresión: de gratitud hacia usted. Estaba segura de que habría venido, pero el vede venir me ha conmovido y tranquilizado. ¡Nunca se está los suficientemente absueltos y benditos en determinados momentos!
En esos días en que usted se encontraba ausente, yo estaba siempre con el corazón en vilo por el asunto de cualquier incidente mío particular o de algún incidente general. Sé bien,
164 Paola Belfanti se casará en 1945 con Giuseppe Cavagnera y tendrá una hija. Ya viuda, morirá en Milán en 1989
165 El primer bombardeo aéreo sobre Viareggio, acaecido la tarde del ¡o de noviembre de 1943
166 Se dirige a Padre Migliorini
167 Por culpa de una maniobra militar, que se desarrollaba sobre los Alpes Apuane, un proyectil, que debería haber acabado en el mar, había caído en cambio sobre la Plaza Mazzini, matando a cinco personas
por propia experiencia, que a los médicos y a los sacerdotes es muy difícil tenerles en los momentos en que son más necesarios y deseados. Y por eso me dolía que usted estuviera lejos, porque es el único que se ocupa. de mí.
3 de noviembre
Dice Jesús:
«Ayer callé para hacer posible no que descansaras, sino que obedecieras. El Padre te ha dicho que escribas tus impresiones y la manera en que me oyes. Dado que tus fuerzas y tu tiempo son limitados, si haces una cosa no puedes hacer la otra. Entonces te he dejado quieta para que pudieras obedecer. El Padre no te dio una orden, sólo expresó un deseo. Pero para los verdaderos obedientes hasta un deseo se convierte en orden.
La obediencia vale más que la palabra, aún cuando la palabra esté escrita bajo mi dictado. Porque la palabra la oís y la escribís, pero no es vuestra; la repetís, pero no es vuestra. La obediencia, en cambio, es vuestra. Es el caso de decir: «Dejadla, porque a los pobres les tenéis siempre y a Mí no siempre me tenéis». Los pobres, a quienes dar la palabra, les tenéis siempre. La ocasión de esparcir el precioso aroma de la santa obediencia, desafiando los comentarios de los demás, no siempre la tenéis.
Y sabed que la obediencia ha sido la virtud del Verbo, destinado a ser Hombre y convertirse en Redentor. El amor, el poder, la perfección, la sabiduría, son comunes a Nuestras Tres Personas. Pero la obediencia es mía, exclusivamente mía. He obedecido encarnándome, haciéndome pobre, estando sometido a los hombres, cumpliendo la misión de evangelizador, muriendo.
Por eso, cuando obedecéis, sea a los hombres en las correspondientes obediencias, sea a Dios en las grandes obediencias que implican renuncias, sacrificios de sangre y aceptación de muertes, a veces muerte atroz, sois semejantes a Mí que fui obediente hasta la muerte, que fui el Obediente por excelencia, el Obedientísimo divino.
Sólo inferior a Mí en la obediencia fue la dulce Madre que obedeció siempre, y con su amorosa sonrisa, a los deseos del Altísimo.
Tercero fue mi casto padre en la tierra, que hizo con su fuerza viril bordados de obediencia, más aún, doblegó su fuerza viril y su sentido de justicia como un hilo de seda para plegarlo a los deseos de Dios.
Por eso quien obedece, obedece a los tres más obedientes del mundo y les tendrá por amigos aquí y más allá, en el Cielo».
Y ahora me esfuerzo en describir las fases y los modos por los que me viene y escribo la palabra de la querida «Voz».
A veces, cuando es de noche, en mi duermevela -más vela que sueño, porque a la vez estoy oyendo cuanto sucede en la habitación o en la calle- oigo a la Voz decirme repetidamente una frase, como para invitarme a sentarme y escribir. Si tengo fuerzas físicas suficientes me siento y, luchando con la soñolencia y los dolores, me pongo a escribir. Entonces a la frase o a las pocas frases iniciales siguen las demás, como un hilo que se devana, y cesa el sufrimiento provocado por el contraste entre el alma tesa en la escucha, y que quisiera ser servida por el cuerpo, y el cuerpo agotado que se resiste a servir al alma saliendo del descanso para escribir.
En algunas ocasiones, en cambio, la «Voz» es tan prepotente –a veces junto con el sonido debe comunicarme una fuerza especial que dura cuanto dura la necesidad de aquélla– que debo sentarme inmediatamente y escribir o, si es de día, dejar lo que esté haciendo para
escribir.
Muchas veces advierto el acercarse del momento de adoctrinamiento, y por eso de cercanía del Maestro, como una especie de sacudida, de penetración, de infusión, no sé cómo explicarme para ser exacta. En suma, es algo que entra en mí y me da una alegría luminosa. Insisto sobre «luminosa» porque es precisamente como si de un lugar sombreado yo pasase a la templanza y la alegría del sol.
Pero esto no sucede siempre. Éstos son los momentos más altos, como lo son aquellos en los que la palabra se une con la visión de lo que Él describe (como cuando me mostró a María en su gloria en el Paraíso 168). Generalmente es una cercanía, muy cercana. Pero siempre cercanía.
Las lecciones, después, son así.
Algunas veces, como esta mañana para el texto que le adjunto sobre una hojita separada, nada justifica ni provoca esa determinada instrucción. Por ejemplo, esta mañana yo estaba a mil leguas de ese pensamiento. No rezaba, al contrario estaba ocupada en tareas totalmente materiales ligadas a mis necesidades especiales de enferma. Digo esto para decirle cuán lejos estaba de pensar en cosas místicas. La «Voz» comenzó a hablar sin tener nada en cuenta. Después esperó a que acabase con esa ocupación tras haberme dado, por así decirlo, el primer toque. Después me empujó a escribir, me dio a entender que cogiera una media hojita, que bastaría. Yo tenía en la mano un folio ‘entero, pero me lo hizo dejar. Como ve, efectivamente, ha sido suficiente.
La primera frase pronunciada mientras que no podía escribir era: «La obediencia vale más que la palabra. La obediencia ha sido la virtud del Verbo». Después, sobre ese tema inicial cuando ya podía escribir, Jesús dictó, así como las he escrito en la hojita, sus palabras.
Otras veces, en cambio, comienza su lección espontáneamente haciéndome abrir al azar el libro que Él quiere y en el que me presenta inmediatamente la frase sobre la cual desarrolla después el adoctrinamiento más o menos amplio. A veces se sirve de cualquier libro, incluso de un periódico, del que extrae enseñanza.
Están, después, los días en los que no habla, y entonces me encuentro tan infeliz que me parece ser como un niño que ya no está junto a su madre y la busca por todas partes y la llama. También yo le llamo y le invito abriendo la Biblia aquí y allá. Hay días en los que está inexorablemente callado y yo tengo inmensas ganas de llorar. Hay otros en los que, después de haberme hecho pasear arriba y abajo sin escucharme, se rinde, y entonces siento aquella sensación dicha al principio, por lo que me doy cuenta de que viene la gracia.
Note que, mientras que antes era capaz de hacer meditaciones por mi cuenta -pobres meditaciones si comparadas con las que recibo ahora- ahora soy absolutamente incapaz de hacer por mí misma. Es inútil que me esté concentrando en un punto. No saco nada y el Maestro generalmente no me explica nunca el punto que quisiera que me explicase en ese momento. Explica lo que quiere y de la forma más lejana de como yo lo habría explicado y de cómo habitualmente se explica.
De la misma forma, ya no soy capaz de interesarme por libros de lecturas. Yo, que era una lectora empedernida, ahora dejo envejecer los libros sin abrirlos. Si los abro, tras pocas líneas me canso y los cierro. Y no me canso por leer. Me canso porque son para mí un ali- mento insípido o desagradable.
Y así con las conversaciones habituales. Son una auténtica fatiga. Yo quisiera estar sola y callada, porque las charlas me molestan mucho y me parecen más insulsas que nunca. Debo hacer maravillas de caridad para soportar a mi prójimo que trata de hacerme compañía y con
168 En el escrito del 12 de septiembre
su estar allí me impide la Compañía que quiero, la única que deseo y que soporta el alma: la de Jesús o de personas que, como usted, no ignoran mi secreto.
Pero ¿quiénes son estas personas? Usted, Marta, Paola y su padre 169. Este último sólo entiende el uno por ciento, y por eso… quedan tres. Pero Marta está siempre moviéndose y por la noche está tan cansada que se desploma en el sueño. Por eso Paola y usted. Cercana a vosotros, y especialmente a usted, descanso y gozo. Pero los demás me producen cansancio y esfuerzo.
Respecto al libro de Ricciotti, desde el primer momento en que lo hojeé no me gustó. Está bien traducido como Cantar. Pero las razones del autor… son precisamente las que no puedo asimilar. Además, con la insistencia de un estribillo, la Voz me susurra: «No te ocupes de esa obra. No quiero». No dice más. Pero, viendo que insiste, me decido a decirle que no leeré más de cuanto ya he leído y, le confieso, no lo lamento porque, le repito, me parece que estoy masticando paja.
Ya hecho. He obedecido.
4 de noviembre
Respecto al deseo que usted tiene, de que le diga lo que conocía de la Sagrada Escritura, puedo asegurarle formalmente que sólo conocía los 4 Evangelios. Estos los conozco de memoria desde hace años. Después leí una vez, hace trece años o más, el Cantar de los Cantares, en una edición protestante que después entregué al entonces párroco de S. Paolino: Mons. Guidi, ya difunto. He leído, en un libro de cultura, los Proverbios de Salomón. y mi conocimiento acaba ahí.
Leer la Biblia es para mí como caminar por un mundo desconocido y que me resultaría impenetrable, porque por mi cuenta sólo entiendo el significado superficial y lo que me comentan las anotaciones a pie de página que, resalto, son distintas de las que me da el Maestro.
Cuando estaba en la escuela, me habían hecho estudiar la Historia Sagrada, en un pequeño texto adaptado a nuestra edad infantil, y ya sabe usted cómo son estos textos: reducidos a la mínima expresión. Recordaba los puntos sobresalientes, más nombres que hechos, y confieso que, si exceptuamos a Adán, Abraham, Esaú, Moisés, Lot, Ruth, Esther y algunos otros, no recordaba más. ¡Un asno, no hay más qué decir! Después, del Nuevo Testamento, además de los Evangelios, conocía esos párrafos mencionados en las epístolas y basta.
Incluso ahora que tengo la Biblia a mi disposición, porque usted se ha ocupado de ello, por orden sobrenatural no he pasado de Esther. Y le confieso que muchas y muchas páginas de los Reyes y los Paralipómenos me han hecho dormir, mientras que Tobías me ha gustado mucho. Después, el Maestro me ha cogido de tal forma que no he podido seguir adelante ordenadamente, tanto es así que me he estancado en el capítulo 13 de Job. El resto, salvo los puntos que el Maestro me explica de vez en cuando, es palabra desconocida para mí.
Repito 170 que en los días en que Jesús calla y yo le invito, con la intimidad del amor, abriendo el Libro aquí y allá, ni siquiera me paro a leer. Miro un punto y,si noto que Jesús da señal de hablar bien, y si no abro por otro hasta que habla. Si después de tres o al máximo cuatro intentos, en puntos distintos, abiertos al azar entre las 1838 páginas del Libro, entiendo que no quiere hablar, me resigno y leo por mi cuenta desde el punto en que me
169 Padre Migliorini, Marta Diciotti, Paola Belfanti y su padre Giuseppe
170 Ya dicho en el escrito de 3 de noviembre
había quedado, y que ahora es la página 729 171.
No podría ser más obediente ni más explícita de esto. Y lo he sido entre los muchos obstáculos que van desde las interrupciones continúas hasta los vértigos causados por mi estado que el médico encontró ayer muy grave. El estado pulmonar y del corazón merece todos los temores humanos. Para mí, todas las alegrías sobrenaturales.
Ya sé que tengo un pulso debilísimo, tenue, arrítmico, flojo. Lo siento. Por algo he sido enfermera. Sé que la parálisis me puede sorprender de un momento a otro. Sé que los vértigos y los colapsos están producidos por anemia cerebral y atrofia cardiaca. Ya sé que respiro con la mitad del pulmón izquierdo y que el derecho es como si fuera una rama seca. Lo sé todo. Pero éstas son mis riquezas y las fuentes de mi paz.
En cuanto al pasado me confío a la Misericordia de Dios. Para el presente me confío a su ayuda. Respecto al futuro me brilla como un sol jubiloso la perspectiva de ir pronto junto a Aquél que amo. Por eso cada agravamiento no tiene un toque fúnebre, sino que suena como campana de fiesta anunciándome el acercarse de mi ingreso en la Vida.
9:30 horas
(tras haber terminado de escribir mis impresiones)
Dice Jesús:
«Has dicho bien 4. Es masticar paja, y Yo quiero que te nutras con grano genuino. La paja no nutre, llena sin nutrir. Y así sucede con mucha ciencia.
Lo que siempre es un peligro en la ciencia, es, desde luego, pernicioso cuando se trata de la ciencia de las cosas de Dios. Pero desgraciadamente es así. Los doctores de la ciencia sagrada se olvidan demasiado de lo que tratan, a servicio de quién están y de qué potencias hablan. Olvidan también a quién hablan y las consecuencias de su enseñanza que, como ondas, repercuten a lo largo tras haber afectado directamente a los primeros que la leen. Podrían ser «luces». Son humo que incluso vela la luz donde existe.
Les gusta alardear de erudición humana. En verdad te digo que, si es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja que el que un rico se salve, aún será más difícil que se salve un eclesiástico humanamente 172 docto o cualquiera que trate con ciencia humana las cosas de la religión. No sólo tendrán que dar cuentas de haberse hartado, llenos hasta desbordarse, de erudición humana, negando el lugar y expeliendo cuanto es ciencia santa, sino que tendrán que responder del mal incalculable que han hecho a los demás, comen- zando por los hermanos de comunidad y siguiendo con los simples fieles y hombres sencillos.
En verdad te digo que la luz que coronará la frente de un humilde creyente, que sólo sabe pronunciar sus oraciones sin otros alardes de cultura, hará enrojecer a estos que, como Epulón, han querido todos los alimentos sobre sus mesas olvidando sólo uno: la Caridad. Y la Caridad se les cerrará, será muy avara con ellos. Como ellos estuvieron cerrados y fueron avaros con Ella.
Los doctos no. han entendido el Cantar. que encubre las relaciones de amor entre Dios y la Iglesia y entre Dios y las almas. No puede ser. Sólo los amantes de Dios oyen el sonido de la octava cuerda, el sonido que produce el toque del dedo de Dios movido por el amor. Los demás tienen los oídos cerrados a esa voz celestial que es la verdadera voz reina entre las
171 La edición utilizada por la escritora es: La Sagrada Biblia, traducción y comentario del P. Eusebio Tintori O.F.M., Instituto Misionero Pía Sociedad S. Pablo, 1942. La página 729 contiene, del libro de Job, las últimas palabras del párrafo 11, todo el párrafo 12, y los tres primeros versículos del párrafo 13
172 humanamente es una palabra añadida con una escritura que no parece la de la escritora; pero la propia escritora la ha añadido sobre
una copia mecanografiada
voces que la rodean como un coro y son voces para los sentidos humanos. No lo han entendido los doctos que hacen una nueva Babel allí donde se alza, como pilar de un místico cirio, la Palabra que para ser comprendida no necesita erudición humana sino pureza de ánimo y de amor. Y no son entendidos por aquellos a través de los cuales el Amor se hace Pan, se hace Voz, se hace Luz.
Quitaos los ribetes y las filacterias de las que tanto os pavoneáis y vestios con una simple túnica de lino puro ajustada con una banda purpúrea. Es éste el vestido de Cristo Maestro y sea también el vuestro. Pureza, oh portadores de la religión. Pureza sea vuestro vestido. Pureza de carne, doble pureza de corazón, triple pureza de pensamiento.
A quien os pide el pensamiento de Dios, no le distribuyáis un pensamiento contaminado por el vuestro separado de Dios y saturado de erudición humana. Amor, amor, amor dentro de vosotros y a vuestro alrededor. Alrededor para que lo vean las gentes, y dentro porque es la esencia de lo que está dentro lo que se irradia al exterior. Y no podéis infundir lo que no poseéis, no podéis hablar, con justa voz, de lo que no comprendéis.
Las almas no necesitan ciencia, sino luz. Para la ciencia hay ya hasta demasiados volúmenes y demasiados doctos. Dad las palabras de la Sabiduría a las gentes. Y dadlas con palabras de sabiduría tomadas de Mí.
Y ahora que hemos hablado de esto, sigue escribiendo aún sobre la Sabiduría 173. He engarzado esta glosa en medio del comentario porque es su lugar. Te la he concedido después de la obediencia porque la obediencia me hace más benigno y más Maestro que nunca. Te quiero coger de la mano como a un niño bueno, y cuanta más alma de niño bueno tengas más te seré Padre y Maestro.
«La sabiduría custodió al primero que Dios creó. Ella lo sacó de su pecado y le dio el poder de gobernar las cosas».
Adán en el Paraíso terrestre, puro y obediente, era instruido directamente por Dios. Cuando Adán se manchó con el pecado desmereció la enseñanza de Dios. El último cuidado paterno fue dar vestidos a los dos y enseñarles como cubrir lo que ya era estímulo para los sentidos contaminados. ¿Cómo habría podido manejarse en la Tierra la primera pareja si no la hubiera guiado una fuerza espiritual?
Dios es siempre Padre, hijos que no os dais cuenta. E incluso cuando castiga, sólo castiga por bondad y con bondad. No os echa desnudos y desamparados a caminos de destrucción dejándoos solos. Si os atraéis el castigo, Él une a éste ayudas espirituales. Pero vosotros, hechos de carne y sangre, no las apreciáis. Vosotros queréis sólo lo que es alegría de vuestra carne y de vuestra sangre.
Adán no oyó más la voz del Ofendido. Pero el Ofendido no le dejó sin luces, porque le amaba como obra de sus manos, le dio luces de instinto y luces de arrepentimiento. Las primeras para su carne, las segundas para su alma. Con el arrepentimiento sincero mereció salvación y con el instinto reinó sobre las cosas.
En los hijos las luces, que no son otra cosa sino Sabiduría, fueron maestras de progreso. Menos en quien rechazando la Sabiduría escuchó al Error, esto es a Satanás, que puso en su mano el pedernal con el que se apagó la vida del inocente.
La Sabiduría instruyó al honesto para que salvase la estirpe del hombre y las razas de las bestias del castigo de las aguas abiertas sobre el mundo convertido en cloaca.
La Sabiduría impulsó a Abraham al gran sacrificio y condujo a salvación su corazón de padre, como condujo fuera del fuego venido del Cielo al justo y al obediente.
La Sabiduría no abandona a quien se encomienda a Ella con corazón puro y pensamiento
173 Sabiduría 10 – 12
recto. Pero huye de quien quiere escogerse su sustento y su camino por sí mismo, conociendo los senderos del error y come el alimento de la muerte.
Como el sol que sale cada vez más alto en la bóveda del cielo, que resplandece y calienta cada vez más, así la Sabiduría, cada vez más alta, hizo resplandecer a los hombres que la supieron amar. Dio progreso de espíritu y progreso de inteligencia. Brilló en el milagro del Sinaí, donde dio a los hombres la Ley que no cambia. Quisiera ahora vuestra dureza abrirse ante la sangre que bebéis -porque los ríos y los mares de la tierra se han convertido en sangre, y de sangre se nutre la espiga y el racimo. que os dan pan y vino-, quisiera abrirse para volver a acoger a la Sabiduría como se abrió a los hebreos de Egipto.
También éste es un castigo de Misericordia, hijos. Sois vosotros los que lo transformáis en un castigo de Justicia. Reconocedme como Padre y no como rey inexorable. Hacedme Rey, pero rey de amor, rey de vuestra casa: padre, vuestro padre y no Juez.
¿Acaso no estáis todos -los que vivís en Mí y los que os habéis alejado de Mí- atormentados de algún modo? ¿Los primeros por el dolor producido por los hombres, los segundos por el dolor no consolado por Dios? ¿Acaso ahora no sufrís todos en la tierra? También hay hambre para los que están en terreno neutral, mortandad por contagios, sobre todos se ciernen peligros de nuevos desastres, también sobre los lejanos, sobre los más neutros de todos.
¡Venid a Mí para salvaros! Llorad no sólo lamentándoos por el bienestar material que habéis perdido, sino por el remordimiento de haber desmerecido ante Dios. Llorad, pero llorad golpeándoos el pecho, llorad sobre mis manos que, si os han castigado, lo han hecho por amor, para despertaros del sueño morboso en el que habíais caído y en el que, de permanecer en él, hubierais perecido.
Dejad de adorar a quien no es Dios, ¿Todavía no estáis persuadidos de que cuanto adoráis contra la Ley se convierte en castigo? No digáis que no lo creíais, que no lo sabíais. Hace un siglo que voy aumentando las «voces» y las apariciones, unas y otras milagros de Bondad, para haceros retornar a mi Camino. Hace un siglo que aumento el peso de los castigos para haceros retornar a mi Ley. No tomáis nada en cuenta. Y cuanto más se aleja Dios tanto más vosotros, en lugar de llamarle, os alejáis.
¿Cómo os llamaré para daros un nombre exacto? Os llamaré «Malicia» porque os habéis colmado de malicia, os habéis vendido a la Malicia.
No, no podéis acusarme de nada. No soy Yo quien os destruye. Sois vosotros que habéis cerrado las puertas al Amor que os velaba como un padre inclinado sobre las cunas de los hijos y habéis abierto las puertas a Satanás.
En mi Justicia que no puede permanecer pasiva, Yo aún soy indulgente. Os recuerdo, entre los estruendos de las desgracias, que Yo soy Dios y no hay otros fuera de Mí. Os recuerdo que Yo soy el Potente y Perfecto y vosotros el fango que es algo mientras perma- nece bajo la acción de la Gracia, rocío santo que impide que el fango se haga polvo. Os recuerdo que quien se aleja de Mí cae en los abusos y provoca ruina. Os recuerdo que la palabra y las promesas de los hombres son nube que pasa y que a menudo se disuelven en rayos, y que una sola es la Palabra y la Promesa que salva. La de vuestro Dios.
Y si me decís, para sostener vuestra tesis de endemoniados, que al castigar caen también los justos 174 con los culpables, Yo os digo que no soy Yo sino vosotros sus asesinos, y os pediré cuenta de esa sangre, oh raza de hienas que sólo vivís destrozando, oh razas de ser- pientes que pasáis estrangulando o contaminando con vuestro veneno las mentes y los corazones.
174 La escritora anota a pie de página, a lápiz: ¿Habrá querido aludir al Justo, a su Vicario, amenazado con bombas doblemente enemigas?
No, no seré severo con quien no supo lo que era Dios. Pero con vosotros cristianos, que sois Judas, tendré una severidad implacable» .
5 de noviembre
Sabiduría 13 – 14. Dice Jesús:
«Cuando un hombre, incluso alejado del conocimiento del verdadero Dios, conoce, por elevación del alma recta, que debe existir un Dios y eleva en su corazón un altar al Dios desconocido del que habla Pablo, este hombre está mucho más cerca de Dios de quienes, tras haber sido instruidos sobre la existencia de Dios, han querido aplicar teorías humanas a la maravillosas obras de Dios.
Aún son más idólatras y más malditos quienes adoran el propio pensamiento o el de otros hombrecillos como ellos, que, quienes adoran un astro o un animal. Éstos son salvajes e ignorantes. Los primeros en cambio son civilizados que se hacen salvajes. Semejantes a quienes se mutilan espontáneamente, ellos amputan su parte más noble y santa y la tiran como parte vulgar.
Mirad las cosas de Dios con ojos y corazón honestos. Veréis resplandecer a Dios. ¿Para qué escudriñar las leyes de las vidas y los secretos del universo. y no confesar antes que este universo y estas leyes son las pruebas innegables de Dios?
¿Ha servido acaso todo vuestro progreso para añadir un hilo de hierba al prado que os ofrece su verdor? ¿Vuestra ciencia logra acaso generar un animal saliendo de esas leyes que puso Dios cuando los creó macho y hembra? A pesar de los experimentos que os col- man de vanagloria, ¿lográis acaso, no digo crea,¡’ la vida, sino impedir la muerte?
No. Lográis fecundar los huevos de los animales más sencillos, entre los millones que existen. Lográis prolongar el latido de un corazón embrional. Pero no lográis hacer lo que Dios hizo: un hombre de la nada. Pero no lográis mantener el latido de un corazón que muere cuando Dios dice al polvo que vuelva a convertirse en polvo y al alma que regrese a Él. Sin la semilla no lográis que despunte ni un hilo de hierba. Con toda vuestra electricidad no lográis devolver la energía a un cuerpo apagado. Sólo lográis generar enfermedades y muertes, destrucciones y desgracias.
Y del mismo modo que esto no lo lográis, únicamente aumentando la confusión en la tierra y en las conciencias, así no sabéis ya crearos en lo íntimo esa Fe sin la cual el error es inevitable. Os desviáis. Os creáis religiones. Pero no tenéis la Religión.
Amáis a un hijo, a un marido, a un familiar más que a Dios. Si Dios se lo lleva perdéis el amor y el respeto hacia Él. Amáis, más aún, veneráis como a un dios a cualquier hombre desgraciado que se autoproclama «dios» y es tres veces más barro que vosotros, y ante él no sólo inclináis la espalda -que sería un mal menor- sino que inclináis vuestro criterio, sobre todo vuestra conciencia. Pecáis para complacerle. Si aún compadezco a los que pecan por amor desordenado hacia un familiar, no perdono a quien se vende y vende su conciencia a un poder contrario a Dios.
Hay que ser hijos de Dios incluso contra los tiranos y aceptarlo todo con tal de no quemar la propia alma ante los ídolos de barro. Cuando el hombre pierde el santo culto al verdadero Dios y cae en la idolatría de seres semejantes a él o inferiores, depravando en sí mismo la maravillosa gema que lo hace semejante a Dios, se deprava todo en él. Y no es exagerado decir que el tiempo en que estáis es un campeón de tal depravación. No falta ni una.
A mis altares, oh cristianos mentirosos que de cristianos tenéis el exterior pero no sois tales en vuestro interior, vienen muchos que no son como deberían ser. Y eso es malo para
el hombre, que debería saber no fornicar, y, si la carne con su voz de sangre le incita, es- cogerse una esposa sin esperar llegar a viejo, sino llevar a esta esposa un cuerpo incontaminado. Por justicia, porque es lo que quiere de ella, y por caridad porque las contaminaciones no son siempre sin peligro, más bien al contrario, junto al cuerpo que se envilece y al alma que se corrompe está la enfermedad que tan a menudo os convierte en leprosos, y esta lepra la transmitís a la compañera y a los inocentes.
Doblemente malo es para la mujer presentarse a Dios, ante el altar de Dios con juramento a un hombre, con la mancha más fea que pueda manchar a una mujer. Mintiendo a Dios, al hombre su compañero, al mundo, arrebata una bendición, una protección y un respeto de los que no es digna. Pero sobre ella la bendición se transforma en castigo, porque a Dios no se le engaña. Ladrona y adúltera, será juzgada en base a tales culpas. Ladrona, porque defrauda de su derecho a su compañero y le roba una confianza de la que no es digna, y a Dios una bendición de la que es todavía más indigna, roba a los que nacerán una madre y sus derechos, y en su alma muerta ni siquiera se produce un estremecimiento pensando en los suprimidos antes del amanecer a la vida o en los abandonados en los márgenes de la vida como cachorros errantes. Adúltera, porque quien mira a un hombre con deseo ya comete adulterio, y ella ha consumado el adulterio porque no ha sabido domar el deseo de la carne, sino saciar su hambre depravada.
Viviendo en idolatría, se os hace fácil esparcir la sangre en homicidios singulares o en homicidios colectivos como son las guerras, que casi siempre, y las de ahora todas, no son otra cosa que robos y fraudes no justificados por algún móvil. Sois ladrones de las tierras y de los derechos de los demás y homicidas de los hijos ajenos.
Sois mentirosos y estafadores en pequeños y grandes ámbitos. Ya no hay honestidad en la vida. La palabra del hombre está privada de honor y por eso tranquilamente cometéis obras de deshonor.
Estáis corrompidos. En el pensamiento, en los gustos, en las obras, en los sentidos. Corrompidos hasta el fondo. Más que los cuerpos sepultados desde hace cuarenta días. Estáis corrompidos en lo que Yo había creado incorruptible: en el espíritu, que habéis ma- tado y convertido en un nido de gusanos que bullen pensamientos inmundos y obras repugnantes.
Corrompidos y corruptores de vuestros semejantes, pequeños y grandes. Ni siquiera respetáis ya la infancia ante la cual fornicáis indiferentemente con los hechos y con la palabra, ensuciando con vuestra podredumbre esos capullos de lirios. Éstos ya se abrirán su- cios y darán cada vez más olores de muerte, porque les corrompéis cada vez más. Vuestra arte, hasta el arte, signo de vuestra realeza sobre los animales, signo de vuestra naturaleza de semidioses que habéis recibido una chispa del Pensamiento creativo de vuestro Dios creador, hasta el arte está corrompida y es corruptora y repugna a quienes, más escasos que el solitario pino montés, todavía saben acordarse del Cielo y permanecer tiesos hacia el Cielo.
Sois infieles. Infieles a Dios, a la patria, a la familia, a la esposa, a los hijos, a los parientes, a los amigos. Judas, que vendéis todo por un destello de dinero o por una sonrisa de femenina serpiente, ni siquiera sabéis lo que es la fidelidad que asegura el ánimo en honorar a Dios sobre todas las cosas y a cualquier precio, que vuelve heroico el corazón al defender la bandera, que vuelve sincero al amor hacia quien os ama y constante la amistad hacia quien se encomienda a vosotros.
Sois pendencieros. Y convertís cada ocasión en instrumento para dar ocasión de desencadenarse a vuestro instinto de fieras e hincar los colmillos en la sangre fraterna.
Sois mentirosos porque decís que amáis a Dios, a la patria y la familia, pero sólo lo decís
con los labios, preparados para traicionarlo todo y a todos si esperáis obtener una satisfacción en la tierra. Y dado que, según vuestra alma ciega, poco os puede venir directa- mente de Dios, hacéis de Él un trampolín de lanzamiento para conquistar la estima de los hombres nombrando a Dios, obrando con hipocresía para parecer buenos y obtener lo que codiciáis de los hombres engañados por vuestro aspecto de corderos, oh hipócritas cabritos llenos de pecado.
Sois opresores porque, no siguiendo mi ley de Caridad, es inevitable que caigáis en la ley opuesta, y creéis lícito lo ilícito con tal de que os convenga: por eso odiáis a vuestros semejantes y les oprimís y, dado que los que tienen la misma dureza de corazón que vosotros saben resistiros, oprimís a los que no reaccionan porque son los «hijos de Dios» en el verdadero sentido de la palabra.
Contaminadores de cuanto tocáis. Y la mirada, hasta vuestra mirada es contaminación, hombres llenos de apetitos obscenos. Y la palabra dirigida a seducir como el silbido de vuestro verdadero padre: la Serpiente infernal. Y el pensamiento que concibe trabajos que son venenos de las mentes y de los ojos, por lo que el estímulo de vuestro veneno desciende para turbar los sentimientos y despertar los sentidos.
Invertidos en los sentidos. Nunca como ahora se ha difundido esta característica que os hace inferiores a los animales, fruto venido de siglos de vicios. Ni vosotros la combatís, al contrario, como estáis depravados os complacéis y la explotáis para vuestras bolsas. Repug- náis a los demonios. Y no digo más por respeto hacia mi portavoz.
Esto os proporciona la idolatría del sentido y del poder que ahora practicáis con tanto ensañamiento. Y os abandonáis a ella sin pensar que, por ella y por sus frutos, seréis castigados por Aquél que os ve.
No soy un dios de carne o de arcilla que no esté siempre presente o que no tenga ojos para ver. Soy Aquél que es, y que está en todos los lugares, y desde lo alto de mi trono escudriño y observo las obras de los hombres. Soy Aquél que os ha hablado para daros la manera de comportaros. Lo que he dicho, he dicho, y no cambia con el transcurrir de los milenios. Soy el Eterno, Único Dios. Soy el Señor Dios vuestro, de quien no hay copia. Soy Único en mi Santísima Trinidad.
Malditos quienes no se ocupan de Mí y me repudian para seguir a la Bestia».
6 de noviembre
Sabiduría 15. Dice Jesús:
«Yo sé que se os acecha y sois débiles. Lo sé y os juzgo teniendo esto en cuenta. No sería justo si no tomara en consideración vuestra debilidad y las obras del Maligno.
Lo que me vuelve severo, es que muchas veces vosotros no caéis por debilidad o por la insidia demoníaca. Caéis conscientemente. Os lanzáis al abismo por vuestra propia voluntad diciéndoos: «¿Qué me importa Dios?». Entonces es cuando os llamo «Judas». Me vendéis con mi preciosa Sangre. Me ponéis en manos de Satanás dándole vuestra alma que es mía porque la he adquirido con mi morir. Me traicionáis diciéndoos cristianos, pero cometiendo obras de anticristianos.
También Judas consumió la Eucaristía, y conmigo en el pecho fue a coger el dinero del abismo y con las manos contaminadas por ese dinero me abrazó para señalarme al enemigo. Judas os da asco. Pero ¿hacéis algo distinto vosotros que tratáis de explotar vuestra posición de cristianos para vuestros fines y no servís a los intereses de Cristo? Le servís tan poco que le dejáis para ir tras el Seductor.
¡Cuánta misericordia tendré con quienes caen sin quererlo y se arrepienten de su caída! Una, dos, diez, cien caídas sin malicia no hieren a muerte al Amor. Son rasguños recíprocos, que curan vuestras lágrimas y sana mi amor. Vosotros me decís: «Piedad, Señor» y Yo os digo: «Ven, pobre hijo, al Padre».
Seréis siempre míos mientras que el amor no se extinga en vosotros. Y he dado mi Sangre por los hijos heridos. Por tanto sed justos y piadosos con vosotros mismos como Yo lo soy. Esforzaos por conocerme y amarme para no defraudar vuestra alma de su derecho a la alegría eterna.
Volved al camino de la Vida. Mis mandamientos están en ese camino. Tratad de tenerlos presentes durante vuestra jornada. Que si la debilidad os arrastra a cometer errores ligeros, Yo os aseguro que no debéis abatiros. Mañana lo haréis mejor que hoy y pasado mañana mejor que mañana. Una planta crece lentamente. Cada día una nueva raíz, cada día una nueva hoja. Pero cuando ha crecido ¡qué hermosa es! Así es la perfección, hijos. Se conquista por grados.
¿Pero qué creéis, que daré un premio menor a quien no llegó al máximo de golpe? No, al contrario. Entre quien fue santo por mi gracia y quien quiere ser santo contra su naturaleza, Yo miraré con ojo doblemente amoroso a este héroe del amor. El premio en la eternidad es único: la visión de Dios. Pero el abrazo inicial de la unión entre el victorioso combatiente contra la carne, el mundo y el demonio, que durante la vida habrán agitado en él su serpentina esencia, mil veces troncada y mil veces resurgida, tendrá la intensidad de un éxtasis especial.
Yo os lo digo. Creedme a Mí, Verdad. ¡Con cuánta urgencia necesitáis ahora recordar esto! Morís al no recordar que sois cristianos. Mirad a Cristo. Dice la Sabiduría: «Y quien miraba ese signo, no era curado por lo que veía, sino por ti, Salvador de todos».
Esto es, oh hijos. No os curáis de vuestros males individuales y públicos porque no sabéis verme. La mera práctica religiosa no cuenta, las retorsiones crean un mal mayor, las venganzas matan antes a quien las hace que a quien las recibe 175, las protecciones caen sin protegeros. Pero si vinierais a Mí seríais salvados. En orden a la vida de esta tierra y a la del más allá.
Repito 176 mi deseo. Que se hagan muchas adoraciones a la Cruz que es el trono de poder de Jesús Salvador vuestro. Como la serpiente alzada sobre la cruz tenía poder de curar a los hebreos, así Yo, Aquel que es inmortal, alzado sobre la Cruz, tendré poder de hacer huir cuanto os asusta y atormenta, porque Yo soy el Señor de la vida y de la muerte y puedo poner vida donde la muerte ya es inminente y vencer a la muerte volviendo a llamar a la vida.
Nadie, excepto Yo, puede hacer esto. Satanás puede daros todos los poderes, pero no el de volver a llamar al movimiento vital. Al contrario, él os instruye para destrozar las vidas en odio al Dador de la vida, quien para nutriros no sólo en la vida corporal, para la que hace germinar y espigar el grano, cuanto para la vida espiritual, os da el Pan que adoran los ángeles porque es la Carne del Hijo de Dios. Os lo da pidiéndoos a cambio sólo amor y fe, y más aún, como mendigo santo os ruega que le acojáis en vosotros porque estar con vosotros es su alegría.
En vosotros ese Pan se transforma en Vida y Gracia, se transforma en Salud, en Luz, en Alegría, en Sabiduría. Todo esto os hacéis cuando sois uno con el Hijo de Dios. La Palabra del Padre habla suavemente cuando está, como el corazón, en vuestro pecho. Y mi Palabra es la que conserva para la Vida eterna a quienes no abjuran de su filiación sobrenatural.
175 La escritora anota a pie de página: (¿aludirá también aquf al bombardeo de esta noche sobre el Vaticano?)
176 Ya en el escrito del 23 de octubre
Bienaventurados los que te aman no sólo en los momentos de alegría, oh Pensamiento del Padre que el Amor hace Palabra, sino que también te bendicen antes de que haya alegría, incluso bajo las nubes del huracán, Luz que, no conoces intervalos en tu resplande- cer. Bienaventurados los que saben alabarte con el llanto en los ojos y la confianza en el corazón y están seguros de tu piedad. En verdad os digo que quien con el acto de fe más hermoso sabe esperar mientras que las tinieblas amenazan con la desesperación, conocerá el Sol eterno.
Pocos, demasiados pocos son estos creyentes verdaderos. Los espíritus enfermos caen en esta noche de impotencia que surge del infierno, como hojas marchitas por el agua y arrancadas por el viento. Su peso les arrastra y, para hacer más pesada la carne, está Satanás que les tiene cegados y oprimidos para impedirles hacer un intento de elevación que sería suficiente para salvarles. El miedo, la humillación les entorpecen, el vicio les paraliza, la desesperación les quema. Son ruinas que tiemblan ante sombras vanas y no saben que deberían temblar de sí mismos, asesinos de su inmortalidad.
Las iglesias se vacían, los altares no tienen adoradores, no buscan el místico Pan, las virtudes teologales languidecen o están muertas, lo mismo que las cardinales. .
Lo que hay es rabia y caótico esfuerzo para conseguir salvación, y desprecio, desprecio, desprecio, por los hijos de la Luz; más que desprecio, deseo de opresión para apagar la Luz que les resulta tan odiosa. Pero cuanto más os desprecien y os opriman, oh hijos queridos que sois mi luz llevada a los hombres, más este pobre mundo precipitará en las tinieblas. El Delito y los delitos alzarán un muro y una barrera a la luz. Y bajo esos desagradables refugios la humanidad perecerá en una cárcel desesperada.
Rechazad si queréis los signos que os mando desde el Cielo y reíd de las advertencias ultraterrenas. Creed que todo os sea lícito. Cuando menos os lo creáis, os haré conocer un signo ante el cual precipitaréis aterrados y la cólera que ahora arrojáis contra los indefensos caerá contra vosotros.
Ese signo soy Yo. Cuando aparezca, no sobre la tierra -todavía no ha llegado la hora- sino espiritualmente a los hijos de la ira y al padre de la destrucción, vuestras armas y las suyas serán como polvo cuando cesa el viento. Y si desde la tierra, en vez de maldiciones, hubieran subido oraciones, mi aparición hubiera ya sucedido, y hubierais sido liberados, desgraciados que tembláis y no sabéis venir a quien os ama, de vuestros terrores.
Soy Yo quien vence. Soy Yo quien sabe. Y me produce gran pena veros correr de aquí a allí como ovejas asustadas siguiendo los consejos más necios, obedeciendo a quien es, además de necio, malvado. Quisiera morir por segunda vez con tal de abriros los ojos del alma y hacer de vosotros aquel pueblo santo, grande y glorioso, que Dios se había prefijado hacer cuando creó al primer padre. Quisiera crearos por segunda vez con tal de no veros tan disformes de mi Pensamiento. Pero esto es lo que hay.
Hablo a todos. Pocos me escucharán. Menos aún me comprenderán. La Sabiduría ya no es amada ni comprendida. Pero a sus fieles Ésta siempre les dará fuerza y luz en la tierra, salvación y alegría más allá de la tierra. Dará a Sí misma, y el hombre que le ha servido y merecido se encontrará entre los ciento cuarenta y cuatro mil de los que habla Juan, y suya será la Jerusalén santa donde está el trono de la Sabiduría que se inmoló para llevar a Sí a los hombres de buena voluntad».
8 de noviembre
Dice Jesús:
«Ahora y en la hora de la muerte». Es la invocación que responde al «Líbranos del mal».
Vosotros no lo pensáis, pero es así. Os he dado una Madre además de un Padre y, si pedía al Padre que os libre del Mal, ¿no le diréis a la Madre que os mantenga alejada la muerte que es un mal?
Pensad con la mente elevada en Dios y pedid con la inteligencia de los hijos de Dios. No tenéis que preocuparos tanto por el mal y por la muerte en el sentido humano de la palabra, cuanto del Mal y de la Muerte en el sentido sobrenatural, el más verdadero, porque vuestra apariencia actual cesa, y vuestra morada actual se deja, pero más allá de este día os espera un futuro en el que os convertiréis en poseedores de lo que es vuestra parte verdadera.
Y ay de vosotros si por vuestra voluntad perversa escogéis la parte maldita. La muerte del espíritu no se pone sólo una vez en presencia de vuestra alma. Gira a vuestro alrededor durante toda vuestra jornada terrena, porque el dador de la Muerte no cesa ni siquiera un minuto de asediar a su presa. No siempre os encontráis con esa vigilancia y esa fortaleza que vuelve inútiles las astucias del Enemigo. Vuestra debilidad os lleva a torpezas, vuestros apetitos carnales a deseos de alimentos en los que encontráis la muerte.
Pero tenéis una Madre en el cielo, una Madre que ve sobre vosotros la Sangre de su Hijo y que por esa Sangre os ama como auténticos hijos. Una Madre que es poderosa ante Dios por su triple condición de Hija, Esposa y Madre de Dios.
«Ahora»: que María ruegue por vuestro presente de hombres, acechado por tantos peligros. «Y en la hora de la muerte»: que ruegue por vosotros en el momento decisivo de la vida. «Y en la hora de la Muerte»: esto es, cuando vuestro espíritu pueda perecer asaltado por el Mal.
María es la Vencedora de Satanás. La Muerte verdadera, la del espíritu, no vendrá para quienes saben rezar a la Madre por la hora de la vida, por la hora de la tierra, por la hora de la tentación y por la hora de la Muerte.
La oración de María se hace escudo contra el ardor del sentido y del demonio, como niños bajo el velo de la madre, os hace crecer en Cristo y entrar en su Reino. Y si Cristo puede hacer resucitar a los muertos a la Gracia, María, realmente amada, impide que la Muerte os separe de su Hijo».
9 de noviembre
4 Reyes 9,22 177.
Dice Jesús:
«»¿Qué paz? Aún duran las fornicaciones de tu madre Jezabel y sus muchas hechicerías»
.
Ya había dicho 178 que para obtener la paz verdadera, y no una tregua en la guerra, había
que quitar de vosotros cuanto constituye fornicación con Satanás. Lo he dicho por boca de mis santos y lo he hecho decir a mi Madre. Hace decenios que repito esto y hace decenios que vosotros insistís en aquello. Os lo he ‘dicho con palabra apremiante en estos últimos tiempos. Pero no habéis cambiado. Al contrario, de la fornicación con Satanás habéis hecho vuestra forma de vida cada vez más.
Lo habéis antepuesto todo a Dios. Y este Dios que invocáis en la hora de temor para vosotros es un Ente tan lejano, desconocido, que si fuerais coherentes no deberíais ni siquiera invocarlo ni blasfemar contra Él, tanto os habéis alejado. Incluso vuestras
177 4 Reyes está citado según la Vulgata y corresponde, en la neo-Vulgata vigente, a 2 R, porque los dos primeros libros han tomado el nombre de Libro primero de Samuel (1 S) Y Libro segundo de Samuel (2 S), Y los dos sucesivos han tomado el número de orden Libro primero de los Reyes (1 R) Y Libro segundo de los Reyes (2 R)
178 También en el dictado del 15 de agosto
invocaciones se hacen blasfemias, porque le llamáis con los labios manchados de suciedad, porque le invocáis mientras que permanecéis aún unidos con Satanás, porque osáis mezclar su Nombre santo con vuestros planes de delito.
La Paz fue prometida a los hombres de buena voluntad. Cristo ha venido para traer la Paz. Pero si echáis a Cristo y vuestra voluntad no es buena ¿cómo podéis tener la paz? Tenéis treguas. Pero éstas sólo serán pausas entre una y otra matanza, a fin de dar tiempo para que vuestros espíritus vendidos a Satanás aprendan de él nuevas doctrinas de muerte y nuevas instrumentos de destrucción.
Muerte para las almas y muerte para las carnes. Destrucciones de los espíritus y destrucciones de las cosas. Vuestro crecimiento en Satanás es impresionante. Dentro de poco habréis alcanzado la plenitud de edad en la que no tendrá ya más que enseñaros, y entonces el Infierno podrá alumbrar a su hijo: el Anticristo, porque los tiempos estarán maduros y los hombres habrán merecido conocer el horror que precede al fin».
10 de noviembre
Dice Jesús:
«Aunque se hiciera la observación de que Yo me repito, no me muevo de mi propósito. También los pecados de los hombres se repiten, no obstante todos los avisos, con una monotonía desalentadora. Contrapongo mi Voz de justicia al sonido de su voz de culpa, para que no se diga que no he hablado y se me acuse de haberlos dejado en el error.
Desde hace 20 siglos mi Voz dice las mismas cosas y esta acusación no debiera darse. Pero el hombre, a quien le resulta muy cómodo olvidarse de cuanto pueda condenar sus fechorías, dice que esto o aquello no lo sabía. Es una excusa que lo deshonra y lo envilece porque es mentirosa y porque, en cuanto embustera, acusa a su inteligencia de ser imperfecta y a su memoria lesionada.
¿Como no recordar las enseñanzas repetidas y repetidas? Os ponéis por debajo de los animales que aprenden lo que el hombre les enseña. Vosotros, tan soberbios, ¿no pensáis que esto sólo es una gran afrenta para vuestra soberbia?
María, escribe una vez más la explicación de la parábola del sembrador 179. Te la dictaré para una categoría especial de personas, cuyo error me entristece. En algunos error de imprudencia, en otros error de soberbia, en otros de rebelión y en la otra categoría de es- cándalo.
Dice la parábola que una parte de la semilla cayó junto al camino y fue picoteada por las aves. La segunda parte cayó sobre las piedras y echó raíces, pero inmediatamente se secó por falta de humedad. La tercera cayó entre espinos y murió sofocada. La cuarta, caída en buen terreno, fructificó en distintas medidas.
La Palabra de Dios es semilla de vida eterna. Pero la Palabra está acechada por muchas cosas. Dejo estas muchas cosas y hablo solamente de una, diría mortal, quizás más que el pecado mismo. Y que no se escandalice ningún espíritu pusilánime cuando digo que quizás sea más mortal que el pecado. Es verdad.
El pecador que no tiene la mente corrompida por el ácido del racionalismo, tiene noventa probabilidades de saber acoger la Palabra y volver a encontrar la Vida. El racionalista sólo tiene diez probabilidades, e incluso menos, de conservarse capaz de salvación a través de la Palabra.
El racionalismo es peor que la cizaña. Cuando se vea su obra, en el momento en que será
179 Ya se pueden encontrar referencias con la parábola, por ejemplo, en los dictados del 5 de julio, del 24 de julio, del 25 de octubre
conocido todo lo de la tierra y de los hombres, se verá que esta herejía ha sido la más nociva porque es la más sutil y la más penetrante. Es como un gas. Lo absorbéis y os mata, pero no lo veis, a veces ni siquiera sentís el olor, o incluso, siendo agradable, aspiráis ese olor con placer. Lo mismo sucede con el racionalismo.
Las grandes herejías han tenido en sí dos cosas buenas: lo primero de todo es que fueron originadas por una fe. Equivocada, si queréis, digna de condena cuanto os parezca. Pero siempre fe. Por eso han tenido sus mártires, sus lágrimas, sus luchas para afirmarse, y ánimos rectos las han embellecido durante siglos con luces de santidad que sólo tienen en contra el haber florecido sobre un árbol malo no injertado en Cristo. La segunda cosa buena de las herejías es el gran ruido que han producido, por lo que quien no quería pertenecer a ellas sabía cómo hacer para no vincularse. Las propias luchas con la Iglesia y con los Estados eran una señal para los católicos, constituían un límite más allá del cual uno iba sólo conscientemente.
En el racionalismo falta esto y penetra inadvertidamente allí donde se cree que no pueda entrar. Entra por miles de orificios, como una serpiente. Se viste con vestiduras lícitas, más aún, admirables, y actúa bajo ellas pero contra ellas. Es un virus. Cuando uno se percata ya lo tiene difundido por la sangre y difícilmente se libra de él.
Bajo el rayo de mi Misericordia la reacción del pecado es violenta. Pero la del racionalismo es nada. Vuelve impracticable el camino hacia la gracia y la rechaza, como un espejo ustorio. Y más aún, se convierte en un ardor nocivo que termina por producirse la propia condena.
El racionalista pone las cosas de Dios al servicio de sus fines. No a sí mismo al servicio de Dios. Doblega, explica, utiliza la Palabra a la luz, pobre luz, de su mente turbada y, como un loco que ya no conoce el valor de las cosas ni de las palabras, les da significados que sólo pueden salir de uno que ha esterilizado el astutísimo obrar de Satanás.
Hay racionalistas y racionalistas.
Comenzaré por los grandes. Los «superhombres». Los que niegan a Dios. Quieren explicar la creación, el milagro, la divinidad, según sus conceptos llenos de orgullo humano.
Donde hay orgullo no está Dios. Estad seguros. Donde hay soberbia no hay Fe. Allí está Satanás, y Satanás es el más hábil de los prestidigitadores para seducir al hombre y hacer que le parezca oro puro la hojalata recogida del fango.
Estos que niegan a Dios, que creen humillarse aceptando humildemente lo que con la sola capacidad mental no saben explicar, y han matado en sí la capacidad de amar, son los gigantes del racionalismo.
No estoy dando una conferencia para los hombres y por eso no cito nombres. Los nombres los podéis poner vosotros. Para Mí son astros muertos, precipitados hecho trizas en el fango. Ya no tienen nombre o sólo tienen uno que será grabado a fuego en sus frentes perversas y en su corazón más árido que el pedernal el Día de la Justicia. Se pasan la vida devastando. Son peor que una avalancha y que un huracán, peor que la locura, peor que la fiebre. Allí donde llegan, matan.
En estos la Palabra no baja de hecho. Hay sobre ellos demasiadas cosas que obstaculizan a la Palabra. Son una de las categorías de los «Muertos del espíritu». Rebeldes y escandalosos.
La segunda categoría son los humanamente cultos. Éstos no niegan. a Dios. Pero ponen una espesura de erudición humana sobre la sencillez divina, que se ha hecho tal para que a la luz del amor puedan entenderla hasta los más humildes. Se visten como pavos reales orgullosos de su plumaje, y como éstos son hermosos sólo en apariencia: no saben caminar, no saben cantar en el camino y en las alabanzas del Señor.
Les falta el amor que es el nervio del ala para volar hacia Dios y que es la cuerda de la
cítara para bendecir a Dios. La Palabra desciende sobre ellos y echa raíces. Pero después muere porque éstas la cubren y la ahogan bajo las hojas inútiles de sus conocimientos hu- manos.
¿Sabes cómo oyen la Palabra? Como uno que oiga a otro hablar en un idioma desconocido para él. Oye la voz y ve el moviendo de los labios, pero no entiende nada. Se parecen también a uno que, duro de oídos, grita mientras que el otro le habla bajo. El estruendo de sus palabras acaba cubriendo la voz del otro. Su demasiada erudición crea una Babel en él. Por su demasiado saber no aceptan las luces, tan sencillas y puras, que Dios ha puesto para que el hombre vea el camino que lo lleva al Padre. Y hacen Babel y tinieblas también a los demás.
Tercera categoría, la de quienes han empedrado su propio corazón con las piedras del racionalismo de los demás, para hacerlo menos ignorante. Son los adoradores de los ídolos humanos. No saben adorar a Dios con todo su corazón, pero saben extasiarse ante un pobre hombre que se presenta como superhombre. Con su desconfianza cierran la puerta al Verbo divino, pero aceptan las explicaciones de un semejante a ellos que tenga fama de entendido.
Sería suficiente con que pidieran humildemente a la Gracia que les iluminase y les instruyera acerca del valor de esas notas, y la Gracia les haría ver que esas explicaciones, esas doctrinas, se rigen sobre puntales cuyas bases están corroídas por carcomas y moho, y que esas voces están desentonadas y difieren de las voces de Dios.
Quieren ser cultos y superhombres, y cogen el primer alimento que ven. Y los ídolos tienen pomposas vestiduras y prometen deidad para todos. Es la voz de la Serpiente: «Comed este fruto y seréis semejantes a Dios». Y éstos, en su ignorancia, comen.
Uno es el fruto que os convierte en dioses, oh hombres. El que pende de mi Cruz. Uno es el que dice a vuestras mentes: «Effetá». Cristo.
Uno es quien fecunda el místico suelo de vuestro corazón para que nazca la semilla. Mi Sangre.
Uno es el sol que calienta y hace crecer en vosotros la espiga de vida eterna. El Amor.
Una es la ciencia que como arado abre y prepara vuestro terreno y lo dispone para recibir la semilla. Mi Ciencia.
Uno es el Maestro: Yo, Cristo. Venid a Mí si queréis ser instruidos en la Verdad.
La cuarta categoría es la de los imprudentes. Son caminos abiertos por los que pasa de todo. No se rodean con un santo muro de fe y de fidelidad a su Dios. Acogen la Palabra con mucha alegría, se abren para recibirla, pero se abren también para recibir cualquier doctrina con el engañoso pretexto de que hay que ser condescendientes.
Sí. Muy condescendientes con los hermanos. No despreciar a nadie. Pero rígidos con las cosas de Dios. Orad por los hermanos, instruidles, perdonadles, defendedles de sí mismos con un verdadero amor sobrenatural. Pero no os hagáis cómplices de sus errores. Permaneced roca contra el desmoronamiento de las doctrinas humanas. No pasa nada sin dejar una huella. Y es una gran imprudencia el poner una espada contra el corazón. Podría quitaros la vida o haceros heridas que se curan malamente y siempre dejan cicatriz.
Bienaventurados los que sólo son terreno de Dios y permanecen tales porque vigilan continuamente. Bienaventurados los que, llanos como terrones apenas removidos, no tienen piedras para los hermanos ni guijarros para la Palabra.
El amor les hace almas adoradoras de la Palabra y almas piadosas hacia quienes se han desviado lejos de la Palabra. Pero el amor es su defensa más hermosa y ninguna obra de mal puede lesionar su espíritu en el que la Palabra de la Vida crece como una gruesa espiga. Tanto más os crece, dando fruto, uno treinta, otro cincuenta, otro ciento, cuanto más intenso es el amor en ellos.
A quien lo posee en modo absoluto la Palabra se hace su misma palabra, porque no son más ellos, sino que están unidos con Dios, su amor» .
Dice Jesús:
«Pequeño Cristo que has caído bajo la cruz, levántate, toma y camina vertiendo lágrimas y sangre.
No siempre se cae por culpa. Las víctimas caen por el dolor de las culpas de los demás y por el conocimiento del fruto de ese dolor. y son las caídas más santas, las caídas semejantes a las mías por que son caídas de caridad.
María, las víctimas apoyan sobre sus débiles hombros dos cruces. La de su Jesús, que ellas quieren llevar, y la que sería el castigo de los hermanos. A las víctimas, a las que es desvelado el futuro, el océano de dolor causado por las culpas de los hombres les aparece como un mar y, a pesar del velo del llanto, les es desvelado todo el llanto futuro.
No sirve de nada cerrar los ojos, María. Es la mente la que ve porque, unida a la mía, recibe de Ella las admirables percepciones. Es un don. Pero es como el regalo que me hizo la soldadesca de Pilato para coronarme rey: es un regalo que hiere. Son espinas. Aquí son espinas. Pero sé fiel a ellas, en el más allá serán rosas.
Mira más allá del llanto, más allá de las tinieblas, más allá del océano del dolor humano, cuya ola te cubre y te empapa -porque el lugar de la víctima es parecido al rompeolas de un puerto y recibe sobre él la furia de las tempestades del mar abierto y las rompe dejándose romper- mira, más allá del horror que el mundo se crea, la tierra de paz, el amor de alegría, la vida de éxtasis que te espera.
Más allá de este tormento está tu Jesús que te espera. Más allá de estas llamas está el frescor de los jardines eternos. Allí no volverás a tener sed, hambre, cansancio y dolor. Yo te seré fuente y alimento, Yo te seré reposo y alegría. Descansarás sobre Mí oyéndote decir que te amo y pudiéndome decir que me amas. Después de esta pobre vida está el amor. Por ahora está la cruz. Aún un poco y vendré. Ahora escribe para los ojos del espíritu.
Dice Isaías: «¿Dónde debo sacudiros aún si añadís más infidelidades?». Y añade la descripción de un cuerpo desgarrado, que me han aplicado a Mí en la hora de la Pasión.
Pero no soy Yo, sois vosotros los que os habéis reducido a esto por vuestro pecado. Y si Yo estaba completamente lleno de llagas y contusiones, lo estaba sólo porque en ese momento era como vosotros sois ahora, llegados a la maestría en el pecado.
Las obras de vuestra mente (la cabeza) son obras enfermas. Es muy difícil que vuestro pensamiento sea recto. Corrompidos y comidos por la triple concupiscencia, no podéis sino generar pensamientos enfermos. Vuestras acciones y vuestras obras llevan el signo de vuestras enfermedades mentales espirituales. Y vuestros sentimientos brotados de un corazón tan enfermo como la mente, están aún más abrasados por la codicia y la soberbia. Es impropio llamarles sentimientos: son menos aún que los sentidos, creedlo hombres hambrientos de sensualismo y de egoísmo. Vuestro motor ya no es el amor. Es el interés, la satisfacción, el orgullo. Profanadores de vosotros mismos, ponéis los miembros y los órganos al servicio de vuestros deseos enfermos.
¿Dónde está vuestro espíritu? En la fosa donde se pudre lo que muere. ¡Cuánto espacio os he dado para vuestro espíritu! Y vosotros depraváis vuestro espíritu queriendo la cárcel y lo pervertís con obras dignas de ésta, y con ellas a vosotros mismos. Unos a otros os destruís y no hay bálsamo para vuestras llagas porque los que os darían ese bálsamo son oprimidos y matados por vosotros.
Alguna vez aún venís a Mí. ¿Y para qué venís? ¿Para hacerme cómplice de vuestras acciones asesinas? Dios no se brinda a matar. ¿Venís por miedo de que os maten? Y
entonces ¿por qué matáis? De nada sirve presentarme ofrendas cuando más allá del limpio altar veo chorrear sangre de vuestras manos, podredumbre de vuestros corazones, y sobre el murmullo de las falsas oraciones oigo silbar los pensamientos malvados que bullen en vuestras mentes.
Falsos cristianos, me dais asco. Cerca de mi altar me parecéis Judas. No se puede decir que sois mis fieles vendiendo a los hermanos, ni robando, ni matando, ni mintiendo, ni fornicando, ni corrompiendo. Os dije con mis postreras palabras de Maestro -y, también entre vosotros, uno no miente nunca cuando está en la agonía- lo que se debe hacer para ser mis amigos y tener cerca de sí al Padre mío y vuestro. Os he dicho que seáis puros, buenos, caritativos, obedientes, os he dicho que creáis en mi Palabra y sigáis mi adoctrinamiento, os he dicho que para morir permanezcáis unidos a Mí.
¿Habéis hecho esto? No. Y por esto morís. Yo quito la mirada de vosotros porque para Mí sois otros discípulos traidores. Y aunque es verdad que también habría querido redimir al Iscariote, porque soy el Todo Amor, no es menos cierto que, cuando me lo he visto cercano en la Mesa y cercano en el Huerto tras haber concluido el infame comercio, todo en Mí se ha agitado de repugnancia.
No os cierro las puertas de la Vida y de la Paz. Pero por el reino de la Vida y de la Paz no deben circular seres impuros. Sumergios en las cisternas benditas en las que la púrpura de mi Sangre vuelva cándidas vuestras manchadas estolas. Sumergios en las llamas del Amor sacrificando vuestros indecentes amores a un amor que os haga dignos de vuestro origen y de vuestra meta. Yo me he destruido para hacerme fuego de purificación por los pecados de los hombres.
No queráis pecar. Basta con que no lo queráis. Lo demás lo haré Yo que os amo divinamente. Decíoslo: «No queremos pecar». Y tratad de no hacerlo. Como enfermos de una enfermedad tremenda, ya superada, veréis día tras día caer la fiebre del mal y aumentar las fuerzas de la salud. Os volverá el gusto por cuanto es bueno y agradable. La serenidad, que ahora buscáis en vano mediante vuestras obscenas diversiones y vuestras ocupaciones despiadadas de egoísmo, volverá a fluir en vosotros a través de la justicia y la compasión que ejerzáis de nuevo. El ser buenos, oh hijos, vuelve al alma semejante a la del niño: confiada, jovial, ligera, en paz.
El reino de los Cielos, lo he dicho, es de quien se hace como los niños. Pero también en la tierra tendréis un anticipo de este reino bienaventurado si venís al Padre con el alma de nuevo inocente, porque Dios ama a los niños, y ante un alma que sabe hacerse niña por su amor y se vuelve pura, honesta, amorosa, fiel, abre los diques de la Misericordia haciendo fluir torrentes de gracias.
El mundo que muere necesita este lavado de Misericordia para limpiar todas las suciedades y toda la sangre, y recubrirse de bienes para las necesidades de los humanos.
La crueldad no es la que proporciona el pan y la riqueza. Creedlo. A la crueldad le falta la bendición divina, y donde ésta falta aunque sembréis grano nace cicuta y si criáis corderos se os convierten en hienas.
No, hijos. Volved al Señor y Dios repetirá para vosotros, que habéis regresado al hogar, el antiguo milagro del maná. A Dios nada le es imposible, y nada es imposible al hombre que vive en Dios».
11 de noviembre
Isaías 2, 2-4. Dice Jesús:
«Dirijamos juntos la mirada a los tiempos que, como la calma de la aurora tras la noche de tempestad, precederán al Día del Señor. Tú ya no estarás. Pero te alegrarás desde el lugar de tu reposo, porque verás cercano a su fin el combate del hombre y enflaquecerse el dolor para dejar a los vivientes el tiempo de volver a templarse para la última breve convulsión de la Tierra, antes de oír la orden que reúna a todos sus vivientes y a todos los que existieron desde el tiempo de Adán en adelante.
Ya te lo he dicho 180. Mi Iglesia tendrá su día de hosanna antes de la última pasión.
Después vendrá el triunfo eterno.
Los católicos -y todo el orbe conocerá entonces a la Iglesia Romana, porque el Evangelio resonará desde los polos hasta el ecuador y la Palabra irá como una franja de amor de un lado al otro del globo- los católicos, procedentes de una lucha ferocísima de la que ésta sólo es preludio, hartos de matarse y de seguir a dominadores brutales que tienen una insaciable sed de matar y una violencia insuperable, se volverán hacia la Cruz triunfante, que habrán vuelto a encontrar después de tanta ceguera. Por encima de tanto fragor de exterminio y de tanta sangre oirán la Voz que ama y perdona y verán la Luz, más cándida que el lirio, que desciende de los Cielos para encaminarles a los Cielos.
Como una marcha de millones y millones de tribus, los hombres irán con su espíritu hacia Cristo y pondrán su confianza en el único ente de la Tierra donde no hay sed de opresión ni deseos de venganza.
Será Roma quien hable. Pero no la Roma más o menos grande y establemente grande que puedan obtener los jefes de los pueblos. Será la Roma de Cristo. La que venció a los Césares, los venció sin armas y sin lucha, con una única fuerza: el amor; con una única arma: la Cruz; con una única oratoria: la oración. Será la Roma de los grandes Pontífices, que en un mundo oscurecido por las invasiones bárbaras y embrutecido por las destrucciones supo conservar la civilización y expandirla entre los incivilizados. Será la Roma que hizo frente a los prepotentes y por boca de sus santos Ancianos supo defender a los débiles y poner el aguijón de un castigo espiritual incluso para quienes aparentemente eran refractarios a cualquier remordimiento.
Entre vosotros, oh pueblos distintos, no podéis llegar a un acuerdo duradero. Todos tenéis las mismas aspiraciones y las mismas necesidades, y como en el plato de una balanza el peso de la parte buena de uno va en detrimento del otro. Vivís para tener siempre la parte mejor, y os matáis por ello. Es una alternancia que se hace cada vez más grave.
Escuchad la voz de quien no tiene sed de dominio y quiere reinar tan sólo sobre los espíritus, en nombre de su Rey Santísimo. Llegará ese día en que, decepcionados de los hombres, os volveréis a Aquel que ya es más espíritu que hombre y que sólo conserva de la humanidad cuanto es imprescindible para persuadiros de su presencia. De su boca, que Yo inspiro, vendrá la palabra semejante a la que os diría Yo, Príncipe de la Paz. Os enseñará la perla preciosísima del perdón mutuo y os persuadirá de que no hay mejor arma que el arado y la hoz que hiere los terrenos para hacerlos fértiles y que corta las hierbas para hacerlas más hermosas. Os enseñará que el cansancio más santo es el que proviene de conseguir un pan, un vestido, una casa para los hermanos, y que sólo amándose como hermanos no se volverá a conocer el veneno de odio y de torturas de guerra.
Hijos, iniciad la marcha hacia la Luz del Señor. No os vayáis por otros sitios a tientas entre las ciegas tinieblas. Mis predilectos en cabeza, venciendo todo humano temor porque Yo estoy con vosotros, oh queridísimos de mi Corazón, los demás arrastrados por el ejemplo de mis santos, iniciad este nuevo Éxodo hacia la nueva Tierra que Yo os prometo y que será
180 En el dictado del 29 de octubre
vuestra propia Tierra, pero transformada por el amor cristiano.
Separaos de quienes son idólatras de Satanás, del mundo y de la carne. Separaos sin desprecio. El desprecio no beneficia. Destruye sin servir para nada. Pero separaos para no ser contagiados por ellos. Amadlos con un amor de redentores, poniendo como baluarte entre vosotros y ellos vuestra fe en Cristo. No sois lo suficientemente fuertes como para poder vivir sin peligro entre ellos. Demasiados siglos de decaimiento espiritual cada vez mayor os han debilitado. Imitad a los primeros cristianos. Sabed vivir en el mundo pero ais- lados del mundo por la fuerza de vuestro amor a Dios.
Y nunca os dobleguéis a creer un superhombre al miserable hombre que no se distingue de los animales porque como ellos ha puesto su parte mejor en el instinto: lo único que no le haga peor que un animal. El Profeta dice: «Dejad pues al hombre que tiene el espíritu en las narices» 181. Quiero que interpretéis en este sentido la frase. El animal privado de la respiración no es más que un despojo inmundo. Su única vida está en la respiración. Cerradas las narices a este soplo, deja de existir y se convierte en una carroña.
Hay muchos hombres que no son superiores a esto, no teniendo otra vida fuera de la animal que dura cuanto dura su respiración. El espíritu está muerto, el espíritu hecho para los Cielos. Por tanto es correcto decir que hay hombres que tienen por espíritu la respiración de sus narices y de los que es mejor estar espiritualmente lejos, para que el aliento de Satanás, y de la bestialidad que sale de ellos, no manche vuestra humanidad y la haga semejante a ellos.
Rezad por ellos, oh vosotros los benditos. Esto es caridad. Y con eso basta. Las palabras no entran en los que están cerrados a la Palabra. Y no creáis que es extraordinario quien exhala y sopla por sus narices su prepotencia y su soberbia como una bestia enfurecida. Sólo es grande quien tiene vivo el espíritu y por eso es hijo de Dios. Los demás son pobres cosas cuya falsa elevación está destinada a la gran caída y cuya memoria no sobrevive más que como recuerdo de escándalo y de horror».
12 de noviembre
Isaías 4, 2-6. Dice Jesús:
«Cuando llegue el momento de mi Reino pacífico -y llegará porque lo he prometido y Yo no falto a mis promesas- todos los buenos que estén en la tierra vendrán a Mí. Será el periodo del que te hablé 182, el periodo en el que el espíritu habrá alcanzado esa evolución por la que espontáneamente os separaréis en dos partes. Los que viven fuera del espíritu yacerán en sus tinieblas en espera de ser tropa para el Príncipe del Mal. Los vivientes en el espíritu vendrán al séquito del Hijo santo de Dios, del Retoño del Señor, amado y bendecido por los hombres en gracia que entonces comprenderán lo que ahora comprenden algunos pocos elegidos, y comprenderán cuál sea mi gloria y la suya de hijos de Dios.
Reuniré a mis santos, porque es santo quien me ama y sigue obediente y fiel. Les reuniré desde los cuatro rincones de la Tierra. Y por su amor perdonaré las iniquidades de los hombres. La bondad de los santos apagará el rigor de la Justicia, mi amor y el de los santos limpiará con su fuego la Tierra. La Tierra será como un gran altar, pacificada consigo misma y con Dios, y sobre este altar el Maestro instruirá a los hombres en el conocimiento exacto de la Verdad, para que los buenos no vacilen cuando Satanás, furioso al ver a Cristo adorado por la humanidad, se desate para la última batalla.
181 La escritora añade a lápiz: Cap. II v. 22
182 Por ejemplo, en los dictados del 21 y 22 de agosto y del 28 de octubre
Lucha de espíritu contra espíritu. Satanás opondrá a mi Reino espiritual y a mi instrucción su satánica guerra a los espíritus, para extraviar a cuantos más pueda, los más débiles, y sacará de sus reservas, de sus fortalezas, donde están los que han permanecido fieles a la Bestia aún después de la derrota de la Bestia y de su ministro, a los agentes de seducción para destruir por última vez la obra de Dios, cuya destrucción inició al pie del árbol del Bien y del Mal.
La época satánica será tres veces más feroz que la época anticristiana. Pero será breve porque por los vivientes de esa hora rezará toda la Iglesia triunfante entre las luces el Cielo, rezará la Iglesia purgante entre las llamas purificadoras del amor, rezará la Iglesia militante con la sangre de los últimos mártires.
Se salvaran quienes, mientras que las tinieblas y el ardor, las tempestades y los fulgores de Satanás trastornen el mundo, sepan estar a la sombra del tabernáculo de donde sale toda fuerza, porque Yo soy la Fuerza de los vivientes y quien se alimenta de Mí con fe y amor se hace uno con mi Fuerza. Y los que se salven serán pocos, porque tras siglos y siglos de mi amor hacia el hombre, el hombre no ha aprendido a amar.
Pero nadie podrá acusarme de perderse 183. ¿Qué más podía hacer por vosotros, oh hijos de Dios que habéis preferido ir lejos de la casa del Padre, y a veces vender vuestro linaje divino al Enemigo de Dios? No digáis que Yo, poderoso, podía impedir que el Malos ace- chase y podía haceros buenos con mi autoridad. Entonces hubierais tenido menos mérito que el tallito de hierba que el pie pisa sin sentirlo, porque la hierba nace de la semilla obedeciendo el decreto de Dios. Nace y crece por sí misma. Y recibe una mínima parte de cuidados del Altísimo en relación con los que vosotros recibís. El tallo recibe de Dios sol, rocío y un terrón de tierra. Vosotros tenéis la inteligencia para guiaros, tenéis la Gracia para iluminaros, la Ley para conduciros, a Mí por Maestro, mi Sangre por Salvación.
Os he dado todo y vosotros me habéis dado tan poco, ¡cada vez menos! Os he cuidado con paciencia de Dios y os habéis sublevado contra Mí. Incluso los menos culpables fueron siempre indolentes. Siempre habéis temido hacer demasiado por vuestro Dios que lo ha hecho todo por vosotros.
Por esto os vienen los castigos. Son aún llamadas de amor para convenceros de que existe Dios y que los otros dioses que servís en la fidelidad que a Mí me negáis sólo pueden daros engañosas promesas y mal seguro. De castigo en castigo, aumentado en la medida en que vosotros aumentáis la idolatría y la fornicación, llego a los grandes castigos, y éste es uno de ésos en los que no ya una hilera de mi viña, sino toda la viña está abierta e invadida, devastada y revuelta por aquel que servís y que Yo dejo que os persuada con sus dones de muerte.
Por eso os digo: «Venid a Dios, llamad a Dios con verdad de pensamiento y de corazón, y Dios se asomará al horizonte ensangrentado y Satanás torturador huirá dejándoos libres».
Pero no llamáis a Dios. Os basta con pensar en hacer del mal común un bien propio: aumentar vuestras riquezas, arrebatar poderes cada vez más altos, gozar y gozar. No os cuidáis de quien –los mejores- sufre. De Dios, menos aún. Al contrario os alzáis con desafío, osando llamarle, oh blasfemadores, para ratificar vuestros actos y pensamientos satánicos. Lo desafiáis a que se muestre porque os decís: «Dios no existe. Dios somos nosotros». Sobre vuestra lengua maldita y vuestra alma vendida ya Satanás acumula las brasas infernales y Yo las enciendo con mi furor.
Os maldigo desde ahora, serpientes con aspecto de hombre, y si recibís los anatemas de mis santos y las imprecaciones de mis buenos como si fuera pluma de pájaro que si os cae
183 Sobre la línea, la escritora anota a lápiz: Cap. 5, 1-29
encima no hace daño -porque poseéis un corazón de granito-, mi maldición penetrará para atormentaros porque Yo soy quien abre los valles, quiebro los montes, separo los mares, sacudo la tierra con el deseo de mi pensamiento, y puedo penetrar en el pedernal de vuestro corazón y hacerlo añicos como si fuera una frágil bola de cristal.
Profanadores, mentirosos, inicuos, malditos seáis por todo el mal que hacéis, por todas las almas que me arrojáis en la desesperación de la bondad de Dios, que me corrompéis con vuestros ejemplos y que me robáis dañándolas de todas las maneras. Pero no teméis. Del mismo modo que seré justo y piadoso hacia los débiles que con vuestra fuerza habéis doblegado al mal, así seré justo e inexorable con vosotros. Ya desde esta tierra. Vuestro poder, vuestra riquezas robadas, destiladas del dolor de miles de hombres, se esfumarán en vuestras manos como el humo de la paja que se quema porque está demasiado sucia para conservarla. No habrá defensa que valga contra vosotros que habéis pasado la medida.
Quien tenga oídos para entender que entienda. No se extiende la mano sucia de sangre contra el candor del Santo que habla en nombre .del Santo de los Santos y contra el Santuario más elegido que el templo de Jerusalén, porque sus cimientos fueron bautizados, aún antes de ser iniciados, por la sangre de mis héroes, y sus piedras han tenido por rocío el purpúreo baño de infinitos mártires. Allí 184 está el lecho donde descansa, en espera de resurgir al lado de su Maestro, la carne de mi Piedra elegida. Y Yo os juro que ese lugar es mucho más santo de cuanto lo fuera el Templo de Salomón, y a los profanadores de ese lugar, que ya es Paraíso -entended vosotros el porqué- sucederá lo que sucedió a todos cuantos desafiaron la gloria del Señor».
13 de noviembre
Isaías 6, 6. Dice Jesús:
«Para merecer transmitir la Palabra de Dios es necesario tener labios y corazón puros.
Corazón puro, porque del corazón salen los afectos que mueven pensamiento y carne.
¡Ay de aquellos que no son puros en sí mismos y osan hablar en mi Nombre con alma de pecado! Éstos no son mis discípulos y apóstoles. Son mis ladrones. Porque me roban las almas para dárselas a Satanás.
Las almas, sean las que siguen al sacerdote con respeto y fe, sean las que desconfiadas lo observan, están sujetas a reflexionar, porque tienen una razón, sobre la conducta del sacerdote. Y si ven que quien dice: «Sé paciente, honesto, casto, bueno, caritativo, mag- nánimo, perdona, ayuda» es lo contrario, apresado por la ira, por la dureza, por el sentido, por el resentimiento, por el egoísmo, se escandalizan y, aunque no se alejan de la iglesia, siempre reciben un golpe. Son como topetazos que vosotros -sacerdotes no víctimas de vuestro sublime ministerio, que os hace continuadores de los Doce entre las gentes que después de veinte siglos tienen que seguir siendo evangelizadas, porque Satanás destruye continuamente la obra de Cristo y a vosotros os toca reparar las injurias de Satanás- son topetazos que dais contra el edificio de la Fe en los corazones. Aunque no se caigan, se dañan, y basta un empujón de Satanás para hacerlos caer.
Son demasiados los que entre vosotros imitan al duodécimo apóstol y por bajos intereses humanos venden partes de Mí -las almas que bañadas con mi Sangre os he confiado- al Enemigo de Dios y del hombre. El estado actual, al menos en un cincuenta por ciento -y soy muy indulgente- depende de vosotros, sal hecha insípida, fuego que no calienta más, luz que
184 Sobre una copia mecanografiada, la escritora anota a pie de página: Roma. Porque toda Roma es Santuario por haber sido impregnada por la sangre y las virtudes de los primeros cristianos
humea y no resplandece, pan vuelto. amargo y consuelo convertido en tormento, porque a las almas, ya heridas, que vienen a vosotros buscando apoyo, les presentáis un panorama lleno de espinas: dureza, anticaridad, indiferencia, rigorismo hacia las almas que vienen a vosotros para escuchar una palabra paterna donde esté el eco de mi dulzura, de mi perdón, de mi misericordia.
¡Pobres almas! Bramáis contra ellas. ¿Y por qué no bramáis contra vosotros mismos?
¿Os apetece parecer los rivales de los anticristos del sanedrín? Pero ese tiempo pasó. Puse una losa sobre él, porque merecía que se le sepultara para que no dañase más, y erigí mi trono de Piedad y de Amor con una Mesa y una Cruz en los que un Dios se hace pan y un Dios se hace hostia para la redención de todos.
Aprended de Mí, Sacerdote eterno, cómo se es sacerdote. Ser sacerdote quiere decir ser angélicos, quiere decir ser santos. En vosotros las gentes deberían ver a Cristo con una evidencia total. ¡Ay! con cuanta frecuencia les mostráis un aspecto más parecido al de Lucifer.
¡De cuántas, de cuántas almas pediré cuenta a mis sacerdotes! Os repito el dicho de Pablo. Y creed que haríais mejor confesando abiertamente que no podéis permanecer más en ese camino en vez de vivir como vivís. Sólo vosotros adjuraríais de Mí. Permaneciendo, separáis de Mí a tantas almas. Dejad ya de una vez de lado tantas franjas y tantos cuidados.
Para cultivaros volved a los Textos y pedid a Dios que os purifique mente y corazón con el fuego de la continencia y del amor para poderlos entender como deben ser entendidos. Porque, sabedlo, habéis convertido las ardientes piedras preciosas de mi Evangelio en pedruscos opacos manchados de fango, si es que no los habéis convertido en piedras de condenación para lapidar a las pobres almas, dando a las palabras del amor tal rigidez que hiela y lleva a la desesperación.
Sois vosotros quienes merecéis esas piedras, porque si un rebaño es despedazado por los lobos, o precipita en un barranco, o pace en hierbas venenosas, ¿de quién es la culpa en el noventa por ciento? Del pastor perezoso o borracho que, mientras las ovejas peligran, se da al libertinaje, o duerme, o se ocupa de negocios y comercios.
Pedid a Dios, con la penitencia de una vida que os limpie de tanta humanidad, que un serafín os purifique continuamente con el carbón encendido junto al altar del Cordero, podría decir: del Corazón de Cordero, que arde desde la eternidad por el celo de Dios y de las almas.
La penitencia sólo mata lo que hay que matar. No temáis por vuestra carne que no deberíais amar más de lo que merece: poquísimo, y que amáis como algo precioso. Mis penitentes no mueren de esto. Mueren por la Caridad que les abrasa. Es la Caridad la que les consuma y no los cilicios y las disciplinas. Prueba de ello es que alguna vez alcanzan edades longevas y con tal integridad física que los preocupados por la carne no logran. Mis santos muertos en edad juvenil son los que ardieron en la hoguera del Amor, no los destrui- dos por las austeridades.
La penitencia da luz y agilidad de espíritu porque doma el gigantesco tentáculo de lo humano que os tiene clavados al fondo. La penitencia os arranca del bajo y os lanza hacia lo alto, al encuentro del Amor.
Sencillez, caridad, castidad, humildad, amor al dolor, son las cinco mayores piedras preciosas de la corona sacerdotal. Desapego de las preocupaciones, longanimidad, constancia, paciencia, son las otras pequeñas piedras preciosas. Hacen una corona de piedras preciosas puntiagudas que aprietan en un círculo el corazón. Pero es precisamente por estar así apretado, permaneciendo herido por ello, por lo que aquel corazón aumenta su resplandor haciéndose vivo rubí entre una corona de diamantes.
Ni siquiera os digo: «Tened el corazón de mi Pedro»; os digo: «Tened el corazón de mi Juan». Deseo este corazón en vosotros porque fue el perfecto corazón apostólico desde el alba al atardecer de su sacerdocio.
La mente de Pedro la infundo Yo a mis Vicarios, pero el corazón lo debéis hacer vosotros mismos. Y ese corazón es indispensable en quien es mi sacerdote: desde el altísimo Santo mío, que es cándido de alma y de pensamiento corno de aspecto y que es la Hostia mayor en esta cruenta misa que celebra la Tierra, hasta mi más pequeño ministro que parte el Pan y la Palabra en un pueblecito perdido: unas pocas casas que el mundo ignora tener sobre su superficie, pero que la Eucaristía y la Cruz hacen grande corno un palacio, más que un palacio: lo hacen semejante al mayor Templo de la. Cristiandad porque, en sagrario de oro cuajado de perlas o en uno mísero, está el mismo Cristo Hijo de Dios, y las almas que ante Él se postran -vestidas de púrpura cardenalicia y de manto real, o cubiertas con túnica humilde y vestiduras pobres- son iguales para Mí. Hijos, Yo miro el espíritu. Y bendigo allí donde hay mérito. No me dejo seducir por lo que es el mundo, corno con frecuencia hacéis vosotros.
Cambiaos el corazón, sacerdotes. En gran parte, la salvación de esta humanidad está en vuestras manos. No hagáis que en el gran Día Yo deba fulminar numerosas filas de consagrados responsables de inmensas ruinas que desde los corazones han inundado el mundo».
14 de noviembre
Isaías 8, 5. Dice Jesús:
«Cuando hayáis hecho vuestro deber -continúo hablando a vosotros sacerdotes- os autorizo a decir lo que enseñé a decir a mis apóstoles enviados en misión por Palestina. Pero cuidad de no cansaros demasiado pronto. Yo he repetido durante tres años mi doctrina. Era Dios. Después de tres años, de doce uno me traicionó entre los que habían sido saturados de Mí. Muchos otros me abandonaron en la hora de la prueba. ¿Pretendéis ser vosotros más premurosos que Yo? ¿Más potentes? ¿Más obedecidos?
Recordad que si a los hermanos les es perdonado setenta veces siete, a los hijos espirituales -y todos los católicos son hijos para vosotros: todos sin excepción les es perdonado setenta veces setenta.
Recordaos que para vosotros no existen las diferencias de los hombres respecto a las almas. Hay más bien una inversión de los valores. El hombre admira y reverencia al honesto, al bueno, al puro. Vosotros debéis no admirar sino amar al que es infeliz espiritualmente. Cuanto más uno esté sucio y alejado de Mí, más debéis ser vosotros para él padre y luz. Ninguna repugnancia, ningún cansancio, ningún abandono, ningún miedo os está permitido. Debéis inclinaros sobre todas las miserias. Las debéis buscar para curarlas. Las debéis amar para llevarlas al Amor. Rechazados, volved al asalto; ridiculizados, aumentad vuestra caridad. Servios de las cosas humanas para llevar a las almas a las sobrenaturales.
¿Y os debo enseñar Yo las suaves astucias del amor? ¿No habéis tenido nunca un padre, una madre, hermanos, junto a los cuales habéis conquistado un amor cada vez mayor? Vuestros fieles son para vosotros hijos. ¡Oh! ¡cuánto estudia un padre para hacerse amar por un hijo! El hijo es aún un niño y el padre, cansado por el trabajo, se inclina sobre la cuna y repite las dulces palabras para después oírselas decir de su boquita inocente. Es un niño, y el padre se curva para enseñar al pequeño a dar los primeros pasos, y le muestra las flores y las estrellas, educa la mente a las primeras sensaciones, a los primeros pensamientos.
Aunque fuera un torpe, un retrasado, el padre se esfuerza por abrir la mente del hijo. Aunque fuera un caprichoso indómito, con mil astucias trata de cambiarle el corazón.
Y ¿vosotros? ¿Por qué no tenéis entrañas de padre para vuestros hijos espirituales?
¿Son ateos? No importa. ¿Son lujuriosos? No importa. ¿Son cloacas de vicios? No importa. Orad y atreveos. Hoy, mañana, y todavía pasado mañana, y siempre, siempre, sin cansaros.
Muchas veces basta saber mirar a un alma con mirada de verdadero amor para conquistarla. Muchas veces las almas no son tan malvadas como creéis. Están disgustadas, enfermas, avergonzadas. Disgustadas de lo que el mundo, y entre ellos el clero, ha sentido hacia ellas. Enfermas porque Satanás ha dominado su debilidad. Avergonzadas de estar enfermas. Desean ser curadas, pero se avergüenzan de confesar sus enfermedades.
Dadles lo que no han tenido: amor santo. Id a su encuentro. Persuadidles para que se abran sin vergüenza. Son flores reacias. Pero si les calienta el amor se abren.
¡Oh! ¡santos rocíos y benditos rayos que vosotros, sacerdotes, atraéis con vuestro sacrificio sobre las almas! Arrepentimientos y redenciones que les hacen hijos de Dios. Sacramentos y gracias que vosotros infundís y que os santifican a vosotros y a ellos. Benditos seáis por esta obra, oh siervos fieles que cuidáis mi mies y mi viña. y también benditos si os inclináis sobre las hierbas salvajes nacidas fuera de mi viña.
Hijos, no hay que dejar la patria para ser misioneros. Europa, el mundo, todo es tierra de misiones porque el hombre se ha vuelto idólatra y hereje. En verdad os digo que, por caridad hacia la patria, habría que labrar la tierra natal antes que las demás, porque de una patria cristiana procede el bienestar de la patria, ¿y ahora dónde están las naciones cristianas?
Mirad a vuestro alrededor. ¿Qué veis? Montones de ruinas y montones de víctimas.
¿Quién las ha hecho? ¿Uno? ¿Dos? ¿Cuatro individuos? No. Ellos son los agentes, los ministros del Mal que les utiliza como un rey ‘despótico. Pero ellos son así porque les han dejado ser las poblaciones sobre las que imperan, encontrando en ellos el mayor exponente de sus propios sentimientos. De un pueblo privado de Dios -y ahora los pueblos están privados de Dios porque se lo han arrancado del alma sustituyéndolo por la carne, el dinero y el poder- germinan las cobras que matan por la triple hambre que les azuza Satanás.
Es inútil decir: «Ellos fueron la causa del mal actual». Decid todos, digo todos, comprendidos vosotros sacerdotes: «Fuimos nosotros», y seréis sinceros.
Ahora es más duro el trabajo en el campo baldío. Pero actuad. Volved a ser como mis primeros apóstoles. Volved a ser los héroes del sacerdocio que es la única milicia santa. Cumplid todo vuestro deber hasta la inmolación. Que si después las gentes se obstinan en perderse Yo proveeré. Vosotros recibiréis vuestro premio de todas formas, aún si venís a Mí con los brazos, rotos por el fatigoso trabajo, cargados con pocas espigas. ,
Pero, os lo ruego -y soy Dios- no os hagáis culpables de desamor. No perdono la falta de caridad. Es negación de Dios».
15 de noviembre
Dice Jesús:
«El Padre te mira. Como un pajarillo está caliente y seguro bajo los atentos cuidados de los padres, así estés tú bajo el ojo de Dios que te mira con amor. Piensa que eres cobijada, calentada, nutrida por el Amor.
Dios Eterno, Padre nuestro, está sobre ti. Mira y siente esta fuerza que se extiende sobre ti desde lo alto de los cielos, esta sonrisa que te colma de un gozo sobrenatural, esta luz que te calienta y te guía. Necesitas verla con el ojo de la mente para poderla convertir en tu pan cotidiano.
Se te dará otro alimento. Y muy amargo. Pero éste nutrirá de tal modo tu espíritu, que hará al amargor incapaz de matarte».
Mientras que corregía los folios mecanografiados, recibí de repente esta comunicación. La tuve en los momentos en que leía folios para nada agradables ni míos personales. Eran dictados de una severidad general y tremenda. Y al mismo tiempo tuve la visión intelectual del «amor del Padre».
Digo «amor del Padre» porque no podría decir que he visto al Eterno Padre así como veo al Hijo: humanamente. Pero también lo he visto. Y si en su momento, hablando de María Santísima 185 he dicho que he visto el cuerpo espiritualizado de María como una emanación de luz en la luz, pero siempre en forma de cuerpo, ahora podría decir que he visto una inmensa Luz, de un gozo incomparable, de la que traslucía una idea de rostro. Digo: idea, porque era como si la inmensa luz lo velase con capas y capas de resplandor para poderme hacer capaz de verlo con mi pobre ojo humano.
Un rostro tendido sobre mí y dos brazos extendidos como para protegerme o abrazarme. Nada más. Ese algo que pude entrever, era de incomparable belleza. La mirada viva de una eterna juventud y a la vez infundida de una dignidad de edad madura y de una bondad de mirada de anciano. También el semblante era majestuoso, pero sin signos de vejez o de excesiva juventud. Un rostro perfecto en edad y forma.
¡Pobres palabras mías, qué piedad me dais por vuestra insuficiencia para describir!
Lo que, además, es absolutamente indescriptible es lo que mi Jesús llama «la risa» del Padre. Es un movimiento que no tiene voz, pero que tiene en sí las palabras más consoladoras. Y yo, justo como un pajarillo que hasta aquel momento temblaba de soledad y miedo, de frío y de flaqueza, me siento penetrar por ella, calentar, asegurar.
Bendito sea el Altísimo que me permite comprender su santísima paternidad hacia la pobre criatura que soy.
16 de noviembre
Isaías 8,17-22; 9,1-7.
Dice Jesús:
«Déjalo todo y retén tan sólo a Dios, la Luz, la Gracia, el Amor de Dios. Que no te turbe nada de cuanto hay en la tierra. Eres hija de Dios. Te he hecho ver esta sublime condición para revestirte de fuerza y serenidad. Los cuidados del Altísimo, como dos brazos amorosos, están tendidos hacia ti. Llegará el momento en que se unirán para llevarte más allá de estas torpezas terrestres, llevarte a la Luz que ahora te mira con amor.
Piénsalo siempre: «Sobre mí está el Padre de Jesús que es también mi Padre. El Amor que ha unido al Padre y al Hijo me une con el Padre, y es el amor del Hijo el que me ha dado el amor del Padre. Por tanto tengo en mí a Dios Uno y Trino, porque tengo su amor». Te sentirás por este pensamiento como alzada por un águila en vuelo, y penetrarás en el fuego que te quiere inflamar completamente para hacerte digna de Él.
Y ahora adelante, mi pequeña voz. El tiempo es breve y la Palabra es mucha. Y aún mayor es la ignorancia de la Palabra. Demos a estos desgraciados todo lo que se pueda, para que no nos acusen de su ruina. El mundo perecerá de todos modos porque quiere perecer. Pero la Justicia y los justos del Señor podrán decir: «Se os ha dado todo para salvaros, incluso más de cuanto se debía, porque el amor es un pródigo que no se cansa nunca de dar».
185 En el escrito del 12 de septiembre
Que no te abata la convicción de que es inútil el esfuerzo que realizas porque las palabras santas caen sobre almas irremovibles y cerradas como cajas fuertes. Por ese Rostro tres veces santo que la Bondad te ha mostrado 186 y que es una sonrisa de amor para ti, por ese Rostro que los hombres han forzado a retirarse tras la subida de una avalancha de delitos que después de haber devastado la Tierra se abalanzan contra los Cielos, continúa siendo mano que sirve a la Palabra.
Han escondido el Rostro de Dios. Lo niegan. No creen en Él. Lo han sustituido por lo que es su destrucción. Están a merced de las fuerzas ocultas rebeldes al signo de Dios y a éstas sirven, en ellas creen y las obedecen. Voces y voces salen de fuentes mentirosas y no hay ni una que diga la verdad o un reflejo de la verdad. Lo que escuchan son risas de demonios que se burlan del hombre y se transforman en palabras de mentira para llevarlo cada vez más fuera del camino.
Quieren conocer el futuro para organizarse. El futuro está aquí: en mi Palabra. Para evitar este presente que es peor que una pesadilla y una condena, habría que estudiar esta Palabra, saberla leer y ajustarse a sus enseñanzas morales, históricas y sobrenaturales. También para hacer menos atroz el futuro habría que estudiar esta Palabra que enseña el Bien y la Verdad.
Repito 187: dejad a los muertos donde están. Si son bienaventurados no pueden deciros más de lo que ya os dice la Palabra, porque los santos del Señor hablan la misma lengua que el Señor. Si están condenados sólo pueden deciros las palabras de su padre, maestro y rey de mentira. ¿Y podéis creer que el Mentiroso tenga un átomo de piedad y os conceda una luz que sea luz de salvación? Pues no, al . contrario, persiguiendo su finalidad, os crea espejismos en los cuales está la fosa del abismo.
Y estáis precipitando en el abismo no teniendo ya como guía la luz de la mañana: Dios, vuestro Padre santo. Ciegos guiados por ciegos, vuestros espíritus extraviados vagan de error en error, de ruina en ruina. Chocáis unos con otros y os producís dolores siempre nue- vos, y provocáis nuevas heridas y nuevas desgracias, os odiáis por el mal que os hacéis y os llenáis las manos de este odio que os fermenta en el corazón y lo lanzáis contra Dios haciéndole responsable de vuestro mal. Y el odio, no pudiendo alcanzar el Cielo, recae sobre vosotros en fuego y llamas, en hambre, muertos, desolaciones, desesperaciones, oscuridades. No habrá tregua hasta que conozcáis por vuestra cuenta que la violencia no sirve, que la sangre empacha y no nutre, que el odio no crea, sino destruye. No habrá tregua hasta que vuestros corazones se vuelvan a Dios.
Yo soy Aquel que puede daros la paz, y no con el uso de vuestras armas homicidas sino con mi santa arma: la Cruz, pero rompiendo con mi amor vuestras armas homicidas.
No precipitéis el Juicio de Dios con vuestro pasar la medida del pecado. No hagáis que sea demasiado breve la pausa entre el tiempo del Anticristo y el tiempo de Cristo, si bien es cierto que los últimos días serán abreviados por amor de los elegidos, también lo es que es necesario tener una pausa de paz a fin de templaros para la última lucha satánica.
Yo haré derribar la piedra sobre el antro de Lucifer tras la derrota de la Bestia y de sus siervos; pero vosotros, con vuestro aclamar el Mal, no proporcionéis fuerza al Demonio para remover ese cerrojo. No hagáis, con vuestros espíritus devotos a la carne ya Satanás, palancas para abrir la prisión infernal y hacer salir al Maldito por la última presa antes de que los corazones de los hombres se hayan rebautizados con la Palabra del Señor».
17 de noviembre
186 En el escrito del 15 de noviembre
187 Y dicho en el dictado del 11 de septiembre
Isaías 10. Dice Jesús:
«Vosotros os hacéis instrumentos de Satanás cumpliendo obras de iniquidad.
Grandes o humildes, no os distinguís en el actuar. Sois prepotentes y ladrones. Los grandes con gran prepotencia y ladronería. Los pequeños con prepotencia y ladronería cada vez mayor de cuanto su condición hiciera pensar que pudieran permitirse, y aún no se sien- ten contentos y anhelan ser algo más para robar y oprimir más.
No hay categoría social inmune de culpa. Y los que de entre vosotros son honestos por ley moral o santos por amor de Dios, son vuestras víctimas mayores porque, inversores como sois de la Ley del amor, compensáis con odio a quien os da amor y bondad, sois malos con los buenos y torturadores de quien, en nombre de su Dios, no os devuelve mal por mal.
Pero aunque no os lo parezca, no penséis que quedaréis impunes. Las multitudes ven el castigo del grande y les pasa por alto el del pequeño, porque el grande que cae hace mucho ruido y el pequeño, en cambio, pasa inadvertido entre los muchos casos del mundo. Pero ya desde esta vida no quedaréis impunes. Os cojo cuando y donde menos os lo imaginéis. El resto vendrá después en la otra vida donde no habrá piedad para los duros de corazón.
Pero vosotros, vosotros que ahora sois grandes, ¿qué haréis cuando, en proporción a vuestro mal hacer, se vuelva contra vosotros la ira de Dios y de los oprimidos? ¿No ¡la sentís acechar ya sobre vosotros y aumentar como nube cargada de rayos o marea llena que su- pera los diques? Y cuando la nube se abra y la ola se desborde, ¿dónde iréis vosotros que habéis desparramado el odio, el dolor, la injusticia sobre vuestro camino, sembradores locos y demoníacos, usurpadores del pan y destructores del bien de los demás?
¿A que no habéis pensado, mientras que teníais el tiempo a vuestro servicio, en haceros, de las riquezas injustas, un refugio en los corazones de los hombres y de Dios? ¡Cuánto bien podíais hacer y vivir benditos y pasar benditos a la Vida de la verdadera gloria! ¿Y cómo podréis vivir, sin fe y sin amor, cuando os reduzcan como habéis reducido?
Os hacéis instrumentos de Satanás. Pero Yo, más poderoso que Satanás, cuando considero que es la hora de un nuevo diluvio, os tomo y os pongo a los unos contra los otros: naciones contra naciones y, en lo pequeño, parientes o amigos contra parientes y amigos, para hacer del hombre el castigo del hombre, castigando las culpas del hombre mediante las culpas de su semejante. ¿Oprimís? Permito que otros os opriman. ¿Robáis una patria? Permito que otros os roben la patria. Bien dice Isaías: «Bastón y vara de la cólera de Dios». Esto sois el uno con el otro cuando superáis la medida.
Estaría bien que aquellos a los que la lucha les es propicia y amiga la victoria no se creyeran predilectos de Dios para siempre y, aún menos, que se creyeran tan perfectos como para merecer de Dios todo logro humano. .
No. Si quien triunfa usa mal su triunfo lo golpearé y lo abatiré en el polvo. Yo soy el Rey y el Señor y nadie es mayor que Yo. Soy el Justo y no conozco parcialidad. Mi mirada los ve a todos con la misma luz. Igual es la cepa de la que venís, las mismas vuestras obligaciones para con Dios, vuestro Creador, y el mismo su pensamiento para todos vosotros. El más civilizado de entre vosotros para Mí es como el menos civilizado, como el salvaje que ignora todo lo que no sea su selva virgen. Escudriñador como soy de la verdad de vuestros pensamientos y de la inocencia de vuestros sentimientos, miro muchas veces con amor al salvaje que se postra adorando la forma que para él es dios y que se hace bueno por esa forma, y retiro la mirada con indignación del civilizado que niega a Dios, que conoce, con la palabra blasfema, el pensamiento negador y las obras malditas.
Cuando ha pasado la hora del castigo, digo mi «Basta» y recojo a las gentes maltratadas y
dispersas, les doy paz y pan, porque soy Padre, no lo olvidéis, y si no estuvierais ebrios de sangre o intoxicados por el deseo de beberla, siempre os daría paz y pan. Cuanto más numerosos son, entre las turbas enloquecidas, los justos de Dios, envueltos en el castigo común no para su sanción sino para vuestra redención, antes y más abundante y seguro doy el pan y la paz. Porque el Bien, para florecer, siempre necesita las lágrimas de los santos y los holocaustos de los redentores.
¡Oh! ¡bienaventurados estos cristos que ignoráis, pero que mi Corazón recoge como piedras preciosas en un cofre! ¡Oh! ¡bienaventurados estos ángeles que saben, entre el coro de las blasfemias y de las obscenidades en el que perecéis, cantar el «Gloria» y el «Sanctus» a su Dios! Purificadores, de esta tierra, de las miasmas que vuestras culpas crean, viven ardiendo como incensarios y ofrecen a Dios el fuego más sagrado: el del amor. Por éstos cumpliré todavía el milagro del perdón, el milagro de reunir los restos de mi pueblo y hacerles comprender que sólo en Dios está la salvación. Los demás, aquellos que no quieren ser mi pueblo -y recordad que Yo no mido con vuestra medida- continuarán siguiendo la insignia de su rey.
El mundo no debe morir sin que el ejército de Cristo venga recogido bajo su dirección. Dispersados, maltratados, abatidos, semejantes a la arena que el viento desparrama sobre las orillas del mar, oiréis la orden y vendréis a Mí, porque llegará un momento en el que Yo seré el Rey de estos pobres reinos sin corona y de estos súbditos sin rey. Ya veo a los espíritus de ese tiempo volverse a la llamada y venir luchando contra todos los obstáculos sembrados por siglos de error, venir hacia la Luz y hacia la Verdad. Digo «espíritus», porque sólo los que viven en el espíritu podrán conocer la Voz que les llama.
Vosotros, que ya ahora sois vivientes en el espíritu, precursores de la segunda venida de Cristo, antítesis de los precursores del Anticristo que obran en su nombre la labor preparatoria de la desolación, preparadme los caminos con vuestro holocausto. Los precursores del hijo de Satanás tienen apariencia de dignidad humana; los precursores del hijo de Dios tienen la misma corona que su Rey, y su trono y cátedra son la cruz y el dolor.
Pero como siempre, y especialmente en la hora en la que el Dolor deberá vencer al Pecado, es el dolor quien salva, es siempre el sacrificio quien redime. Y ahora el mundo, para ser redimido, necesita no tanto ser cubierto de espigas cuanto de almas heroicas, de víctimas de caridad».
18 de noviembre
Isaías 11. Dice Jesús:
«Continúo hablando a mis precursores, a quienes con su holocausto preparan los caminos del Señor y no evangelizan con otra manera que no sea su vida santa.
Alegraos, oh mis siervos fieles que no os contentáis con salvar vuestra alma, sino que os ofrecéis para que la Luz venza sobre las Tinieblas y les sea dada la salvación a muchos que ahora no la ansían. Cuando sea mi hora no estaré reinando solo. Estaréis conmigo. Ya desde esta tierra estaréis conmigo durante mi Reino de amor y de paz. ¿Acaso no os prometí que estaréis donde Yo esté y que tendréis un puesto en mi Reino? Como dignatarios de un palacio, vuestros espíritus serán mi corona en la tierra, sirviéndome como luminosos ministros, y heredarán la posesión de la Tierra que he prometido a los mansos y que se convertirá en posesión de los Cielos cuando la Tierra ya no exista.
Mucho antes de esa hora, vosotros, justos, poseeréis el Cielo. Éste ya está abierto para recibiros en el momento del tránsito fuera de la cárcel actual. Pero entonces será posesión
completa, luminosa, conocida por todas las criaturas, asunción a la gloria también de la carne con la que habéis conquistado el Cielo haciéndola el principal instrumento de sacrificio por fidelidad a vuestro Dios.
Vencedores de Satanás que ha corrompido la carne, vencedores del sentido que se agita en vosotros por herencia del pecado y por instigación de Satanás, poseeréis el Universo junto a vuestro Dios y seréis espejos de Dios que aparecerá en vuestras carnes glorificadas en todo su esplendor. Seréis semejantes al Padre, oh hijos santos. Semejantes a Jesús, mi 188 Hijo santísimo. Semejantes a María, nuestra Reina.
189 Del Padre tenéis la semejanza intelectiva y de los dos gloriosísimos Vivientes en el Cielo la semejanza humana y, dado que tener la Inteligencia es como tener la Palabra y el Amor y donde está Uno están los otros Dos de la Trinidad perfecta, vosotros, teniendo la se- mejanza del Padre, poseeréis esa Perfección que hizo al hombre semejante a Él y lo eligió por hijo.
Antes de ese momento seréis los dignatarios de mi Hijo, veréis el milagro de amor de una Tierra inmersa en la paz y que ha vuelto a oír a Dios, conoceréis cual habría sido el vivir del hombre si no se hubiera envilecido uniéndose con Satanás.
De ese momento no seréis privados, oh amorosos seguidores del Amor hecho carne. Lo que ahora oís resonar en vosotros, la palabra de mi Hijo a sus predilectos, lo oiréis resonar en los cuatro puntos del globo, y veréis a los hombres acudir con sed de la verdadera Ciencia. Los hombres, no los animales con apariencia de hombre, no los demonios con rostro humano, no los Judas perpetuos que venden a mi Hijo y con su mercado hieren al Amor trinitario que es indivisiblemente Uno.
Si ahora es el momento en que legiones de ángeles a las órdenes de Dios luchan contra legiones de demonios que quieren someter a la Tierra, entonces será el tiempo en que legiones de justos ararán la Tierra preparándola para la Palabra, que reinará una sola vez sobre la Tierra antes de la desaparición del mundo.
Donde está el Maestro allí están los discípulos, y vosotros estaréis porque habéis amado al Maestro más que a vosotros mismos, estaréis allí donde dé la última lección.
Y después con Él, cortejo de luz tras la Luz que sube a los Cielos, volveréis a la morada a rogar por los vivientes de la hora final y esperar la Hora del Juicio en el que todavía estaréis junto a mi Hijo, no ya Salvador sino Juez del mundo, porque el tiempo de la salvación habrá pasado y se habrá cumplido el número de los elegidos.
Triunfo en vuestro triunfo será ese momento, hijos. Y porque os amo os digo que no debéis poner medida en el deseo vehemente de conquistar la santidad, porque esa hora será tal para vosotros que miles de vidas inmoladas por ella y tesoros de la tierra dejados por ese tesoro no serían suficientes para igualar la gloria de ese momento y la beatitud de la posesión eterna de Dios».
19 de noviembre
Dice Jesús:
«El creyente se identifica con su dios y el hijo con su padre. Por tanto no es errado decir de los precursores de Satanás lo que dice Isaías en su 14° cap. y en los versículos 12-15.
¿Acaso no han querido emular a su amo y padre en el intento de proclamarse dioses y en
188 Sobre una copia mecanografiada, la escritora anota: Aquí comienza a hablar Dios Padre en vez del Hijo
189 Señalando este punto con una crucecita, la escritora anota así sobre media hojita de papel, que después cose con hilo a la página del
cuaderno: No necesita, dice, más que semejanza humana, porque pareciéndose a Dios Padre se tendrá también la semejanza del Hijo como Dios. Por eso quien es a semejanza de Dios, Espíritu creador, sólo tiene que tomar la semejanza física del Dios encarnado y de su Madre que fue la creada a perfecta imagen y semejanza de Dios (explicación dada por N.S. al dictado del 18-11)
el oprimir a las gentes aquellos a quienes Yo llamo los precursores del Mal? ¿N o han hablado de Dios con una condescendencia vergonzosa, como si fueran ellos los superdioses? ¿No se han arrogado el derecho de mandar a lo que es más sagrado, a lo que incluso Dios respeta en el hombre? No sólo se han permitido el dar o quitar el permiso de vivir, sino hasta el de pensar.
El pensamiento que Yo he dado al hombre y que es libre -porque cuanto Dios os ha dado está libre de todo género ‘de imposiciones y más libre habría sido, tanto que ni la carne hubiera sido un obstáculo para esa libertad si ella, en primer lugar, hubiera permanecido libre de la esclavitud de la culpa- el pensamiento es inculcado por estos superdioses de barro y de horror. Ellos no exigen obediencia a las santas leyes de amor como aquellas de las que Yo os hago amoroso mandamiento sin obligaros a seguido. Ellos imponen obligaciones crueles que os subyugan más que a los bueyes que tienen el cuello oprimido por el yugo y las narices ultrajadas por el anillo constrictor. Las imponen a todo vuestro ser y ni una de vues- tras tres formas -la física, la moral, la espiritual- están exentas de esta esclavitud.
Sí, también la espiritual. Los tentáculos del Mal imperante penetran y se extienden también hacia vuestro espíritu, y a su gusto quieren o impiden que ese espíritu se dirija a Dios o a su Ley. Su perversidad de hijos de Satanás explota en las persecuciones feroces. Pero incluso cuando, quitando la máscara humana que esconde sus cabezas de serpientes infernales, no llegan a las grandes persecuciones, desarrollan, para destrozar vuestro espíritu, astucias sutiles, resquebrajaduras del edificio de la Fe, formas de vida que quieren sustituir la religión por el paganismo.
Y no siempre tenéis la fuerza de permanecer fieles, porque tenéis espíritus que no están nutridos por el amor y el Evangelio. Os plegáis a la esclavitud humana, vosotros que consideráis indigno del hombre el obedecer a los mandamientos de Dios. Y perdéis, por un hombre o por más hombres, el don más hermoso de Dios: «el libre arbitrio». Sois marionetas movidas por uno o más de un hombre. Podíais ser, en esta vida y en el más allá, seres libres del reino de Dios vuestro Padre.
Separaos, despegaos, mientras podáis, de las leyes de la Bestia, alejándoos de ella. Su destino ya está señalado. Cuando el hacha de Dios extirpe a los partidarios de la horrenda Bestia, que torturan la Tierra y que constituyen los precursores de la Unidad del Mal que perturbará la Tierra, tratad de estar muy lejos de quienes precipitan en el horno del abismo como miembros podridos de esta manifestación de horror.
A Babilonia, que ahora surge y que tendrá su apogeo de imperio, sucederá un día Jerusalén santa. Haced que en ese día y en el Día sin crepúsculo, no se encuentre sobre vosotros la marca de los poderosos de Babilonia, de los «Lucifer» menores, de los afiliados, de las excrecencias de Satanás, sino el signo santo, inconfundible, glorioso, del Hijo de Dios».
20 de noviembre
Isaías 22, 11-14-18.
Dice Jesús:
«Demasiadas veces no «dirigís las miradas» a Quien es vuestra Providencia. Ponéis una franja, frecuentemente inútil, a una cosa, y después decís: «Esto lo hemos hecho nosotros».
No. No sois los autores, más bien al contrario, sois los destructores porque neutralizáis los frutos que vienen de una obra cuando no destruís la obra misma con vuestras manos y vuestras mentes destructoras.
Dios os da tanto, os da todo cuanto os sirve y necesitáis para la carne y la sangre, y para
la mente y el espíritu. Vosotros en este todo, especialmente en el que está dirigido a la muerte y al espíritu, excaváis un «lago». ¡Oh! ¡sí! Un lago. Pero es un lago en el que las límpidas aguas de Dios se estancan y se corrompen porque están puestas en contacto con tantas otras cosas y al descubierto de todas las invasiones.
Así sucede con el saber, multiplicado desmesuradamente pero no elevado hacia Dios, que habéis constituido en un peligro para vosotros; así con la religión que habéis querido engalanar con tantas inutilidades, analizar con lente humana, profanar queriéndola explicar sin referencia a Dios, envilecer convirtiéndola en fórmula en vez de forma de vida.
Siempre os tengo que hacer el mismo reproche. Os creéis al mismo nivelo incluso superiores a Dios. Y habéis caído en obras que no son de hijos de Dios sino únicamente de animales racionales, los superracionales de la tierra, pero humanamente racionales. Y ya es mucho cuando sois racionales y os respetáis hasta el punto de deciros: «Tratemos de actuar pensando en el mañana». La mayor parte de las veces pensáis en el hoy y en hacer del hoy una diversión para vuestra carne tan amada por vosotros.
Ni siquiera cuando estáis entre los tormentos de un castigo salís de esta euforia malsana. Al contrario, aún más queréis vivir como animales atentos sólo a saciar el hambre y el sentido. Y entre un goce y otro os burláis de Dios en quien ya no creéis, salvo para im- precarle o implorarle en el momento en que sufrís. ¿Y por qué? ¿Qué os esperáis? No es así como se obtiene ayuda de Dios. Yo estoy con quien es honesto y fiel. Aunque sea débil le perdono y auxilio. No estoy con los escarnecedores y renegadores que saben cogerse su parte y dar a mis hijos sólo dolor y tormento.
Y tú, el primero entre mis hijos 190, fortalece tu corazón apoyando la boca en la mística fuente de mi pecho desgarrado. Así como eres mi primer heraldo, y más que heraldo mi Vicario en la tierra, el que representa al Cordero, y tiene el corazón y la palabra del Cordero, así serás un nuevo Cristo en el dolor y en el destino.
¡Cuánto dolor hay ya en el cáliz que se acerca! ¡Y no te sirve el haber bebido ya tanto y haber vivido como un justo! No te sirve porque cuanto más bebes más lo llena el dolor, porque ese dolor está destilado y ordeñado de la Fuerza que nos es enemiga, que al no poder lesionar a Cristo lesiona las carnes de sus criaturas. ¿Y qué criatura es más mía que tú, que eres manso y justo, que eres evangélico como mi Juan?
Como el Predilecto, fíjate en el Cielo hasta dejarte raptar por el ardor de la contemplación, porque la hora del dolor es cada vez más cercana y necesitas estar saturado de contemplación para poder sufrir la pasión sin doblegarte.
Permanece «Luz del mundo» en mi lugar, aunque las tinieblas se te suban encima para aplastarte. Aunque caigas mantén alzada mi Cruz que es Luz. Aunque mueras haz oír la Voz que habla del Cielo a través de ti, mi Siervo ejemplar.
Has llorado y no ha servido que conocieras el secreto de Fátima. Tus cuidados por el mundo se han vuelto contra ti como los que se procuran a un endemoniado. Pero no importa. Mi Madre está contigo y Yo con Ella.
Nosotros estamos con las grandes «voces» y las pequeñas «voces» que hablan en mi nombre y que se consumen a sí mismos para que la Voz de Cristo se oiga aún en esta tierra rebosante de demonios. Benditos seáis, grandes y pequeños portadores de la Palabra. Nosotros venceremos contra Satanás. Yo os lo digo. Y; en el momento de la victoria, mi propia Luz será vuestra luz que os hará resplandecientes como nuevos soles».
¡Oh, Padre! 191, qué sensaciones tan dulces ayer y hoy.
190 Es el Papa, como se ve por las palabras que siguen
191 Padre Migliorini
Ayer por la mañana he recibido las caricias de María Santísima. Realmente caricias, no es una forma de hablar. Trabajaba y pensaba. Naturalmente en el Cielo. Me decía que vendrá bien el día en que estaré allí arriba, no más huérfana, sola y amada más o menos bien como lo soy ahora. He sentido sobre la cabeza, sobre las mejillas, las caricias de la Virgen. Pensando cómo me encuentro ahora, sin parientes, me caían las lágrimas sobre la labor e invocaba un consuelo y el consuelo ha llegado bajo forma de caricias. No es la mano fuerte y grande de Jesús y su atraerme como amigo, por no decir como enamorado. Ha sido una caricia suave, leve, materna, de una mano pequeñita y ligera. Sobre la cabeza y sobre las mejillas. Un toque inconfundible cuyo recuerdo es mi delicia.
Esta mañana, después, hacia el amanecer, mientras estaba en duermevela y rezaba – recitaba el rosario- he dicho: «¡Oh! Mamá de Jesús, ¿qué puedo hacer por ti?». Y Ella me ha dicho: «Ámame». Basta. No me ha dicho más. ¡Pero cómo lo ha dicho! Es la primera vez que oigo la palabra de la Virgen santa. Durante todo el día de hoy estoy pensando en ese «Ámame» pronunciado con tanta dulzura como si fuera el de una madre inclinada sobre el lecho de su hija que le susurra entre los cabellos, entre un beso y otro, su deseo de madre más querido.
¡Se ha necesitado la Virgen para hacerme gustar lo que nunca he tenido en mi vida de hija!… Lo que siento no se puede describir más que con una palabra: «¡Éxtasis!».
21 de noviembre
Isaías 38,5-7-15-16-17-18-19.
Dice Jesús:
«Vosotros hombres, que reconquistáis la salud después de enfermedades de muerte, sólo os ocupáis, cuando os dais cuenta, de agradecerme por la salud física recuperada. Nunca pensáis que Yo os he dado esa prueba para haceros considerar que os espera un final tras el cual hay un inicio, así como el sol poniéndose por la tarde señala, en el fondo, que comienza el ciclo por el que vendrá una nueva aurora. Pero vuestra aurora en el más allá no es el comienzo de un día de pocas horas. Es inicio de un día eterno.
La enfermedad quiere haceros reflexionar sobre esto, y a este fin deberíais dirigir la salud recuperada. A provee¡; para dar a lo que no muere un día de paz.
Si supierais pensar sobre esto, ¡cuántas presas perdería el infierno! Pero a menudo utilizáis malla salud que os concedo y los años que añado a vuestra existencia para esta finalidad. Os impacientáis en la enfermedad, os desalentáis, muchas veces dejáis de rezar diciendo: «Es inútil que lo haga. Si ha sido Dios quien me la ha mandado, ¿para qué le pido que me la quite?». Curados, no dirigís un pensamiento a Aquel que os ha devuelto la salud. Con vuestra incongruencia y vuestra irrespetuosa ingratitud dais a Dios la culpa de enviaros la enfermedad, pero no le dais el mérito de quitárosla.
Si pensáis que Él os da el mal, ¿por qué no pensáis que debe poder daros el bien? Es justamente lo contrario, hijos. El mal, sea cual sea, tiene en un 99 por ciento origen en vosotros mismos, y el bien tiene una única fuente: Dios. Dios que inspira e ilumina a quien os cuida, Dios que os alarga los días para dar tiempo de actuar a las medicinas y aumenta las resistencias para dar al cuerpo la posibilidad de reaccionar, Dios, que con voluntad instantánea puede haceros resurgir sanos, contra toda esperanza y fuera de cualquier otra ayuda, por un inescrutable motivo suyo.
Pero antes de alegrarse por el gozo de estar curados, deberíais alegraos por la posibilidad que Dios os concede de reparar los errores precedentes a la enfermedad y trabajar para merecer la vida que no muere.
Yo obro para librar a vuestra alma de la perdición y cancelo con mi amor vuestros pecados esperando siempre en vosotros.
Vosotros… ¿qué hacéis? Devolved amor por el amor que recibís y haceros «vivos».
Ser «vivos» no quiere decir ser de este mundo: quiere decir estar en el Señor. Quiere decir poseer la Gracia y tener derecho al Cielo. Vivo no es quien respira, come y duerme con el alma muerta: éste es despojo ya podrido a punto de caer, como el higo podrido en la rama, en la fosa que tiene por fondo el infierno. Vivo es quien, aunque agonice en la carne, posee la «Vida», y aún más, a medida que cesa la vitalidad de aquí, se acerca y crece en él la «Vida verdadera». Vivo es quien, mientras respira, ya está arpegiando las alabanzas que cantará eternamente al Señor y, mientras que las tinieblas descienden sobre sus pupilas, ve cada vez más claro, con los ojos del espíritu, el rostro del Padre.
Vivo es quien al ser sanado de una enfermedad humana se siente rescatado por su Señor y a Él dedica cada movimiento.
Vivo ,es quien conoce la Verdad y quiere esta Alegría y esta Riqueza: la Verdad, por encima de todas las alegrías y las riquezas humanas. Y durante todos sus días se dedica a poseerla, porque el conocerla ha puesto en él la santa sed de conquistarla».
Más tarde
Dice Jesús:
«Esto, María, es para ti. Y para las almas enamoradas como tú. Lucas, narrando el banquete en casa de Simón, cuenta lo que utilizó la redimida enamorada para mostrarme su amor. Las lágrimas, los cabellos, el perfume.
Simón se escandaliza porque ella me tocaba. Pero podía escandalizarse quien era escándalo y rociaba su sombrío interior sobre todo lo que veía. Un puro no veía una acción digna de escándalo.
No el agua, sino las lágrima, gotas del corazón, líquido no contaminado por gérmenes impuros sino filtrado por el amor y el arrepentimiento, hecho digno de Dios y considerado precioso por Dios porque era signo de un espíritu que ha comprendido la Verdad. No los linos, sino los cabellos, seda viva que la mujer convierte en seducción y culto, y que la regenerada por la Gracia humilla haciéndola toalla para los pies de su Salvador. El perfume: uno de los instrumentos enseñados por Satanás a la mujer y que la mujer vuelta a Dios destruye haciendo bálsamo para su Señor.
Yo miraba y callaba, y ni siquiera una de esas lágrimas ardientes y arrepentidas, ni siquiera una de las caricias de los mechones que no ponían en contacto la carne aún impura con la Carne que no había conocido mancha, sino que ponían entre una y otra un velo que no podía ser despreciado por Dios, y ni siquiera una de esas gotas de nardo, menos, mucho menos perfumadas que el amor de quien las esparcía, pasaban desapercibidas. Y cada una, porque cada una era profesión de amor y confesión de error, recibía perdón y bendición.
Y mientras que la sorpresa indignada del Fariseo, a quien habría tenido mucho que reprochar, mortificaba a la arrepentida con palabras de una escandalizada y falsa especulación sobre su voluntaria, valiente, humilde profesión de arrepentimiento y de amor, Yo le daba total absolución de todo el pasado.
Estaba lavado por su llanto. Sus tinieblas eran vencidas por la Luz del amor y vencido era su hielo. María era la amada por su generosidad y confianza. Su corazón había sido su instrumento de mal, pero en su propio corazón había encontrado el camino del Bien. y el corazón había sido su maestro para encontrar un lugar en la Vida y en el Corazón del Maestro.
Le he amado mucho porque ha amado mucho; me ha amado mucho porque se lo he perdonado todo. Todo, María. Yo le perdono todo a quien me ama con todo su corazón».
22 de noviembre
Dice Jesús:
«Amémonos, oh dilecta, y hablemos de amor, porque no hay nada más dulce que esto para quien ama.
La redimida del Evangelio, como los tres Magos que adoraron mi Divinidad encarnada, humilló tres dones a mis pies: el corazón a través del llanto, la carne a través de los cabellos, la mente a través del perfume. Tú debes darlo todo del mismo modo, sin quedarte nada para ti, ni siquiera el soplo vital.
«Las potentes aguas no sirven para apagar el amor -y los aluviones no lo arrollan. Si alguno diese toda sustancia en cambio de amor, caería en gran desprecio».
Las aguas dirigidas a apagar el amor son todas las cosas de la vida, los cuidados y también las necesidades. Los aluviones, los quereres ajenos que intentan impedir que el espíritu se dé completamente a Dios.
Pero el verdadero amante no tiene en cuenta las primeras y no se asusta por las segundas. Él pone su necesidad vital sobre todo lo que para los demás constituye las preocupaciones de la vida: amar a su Dios. Espíritu absorto, y podría decir, «elevado» en Dios, vive ya proyectado fuera de lo que constituye para los demás la llamada «vida». Él, santo inversor de los valores humanos, sólo ve una finalidad para alcanzar: no su interés propio, sino el de Dios; sólo se preocupa de una cosa: conquistar la Vida sin tener en cuenta la pobre vida terrena que es flor que dura muy poco sobre su tallo. Manso, porque ya es uno con su Dios, se convierte en un león cuando debe defender su tesoro, y las persecuciones familiares y sociales no logran derribar este espíritu deificado, más bien al contrario, como las olas de un mar encrespado, le transportan velozmente hacia la orilla, al corazón de Dios.
jOh! bienaventurados los tormentos de mis amantes, de estos conocedores y gustadores de la Verdad, quienes, como el autor del Cantar, dicen -y no con palabras vanas sino con las palabras verdaderas de una vida vivida y consumida para este fin- que aún cuando uno diese todas sus posesiones para conquistar al Amor, aún daría poco, porque hasta el regalo del día terreno es moneda insignificante si se compara con la posesión del Amor que es infinito.
Por tanto, dámelo todo de ti, sin reservas. El hierro que se funde en el crisol sale más hermoso. El alma que funde y consuma el amor renace como flor de eternidad en los vergeles celestiales.
Te quiero allí. Pero antes debes padecer aún el quehacer de nuestros dos amores: el tuyo de criatura hacia Mí, y el mío de Dios por ti. Cuando estas dos fuerzas hayan arrebatado de ti todo tu «yo», entonces vendré para conducirte a la Paz».
23 de noviembre
Dice Jesús:
«Yo doy siempre el doble, el triple, el céntuplo, el infinito, en recompensa de lo que no dais. Porque os amo, hijos, y os juzgo con rigor templado por el amor. Así no os pago como requieren vuestras iniquidades, sino que siento la necesidad de ayudaras con más fuerza que la de castigaras, porque os veo desgraciados y sufro al veras así.
Observad mis castigos desde que el hombre existe. Veréis que siempre he tratado de salvar a quien apenas tenía un poco de bueno en sí. No eran completamente justos los que
se salvaban de los flagelos con los que castigaba al hombre que se había vuelto pecador, sacrílego, ladrón, homicida. Pero veía en ellos el esfuerzo por ser justos, y ese poco, aunque fuera mínima, de justicia, que representaba toda su capacidad de ser tales, me bastaba.
¿Puede, quizás, un padre, que tiene un hijo enfermizo pero voluntarioso, ridiculizarle porque no es un trabajador resistente, un caminante incansable, un fuerte al que nada agota? No, más aún, se las ingenia para suplir las insuficiencias del hijo, y lo hace con afanoso cuidado para que él no se dé cuenta y se aflija por ello. Y el Padre que tenéis en los cielos, el Padre santo, ¿podrá actuar de otro modo?
Yo os prevengo, pongo los auxilios en vuestras manos, y lo hago con tal cuidado que ‘ni os dais cuenta y creéis que vosotros sois capaces de tanto. No, hijos. Soy Yo quien obra tres cuartos, vosotros, con vuestra voluntad, hacéis el resto.
María, ¿crees que habrías podido hacer sola lo que haces? ¡Oh! ¡pobre hija! Todavía estarías en el a, b, c del amor y en los primeros pasos del camino de perfección. Pero Yo te he cogido, te he instruido, te he llevado. Como el viento que rapta una flor al borde del camino, Yo te he alzado sobre el polvo y el barro y te he llevado a la Luz. Te llevaré a Ella cada vez más si me secundas con tu voluntad.
Pero ¿cuántos tienen recta voluntad? Pocos, demasiado pocos. Por lo que, a pesar de mis cuidados, no progresáis.
Hace veinte siglos que una «Voz» repitió lo ya dicho por Isaías: «Preparad los caminos del Señor». Pero los caminos están cada vez más obstruidos para el Señor, por vuestra mala voluntad sierva de la Bestia que os hace acumular montes de orgullo, crear barrancos de culpa, torcidos caminos de engaño, valles de desidia.
¿Cómo puede el Pastor santo recoger a su rebaño desbandado si no se han reunido antes las ovejas ante la vara de su Palabra? Heme aquí. Vengo para pacer una vez más a mis corderos y sostener a las ovejas que crían, o sea a los ministros de Cristo que os dan la leche de su Palabra.
Dejad de lado cuanto no es mi pasto. Reunios alrededor de la Cruz. Es la insignia de la victoria sobre todos los enemigos del hombre. Todos los enemigos. Los externos producidos por las guerras, pestes, hambre. Los internos, doblemente, incalculablemente destructores, producidos por el espíritu del mundo, racionalismo, triple idolatría, intrigas de Satanás.
Abrid los ojos, hombres. Quitaos de ellos la costra que tanto error os ha acumulado, y miradme a Mí. A Mí tal cual soy, con toda mi potencia de Dios Uno y Trino, Creador, Redentor, Animador vuestro.
Humillad vuestra arcilla soberbia que no es capaz de nada eterno y reconoced vuestra nada que sólo es grande si Dios la alienta estando en vuestro espíritu. Humillad vuestra inteligencia, que es mía porque Yo os la he infundido, y pensad siempre en lo que Yo soy y en lo que sois vosotros.
No se necesitan ponderosas obras de ciencia para llegar a creer. El libro más hermoso es el universo que he creado de la nada y sin ayuda del hombre. Sabed leer en él el nombre de Dios y mirando la inmensidad del firmamento comenzad a entender mi inmensidad, mirando el movimiento de los astros comenzad a entender mi poder.
Átomos de polvo sobre un granito, que gira en el espacio, que llamáis Tierra -un polvillo llevado por el soplo de Dios y que pasa veloz junto a otros infinitos polvillo s semejantes a él-
¿no sentís machacar vuestra soberbia si contempláis el firmamento tras el cual estoy Yo? Efímeros que duráis el espacio de un instante de eternidad, ¿no comenzáis a comprender mi Eternidad cuya duración es profundidad sin fondo en la que se desploman los milenios y son latidos de mi ardor?
Volved al Señor que habéis dejado. Él, en su trinitaria cualidad, volverá a ser Creador del
Bien que habéis destruido, Salvador del Bien que os ha quedado, Animador del Bien que ya no sabéis servir.
Venid. Yo os llevaré si os entregáis a Mí».
24 de noviembre
Isaías 41-42-43.
Dice Jesús 192:
«Ante un Dios que encarna parte de Sí mismo 193 para salvar a sus criaturas culpables, el Universo se asombra de estupor y se postra en un silencio adorante antes de explotar en el cántico de las esferas y de los mundos, jubilantes por la Perfección que desciende a llevar al Amor al planeta cubierto de pecado.
El Vencedor, mi Hijo santo, ha venido para acosar las fuerzas del mal, para hacerlas huir y a traer el pacto de la alianza y la paz entre Dios y el hombre.
Él pasa aún entre vosotros y no deja más huella que la de su amor, huella que sólo los puros y honestos de corazón reconocen y siguen, porque la Paz atrae a los pacíficos, la Misericordia a los buenos, la Justicia a los justos, la Pureza a los puros. Él viene de nuevo, os coge de la mano y os dice: «No temáis porque he venido en vuestra ayuda».
En todas vuestras necesidades, en todas vuestras penas, en todas vuestras desventuras
¿por qué desconfiáis? Tenéis entre vosotros a Aquél cuyo deseo el Padre no sabe rechazar, porque mi Hijo ha superado todos mis deseos y le debo justa recompensa.
Si pensarais, oh cristianos, hijos de mi Hijo que os ha generado a la Gracia con su sacrificio de Hombre y de Dios, si supierais a cuál destino os ha elevado, deberíais, no digo adorarme y amarme durante toda la vida, sino amarme y adorarme cien y más vidas, si se os concediera revivir más vidas. Amadme, por tanto, con un gran amor y amad con igual medida a mi Verbo que ha venido para daros la Vida.
Aunque estuvierais muertos, volveríais a vivir si creyerais en Él; aunque fuerais tierra árida y sin vegetación, os cubriríais de verdor y de frescas aguas, porque donde pasa y permanece mi Hijo santo allí fluye a caudales la gracia del Señor y florece el lirio y la rosa, crecen palmas y olivos y, más altas que el cedro, las virtudes en el corazón del hombre.
Cuando veáis que de la tierra corrompida surge un santo como flor de un montón de paja podrida, cuando de una nada de hombre veáis surgir un atleta de Cristo, y brillar una luz allí donde estaban las tinieblas, y sonar una voz donde antes era silencio, e iluminar e instruir en nombre de Dios, alzad la mirada y el alma en busca de la potencia creadora del prodigio: la mía, que así como del lodo he sacado al hombre, así del hombre puedo extraer al santo, el portador de Dios, el tabernáculo de Dios, el arca santa sobre la que mi Gloria se reposa y desde la que mi Sabiduría habla a los espíritus.
No temáis acercaros a Nosotros que os amamos. No separéis nuestra Unidad amando Uno y no a los Otros. Nosotros nos amamos y estamos unidos por el amor. Haced los mismo.
El Hijo no debe haceros descuidar al Padre. Él no lo hace. Él os enseña a amarme y por sus labios santos ha hecho surgir la oración perfecta al Padre de los Cielos. El Hijo no debe haceros descuidar al Espíritu Santo. Él no lo hace. Como en los umbrales de la predicación os enseña a rezarme a Mí, Padre Santo, así en los umbrales de la Pasión os enseña a amar al Paráclito que será el Iluminador de la Verdad enseñada.
Sin el Padre no habríais tenido al Hijo, y sin el Hijo no podríais haber recibido el Espíritu.
192 Pero sobre una copia mecanografiada, la escritora anota: Habla el Padre Santísimo. Todo el dictado es de Dios Padre
193 La indivisible trinidad de Dios es reafirmada en la página siguiente
Sin el Espíritu no podríais comprender la Palabra y sin comprender la Palabra no podríais seguir, como justos, sus dictámenes y conquistar la posesión del Padre.
Como elipses de luz, las causas y los efectos van desde Dios: polo superior, a vosotros: polo inferior, y desde vosotros vuelven a subir a Dios. No podéis romper la parábola mística. No se parte la Unidad. Si se parte, con un amor deforme, ya no podéis volver a subir a la Perfección sin peligro, porque, con vuestro desorden, turbáis la estela de Caridad que arrastra consigo, como red divina, los espíritus de quienes han comprendido lo que es Dios y no aman a Dios, Espíritu perfecto, más que con un amor del que está excluido lo humano.
No escuchéis falsas voces que os dicen una doctrina distinta a la que ha traído el Hijo. ¿Y cómo pueden estos pregoneros de «verbos nuevos» decir palabras de Vida si la Vida no está en ellos, si son más falsos que las imágenes de los falsos dioses? No os hagáis dioses de ellos: es abominable hacerse creer tales y abominable creerlo. Uno sólo es Dios: Yo y Aquel que he mandado, que se encarnó por Amor. Los demás sólo son inicuos vendidos a Satanás y vendedores de vosotros a la Serpiente maldita.
Mirad al santo Hijo mío, a mi Cristo obediente como siervo, Él, el Eterno igual que Yo, por amor al Padre. Él es quien ha quitado la amargura de mi seno y ha reunido a los hijos que se habían separado de Mí. Mi espíritu está en Él, porque Yo soy uno con Él que se hace ministro del Pensamiento del Padre. Comparadlo con vuestros mentirosos «mesías» y ved cuán dulce y perfecto es mi Hijo, el Esperado por las gentes, el Salvador del mundo.
En Él, pleno de toda virtud llevada a la perfección, residen la Justicia y la Misericordia, pero porque es manso y santo no impone, no amenaza, no oprime. El Primogénito de todos vosotros, el Consagrado para siempre al Señor, habla con la voz de su amor, enseña con el ejemplo y redime con su sacrificio. Es como agua tibia que desciende de los cielos en abril para limpiar y reavivar flores y terreno, y llevar la vida allí donde los temporales arrancaron las frondas. Es como luz que desciende para mostrar el camino, y es tan plácida que no os percatáis de ella más que cuando la habéis perdido. Es como voz que llama para conducir a la Verdad, y no tiene sobre los labios duras palabras hacia las miserias del hombre.
Ha dejado el abrazo del Padre para hacerse embajador de mi Ley ante vosotros, y se ha inmolado a Sí mismo a una vida oscura y una trágica muerte, a fin de que fuera puesto un sello que ninguna fuerza puede quitar al pacto de alianza entre la humanidad y Dios: su Sangre, que está como firma espléndida al pie del tratado de perdón.
Ha utilizado su indestructible potencia de Dios, no anulada por su nuevo aspecto de hombre, no para reinar sino para haceros reinar: sobre el mal, sobre las enfermedades, sobre la muerte. Ha utilizado su Sabiduría no para aplastaros sino para elevaros. Ha hecho de Sí mismo moneda de rescate, camino, puente, para haceros superar los obstáculos que os cerraban el Cielo y conseguiros el Cielo.
Y Yo he tenido que hacer pesar sobre Él, el Inocente, la mano, porque eran infinitas vuestras culpas pasadas, presentes y futuras, e infinito debía ser el sacrificio ofrecido para anularlas. ¿Podéis 24 nov. medir esta masa de sacrificio? No, no lo podéis. Sólo Yo, que soy Dios, puedo conocerla. Sólo Yo conozco los sufrimientos de mi divina Criatura.
No miréis el suplicio material que duró pocas horas. El Verbo no sufrió sólo en aquel momento. Por los siglos de los siglos se ha mezclado la indescriptible riada de angustia de su dolor en su beatitud de Dios. Dolor por las ofensas a su Padre amadísimo, dolor por los desprecios a las luces del Paráclito, dolor por las ofensas al Verbo dado inútilmente a las gentes, dolor por las culpas futuras que habrían posado sus asquerosos pies sobre la santidad de su Yo santísimo, dolor por la inutilidad de su sacrificio para una buena parte de los vivientes.
No miréis los flagelos, las espinas, los clavos con que fue martirizada la Carne por los
ciegos de entonces. Mirad los tormentos espirituales que dais a mi Santo con vuestras resistencias a su suplicar.
¿ Quienes más sordos y ciegos que vosotros? Vosotros no tenéis rotos los tímpanos y las pupilas, sino roto el espíritu, por lo que la Ley sublime que mi Hijo vino a traeros, y que aún os trae, no penetra en vosotros, o si penetra sale en seguida, como de una criba desfondada. Por lo que, como fruto de vuestra deformidad espiritual de la que sois autores voluntarios, tenéis las guerras atroces en las cuales, además de la vida. y las propiedades, cada vez más
perdéis el amor y por eso cada vez más perdéis a Dios.
Pero no todos vosotros sois leprosos y endemoniados. Entre vosotros, raros como perlas en el seno de las ostras, están los fieles de mi Hijo y míos. A ellos digo: «Permaneced fieles a Nosotros y Yo os juro que estaré con vosotros. Sed los pregoneros de mi Verbo y los testigos de nuestra Justicia, de nuestra Misericordia, de nuestra Santidad. En esta vida nos tendréis cercanos y en la otra estaréis cerca de Nosotros y veréis las obras de la Divinidad. Cuando Aquél a quien he deferido todo juicio venga a dividir la mies de la cizaña y a bendecir los corderos maldiciendo los áspides y los carneros, vosotros estaréis a su alrededor, ruedas de luz festiva alrededor de la tremenda y real Luz de la Divinidad encarnada. Vosotros seréis el nuevo pueblo de Dios, el pueblo eterno sobre el que reinará mi bendito y santísimo Hijo, y anunciaréis las alabanzas a las estrellas y a los planetas, porque todo lo que ha sido hecho fue hecho para hacer trono a la Víctima, al Héroe, al Santo sobre quien no hay mancha y sobre quien se posa la complacencia del Padre, y a quien los astros y planetas deben, en la hora de su triunfo, hacer una alfombra de piedras preciosas para el Rey del mundo que pasa seguido por su cortejo de santos para entrar en la Jerusalén eterna, cuando hayan finalizado las vicisitudes de la creación con la destrucción de la Tierra y el Juicio de las Gentes»».
Al principio de este dictado he escrito: «Dice Jesús». Pero, como usted 194 ve, quien habla aquí es el Padre Santísimo celebrando al Hijo.
25 de noviembre
Dice Jesús:
«Todas las almas son creadas por el pensamiento del Padre que
manda a estas hijas suyas para animar los cuerpos generados en la Tierra. Pero el alma de la Purísima no salió sólo del Pensamiento del Padre. .
Del vórtice de ardores que es nuestra Trinidad santa parten los tres amores que convergen en el centro, allí donde nuestra Divinidad se unifica y resplandece. Allí está el vértice del Amor fruto de los tres amores unidos, y para hacer una comparación humana, po- dría decir que allí está el corazón de nuestra santa Trinidad.
De ese corazón ha venido el alma de María. Como una chispa despedida de nuestra Voluntad de amor, Ella se generó de nuestros tres amores y de nuestros tres deseos de tenerla como hija, como madre, como esposa, y hemos puesto toda nuestra perfección en crearla porque Ella estaba destinada para ser la piedra del edificio del Templo verdadero, el arca del nuevo pacto, el inicio de la redención que, como todas las cosas de Dios, lleva el tres, signo simbólico del Dios Trino.
El primer tiempo de la redención es la creación -obra más específica del Padre- del alma sin mancha destinada a descender para habitar una carne que habría sido sagrario de Dios, y el amor del Hijo y del Espíritu Santo beatíficamente velaron su formación. El segundo
194 Padre Migliorini
tiempo es cuando, por obra del Espíritu, Aquélla sin mancha, toda bella y pura, fundió su ardor de virgen enamorada de Dios con el ardor del Amor de Dios, y por obra del Espíritu generó a Cristo para las gentes. El tercer tiempo, cuando Cristo cumplió su misión de Redentor muriendo en la Cruz.
También entonces María estaba unida a la obra de Dios, y por obra del Hijo, se hizo Corredentora y Víctima con Él. Indisolublemente unida a Dios y a su voluntad, Ella está presente en cada momento de las etapas del camino de la Redención, y sin María no habrías tenido al Redentor.
La Madre es la flor completamente abierta en toda la púrpura de su vestidura real. Pero la Madre, para ser tal, no sólo tuvo que iniciarse en el capullo inviolado de la Virgen candidísima, sino en la semilla aún no nacida de la que después brotó el tallo, el capullo, la flor.
Al celebrar la fecha de la Concepción inmaculada de María, suave fruto de nuestro amor y portadora del Fruto de amor infinito, consagrado a vuestra salvación, que soy Yo, tened presente no sólo a María cual fue concebida, sino su origen -tres veces santa porque para crearla concurrieron nuestros tres amores -y su especial dignidad como iniciadora del perdón del Eterno hacia el hombre.
Aurora serena del día de la Redención, Ella vino a vosotros con su casto fulgor de Estrella matutina y de alma paradisíaca. Su cuna, que se prepara para recibirla precede en poco a la mía, y su sonrisa os enseña el Gloria para cantar al Eterno que, en su Caridad perfectísima, ha cumplido por vosotros los dos amorosos prodigios de la Concepción inmaculada de María y de mi Encarnación».
26 de noviembre
Dice Jesús:
«Hagamos una pausa al comentario de Isaías. Estás tan cansada, amiga mía, y tan sufriente que necesitas un consuelo y no un sobrepeso. Mis palabras, por otra parte, no desentonan del tema que tratamos. Más bien, son como un «solo» en la epopeya profética que anuncia mi venida, mi misión, mi gloria.
Así haremos un regalo al Padre que te guía y que está deseoso de oír hablar sobre María, como un niño que tiene lejos a su madre y quiere saber sobre ella para conocerla y amarla cada vez más. Y en verdad te digo que Padre Romualdo es ciertamente un «hijo» para mi Madre y mi Madre es, en efecto, «mamá» para él.
No todos sus compañeros son semejantes a él bajo el hábito que les iguala. El corazón es lo que varía. Y el corazón lo es todo. En el suyo no hay malicia, no hay soberbia, no hay dureza, no tiene sentidos y mente a lo humano. Del mismo modo que depuso el traje de paisano, del hombre, para asumir el hábito, así se despojó de la humanidad para convertirse únicamente en siervo de su Señor, portador de Cristo, luz y voz de Dios y de la Madre mía y suya.
El suyo es un corazón de niño que gobierna una mente adulta. Y si para ser amados por Mí y conquistar el Cielo hay que saber hacerse como niños, lo mismo es para ser amados por mi Madre la cual, cuando ve un corazón que la refleja en pureza, humildad, sencillez, fe, caridad, con la misma facilidad que un niño, toma ese corazón y se lo estrecha contra el Corazón sobre el que Yo dormí.
No hay un mes en el año que no lleve como piedra preciosa en el engarce de sus días una fiesta de María. Pero diciembre es mes mariano por excelencia porque contempla las dos mayores glorias de María: la Concepción inmaculada y la Maternidad divina y virginal.
Quiero desvelarte algunas ideas sobre esta maternidad.
Nada le impedía a Dios hacer nacer a su Hijo en la ciudad de Jerusalén. Capital de Palestina, centro de la fe y del poder, a la mente humana le podría parecer que fuera la ciudad más adecuada para el nacimiento del Rey de los Judíos. Pero las previsiones de Dios difieren de las de los hombres.
Jerusalén ya no era santa. Llevaba ese nombre, pero la corrupción estaba en todos sus estratos: desde el Templo hasta la Corte, desde las tropas hasta los ciudadanos. Jerusalén ya había tenido todo cuanto había querido, y como el rico Epulón, convenía darle la respuesta de Abraham: «Recuerda que tú tuviste todos los bienes». Todos menos el único necesario porque lo rechazó: «el bien de la posesión de Dios».
Soberbia, arrogancia, avaricia, dureza, ciencia humana, riqueza, lujo y lujuria. En ella había de todo. Y su vientre se hartaba de estas comidas humanas dejando morir de hambre al pobre Lázaro de su espíritu, el cual, lleno de llagas, clamaba saciarse con el alimento de Dios, pero sólo encontraba las piedras pesadas de los preceptos farisaicos en vez de la miel de Dios.
Dios se retira de donde está todo lo que no es Él y donde nadie trata de meterle en este «todo», para hacer del todo base del trono del Señor, a quien deben someterse todas las cosas de la Tierra.
Vosotros, en cambio, hacéis de las cosas de la Tierra el cúlmen de vuestro pensamiento sobreponiéndolas a Dios. Estad atentos a que no os suceda lo que le ocurrió a Jerusalén. Ya os está sucediendo porque Dios, al que ya no buscáis, se retira dejándoos en vuestro «todo» frágil y malvado, dejándoos contando vuestras riquezas malditas, falsas, demoniacas. Una sola es la moneda que tiene valor en un tesoro. Una sola. Y vosotros no la poseéis.
El don que habría hecho grande eternamente a Jerusalén le fue quitado. Sus murallas no encerraron ni el nacimiento ni la muerte de Cristo, sino sólo el delito de su condenación, contra la que se rebelaron incluso las piedras, derrumbándose con mi muerte y cayendo obedientes a la voluntad de Dios, cuando Jerusalén fue arrasada por aquellos a cuyo poder – demasiado reverenciado en vano- habían dado, como un cordero para degollar, a Jesús de Nazaret.
Esto sucede, hijos, cuando no se respeta la medida. Nace el delito y nace la consiguiente destrucción. El error que niega a Dios, sustituyéndolo por los dioses de las pasiones humanas, hace que Dios os abandone y os quite la bendición de su permanecer entre vosotros. La idolatría hacia los hombres hace que los idolatrados se transformen en ejecutores de castigos, hasta convertirse en asesinos, porque sobre los siervos, sobre los esclavos, es lícito agitar el látigo y hacer caer el flagelo. Es lícito allí donde no está viva la Ley de Cristo. Y tanto los idólatras como los idolatrados han renegado de esta Ley, por eso dan a los siervos el pan de su cárcel: destrucción y cadenas.
Cuando, como un fruto maduro que está a punto de caer de la rama, el Hijo del Hombre estaba a punto de venir a ser Luz en el mundo, la Voluntad de Aquél, respecto del cual los emperadores más poderosos son como una pajita en una viga maestra, predispuso al César para que promulgara el Edicto.
No fue la Ciudad santa de nombre pero decaída de su santidad por su malvado querer, sino la ciudad-origen en la que aún alentaba la fe de David, mi siervo, era la que debía acoger en su perímetro el prodigio del amor.
En Nazaret, la despreciada por los Judíos, quedó encinta de Mí la Bienaventurada. En Belén, la decadente según la soberbia suposición de los Judíos, María debía posar su beso de Virgen sobre el Hijo de Dios y suyo, aparecido con el resplandor de una estrella en la gruta determinada, desde hacía siglos, para recibirlo.
Dios va a los humildes. Esto os explica el porqué los elegidos para ser los anunciadores de una gracia, conocedores de una aparición, portadores de una voluntad divina, difusores de la Palabra, son generalmente los pobres -a los ojos del mundo- sobre los que Dios se posa con su Espíritu para abrir sus ojos y sus oídos al sentido superior, que ve más allá de los confines de lo humano en las regiones de Dios.
Cuando Yo quiero, y en cuanto lo quiero, puedo. Puedo aterrar a un gigante del ateísmo o del racionalismo con un solo toque de mi querer, porque soy de la estirpe de David, que derribó a Goliat, y sobre todo soy el Poder, la Fuerza, el Deseo perfecto. Con una caricia depositada sobre quien, amoroso, me tiende el espíritu, puedo abrir, con sólo un roce del pulgar, los sentidos espirituales a la vista y al oído de las cosas sobrenaturales y hacerlo capaz de «conocer a Dios» así como una esposa conoce al esposo.
Hasta mañana, hija. Vendré para traerte a María que deja la casa de Nazaret para ir a Belén. Descansa en paz».
27 de noviembre
Dice Jesús:
«Si todas las mujeres, que no sean depravadas, conocen el éxtasis de la alegría femenina pensando en la alegría de la próxima maternidad, ¿qué éxtasis habrá alcanzado mi santa Madre cuando se acercaba su sublime maternidad?
La maternidad bien entendida es vértice del amor. Más cálido que el amor que une a los hijos de una misma cuna, más casto que el amor que une dos carnes, el amor materno, cuando es justo, es el amor completo, perfecto, y el más alto de los amores de la Tierra.
Pero María no sólo era la criatura que ama a la criatura que se forma en ella y que es el fruto de un doble amor de criaturas. María amaba a Dios en su hijo, venido a Ella con su Voluntad, con su Amor, con su Obediencia, para hacerse carne de su carne.
Miraba a su vientre inviolado y lo veía sagrario del Dios vivo. Sentía latir otro corazón y sabía que era el Corazón de un Dios hecho carne. Anticipaba con su deseo el momento de hacer de sus brazos mi altar para la primera ofrenda de la Hostia de perdón. Y se juraba a sí misma amarme como sólo Ella, sin peso de culpa, podía amarme para reparar por adelantado lo que ya hacía lagrimar su ojo y sangrar su corazón: las torturas de mi misión de Redentor.
Si es costumbre de los piadosos el realizar un retiro espiritual en la vigilia de un acontecimiento importante para ellos, para poder conocer la Voluntad del Señor y ser dignos de su bendición sobre la obra que está a punto de comenzar, bien podéis comprender cómo esta Criatura, ya perfecta en la oración, se haya ceñido con místicos velos para aislarse en un retiro espiritual cada vez más creciente cuanto más cercano estaba el cumplimiento del acontecimiento.
El viaje de Nazaret a Belén fue realizado por María como si estuviese rodeada por una mística clausura abierta sólo hacia el Cielo, que se acercaba cada vez más para estar sobre Ella con todos sus resplandores, sus cortejos angélicos, sus armonías celestiales, como el velo de un baldaquino real bordado con joyas.
Ya estaba en éxtasis. Y la multitud, que veía pasar a un hombre silencioso conduciendo las riendas de un borriquito cabalgado por una joven absorta en su pensamiento interior, se apartaba porque parecía que una luz emanase de ese grupo y detrás de él quedase un perfume celestial. Y la gente no sabía explicar el porqué los más pobres de entre ellos parecieran reyes ante los cuales las multitudes se dividen obsequiosas como olas del mar surcadas por nave majestuosa.
Era la Estrella del Mar quien pasaba, era la nave portadora de la Paz que pasaba entre la guerra del mundo, era la Vencedora que pasaba por donde se había arrastrado Satanás para limpiar el camino al Verbo que venía para reunir el Cielo con la Tierra.
Pálida y mansa iba al encuentro del Amor, y no sólo como un abrazo de fuego espiritual, sino calidez de carne verdadera que era de mujer pero que era Dios, y cuando José rompía ese éxtasis penetrando respetuoso como si atravesase los umbrales de Dios, para dar a su Mujer conforto de alimento y descanso, no eran largas conversaciones, sino sólo una mirada, una palabra: «¡José!», un apretón de manos, y en José se volcaba la ola del éxtasis como de una copa colmada hasta el borde.
Las palabras estorban la atmósfera donde vive Dios. Para los justos no se necesitan palabras para persuadidos de la presencia de Dios y de los admirables efectos de su presencia en un corazón.
O se cree o no se cree. Si tenéis a Dios en vosotros creéis porque sentís a Dios, más allá de los velos de la carne, viviente en una criatura. Si no tenéis a Dios, ninguna palabra puede persuadiros de la unión de Dios con un corazón humano. La fe es la que da la capacidad de creer, y la posesión de Dios es la que da la capacidad de ver a Dios vivo en un semejante. El misterio de Dios, los por qué de Dios, no se pueden explicar con método humano. Están por encima de vuestros métodos. Sólo viviendo humildemente en lo sobrenatural podéis ver, por la rendija abierta por la Bondad, para vosotros, las relaciones espirituales y los extasiantes acercamiento s entre un alma y Dios.
Las criaturas elegidas por Dios para el éxtasis viven en una fiesta de fulgores, como centellas que danzan en un incendio, en un rugir de llamas divinas, en un fundirse de centella en llama para vivir cada vez más, encenderse y encender. Alimento que se alimenta en el Centro del Amor, ellas llevan al Amor su amor y aumentan la gloria, y de ese Amor reciben vida y gloria propias.
María tenía en sí el Fuego santísimo y era fuego. Y las leyes de la vida estaban prácticamente anuladas por este vivir de ardor. Y se anulaban cada vez más cuanto más se acercaba el incendio para transformarse en Carne recién nacida, por lo que, en el bienaventurado momento de mi aparecer en el mundo, Ella se sumió en el éxtasis, en el fulgor del Centro de Fuego del que emergió llevando en los brazos la Flor del Amor, pasando de las voces de la divina Llama a las melodías angélicas, del rutilar de la Trinidad contemplada hasta la fusión, a la visión de los coros angélicos bajados para dar a la Tierra el anuncio y la promesa de Paz, y para hacer de corona a la Madre Reina, a la Madre del Rey de los reyes, y tras haber abrazado a Dios con su espíritu arrebatado, abrazó al Hijo de Dios, su Hijo, con sus brazos que no conocían abrazo de hombre».
28 de noviembre
Dice Jesús:
«El signo característico de mi nacimiento al mundo fue la luz.
Muchas veces los hechos se caracterizan por fenómenos que vosotros nombráis y explicáis como coincidencias casuales y en cambio son los presagios, las llamadas de Dios para atraer vuestra atención, desviada tras mil cosas más o menos necesarias, sobre un hecho que marcará una época en la historia del mundo o en la vida de un individuo.
Yo era la «Luz» y la luz me precedió, me envolvió, me anunció, me condujo, y condujo a Mí a los puros de corazón.
Te he dicho 195 que parecía que una luz emanara de María mientras, en el pobre medio de los pobres, pasaba recogida por los caminos de Palestina. Otras veces te he dicho 196 que quien tiene en sí a Dios emana vibraciones de luz y de perfume no sólo espiritualmente, ya que el Tesoro interno del copón vivo que lo lleva se esparce y es perceptible a los demás. Entonces vosotros decís: «Éste tiene en sí algo que es especial. ¡Qué rostro! ¡Qué modos! De santo».
María era la Toda Santa y llevaba al Santo de los santos. Poseía por ello la perfección de la santidad humana ya de tal modo deificada de ser casi igual a la de su Dios. Poseía la Perfección divina que se había vestido de carne pidiéndole nutrirla de su sangre virgen, formarla, serle refugio por los nueve meses de su formación como hombre.
Dios se nutría de María. Dios Hombre está hecho de María, y de mi dulcísima Madre Yo he tomado las características físicas y morales de dulzura, de mansedumbre, de paciencia. El Padre me ha dejado la Perfección, pero Yo he querido asumir de la Bendita, que ha sido mi casto nido, el aspecto físico y el más precioso aspecto moral del carácter.
Siendo María la más santa de cuantas criaturas había tenido la Tierra, emanaba la santidad, no ya como una vasija cerrada de la que se filtraban moléculas de perfume, sino como astro encendido liberando éteres y rayos de potencia sobrenatural.
Si el Bautista saltó en el vientre de su madre recibiendo la onda de la Gracia que emanaba de María y fue santificado, tan potente había sido la emanación como para superar las barreras de la carne tras la cual el fruto de Zacarías y de Isabel se formaba para serme evangelizador (Evangelio quiere decir »buena noticia» y Juan dio a los hombres la »buena noticia» de mi estar entre ellos, por tanto no yerro llamándole mi evangelizador. Esto va para los desconfiados de la palabra), quienes se acercaban directamente a María no podían quedarse sin repercusión.
Dejó tras sí una estela de santidad operante y quienes se acercaron, sólo con que sus corazones no rechazaran la Gracia, se convirtieron en predestinados a la santidad. Cuando todo sea conocido por el hombre, veréis que entre los primeros seguidores del Hijo de María hay muchos de aquellos que mantuvieron alguna relación, incluso casual, con Ella, y quedaron lavados y penetrados por la Gracia que emanaba de Ella. Entonces conoceréis muchos prodigios obrados por mi Toda hermosa y Toda gracia.
María convierte ahora los corazones más duros y salva a los pecadores más obstinados, pero el ciclo de su poder no se inició el día en que -Estrella que vuelve a subir a los Cielos- Ella se elevó para descansar de nuevo sobre mi Corazón y hacer el Paraíso más hermoso para Mí, al completarlo porque ahora estaba Ella, la Madre que he amado infinitamente y a la que debo todo, como hombre, en compensación de todo cuanto he recibido de Ella. La santificación de las gentes a través de María se inició en el momento en que el Espíritu la hizo Madre y el Hijo de Dios tomó carne en su beatísimo vientre.
Pleno de esta emanación hasta el punto de ser casi semejante a la Llena de gracia, era José. Lágrimas benditas le fluían al Justo por la alegría que le inundaba, mística alegría de con templador que está inclinado sobre un milagro de manifestación de Dios. Adoración y silencio fueron las características de José santo. Respeto venerante hacia la Beata de la que era el protector natural. Y amor.
El primer amor casto de cónyuge, el amor cual debía ser el de los hombres según el pensamiento del Creador: amor sin el aguijón del sentido y sin el fango de la malicia. Un amor natural y angélico al mismo tiempo porque en el alma de Adán y de sus hijos, según el pensamiento creador, debía existir la pureza angélica del espíritu mezclada con la ternura
195 En el dictado del 27 de noviembre
196 Por ejemplo, en los dictados del 10 de junio y del 30 de septiembre
humana, y como una flor que se abre sin pecado desde el tallo que la lleva así debía, sin corrosión de concupiscencia, surgir el amor entre los cónyuges y dar hijos a los tálamos castos. ‘
Ser castos no quiere decir prohibir la unión. Quiere decir realizarla pensando en Dios que hace de dos animales racionales dos creadores menores y, como Dios creó sin poner pensamiento de malicia en el macho y la hembra y no puso en sus pupilas luz de carne para desvelar la carne a los inocentes, así los cónyuges deberían hacer del matrimonio una santa creación dichosa de nacimientos, pero no ensuciada de concupiscencia.
El cónyuge honesto y santamente amoroso trata de hacerse semejante al otro cónyuge, porque quien ama tiende a semejarse a la criatura amada, por lo que el matrimonio bien entendido es elevación mutua, porque no hay nadie que sea completamente perverso y basta con que cada uno mejore un punto, tomando como ejemplo lo bueno del otro para subir, en mutua emulación, la escala de la santidad. Como una planta de la que brota una rama más alta que la anterior y sube hacia el azul, así es la santidad conyugal e individual. Hoy es una virtud. Mañana de esta virtud brota otra cada vez más alta, y de las virtudes humanas de apoyo mutuo se sube a las cimas del heroísmo sobrenatural.
José, cónyuge santo y casto de la Santa y Casta, como un niño junto a la maestra, aprendía día a día la ciencia de ser semejante a Dios y, porque en su corazón de justo nada obstaculizaba a la Gracia, día tras día se parecía más a su Maestra amada, semejándose así a Dios de quien María era la copia más perfecta.
En la noche santa, lo que sacudió a José, orante con fuerza tal de rodearse de una mística barrera que aislaba a su alma del exterior, fue la luz.
En la gruta, antes apenas iluminada por un fueguecillo de ramos secos que ya languidecía por falta de alimento, se había difundido una luz sosegada que aumentaba gradualmente como el resplandor de la luna que, antes cubierta de nubes, se libera y desciende claro para platear la Tierra.
En la luminosidad estaba María, aún arrodillada -porque Yo nací mientras que Ella oraba- pero apoyada sobre sus talones. Era María que con lágrimas y sonrisas besaba mi Carne de niño.
Tampoco entonces muchas palabras: la de siempre: «¡José!», y la presentación a él del Fruto de sus santas entrañas.
La Familia era la primera redimida por Dios. Reconstruida como el Eterno la había pensado. Dos que se aman santamente y que santamente se encuentran inclinados sobre un recién nacido y en el beso que se intercambian sobre esa cuna no hay sabor de lujuria, sino gratitud mutua y mutua promesa de amarse con un amor mutuo que ayuda y conforta.
Cuando entraron los primeros pastores, encontraron aún a los dos Santos así unidos en el amor y la adoración y José, hombre maduro, parecía el padre de la Virgen y del Niño, tanto se apreciaba en su aspecto esa ternura exenta de carnalidad que, desgraciadamente, sólo se ve en el ojo de un padre.
Ya estaba la Luz en la Tierra, y desde los Cielos abiertos la luz descendía a oleadas de ángeles anulando con su esplendor paradisíaco la luminosidad de los astros en la noche serena. No fue percibida por los doctos, los ricos, los saciados de placeres, pero fue lucero del alba para los humildes trabajadores que cumplían su deber.
Siempre es sagrado el deber, sea el que sea. El deber del rey que firma los decretos no es más alto que el del labrador que ara la tierra o del pastor que vela el rebaño. Es el Deber. Es la Voluntad de Dios. Por ello es siempre noble. Por ello consigue el mismo premio o el mismo castigo sobrenatural. Y no será el tener corona o vara de pastor lo que os salvará del castigo o lo que os negará el premio. A quien hace el propio deber, cumpliendo así la
Voluntad Santísima, Dios se le manifiesta y lo toma como testimonio de sus prodigios.
Y Dios fue manifestado a los pastores y los pastores fueron los llamados para testimoniar los prodigios de Dios. En la luz que ya se había hecho fulgurante porque todo el Cielo estaba sobre y en la gruta, el Emmanuel fue visible a los segundos redimidos de la Tierra: a los trabajadores. Porque Dios ha venido para santificar el trabajo después de a la Familia. El trabajo, dado al hombre como una maldición tras la culpa de Adán, se convertía en bendición desde el momento en el que el Hijo de Dios quiso convertirse en trabajador entre los hombres.
La Luz había venido al mundo. Y para contenerla no bastaba ni el miserable portal ni el campo limitado de Belén. La Luz se derramó de oriente a occidente, del mediodía al sur. Al aparecer no habló a los libertinos, resplandeciendo no pronunció palabras para los vividores. Habló a quienes, puros de corazón y anhelantes de la Verdad, humillaban su mente cultísima a los pies de Dios y se sentían átomos ante su Santidad.
La Luz se mostró a los poderosos que hacían de su potencia instrumento de conquistas espirituales, y los llamó, para que la adoraran, con un destello que colmó los cuatro puntos del firmamento. A los poderosos, porque Dios ha venido para santificar a los Poderosos después de los Trabajadores y la Familia, y con los poderosos la Ciencia. Pero Dios no se manifiesta ni cubre de bendiciones a los potentes malvados ni a los científicos ateos, sino a quienes hacen del don de la potencia y de la ciencia un medio de elevación sobrenatural, no de abuso o negación.
Dios es Rey también de los reyes y Dios es Maestro también de los maestros. La Luz encontró muchos maestros en la tierra, pero sólo se hizo llamada para los maestros deseosos de Dios. Siempre es así. La Gracia obra allí donde existe el deseo de poseerla, y obra tanto más, hasta convertirse en Palabra y Presencia, cuanto más vivo es el deseo de la posesión y del ser poseídos.
Ante el Rey de los reyes, guiados por lo único que es digno de ser huella de Dios: la luz, vinieron desde las regiones más remotas los poderosos, primer peldaño de los innumerables que, por los siglos de los siglos, habrían emprendido la mística marcha para ir hacia Dios. No fue a los potentes de Palestina, ni a quienes se creían depositarios de los secretos y de los decretos de Dios -y tales decretos y secretos se habían vuelto incomprensibles para ellos porque carecían de santidad, y los signos del Cielo y las palabras del Libro eran simples meteoritos y simples palabras ya sin significado sobrenatural-, sino a los lejanos.
Había venido como Luz en el mundo. Luz para el mundo. Luz al mundo. Llamaba a todo el mundo a la Luz. A todo el mundo.
Y lo llamo. Lo llamo desde hace veinte siglos, sin descanso. No dejo de hacer resplandecer mi Luz sobre vuestras tinieblas. Si supierais alzaros por encima de la barrera de neblina que habéis esparcido sobre el mundo, veríais el Sol divino siempre relumbrante y benigno sobre los hombres, sobre todos los hombres.
No hay que asombrarse si ya os preceden los que están más lejanos de la Roma católica. Gaspar, Melchor, Baltasar, desde tres puntos de la Tierra, sobre el paciente lomo de los camellos, vinieron a la Luz del mundo no vista por los compatriotas del Hijo de María. Africanos, asiáticos, australes, vienen a la Cruz que vosotros habéis rechazado. Y os adelantarán. En el último día, cuando el tiempo y los hombres sean iluminados en todo punto y lugar, se verá la ingrata laguna dejada por vosotros, católicos desde hace siglos, mientras que los demás: idólatras y heréticos, fascinados por Cristo, Señor Santo, habrán afluido con sus almas virginizadas por la Gracia.
¡Cuántos movimientos tenebrosos hay en el mundo civil! Es vuestra vergüenza y vuestro castigo. Nunca hubierais debido y nunca deberíais permitir que la Luz, que os fue dada por
los primeros, fuera rechazada y renegada por vosotros. Las tinieblas os matan y no las queréis abandonar. De ellas proceden, como los odiosos animales de la noche, todos los males que os atormentan y se nutren de vuestra sangre, de vuestro tormento.
Ya no me queréis. Ya no me comprendéis. Ya no me conocéis. Ni siquiera ya me conocen los de «mi casa». Y Yo a duras penas les conozco, de tanto como los han embrutecido las muchas enfermedades de la carne y de la mente.
Pero, en este primer domingo de Adviento que anuncia la venida de la Luz al mundo, Yo os ruego, oh hijos, que si ya no os atrevéis a mirarme como Redentor y Juez, porque a vuestra alma envilecida le produce miedo el Dolor y terror la Justicia, miradme, pequeño niño sobre el seno de María. Un niño sólo puede tener caricias y sonrisas. Y esto tengo para vosotros.
Piedad de mi desnudez y de mi pobreza. No de vestidos y de dinero, sino de amor. De vuestro amor. No quiero oro ni incienso. Sólo quiero vuestro amor. Lo quiero porque amarme y conocerme es Vida y Verdad. Como María me ha generado por obra del Amor, así Yo os quiero generar por medio del amor. El mío es vivo y activo, pero es necesario también el vuestro.
Venid a Mí y acogedme. Abriré en vosotros torrentes de Luz y de Gracia y os haré llegar a ser hijos de Dios como soy Yo. Benditos quienes acogen mi Luz. Yo estaré en ellos. Habitaré en ellos, en su espíritu. Porque el Verbo no necesita moradas de arcilla, sino moradas vivas: Él quiere los espíritus de los hombres como vivienda.
La gloria de Dios se ha desvelado a quienes me acogen, porque donde estoy Yo están conmigo el Padre y el Espíritu, y la gloria del Señor se desvela plena y reconfortante para ellos, y la Gracia es su vida, y como el sol desde lo alto del cielo, la Paternidad, la Herman- dad, la Caridad divina están sobre ellos anticipándoles la bienaventuranza.
María, en su luminosidad extática, me ofrece a vuestro amor. Inclinad la frente ante el Amor hecho carne. Él ha dejado los Cielos para llevaros a los Cielos. Ha venido en la guerra para traeros la Paz».
Desde hace tres días se han abierto para mi alma los ríos del éxtasis, y gozo de la visión además de la palabra. Tengo el alma hecha candor y luz, porque están en mí el candor de la Madre Virgen y la Luz.
Gloria a Dios por su bondad que concede a su sierva el ver lo que han visto los ángeles y que inunda mi alma de su Paz.
La radio transmite en este momento el “Agnus Dei» de la misa dominical. Pero yo he visto al Cordero recién nacido durmiendo en el seno del Candor… y es más hermoso que la música más bella…
29 de noviembre
Daniel 9, 20-27. Dice Jesús:
«Siempre, desde el comienzo de la oración, la gracia del Señor desciende sobre vosotros. Hablo de la oración santa, no de la necia petición de cosas inútiles, o reprobadas por Dios y por la recta moral. El Eterno, que vela por vosotros desde los Cielos no tiene corazón duro como el vuestro, que sois duros para con los hermanos e ingratos para con Dios. Él se inclina enseguida sobre vosotros, cuando con corazón, humilde, amoroso y confiado, cuando con sacrificio y constancia, pedís piedad a Dios.
Pan y consuelo, ciencia y guía os da Dios cuando os dirigís a Él. y si no se os satisface
siempre, no penséis que quedaréis sin respuesta en vuestro orar. Por alguna cosa, negada por una Inteligencia que todo conoce, vosotros recibís otros dones que no siempre apreciáis en seguida y que no agradecéis inmediatamente. Pero antes o después debéis reconocer esta Bondad inteligente que os cuida. Y si aquí no la conocéis, ciertamente será más allá de la vida terrena donde sabréis cuán grande y bueno fue para vosotros el Señor.
A Daniel que aún oraba -y su oración también podríais recitarla ahora- le habló mi ángel.
El Consolador, que es también el Anunciador, nunca está al margen de cuanto a Mí se refiere. Mensajero de Dios, espíritu obediente y amoroso, fue siempre su gozo el llevar la voluntad de Dios a los hombres y consolar a los que sufren. No dejó raudo el Cielo sólo para el anuncio beato, para consolar a José, para confortar mi tremenda agonía. Ya había ido a los profetas a llevar la palabra y a desvelar el futuro que me concernía como Mesías. Espíritu inflamado de amor aletea cerca de los deseosos de Dios y lleva los suspiros de los amantes a Dios y las luces de Dios a sus amantes.
Uno sólo podía quitar las transgresiones, el pecado y la injusticia de la Tierra, que era merecedor a de un nuevo diluvio y sólo fue inundada y limpiada por una Sangre divina e inocente. Yo, verdadero Dios hecho carne por vosotros. Corrupción, pecado, injusticia y guerra entre el hombre y Dios, habrían finalizado cuando, si bien no por la unción real, sino por unción fúnebre, hubiera sido ungido el Santo de los santos, el Inocente matado por amor hacia los hombres.
Suspiro de los Patriarcas y de todo el pueblo de Dios, el Mesías debía surgir para crear la nueva Jerusalén que no muere para siempre. La Iglesia que vive y vivirá hasta el fin de los siglos y que continuará viviendo en sus santos tras el día de esta Tierra. Y a Daniel se le da a conocer el número de los días que separaban a los vivientes del tiempo del Señor y las consecuencias de la iniquidad del pueblo que responde al prodigio de Dios con una condenación.
La condenación de Cristo señala la condenación del pueblo.
Un delito atrae siempre un castigo. Y dado que ningún delito es mayor que el de ensañarse con los inocentes y calumniar a los no culpables, ¿qué castigo podía reservarse para quien había matado al Inocente, que no fuera la destrucción total del lugar donde se había instalado la ignominia?
Los sacrificios ya son inútiles cuando se ha superado la medida. Dios es longánime, pero no es injusto. Y perdonar la obstinación en el pecar después de haber dado todos los medios para conocer el error, salir de él y volver a Dios, hubiera sido una injusticia por parte de Dios hacia los justos y hacia quienes han torturado los malvados.
Las setenta y dos semanas podrían ser, entonces, también de siglos, y al finalizarse éstas, oh hija, llegar la desolación sobre la Tierra y el abomino allí donde todo debería ser santo. Ya os habéis encaminado.
Demasiada resquebrajadura de ciencia humana corroe, como una caries, el corazón de mis ministros que no saben ser de Dios sino del mundo, y que absorben el espíritu del mundo y dan al mundo su aliento que ya no es de Cielo. Es el gran dolor de Cristo. Demasiadas regiones sin iglesias. Demasiadas iglesias sin sacerdotes. Demasiados fieles sin guía. Demasiados corazones sin amor.
Si Gabriel viniera de nuevo muy difícilmente encontraría corazones que supieran orar como Daniel y que acogiesen su palabra sin fraccionarla hasta destruirla para estudiarla y lograr negarla. ¿Y no es esto ya una abominación en la casa de Dios, allí, donde al menos sus ministros, al menos ellos, deberían ser luz de las gentes?
Estáis matando a Cristo por segunda vez. Lo matáis en vuestro espíritu. Y dentro de poco ya no seréis su pueblo, sino una tribu de idólatras. Por eso, no os quejéis de que el Cielo se
haya cerrado sobre vuestro fermento de abominación.
En verdad os digo que, si no os convertís al Señor Dios vuestro, la desolación durará hasta el final».
30 de noviembre
Miqueas 5, 1-5.
Dice Jesús 197:
«Te fue dicha 198 la razón por la que Belén fue la predestinada de entre todas las ciudades de Judá para ser la que habría recibido al Salvador. Fue grande, no tanto por la muerte de Raquel y por el cetro que le correspondió con la estirpe de Judá 199, sino por haber acogido al verdadero Rey a quien mirarán todas las gentes, con ilimitado amor o con odio igualmente sin fin, hasta el final de los tiempos.
El Esperado de las gentes, cuyo cetro es una cruz, cuya ley son el amor y el perdón, cuya obra es la redención, allí donde Raquel había muerto dando a luz al hijo de su dolor y dando a Jacob el hijo tan querido como su mano derecha para un hombre, debía venir a la luz de Aquélla, mucho mayor que Raquel en los méritos y en el dolor, que fue hecha madre no por obra carnal sino por obra del Espíritu Santo, y dio a luz a su Unigénito por voluntad del Eterno y contra su pensamiento humano.
A la Virgen que no pensaba conocer nunca la maternidad se le dio el Hijo. El pan de la obediencia fue partido por María antes de que fuera partido por Jesús, quien, como el Padre, no fuerza a los suyos para que le obedezcan, sino que les pide adhesión de amor para darse a ellos. María, pues, dio a luz al Mesías, el Dueño del mundo, que permanecerá en su tierra (Palestina) hasta que la tierra culpable no lo arroje fuera de su seno, tiñendo sus vestiduras no ya con la sangre de la uva, sino con la Sangre divina.
Después, el Hijo del hombre volverá a subir al Cielo saliendo del sepulcro como una piedra lanzada con un arco. Pero ¡ay de aquel lugar que lo haya rechazado, y ay de aquellos corazones homicidas! Serán desolados y pasarán a la historia, a lo largo de los siglos, con nombre de deicidio, por todas las desolaciones infligidas al Santo.
Generado como Hijo de Dios desde los días de la eternidad, generado como hijo del hombre desde el tiempo marcado por Dios, El dominará no con vestidura y corona de dominio humano. Y aunque no ha reinado en la tierra de Judá y aunque la tierra de Judá lo trató como un malhechor, su reino, Yo os lo juro, vendrá también sobre ella.
A su derecha reuniré a todas las estirpes, porque a todas ha redimido mi Hijo, escogiendo de ellas a quienes tienen en sí sed de Verdad. Rey cuyo reino no tendrá fin, dominará sobre la eternidad y sobre todo cuanto existe, que Yo lo he puesto como escabel a sus pies atravesados, con su fuerza de amor.
Y bienaventurados aquellos que se conviertan a su amor o que permanezcan fieles a Él hasta el final. Éstos heredarán junto a Él la Tierra, y la Paz de la que es el Hacedor será su herencia por los siglos de los siglos».
También aquí me doy cuenta, leyendo lo escrito, de que habla Nuestro Padre.
Son las 9 de la mañana. El otro fragmento, el del 29, lo he escrito por la tarde, entre sufrimientos atroces que me estaban torturando todo el día hasta culminar en una crisis de asfixia a las 18 h.
197 Pero, como anota la escritora al final del dictado, son palabras del Eterno Padre
198 En el dictado del 26 de noviembre
199 En el original italiano, Judá es una palabra poco legible, superpuesta a otra palabra que parece David
Desde las primeras horas de la noche Jesús me tenía en su poder, desde que me había dicho: »Busca el punto de las 70 semanas». Y le aseguro que durante el día había sufrido también por esto. Estaba como absorta. Los demás también se dieron cuenta. Y no veía el momento de que se hiciera de noche, porque sentía que Jesús me esperaba a aquella hora para hablar. Pero estaba tan cansada que le confieso, como en confesión, que he escrito sólo por la fuerza que Jesús me daba palabra por palabra. Dormía de pie. Se me cerraban los ojos. Apenas hube terminado, cerré el cuaderno sin ocuparme de más, y sólo esta mañana he entendido el sentido de cuanto había escrito mecánicamente.
¡Buen Jesús! ¡Qué secretaria atontada debo haber sido! Pero si Él está contento…
Pero fíjese también usted: no hay tachaduras ni omisión de palabras, excepto una en la segunda y una en la tercera página y en la cuarta. Signo de que, si todo estaba extenuado, hasta el espíritu, al punto de no gozar de las palabras de Jesús, su fuerza guiaba mi mano.
1 de diciembre
Dice María:
«Desde que he llevado en mí al Hijo he visto las cosas con otros ojos. En el aire que me rodeaba, en el sol que me calentaba, en el rayo de luna que descendía a mi habitación para hacerme compañía en mis meditaciones nocturnas, en el brillar de las estrellas, en las flores del pequeño huerto o de los campos de Nazaret, en el agua que cantaba en la fuente construida por José para evitarme la fatiga física y moral de salir de mi soledad casi habitual, en los pequeños corderillos con voz de niño, yo veía a mi Señor, al Padre de mi Hijo, al Esposo de mi espíritu virginal, sobre todo veía a mi Niño para quien todo ha sido hecho. Sus ojos estaban abiertos en mí y yo veía con los ojos de mi Dios que era mi Criatura.
Las virtudes aumentaban su potencia en mí como el flujo de una marea que está subiendo, y cuanto más crecía mi Criatura tanto más penetraba a su Madre su Perfección infinita, como si la potencia de sus santas carnes, que habría exhalado posteriormente du- rante los tres años de su ministerio, fluyese con rayos de éter para renovarme completamente.
¡Oh! ¡hija! Dios en su bondad ha hecho que se me saludase: «Llena de gracia». Pero la plenitud estuvo en mí cuando fui una con mi Hijo. Mi alma era entonces la que, una con Dios, recibía de Él la abundancia de las virtudes.
La Caridad fue la sobresaliente de aquel momento. Si antes amaba, después superé el amor de la criatura, porque amé con el corazón de la Madre de Dios. Ardí. El incendio es un velo de escarcha sobre un campo de invierno en comparación con el ardor que había en mí. Vi a las criaturas no ya con pensamiento de mujer, sino con mente de Esposa del Altísimo y de Madre del Redentor. Aquellas criaturas eran mías.
Mi maternidad espiritual comenzó entonces porque, no, no fue necesario que Simeón hablara para conocer mi destino. Yo lo sabía porque poseía en mí a la Sabiduría. Ésta se hacía carne en mí y sus palabras corrían como sangre por mi ser y afluían al corazón donde yo las custodiaba. La futura vida de mi Hijo no tuvo secretos para su Madre que lo llevaba. Y si eso era una tortura, porque era Mujer, también era bienaventuranza similar a la de mi Criatura, porque hacer la Voluntad de Dios y redimir para que los que están separados de Dios puedan volver a unirse a Él, y obtener la anulación de la culpa y el aumento de la gloria del Padre, es lo que hace la felicidad de los verdaderos hijos de Dios. Los orígenes de esta estirpe somos mi dulce Jesús y yo, su Madre, por bondad del Padre.
Cuando se ama realmente no se vive para sí sino para los demás. Cuando se posee a Dios se ama perfectamente, y cualquier otra perfección viene tras la Caridad. También se
perfeccionan los sentidos humanos, por lo que todo cuanto está a nuestro alrededor adquiere luz, voz, color distinto y, sobre todo, lleva un signo que sólo ven los poseedores de Dios: el suyo, santo e inefable; y no es necesario pronunciar palabras para orar, porque basta con que nuestro ojo se pose sobre las cosas creadas para que nuestro corazón se alce en la oración más elevada que es la fusión con el Creador.
Cantemos entonces el Magnificat por todas las cosas que el Señor ha hecho por nosotros, porque, María, cuando nos damos a Dios, Dios nos hace reinas y nos reserva su dominio, por lo que hasta la más humilde puede decir: «¡Mi alma engrandece a su Señor, que ha mirado a su sierva por quien ha hecho maravillas, y de ahora en adelante mi nombre es ‘bienaventurada’!»».
2 de diciembre
Ageo 1 Y 2. Dice Jesús:
«Siempre, cuando el hombre se ha separado de Dios y de lo sobrenatural para dedicarse a su yo y a las cosas naturales, ha disminuido para sí mismo la felicidad de poseer también lo natural.
El primero que muere es el gozo sobrenatural, esa seguridad y esa paz que nos hace fuertes en las vicisitudes de la vida, porque el hombre no se siente solo, aunque esté en un desierto, aunque sobreviva en un país destruido, porque siente sobre sí y a su alrededor el amor de un Padre y la presencia de fuerzas inmateriales pero sensibles para sus sentidos espirituales. ¡Bienaventurados quienes están en este gozo! Ésos poseen las riquezas eternas.
El segundo que perece es el bienestar natural. No miréis con ojos de envidia a quien, aunque viviente en oprobio a Dios, os parezca que tenga su plato lleno. No sabéis cuales y cuantas otras cosas falten en su casa, ni cuanto le durará lleno ese plato.
En todo caso sabed que, cuanto más crece el bienestar actual
para el rebelde ante Dios, tanto más aumenta el rigor de su más allá. Los Epulones no estarán en el seno de Abraham, sino los Lázaros que tienen el corazón rico de obras santas y de obediencia a la santa Voluntad.
Los rebeldes, y también los que no se acuerdan del Señor, viven afanándose en aumentar bolsa y granero, casas y poderes, cargos y honores. ¡Oh ilusos infelices, que cuanto más se fatigan para saciarse más les roe el germen del pecado, como hace un roedor en un saco de trigo que va siempre menguando aunque vuelva a llenarse, porque el castigo de Dios está sobre su obra!
¿ Qué tenéis hoy que habéis convertido el presente, que muere, en finalidad de vuestro vivir y ya no tenéis los ojos del espíritu para ver a Dios ni el latido del espíritu para pensar en Dios? ¿Han triunfado vuestras empresas? ¿Han aumentado vuestras riquezas? ¿Ha crecido vuestra felicidad? No. Éstas, como la llamarada de un henil, han tenido un rápido flamear que sedujo a los simples (no de espíritu) pero que duró lo que dura un fuego de paja y pereció dejando un poco de ceniza que el viento dispersaba y volvía amarga para el paladar y hostil a la vista. Vuestro aparente triunfo se os deshace en derrota y dolor y os ha envuelto a vosotros y a quienes habéis seducido.
Volved a Dios. Lo digo una vez más. Sobre los intereses particulares, e incluso nacionales, hay un interés más elevado: el de Dios. y éste debería tener preferencia siempre. Si ocurriera así, no caeríais en los errores y en los delitos, sean individuales o nacionales, en los que caéis, porque el interés de Dios no está hecho de cosas malvadas sino santas. Y donde está
la santidad no hay error y delito.
Y no sólo esto, sino que obrando así como hacéis, empujáis a Dios a castigaros en vuestros campos, en vuestros rebaños, dándoos hambre y sequía, e impedís que desde los Cielos se efunda un rocío mucho más vivificador que el rocío de la noche que cubre de perlas los brotes de los campos y hace crecer las mieses y el heno. Vosotros impedís que se os dé el rocío de la gracia en los corazones. Cristo no puede obrar en vosotros.
Es inútil decir: «Que los cielos envíen al Justo a la tierra». Él ya descendió una vez, pero vosotros habéis permanecido, y os habéis vuelto cada vez más, tierras estériles y áridos adoquines. Estáis cerrados en vuestros espíritus ceñidos por carne y sangre, matados por la carne y la sangre, y el Salvador no puede entrar para salvaros.
Y sin embargo vendré. Vendré incansablemente a tocar, individualmente, a las puertas de los corazones, y donde encuentre quien me abre entraré para convertirlo en morada de paz. Vendré, porque aún soy el Deseado por los justos de la Tierra y por los santos de la Tierra, vendré para asumir mi Reino para mi segunda venida y para mi triunfo final.
Atraeré hacia Mí al mundo de los vivientes en el espíritu y en Mí convergerán razas y naciones para ver mi gloria que se corona con una cruz. Fluirá la Paz, porque soy el Señor de la paz, fluirá como un río de leche sobre el mundo para volverlo virgen con el candor tras tanta sangre que, desde todos los continentes, grita a Dios su dolor de haber sido extraída de las venas por mano de los hermanos.
He lavado con mi Sangre la sangre de esta Tierra, desde Abel hasta el día de mi muerte. Pero después, el delito del odio humano, que es furor satánico, ha ensuciado de nuevo la Tierra, y no hay terrón de vuestro planeta que no haya conocido el sabor de la sangre. Desde estos terrones empapados de sangre humana sube una miasma que os hace cada vez más feroces. Sólo mi poder puede purificar lo que os rodea y cuanto tenéis en vuestro interior. Y cuando llegue la hora vendré para limpiaros del odio humano a vosotros y a la Tierra, para que con sus vivientes sea presentable a Dios.
La última lucha será de odio puramente satánico y entonces sólo odiarán Satanás y sus hijos. Ahora odiáis todos. Incluso los santos de entre vosotros odian, más o menos, al enemigo y al vecino. Y esto agiliza las obras de Satanás y obstaculiza las obras de Dios en los individuos o en las naciones.
No tengáis movimiento de rencor o de desprecio, vosotros que sois los más queridos para Mí, al menos vosotros. He muerto por todos, recordadlo. Italianos, franceses, ingleses, españoles, alemanes o rumanos, están igualmente teñidos por mi Sangre. Con mi Sangre os he unido a todos al cepo de la Vid divina. Entonces ¿por qué odiaros? Ni las divisiones de raza, ni las divisiones de cultos justifican vuestro rencor.
Sólo Yo soy el juez. Quien se enfurece con un semejante en nombre de la Fe o de la Patria es contrario a la Caridad y por ello a Dios. No maldeciré a los enviados a combatir porque he enseñado la obediencia a la autoridad. Pero mi anatema ya está pronunciado, y colmará de estruendo el firmamento en el día del Juicio, por aquellos que, bajo un fingido manto de patriotismo y de defensa de la Fe, se arrogan el derecho de saquear y asesinar para servirse a sí mismos.
No agitéis un estandarte en el que no creéis. No pronunciéis defensa de lo que despreciáis en el corazón. No digáis: «Soy el defensor de Dios y de la Patria, de la causa de Dios y de la Patria». Mentís. Vosotros sois los primeros que atentáis a ésta ya Aquél y que perjudicáis no a Dios, superior a vuestros atentados, sino a la Patria. Comenzad a defender a Dios en vosotros y a la Patria en vosotros, y no cambiéis la Fe y la Patria por un plato de lentejas o por treinta malditas monedas.
Destructores y mentirosos. Adúlteros de la Fe y de la Patria. Escarnecedores de la
doctrina y de vuestra mente, porque decís una cosa y hacéis otra, porque sabéis que lo que hacéis está mal, y de todas formas lo hacéis, porque adherís a una idea o a la Fe y después la traicionáis por un amor bajo, porque os mentís a vosotros y a los demás, porque destruís lo que otros han cultivado para dároslo en herencia.
¡Oh crueles, que también destruís la obra de Dios y matáis el templo de vuestro cuerpo, en el que hay un alma muerta, y el templo de Dios, porque en las iglesias son muy escasos los fieles y los ministros «vivos»!
¿Para qué sirven vuestros ritos hechos con el alma muerta? ¿No recordáis que a Dios se le ofrendan hostias vivas, perfectas y primeras? ¿Y vosotros le ofrendáis los restos, los estropeados, los muertos? Muertos porque matáis lo que tocáis con el alma muerta, estropeados porque deformáis lo que dais a Dios con el alma enferma, restos porque le reserváis a Él lo que os queda después de haberos enriquecido para vuestro gozar.
Volved a Dios. Volved a Cristo. Sacerdotes, volved para convertiros en «sacerdotes». Necesitáis su consagración, el óleo que destila del Sacerdote eterno. Sois demasiados los que habéis quedado reducidos a lámparas carentes de aceite, y los fieles se pierden porque no tienen luz en las tinieblas. Llevadle a ellos la Luz. Yo soy la Luz del mundo. Pero no podéis llevarme si no me tenéis en vosotros.
Y no maltratéis a mi portavoz si os dice esto. Bendecidlo en cambio, porque os hace conocer la verdad y os da la manera de miraros entre las llagas del alma y quitaros tanto polvo que os la ensucia. Si la verdad es amarga y os disgusta, pensad que si se os dice es por vuestra culpa. Esta verdad no había que merecerla. Era mejor. Pero dado que la habéis merecido, no os soliviantéis con mi portavoz que os la dice con lágrimas. Que si Yo le he elegido para hacer esto, es porque le amo y veo en su espíritu una morada en la que soy siempre bien recibido con el respeto del súbdito al Rey y con la sencillez del niño hacia el padre.
Yo lo he dicho: «Quien me ama hace las mismas obras que Yo hago». Porque Yo vivo en mis amantes, víctimas que se aniquilan en el amor hasta morir, y en ellos obro las maravillas de mi poder».
Inmediatamente después a mí. Dice Jesús:
«Te he tomado como a un niño pequeño y te he puesto en medio de ellos porque Dios tiene preferencia en hablar a los niños. Niños de años o niños de espíritu, porque en ellos hay sencillez y pureza para acoger las revelaciones de Dios.
Pero el día en que tú quisieras hacerte «grande» y semejante a ellos, Yo dejaría de llevarte de la mano e instruirte. Los adultos no necesitan ser conducidos, a no ser que sean ciegos, ni instruidos, porque «saben» y se jactan de ello.
¿Qué saben? Dice el Predilecto que amo y que te ama como tú le amas, su pequeña hermana, que si se escribieran todos los prodigios realizados por Cristo la tierra no bastaría para contener los volúmenes. Si es grande la hipérbole, no es menos cierto que si, desde que vine al mundo hasta ahora y desde ahora hasta el fin del mundo, se tuvieran que escribir los prodigios que realizo, los libros serían tan numerosos como las estrellas en el cielo, y también es cierto que lo que saben quienes creen saberlo todo es un puño de arena comparado con la arena de la orilla.
Las luces de Dios no están agotadas y son inagotables, y no hay ni una inútil o inexacta. Por eso quienes «saben» son semianalfabetos, de los que no puedo ser Maestro, porque en su necia soberbia creen que no necesitan un maestro y se permiten juzgar la obra de Dios que toma a un niño para instruir a los sabios.
Si te fastidian con sus farisaicas críticas y reprobaciones, responde con mi respuesta:
«¿No sabéis que debo ocuparme de los intereses de mi Padre?» y no te turbes.
Antes estabas en mis brazos. Ahora te tienen también el Padre y la Madre. Estás más segura que un niño en el seno de la madre y que un pajarillo bajo el ala materna. Pero permanece «pequeña». Siempre tendrás nuestra leche para tu nutrición.
Y los ciegos de buena voluntad, poniendo su mano en tu manita, lo que no humilla porque la ayuda de un niño nunca humilla, podrán tener guía en el camino de la Vida.
Ve en paz, descansa. Te bendigo».
He escrito este primer fragmento desde la 1 hasta las 2 de la mañana. Después me había recostado para descansar. Pero pasados pocos minutos Jesús ha vuelto a hablar. Le confieso que me resistía a salir de entre las mantas ahora que comenzaba a calentarme. Pero fue talla insistencia que me decidí y, helándome de nuevo, he escrito el segundo dictado, dedicado a mí.
Ahora son las 10 de la mañana y abriendo el periódico veo el decreto sobre los hebreos.
¿No le parece que tenga que ver con la página 6! y 7! del dictado del 2? (He puesto una señal roja en el texto que me parece que sea la respuesta divina a este decreto humano) 200.
Habrá notado que ayer era feliz… La voz de María me cantaba en el corazón y me colmaba de beatitud. Habría querido comunicarle inmediatamente esta alegría. Pero no podía. Sin embargo creo que mirándome usted ha debido entender que me encontraba in- mersa en un gozo nuevo.
¡Verdaderamente el Señor es demasiado bueno conmigo!
Dice María:
«No debes entristecerte demasiado pensando en cuando me amabas poco. No eres la única. Pero yo soy la Madre y entiendo y perdono. Son las lagunas de los que aún son imperfectos. No les amo menos aunque sea poco amada. Me basta con que al menos améis a mi Hijo, y tú le amabas mucho cuando todavía me amabas poco.
En mi vida de Madre de Dios te hago observar un hecho que pasa desapercibido para muchos y que también es un índice seguro de las futuras relaciones de los redimidos de mi Jesús conmigo.
Cuando los pastores vinieron a la gruta, sólo tuvieron ojos y expresiones de amor para mi Niño. José y yo éramos figuras secundarias para ellos. Depusieron sus dones y sus ternuras a los pies del humilde lecho donde Él dormía, cuando no lo hacía sobre mi seno. Ni tampoco yo me lamentaba de que no se me alabara como a la planta que había dado al mundo la Flor del Cielo. Me bastaba con que amasen a mi Criatura y que la amasen tanto. ¡Habrían sido tantos los que después la odiarían!
De los presentes en el rito siempre nuevo de una presentación en el Templo, ninguno tuvo un gesto hacia mí. Miraban a mi Tesoro y le alababan por su belleza sobrehumana. Pero a su Madre no le daban más que alabanzas humanas. Sólo los santos reconocieron lo que era, e Isabel, Simeón y Ana vieron en mí a la Madre del Salvador, dándome con este reconocimiento la alabanza más sublime. Los primeros eran «buenos», éstos tres «santos».
El Espíritu Santo obra en el corazón de los redimidos y les da luces de conocimiento sobrenatural. El Espíritu Santo ilumina el corazón de los santos para hacerles verme. Verme en la luz de Dios quiere decir amarme en verdad. Mi Hijo santísimo obra por su parte para atraeros a su amor. Yo os amo y espero orando por vosotros.
Soy la Virgen de la espera. Desde la más tierna edad he esperado al Esperado de las
200 En el cuaderno autógrafo no encontramos alguna «señal roja», por eso la escritora podría haberla hecho sobre una de las copias mecanografiadas
gentes. Soy la Corredentora que espera la hora de morir al pie de la Cruz para daros la Vida. Soy la Madre que espera vuestro verdadero amor, no el culto superficial que se limita a muchas palabras. Orar no significa decir muchas oraciones. Quiere decir amar. Quiere decir hacer hablar al propio corazón.
Yo soy la Silenciosa. Nueva Eva, os enseño el silencio. Con el hablar entró en Eva la Seducción. Con mi callar entró en el mundo la Redención. Aprended de mí la virtud del silencio, porque en el silencio interior el corazón habla a Dios y Dios al corazón. Mi silencio no era el silencio inerte de un alma muerta. Al contrario, era obrar activísimo en lo espiritual.
Cuando mi Niño estuvo en mis brazos, yo, por El que no sabía hablar porque no era más que un pequeño que sólo sabía dar vagidos -mi Hijo Dios, la Voz del Padre, la Palabra del Padre habiéndose, por amor, anientado en un niño que vage con voz de corderito- yo he pronunciado por Él la ofrenda al Padre. El primer «Pater noster» lo he dicho yo en la fría gruta de Belén manteniendo alzado entre los brazos a mi Cordero venido al mundo para ser matado y para dar vida a los muertos en el alma. El «Fiat voluntas tua» lo he dicho yo, llorando; la primera. ¿Y sabes qué quiere decir para la Madre estas palabras al Eterno?
Ahora, cuando veo que por amor a mi Hijo una criatura cumple la Voluntad divina, que sobre todo es voluntad de amor, anulo su deuda hacia mí y aumento mi amor por ella. Después Jesús me la trae. Dejo a mi Jesús el cuidado de hacerme amar. Donde está Él está también el Espíritu de Dios. Y donde está el Espíritu hay Ciencia y Luz. Por tanto es inevitable que os instruyáis también en el amor hacia mí.
Cuando después llegáis a amarme, en verdad, entonces yo vengo. y mi venida siempre es alegría y salvación».
3 de diciembre
Zacarías 3. Dice Jesús:
«Yo soy Quien ha vencido a Satanás.
Me ha producido molestias infinitas desde que llegué al mundo, desencadenando contra mí el odio del poder ciego y ávido que siempre teme que alguien le quite sus bienes de usura, arremetiendo contra mí a la clase dirigente que carecía de méritos y que se sentía reprochada por los míos. También mi palabra era reproche. Pero cuando aún no hablaba ya hería, porque la santidad es censura para los indignos. Me suscitó enemigos y traidores y empujó a la duda a mis discípulos y amigos. Me circundó en el desierto, me aplastó con sus terrores en el Getsemaní. Y no satisfecho, todavía me roba continuamente seduciendo el corazón de los hombres.
La batalla entre él y Yo no finalizará hasta que el Hombre sea juzgado en todos sus congéneres. Y la victoria final será mía y eterna. Entonces la Bestia infernal, siempre vencida y cada vez más feroz por ser vencida, me odia con odio infinito y revuelve la Tierra para herir mi Corazón. Pero Yo soy el Vencedor de Satanás. Allí donde él ensucia, Yo paso con el fuego del amor para limpiar. Y si no hubiese continuado mi obra de Maestro y Redentor con mi paciencia inagotable, ya seríais todos demonios.
He obedecido al deseo del Padre para limpiaros del mayor pecado. El mayor pecado era desobediencia al mandato de Dios. De ahí había venido la sed de poder, soberbia y concupiscencia. Las tres Furias que os tienen siempre en su poder cuando no las sabéis aniquilar con una vida vivida en Dios. Yo he reparado con mi obediencia la desobediencia inicial.
Para limpiaros de los demás pecados he tomado sobre Mí las miserables vestiduras de
iniquidad que eran vuestras vestiduras y, para quitarles la iniquidad de toda la estirpe del hombre, las he empapado con mi Sangre y las he limpiado con ella.
Después ha venido la gloria. Pero antes fue el dolor. Después ha venido el derecho a juzgar. Pero antes fue el deber de expiar. Después fui hecho fundador del nuevo Templo en el que está la fuente santísima del Espíritu de siete formas. Pero antes tuve que ser Yo la Víctima inmolada para purificar la casa de Dios.
Y ¿qué pensáis, vosotros sacerdotes a quienes pesa el leve yugo de la observancia de vuestro deber? ¿Que me resultó fácil ser Sacerdote? ¿Y quien de entre vosotros, por mucho que le opriman los afanes, es oprimido por tormentos semejantes a los míos? Pero estas almas que os confío ¿sabéis que son la parte que me he procurado con mi morir? No hagáis que se pierdan. Arrancadlas a Satanás a costa de vuestra vida como Yo las arranqué con el precio de la mía.
Para aprender sólo tenéis que estudiarme a Mí. No es necesario ser eruditos. Sed sólo buscadores de Dios, y Dios, Yo, os iluminaré».
8 horas. A mí.
Dice Jesús:
«Mi Madre te ha hablado 201 de la sombra que le envolvió como Madre de Dios. Esto no se opone a lo que dije hace algunos días 202.
Si bien todos notaban algo especial en aquella pareja que pasaba pobremente por las calles llenas de gente, como una luz y un perfume, esto no iluminaba su ceguera y no encontraba voz para su sordera de espíritu. Era un percibir semejante a quien a través de vendas opacas siente, más que ver, el fulgor del sol sobre su cabeza vendada y oye un lejano rumor que apenas le llega al tímpano como suspiro de aire roto por un sonido tan leve que ni es palabra.
Mi Madre se ha llamado la «Silenciosa». Deberían añadirse muchos atributos a sus letanías, y habría mucho que meditar sobre ellos. Virgen silenciosa, Virgen luminosa y Madre de la Luz, Ella era y es.
Con extremada resistencia ha alzado algún velo a mis evangelistas, pero sólo aquellos velos que en su ciencia sobrenatural juzgaba útiles para mi interés. Por cuanto se refiere a Ella, silencio absoluto. Lo custodiaba todo en el corazón, como ha dicho Lucas, y de su cora- zón saca recuerdos para sus más amados, como perlas de un cofre.
Por tanto no debe sorprender que las muchedumbres no supieran comprender, si bien fueran santificadas por el paso de mi Madre. Como Ella ha dicho, no eran santos. Más o menos buenos, tenían a Dios lejos del corazón, y donde no está Dios no hay luz.
Tampoco 203 el que Dios haya protegido a la Bendita bajo el velo de una vida aparentemente común. Dios no ama lo que aman los humanos: las celebraciones y mucho menos las autocelebraciones humanas. Se cubre de recato y envuelve en él sus dilectos. El mundo es profanador y Satanás es más astuto cuanto más vencido. Dios preserva a sus más queridos, y a Sí mismo en ellos, de las curiosidades melindrosas y de las trampas venenosas, porque tiene mucho cuidado de sus instrumentos ya que quiere el cumplimiento de su misión. Sólo a los «Santos» les da a conocer la verdad escondida.
Tampoco debe asombrar el que María, tras mi nacimiento, apareciese aún más como una común mujer: una joven madre y nada más. Como custodia de la que había salido la Hostia
201 En el dictado del 2 de diciembre
202 El 27 Y 28 de noviembre
203 Se sobreentiende: debe sorprender
santísima, Ella era ahora la Toda Santa por sí misma, pero ya no llevaba al Santo de los Santos. Y si se piensa que el Santo de los Santos, precisamente en el momento en que rescató con eterna soberanía la Tierra con sus vivientes, sus difuntos, sus futuros, apareció a los ojos del mundo como un malhechor torturado por sus delitos, también es lógico que la Madre, desde el momento en que se convirtió en Corredentora, y por tanto rescatadora de la Tierra, apareciese como una pobre, simple mujer. .
Había pasado el tiempo luminoso de mi formarme en Ella, y el fulgor de la alegría que había colmado en la noche el corazón de María, la gruta, los Cielos, se atenuó al alba en la que comenzó a surgir el sol de la redención, sol teñido de sangre, compuesto de dolor infinito. La aurora ya encontró a María sumergida en el pensamiento del futuro tormento. Ya había sido hecha la ofrenda en mi nombre y las dos frases más cristianas de la Tierra se habían anudado, la una con la otra, formando una cadena para ahogar al Mal: «He aquí la Esclava del Señor. Señor, hágase tu voluntad».
¡Santos, benditos labios de mi Madre, que prestaste a mi nulidad de niño el sonido virginal de las palabras perfectas! Sobre su «sí» heroico, repetido cuando la maternidad lo hacía doblemente heroico, se inclinó el Cielo venerando en Ella a la Mártir Redentora. Se iniciaron los días dolorosos de María como un collar al que se aumenta una perla día tras día. Al final estuvo el Gólgota.
Es por su largo dolor por lo que Yo os digo: “Amadla». Os bendigo cuando me amáis. Pero por el amor que dais a mi Madre os preparo una morada más resplandeciente en el Cielo».
4 de diciembre
(Inmediatamente después del sopor, a las 23:30 horas)
Zacarías 6,12-15. Dice Jesús:
«Cuando en el cielo sereno se alza el sol por la mañana, surge por el lado del oriente. De oriente os viene la luz y avanza cada vez más y crece hasta llenar el cielo de rayos y la tierra de templanza y fiesta.
¿Hay algo más grande y hermoso que el surgir del sol cada nueva mañana? Eso os habla del Supremo Ordenador de todas las cosas, cuya potencia infinita regula el curso de los astros con pensamiento de amor hacia vosotros, sus hijos, y a quien obedecen los astros, estos inmensurables gigantes del Universo, mientras que vosotros, imperceptible polvo esparcido sobre un planeta, no de los más grandes, que gira por las ilimitadas vías del universo, no consideráis vuestro deber obedecer por respeto y gratitud hacia quien os ama y es Dios.
Página que cada mañana podéis releer, sólo con que lo queráis, con los ojos del alma, la luz que vuelve bastaría para haceros meditar durante todas las horas del nuevo día sobre la Presencia, la Potencia, la Bondad de Dios, y traerme a Mí, Luz del mundo, Sol eterno, Oriente santo, a vuestra mente.
El apelativo de «Oriente» que me dieran los antiguos de Israel no es errado. Mi aparecer en el mundo es hermoso como el aparecer del astro de la mañana, y para ese mundo, como Sol, he traído la luz iniciando la jornada de Dios oscurecida en su formación por la primera culpa, jornada que tendrá su brillante atardecer en el momento final para resucitar después eterna con todos los elegidos en el Reino de Dios.
Yo soy el Oriente de Dios, aquel que lo anuncia a las gentes: generado por Él vengo bajo Él, ni, como el sol, conozco atardecer. Estoy fijo, eterno en mi Divinidad alrededor de la cual los pueblos rotan como astros que extraen de Mí vida y luz, y no soy Yo sino vosotros
quienes conocéis la oscuridad de las tinieblas porque en vosotros, no en Mí, se pone la luz, porque vosotros os separáis de la Luz, interponiendo entre vosotros y Ella las barreras y la distancia de una voluntad no acorde con Dios o de culpas cometidas contra la ley de Dios.
Venido para anunciar al Padre, Señor eterno, y para testimoniar la Santísima Existencia, he construido el nuevo templo al Señor.
Pero no el templo material de piedras y cal que los siglos y los hombres pueden deteriorar con sus asaltos de tiempo o de guerras, sino el Templo cuya piedra soy Yo: mi Iglesia que no morirá ni siquiera con el morir de la Tierra y, como nube de incienso y fragancia de flor, subirá al lugar de Dios, ya libre como una mujer liberada de todas las servidumbres para unirse con su Fundador en bodas eternas de las que serán testigos los santos. El templo no colectivo sino singular -y por ser singular no es menos santo ni eterno que el Templo de mi Iglesia- de vuestro espíritu que Yo he reedificado después de que Satanás lo había minado con la culpa, regenerándoos a la Gracia, inundándoos con mi Sangre, instruyéndoos con mi Palabra.
Ésta es mi gloria. Haber devuelto a Dios los templos vivos de vuestras almas de nuevo consagradas, y el Padre santo me reviste de esta gloria dándome poder de Juez sobre todas las criaturas que he hecho mías al precio de sacrificio sin medida.
Yo soy vuestro segundo Creador porque he vuelto a tomar a los creados por mi Padre, vueltos cadáveres por la culpa, y les he infundido la vida, no con un soplo del aliento de Dios como a Adán -arcilla modelada que sólo el aliento efundido por Dios convirtió en carne y alma- sino con mi morir. Me he despojado de la vida para daros la Vida. Me he despojado de la veste de Dios para ceñirme veste de hombre y también ésta la he perdido por vosotros después de haber conocido todo el horror de la vida: dolores, hambre, traiciones, torturas, cansancios, agonías, muerte.
¡Oh! Redención del hombre, reparación y obsequio hecho a mi Santísimo Padre, ¡cuánto me cuestas!
Consagrador, constructor y víctima, Yo tengo el derecho de ser sacerdote supremo. Ni el Padre me niega este derecho, al contrario lo proclama por SU Justicia y Caridad, porque estoy con mi Padre en pacto de paz infinita, porque Él me es Padre y Yo le soy Hijo, y porque Yo le soy el Obediente y el Amoroso que el Amor lleva a obedecer para dar alegría y gloria al Padre santo.
Desde el momento en que -«Oriente» del mundo- he venido para traer la Luz a las Tinieblas, os he llamado con la fuerza de la Caridad y de la Palabra. Y habéis venido a Mí desde los países más lejanos porque Yo no soy un dios falso y cruel, sino el Dios verdadero y misericordioso que obra los milagros del amor para conducir bajo su signo a las ovejas perdidas fuera de su redil.
Y porque os amo con un amor incomprensible para vosotros, tan perfecto es, no sólo os salvo, metiéndoos en mi cortejo, sino que os hago mis colaboradores en la edificación del Templo que no conocerá la destrucción y en el que descansará la Gloria Trinitaria, y todos vosotros la conoceréis cual Ella es, elevados a la Vida perfecta y hechos capaces de conocer a Dios.
Yo, Verdad del Padre, os lo juro. A quienes me escuchen: Voz del Señor, les será reservada la suerte de alegría infinita de conocer a Dios»
5 de diciembre
2 horas
Zacarías 7, 4-14.
Dice Jesús:
«Yo no he venido a negar la Ley y los Profetas sino a confirmarla y a perfeccionarla modificando las imprecisiones y sobreestructuras que el hombre les había puesto, parte por la propia imperfección y parte por lo humano superior al alma.
El hombre está inclinado a entender mal. No es perfecto ni en sus sentidos místicos ni en sus sentidos naturales. Sólo viviendo en Mí perfecciona los primeros, siendo entonces Yo quien obro en él. El hombre está también inclinado a complicar las cosas porque, en su tenaz e indestructible soberbia, siempre es atraído por la seducción de retocar también la obra de Dios.
Sois dioses siendo hijos de Dios. Pero Dios siempre es el Mayor, el Perfecto, Aquel que se genera pos Sí mismo. Vosotros sois los menores, los que os hacéis perfectos si vivís en Dios y que sois generados por Dios. Entonces, por tanto, ¿por qué queréis modificar con vuestras complicaciones lo que Dios en su Simplicidad, que es uno de los signos de su naturaleza, da perfecto en su simplicidad?
Cuando me he convertido en Maestro he encontrado la Ley, tan clara y lineal en su origen, convertida en una maraña de imposiciones y un montón de fórmulas que la volvían impracticable para los fieles. Naturalmente los pesos y las fórmulas eran para los humildes. Los potentes habían creado esas fórmulas yesos pesos, pero no los llevaban.
El sacerdocio, los escribas y fariseos, me produjeron repugnancia e indignación. Y si vi entre ellos algún alma leal, que amé divinamente, vi también la multitud de los demás, más numerosa que rebaños de chivos salvajes que con su hedor apestaban con sus mercados, con sus falsedades, impiedades, durezas, la Casa del Señor, y hacían del Señor algo terrible para los pobres de la Tierra.
¿Ayunaban y se sacrificaban por Mí esos sepulcros de pestilencia? No. Para recibir beneficio humano y alabanza. Era cómodo ser Doctores de la Ley y cómodo ser del pueblo elegido en Israel. Pero no había verdad de deseo y de ofrenda para atraer al Mesías y sus bendiciones.
Y el Mesías se fue a otra parte, a la región despreciada, pero donde una Toda Santa y un Justo merecían acoger y tutelar el Germen de Dios.
Y ahora, hijos, ¿ayunáis y rezáis por las cosas de Dios? No. Vuestras privaciones naturales, que podrían ocupar el lugar del ayuno, no las soportáis con resignación, sino las convertís en fuente de odio y maldición continua, necia y sacrílega. Vuestros rezos están sucios y dañados por vuestros sentimientos interiores y son mirados por Dios como cosas inmundas puestas sobre la piedra del altar. Dios las reduce en cenizas dispersando el humo por la tierra.
Una vez más Yo vengo a repetir la forma que debéis utilizar para presentar a Dios sacrificios y oraciones, cuyo perfume puro suba desde el altar hasta el trono de Dios como holocausto de víctima perfecta.
“Juzgad según verdad, sed misericordiosos y compasivos con los hermanos, sean quienes sean, no oprimáis a las viudas y los huérfanos, a los pobres forasteros, a los humildes y débiles de la Tierra, no tengáis en el corazón pensamiento de rencor, venganza y malas obras hacia vuestros semejantes. Amad, en suma, porque el amor es el compendio de la Ley y quien ama todo lo hace, y el amor es el incienso que vuelve perfumadas las hostias de propiciación y el agua lustral que lava las piedras de vuestro altar».
No endurezcáis el corazón y el oído más de cuanto lo tengáis ya. No cerréis el corazón y el oído a la Voz de Dios que habla a través de sus «portavoces», como antaño lo endurecieron los antiguos a la Voz de Dios que hablaba a través de los Profetas.
Si no me escucháis a Mí, por justicia Yo no os escucharé a vosotros, y dejaréis de
tenerme por Dios, por Padre y Salvador. Entonces conoceréis la ira del Señor, plena e inexorable y, habiendo rechazado el Pan de la Palabra de Dios, morderéis el polvo, y como fieras sin alimento os despedazaréis el uno al otro muriendo en el horror por conocer un horror aún más tremendo y eterno».
6 de diciembre 204
Zacarías 8, 7-12-13-16-22.
Dice Jesús:
«Salvador de las gentes, no puedo no ser Salvador de mi pueblo. Mío por la ley antigua, mío por la ley nueva.
Humanamente he salido de esa raza, y si ella se ha burlado de Mí, no me ha conocido, me ha traicionado, matado, si ella ha hecho esto teniendo el alma cargada y enmarañada con el magma de la culpa que no lava mi Sangre -siendo esta raza una rama que no quiere insertarse en el cepo de la vid divina- no es menos cierto 6 dic. que he muerto también por ella, que sobre ella tengo derechos de Rey y amor de Creador.
Con dureza y fiereza los padres de los padres de este momento han rechazado el don del Eterno y han pedido mi Sangre para saciar el hambre de su odio hacia la Verdad. Con paciencia, con inteligencia, con fuerza y con bondad les atraeré a Mí.
Las obras buenas o inicuas del hombre sirven siempre para un fin sobrenatural, porque la maldad humana es recogida por Dios y al contacto con sus manos se transforma en instrumento de bien. Dios no deja ningún intento en su previdente obrar para alcanzar la finalidad que es reunir en un único núcleo a los humanos para el último día, como desde un único núcleo se desparramaron por la Tierra dividiéndose como arroyuelos que se desbordan de la copa de una fuente.
La obra ha iniciado ya y los perseguidores que dañan y ofenden lo que es humano no saben que están creando con su iniquidad el gran día del Señor, en el que como ovejas dispersas reuniré mi inmenso rebaño a los pies de la Cruz y bautizaré de nuevo con el nom- bre de «corderos» a los enrudecidos hijos del rebaño que fue mío, expeliendo a quienes bajo mi signo son las víboras y los lobos de la sociedad humana.
Cuando sepáis reconocerme y llorar con corazón contrito, Yo mutaré vuestra secular condena, deicidas, en perdón y bendición, porque no pudo olvidar el bien cumplido por vuestros Padres, quienes desde el Reino oran por vosotros errantes. Despojaos, pues, también vosotros, que fuisteis los primeros en recibir el don de la Ley, de cuanto es ingrato a Dios.
Los mismos mandamientos que doy a mis nacidos del místico alumbramiento de la Cruz, lo digo también a vosotros que habéis convertido la cruz en un sacrílego patíbulo y en una fuente de condena.
Decid la verdad y servid a la Verdad. Venid a Ella. Golpearos el pecho por quienes la han menospreciado y han esperado matarla. Sólo se han matado a sí mismos porque la Verdad es inmortal en su naturaleza divina. No os arropéis con sus insignias para fines humanos. Sino que, una vez que os acerquéis a ella, amadla como esposa recién conocida. Ella es quien debe generaros para la Vida eterna. Pero no se puede generar si de dos no se hace una cosa sola persiguiendo no el placer de los sentidos, sino la santidad del fin. Sed honestos y sinceros con todos y especialmente con Dios, cuyo ojo penetra en los corazones y los traspasa de lado a lado y los ve mejor de cuanto pueda hacerlo el científico y el
204 Pero escrito, de hecho, en el mismo día (5 de diciembre) del dictado precedente y de los siguientes
bacteriólogo cuando ven en vuestros cuerpos las enfermedades que os consumen y los gérmenes que os corroen.
Aplicad el amor a la verdad en las relaciones con Dios y con el hombre. No traicionéis. Hace ya veinte siglos traicionó uno de vuestra raza, instigado y seguido por falsos y malvados. Quitad esa injuria que os aplasta desde hace siglos, con vuestro actuar justo y leal.
Para ser amados hay que hacerse amar. Lo habéis olvidado muchas, demasiadas veces. Amad la paz. Es el signo de Cristo, que vuestros padres han matado atrayendo sobre vosotros la guerra que no tiene fin, y con pausas de tregua explota y resurge como una en- fermedad insanable en el cuerpo de la Tierra y no os da seguridad y descanso. Ahora debéis aprender a amar esta paz para poder ser de Cristo y finalizar así el eterno éxodo de vuestra raza.
Cada parcela del mundo tiembla bajo vuestro pie y os aplasta. También las parcelas antiguas. Pero si Yo, Señor del mundo, extiendo mi mano y abro mi boca para decir: «¡Basta! Éstos son míos de nuevo», la Tierra no podrá perseguiros más. Las sobrenaturales tiendas del Cielo estarán sobre vosotros como protección.
Recordad cuando, por vosotros, he perseguido a los poderosos, he abierto el mar, he hecho brotar fuentes en la aridez de los desiertos y llover alimento del cielo, cuando he puesto a mis ángeles a abriros un pasaje entre los enemigos para conduciros a la Tierra que había prometido a los primeros santos de la Tierra. Siempre soy ese Dios potente y piadoso. Lo soy dos veces más ahora que no soy sólo el Padre Creador sino el Hijo Salvador, ahora que la Tercera Persona ha generado el milagro de la Encarnación de un Dios para hacerle la Víctima expiatoria de toda la humanidad.
Yo os espero para poder decir: «Paz» a la Tierra, y decir al Cielo: «¡Ábrete para acoger a los vivientes. El tiempo ha terminado!». Venid. No tengo un corazón distinto, ahora que estoy en el Cielo, del que tenía en el Gólgota cuando oraba por vuestros padres y perdonaba a Dimas».
Me dice Jesús a mí:
«He dictado este texto hoy que puedes escribirlo, en vez de mañana que no podrías hacerlo. Pon la fecha de mañana 205. La colección de los dictados debe ser regular como el movimiento de un péndulo. Un día se entenderá mejor el porqué digo que se haga así. Ahora descansa sobre mi Corazón».
Más tarde, a las 8 horas
Dice Jesús:
«Ten paciencia, alma mía. No puedo estar sin hablarte, porque hablar a quien me ama constituye mi delicia, mi deseo, la necesidad de mi Corazón amante vuestro.
¿Has visto alguna vez cómo hacen dos esposos que se aman realmente? La esposa, mientras que está en casa, mira el reloj a cada momento, corre a la ventana, para ver si pasa el tiempo, para ver si el esposo vuelve de su oficina. El esposo, en cuanto puede, escapa para decir una palabra de amor a su esposa. Apenas le ha dejado y se le ocurre que podía decirle también esto otro para hacerla feliz, y en cuanto puede corre a decírselo. Es el amor que les apremia.
También Yo, apenas callo, siento que tengo más que decirte. Quisiera hablarte noche y
205 Efectivamente, la fecha del 6-12, puesta al inicio del dictado, está escrita fuera de las rayas del cuaderno, resultando así dispuesta en un segundo momento
día, tenerte toda para Mí, quisiera que tú te pudieras dedicar completamente a Mí. ¡Si supieras cómo te amo!
Ahora escucha. Hace años, leyendo los escritos de mi siervo Contardo Ferrini, te preguntaste varias veces -porque eras una analfabeta en la mística- en qué consistía «la conversación en los Cielos».
Helo aquí: cuando tú me escuchas y Yo te hablo, cuando en lugar del murmullo de oraciones superficiales Yo te rapto en el fuego de las revelaciones y te ocupo de Mí, cuando tú me dices: «Ven, Jesús, a hablar a tu sierva», cuando gustas el sabor de mi Palabra que deposito en ti como en un cofre, en un ánfora, para que tú la des a los pobres y a los sedientos de la Tierra, entonces nosotros mantenemos una conversación en los Cielos.
Estabas demasiado atada a las fórmulas, como casi todos los católicos fervientes. Yo te he desligado. He lanzado tu alma fuera del océano de las circunscripciones formularias, de las pequeñeces de los preceptos, a los espacios ilimitados del místico mar de la oración. Te he envuelto, aspirado, raptado, divinizado en el fuego de la oración.
Eras un pequeño pájaro trabado. Ahora eres un águila que esparce el vuelo, domina y sube hacia el Sol y lo mira y es fortalecida. Sube cada vez más, como el águila en vuelos concéntricos. En lo alto estoy Yo, Águila eterna, que te espero para llevarte, más allá de los sentidos, al conocimiento del amor.
Obedece siempre a la llamada, con prontitud y confianza. Abandónate al viento del amor. Éste te sostiene, no te obstaculiza. Él espira para traerte a Mí de quien viene. Piérdete, gota de agua en mi infinito océano, piérdete, chispa de luz en mi inmenso resplandor. Entra a formar parte de tu Dios y Señor, de tu Esposo. Te abro todas las puertas de mis tesoros para que los poseas.
¡Te amo!».
10 horas
Dice María:
«Hablando de la Presentación en el Templo, Lucas dice que «el padre y la madre se quedaron maravillados de las cosas que se decían del Niño».
Distinta maravilla la de los dos cónyuges. Yo, a quien el Espíritu Santo había revelado todo futuro, me maravillaba sobrenaturalmente admirando la Voluntad del Señor que se vestía de carne para querer redimir al hombre y que se revelaba a los vivientes del espíritu. Me maravillaba una vez más de que Dios me hubiese elegido a mí, su humilde esclava, para ser la Madre de la Voluntad encarnada. José se maravillaba también humanamente porque no sabía más que lo que las Escrituras le habían dicho y el ángel revelado. Yo callaba.
Los secretos del Altísimo estaban como depuestos en el arca cerrada en el Santo de los Santos y sólo yo, Sacerdotisa suprema, los conocía, y la Gloria de Dios los velaba ante los ojos de los hombres con su resplandor insostenible. Eran abismos de fulgor y sólo el ojo virginal besado por el Espíritu Santo podía mirarlos. Por esto estábamos, tanto José como yo, maravillados. De manera distinta, pero igualmente maravillados.
Del mismo modo debe interpretarse así el otro pasaje de Lucas: «Pero ellos no comprendieron lo que les había dicho», cap. 22, v. 50.
Yo comprendí. Ya antes lo sabía y, aunque el Padre permitió mi angustia de madre, no me veló el significado excelso de las palabra de mi Hijo. Pero callé para no humillar a José a quien no le era concedida la plenitud de la gracia.
Era la Madre de Dios, pero eso no me eximía de ser esposa respetuosa hacia el Bueno que era mi amoroso compañero y vigilante hermano. Nuestra Familia no conoció tacha, en
ningún motivo ni campo. Nos amamos santamente preocupados de una sola cosa: del Hijo. jOh! Jesús restituyó en la hora de la muerte todo consuelo, como sólo Él podía hacer, a mi
José, en recuerdo de todo cuanto había recibido de ese Justo. Jesús es el modelo de los hijos, como José lo es de los maridos. He tenido mucho dolor por el mundo y del mundo. Pero mi santo Hijo y mi justo Consorte no trajeron más lágrimas a mis ojos que las de su dolor.
Cuando ya José no estuvo a mi lado, y yo fui la primera autoridad terrenal sobre mi Hijo, ya no mostré que no entendía callando. Nadie más se habría humillado al verse superado en comprensión, y en Caná hablé: «Haced lo que Él os diga» dije, porque sabía que Jesús no me niega nada y que tras sus palabras sostenidas ya estaba el primer milagro suscitado por mí y ofrecido a mí por mi Hijo, como una cándida rosa, la primera nacida sobre un rosal en primavera.
Hay que saber leer el Evangelio, María. Los hombres no lo saben leer. Yo te guiaré la mano y te lo explicaré allí donde mi Jesús no te lo explica. Soy la Madre de los dos. Quiero que mi niña conozca a su dulcísimo Jesús, nuestro Jesús, como pocos le conocen.
Cuanto más le conozcas, más le amarás. Cuanto más le ames, más feliz me harás».
7 de diciembre
Zacarías 9,9-10-11-13-16-17.
Dice Jesús:
«Satanás sedujo a los hijos de Dios con pensamiento de soberbia. Inyectó en los inocentes la sed de ser grandes con todas las grandezas: del poder, del saber, del poseer.
«Seréis semejantes a Dios». Hace siglos que se extinguió el silbido de la Serpiente pero el sonido, que ya no rasgaba el aire, estaba fundido con el murmullo de la sangre en el corazón del hombre. Y todavía está fundido con vuestra sangre que amáis más que a vuestra alma. Y vivís perjudicándoos alma y cuerpo por obedecer al imperativo de vuestra sangre envenenada por Satanás.
Pero os equivocáis al aplicar valor y significado a las cosas y a las palabras. Ser semejantes a Dios os lo había dado ya como dote el Padre Creador. Pero una semejanza en la que nada tiene que ver lo que es carne y sangre, sino más bien el espíritu, porque Dios es ser espiritual y perfecto y os había hecho grandes en el espíritu y capaces de alcanzar la perfección mediante la Gracia, plena en vosotros, y la ignorancia del Mal.
Yo vine para poner las cosas y las palabras en la luz justa y os mostré, con las palabras y con los actos, que la verdadera grandeza, la verdadera riqueza, la verdadera sabiduría, la verdadera realeza, la verdadera deificación no son las que vosotros creéis.
No he querido nacer en un mansión regia, no he tenido lujo en mi vida, ni corte de dignatarios, ni ministros, ni carrozas y caballos, ni cátedras ilustres, ni palacios y bienes.
He venido manso y humilde con la apariencia de un pobre niño que ni siquiera tiene el cobijo de una pobre habitación, sino una gruta, refugio de animales, para sus primeras jornadas en el mundo. He venido con la apariencia de un prófugo en comarcas extranjeras, fugitivo ante el bajo poder de los hombres, he conocido el hambre y la humillación de estar entre los sin techo que deben arrancar a pequeños mordiscos su sustento con mil humildes trabajos. He venido con la apariencia de hijo de un obrero, y pobre por añadidura: un obrero de pueblo al que los campesinos, carreteros, amas de casa, piden mangos para sus utensilios agrícolas, rayos y aros para las ruedas de sus carretas, reparaciones de maseras y de banquetas y fábrica de pobres lechos para algunos esposos, humildes como el carpintero de Nazaret, que debían construirse una casa o una cuna para el primer pequeño.
He venido con la apariencia de peregrino que no tiene piedra sobre la que apoyar la cabeza y se debe recostar allí donde el Creador le hace encontrar una, que no tiene más alimento que el dado por la caridad de quien le acoge y que tanto puede ser el pan y la sal, o el tazón de leche de cabra, o el pescado asado en las brasas de los campesinos, de los pastores, de los pescadores, como el rico banquete del Fariseo en el que los sabrosos platos me resultaban amargos porque no estaban condimentados con amor sino sólo con curio- sidad, o las comidas en Betania, descanso del alma de Cristo que encontraba allí a la madre en Marta, llena de atenciones materiales, y en María, llena de adoración, y se sentía comprendido por una mente docta de amigo.
He entrado como hijo de David en la ciudad real -que, mientras que entraba, ya me expelía como si fuera un vergonzoso aborto- a caballo de una burrita que me fuera ofrecida por la generosidad de un sencillo que me había reconocido Maestro e Hijo de Dios.
He muerto desnudo y sobre un lecho de oprobio que ni siquiera era mío en su tosco leño, y he sido arreglado y sepultado con vendas y aromas adquiridos por quien me amaba y en un sepulcro ofrecido por la piedad de quien me amaba.
Fui grande porque quise ser pequeño. Recordadlo, vosotros que siendo pequeños queréis ser grandes, a toda costa, incluso con lo ilícito. Y mi Reino no tendrá ni fin ni confín, porque me lo he conquistado a costa de mi anulación total.
Si me hubierais hecho reinar en lugar de matarme primero en la Cruz y después en vuestras conciencias, habrías conocido eras de paz, largas cuanto la Tierra desde el momento en que posé mi pie de Inocente sobre ella, porque Yo soy el Rey de la paz, soy la Paz misma. Os habría dado la paz en las naciones y la paz en las conciencias, porque con mi Sangre (la sangre de la circuncisión habría bastado para redimir a la humanidad) he venido a liberaros de la fosa sin agua que Satanás os había excavado y donde perecíais y perecéis porque, a pesar de que os haya extraído de ella, allí habéis querido volver, dado que el Seductor la ha asfaltado de oro y ha pintado en las paredes de la derecha imágenes obscenas y en la de la izquierda imágenes de poder. Tres cosas que tienen para vosotros el máximo valor.
Y sin embargo Yo me he dejado extender sobre la cruz para hacer de mi martirio una flecha que perfora los Cielos cerrados y abre el paso al perdón de Dios. Y; a pesar de que me hayáis odiado, Yo continuo llamándoos para recogeros, como trompeta empuñada por un alférez, para convertiros en mi ejército pacífico que conquista los Cielos.
Venid. Antes de que llegue la hora en que no ya podáis venir, venid a Mí. Estad vestidos con mis uniformes y contraseñados con mi signo. El ángel de Dios preservó a los hijos de Israel del exterminio de Egipto por la sangre del cordero esparcida sobre las jambas y los arquitrabes; Yo: Cordero de mi Padre y Señor, salvo a mi Padre sus hijos por mi Sangre, con la que he teñido no la materia del leño y de la piedra que mueren, sino vuestra alma inmortal. Las trompetas de la llamada universal serán vida infundida de nuevo para los signados con mi Sangre, y los huesos de los justos surgirán de entre los pliegues del suelo, donde dormían desde hace siglos, para vestirse, con júbilo, con carne perfecta porque nutrida con el Pan vivo bajado del Cielo para vosotros y del Vino exprimido de las venas del Santo que
vuelve virgen vuestra alma y la hace digna de entrar en la Jerusalén del Cielo».
Dice María:
«Otro regalo de la Madre con ocasión de mi Fiesta.
Hay otras dos frases en los Evangelios que se refieren a mí y que vosotros interpretáis más o menos bien. Yo te las explico. .
Dice Mateo: «Mientras Jesús hablaba, su Madre y sus hermanos estaban fuera tratando de
hablarle. Uno dijo: ‘Tu Madre y tus hermanos te buscan’. Pero Él respondió: ‘¿Quién es mi Madre y quiénes son mis hermanos? He aquí a mi Madre y a mis hermanos: todo el que cumple la Voluntad de mi Padre»’.
¿Repudio de su Madre? No. Alabanza a su Madre que fue perfecta en cumplir la Voluntad del Padre. ¡Bien sabía mi Jesús qué voluntad seguía yo! Una voluntad que había hecho mía y ante la que no retrocedía aún cuando con el pasar de cada minuto me repitiera, como golpe sobre un clavo clavado en el corazón: «Esto termina con el Calvario». Bien sabía que había merecido ser Madre de Dios por haber cumplido esta Voluntad y, si no la hubiese cumplido, Él no me habría tenido por Madre.
Por ello, entre todos lo que le escuchaban, unida a Él con un vínculo superior a la sangre, por un vínculo sobrenatural, estaba yo, la primera en tiempo y en conocimiento entre todos sus discípulos porque el Verbo me había instruido desde que le llevaba en el seno- yo era «su Madre» en el sentido que Él daba a este decir divino, y unido al reconocimiento humano de los oyentes Él me daba su reconocimiento divino de verdadera Madre, porque daba vida a la Voluntad de su Padre y el mío.
Lucas narra que mientras Jesús hablaba una mujer dijo: »Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que mamaste». A lo que mi Hijo respondió: »Bienaventurados más bien los que oyen la palabra de Dios y la cumplen».
El ser Madre de Jesús fue una gracia de la que no me era lícito gloriarme. Entre los millones y millones de almas creadas por el Padre, Él, por un decreto inescrutable, escogió la mía para ser sin mancha. No quiso el Eterno que yo me humille en el Cielo, porque me ha hecho Reina en el instante feliz en que, dejada la Tierra, he sido ceñida por el abrazo de mi Hijo, aguda nostalgia del tiempo de la separación, deseo que me consumió como la lámpara que arde. Pero si lo permitiese, yo estaría eternamente postrada ante su Fulgor para humillarme completamente en recuerdo de su decreto de benevolencia que me ha dado un alma bautizada antes que todas las almas, no con el agua y la sal, sino con el fuego de su Amor.
El que haya mamado de mi seno tampoco podía suscitarme movimientos de soberbia. Él bien hubiera podido venir a la Tierra y ser Evangelizador y Redentor sin tener que degradar su Divinidad encarnada a las necesidades naturales de un niño. Como subió al Cielo tras su Misión, así hubiera podido descender del Cielo, para iniciarla, dotado de un cuerpo adulto y perfecto, lo que es necesario por vuestra condición carnal. Todo lo puede mi Señor e Hijo, y yo no he sido más que un instrumento con el que haceros más comprensible y más persuasiva la real Encarnación de Dios, Espíritu purísimo, como Jesucristo hijo de María de Nazaret.
Ahora bien, la grandeza estaba en el haber cumplido la Palabra de Dios y afinado los sentidos del alma con una pureza total desde la infancia; y la beatitud en el haber escuchado la Palabra, que era Hijo para mí, a fin de hacerla mi pan y fundirme cada vez más con mi Señor.
«¡Oh! santa Palabra. Don entregado a los predilectos de Dios, vestidura de fuego que ciñes de esplendores, vida que te haces la Vida de aquellos a quienes te das, que Tú seas cada vez más amada por ellos como yo te amé en ardor y humildad.
Obra en estos hijos míos, oh Palabra santísima, puesto que los tomé como míos al pie de la Cruz para consolar mi desgarrada aflicción de Madre, a la que le han matado el Hijo adorado, y condúceles al Cielo por un camino de verdades resplandecientes y de ardientes obras. Condúcemelos al Corazón, en el que Tú dormiste de niño y te posaste después de muerto, en el que aún quedan gotitas de tu Sangre santísima y de mi llanto, para que a su contacto desaparezca cuanto les queda de humanos, y resplandecientes con tu Luz, entren
contigo en la Ciudad en la que todo es eterna perfección y donde Tú, ¡Hijo mío santo!, reinas y reinarás»».
Dice Jesús:
«Di al Padre que entre las razones probatorias está la de los dictados que, por su contenido, no pueden ciertamente salir de un corazón al que los acontecimientos especiales inducen a agitarse creando pensamientos contrarios a los que escribe: entre éstos que el Padre note los escritos en los días de la muerte de tu madre y recientemente el del 6 del mes en curso. Que añada esta razón a las demás. Es una prueba segura de la fuente no humana de tus escritos» .
8 de diciembre
Dice María:
«Escribe siempre Lucas, mi evangelista, que mi Jesús, después de haber sido circuncidado y ofrecido al Señor, «crecía y se robustecía lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba en Él»; y más adelante repite como, ya muchacho de doce años, estaba sujeto a nosotros y «crecía en sabiduría, en edad y en gracia ante Dios y los hombres».
Una desviación de la piedad de los fieles ha hecho que el orden guardado por Dios hasta consigo mismo, en cuanto se refiere a su existencia de Hijo del hombre, haya sido alterado. A la leyenda le gusta convertir a mi Niño en un ser prodigioso e innatural, que desde el nacimiento haya realizado actos de hombre y por eso haya sido algo tan irregular que parece monstruoso.
Esta piedad errada no es castigada por Dios, que la ve y la Compadece y la juzga obra de un amor no perfecto en la forma, pero siempre grato porque es sincero.
Pero Yo quiero hablarte de mi Niño así como era cuando no habría podido hacer nada sin su Madre: un pequeño ser tierno, delicado, rubio, levemente rosado y hermoso, hermoso como ningún hijo de hombre, y bueno, más bueno que los ángeles que había creado el Padre suyo y nuestro. Su crecimiento fue ni más ni menos que el de un niño sano cuidado por su madre.
Era inteligente mi Niño. Mucho. Como lo puede ser un perfecto.
Pero su inteligencia se despertó día tras día siguiendo la regla común a todos los nacidos de mujer. Era como si el surgir de un sol se abriera camino en su cabecita rubia. Las primeras miradas, ya no vagas como las de los primeros días, comenzaron a posarse sobre las cosas y especialmente sobre su Madre. Las primeras sonrisas inciertas y después cada vez más seguras cuando me inclinaba sobre la cuna o lo cogía en mi regazo para darle de mamar, lavarlo, vestirlo y besarlo.
Las primeras palabras informes y después cada vez más claras. Qué beatitud ser la Madre que enseña al Hijo de Dios a decir: «¡Mamá!». Y la primera vez que dijo bien esta palabra, que nadie como Él supo decir jamás con tanto amor, y que me la dijo hasta el último respiro, ¡qué fiesta de José y mía y cuántos besos sobre la boquita en la que estaban los primeros dientecillos!
Y los primeros pasos con sus piececitos tan tiernos, rosados como el pétalo de una rosa encarnada, esos piececitos que yo acariciaba y besaba con amor de madre y adoración de fiel y que después me los habrían clavado a la cruz y los habría visto contraerse por los es- pasmos, amoratarse y hacerse de hielo.
Y sus caídas cuando comenzó a andar solo. Yo corría a levantarlo ya besarle las magulladuras… ¡Oh! ¡entonces podía hacerlo! Un día lo habría visto caer bajo la cruz, ya
agonizante, desgarrado, manchado de sangre y de las suciedades que le había lanzado la multitud cruel, y ya no habría podido correr a levantarlo, a besarle las contusiones sangrantes, ¡pobre Madre de un pobre Hijo ajusticiado!
Y sus primeros detalles: una florecilla cogida en el huertecito o por el camino y que me traía, un banquito arrastrado hasta mis pies para que estuviera más cómoda, el recoger un objeto que se me había caído.
Y su sonrisa. ¡El sol de nuestra casa! ¡La riqueza que cubría de seda y oro las desnudas paredes de mi casita! Quien ha visto la sonrisa de mi Hijo ha visto el Paraíso en la Tierra. Una sonrisa serena mientras que fue niño. Una sonrisa cada vez más pensativa hasta hacerse melancólica conforme se hacía adulto. Pero siempre sonrisa. Para todos. Y fue una de las razones de su atractivo divino por el que las muchedumbres le seguían encantadas.
Su sonrisa ya era palabra de amor. Después cuando a la sonrisa se unía la voz, que más hermosa no la hubo en el mundo, hasta la tierra y las espigas de trigo temblaban. Era la voz de Dios que hablaba, María. Y fue un misterio, que sólo explican las inescrutables razones de Dios, cómo Judas y los judíos pudieron, después de haberle oído hablar, llegar a traicionarlo y a matarlo.
Su inteligencia, cada vez más abierta hasta alcanzar lo perfecto, me imponía admiración y respeto. Pero estaba tan templada con la bondad que jamás humilló a nadie. ¡Dulce Hijo mío, que fuiste dulce ,con todos y especialmente con tu Madre!
Ya jovencito, yo no me permitía besarlo como cuando era pequeño. Pero nunca me faltó su beso y su caricia. Era Él quien invitaba a su Madre, de quien comprendía la sed de amor, a beber la vida besando su santa carne, a beber la alegría.
Antes de la Última Cena vino a recibir consuelo de su Madre. Y estuvo apoyado sobre mi corazón como cuando era niño. Se quiso colmar de amor de madre para poder resistir el desamor de todo un mundo.
Después lo tuve sobre el corazón ya helado y muerto en las lívidas luces del Viernes santo. Y ver a mi Niño -porque para una madre su hijo es siempre un niño, y tanto más cuando está sufriendo o muerto- ver a mi Niño hecho todo una llaga, desfigurado por el sufrimiento padecido, revestido de sangre, desnudo, desgarrado hasta el Corazón, ver quieta esta Boca bendita que sólo había proferido palabras santas, esos Ojos adorados cuya mirada era una bendición, esas Manos que sólo se habían movido para trabajar, bendecir, curar, acariciar, aquellos Pies que se habían cansado para tratar de reunir a su rebaño y que el rebaño había traspasado, fue un dolor tremendo e inmenso que inundó la Tierra para redimirla e invadió los firmamentos que se estremecieron de piedad.
Todos los besos que tenía en el corazón y que, en las separaciones forzosas de aquellos tres últimos años, no había podido darle, se los di entonces. Ni una contusión se quedó sin beso y lágrimas. Y sólo yo sé qué número alcanzaron. Los besos y el llanto fueron los prime- ros que lavaron su Cuerpo inerte, y no dejé de besarlo antes de verlo desaparecer bajo los aromas, el sudario, la sábana y las vendas, y por último tras la piedra rodada sobre el cierre del Sepulcro.
Pero en la mañana de la Resurrección pude contemplar el Cuerpo glorificado de mi Hijo. Entró con el rayo de sol, de resplandor inferior al suyo, y lo vi en su Belleza perfecta, mío porque yo lo había formado, pero Dios porque ya había superado la hora humana y volvía al Padre llevándome a los cielos con su Carne divina modelada en mi seno a mi humana semejanza.
Para su Madre no existió la prohibición dada a María Magdalena. Yo le podía tocar. No habría contaminado con mi humanidad su Perfección que subía a los Cielos, porque ese mínimo de humanidad que tenía, en mi condición de Inmaculada Concepción, se había
quemado como una flor arrojada en un incendio en la hoguera expiatoria del Gólgota. María- Mujer había muerto con su Hijo. Ahora permanecía María alma, ansiosa de subir al Cielo con el Hijo. Y mi abrazo lleno de veneración no podía turbar a la Divinidad triunfante.
¡Oh! ¡bendito por su amor! Que aunque después he tenido siempre presente su Cuerpo desgarrado, y el recuerdo de aquella tortura no ha perdido aún su aguijón, el recuerdo de su Cuerpo glorificado, triunfante, bello con una Belleza divina y majestuosa que es la alegría de los Cielos, fue mi perenne consuelo durante los demasiado largos días de mi vivir, y mi perenne anhelo fue acabar la vida para volver a verlo.
María, hace dos horas que ha iniciado mi fiesta 206 y te he tenido conmigo haciéndote conocer a mi Jesús. Ahora descansa mirando a Quienes te aman y te esperan, y viendo la Belleza que es el gozo de los santos».
6 horas
Dice María:
«Cuando en la ira del Viernes santo me encontré con mi Hijo en un cruce que conducía al Gólgota, no salió ninguna palabra de nuestros labios aparte de: «¡Mamá!», «¡Hijo!».
A nuestro alrededor estaba la Blasfemia, la Crueldad, el Escarnio y la Curiosidad. Era inútil, ante estas cuatro Furias, exponer el corazón con sus latidos más santos. Se habrían precipitado sobre él para herirlo todavía más, porque cuando el hombre toca la perfección del Mal es capaz no sólo del delito hacia los cuerpos sino también hacia el pensamiento y el sentimiento de su semejante.
Nos miramos. Jesús, que ya había hablado a las mujeres piadosas incitándolas a llorar sobre los pecados del mundo, sólo me miró fijamente, a través del velo del sudor, del llanto, del polvo, de la sangre, que formaban una costra en sus párpados.
Sabía que yo oraba por el mundo y que habría querido doblegar al Cielo en su ayuda aliviándole no el suplicio, porque éste debía ser cumplido por decreto eterno, sino su duración. Lo habría querido doblegar a costa de mi martirio de toda la vida. Pero no podía. Era la hora de la Justicia.
Sabía que le amaba como nunca. Y yo sabía que me amaba y que más que el velo de la Verónica piadosa y de cualquier otro socorro le habría servido de alivio el beso de su Madre. Pero también era necesaria esta tortura para redimir las culpas del desamor.
Nuestras miradas se encontraron, se enlazaron, se separaron desgarrando nuestros corazones. Y después el gentío arrolló y empujó a la Víctima hacia su altar, y lo escondió a la otra víctima que ya estaba sobre el altar del sacrificio y que era yo, Madre dolorosa.
Cuando os veo tan duros, obstinados en el pecado, y pienso que nuestro doble y desgarrante dolor infinito no ha servido para haceros buenos, pienso qué mayor dolor se necesitaba para neutralizar el veneno de Satanás en vosotros y no lo encuentro, porque no existe dolor mayor que el nuestro.
He tenido, desde el momento de mi Inmaculada Concepción, la cabeza de Satanás bajo mi calcañar sin culpa. Pero él, no habiendo podido corromper mi cuerpo ni mi alma con su veneno, ha rociado ese veneno como ácido infernal sobre mi Corazón materno y, si es inmaculado por gracia de Dios, está tan dolorido que más no se puede por obra de Satanás, que lo ha traspasado a muerte por obra de los hijos del hombre asesinos de mi Hijo desde el momento del Getsemaní hasta el fin del mundo.
La Madre te dice, mi criatura tan querida, que las ofensas que hacéis a mi Hijo suben
206 Fiesta de la Inmaculada Concepción
como flechas hasta la beatitud del Cielo para herirme, y cada una reabre la herida del Viernes santo. Las heridas que lleva mi Corazón por vosotros son más numerosas que las estrellas del firmamento. Y no tenéis piedad de la Madre que os ha dado su vida.
Volveré a hablarte hoy porque quiero tenerte todo el día conmigo. Hoy soy Reina en el Cielo más que nunca y llevo conmigo tu alma.
Eres una niña que sabe poco de la Madre. Pero cuando sepas muchas cosas y me conozcas no como una estrella lejana de la que se ve un rayo y se conoce el nombre, no sólo como un ente ideal e idealizado, sino como una realidad viva y amorosa, con mi corazón de Madre de Dios y Madre de Jesús, de Mujer que entiende los dolores de la mujer porque no se le ahorraron los más atroces y que sólo tiene que recordar los suyos para entender los demás, entonces me amarás como amas a mi Hijo: o sea con todo tu ser».
12 horas
Dice María:
«Fue la piedad de Longinos la que me permitió acercarme a la Cruz, a la que había llegado a través de escarpados atajos, llevada más por el amor que por mi propia fuerza.
Longinos era un soldado recto que cumplía con su deber y ejercía su derecho con justicia. Por eso estaba ya predispuesto a los prodigios de la Gracia. Yo, por su piedad, le obtuve el don de las gotas del Costado y ellas fueron su bautismo de gracia, porque su alma tenía sed de Justicia y Verdad.
Los ángeles habían dicho en el alba natalicia de Jesús: «Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad». En el atardecer del día mortal de Cristo, el Cristo yacente daba a este hombre de buena voluntad su Paz. Y Longinos me fue el primer hijo nacido de los dolores de la Cruz, porque Dimas fue el último redimido por la palabra de Jesús de Nazaret como Juan fue el primero, y podría decir que él, con su corazón de lirio de diamante encendido de amor, fue la luz nacida de la Luz, y las Tinieblas nunca pudieron oscurecerla.
Yo sólo había tomado este «hijo de Cristo» (el Padre Migliorini sabe lo que quiere decir en hebreo el sufijo: bar) de las manos de mi Hijo dando inicio al ciclo de mi maternidad espiritual con una flor que ya se había abierto al Cielo; de mi maternidad espiritual nacida como rosa purpúrea de las palmas clavadas al tronco de la Cruz, tan distinta de la cándida rosa de alegría de Caná, pero igualmente dada por el amor de Cristo a su Madre por los hombres, y del amor de Cristo a los hombres por su Madre que ya no habría tenido Hijo.
Un milagro de amor signó la era de la evangelización, un milagro de amor la de la redención, porque todo cuanto viene de mi Jesús es amor y todo cuanto viene de María también es amor. El corazón de la Madre no se distingue del corazón del Hijo más que en la Perfección divina.
Desde lo alto de la Cruz habían descendido lentamente las palabras, separadas en el tiempo como el batir de las horas en un reloj celestial. Y yo las había recogido todas, incluso las que menos se referían a mí, porque hasta un suspiro del Moribundo era recogido, bebido, aspirado, por mi oído, por mi ojo, por mi corazón.
«Mujer, ahí tienes a tu hijo». Y desde aquel momento he dado hijos al Cielo generados de mi dolor. Parto virginal como mi primero, este místico parto de vosotros para ÉL Yo os doy a la luz de los Cielos a través de mi Hijo y mi dolor. Y este generar, que inició con aquellas palabras, no tiene lamentos de carne destrozada, porque mi carne era inmune de pecado y de la condena de generar a través del dolor, pero el corazón desgarrado clamó sin voz con el sollozo mudo del espíritu, y puedo decir que vosotros nacéis a través del sendero abierto por mi dolor de Madre en mi corazón de Virgen.
Pero la palabra reina de aquella cruel tarde de abril era siempre una: «¡Mamá!». Sólo llamarme era consuelo para el Hijo, porque sabía cómo lo amaba, y cómo mi espíritu ascendiese sobre su Cruz para besar mi santo Torturado. Repetida cada vez con más frecuencia y más desgarradamente repetida conforme el espasmo crecía como una marea que sube.
El gran grito del que hablan los evangelistas fue esta palabra. Lo había dicho todo y cumplido todo, había confiado el espíritu a su Padre e invocado al Padre sobre su inmensurable dolor. Y el Padre no se había mostrado a Aquél en quien hasta aquel momento se había complacido y que ahora, cargado con los pecados del mundo, era mirado por Dios con rigor. La Víctima llamó a la Madre. Con un grito de desgarrado dolor que traspasó los Cielos, haciendo llover perdón, y que traspasó mi corazón, haciendo llover sangre y llanto.
He recogido ese grito en el que por las contracciones de la muerte, y de esa muerte, naufragaba la palabra en un desgarrador lamento, y he llevado en mí ese sonido como una espada de fuego hasta la mañana pascual, cuando el’ Vencedor entró, relumbrante más que el sol de aquella serena mañana, tan hermoso como nunca antes lo había visto, porque la tumba me había tragado un Hombre Dios y ahora me devolvía un Dios Hombre, perfecto en su viril majestad, jubiloso por la prueba cumplida.
»Mamá» también entonces. Pero ¡oh hija!, este era el grito de su alegría incontenible, de la que me hacía partícipe estrechándome contra su Corazón y limpiando el beso de su Madre de la amargura del vinagre y de la hiel.
No te sorprenda el que en el día de mi fiesta de candor te he hablado de mi dolor. Por justicia, a cada don de Dios se contrapone un don del beneficiado. Cada elección comporta consigo deberes tremendos ya la vez suaves, que se convierten en alegría eterna cuando finaliza la prueba.
Al supremo don de la Concepción sin mancha debía corresponder por mi parte el de ser Madre del Redentor, o sea Mujer del Dolor. Y el dolor atroz del Gólgota es la corona puesta sobre la gloria de mi Concepción inmaculada».
9 de diciembre
Zacarías 11, 4-7-10-13-14-15-17.
Dice Jesús:
«Nunca como en este momento debo repetir a quien me representa: “Apacienta mis corderos».
Muchos de ellos se han vuelto salvajes. Pero toda la culpa no es de ellos y por esto me producen piedad.
Los había confiado a los poderosos para que los cuidasen. Había dado ya tanto a los poderosos para que no quisieran aún más y fueran buenos con los súbditos porque son potentes sólo por mandato de Dios. En realidad son grey de Dios, son hijos de Dios y deberían ser cuidados con respeto pensando en el Rey verdadero: el Eterno, de quien son pueblo.
En cambio les han usado como rebaño sin amo. Les han empujado donde han querido, les han alimentado con la comida que les ha parecido, con tal de nublarles el pensamiento y hacerles olvidar el Bien corrompiéndoles con doctrinas que Yo maldigo, se han hecho esclavos a los que se les niega hasta la libertad de pensamiento, y como ovejas les han empujado al matadero para sus fines delictivos hacia toda la humanidad. Toda. La que para ellos es «Patria» y la que es «Patria de los demás». Se han hecho ricos explotando el sacrificio de los sujetos, ladrones de los bienes de Dios y del hombre que son Alma y Existencia,
asesinos de la una y de la otra.
Pues bien: desde lo alto del Cielo, por toda la amargura que han dado como alimento a las gentes y que les lleva a desesperar hasta de Dios, por todo el hambre que sufren los cuerpos y las almas de mis hijos, por aquellos que en esta ruina permanecen siendo los corderos de Dios y ninguna pasión 207 transforma en rebeldes a Dios, como sus seductores y jefes, hijos del Mal y precursores del Anticristo, Yo vengo con mi Palabra y mi Amor para apacentar a los pobres de mi rebaño y te repito a ti que eres mi Vicario:
“Apacienta mis corderos dándoles la incansable palabra y la bendición de la que he colmado tu mano inocente, que no conoce otra sangre fuera de mi Sangre que elevas en el altar como rito de propiciación, y otro gesto aparte del que fue mío de bendecir aquellos de los que tú, como Yo, tienes piedad.
He dado dos varas a tu mano, y te aprecio porque usaste la del amor. Pero el amor, que es potente también sobre la Potencia de Dios, cae como piedrecilla lanzada contra la roca cuando se dirige a algunos que tienen la apariencia de hombre, pero son demonios con el corazón de piedra. Golpea pues con la. otra vara, y que sepan los fieles que tú no eres cómplice de las culpas de los grandes. Uno se hace cómplice también cuando no osa bramar contra sus infamias. A tu Maestro no le gustan las maldiciones y los fulgores. Pero hay momentos en los que hay que saberlos usar para persuadir no a los poderosos, cuyos ánimo poseído por Satanás es incapaz de persuasión, sino a los pobres del mundo de que Dios, y los justos de Dios, no comparten ni apoyan los métodos y las prepotencias de quien ha superado toda medida y se cree un dios mientras que es sólo una fiera inmunda.
Habla, en nombre de la Justicia que representas. Es la hora. Y que las multitudes sepan que mi Doctrina no ha cambiado y que una es la Ley, que existe un solo Dios, que su primer mandamiento es el amor, que Él, aún, como en los siglos de los siglos precedentes a mi venida, en la que he confirmado la Ley, ordena no robar, no fornicar, no matar, no coger las cosas de los demás. Dilo a los ladrones de ahora, que no se conforman con una bolsa sino que roban almas a Dios y tierras a los pueblos; dilo a los fornicadores, a los grandes fornicadores de ahora, cuya fornicación no es la animal con una hembra sino la demoníaca con la potencia política; dilo a los asesinos de ahora, que se arrogan el derecho de matar a pueblos enteros después de haber matado en otros pueblos -los suyos- la fe en Dios, cualquier forma de honestidad, el amor al bien; dilo a los insaciables de ahora que, ávidos como chacales, asaltan donde está lo que les gusta y se permiten cualquier delito con tal de coger lo que no les pertenece.
Hablar quiere decir ‘dolor’ ya veces ‘muerte’. Pero acuérdate de Mí. Yo soy más precioso que la ‘alegría’ y que la ‘vida’, porque doy a quien me es fiel una alegría y una vida que no conoce fin ni medida. Acuérdate de Mí que supe purificar mi Casa de las suciedades y seguir de frente un solo fin: ‘la gloria de mi Padre’. Esto me consiguió el odio, la venganza, la muerte, porque los que fueron tocados por mi furor encontraron un vendido que por treinta denarios me puso en su poder.
Siempre, entre los más fiables, tenemos un enemigo, un vendido. Pero no importa. El discípulo no es más que el Maestro y si Yo, sabiendo que el látigo de mis palabras, más que el látigo de cuerdas -medio simbólico más que real- me procuraba la muerte, he hablado, habla. Y si por amor hacia los hombres, y hacia ti, Yo he soportado un enemigo y un vendido y el horror de un beso de traición, tú, mi primero entre los hijos de ahora, no debes retraerte ante lo que ha sufrido el Maestro antes que tú.
Que si después, a pesar de todos los medios, la Justicia tuviera que perecer y, arrastrados
207 pasión podría también leerse presión
cada vez más por Satanás, los dominadores y los dominados, por un mimetismo maléfico, se. separaran cada vez más de Dios, entonces quitaré la Luz y la Verdad. Y esto sucederá también cuando en mi morada -la Iglesia- haya demasiados que, por intereses humanos y por indigna debilidad, estén entre los dominados por los sembradores del Mal en sus distintas doctrinas. Entonces conoceréis al pastor que no se cuida de las ovejas abando- nadas, al pastor inútil del que habla Zacarías.
Recuerda el Apocalipsis de Juan. Recuerda el dragón: el Mal generador del Anticristo futuro, que le prepara el reino no sólo desconcertando las conciencias sino envolviendo en sus espirales la tercera parte de las estrellas y convirtiendo a los astros en fango. Cuando esta demoníaca vendimia se produzca en la Corte de Cristo, entre los grandes de su Iglesia, entonces, en la luz reducida apenas a resplandor y conservada como única lámpara en el corazón de los fieles a Cristo -porque la Luz no puede morir, Yo lo he prometido, y la Iglesia, incluso en los periodos de horror, conservará cuanto es necesario para volverse resplandor tras la prueba- entonces vendrá el pastor ídolo, que será y estará donde quieran sus dueños.
Quien tenga oídos para entender, entienda. Para los vivos de aquel tiempo la muerte será un bien»».
Más tarde
Dice Jesús:
«Me parece haber repetido muchas y muchas veces que o se cree o no se cree, que mi tiempo no se mide con vuestra medida, que serán bienaventurados los que crean sin exigir pruebas.
Ahora añado que la profecía puede tener periodos de repetición o de aparente negación que en cambio después resultan ser tan sólo una prueba dada por Dios para la fe de los hombres.
Todas las profecías antiguas y modernas (digo antiguas aquellas desde Adán hasta mi venida y modernas las que van desde mi venida hasta el momento presente, porque vuestros veinte siglos son una fracción de hora respecto a mi Eternidad) presentan puntos en los que parecen erradas, porque según vosotros debían suceder en un determinado periodo y no se han producido. Pero el ojo de mi siervo ve con mi Ojo. Vosotros en cambio veis con el vuestro. Lo que mi siervo habla o repite en mi Nombre, y lo que vosotros creéis ya superado, puede ser aún un acontecimiento que se cumpla en el futuro. Esto para todas las profecías, hasta las de los mayores espíritus.
A quien mira con sus ojos humanos le puede parecer equivocada y contradecida por los hechos hasta la Profecía perfecta: la mía. ¿No parecería, leyendo los evangelios, que el fin del mundo va poco después de la destrucción de Jerusalén? ¿Pero cuántos siglos han pasa- do desde entonces? Y sin embargo el fin del mundo será precedido por los signos que digo y que vuestra ignorancia y vuestro miedo han visto cercanos ya tantas veces. Sólo Yo sé el momento en que tendrán inicio y no considero necesario decirlo. Incluso por bondad hacia los vivientes de aquel momento.
¡Ciertamente no querréis pensar que Yo, Profeta perfecto porque depositario de los secretos de la Divinidad, me haya equivocado! Como no querréis creer que se hayan equivocado Pedro, Pablo y sobre todo Juan, que se había quedado unido al Maestro incluso más allá del tiempo de mi estancia entre los hombres. ¿Y no dice Pedro: «El fin de todo está cercano’,? (Pedro I epístola Cap. 4 v. 7). Y Pablo: «…Nosotros permaneceremos vivos hasta
la venida del Señor» 208, y aún: «Bien sabéis vosotros que quien lo retiene es el Señor, para que se manifieste en su momento oportuno. Porque el misterio de la impiedad ya está actuando». Parecería, pues, que el Anticristo estuviese en acción ya desde entonces, sólo que Dios no le permitiese manifestarse plenamente para ser reducido a cenizas por Mí. Y exhorta a los cristianos de entonces a permanecer firmes en la fe para resistir la iniquidad en acción. y. mi Juan, en fin, el más iluminado, aquél a quien se le dieron a conocer los Cielos con las perspectivas de los tiempos futuros conocidos sólo por Dios, y le fue abierto mi Corazón con todos sus secretos más secretos, ¿no termina el Libro tan excelso que parece escrito con pluma raptada a un arcángel: «.. .el tiempo está cerca… Sí, vengo pronto. Dice el que da testimonio de todo esto: Sí, vengo pronto»?
Ahora, por tanto, os digo a vosotros las mismas palabras de mis santos: “Ante el Señor un día 209 es como mil años y mil años como un día. No es que tarde el Señor, pero ten paciencia… Hay cosas difíciles de entender que los ignorantes y los pocos estables enredan para su perdición».
¡Oh! ¡bienaventurados los creyentes y los satisfechos sin necesidad de demasiadas pruebas, bienaventurados quienes descansan sobre la palabra del Señor aunque sea oscura para ellos y no se procuran los tormentos de Tomás, que sufrió más días que los demás por no creer en mi Resurrección, y después otros días por el arrepentimiento de no haber creído hasta haber constatado!
«Huid de las cuestiones estúpidas, las genealogías, las disputas y las batallas, pues son inútiles y vanas» como dice Pablo (a Tito v. 9 210). Recordad que Juan pocas líneas después dice: «… ya ahora han aparecido muchos anticristos, por lo cual nos damos cuenta que es ya la última hora… No os he escrito a vosotros (para vosotros) como a quien no conoce la verdad, sino como a quien la conoce y sabe que ninguna mentira puede venir de la verdad» (Ia de S. Juan v. 18-21 211). En fin os recuerdo que quien repite las palabras de Dios o habla directamente, no lo hace por querer humano «sino inspirado por el Espíritu Santo» como dice Pedro en su IIa epístola (v. 21) 212.
Por su cuenta mi portavoz es una pobre nada, que nunca siente tanto esta nada que es como cuando le pongo delante un punto escriturario y le digo: «Interprétalo». Entonces parece un pajarito caído en una red y asustado. Yo, que escudriño su corazón, lo veo deshacerse en estupor y temblor como el de un estudiante obligado a responder al examinador sobre lo que no sabe. Y me gusta su no saber porque me lo mantiene bajo y doblegable como un velo de seda.
Respecto a los textos, es inútil esparcidos como alimento de los reptiles, que pueden utilizados como arma nociva y contra mis pequeños cristos. Ya he dicho 213 y repito que se requiere mucha prudencia porque vivís entre reptiles venenosos. ¿Por qué queréis saciar su estúpida curiosidad? No dicto lo que dicto para vuestro entretenimiento ni para doblegarme a vuestra morbosa sed de conocimientos futuros. Cuando sabéis, ¿acaso cambiáis? No. No seáis mentirosos o ingenuos. No cambiáis. Los espíritus rectos tienen ya más que suficiente con lo que he dicho para todos sin alzar los velos más profundos. Los otros… ¡oh! ¡los otros!
208 Remitiendo a este punto y al inicio de la cita siguiente, la escritora anota a pie de página: Pablo epístola 19 a los Tesalonicenses cap. 4
v. 14 (pero se trata del versículo 15) y epístola lI a los Tesalonicenses cap. 11 v. 6-7
209 Remitiendo aquí, la escritora anota a pie de página: S. Pedro III epístola (pero se
trata de la 2″ epístola) cap. 3 v. 8-9-16
210 mejor: Tito 3, 9
211 mejor: 1 Juan 2, 18-21
212 mejor: 2 Pedro 1, 21
213 Las disposiciones sobre los escritos valtortianos, a las que se nos remite aquí y más adelante, se encuentran en los dictados del 15 de agosto, del 23 de agosto y del 26 de octubre
Cuando no lo convierten en instrumento para dañar a muchos, lo hacen instrumento para dañarse a sí mismos, porque estudian, no acogen, estudian mi nueva Palabra, únicamente con luz y método humano. ¿Y no he dicho que este método es asesino?
He dicho -y si no me canso de repetir mi Doctrina, me canso de repetir las indicaciones respecto al «portavoz»- que sólo cuando ya no esté en el mundo será conocido todo su esfuerzo. No tengáis prisa de hacer exposiciones generales. Él no la tiene. No le importa ser conocido, admirado, por el esfuerzo y la mole de trabajo. Con lágrimas de sangre os permite usar estas páginas «tan suyas» por el bien de muchos y por mi amor. No quiere más porque Yo no quiero, y en mi «portavoz» sólo hay una voluntad: la mía.
En los dictados tenéis cofres de piedras preciosas suficientes para iluminar el mundo.
¿Por qué queréis extraer también los diamantes que sólo dentro de algunos años podrán ser manejados sin que las fuerzas del Mal se apropien de ellos para destruidos? ¿No os dais cuenta de que estáis en mano de los enemigos de Cristo?
Quien escribe es conducido. Pero quien copia 214 debe saber comprender lo que se mantiene a disposición de uno solo el cual, porque a su vez está guiado por Mí, puede entender y bendecir. Conservad, pues, para la hora que Yo señalaré, todo el trabajo de mi «portavoz» y dad a los pobres del mundo, según su condición, lo que debe ser dado. Y orad para no dejaros arrastrar de lo humano en vuestra elección.
Por hechos del día, P. M. ha podido ya notar la coincidencia y puede testimoniado. Por lo demás, repito, lo utilice como hizo el director de Benigna, que se encontraba en tiempos mejores que éstos y tenía entre las manos una materia menos explosiva, diría por el carácter del tiempo presente lleno de explosiones no tanto de pólvoras químicas cuanto de sustancias infernales.
No repitáis las preguntas porque no responderé. No queráis salir de la regla porque no lo bendeciré. Tomad vuestro trabajo y dadlo a mi Portavoz. Él os dirá los puntos que no deben ser puestos a disposición de los curiosos y los malvados. Yo le llevaré de la mano en la elección.
Los pequeños son los que sienten el peligro por instinto, como los pajarillos. Y mi «portavoz» no es menos pequeño de cuanto lo fuese Yo en el seno de mi Madre. Por esto le amo».
11 de diciembre
Zacarías 12-13-14 Dice Jesús:
«Mi Iglesia ha conocido ya periodos de oscurantismo debidos a un complejo de distintas cosas. No se debe olvidar que si bien la Iglesia, tomada como ente, es obra perfecta como su Fundador, tomada como conjunto de hombres presenta los fallos propios de lo que viene de los hombres.
Cuando la Iglesia -y por tal aludo ahora a la reunión de sus altos dignatarios- actuó según los dictámenes de mi Ley y de mi Evangelio, la Iglesia conoció tiempos brillantes de esplendor. Pero ¡ay cuando, anteponiendo los intereses de la Tierra a los del Cielo, se contaminó a Sí misma con pasiones humanas! Tres veces ¡ay! cuando adoró a la Bestia de la que habla Juan, o sea la Potencia política, y se dejó dominar. Entonces, necesariamente, la luz se oscureció en crepúsculos más o menos profundos, o por defecto propio de los Jefes elevados a ese trono por artimañas humanas, o por debilidad de los mismos contra las
214 Padre Migliorini, a quien se refiere también la sigla P.M. de algunas líneas más adelante
presiones humanas.
Éstos son los tiempos en los que están los «pastores inútiles» de los que ya he hablado 215, consecuencia, en el fondo, de los errores de todos. Porque si los cristianos fueran como deben ser, tanto poderosos como humildes, no habría abusos ni intromisiones, y no sería provocado el castigo de Dios que retira su luz a quienes la han rechazado.
En los siglos pasados, han venido de estos errores los antipapas y los cismas, lo cuales, tanto los unos como los otros, han dividido las conciencias en dos campos opuestos provocando destrozos de almas incalculables. En los siglos futuros, estos mismos errores sabrán provocar el Error, esto es, la Abominación en la casa de Dios, signo precursor del fin del mundo.
¿En qué consistirá? ¿Cuando sucederá? No tenéis necesidad de saberlo. Sólo os digo que de un clero demasiado cultivador del racionalismo y demasiado al servicio del poder político sólo puede fatalmente venir un periodo muy oscuro para la Iglesia.
Pero no temáis. La profecía de Zacarías se solda, como un anillo con otro, con la de Juan. Tras este periodo de doloroso esfuerzo en el que, perseguida por fuerzas infernales, la Iglesia, como la mística Mujer de la que habla Juan, tras haber huido para salvarse refu- giándose en los mejores y perdiendo en la mística (digo mística) fuga los miembros indignos, alumbrará a los santos destinados a conducirla en la hora que precede a los últimos tiempos. Los que deban reunir a las estirpes alrededor de la Cruz para preparar la asamblea de Cristo, tendrán mano de padre y de rey. Ni siquiera una estirpe faltará a la llamada, con sus
mejores hijos.
Entonces vendré Yo, y pondré todo mi poder en defensa contra todas las insidias y las astucias, los atentados y los delitos de Satanás hacia mi terrena Jerusalén -la Iglesia militante-.
Esparciré mi espíritu sobre todos los redimidos de la tierra. Y también los que ahora sufren, espiando las culpas de los padres, y no saben encontrar salvación porque no osan dirigirse a Mí, encontrarán la paz porque, golpeándose el pecho, invocarán -de una manera muy distinta a la de sus padres- sobre ellos la Sangre ya derramada, y que gotea inagotable de los miembros que sus padres han traspasado. Yo estaré como una fuente en medio de mi rebaño ya rehecho, y lavaré en Mí todas las fealdades pasadas que el arrepentimiento ya habrá empezado a borrar.
Entonces, Rey de Justicia y Sabiduría, dispersaré los ídolos de las falsas doctrinas, purificaré la Tierra de los falsos profetas que a tantos errores os han arrastrado. Me pondré Yo en lugar de todos los doctores, de todos los profetas, más o menos santos y más o menos malvados, porque el último adoctrinamiento debe ser limpio de imperfección, debiendo preparar para el Juicio final a quienes no tengan tiempo de purgación siendo convocados sin demora a la tremenda reseña.
Cristo Redentor, cuya meta es redimiros y que no deja de intentar nada para logrado, y ya está iniciando y acelerando su segundo adoctrinamiento para contrabatir con voz de verdad las herejías culturales, sociales y espirituales, surgidas por doquier, hablará con los signos de su Tormento. De mis Llagas, heridas que han matado al Hijo de Dios pero que curan a los hijos del hombre, saldrán ríos de luz y de gracia.
Estos rubíes vivos de mis llagas serán espada para los impenitentes, los obstinados, los vendidos a Satanás, y serán caricia para los «pequeños» que me aman como padre amoroso. Esta caricia de Cristo descenderá sobre su debilidad para fortificarles, y mi mano les acompañará hacia la prueba que sólo resiste quien me ama con amor verdadero. Una
215 En el dictado del 9 de diciembre
tercera parte. Pero ésta será digna de poseer la Ciudad del Cielo, el Reino de Dios.
Entonces vendré, no ya como Maestro sino como Rey, a tomar posesión de mi Iglesia militante, ya hecha Una y Universal como la hizo mi Voluntad.
Habrá cesado para ella su afán secular. Vencido para siempre el Enemigo. Limpiada la Tierra por los ríos de la Gracia descendida por última vez sobre ella para hacerla como era en el principio, cuando el Pecado no había corrompido este altar planetario destinado a cantar con los demás alabanzas a Dios, y por la culpa del hombre convertido en base del patíbulo de su Señor hecho Carne para salvar la Tierra. Vencidos todos los seductores, todos los perseguidores que con ritmo apremiante han turbado a mi esposa, la Iglesia, Ella conocerá la tranquilidad y la gloria.
Subiremos juntos para una ultima ascensión, mis santos y Yo, a tomar posesión de la Ciudad sin contaminación, donde está preparado mi trono y donde todo será nuevo y sin dolor. Inmersos en mi Luz reinaréis conmigo por los siglos de los siglos.
Esto obtiene para vosotros Aquel que se ha encarnado por vosotros en el seno de María y ha nacido en Belén de Judá para morir en el Gólgota».
Después a mí. Dice Jesús:
«No te turbes, María. Di conmigo: «Te doy gracias, Padre santo, porque has escondido estas cosas a los poderosos y las has revelado a mí que soy pequeña».
Deja que el pensamiento de los demás haga conjeturas a su gusto. Tú sabes que la fuente de tus escritos es Dios, que esto viene de Dios. Para ti basta.
¿Trabajas por la gloria humana? No. Trabajas por mi gloria. Entonces no te ocupes ni te preocupes de las cavilaciones humanas o de las alabanzas humanas. Tu cumple con tu parte. Tu premio seré Yo. Los demás, si no saben cumplir la suya y no toman en cuenta mi don, recibirán la justa recompensa.
Permanece tranquila en tu felicidad que es el mejor signo de la procedencia de estos escritos. Tu felicidad viene de tu transformación en el Bien. Tu ángel te mira complacido porque te ve transformada en Mí. Ayuda como puedas, lo que puedas, a la obra de tu Jesús. Realiza un trabajo continuo sobre ti misma. Debes tender a la Perfección. Sufre por Lograrlo y sufre por los hermanos tan sordos a las voces del amor.
Si te he hecho aljibe de mi palabra para que beban los sedientos, debes aspirar la Palabra a costa de un sacrificio continuo. Sufrimientos de la carne, sufrimientos del corazón, sufrimientos de la mente, sufrimientos del espíritu, todo debe servirte para esta finalidad. Yo lo permito todo porque quiero que tu potencia de víctima, que con su padecer conquista almas para el Cielo, se acreciente cada vez más.
Sobre la duda que Satanás trata de incuIcarte, la única arma que le queda para turbarte, la duda de que estés en el error, Yo te lo garantizo. Vive segura en Jesús.
Ve en paz. Aunque el mundo rechazara tu don, Yo no te quitaría la miel de mi Palabra, y toda ésta permanecería en ti como en un cofre real del que serías la reina absoluta. Duerme con mi bendición».
Dice Jesús:
«Cuando el Creador creó la Tierra, la sacó de la nada uniendo el gas de éter ya creado y convertido en firmamento, en una masa que rotando se solidificó como una avalancha meteórica que crecía cada, vez más alrededor de un núcleo primitivo.
También vuestra Negación (llamo negación a la Ciencia que quiere dar explicaciones negando a Dios) admite la fuerza centrípeta, que permite a un cuerpo rotar sin perder parte de sí, sino al contrario, atrayendo a todas las partes hacia su centro. Tenéis las máquinas
que, aunque sean grandiosas, repiten de manera microscópica la potencia centrípeta creada por Dios para crear los mundos y tenerlos obligados a girar alrededor del sol, eje fijo, sin precipitar fuera de las vías celestes señaladas para ellos, turbando el orden creador y provocando cataclismos de una destrucción incalculable.
La Tierra, formándose así en su carrera de proyectil nebular que se solidifica atravesando los espacios, por fuerza tuvo que raptar de éstos emanaciones y elementos procedentes de otras fuentes, los cuales y las cuales han permanecido encerrados en ella bajo forma de fuegos volcánicos, azufre, aguas y distintos minerales, que afloran a la superficie testimoniando su existencia y los misterios, que con toda vuestra ciencia no lográis explicar con exacta verdad, de la Tierra, planeta creado de la nada por Dios, mi Padre.
¡Cuántas fuerzas buenas ignoráis aún vosotros que sois maestros en el descubrir y utilizar las fuerzas malvadas! Estas últimas las pedís al Mal, y él os las enseña para convertiros en sus torturados y torturadores de vuestros semejantes en su nombre y a su servicio. Pero no pedís al Bien las fuerzas buenas, que os enseñaría paternalmente como enseñó a los primeros hombres, que también eran culpables y estaban condenados por Él, los medios de su existencia terrena y los modos para usarlos. .
Hay fuentes benéficas y jugos saludables que ignoráis aún y que os sería muy útil conocer. Y no sólo: hay algunos que conocéis pero que no queréis utilizar prefiriendo otros, verdaderas drogas de infierno, que os destrozan el alma y el cuerpo.
¿Cesan por ello, acaso, de existir esas fuentes cuyas gotas son sales disueltas, arrebatadas a los minerales encerrados en el seno de vuestro planeta y que afloran por estratos y venas del suelo hasta la superficie, glaciales o hirviendo, insípidas, incoloras, inodoras, o con sabor, color, olor sensible para vuestros sentidos? No. Éstas continúan creándose como la sangre de vuestro cuerpo, en el interior de la Tierra, por un proceso de asimilación y de transformación continua como la del alimento que se hace sangre en vuestro organismo, nutriendo los tejidos y las médulas, los órganos y las células que después son productoras de la sangre. Continúan rezumando así como el sudor sigue apareciendo a través de los tejidos. Ellas obedecen. Cuando esto dejara de darse, se producirían explosiones terrestres y la Tierra, como una caldera sin orificios, explotaría causándoos la muerte.
María, Yo quiero que tú seas como una de estas fuentes.
Yo te nutro por un proceso de asimilación conmigo, querido por mi bondad. Pero tú, sin preocuparte de si los enfermos de espíritu vienen o no a ti para beber lo que brota, que es mi Palabra, debes seguir en tu misión de fuente que se colma y se deja sacar agua, y si no sacan agua aquellos para los que se ofreció especialmente y que deberían hacerlo más, porque no la consideran saludable y santa, se desborda, y se benefician aquellos que casualmente entran en contacto con ella.
Yo alimentaré siempre en ti la fuente de mi Palabra. Me basta con que me des amor, humildad, voluntad, espíritu de sacrificio. Pero si tienes el amor ya lo tienes todo, porque éste es el generador de toda virtud. Quien ama es humilde con el amado en quien ve toda perfección. Quien ama es solícito para satisfacer al amado. Quien ama no siente repugnancia ante el sacrificio, si ese sacrificio puede servir al amado. Esto vale también para los amores humanos. Se centuplica cuando el amor es sobrehumano.
y tú que ya conoces el fruto de la humildad y del sacrificio, dos potentes imanes que me atraen con todos mis dones sobrenaturales, aumenta hasta la anulación y hasta el delirio la humildad y el sacrificio.
¡Viva las víctimas enloquecidas por el divino amor, arrebatadas en él, los vencedores del mundo que lo ponen bajo sus pies, y los conquistadores de Dios, de Cristo, Víctima
suprema!».
Oración de la Virgen al Verbo. [La escritora aquí copia el texto de la oración que aparece en el dictado del 7 de diciembre] La misma pronunciada por los fieles:
«¡Oh santa Palabra! Don entregado a los predilectos de Dios, vestidura de fuego que ciñes de esplendores, vida que te haces la Vida de aquellos a quienes te das, que Tú seas cada vez más amada con ardor y humildad.
Obra en estos hijos tuyos y de María, a los que Ella tomó por suyos al pie de la Cruz para consuelo de su Corazón de Madre a la que le mataron su Hijo adorado, y para gloria de tu divino Corazón, ¡oh Palabra santísima de mi Dios y Señor!
Condúcelos hasta tu Corazón y hasta el Corazón inmaculado de tu Madre, en el que Tú dormiste de niño y te posaste después de muerto, en el que aún quedan gotitas de tu Sangre y de su llanto materno, para que, a su contacto, desaparezca cuanto les queda de humano y, resplandecientes con tu Luz, entren contigo en la Ciudad en la que todo es eterna perfección y donde Tú reinas y reinarás, Hijo santo de Dios, encarnada Palabra del Padre».
12 de diciembre
Dice Jesús:
«Hasta el alma más deseosa de ser totalmente de Dios está sujeta a distraerse por las necesidades de la existencia.
No hay que ser esclavos de ellas para distraerse. Pues incluso siendo ya tan espirituales de ser más alma que cuerpo, mientras que la carne reviste vuestra alma como la cáscara encierra el fruto, estáis sujetos a las exigencias de la carne. Reducidas a ese mínimo que también Yo he aceptado, éstas no son una culpa sino un deber y una prudencia.
Yo no he predicado la destrucción de la carne por la carne con un ensañamiento morboso sobre ella, semejante al de algunos ascetismos en vigor en algunas religiones esparcidas por el mundo. Yo, y os lo he mostrado con el ejemplo, he enseñado que no hay que tener cuidados por la carne que muere sino por el alma inmortal; he enseñado a no temer lo que puede matar vuestro cuerpo sino lo que mata vuestro espíritu; he enseñado que si se os da a escoger entre la preservación del cuerpo y la del alma, debéis escoger siempre lo que preserva al alma. Pero no os he enseñado sólo a torturar la carne por una equivocada concepción religiosa y mucho menos por una religión hipócrita.
En verdad os digo que, aunque ayunéis con la boca, si después no ayunáis con el corazón negándoos el dañar, con las acciones, las palabras, y también los pensamientos, a vuestro prójimo, vuestro ayuno me es afrenta y es muerte de vuestra alma, porque los preceptos sin la caridad no son más que apilar piedras para la lapidación de vuestro futuro eterno.
Como os digo: «No matéis vuestra alma con las acciones de la carne», así os digo: «No matéis vuestra carne con comportamientos no santos, sino simplemente exaltados». Sed santos en el espíritu, en el pensamiento, en el sentimiento, en las obras, en la carne.
¿Cómo lograr, pues, que la vida no os distraiga y que el alma, como reina vuestra, tenga la carne súbdita en un imperio donde no exista injusticia?
Con el amor. Éste os es maestro y, como un director de orquesta, regula todas vuestras acciones las cuales, semejantes a los distintos instrumentos de una orquesta, se funden en un único sonido lleno de armonía, que puede ser una leve frase melódica, un fragmento más complejo, o incluso una sinfonía grandiosa, según vuestra potencia de amar.
Los gigantes del amor obtienen el coro pleno e imponente de una excelsa sinfonía, a la que se unen los ángeles y los santos que no ven diferentes de ellos a estos gigantes del
amor, aún vivientes sobre la tierra, pero con ánimo de serafín.
Los amantes ya saben cantar la melodía sobre la que se inclinan escuchando, preparados para unirse a ella, ángeles y santos, cuando comprenden que el ardor fiel obtiene el crecimiento del amante, y lo convierte de amante en gigante de amor.
Los solícitos del amor sólo sabrán repetir una frase melódica como reclamo del pájaro al sol que tarde en revestirlo con sus rayos de oro, porque no sabe volar alto, como alondra en fiesta de aurora, al encuentro del sol transportando el cuerpo, del que el deseo anula el peso, más allá de las propias capacidades de vuelo, y el propio canto más allá de las propias posibilidades de resistencia, hasta caer destruidos por el deseo cuando, alcanzado el bien buscado, mueren en el gozo de la unión con el rayo de oro. Pero incluso ese tímido, breve reclamo -porque es fiel y es todo cuanto puede dar esa criatura- es bendecido por Dios y preserva de contaminaciones las acciones de ese ser.
¿Quiénes son los gigantes del amor? Son las almas víctima. Vosotros las distinguís en víctimas de justicia, víctimas de expiación, víctimas de amor. ¡Pero no distingáis! La víctima siempre es víctima de amor.
Quien expía, ¿por qué expía? Por amor hacia los hermanos por los que paga la parte de la expiación que les tocaría a ellos: amor al prójimo llevado al heroísmo.
Quien es víctima de justicia ¿a quién se ofrece? A Dios ofendido para ofrecerle consuelo contra la ofensa. Amor a Dios llevado al heroísmo.
El amor es el sacrificador eterno. El que ha inmolado a Dios hecho Carne y el que inmola vuestra carne y vuestra alma haciéndola semejante a Cristo Redentor.
El alma víctima está segura, como si ya estuviese encerrada en mi eterno Reino, de ser salvada, porque cada latido, movimiento, palabra, sentimiento, acción, es santificada por el amor que la preserva totalmente de las contaminaciones humanas.
El alma víctima ora aún cuando no reza. Su vida es oración.
El alma víctima penetra en Mí y desde el centro de mi Corazón que le llama «Hermana» toma y distribuye gracias y bendiciones sobre los hermanos. No hay limitaciones para mis víctimas. Todo lo mío es de ellas, que han querido ofrecer su ser al Sacrificador eterno.
El alma víctima está tendida sobre un aguijón en cuyo vértice están dolor y amor. Dolor por no ver a Dios amado como su heroísmo de amor les ha permitido ver que Dios deba ser amado.
Su tortura, más que las enfermedades y las desgracias, son las miserias espirituales que, como ruinas de un país destruido por un enemigo, cubren los ánimos de sus semejantes cancelando en ellos la huella de Dios y sepultando su santo Nombre bajo los escombros del pecado. Más que el dolor en sí, su dolor es sentir su incapacidad de alcanzar la perfección de amor que sueñan, porque quisieran dar a Dios un don digno de su Perfección. Y si Yo he sido clavado a mi altar por tres clavos, también ellas lo están, porque mi amor, su amor y su dolor, son los tres clavos que les tienen crucificadas hasta la muerte, que no es más que exhalar el espíritu sobre mi seno tras haberlo «cumplido todo».
¡Mi amor! Océano de fuego que precipita desde lo alto de los Cielos sobre un alma y, con un continuo llegar de olas de ardor, la consuma como si fuese cera blanda tocada por una llama. Hambre insaciable que es común a los dos que se aman, y Cristo quiere devorar a su criatura para hacerla parte suya y la criatura quiere aspirar en sí a Dios para hacerle su vida.
Todo se detiene ante este dominador que pasa haciendo valer sus derechos. Existencia, inteligencia, afectos, se abren y se forman en hilera, y él procede y entra porque el amor es el rey de todas las cosas. El alma toma entonces las pasiones de su esposo de amor y las hace suyas. Para ella es tesoro de los tesoros ser día tras día martirizada con este fin y ver, con los ojos del espíritu, regresar la luz a los corazones y éstos volverse a Dios, porque el
amor convierte aún sin palabras y arrastra sin cuerda.
El amor es la fuerza que rige el universo y el amor es lo que salva el mundo. No los caudillos, ni los científicos, ni los sabios, sino los amantes son quienes saben encontrar los caminos de las victorias que conducen al Bien, arrancando con su ímpetu ardiente las cadenas satánicas que os hacen esclavos del Mal que os odia.
Y si el amor de los creyentes obtendría el milagro de tiempos mejores, que os habéis cerrado con vuestro modo de vivir, el amor de las víctimas, que es el amor más semejante a la perfección del mío, es el que pone un dique al ímpetu que sale de Satanás para destruiros en una maldición desesperada y el que abre las puertas del Perdón fundiéndolo con el fuego de su holocausto».
13 de diciembre
Comentando el salmo 34°. Dice Jesús:
«Os hablo a vosotros, mis queridas víctimas, que necesitáis un ángel consolador que os exhorte a sufrir como Yo lo tuve porque, aunque con mi espíritu encendido de caridad amaba hacer la Voluntad de mi Padre, no estaba privado del terror y de las rebeliones de la carne ante el sufrimiento.
Tampoco vosotros, pequeños Jesús, ignoráis el dualismo entre el espíritu y la carne. El espíritu que grita: «Inmolación para obtener salvación» y la carne que gime: «¡Piedad! Quiero vivir y no sufrir». Pero Yo vengo y os doy mi Palabra también para fortalecer la carne ante el dolor.
También tengo piedad de vuestra carne, porque cuando ésta es instrumento de redención, cuando la posee el espíritu de Dios y la mueve a su gusto, como el tallo de hierba que el viento besa, no es 13 dic. materia indigna sino santa que conocerá la gloria en mi Reino.
También he santificado la carne redimiéndola con mi doctrina y con mi Sangre. Y quien vive fiel a mi doctrina y no menosprecia mi Sangre, sino que por virtud de ésta, cada vez que se limpia en ella se mejora a sí mismo, santifica también su carne y la hace aceptable a Dios. Es la vestidura de vuestro altar. El altar es el alma en la que se inmola el espíritu. Pero cada altar debe ser revestido de linos puros para estar preparado para ser mesa mística. Una carne pura, sacrificada, embellecida por el dolor, es el mantel que reviste vuestro altar, mantel cándido, liso, adornado, en el que no es indigno que venga el Sacerdote eterno para
realizar el rito con la hostia de vuestro espíritu.
No os esperéis, queridas víctimas, gratitud y comprensión del mundo.
«Vosotros estáis en el mundo y el mundo no os conoce, porque ya no sois del mundo». En esto, lo veis, sois semejantes a vuestro Maestro.
Vosotros os inmoláis por el mundo «y el mundo os mira meneando la cabeza o cubriéndoos de burla» y golpeándoos con sus perversas armas. También en esto sois semejantes a Mí.
El mundo trata de tenderos peligrosas trampas «con preguntas capciosas que parecen alabanzas y son inquisiciones adecuadas para poner en sus manos las piedras para lapidaros». Responded al mundo «con el silencio y la paciencia» y si insiste en su malvada in- quisición -para persuadirse a sí mismo, y sentirse justificado; y a vosotros de que cuanto decís es blasfemia- responded: «Yo hago lo que quiere mi Padre. Mis obras son evidentes, no actúo en la sombra para dañar. Obro en la luz de la verdad. Si os parece que obro mal demostrádmelo; si no podéis, porque no hay mal en lo que realizo, ¿por qué me pegáis?». Aunque el mundo os mate Yo os daré doble vida porque seréis doblemente mártires: del mundo y del amor.
No os canséis de ser víctimas. Que las injurias y las ingratitudes del mundo, a pesar de que son como cornadas contra una frágil carroza, no os empujen fuera del camino purpúreo del sacrificio -mi camino- que se empalma con el camino real de la gloria y conduce a vuestro espíritu a la alegría de mi morada.
No digáis: «Todo es inútil». Cuando parece que la semilla ha caído en terreno infecundo porque no germina inmediatamente en tiernas hojas, entonces es cuando echa raíces para nacer después más robusta, dando un macizo de granuladas espigas. Pero vuestro llanto es el que debe rociar el terreno árido y vuestra sangre -sea sangre de las venas o sangre del espíritu, esto es el holocausto total- es la que debe nutrir el polvo sin jugos y convertirlo en tierra fecunda.
La oración es como el agua que se evapora bajo los rayos del sol y asciende y luego desciende para nutrir la tierra. Vuestra oración -y toda vuestra vida es oración- sube, bajo la acción del amor, a mi trono y pide por vuestros hermanos. Yo que lo veo, y no yerro, la bendigo y la envío a quien es digno de recibirla. Y si entre vuestros hermanos sólo tenéis enemigos del amor, o sea, de Dios y vuestro, vuestra oración, que mi bendición ha convertido en una «gracia», vuelve a vosotros y os colma de bienes celestiales.
No os canséis de llamar «hermanos» a quienes os tratan como enemigos. Los pequeños Jesús sólo saben tener «hermanos», aunque los demás no sepan tener hacia ellos más que odio enemigo. Dejad a los inconscientes, y a los conscientes satanás, realizar su obra. Vo- sotros haced la vuestra. Yo velo y juzgo y a cada uno doy según su mérito.
Os he hablado para desengañaros de las satisfacciones humanas de vuestra vida de víctimas. Yo, Víctima suprema, nunca tuve, durante los treinta y tres años de vida, tantas injurias como las que recibí durante las pocas horas que van desde el Getsemaní hasta mi muerte. Pero fueron precisamente esas horas las que hicieron de Mí el Redentor. Recordadlo.
Por ahora sólo debéis de esperar consuelo en Mí. Finalizada la prueba, tendréis la bienaventuranza de leer en el libro de la Vida los nombres de los salvados por vosotros y de esperar, estrechados contra mi Corazón, su agradecimiento cuando, redimidos por «nuestro» padecer, entren en la Paz».
A mí:
«No hablo para satisfacer curiosidades de supersticiones o simplemente de humanidad. No soy un oráculo pagano y no quiero que seáis paganos. Por eso no te quitaré la alegría de mi Palabra, pero sólo detendré mi Palabra sobre puntos dirigidos al espíritu sin hacer paralelismos entre éste y los acontecimientos actuales o del futuro próximo.
Quedará esta laguna como una admonición para muchos y durará mientras que Yo quiera. Pero si se hiciera un uso no espiritual de tu trabajo, te daría la indicación de escribir para ti sola y, si tú no obedecieras, te quitaría la Palabra.
El hombre corrompe todo cuanto toca. Tu Jesús está hoy inquieto y severo. No contigo, pobre alma, sino con los que no son rectos en el corazón y en el pensamiento».
14 de diciembre
2° misterio glorioso. Dice María:
«Hay generosidades particulares cuya fragancia es emanada sólo por las almas que son una con mi Señor y cuyo perfume es apreciado sólo por Dios o por quien vive ya en el reino de Dios.
Es generosidad saber renunciar a la libertad y encerrarse en un convento privándose de esas alegrías humanas que Dios ha permitido y que mi Hijo ha bendecido porque entran en el campo de los diseños creadores y perpetúan, por medio de las criaturas, la obra del Creador.
Fuente eterna de nuevos espíritus, el Padre crea en el Cielo las almas. Semillas destinadas a hacer semilla, éstas se revisten de una carne y, convertidas en varón y hembra, en unión de dos carnes en una, crean en tierra nuevas vestiduras para las nuevas almas destinadas a descender a la tierra y poblarla de criaturas de Dios.
No hay alegría mayor, después de la de amar al Señor, que la de ser madre de una criatura propia y decir: «Yo te he formado, te he nutrido y llevado, te he dado mi sangre y mi leche, tus carnes son las mías y mi pensamiento es tuyo porque tú eres el pensamiento y la mira de tu madre».
Hay una maternidad más alta, pero ésa ya no es humana y está comprendida en la gran, insuperable, alegría primera entre todas, de amar al Señor, porque es el amor total a nuestro santísimo Señor el que nos hace amar a las criaturas hasta el punto de convertirnos en sus madres, preparadas para dar nuestra vida por ellas mediante nuestro dolor, con la finalidad de aumentar la gloria del Eterno aumentando los ciudadanos de su Reino.
Es generosidad ofrecerse víctimas por el mundo. Es una gran generosidad porque os hace semejantes a mi Jesús, Víctima inocente, santa, consumida por el amor. Pero existe aún una generosidad mayor: la generosidad heroica en la heroicidad general.
Dios, grande de una manera inconcebible para vosotros, compensa con ríos de delicias a las almas generosas. Se comunica a ellas con contactos espirituales. Da luces que son palabras y palabras que son luces. Da vitalidad que es descanso y descanso en su Corazón que es vitalidad. Se hace soporte del alma generosa y se une a la misma cuando ve que la generosidad de la criatura ha sido tan violenta que no ha medido las fuerzas, de modo que la criatura se doble, como mi Hijo, bajo un peso exorbitante que no rechaza, pero que pide que se le levante tan sólo un momento para poder realzarse y continuar, hasta la cumbre, porque sabe que alcanzará la alegría en el sacrificio total.
Pues bien, la heroicidad de las heroicidades en el sacrificio es cuando una criatura impulsa su amor a saber ser generosa incluso renunciando a este consuelo de recibir la ayuda y la presencia sensible de Dios.
María, yo lo he sentido. Yo sé. Yo te puedo instruir en esta ciencia del sacrificio. Porque ésta ya no es simple instrucción, es Ciencia. Quien llega a este punto ya no es un escolar: es un docente en la ciencia más difícil: saber renunciar no sólo a la libertad, a la salud, a la maternidad, al amor humano, sino saber renunciar al consuelo de Dios que hace soportables todas las renuncias, y más aún, las hace dulces y deseadas. Entonces se bebe el amargor que bebió mi Hijo y se conoce la soledad que ciñó mi Corazón desde la mañana de la Ascensión hasta mi Asunción. Es la perfección del sufrimiento. Y sin embargo, María, yo era feliz en mi sufrir. No había egoísmo en mí, sino sólo encendida caridad.
Al igual que había sabido, gradualmente, cumplir todas las ofrendas y separaciones, teniendo siempre presente en el espíritu que la ofrenda y la separación que lo traspasaban cumplían la voluntad y aumentaban la gloria de Dios, mi Señor, y el irme separando progresivamente de mi Hijo para su preparación a la misión, para su predicación, para su captura, para su muerte, para su sepultura -cosas de las que conocía su breve duración- así supe sonreír y bendecirle, sin tomar en cuenta las lágrimas del corazón, en el primer amanecer del cuadragésimo día de su vida gloriosa cuando, sin testigos como en la mañana de la Resurrección, Él vino a darme su beso antes de ascender al Cielo.
Yo, Madre, perdía al Hijo que me daba con su presencia una alegría inefable. Pero yo, su
primera creyente, sabía que finalizaba para Él la permanencia en el mundo enemigo que, aunque ya no podía dañarle, porque ya no podían alcanzarle las insidias del hombre, no dejaba por ello de serle hostil.
Que se abrieran los Cielos para acoger en la gloria al Hijo que volvía al Padre después del dolor. Que el Amor trinitario volviera reunirse sin más necesidad de la separación. Que me faltase la luz y la respiración porque el mundo ya no estaba habitado por mi Jesús y ya su aliento no estaba en el aire para santificarlo. Pero que Él, tras haber sido «Hijo del hombre», volviese a ser «Hijo de Dios» revestido de su gloria divina para siempre. Mi último «¡Fiat!» no fue menos inmediato ni generoso que el de Nazaret.
Siempre »fiat» a los deseos de Dios. Ya venga a nosotros para hacerse parte nuestra, ya se separe para subir a prepararnos la morada en su Reino. Circundarlo de amor cuando está con nosotros, vivir de amor mirando allí donde se encuentra Él, para recordarle que su sierva le ama y espera su sonrisa de invitación para morir en un arrebato de alegría, que es inicio luminoso del resplandeciente, eterno día del Paraíso. Tras haberlo acogido, servido, escuchado mientras que está con nosotros, vivir sin disminuir ni un grado en el amor porque Él ya no está visiblemente presente.
Ofrendar esta renuncia por su gloria y por los hermanos. Para que nuestra soledad se transforme en su divina compañía, y el silencio, que ahora es nuestro penar, se transforme en Palabra para muchos que necesitan ser evangelizados por el Verbo.
Nosotros tenemos los recuerdos, María. Otros no tienen nada. Nosotros tenemos la certeza de que Él trabaja para prepararnos la morada. Otros miran al tiempo como un río cuya desembocadura es la nada. Digo «nosotros» porque te uno a mis pensamientos de en- tonces.
Demos, da -y contigo los generosos que quieren alcanzar las cimas de la generosidad- también esta renuncia si se te solicita, para que tu tesoro sea el tesoro de muchos otros y los indigentes del espíritu sean revestidos de esa Luz, los analfabetos de espíritu de esa Ciencia porque, una vez infundidas ya no dejan de estar vivas y activas, y que la Bondad ha concedido a sus predilectos para convertirlos en sus elegidos».
15 de diciembre
1 Paralipómenos 216 15, 29. Dice Jesús:
«Escribe: «.. .Mikal.. . mirando por la ventana y viendo al rey David que saltaba y danzaba, le despreció en su corazón».
Hay demasiados semejantes a Mikal. Tienen el corazón esterilizado por el llamado: buen sentido. Son, o bien creen ser, mentes cuadradas: son tan sólo mentes áridas hechas soberanas de los corazones aún más áridos. Les rige el orgullo y, como la sangre late en las venas, en su espíritu vive y circula el orgullo y les ciega, les ensordece, les nubla. Ya no son capaces de ver y comprender lo que es gozo sobrenatural y menean la cabeza ante el éxtasis de los sencillos que el amor hace capaces de ver a Dios.
¡Ver a Dios! Alegría que es la alegría del Cielo y que Dios concede a los vivientes que le aman con todo su ser. Ver a Dios a través de las formas traídas a vuestra carnalidad para poder ser sensibles para vosotros.
David no danzaba ante el arca por el arca. Sino porque en ella veía reflejada la Faz de la Gracia, Belleza y Poder, del Altísimo. El amor produce una santa ebriedad, que fuerza al
216 Corresponde a: 1 Crónicas
hombre a cantar y a agitarse, porque el mundo que le rodea es estrecho para su corazón que se dilata en la pasión y el mundo mismo es siempre para él yesca para una nueva dilatación, porque en todo ve impreso el signo de Dios ante el cual el hombre, preso en el torbellino tremendo y suave de la caridad, se deshace en un arrebato de alegría sobrenatural que sólo comprenden los semejantes a él. Los demás, como Mikal, lo desprecian en su corazón.
No despreciéis a los únicos que han comprendido como Dios sea superior a todas las cosas, también a la estima, a la tranquilidad, a la utilidad, que tanto os importan. Rogad al Dueño del mundo que haga a vuestro corazón capaz de amar y de entender.
Despojaos de vuestro ridículo orgullo. Vosotros no sois los depositarios de la perfección. Estos humildes, estos sencillos, estos pequeños, son los depositarios, porque poseen la Ciencia, la Verdad, la Caridad. Poseen a Dios. Es como una insignia y una voz estando entre vosotros, para que la idea de Dios no se cancele completamente de vuestros áridos corazones llenos de saber humano».
Levítico 10, 6-7. Dice Jesús:
«A mis predilectos, que vivís encerrados en el círculo de mis brazos como dentro del recinto del antiguo Tabernáculo, os doy mi orden en estos tiempos de ira que ha llegado no por vosotros, sino por los pecados del mundo.
Cuando veis a los hombres agitarse y trastornarse en la desventura general y desasosegarse por el injusto dolor, no os unáis a ellos. Compadeced las desventuras comunes pero, reconociéndolas signo de la Justicia divina, no os abandonéis a desequilibrios humanos.
Mi Espíritu ha rozado vuestras pupilas y les ha dado una visión que no posee el ojo humano. Vosotros veis más allá de la tierra y conocéis la verdad de las cosas. Dad, pues, su nombre a esta hora, y las atenciones que requiere: expiatorias, no imprecatorias como hacen generalmente los hombres atrayendo sobre sí nueva ira del Cielo.
Que los culpables estén en duelo porque esta hora es su fruto. Vosotros, postrados ante mi gloria, bendecidla porque aún con un castigo se convoca al único y santo Dios a la humanidad perjura e idólatra, y permaneced en Mí.
El óleo del amor está sobre vosotros y desde vosotros se desborda sobre el mundo. Sois vosotros quienes lo atraéis, preciosos vasos en los que se hacen incienso los sacrificios de vuestra vida, ardientes lámparas que ningún viento turba, y tendéis vuestro espíritu encen- dido como llama dirigida hacia mi altar.
No os olvidéis de vuestra elección y no profanéis el signo real con contaminación humana. Permaneced en el Tabernáculo bendiciendo por quien maldice, orando por quien necesita toda misericordia. El mundo será salvado por vosotros».
16 de diciembre
«Números 23, 12-19-21.
Dice Jesús 217:
«El verdadero siervo de Dios, ante cualquier presión de fuerzas humanas que quisieran desviarlo de los caminos del Señor, responde: «¿Puedo, quizá, decir o hacer algo distinto de lo que el Señor me ha mandado?».
La obediencia al mandato de Dios, sea. cual sea este mandato, es el signo del siervo de
Dios. Las exigencias divinas son infinitas y todas están justificadas por un fin de amor. A éste impondré callar, a aquél hablar, a éste aislarse, a aquel otro hacerse rector de almas. A aquél le daré visión sobrenatural y a aquel otro voz sobrenatural. Pues bien: que mis siervos hagan según mi voluntad y serán, en el mérito, iguales ante Mí.
Yo no os obligo de manera que no podáis negaros a obedecerme. No, ni siquiera a los que en mi mano son dóciles como un copo de lino preparado para ser hilado, les fuerzo a obedecer. Pero cuanto más son «míos» más fácil y querida les es la obediencia, de manera que aún a costa de su peligro -porque el mundo odia a quienes son de Dios- y su sufrir – porque el mundo hace florecer su odio en sufrimiento para mis «santos»- permanecen fieles a mi mandato.
Bocas lavadas por el amor y corazones hechos espejos de Dios por la caridad, que es su vida, ellos sólo realizan y repiten lo que Yo les sugiero. Benditos seguidores de mi Hijo, copian a su Maestro en quien la obediencia fue infinita porque era divina y porque no utilizó su naturaleza para escoger las obediencias fáciles, sino que las saboreó todas y las hizo suyas, incluso las que repugnan al hombre, criatura inferior a Dios, y que el Hijo de Dios también abrazó para seros ejemplo. .
Pero Yo, que no miento y no cambio, os juro que mi bendición está sobre éstos, porque en su corazón no hay algún ídolo, sino se erige un sólo altar: el mío, desde el que resuena -pero para ellos es voz del Padre que no atemoriza, sino como voz de un órgano celestial arrebata el espíritu a un gozo santo- mi Voluntad, para ellos sagrada como Yo mismo.
Yo estoy con estos siervos míos 218. Y mi presencia es como el tañido de victoria del que habla el Libro, porque hace huir a todos los enemigos del espíritu y le hace un seguro conquistador del Cielo.
Tras haber entrevisto durante la vida el Rostro de Dios, benigno y sonriente, a través de los velos de la distancia y de la Voluntad, conocerán «la Estrella nacida de Jacob», mi Hijo santo, el Justo en cuya Mano traspasada he puesto el cetro de rey, la vara sagrada que en el Día del Juicio signará a los benditos y a los malditos y que para mis siervos será dulce como una caricia.
Seguid al Dominador eterno desde ahora. Él os conduce por camino seguro a la posesión del Reino de Dios tan sólo con la obediencia, de la que es ejemplo el hombre del que habla el Libro, no queráis hacer por vuestra cuenta ni el bien ni el mal, sino únicamente lo que os dice el Señor».
17 de diciembre
Deuteronomio 2 219, 26-29-35-43. Dice Jesús:.
«La incredulidad es una de las mayores plagas de vuestro tiempo de desventura.
No creéis en las palabras de la Fe o creéis del modo que os parece a vosotros: relativo y acomodado a vuestro método de vida.
No creéis en Dios con sencillez y firmeza. Discutís, caviláis, medís con vuestras medidas lo que es infinito y lográis llegar a negar porque no sabéis explicar.
Negáis la potencia de Dios en pleno porque no admitís que Dios puede suscitar santos hasta de las piedras y dar palabra a las almas mudas. Dios hace lo que quiere, y para confundir a los soberbios coge a los pequeños y los hace grandes, porque entra en ellos y se
218 Sobre la línea la escritora añade: Cap. 24, u. 13-17
219 Pero quizá se trata del cap. 1
convierte en su «todo».
Vosotros negáis el milagro. O sea, admitís los milagros que os convienen. Los otros, y no son menores, por el hecho de ser espirituales, decís que no pueden ser posibles. ¿Y qué?
¿Me pondríais límites? ¿Acaso os he pedido consejo y aprobación para actuar? ¿Os he pedido ayuda? No. Me basta la buena voluntad de mis siervos para suscitar el milagro, que vosotros negáis, de hacer de una nada un siervo mío. No os pido vuestra cooperación, ¡oh fariseos renegadores!, y no la necesito.
Recordadlo y sed menos incrédulos y soberbios. Bajad vuestra orgullosa cabeza y permitid así subir a vuestro espíritu. Dios, viendo que creéis en Él, humilde y tenazmente, os concederá el milagro de la transformación de vuestro corazón, lleno de trabas humanas, en un corazón que la Fe vuelve a consagrar.
No tengáis miedo de quien es vuestro Padre. Amadle y bendecidle siempre, porque Él sólo tiene para vosotros un amor infinito que todo lo compadece y perdona con sólo ver en vosotros la recta intención.
Pero ésta es la que os falta. Todas vuestras acciones llevan un germen que no es recto. Son escasas, como las perlas negras, las criaturas cuyas intenciones tienen un sólo fin: la gloria de Dios sin preocupación de la estima humana. Por esto Yo no escucho vuestras palabras devolviéndoos, con igual medida, lo que me hacéis a Mí al no escuchar mis palabras.
Y mientras que permanezcáis la generación perversa que sois, enemiga de Dios y del espíritu y amiga de la carne y de la sangre y del Incitador de la carne y de la sangre, no gozaréis de la paz verdadera. Verdadera: no ficticia como el estancarse de un mal crónico, que no es más que la secreta recogida de nuevas toxinas destinadas a desbordarse en la sangre para agravar cada vez más el mal que mata.
Vuestras paces son iguales. No son más que recogida de fuerzas y de medios para guerras futuras más demoniacas. Os lo había dicho 220 y hecho decir por mi santa Madre, por mis siervos a quienes les estaba desvelado el futuro. Pero vosotros negáis el milagro, voso- tros negáis la revelación, vosotros negáis a Dios.
¿Qué no negáis vosotros? Negáis todo lo que no es fruto de vuestra soberbia, y no actuáis según las luces que vienen de lo alto sino según los ríos que salen de vuestro ser encendido por la soberbia, incitado por la prepotencia, satanizado por la triple lujuria.
Y Yo que estoy inclinado como un Padre, que soy Amor para quien me es fiel, no puedo bendecir vuestros designios de ser regidores de vuestras empresas. Y; recordadlo, quien no tiene a Dios consigo perece».
Como complemento de todo mi sufrir veo, claramente, a María Stma. vestida de negro. Completamente: velo, vestido, manto, que va con rostro de tristeza infinita como por un jardín. Digo jardín porque hay flores, pero exactamente no veo parterres. Hay flores y senderos. No veo nada más.
La Virgen se inclina para recoger flores. Añado, para explicar mejor, que parece que un huracán se hubiera abatido sobre ese lugar, porque una parte de las hierbas y las flores están rotas, y la otra parte dobladas en el barro del sendero. María recoge las rotas y las besa, aparta con el pie las dobladas en el fango, pero no las coge. Y llora.
A una pregunta mental mía responde:
«Son almas sacerdotal es con las que se han ensañado el mundo y Satanás, y se ensañan especialmente en estos tiempos.
Las rotas son los que han sido matados por el odio del mundo: los mártires de este siglo.
220 Por ejemplo, en el dictado del 15 de agosto
Les recojo y les llevo al Cielo porque soy la Madre del Sacerdocio y llevo a mis hijos fuera del horror a la Luz que se han merecido. Los recojo en mi manto para verter esta santa floración al pie del trono de Dios.
Las otras son los sacerdotes que se han dejado inclinar, por utilidad humana y por quietismo, cuando no por exaltarse de orgullo, por sucesos o doctrinas que les desnudan de su armadura preservadora. Han perdido el temple que les ha infundido el carácter sacerdotal y se han hecho plegables a los vientos humanos hasta manchar su florecida seda con el fango de la tierra.
Lloro sobre el dolor de los primeros y sobre el error de los segundos. Pero mi llanto sobre los primeros se transforma en perlas eternas destinadas a su corona. Sobre los segundos no hay sino dolor que quisiera salvarles y no puede si antes ellos no lloran sobre sí mismos.
Es el dolor más grande de mis dolores de Madre universal por sus hijos que ofenden a mi Primogénito muerto para dar la vida a todos mis hijos. En estos días, en que se renueva mi gozo de Madre de Dios, el mundo encuentra el modo de cambiar mi vestido de cándida alegría en vestido de luto, matando a mis sacerdotes o a sus almas -doble muerte y sin esperanza-.
Ora y sufre para ayudar a los mártires y para salvar a los culpables».
18 de diciembre
3° misterio glorioso. Dice María:
«Cuando el Espíritu del Señor descendió para investir con su Potencia a los doce reunidos en el Cenáculo, se efundió también sobre mí. Pero si para todos fue un conocimiento que les hizo conocedores de la Tercera Persona y de sus divinos dones, para mí no fue más que un vivo reencuentro. Para todos fue llama, para mí fue beso.
Él, el eterno Paráclito, era ya mi Esposo desde hacía treinta y cuatro años y su Fuego me había poseído y penetrado en modo tal de hacer de mi candor un cuerpo de Madre. Aún después del desposorio divino Él me había dejado colma dé Sí, ni podía añadir Perfección a la Perfección porque Dios no puede aumentarse a Sí mismo, siendo perfectísimo e insuperable en su medida y habiéndose donado a mí sin límites, para hacer, de mi carne de mujer, algo tan santo, de poder ser habitáculo para el Divino que descendía a encarnarse en mí.
Pero ahora que la obra de su donación a mí y de la mía a Él se había cumplido, y nuestro Hijo había vuelto al Cielo después de haberlo cumplido todo, Él volvía para darme su beso de gratitud.
¡Oh! ¡Cómo os enseña Dios el agradecimiento! Él, mi Señor, no dejaba de estar agradecido a su Sierva que había sido instrumento a su servicio y, mientras que yo a cada latido del corazón repetía: «Santo, santo, santo y bendito, Tú, Señor excelso», Él dejaba el Cielo una segunda vez para renovar su abrazo de Esposo y, entre el ardor y la voz de la repartida Llama, prometerme el tercer enlace sin fin en la beata morada del Cielo.
Y entonces el Cielo fue más que nunca mi meta porque, cuando se ha saboreado y vuelto a saborear el Amor, sol y tierra, criaturas y cosas, desaparecen ante nuestros ojos, y sólo queda una idea, un sabor, un deseo: el de Dios. El de tener a Dios no por instantes sino en un eterno presente».
4° misterio glorioso. Dice María:
«Otra perla para mis predilectos. Realmente quería hablar de ello dentro de unos días, pero me doblego a un deseo porque soy la Madre. Para Navidad tendréis también esta palabra mía.
Como fue un éxtasis el nacimiento del Hijo, y del rapto en Dios volví a estar presente en la Tierra con mi Niño entre loa brazos, también mi muerte fue un rapto en Dios.
Confiando en la promesa tenida entre el esplendor divino la mañana de Pentecostés, yo pensaba que al acercarse el momento de la última vuelta del Amor para arrebatarme en Sí debería señalarse con un aumento de fuego. No me equivoqué.
Yo, por mi parte, cuanto más pasaba la vida más aumentaba en mí el deseo de fundirme con la eterna Caridad. Me estimulaba el deseo de mi Hijo y la certeza de que nunca habría hecho tanto por los hombres como cuando estuviera orante por ellos en los escalones del trono de Dios. Y con movimiento cada vez más encendido y acelerado, con todas las fuerzas del alma gritaba: «¡Ven, Señor, Jesús, ven, ven eterno Amor!».
La Eucaristía, que era para mí como rociada dada a una flor sedienta -era vida-, ahora ya no era suficiente para la incontenible ansia del corazón. Ya no me bastaba recibir en mí a mi divina Criatura y llevarla en las sagradas Especies como la había llevado en la carne virginal. Quería al Dios Uno y Trino con todo mi ser, y no bajo los velos elegidos por mi Jesús para esconder el inefable misterio, sino tal como era y es y será en el centro del Cielo.
Mi mismo Hijo me ardía en sus arrebatos eucarísticos con besos de deseo infinito, y cada vez que me venía con la potencia de su amor casi me arrancaba el alma en el primer ímpetu, y después permanecía con ternura infinita a llamarme: «¡Madre!», y yo le sentía ansioso de tenerme consigo.
No deseaba nada más. Ni siquiera estaba en mí el deseo de tutelar la Iglesia naciente. Todo estaba anulado por el deseo de poseer a Dios en la certeza de poderlo todo cuando se posee a Dios.
María, alcanza este total amor. Que todo pierda valor y ansia ante tus ojos. Cuando seas rica de esta pobreza de deseo, que es riqueza inmensurable, Dios se inclinará sobre tu espíritu para besarlo y tú ascenderás con tu espíritu al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo, para conocer les y amarles durante toda la bienaventurada eternidad y para poseer sus riquezas de gracias, y disponer de ellas para los fines y los seres que están en tu pensamiento. Nunca se es tan activo por los hermanos como cuando no estamos ya entre los hermanos sino que somos luces unidas a la Luz.
El acercarse del Amor eterno tuvo el signo que pensaba. Todo perdió luz y color, voz y presencia, bajo el Fulgor y a la Voz que desde los Cielos abiertos bajaba sobre mí para llevar mi alma.
Se dice: «María se habría regocijado al ser asistida por su Hijo». Pero mi dulce Jesús estaba muy presente con el Padre cuando el Amor me dio el tercer beso de la vida, aquel beso tan divino que en él el alma expiró, recogida como gota de rocío bebida por el sol del centro de un lirio, y yo ascendí con mi espíritu cantando el hosanna en medio de mis Tres, que adoraba y adoro, como perla en un engarce de fuego, seguida por la procesión de los espíritus angélicos venidos a mi eterna navidad y esperada en los umbrales de los Cielos por el Esposo terreno, por los Reyes y por los Patriarcas de mi estirpe, por los primeros santos y los primeros mártires, y el Cielo se cerró con la alegría de tener a su Reina cuya carne, única entre todas las carnes mortales, conocía la bienaventuranza de la glorificación» .
5° misterio glorioso.
Dice María:
«Mi humildad no me permitía pensar en tanta gloria como me estaba reservada en el Cielo.
En mi pensamiento estaba la certeza de que mi carne humana, hecha santa por haber llevado a Dios, no habría conocido la corrupción, porque Dios es Vida y cuando satura de Sí a un ser es como un aroma que preserva de la muerte. Yo no sólo había estado unida con Él en casto y fecundo abrazo, sino que me había saturado en los más recónditos rincones de las emanaciones de la Divinidad escondida en mi seno y atenta a esconderse en carnes mortales.
Pero que la Bondad del Eterno hubiera reservado a su Sierva el gozo de volver a sentir en sus miembros el toque de la mano de mi Hijo, su abrazo, su beso, y volver a oír con mis oídos su voz, ver con mis ojos su rostro, experimentar de nuevo la alegría de acariciarle, no, esto no pensaba que me fuese concedido enseguida, ni lo deseaba. Me bastaba que estas bienaventuranzas le fueran concedidas a mi espíritu y con esto ya hubiera sido plena mi felicidad de bienaventurada.
Pero como testimonio de su pensamiento creador respecto al hombre, Dios me quiso en el Cielo con alma y cuerpo. Yo soy el testimonio cierto de lo que Dios había pensado y querido para el hombre: una vida inocente desconocedora de culpas, un plácido tránsito de esta vida a la Vida completa en la que, como uno que pasa el umbral de una casa para entrar en un palacio, el ser completo hubiera pasado del sol del paraíso terrestre al Sol del Paraíso celestial, aumentando la perfección de su yo, en la carne y en el espíritu, de la plena Luz que hay en los Cielos.
Ante los Patriarcas y los Santos, ante los Ángeles y los Mártires, Dios me puso a Mí asunta a la gloria del Cielo y dijo: «He aquí la obra perfecta del Creador, he aquí lo que Yo creé a mi imagen y semejanza, fruto de una divina y creadora obra de arte, maravilla del Universo que vio encerrado, en un solo ser, lo divino en el espíritu inmortal como Dios y como Él espiritual, inteligente, virtuoso, y lo animal en la más perfecta carne ante la que se inclina cualquier otro viviente de los tres reinos de la Creación. He aquí el testimonio de mi amor por el hombre, para quien creé el organismo perfecto y la suerte beata de una vida eterna en mi Reino. He aquí el testimonio de mi perdón para el hombre, a quien, en fuerza de un amor trino, he concedido la rehabilitación ante mis ojos. Ésta es la mística piedra de comparación, ésta es el anillo de enlace entre el hombre y Dios, ésta es Aquella que lleva de nuevo los tiempos a los días primeros y concede a mi ojo divino la alegría de contemplar a la Eva que Yo creé tal como la creé, y ahora más bella porque es la Madre de mi Hijo y la Mártir del Perdón. Por su Corazón, que no conoció mancha, Yo abro los tesoros del Cielo y por su cabeza, que no conoció soberbia, hago corona con mi Resplandor y la corono, porque me es Santa, para que sea vuestra Reina».
María, en el Cielo no hay lágrimas. Mas por el llanto de alegría que habrían tenido los espíritus si se les hubiera concedido el llanto -líquido que destila apretado por una emoción- hubo un destello de luces, un colorearse de resplandor en los más vivos resplandores, un arder de fuegos caritativos en un fuego más ardiente, un insuperable e indescriptible sonido de armonías, a las que se unió la voz de mi Hijo en alabanza a Dios Padre y a la Sierva de Dios bienaventurada para siempre.
María, pensaba terminar esta ilustración mía sobre los misterios de mi santo rosario – porque, sin que tú te dieras cuenta de ello, te hablé de todos y especialmente de los cándidos gozosos y de los resplandecientes gloriosos, porque para los purpúreos sólo hay un único nombre: Dolor, y son todos un único dolor- después de la Navidad. Pero vosotros que me amáis tenéis tantas penas y entendéis que, sólo olvidando la Tierra por el Cielo, esas penas se hacen soportables para vuestro corazón. Y yo os revelo las luces del Cielo.
El místico collar está terminado. Os lo doy para la Navidad de mi Hijo y con ella mi bendición y mi caricia.
Sed buenos y amadme. Yo estoy con vosotros».
19 de diciembre
Deuteronomio 5, 29; 6, 20-25. Dice Dios Padre:
«En la manifestación majestuosa del Sinaí, Yo he dictado a mi Siervo para los hombres, para todos los hombres, las reglas que hay que observar para merecer mi bendición.
Y si muchas de las pequeñas disposiciones que han seguido al Decálogo, para hacer más seguro y fácil a los antiguos el poner en práctica el Decálogo, han caducado con el paso de los siglos y con el adviento del Cristianismo, el Decálogo ha permanecido y no cambia. No cambiará hasta el último día y, si aún fuera concedida a la Tierra una vida de milenios de milenios, el Decálogo será siempre el mismo, siempre válido, siempre justo, siempre para observarse.
Mi Hijo no ha cambiado ninguna palabra de éste, porque la palabra de Dios no puede ser retocada por nadie. El Verbo os enseña este respeto por mi palabra inmutable. Recordadlo. Él ha confirmado la Ley en sus diez mandamientos intocables. Ha sustituido, en cambio, sus partes complementarias, no acordes ya con el nuevo período, con su doctrina de amor.
La era del castigo había terminado desde el momento en que florecía sobre el mundo el Rey del amor y de la misericordia y, para aseguraros más este cambio que sustituía el rigor por el perdón, mi Hijo se consumió a Sí mismo durante tres años para predicaros amor y perdón e impulsó su sacrificio a erigirse en amonestación sangrienta en la pendiente de un monte, para que todo el mundo mirase hacia aquel centro de misericordia del que descendían, con las últimas gotas de una Sangre divina, las últimas palabras aún de amor y perdón.
El Maestro del mundo hasta el momento extremo os ha repetido, y con los hechos además de con las palabras, la perfección de la Doctrina divina. Perfección porque ha quitado al Decálogo antiguo las disposiciones más humanas de las pequeñeces mosaicas y las ha sustituido con su código totalmente de amor. Pero el Decálogo permanece. Y permanecerá. Y el mundo perece porque ya no conoce ni vive el Decálogo.
¿Dónde están ya los que, investido s de autoridad familiar, enseñen a los hijos la primera cosa y la que debe saberse más necesariamente: mi Ley? ¿Dónde los que formen a su criaturas en la gratitud y en el amor reverencial hacia Mí, narrando a las mentes y a los corazones que se abren las maravillas y las providencias de Dios por los hombres?
No me refiero aquí a otras autoridades. Hablo de la primera autoridad: la de los padres. Responsables del futuro de los hijos y, como consecuencia, de las naciones. Porque, si las autoridades de poder que os gobiernan tuvieran de frente, en todo el mundo cristiano, el número infinito de las autoridades familiares firmes en el respeto y en la educación hacia Dios y en las cosas de Dios, se limitarían en ciertos excesos que no sólo profanan a las generaciones juveniles sino que preparan días cada vez más tremendos para la Tierra, porque de seres juveniles corrompidos y ateos sólo pueden surgir delincuentes. Sea delincuencia singular o delincuencia social, será siempre delincuencia que empuja al delito, al robo, a la violencia, a la traición, a la revuelta, a todas las maldades que hacen de la Tierra un anticipado infierno y a los hombres demonios crueles los unos con los otros.
Soñad tiempos mejores. Pero -y repito palabras viejas de milenios y siempre nuevas- pero «¿quién os dará un espíritu tal de temerme y observar mis mandamientos para que vosotros y vuestros hijos seáis eternamente felices?». ¿Cómo lo podéis hacer si ya no conocéis mis mandamientos? ¿Qué dais a vuestro espíritu para que viva? Y si está muerto por falta de
alimento y de respiración, obligado a morir sin la palabra de Dios ya respirar el aire hecho pestilente por vuestros pecados, ¿cómo podéis tener el espíritu que os pido que tengáis?
El vuestro es un círculo cerrado. Un círculo de horror que os ahoga. Podéis romperlo sólo con la Cruz y con el Evangelio. Ellos os abren las puertas a la Luz de Dios, al aire, al alimento y a todo lo que es vida. Ellos os abren el camino para volver a Mí.
Mi Majestad terrible os puede causar miedo todavía porque sois como Adán después del pecado: tenéis el alma sucia y teméis el ojo de Dios. Pero Cristo no da miedo. Desde el nacimiento a la muerte Él tiene un nombre: Dulzura. Subid de nuevo a Mí a través de su Palabra y de su Cruz. Ellas os instruyen y os consagran de nuevo. Son la obra de arte del amor divino. Fuera de ellas no existe otro medio de salvación. Después de renegar de ellas sólo queda una cosa: «mi Justicia».
y mi Justicia para vosotros, reducidos como estáis, quiere sólo decir: «Castigo».
Recordáoslo y proveed» .
20 de diciembre
Dice Jesús:
«Uno de los puntos en los que vuestra soberbia naufraga en el error, que además de todo degrada vuestra propia soberbia dándoos un origen que si estuvierais menos pervertidos por el orgullo repudiaríais como humillante, es el de la teoría darviniana 221.
Por no admitir a Dios, quien con su potencia puede haber creado el universo de la nada y al hombre del barro ya creado, tomáis para vuestra paternidad la de una bestia.
¿No os dais cuenta de disminuiros porque, pensadlo, una bestia por muy perfecta que sea, seleccionada, mejorada, perfeccionada en la forma y en el instinto, y si queréis también en la formación mental, será siempre una bestia? ¿No os dais cuenta de esto? Esto atestigua desfavorablemente respecto de vuestro orgullo de seudo superhombres.
Pero si no os dais cuenta, no seré Yo quien malgaste palabras para convenceros y convertiros del error. Sólo os pregunto una cosa que, tantos como sois, nunca os habéis preguntado. Y si me podéis responder con los hechos no combatiré más esta degradante teoría vuestra.
Si el hombre es el derivado del mono, que por evolución progresiva se ha hecho hombre,
¿cómo es que en tantos años que sostenéis esta teoría nunca habéis logrado, ni siquiera con instrumentos perfeccionados y métodos actuales, hacer de un mono un hombre? Podíais coger de una pareja de monos inteligentes los hijos más inteligentes y después los hijos inteligentes de éstos y así sucesivamente. Tendríais ya muchas generaciones de monos seleccionados, instruidos, cuidados con el más paciente, tenaz y sagaz método científico. Pero tendríais siempre monos. Si acaso hubiera un cambio, sería éste: que las bestias serían menos fuertes físicamente que las primeras y más viciosas moralmente, ya que con todos vuestros métodos e instrumentos habríais destruido aquella perfección con la que mi Padre creó a estos cuadrúmanos.
Otra pregunta. Si el hombre ha venido del mono, ¿cómo es que ahora el hombre, incluso con injertos y cruces repugnantes, no se vuelve mono? Incluso seríais capaces de intentar estos horrores si supierais que ello podría confirmar vuestra teoría. Pero no lo hacéis porque sabéis que no sois capaces de hacer de un hombre un mono. Haríais un feo hijo de hombre, un degenerado, un delincuente quizás. Pero nunca un verdadero mono. No lo intentáis porque sabéis de antemano que tendríais un pésimo resultado y vuestra reputación saldría
221 El evolucionismo de Charles Robert Darwin (1809-1882)
arruinada.
Por esto no lo hacéis. No por otra cosa. Porque no sentís ningún remordimiento ni horror por degradar un hombre a nivel de un animal, para sostener vuestra tesis. Sois capaces de esto y de mucho más. Vosotros sois ya animales porque negáis a Dios y matáis el espíritu que os diferencia de los animales.
Vuestra ciencia me produce horror. Degradáis la inteligencia y, como locos, ni siquiera os dais cuenta de hacerlo. En verdad os digo que muchos primitivos son más hombres que vosotros».
21 de diciembre
Dice Jesús:
«Otro signo de mi venida fue la Paz.
Cuando nací el mundo entero estaba en paz. Era Dios. Y Dios es Amor. La guerra es odio.
Era el Príncipe de la Paz. Sólo podía venir mientras había paz en la tierra.
Nuevo Adán que da inicio a la segunda generación del hombre, anulando con su martirio la generación perversa del primero, nací a la vida como el primero mientras no había lucha en el mundo. Y si, por lo que de imborrable os ha puesto Satanás, aún duraba la matanza de los animales llevada a cabo por el hombre y de los animales entre ellos -antes ni siquiera existían éstas-, los hombres entre ellos estaban en paz. Al menos entre ellos estaban en paz. Meditad. La guerra es odio y Dios no está donde hay odio. Para merecer a Dios es necesario estar sin odio. Hacia nadie. Es inútil cualquier medio si falta Dios. Y a Dios no lo
podéis tener porque odiáis con una crueldad de fieras rabiosas por el hambre.
No os digo más porque sois indignos de tener más, y hacéis de mi Bien instrumento para dañaros a vosotros y a los demás. Sólo digo esto: «La primera condición para salir de este infierno es que antes salgáis del odio que os viste y que arranquéis de vosotros el odio que es como la médula de vuestros huesos, porque sois odio dentro y fuera de vosotros»».
22 de diciembre
Deuteronomio 9-11. Dice Jesús:
«Reconocer los beneficios que se reciben es obligación también entre los hombres y signo de corazón gentil. Vosotros juzgáis severamente a los ingratos. Y con razón.
Pero ¿entonces cómo deberá juzgaros Dios? Cuando triunfáis por un beneficio de Dios y veis prosperar vuestras empresas, ¿por qué no encontráis una palabra para Aquel que os ha dado esa alegría? ¿Por qué decís: «Yo he hecho esto’,? ¿Por qué, inflados de orgullo ex- clamáis: «El Señor por fuerza me ha debido escuchar porque yo soy merecedor de su ayuda»? No. Si el Padre os diera por cuanto merecéis, debería pulverizaros.
Pero Él, por vosotros que sois duros de mente y de corazón, rebeldes y viciosos, sacrílegos y mentirosos, no falta a su promesa de seros Padre. Y un padre, aunque esté indignado por el modo de comportarse del hijo, nunca es menos padre, si es hombre santo y justo. Dios es santísimo y justísimo. Pues Dios no os humilla como merecéis, sino que os vuelve a llamar a Sí con voz de reproche en la que siempre está fundido el amor.
Una, dos, cien veces os llama. Con el resplandor de su potencia os hace presente que, aunque vosotros os creáis otros dioses, Él es el único Dios y sus palabras son siempre las mismas escritas en la piedra sobre el Horeb.
Vosotros, a quienes os parece más cómodo servir a un ídolo mudo e impotente (mudo e
impotente para las obras santas) despreciáis la voz y el mandamiento de Dios porque los creéis pesados y obligatorios. Pero ¡qué destino más pesado y qué dominación más opresora de la que os imponéis por vosotros mismos, creados por voluntad de los hombres, que es muy distinta de la de Dios a quien han volteado la cara y el corazón, y sólo pueden daros lo que os dan: dolor y muerte!
Ahora Yo os digo: «Orad». Entre vosotros hay aún una minoría capaz de escucharme, de orar y sufrir por el mundo. A éstos les digo: «Orad».
Es la hora de desviar el rigor del iniciado tormento con la oración y la inmolación. El dolor y la fe os hacen gratos ante el Señor Dios vuestro. Hablad pues en favor de todos. Coged a Dios con los lazos del amor. Él, a quien ninguna fuerza ata, es como un pajarito preso en la red cuando un alma le circunda de amor. Se rinde y bendice. Recordad a Dios sus beneficios, no porque Él tenga necesidad de que se los recordéis, sino para mostrar que vosotros los recordáis. Mientras que el mundo blasfema y mata, vosotros cantad el hosanna al Señor y amad. El amor es más potente que la fuerza y vence incluso al infierno. El amor todo lo vence, ¡oh mis dilectos!
El amor inclinará a Dios que se resiste por el desamor de todo un mundo, y obtendrá de Él el único milagro que os puede salvar. El amor abrirá el corazón de los hombres y les dará vista espiritual para ver su horror interno y personal que se hace horror colectivo. El amor conducirá de nuevo al hombre por los caminos de Dios. Cuando améis ya no haréis más el mal, el gran mal querido a sabiendas, como ahora lo hacéis.
No es pesado seguir a Dios. Él sólo os pide amor, obediencia y respeto por su Majestad superior a todas las autoridades terrenas. Cortad de vuestro corazón, en circuncisión espiritual, todo cuanto es eslabón de pecado que impide a vuestro corazón palpitar en el ho- nesto latido del Bien y crecer en la santa Caridad.
Os toca a vosotros elegir entre mi bendición y mi maldición. Yo respeto vuestro arbitrio. Os describo sólo los frutos de la una y de la otra. Mi bendición os dará paz y pan, serenidad de días y prosperidad de intereses. Mi maldición os dejará vuestras guerras y destrucciones, y de sí os dará sequía o intemperies, pestilencias y hambre, porque el castigo de Dios no puede daros de qué colmar vuestros dos bajos amores: el vientre y la bolsa.
Elegid. Y no digáis que no os amo porque no impongo el bien. Demasiados entre vosotros oran a Satanás para que cumpla por ellos sus prodigios. Destruiríais el Bien si Yo os lo impusiera.
Antes es necesario que no seáis pueblo vosotros que adoráis a la Bestia, sino que sean pueblo los que se acuerdan de Dios. Entonces el Mal será equilibrado por el Bien y neutralizado por él. No sólo: sino que el bien que hacéis atraerá el Bien del Cielo siempre en medida creciente, porque Dios sólo pide derramarse en amor sobre vosotros, y conoceréis la era de paz prometida en mi nacimiento a los hombres buenos».
23 de diciembre
Dice Jesús:
«Gran enseñanza y demasiado descuidada la que se lee en el cap. 42 de Nehemías.
Vigilancia, constancia y oración. He aquí las tres armas más potentes que las flechas, las lanzas y las espadas. He aquí también la necesidad de que entre el pueblo de Dios estén los especialmente consagrados a orar por los que trabajan y no saben usar contempo- ráneamente las manos en las ocupaciones y el corazón en la oración.
Los jóvenes, dice el libro de Esdras, que trabajaban, incluso los que estaban ocupados en el trabajo y no en las defensas, trabajaban con la espada ceñida al costado y preparada para
la lucha. No había rebeliones al mandato que les designaba ahora para el trabajo, ahora para la defensa. Los superiores están siempre inspirados por Dios y cuando asignan una tarea deben ser obedecidos con prontitud y sin murmurar.
Todos tienen este deber. Y lo tenéis especialmente hacia Dios, Superior excelso, quien en su providencia predispone las misiones y los cambios en ellas. Ay de aquellos corazones apegados a las cosas que perecen, que se rebelan a la obediencia diciendo: «Yo me siento mejor en este estado y no quiero aquél».
¡No quiero! ¿Cómo podéis decir que no queréis? ¿Dónde está la obediencia, la sumisión, el amor a la Voluntad de Dios que se trasluce detrás de los mandatos del hombre? Sólo en una cosa os es lícito no querer. Cuando el hombre os impone cumplir el mal. Entonces debéis resistir y decir: «No» aunque ello os haga mártires.
Y vosotros que tenéis potestad de mando, sea en lo pequeño o en lo grande, oíd lo que os dice el Señor, que antes ha hablado a los sujetos a través del Libro y ahora os habla a vosotros.
Recordad que dirigir es doble peso que ser dirigidos. Es vuestro deber no haceros responsables de las ruinas de los demás. Los sujetos responden a Dios de sí mismos. Vosotros, por vosotros y por ellos. A la dignidad del cargo corresponde severidad de conducta hacia vosotros mismos. Debéis ser ejemplo porque el ejemplo arrastra, tanto en el bien como en el mal. Y de superiores malvados o simplemente perezosos sólo se pueden obtener sujetos malvados y perezosos.
Así en una comunidad como en un estado. Los pequeños miran a los mayores y son el espejo de los grandes. Recordáoslo.
Otra virtud después de la rectitud es la bondad. La bondad frena los instintos más que las cárceles y las prescripciones. Haceros amar y seréis obedecidos. Arrastraréis a la bondad siendo buenos. Pero ¡ay de vosotros si sois codiciosos, injustos, malvados! Seréis odiados, despreciados, desobedecidos incluso y sobre todo en los mandatos buenos que deis, y obedecidos, incluso más de lo que quisierais, en el copiar vuestra codicia, vuestra injusticia, vuestra maldad.
No os embriaguéis con vuestro honor de tal modo que seáis incapaces de entender a los sujetos en sus justas necesidades y en sus lamentos. Ser cabezas quiere decir ser «padres». Para esto Dios os ha dado una autoridad. No para que hagáis de ella látigo sobre los me- nores. No sois omnipresentes como Dios. Esto es cierto. Pero cuando se quiere se puede, por lo que se quiere. Y quien quiere saber la verdad la sabe.
Vigilancia, pues, sobre todo y todos. No necia y ciega confianza y perezoso descuido respecto a vuestros ayudantes. No todos son justos y muchos Judas están esparcidos entre las filas de los ayudantes de los jefes. No os hagáis sus esclavos mendigando su aceptación con tal de imperar. Sed justos y basta. Y cuando veis que en vuestro nombre se ejerce un despotismo culpable, procurad estar siempre en condición de libertad de obligaciones hacia vuestros representantes, de manera que les podáis reprender sin temor a que de acusados se vuelvan acusadores.
Sed honestos y justos. Honestos en no aprovecharos de vuestra condición con daño de los menores. Justos en el saber castigar a los que para ser algo han creído lícito todo sistema.
Si hacéis así siempre podréis decir a Dios: »Acuérdate de mí en el bien, porque he hecho el bien a los que Tú me has dado»».
24 de diciembre
Salmo 36, 21.
Dice Jesús:
«Incluso un sólo versículo de un salmo tiene una luz capaz de iluminar un gran camino. He aquí la diferencia entre el pecador y el justo.
El primero es un vampiro que coge y destruye y nunca restituye. Destruye las obras de los hermanos y mis méritos. Se nutre de la comunión de los santos. He aquí cómo se nutre. No por su espíritu al que ningún alimento espiritual puede aprovechar porque es espíritu muerto. Se nutre para esta vida suya, porque los santos oran por él y apartan de su cabeza los castigos de Dios. Todos menos el último, porque Dios es justo y da según lo que se ha hecho. Vuelve en su condena la Sangre que es salvación porque con su vida de pecado se mofa de mi sacrificio. Es un parásito del cuerpo místico. Y acaba siendo un muerto. Una célula muerta de este admirable cuerpo. Tú sabes que en vuestro cuerpo las células muertas son la sede de enfermedades atroces. Así ocurre con estas células espirituales que se nutren del trabajo de los demás sin tener la propia actividad generante. Son gangrenas.
El justo en cambio, activo como un dios, produce continuamente, en forma menor, como un dios. Es un generador de vida. Injertado en Cristo, su Maestro, vive la Vida y la hace suya, la multiplica con su propio vivir, que por muy humilde que sea no es despreciado por Dios, que no desprecia las obras de sus pequeños sino que las acoge con una sonrisa y las hace suyas. Rico de inagotable riqueza -porque no dispone únicamente de su actividad, sino de ese inmensurable tesoro que son las obras de Cristo y de los santos- tiene compasión de todos y da sin avaricia, y su dar no se empobrece, porque más dona y más se comunica Dios en él arrastrando consigo el río de santidad del que es manantial y entrada y cuyas olas son los méritos innumerables del Verbo inmolado y de sus santos. Más crece la santidad y más aumenta la compasión, porque si crece la santidad cada vez más Dios mora en vosotros y la morada de Dios en vosotros quiere decir poseer la Caridad.
¡Oh! ¡Suerte beata! Cuando al final de la vida el justo ascienda al Cielo, le precederán, tapizando de luces su camino y cantando sus alabanzas, las obras por él cumplidas, y en su humilde y beato asombro Yo diré: «Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, enfermo y me cuidaste, peregrino y me acogiste. Cuanto hiciste por los hermanos a Mí me lo has hecho y, especialmente cuando con tu dolor y con tu actuar has hecho de un hermano un santo, has añadido una luz a mi corona de Rey eterno. Por ello ahora conmigo reinarás para siempre, ¡oh mi bendito!»».
Dice Jesús:
«A los que leyendo humanamente estos dictados encuentren que Yo me repito, respondo:
A vuestra insistencia en el error contrapongo mi insistencia en el enseñar. Los buenos maestros no se cansan de repetir una explicación hasta que no están seguros de que todos los estudiantes han comprendido su explicación.
Entre los estudiantes no todos tienen la misma voluntad o la capacidad de comprender. Mejor dicho, los escolares que unen la voluntad a la inteligencia son las excepciones. Son las perlas del maestro, las que le compensan de las decepciones de todos los demás.
Yo soy el Maestro. Y sólo Yo, que además de Maestro soy Dios y tengo de Dios la facultad de verlo todo, sé cuan pocos son en mi pueblo los que escuchan, comprenden, retienen y aplican mi Palabra. Cuan pocos aquellos para los que el amor es luz intelectiva y voluntad. Porque son éstos, presos por el amor, los que comprenden y viven mi doctrina y a los que es suficiente dar una explicación una vez para que la hagan norma de vida. A los demás, embrutecidos por la culpa o entorpecidos por la pereza espiritual, es necesario que Yo les instruya sin cansancios y siempre desde el inicio para que un mínimo de luz y de doctrina sea capaz de insinuarse en ellos y brotar como plantita de Vida.
He aquí la razón de mi repetir de mil formas una única ciencia. y con este resultado: quien menos necesidad tiene de ello, porque ya es uno conmigo, la acoge siempre con nueva ansia, como si fuera siempre palabra nueva, y no se cansa de recibirla porque es para él alimento y aire de la que, como del alimento y del aire naturales, tiene siempre necesidad hasta que la pausa cesa y viene a la Vida donde la contemplación de Dios será resumen de todas las necesidades, será todo. En cambio, los que más necesitan de ella pronto se cansan y se separan. Sea porque esa doctrina es para ellos aguijón y reproche, sea porque su imperfección espiritual les entorpece, haciéndoles incapaces de notar sus necesidades y la belleza de mi Palabra.
Pero Yo hago mi deber de Maestro de todas formas. Estrecho sobre mi corazón a los discípulos fieles para quienes mi caricia es ya palabra, y consolándome en ellos, prosigo la dura tarea de hablar a los hostiles, a los inertes, a los débiles, a los distraídos».
25 de diciembre
Navidad. Nuevo dictado de María. Dice María:
«La bienaventuranza del éxtasis navideño me ha venido como esencia de flor cerrada en el vivo vaso del corazón para toda la vida. Alegría indescriptible. Humana y sobrehumana. Perfecta.
Cuando al llegar cada tarde me martilleaba en el corazón el doloroso «recordatorio»: «Un día menos de espera, un día más de cercanía al Calvario» y mi alma salía cubierta de pena como si una oleada de aflicción la hubiera recubierto, ola anticipada de la marea que me habría tragado en el Gólgota, yo inclinaba mi espíritu sobre el recuerdo de aquella bienaventuranza que había permanecido viva en el corazón, así como uno se inclina sobre la garganta de una montaña para volver a oír el eco de un canto de amor y para ver en la lejanía la casa de su alegría.
Ha sido mi fuerza en la vida. Y lo ha sido sobretodo en la hora de mi muerte mística a los pies de la Cruz. Para no llegar a decir a Dios -que nos castigaba, a mi dulce Hijo y a mí, por los pecados de todo el mundo- que era demasiado atroz el castigo y que su mano de Justiciero era demasiado severa, yo, a través del velo del más amargo llanto que mujer alguna haya vertido, he debido fijar aquel recuerdo luminoso, beatífico, santo, que se. alzaba en aquella hora como visión de consuelo desde el interior del corazón para decirme cuanto me había amado Dios, se alzaba para venir a mi encuentro no esperando, porque era alegría santa, que yo lo buscase, porque todo cuanto es santo está infundido de amor y el amor da su vida incluso a las cosas que parece que no la tengan.
María, es necesario hacer así cuando Dios nos hiere.
Recordar cuando Dios nos ha dado la alegría, para poder decir también entre el dolor: «Gracias, Dios mío. Tú eres bueno conmigo».
No rechazar el consuelo del recuerdo de un pasado don de Dios, que surge para confortarnos en la hora en que el dolor nos dobla, como tallos atravesados por un huracán, hacia la desesperación, para no desesperar de la bondad de Dios.
Procurar que nuestras alegrías sean alegrías de Dios, o sea, no damos alegrías humanas, queridas por nosotros y fácilmente contrarias -como todo cuanto es fruto de nuestro actuar separado de Diosa su divina Ley y Voluntad, sino esperar la alegría sólo de Dios.
Guardar el recuerdo de ellas incluso cuando la alegría haya pasado ya, porque el recuerdo que estimula al bien ya bendecir a Dios no es recuerdo condenable sino más bien aconsejado y bendito.
Infundir con la luz de aquella hora las tinieblas del momento presente para hacerlas siempre tan luminosas que sean suficientes para ver el Rostro santo de Dios incluso en las noche más oscura.
Suavizar lo amargo del cáliz de aquella dulzura gozada para poder soportar el sabor y llegar a beberlo hasta la última gota.
Sentir, porque se ha conservado como el más precioso recuerdo, la sensación de la caricia de Dios mientras las espinas nos aprietan la frente.
He aquí las siete buenaventuras contrapuestas a las siete espadas. Te las dono como mi lección de Navidad (pon esta fecha) y contigo las dono a todos mis predilectos.
Mi caricia para bendición de todos».
Dice el Eterno Espíritu:
«Yo soy el Amor. No tengo 222 voz propia porque mi Voz está en toda la creación y más allá de ella. Como el éter Yo inundo todo cuanto existe, enciendo como el fuego, circulo como la sangre.
Yo estoy en cada palabra de Cristo y florezco sobre los labios de la Virgen. Yo purifico y hago luminosa la boca de los profetas y de los santos. Yo soy Aquel que inspiró las cosas antes de que existieran, porque es mi poder el que, como latido, dio movimiento al pen- samiento creativo del Eterno.
Todas las cosas han sido hechas por Cristo, pero todas las cosas han sido hechas por Mí- Amor, porque soy Yo quien con mi fuerza secreta moví al Creador a obrar el prodigio.
Yo existía cuando no existía nada y existiré cuando quede única mente el Cielo.
Yo soy el inspirador de la creación del hombre al que fue donado el mundo para su delicia, el mundo en el que, de los océanos a las estrellas, de las cumbres alpinas a las estrellas, está mi sello.
Yo seré quien ponga sobre los labios del último hombre la suprema invocación: «¡Ven, Señor Jesús!».
Yo soy Aquél que para aplacar al Padre infundí la idea de la Encarnación y descendí, fuego creador, a hacerme germen en las entrañas inmaculadas de María, y volví a subir hecho Carne sobre la Cruz y de la Cruz al Cielo para estrechar en anillo de amor la nueva alianza entre Dios y el hombre, como en abrazo de amor había estrechado al Padre y al Hijo generando la Trinidad.
Yo soy Aquel que habla sin palabras, en cualquier lugar y en toda doctrina que tenga origen en Dios, Aquel que sin tocar abre ojos y oídos para oír lo sobrenatural, Aquel que sin mandato os trae de la muerte de la vida a la Vida en la Vida que no conoce límites.
El Padre está sobre vosotros, el Hijo en vosotros, pero Yo, Espíritu, estoy en vuestro espíritu y os santifico con mi presencia.
Buscadme en cualquier parte que haya amor, fe y sabiduría. Dadme vuestro amor. La unión del amor con el Amor crea a Cristo en vosotros y os lleva al seno del Padre.
He hablado hoy que es el adviento del Amor sobre la Tierra, mi más alta manifestación, aquella de la que provienen redención e infusión pentecostal para la Tierra.
Mi Fuego more en vosotros y os encienda, recreándoos con Dios, en Dios y por Dios, Señor eterno, al que va dada toda alabanza en el Cielo y en la Tierra».
En la acción de gracias de la Comunión, mientras oraba en voz alta por todos nosotros y alrededor de mi cama estaban Anna y Paola 223 (Marta 224 había ido un momento hacia la
222 La escritora añade en el renglón: (o no uso)
223 Anna era la segunda mujer de Giuseppe Belfanti, primo de la madre de la escritora. Paola era hija de Giuseppe e hijastra de Anna
cocina), me ha arrebatado el éxtasis. He visto a María tomar al Niño de su regazo, estrechándole contra su corazón, besarle y arrullarle.
Y esto sería un mal menor. Lo malo es que he visto a Paola levantar los ojos de su misal (porque por cuanto yo leyese y por ello tuviera los ojos bajos, también veía el libro, a la Virgen y a los presentes juntos) y mirarme fijamente, y vi a Marta correr para venir cerca de mí y mirar ella también.
Intentando dominarme he ido al fondo de la oración de Pío XII al Corazón inmaculado de María y a las otras oraciones. Pero tuve la sensación de estar a punto de naufragar completamente en la beata dulzura del éxtasis, y oraba a Dios y a María que me ayudaran a seguir adelante y me escondieran de los demás en aquel estado mío. Después vino gente, se desayunó (leche y café) etc., etc.
Por fin, después de más de una hora, pregunté a Paola: «¿Por qué me mirabas?».
Y ella: «Porque te he visto cambiar la voz y el rostro. Con la voz reías y llorabas a la vez y el rostro se te había transformado».
Y Marta: «Yo he oído desde la cocina cambiar de tal forma el tono que he corrido creyendo que se sintiese mal y la he visto toda distinta».
«Distinta ¿cómo?».
«Como si estuvieras fuera de ti».
No lo he negado porque aún las lágrimas del «gozoso llanto», como dice María, me subían del corazón y sentía que de mi rostro se traslucía la luz interna.
¡Oh! ¡Padre!… Después he permanecido encendida y transfigurada, embellecida durante todo el día.
Me parecía, en la continuación de la visión que me extasiaba, ver a María levantarse del sitio de donde la he visto siempre durante estos días, al lado derecho del fondo de mi cama, y venir cerca de mi cabecera teniendo en brazos al Niño. Veía claramente el movimiento de apoyar la mano izquierda en el suelo para hacer palanca al cuerpo y el paso levemente ondeante como es usual en quien calza sandalias. Cuando estuvo cerca de mí, vi al divino Niño dormir plácido y bello apoyado su brazo derecho en el pecho de María.
Me caían las lágrimas… Después María me pasó el brazo izquierdo alrededor de los hombros atrayéndome a sí, de modo que yo estaba bajo su velo y notaba el hombro sutil y el pecho gentil contra mi cabeza y mi corazón, y sabía que al otro ‘lado estaba mi Jesús apoyado igualmente en la Madre.
He estado así mucho tiempo. Pero todavía la veo aquí, en mi cabecera con el Niño en brazos. ¡Qué hermosa es, qué bondadosa, pura, querida! ¡Y qué plácido es el descanso del Niño! Una respiración de pajarillo…
¡Qué bonito es estar así! ¿Qué es el sufrimiento si nos da estas alegrías? Le he querido decir la alegría que dentro y fuera me colma y me embellece, porque es demasiado bella para tenerla sólo para mí.
Yo soy feliz. La única cosa por la que estoy tentada de enfadarme un poco con la Madre y con Jesús es por haber permitido a los demás ver mi transfiguración. Pero ¡paciencia!…
26 de diciembre
Dice María:
«A muchos, ya extasiados en las alturas místicas, les fue concedido el ver a mi santo Hijo niño, incluso de estrecharlo al corazón. Pero a pocos les fue concedido verme mientras
224 Marta Diciotti
dispensaba a su Humanidad los más dulces cuidados que una madre dona a su recién nacido.
Es poner a mi devoto en la intimidad más profunda de nuestra Familia y de mi vida. Es haceros cada vez más fácil y perfecto el amor a entregar a mi Jesús, de quien podéis admirar la humildad, la delicadeza, la debilidad de recién nacido, y recibir del vagido de su boquita una de las más profundas lecciones de sacrificio y de caridad dadas por Él durante su vida terrena.
María, si lo piensas, he recorrido al contrario el camino de las visiones. De manera totalmente sobrenatural y por ello diferente a la que hubiera seguido un ‘humano, quien normalmente comienza por lo más humilde para subir a lo más excelso porque su poco aliento no le permite el vuelo a grandes e inmediatas alturas. Yo en cambio, porque sé que vuestros sentidos, para ser atraídos, necesitan lo grandioso, he seguido otro camino. El mío.
He atraído y conquistado tu atención espiritual con visiones de gloriosa belleza; después, cuando te he visto prendida y enamorada de mí, te he instruido y preparado para los más íntimos conocimientos de tu Madre y para las más profundas lecciones de mi vida y de la de mi Criatura, para las lecciones base de la humildad, antídoto al veneno de Lucifer que de Adán en adelante tanto os daña y os desvía del camino de Dios.
Me he aparecido a ti, por bondad de mi Hijo, portadora de la viva Eucaristía, luego Madre del Salvador, después exaltada en el Cielo. y después de estas silenciosas visiones de luz y alegría, que semejantes a celestes redes te han circundado y llevado a mí, te he instruido. Si tu alma se hubiera rebelado a la dulce red por pesadez espiritual, te hubiera dejado. Pero tú te has envuelto en ella, haciendo de aquellas visiones tu alegría, tu deseo, tu impulso al perfeccionamiento. Y entonces, después de la Reina, te he mostrado a la Madre. Para consolarte a ti ya sin madre. Para levantarte a mi humildad. Para arrebatarte en mi alegría.
Siempre vengo cuando es el momento. Te amaba desde siempre. Pero te he pedido a Jesús cuando leí en el pensamiento de Dios que pronto ya no tendrías madre. Él ha preparado el encuentro y la unión, ¡bendito sea por ello! Y yo he venido.
¿No he recibido acaso, en el Calvario, espiritual y colectivamente mi misión de Madre? Como os recibí en Juan a vosotros, huérfanos de Cristo, a vosotros, de la Iglesia naciente que se quedó sin su Progenitor, así os tomo cuando os quedáis huérfanos de quien os era padre y madre. En la unión con el Amor y en el contacto con el corazón del Hijo, que se nutría de mi corazón, mi corazón ha tomado la inmensidad del corazón de Dios, y os amo a todos, huérfanos de la Tierra, y sólo con que lo deseéis os doy mi brazo por auxilio, mi hombro por apoyo, mi seno por reposo, mi corazón para amaros.
Y si no es dado a todos, no es por mi voluntad sino por falta de ellos, de sentir mi abrazo con el sentido de una carne hecha ya casi espíritu por el amor que os purifica, yo estoy al lado de todos los hijos que lloran porque ya no tienen madre.
Dilo a los que lloran. Diles que crean en mí no sólo como deificada Reina, sino como verdadera Mujer que no ignora la ternura materna. Di que me llamen junto a su llanto con el más amado de los nombres, el que recibí de mi Hijo, desde su niñez hasta su ascensión al Cielo y aún después: «¡Mamá!». Yo seré la «mamá».
¡Ves qué hermoso es mi Niño! ¿Comprendes por qué ya toda imagen no tiene para ti luz y valor? Tú ves mi desnuda y sublime Maternidad tal como fue, delicada como una rosa nacida. en un paisaje nevado de invierno, pura como un alba de abril, santa como un grito angélico, humilde como debía para ser la del Vencedor de la Soberbia eterna.
No puedes retener las palabras para ti desconocidas. También podría enseñártelas. Pero no quiero hacerlo. No las entenderías de todas formas y no servirían sino para las curiosidades científicas de los curiosos profanadores del misterio. Conservad la armonía en
el corazón como el sonido luminoso de un río de perlas. Y sigue siendo adoradora.
Yo estoy contigo».
Inmediatamente después. Dice Jesús:
«Recuerda que no serás grande por las contemplaciones y las revelaciones, sino por tu sacrificio.
Las primeras te las concede Dios no por tu mérito sino por su infinita bondad. El segundo es flor de tu espíritu y es lo que ha merecido ante mis ojos. Auméntalo sin consideraciones humanas hasta el límite de tus fuerzas físicas y espirituales. Cuanto más te levantes más en alto te arrebataré.
Y no temas. Y no te aflijas si el interior se transparenta 225. También el ver a un extasiado en Dios es santificación para los hermanos. Tú no pongas nada de ti misma. No contamines nunca este manantial de vida mística con elementos humanos. Y déjame actuar también en esto.
No te digo más. Deléitate en mi Madre»
27 de diciembre
1 hora
Dice el Apóstol:
«Juan al pequeño Juan 226. Después del Maestro y de la Madre hablo yo también para darte una enseñanza espiritual.
Para ser predilectos hace falta hacer lo que yo he hecho por inspiración del Espíritu Santo. Fidelidad absoluta que lo acoge todo sin inquietud y sin discusión. Pureza de espíritu, de mente, de carne. Caridad heroica.
A veces Dios nos somete a pruebas que no son más que muestras del oro del alma. Estamos destinados a esta morada que yo poseo junto a mi Dios. Pero aquí no entra quien en su alma lleva aunque sea una mínima mezcla de impureza. Las pruebas son las que nos desnudan de cuanto en nosotros es impuro y hacen de nuestro espíritu un cuarzo sin escorias.
La fidelidad nos lleva a superar las pruebas sin que éstas resquebrajen nuestra fe y nuestro amor.
Yo siempre he creído en el Maestro, siempre lo he aceptado todo de El, he querido con prontitud todo lo que El quería de mí, he anulado mi voluntad y mi razón humana, que he quemado como víctimas sobre su altar, para ser hostia digna de Cristo. No he querido nada por mí mismo. Todo se lo he pedido a mi Maestro: un corazón nuevo, un pensamiento nuevo, un nuevo carácter. Que fuera suyo, como el suyo, y todo a su servicio.
Mi pureza natural la he vuelto más cándida que el lirio angélico sumergiéndola en el amor por mi Maestro. No pesa ser ángeles cuando nuestras alas reposan sobre el corazón de Cristo. Y el hacerse serafines para los que el amor ya no tiene secretos, es consecuencia natural de quienes se desposan con el Amor encarnado. Es necesario contraer este matrimonio espiritual, y no conocer nunca el horror del adulterio místico.
La Caridad es nuestra salvación, porque nos santifica arrastrándonos en sus sublimes remolinos y nos perdona de cuanto la carne comete en nosotros, contra nuestra voluntad, porque es peso rebelde que anhela lo bajo mientras que el espíritu, ya atraído por lo alto,
225 En el escrito del 25 de diciembre
226 El apóstol y evangelista Juan habla a María Valtorta, llamada »pequeño Juan»
anhela y sube en las adoraciones de Dios.
Mi palabra a ti, discípula, es la misma que la que decía a los discípulos de antes:
Ama. Del amor viene luz, viene vida, viene esperanza, viene fe, viene constancia, fortaleza, justicia. Todo viene del amor. Quien posee el amor posee el Espíritu de Dios. Y quien posee el Espíritu tiene en sí las siete fuentes que anulan los siete pecados que impiden la Vida en Dios.
En las Tinieblas que imperan lleva en ti encendida la Luz del mundo. Por ella obtendrás la posesión del Cielo.
La paz de Cristo esté siempre contigo».
6 horas
Dice Jesús:
«Son mis cuatro evangelistas los que, fuego desencadenante de fuego, llevan mi Voz en la dirección deseada por sus encendidos espíritus. Llevan mi Gloria a las gentes, porque me dan a conocer y con su ardor dan movimiento al trueno 227 sobre el que resplandece mi Majestad de Dios, Redentor y Maestro. Su espíritu, eterno viviente en el seno de Dios, mueve las místicas ruedas y, sin medios humanos, les da vida porque es espíritu de Vida.
A veinte siglos de distancia ¿no son ellos los que aún evangelizan y dirigen hacia Mí la masa de los hombres y la de los creyentes, y llenan del santo fragor de mi enseñanza la Iglesia Romana, resonante de mi Voz que retumba como voz de órgano bajo las bóvedas místicas del inmenso Templo de Dios que os acoge, oh cristianos no desleales, apagados o renegadores, y que se extiende ampliamente como un firmamento sobre toda la Tierra y acoge a las gentes a la sombra de la Cruz y del Sagrario?
¿No es su palabra, eco de mi Palabra descendida a sus corazones y hecha en ellos Luz por voluntad del Espíritu de Dios, la que con rumor de inmensas aguas os trae nuevamente el tono de la voz sublime de Dios?
¿No está en el rumor de sus pasos el rumor de las multitudes que su palabra ha atraído hacia Mí, semejante al rumor de la armada en camino, de la santa armada de Cristo, su Jefe y Señor, que con ellos vence las fuerzas del Infierno y conquista por ellos y con ellos el Cielo?
¿No son en su aspecto (y aquí no hago alusión al simbolismo del rostro, sino del estilo) los que os traen de nuevo, tan viva y perfecta, la cuádruple figura de Hombre divino en mi Humanidad perfecta, no distinta de la vuestra en las necesidades y en las pasiones, pero sublimada a Perfección que os enseña a qué cimas es necesario llevarse a sí mismos para ser de los Cielos y cómo el Padre os había hecho para los Cielos? ¿Mi paciencia y fuerza por las que he vencido a Satanás, a la Muerte y el Mundo, y he vencido con el amor y arrastrado como roca de mármol pario en la subida cuya cima está en el Cielo? ¿Mi valor, mi heroísmo respecto al cual el del león es nada, porque Yo no tengo el valor de quien asalta para nutrir su yo, sino el valor heroico y sublime de quien se hace asaltar y matar para hacerse alimento de vida para los lánguidos de la Tierra?
¿No es sobre todo mi Divinidad la que resplandece y destella en la Inteligencia y os trae la Luz del centro de los Cielos, y os trae la Caridad, la Sabiduría, el Conocimiento, y os trae el Dios, Uno y Trino, haciéndoos conocedores del Padre y poseedores del Espíritu, raptándoos a las alturas en las que sólo quien ha hecho de su pesadez humana una ligereza espiritual vuela como águila llamada por un amor a eternas uniones en las que ya no sois hombres
227 Nota del editor: trueno podría leerse también trono
sino dioses?
¿No os enseñan con su permanencia inmóvil, adorando, cuando mi Voz retumba en los Cielos, la gran verdad de que no hay voz más grande que la mía, más santa y verdadera, y que toda otra voz, toda otra potencia, debe callar y pararse cuando Ella habla, para acogerla como piedra inestimable y llevarla en sí para mostrarla a las gentes y extasiarlas en Dios?
¿No descansa mi Gloria sobre ellos como su seguro trono y no resplandece mi Luz sobre estos benditos que han sembrado el Orbe de mi Palabra y lo han cristianizado y redimido instruyéndolo sobre el Redentor y Dios Jesucristo?
Nútrete, ¡oh hija dilecta!, de esta santa Palabra que ellos te traen y que Yo te dono. Porque estás destinada a repetir enseñanzas del Verbo 228 que toma tu pequeñez para aturdir a los grandes y consolar a los humildes, acepta el alimento que Yo te ofrezco y no lo rehúses. Si su materia te parece amarga e incomestible como pesado rollo de pergamino, que sepas que Yo rompo sus sellos y te desmenuzo sus partes porque te amo y te quiero nutrir de alimento santo.
Abre tu corazón y sacia su insaciable hambre, porque el corazón que ha conocido a Dios tiene insaciable hambre de Él. Mi Evangelio antiguo y nuevo será miel dulcísima para tu espíritu».
28 de diciembre
Dice María:
«El primer llanto de mi Niño ha temblado en el aire ocho días después del Nacimiento. Era el primer dolor de mi Jesús.
Él era el Cordero y como cordero fue marcado con el signo del Señor para que fuera consagrado a Él: Primogénito, según la ley divina y según la ley humana, entre todos los vivientes.
Ya había sido realizada su consagración a Dios Padre en el Cielo cuando Él se ofreció Reparador de la culpa y Redentor del hombre, cambiando su naturaleza espiritual por la de Hombre, Verbo hecho Carne por deseo de amor.
Víctima ya depositada sobre la piedra del altar celeste, Víctima santa y sin defecto, Él no tenía necesidad de otras consagraciones siempre imperfectas en comparación con la suya sublime. Pero tal era la Ley y ninguno, excepto aquellos a los cuales Dios había revelado la naturaleza de mi Hijo, conocía que el Niño de la mujer galilea fuera el Santo, el Ungido del Señor, el eterno Pontífice, el Redentor y Rey. Por ello la Ley debía cumplirse para este varón primogénito, nacido para el Señor y ofrecido a Él según su Voluntad.
Circuncidados todos, los hijos de Abraham, pero verdaderamente el signo sobre los primogénitos era el anillo que los unía a Dios y les consagraba al altar. Junto a nuestro altar no podían ser ofrecidos los que antes no hubieran ya sufrido por el Señor estos desposorios místicos. Dos veces santos los primogénitos hebreos, por la circuncisión y por la ofrenda al Templo. Infinitamente santo el Inocente que lloraba sobre mi pecho después de haber derramado las primeras gotas de aquella Sangre que es perdón.
Si los presentes al rito hubieran tenido el espíritu vivo, habrían comprendido qué Majestad se escondía detrás de aquellas Carnes infantiles, y habrían adorado a Dios aparecido entre los hombres para llevar a los hombres a Dios. Pero entonces, como ahora, los hombres tenían el corazón ocupado por lo que es precepto y no religión, intereses y no desprendimiento del mundo, egoísmo y no caridad, soberbia y no humildad. El rostro de Dios
no apareció por tanto a sus ojos trasluciendo de las Carnes del Inocente.
Para conocer a Dios hay que tener como finalidad de la vida la búsqueda de Dios. Entonces Él se desvela sin más misterio, o sea, con ese poco de misterio que Él, en su Sabiduría, considera que es bondad reservarse para no abrasaros con su Resplandor, porque sábelo, María- la visión de Dios tal cual es -como sólo se concede ver en el Cielo, porque en el Cielo ya están los espíritus que la santidad ha hecho capaces de contemplar a Dios- es de una potencia tal que tan sólo puede soportarle nuestra naturaleza hecha semejante a Dios, así como un hijo puede ver siempre la potencia y la belleza de su padre sin sentirse atemorizado ni humillado.
En el Cielo, más allá de la vida humana, es donde el hombre toma su verdadera semejanza con Dios, y entonces puede mirarle y acrecentar su resplandor con el Resplandor divino, su beatitud contemplando el amor que os 229 ama.
La Sangre de mi Hijo solicitó, al gotear, un cortejo purpúreo de otra sangre inocente.
Los pies de Cristo habrían pisado corporalmente el áspero terreno de Palestina, vuelto aún más enemigo para su andar por el malvado querer humano que unía a los espinos y a las piedras del camino su perversidad, insidia, traición y delito.
El Rey de los Judíos y Rey del mundo no ha tenido bajo su pie blandas y preciosas alfombras. Incluso en el momento del breve triunfo humano -tan humano que, siendo fruto de la exaltación de la multitud por el presunto rey de los Judíos, por aquel que habría vuelto a dar notoriedad al pueblo hebreo, cayó como el ala del viento que ya no hincha la vela y se transformó en huracán- tampoco entonces tuvo más que pobres vestidos y ramos de olivo, regalo de los pobres, bajo su aún más pobre cabalgadura.
Pero lo que no veían los hombres lo veía el Hombre Dios sobre la tierra y lo veía Dios en el Cielo; y cuando mi Cristo volvió al Cielo, tras el martirio, para recibir el abrazo del Padre, sus Pies traspasados volaron veloces sobre una preciosa alfombra de púrpura viva, que había quedado como estela santa de la tierra al Cielo cuando los primeros mártires de mi Hijo -los pequeños inocentes- habían caído como manojos de espigas cortadas por el segador y como prados de capullos en flor cortados para hacerse forraje, enrojeciendo con su sangre el camino del Cielo.
Toda redención necesita precursores que la preparen. Y no tanto con la palabra cuanto con el sacrificio. La Redención, ya iniciada, tuvo en su alba el sacrificio de la inocencia eliminada por la crueldad y en su mediodía el sacrificio de la penitencia matada por la lujuria para la que ésta es un reproche.
La Sangre del Gólgota cayó entre estas dos heroicas sangres para enseñaros que el Redentor se posa entre la inocencia y la penitencia, y que la Sangre de Cristo llama a vuestra sangre a la gloria del dolor para santificarlo y para santificar al mundo uniéndose a la santísima Sangre de mi Hijo».
29 de diciembre
Dice el Padre Eterno:
«Escribe, que hay quien lo desea y piensa en esto.
Pablo de Tarso, que antes era partidario convencido del sanedrín y perseguidor encarnecido de los discípulos de Cristo, vuelto a la Luz mediante una fulguración divina y convertido en el incansable Apóstol de mi Hijo, en el Areópago de Atenas anunció a los Atenienses aquel Dios desconocido al que ellos habían dedicado un altar.
229 os es una lectura insegura; en el original también podría leerse se
También ahora muchos altares vivos están privados de su Dios y podrían escribir sobre su desnudez religiosa al menos esta palabra: «al Dios desconocido».
Ni siquiera escriben ésta, inferiores en su paganismo a los antiguos Atenienses los cuales, insatisfechos por sus simulacros sin vida verdadera y no ofuscados por una languidez religiosa como lo estáis vosotros, sentían que por encima del falaz Olimpo de sus dioses, a los que habían prestado sus pasiones y sus vicios, había un Dios verdadero y santo, y le invocaban que se hiciera conocer con ese altar dedicado a Él, sobre el que todavía no había estatua ni nombre en espera de que la Revelación divina lo pusiese.
Pero vosotros conocéis al Dios verdadero porque Yo os lo he revelado desde hace siglos y siglos, y no contento con revelároslo, os he mandado a Dios mismo, no para una aparición aparente o para una estancia fugaz, sino revestido con Carne humana y viviente entre vosotros durante toda una vida.
Yo, a esa Perfección de la Perfección de Dios -recordad, hombres, que Dios es Caridad y el compendio de la perfección de la Caridad se encuentra en Cristo que se encarna para daros la Vida- Yo, he dado un nombre a esa Perfección descendida para operar entre vosotros. Nombre santo querido por Mí porque en su nombre está el compendio de su Perfección y de su sublime misión. Nombre sólo conocido por Dios en su verdadero significado. Nombre ante el cual la Divinidad late con el más vivo ardor, el Paraíso resplandece con el resplandor más beatífico con todos sus cortejos de ángeles y de santos, tiembla el abismo, y las fuerzas del Universo inclinan sus potencias, porque reconocen el nombre del Rey por el que han sido hechas todas las cosas.
En el nombre tres veces santo y poderoso de Jesús está el resplandor y la gloria de Dios, Uno y Trino, porque Él es el Santo de los santos en el que se encuentra, como en el Templo de Dios, Dios vivo, verdadero, perfecto como está en el Cielo, eterno y obrando como una rueda que no conoce juntura, y que no cesa en su movimiento por los siglos de los siglos precedentes al hombre ni en los siglos sucesivos al hombre. Por lo que está bien dicho en el Libro: «La casa a mi Nombre no me la edificarás tú, hombre, sino tu hijo salido de tus entrañas, ése será quien edificará una casa a mi Nombre» 230.
El Hijo del hombre, nacido de mujer de estirpe santa a Mí consagrada, concebido por obra del Espíritu Santo sin peso de carnalidad sino exclusivamente por infusión de amor, el Nacido de María que al nacer no abrió su seno virginal, así como al concebirlo nadie violó ese seno consagrado a Mí, tu hijo por la Madre, oh Humanidad, y mi Hijo por el origen divino, será Aquel que construya por Sí mismo la Casa sobre la que está inscrita la Gloria de mi Nombre.
Porque en nuestra Trinidad somos inseparables, y en el Cristo está el Padre, el Hijo y el Divino Espíritu. El Hijo no es sino la Palabra del Padre que ha tomado forma para ser vuestra Redención. Pero su anonadamiento no rompe la unión de las Tres Personas, porque la Perfección de Dios no conoce limitaciones ni separaciones.
¿Cómo podíais contener vosotros a Dios en un templo tan infinito y santo como comporta la Divinidad? Sólo Dios mismo podía ser templo para Dios y llevar su Nombre sin que ello fuese ni ironía ni ofensa. Sólo Dios podía habitar en Sí mismo y por Sí vivificar los templos del hombre, y el nombre que les ha puesto el hombre ya no es engañoso, porque ese Nombre os lo he dicho Yo.
Sólo Dios podía, ¡oh cristianos!, daros su Nombre como signo de salvación sobre todas las estirpes de la Tierra, ese Nombre que los ángeles leerán sobre la frente de quienes no morirán para siempre y, por ese Nombre, les preservarán de los flagelos de la última hora,
230 La escritora añade a lápiz: III libro de los Reyes, cap. 8″ v. 19. Corresponde a: 1 R 8, 19.
como ya ha preservado de la segunda muerte a los elegidos que cantan la santidad del Nombre de mi Hijo.
¡Ay de aquellos que reniegan de ese Nombre y le ofenden sustituyendo éste, santo, por el signo demoníaco de Satanás, o aunque sólo permitan al languidecer del espíritu olvidarlo como si una sustancia corrosiva lo cancelase de su yo que tiene Vida por ese Nombre! La Muerte, la verdadera Muerte espera a quienes desconocen el Nombre de mi Hijo, en quien he deferido todo poder y todo juicio y en cuyo Nombre se somete mi Majestad en cada milagro, como toda criatura debería someterse en el Universo en adoración santa y suave.
¡Oh! hijos de mi Hijo -que ha llevado su Nombre a enrojecerse de Sangre divina sobre el camino del Calvario y a resplandecer, única luz del mundo oscurecido, entre las tinieblas del Viernes santo, para que fuera la advertencia que, desde lo alto de una Cruz, apunta al Cielo para el que habéis sido hechos, y resplandece desde hace siglos para seguir recordándoos el Cielo, y nunca como ahora centellea para llamaros a Sí en esta ira creada por vosotros, invocada, querida, en la que perecéis entre retortijones de sangre y carcajadas de demonios-
¡oh hijos de mi Hijo!, tallad de nuevo con vuestro dolor que vuelve a Dios, con vuestra esperanza que se alza hasta Dios, con vuestra fe que rebautizan las lágrimas, con vuestro amor que vuelve a encontrar el camino de la Caridad, el santo Nombre de Jesucristo sobre el ara de vuestro corazón sin Dios, sobre el templo profanado de vuestra mente. Liberad, uno y otra, de los simulacros de un culto que os produce la muerte del espíritu. Poned en ellos y sobre ellos al Dios verdadero. Amad, cantad, invocad, bendecid, creed en el Nombre de mi Hijo.
En el Nombre del Justo, del Santo, del Fuerte, del Dominador, del Vencedor. En el Nombre de Aquél ante quien no se resiste el Padre y por quien el Espíritu efunde sus ríos de gracia santificante. En el Nombre del Misericordioso que os ama hasta haber querido conocer la vida y la muerte de la tierra y hacerse Alimento para nutrir vuestra debilidad y Sacramento para permanecer entre vosotros tras su regreso al Cielo y traeros a Dios.
Os lo juro por mi Santidad: no hay, ni hubo, ni habrá nombre mayor que Éste. En Él estoy Yo, Uno y Trino, con mi manifestación suprema de potencia y amor».
Dice aún:
«Pon la fecha de mañana. Jesucristo, hijo de David, debe haber celebrado su Nombre en el día del Profeta real del que proviene María» .
Dice Jesús:
«Y la palabra del Señor se te dirige en estos términos, aunque tú no la quieras oír porque te hace temblar el corazón de temor y de piedad, por los días que os están reservados y por los hermanos que en los días de la ira terrible no me tendrán a Mí en el corazón para su consuelo, y sólo verán el horror de Satanás y sólo oirán las blasfemias de Satanás y sólo conocerán la desesperación de Satanás.
He dejado esta laguna como advertencia para los indiscretos, mostrando y demostrando que Yo soy el Señor y Maestro al que no se le ponen limitaciones ni razones, quien no conoce limitaciones, para mostrar que soy Yo quien hablo y no tú, criatura, y te llevo conmigo donde quiero: de las revelaciones y contemplaciones de verdades eternas y visiones celestiales, a las consideraciones sobre esta hora satánica en la que se ha anulado todo reflejo del Cielo y sobre los frutos que os ahora os trae.
Pueblo mío, escucha.
Te había elegido para el más alto destino y te había confiado las piedras preciosas de mi Redención y mi Doctrina en la Iglesia, floreciente sobre tu suelo como la palma y el cedro de
los que fluyen miel y vino y donde encuentran cobijo todos los vivientes que quieran re- pararse en el arca verdadera de la salvación eterna.
De ti habían salido, como de un sol, rayos de una civilización perfecta porque era la Civilización de Cristo, que no se rodea de descubrimientos destinados a hacer mullida la vida y cruel el destino, sino de leyes santas, dirigidas a elevar al hombre, a levantarlo de sus miserias, a instruir su ignorancia, porque son leyes venidas de la Fuente divina de la Santidad, de la Caridad, de la Sabiduría.
Te había dado una misión similar a la mía de Luz en el mundo. Me has renegado. Nueva Jerusalén, has traicionado a Cristo y dañado a sus santos y a sus profetas, y te preparas para dañarles todavía más. Has soportado la cruz y las iglesias como arte y como medio para conseguir tus fines neopaganos. Has rechazado el Alimento para hartar de fango tu corazón.
Has querido conocer y probar todo el fango, y con el gusto corrompido como el de un animal inmundo, ahora te parece dulce en el paladar. Y los platos con que atiborras tu mesa son lujuria, prepotencia, crueldad, avidez, mentira, corrupción, satanismo. Y atraes sobre ti castigo, castigo, castigo, lo fabricas con tus propias manos y te lo infliges, invocas a quien te pierde y no llamas a quien todavía te perdonaría.
Todavía, una vez y otra vez más, he tenido misericordia de ti y te he advertido de que no transformes esta misericordia en un nuevo daño para ti usándola con un fin indigno. Y una vez y otra vez más habéis convertido el don de Dios en un pecado usándolo con fin ilícito.
Tal como dice el Profeta: «La vara ha florecido, el orgullo ha germinado». Yo os había dado un retoño de olivo para que lo cultivarais y se convirtiera en fronda de justicia y de paz, advirtiéndoos de que debíais despejar del error el terreno para que mi santo brote no se enrudeciera con el contacto impuro y no germinase en ramas y frutos de mayor culpabilidad. Pero no habéis escuchado al Señor que -Padre y Maestro- os aconsejaba, y la floración se ha hecho veneno, y el orgullo ha engendrado el delito. Y seguirá otro delito, y otros más.
Por lo que os digo: ni uno de vosotros permanecerá sin llanto. Llorará quien posee y quien está despojado. Porque quien posee perderá y quien está despojado ya no encontrará quien le vista. El hambre, la espada, la peste, apretarán vuestros cuerpos con sus sogas; la desesperación y el terror las almas ciegas.
Sí, seréis como ciegos, caminantes en las tinieblas llenas de horrores y de escombros, sabiendo que cada paso que dais puede llevaros a la traición ya la muerte, caminaréis como por un terreno sacudido por un terremoto tremendo. Y de hecho la Tierra tiembla bajo vuestros pasos porque, aunque no sea más que un planeta, es más hija del Creador que vosotros, y ve el rostro airado de Dios mirar este suelo de la misma forma que miró a los hijos merecedores del diluvio y del fuego y, en sus profundidades, se agita de temor por su castigo.
Los valores materiales e intelectuales alterados y despojados de su sustancia justa. Los conocimientos convertidos en tropiezo en vez de ayuda; se ha convertido en condena hasta el santo conocimiento de Dios, porque conociéndole le renegáis. La Luz y la Palabra se os quedan en la garganta sin poder bajar a iluminar y nutrir el espíritu, porque el lazo de vuestras perversas pasiones os impide acogerlas.
Viendo caer los ídolos de barro que habíais erigido en lugar de Dios verdadero, os daréis cuenta de haber adorado basura y no volveréis a tener fe, más fe en nada. Ni en el verdadero ni en el falso.
Y como castigo para los renegadores, los que no tienen fe, se les echarán encima los odiadores del Cristo Romano, los impíos de la Tierra, los que están cada vez más cerca de Satanás, los demoledores de la Cruz, no tanto de las cúpulas de los templos cuanto en el
interior de los corazones que llevan aún en sí mismos la huella de mi Signo.
Y tú, nuevo Pedro, vigila y vigila sin hacerte ilusiones. Cierto es que sufrir por Cristo es la mayor dignidad que exista. Pero Yo te digo: «Vigila y ora».
En los momentos de gran tempestad no sólo es necesario tener el estandarte purpúreo en alto sobre el mástil de la vela, sino que la mano de Pedro, más sana y segura que nunca, esté en el timón. El Desorientador se sirve de todo para desorientar. Y en las horas en que la tempestad arremete por todos los lados para sumergir en naufragio los valores santos, aborrecidos por los pervertidos, basta que se quite la mano de la rueda del timón un sólo instante para que se produzca una desgracia irreparable, para que con más fuerza las olas cojan de transverso la mística barca.
Vigila sobre ti para que puedas vigilar sobre los demás. Pedro, ahora más que nunca es necesario que apacientes mis corderos y mis ovejitas. Sólo quedas tú como Pastor santo, y si caes muchos corderos serán conducidos por ovejas imprudentes fuera de los pastos, y otros pastores de doctrinas malvadas se insinuarán desde el interior de mi dominio para contaminado con sus humanas -y decir humanas ya es un juicio misericordioso- presiones.
No. No es éste el momento de morir por Cristo. Éste es el momento de velar, defender, instruir, hacer de dique a cuanto quiere entrar para corromper cada vez más amplia y profundamente.
Y créeme, ¡oh Cristo en la tierra!, créeme que la plaga ya roe en lo profundo y ensombrece las mentes y los corazones y, lo que es desgracia de las desgracias, apaga las lámparas que se habían colocado en las cimas de los montes para que alumbrasen el camino a los peregrinos que buscan el Cielo. Muchas ya están apagadas, muchas humean, muchas languidecen y otras se preparan para languidecer. Si los fieles están helados, los pastores están fríos, y viene la muerte del espíritu por aterimiento. Insensible muerte que adormece en un sueño sin luz de resurrección.
Piensa en ello, ¡oh Cristo en la tierra!, nacido para tanto destino. y sin cansarte insiste, predica, exhorta, reprende, evangeliza. Son demasiados los templos en los que el Evangelio ha perdido valor y demasiados los corazones que lo que oyen del Evangelio es un sonido no verdadero que les aleja de él.
Suple tú, como el primer Pedro, las deficiencias de mis ministros, y haz que las multitudes vuelvan a oír a través de tus labios la doctrina dulce, santa y saludable de Cristo, para que los que todavía no han sido aniquilados se salven y vuelvan a ti, y regrese la paz en esta tierra en la que no hay parcela que no conozca el rocío de los mártires» .
Después de haber escrito este texto, que mi buen Jesús me dicta sin demora tras su visita, yo vuelvo a pensar en la conversación mantenida con usted acerca de esta persona que juzga que «nada bueno puede venir de Nazaret».
El Maestro se entremete: «¿Acaso te ocupas y preocupas por eso?», y yo: «No, Jesús. Para nada. Sólo pensaba». «No lo pienses siquiera. Deja que los muertos se entierren a sí mismos. Ocúpate de mi cuna. Con ella vendré a darte muchos besos eucarísticos. Esto es lo que importa: mi amor, y no el desamor de las criaturas».
“Y me parecía que Jesús me ponía las manos sobre los hombros (estando con los brazos detrás de mis hombros). Sentía claramente las dos manos largas y fuertes de Jesús que me abrazaban y sacudían un poco, atrayéndome hacia Sí con un abrazo .de amor, y veía su sonrisa dulce y majestuosa.
Ayer por la tarde, antes del sopor, cuando ya sentía que se me venía encima, tuve la visión de la Virgen y de Jesús, pero Jesús adulto, como era a su muerte. Siempre con su cándido vestido. Los dos vestidos de blanco. Pero la Virgen tenía su vestido de un blanco plateado
como el del lirio y un velo igual: así como era en las visiones de la Gruta; mientras que Jesús tenía el suyo de un blanco marfil como si fuese tela de lana.
He podido comparar bien los dos Cuerpos y los dos Rostros estando cerca el uno de la otra, al lado derecho de mi cama. Jesús junto a la cabecera, María a su derecha hacia los pies del lecho.
María era más baja de una cabeza con relación a su Hijo, de modo que la cabeza de la Virgen llegaba a la altura de los hombros del Hijo, que es muy alto. Ella es mucho más delgada mientras que Él tiene anchas espaldas y un cuerpo robusto sin ser grueso. El color del rostro es blanco marfil. Sólo los labios acentuados en su color, que sobresale sobre ese color sin color de la piel, y los ojos azules: claros en la Virgen, más oscuros y más grandes en el Hijo. Ojos de dominador, ¡pero tan dulces! Cabellos más claros en la Madre, más encendidos en el Hijo, pero siempre de un rubio tendente al color cobre y ambos finos, suaves y ondulados, que en Jesús terminan en rizo, en María no lo sé, porque el velo sólo me permite ver los de la frente hasta las orejas. No sé si los lleva sueltos, trenzados o recogidos a la nuca.
El rostro de los dos es un óvalo alargado, delgado sin ser huesudo. Más delicado y pequeño en María, porque está proporcionado con su cuerpo. Pero la frente, la nariz, la boca, la forma de las mejillas, el corte de los ojos con párpados lisos y más bien caído sobre los ojos, es el mismo. Sólo, repito, los de Jesús son más grandes y su mirada es de dominador.
Las manos, candidísimas y diminutas en María, son más viriles en el Hijo y de piel más oscura, pero la forma en los dos, en cuanto a la anchura, es marcadamente alargada.
Jesús y María se miran de vez en cuando con amor indescriptible. María mira con amor adorante. Jesús mira a la Madre con amor infinito, venerante y protector, agradecido, diría. Y también diría que se hablan con la mirada y con la sonrisa. Me miraban a mí y después se miraban. Veía con claridad el movimiento de las cabezas.
Después todo se anuló en el sopor. Pero cuando volví en mí, la primera cosa que vi fue a
.mis dos Amores todavía en el mismo lugar.
Entonces, dado que estaba sola, en la oscuridad, mientras que los demás comían o hablaban (no lo sé) en el comedor, he tenido mucho cuidado de que no se notara que estaba despierta. He soportado la sed y la necesidad de que me movieran (tenía entumecido todo el cuerpo) para gustar en paz esa dulce visión. Con las manos medio entorpecidas he cogido mi rosario que tenía sobre el pecho, donde me lo apoyo siempre cuando siento que me llega el sueño o el colapso, y he comenzado a recitar el rosario. Eran los misterios dolorosos.
Apenas he comenzado con la invocación de Fátima: “Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores, por el Santo Padre y para reparar las ofensas contra el Corazón inmaculado de María. Jesús, perdón anos nuestras culpas, presérvanos del fuego del infierno, llévate todas las almas al Cielo y especialmente las más necesitadas de tu misericordia», he visto que los Dos se miraban resplandeciendo de amor mutuo. Resplandecer es la palabra justa, y apenas dice nada del fulgor de los dos Rostros.
Después, cuando recité el misterio: «La oración de Jesús en el huerto», el rostro de María miró al Hijo con amor y pena, y cogió con su pequeña mano la mano derecha del Hijo que le caía junto al costado y la besó con suma veneración. Y así en cada uno de los 5 misterios dolorosos. La gracia de ese acto es indescriptible, y también lo es la mirada que Jesús posaba sobre la cabeza inclinada de su Madre mientras que ella le besaba la mano.
No veía los estigmas. Verdaderamente, si debo decir la verdad, incluso cuando vi a Jesús
atribulado 231 vi sangre en sus manos, pero nunca la herida abierta. Por eso no puedo decir el punto exacto en que se encuentra.
Luego ha venido gente de casa y me ha interrumpido. Continuaba viendo, pero me perturbaban la paz del contemplar. Tenía el típico rostro de cuando veo y Paola 232 se ha dado cuenta y ha dicho: «¡Qué guapa estás esta tarde!».
Después he trabajado porque me sentía feliz. He hecho la «Cuna» que quiere Jesús.
Y a continuación… he sentido dolor de corazón y he tenido una enorme crisis que todavía me dura. La Vida y la Alegría se precipitan en mí con demasiada violencia, y mi cuerpo agotado se resiente de ello. Pero estoy dispuesta a morir con esa visión. ¡Vaya si lo estoy!.. .
Le he hecho 233 una descripción tan exacta que casi es una pintura. Gócela también usted. Lamento no poderla hacer ver como yo veo, pero hago todo lo posible por hacerle partícipe de los tesoros que me da Jesús. Perdone que sean más ilegibles que nunca, pero estoy entre la muerte y la vida, de tanto como he tomado y vuelto a tomar gotas, etc. etc., y apenas se levante Paola me haré poner inyecciones porque no se me pasa la crisis. He querido escribir, a pesar de mi estado, porque, si muriera, quiero que usted conozca lo que ha ilumi- nado mis últimas horas.
Más tarde, durante el día, mientras estaba desfallecida por el sufrimiento, pensaba en cuanto decía acerca de las heridas en las manos de Jesús. Y he aquí cuanto me dijo entonces el Maestro.
Dice Jesús:
«Las heridas en las palmas, que tú no has visto porque raramente muevo la izquierda, por la costumbre contraída en el trabajo y porque es la más herida, han sido causadas así.
La idea de los verdugos era colgarme por los carpos, justo encima de las junturas de la muñeca, para hacer más segura la suspensión. y efectivamente, tras haberme extendido sobre la cruz me traspasaron la mano derecha en este punto.
Pero, dado que el constructor del patíbulo había señalado el agujero de la izquierda (acostumbraba señalar los lugares de los clavos para hacer más fácil la entrada del clavo en el compacto leño de la cruz y más segura la suspensión de un cuerpo que no se ponía hori- zontal sino verticalmente y sin más soporte que tres largos clavos) más distante del punto al que podía llegar mi carpo, tras haberme estirado el brazo hasta producir el desgarro de los tendones, se decidieron a hincar el clavo en el centro de la palma, entre los huesos del metacarpo.
En la Sábana Santa no se aprecia esto, porque la mano derecha cubre la izquierda.
Fue la herida, padecida al vivo, más considerable que tuve en mis miembros, porque una vez alzada la cruz, cuando el peso del Cuerpo de desplazó hacia abajo y hacia delante, el clavo rasgó mucho hacia el pulgar alargando la hendidura más que en la derecha, en la que el carpo resistió la suspensión mejor que el metacarpo. y también fue la más dolorosa, sea por estar en la zona del corazón, sea porque el clavo entrando rompió los nervios y los tendones de la mano, produciéndome una convulsión atroz que se me propagó hasta la cabeza.
Los pintores y los escultores, que por una cuestión artística me pintaron o me esculpieron con la mano derecha semiabierta y la izquierda cerrada en un puño, han testimoniado, sin quererlo, una verdad física de mi Cuerpo martirizado, porque realmente la mano izquierda se cerró en un puño en la convulsión y por el corte de los nervios rotos, y se cerró cada vez más
231 En los escritos del 28 de junio y del 2 de agosto
232 Paola Belfanti
233 Se dirige al Padre Migliorini
porque la convulsión y la contracción de las fibras nerviosas fue aumentando con el paso de las horas. Fueron muchos mis espasmos en la Cruz. Un día te hablaré de ello 234. Pero el de las manos fue uno de los más crueles.
La herida de la derecha está prácticamente escondida por la manga y es más pequeña y regular.
Cuando te aparecí como el Hombre de los dolores encaminado al Calvario, tú no has visto las heridas de las manos porque, lógicamente, no habiendo sido crucificado aún no las tenía. Sobre las manos tenía la sangre que goteaba de la cabeza coronada y de la piel lacerada por la flagelación, pero no las heridas. Te las enseñaré en un momento más adecuado para una visión de tal dolor que estos natalicios.
Respecto a esa palabra cuyo verdadero significado no comprendes, haz de saber que quiere decir: «comercio con Satanás». Éste se realiza en muchos modos, todos maldecidos por Mí. También de esto te hablaré un día. Que sepas, por ahora, que se realiza mucho en el mundo y es la causa de muchas desgracias y de castigos inexorables aquí y en la eternidad.
Ahora basta. Descansa. Yo estoy aquí y te bendigo».
30 de diciembre
Tobías 3, 20-22. Dice Jesús:
«No quiero cansarte mucho porque estás agotada. Sólo dos palabras para ti y para todos aquellos a los que abate el temor.
Haced vuestras las palabras de Sara que te he conducido a leer. Haced de ellas un pensamiento de fe y esperanza.
Mi misericordia está preparada para absolver con tal de que recurráis a ella con fe y humildad. Mi bondad se inclina más a liberaros del mal y de la desventura que a dejaros allí, con tal de que no dudéis de Mí. Mi sabiduría sabe hasta que punto puedo llevar la prueba para cada uno de mis hijos. Si rebasase esa señal sería imprudente, por tanto dejaría de ser perfecto, por tanto no sería Dios.
No temáis, os digo, no temáis. Creed en Mí y en mi nombre».
31 de diciembre
Dice Jesús:
«Dos reflexiones que hay que hacerse siempre, y aún más ahora que vuestros corazones, bajo el flagelo del demonio, son llevados a vacilar en la duda, primer paso hacia la desesperación. Eso es lo que quiere Satanás. A él no le importan tanto las ruinas materiales que produce, sino los efectos espirituales que éstas tienen en vosotros. Por eso conviene que Yo, Maestro, os repita una vez más 1 la lección acerca del modo de comportarse para merecer.
Dice Marcos en el capítulo 62 de su Evangelio, versículo: «Y no podía (Jesús) hacer algún milagro y sólo curó a algunos enfermos».
Con cuánto amor había ido a mi patria, sólo puede comprenderlo quien piensa en la perfección del Hombre Dios, que ha sublimado las pasiones humanas haciéndolas santas como convenía a su naturaleza. Dios no niega ni prohíbe vuestros sentimientos cuando ésos son, honestos y santos. Condena únicamente aquellos que erróneamente llamáis
234 En la monumental obra sobre la vida del Señor
sentimientos pero que en realidad son perversiones.
Yo, pues, amaba mi patria, y en ella, con especial amor, mi pueblo. A Nazaret, de donde había partido para evangelizar, regresaba mi corazón cada día con pensamiento de amor y también volvía Yo, porque habría querido socorrerla y santificarla, a pesar de que supiera que estaba cerrada y hostil conmigo. Si prodigué por doquier la potencia del milagro, en Nazaret habría querido que esa potencia no dejase sin resolver ningún caso de enfermedad física, de enfermedad moral, de enfermedad espiritual, habría querido consolar cada miseria, iluminar cada corazón.
Pero la incredulidad de mis paisanos estaba contra Mí. Por eso el milagro les fue concedido sólo a aquellos pocos que se acercaron a Mí con fe y sin soberbia de juicio.
Vosotros me acusáis muchas, muchas veces, de que no os escucho y no os satisfago. Pero examinaos, hijos. ¿Cómo venís a Mí? ¿Dónde está en vosotros esa fe constante, absoluta, semejante a la de un niño inocente que sabe que el hermano mayor, el padre amoroso, el abuelo paciente pueden ayudarle y contentarle en sus necesidades infantiles, porque le quieren mucho? ¿Dónde está esa fe en vosotros hacia Mí? ¿Acaso no soy Yo entre vosotros extranjero como lo era en Nazaret, porque la incredulidad y la crítica me expulsaban en cuanto ciudadano?
Vosotros oráis. Queda aún quien ora. Pero mientras que me pedís una gracia pensáis, sin decíroslo siquiera a vosotros mismos, pero lo pensáis con lo profundo del espíritu: «Dios no me escucha. Dios no puede concederme esta gracia».
¡No puede! ¿Qué es lo que no puede Dios? Pensad que ha creado el Universo de la nada, pensad que desde hace milenios lanza los planetas en los espacios y regula el recorrido, pensad que contiene a las aguas en sus playas sin barreras de diques, pensad que ha hecho del barro ese organismo que sois, pensad que en este organismo una semilla y unas pocas gotas de sangre que se mezclan crean un nuevo hombre, que al formarse está en relación con fases astrales, lejanas miles de kilómetros, pero que en cambio no están ausentes en la obra de la formación de un ser, así como regulan, con sus éteres y su surgir y ponerse sobre vuestros cielos, el germinar de las mieses y el florecer de los árboles; pensad que con su sabio poder ha creado las flores dotadas de órganos apropiados para fecundar otras flores a las que hacen de intermediarios los vientos y los insectos. Pensad que no hay nada que no haya sido creado por Dios, tan perfectamente creado, del sol al protozoo, que vosotros no podéis añadir nada a tal perfección. Pensad que su sabiduría ha ordenado, del sol al protozoo, todas las leyes para vivir, y convenceos de que nada hay imposible para Dios, quien puede disponer a su gusto de todas las fuerzas del cosmos, aumentarlas, pararlas, hacerlas más veloces, tan sólo con que su Pensamiento lo piense.
¿Cuántas veces en el curso de los milenios los habitantes de la Tierra se han quedado asombrados por fenómenos estelares de inconcebible grandeza: meteoros de extrañas luces, sol en la noche, cometas y estrellas que nacen como flores en un jardín, en el jardín de Dios, y que son lanzadas a los espacios como por un juego de niños para asombraros?
Los científicos han dado ponderosas explicaciones de disgregación y de composición de células o de cuerpos estelares para volver humanos los incomprensibles brotes de los cielos. No. Callad. Decid sólo una palabra: Dios. ¡He aquí al formador de esas relucientes, rotantes, ardientes vidas! Dios es quien, como advertencia para los olvidadizos, os dice que Él es a través dé las auroras boreales, a través de los veloces meteoros que vuelven de zafiro, de esmeralda, de rubí o de topacio el éter que surcan, a través de las cometas con sus colas llameantes similares al manto de una reina celeste que cruza en vuelo los firmamento s, a través del abrirse de otro ojo estelar en la cúpula del cielo, a través del girar del sol perceptible en Fátima para persuadiros sobre la voluntad de Dios. Vuestras otras inducciones
son humo de ciencia humana y en el humo se envuelve el error.
Todo es posible para Dios. Pero en lo que os concierne sabed que a vosotros Dios exige únicamente fe para actuar. Vosotros contenéis el poder de Dios con vuestra desconfianza. Y vuestras oraciones están contaminadas de desconfianza. No calculo además los que no rezan sino blasfeman.
Otro punto del evangelio de Marcos es el versículo 13 del mismo capítulo 6°: «…y ungían con óleo a los enfermos y los curaban». En la medicina práctica de entonces el óleo tenía un papel primordial. No se puede decir que fuese más nocivo o menos eficaz que vuestras complicadas medicinas de ahora. Al contrario, seguro que era más inofensivo. Pero no era en el óleo donde residía el poder de curación para los enfermos a los que mis apóstoles hacían las unciones.
Como siempre, la pesantez humana necesitaba un signo visible. ¿Quien habría podido creer que el toque de la mano de aquellos pobres hombres que eran mis apóstoles, conocidos como pescadores y hombres de pueblo, pudiera curar? Si lo hubieran creído habrían dicho: «Sanáis por poder del príncipe de los demonios», como lo han dicho a Mí 235. Y les habrían acusado como poseídos por los demonios. Esto no debía ser. Por eso a ellos les di el medio, humano, para ser creídos, por lo menos, empíricos. Pero el poder era Dios quien lo infundía en ellos para ganar prosélitos para su doctrina.
Yo lo he dicho: «Quienes creen en Mí podrán caminar sobre serpientes y escorpiones y realizar las obras que Yo hago» 236. Yo no miento nunca, y puedo infundir poder divino en la mano de un niño que cree y vive en Mí. ¿No está colmada la historia del cristianismo de estos milagros? Los primeros siglos están cubiertos de ellos, y su florecimiento se ha ido disminuyendo no porque haya disminuido el poder de Dios, sino porque vosotros sois insuficientes en la tarea de ser los ministros de Dios.
Tened, tened, tened fe. Ella os salvará».
235 Mt 12, 24
236 Mc 16, 17-18; Lc 10, 19
Maria Valtorta
LOS CUADERNOS 1944
Traducción del italiano de
A. Carmen Massari Acquavella
CENTRO EDITORIALE VALTORTlANO
Todos lo derechos reservados. Título original: I Quaderni del 1944.
© 1976 by Emilio Pisani.
© 1985 by Centro Editoriale Valtortiano srl. Traducción del italiano de
A. Carmen Massari Acquavella
© 2003 by Centro Editoriale Valtortiano srl.
Viale Piscicelli 89-91 03036 Isola del Liri (Fr) – Italy
ISBN 978-88-7987-092-4
Fotocomposición e impresión: Centro Editoriale Valtortiano srl. Reprinted in Italy, 2008
1 ° de marzo
Hacia las 17, Jesús me dice:
«No tenía la intención de evocarte esta visión esta tarde. Tenía la intención de hacerte vivir otro episodio de los “evangelios de la fe” 1. Pero alguien, que merece ser contentado, ha expresado un deseo. Y Yo le contento. Nota, observa, describe, a pesar de tus dolores. Tus dolores me los ofreces a Mí y la descripción a los hermanos».
Y, por lo tanto, escribo a pesar de mis dolores, que son tan fuertes que me parece tener la cabeza estrechada por una mordaza que parte de la nuca y sube hasta la frente y desciende hacia la espina dorsal: es un dolor tan terrible que he pensado que estaba por venirme una meningitis y luego me he desmayado. También en este momento el dolor es muy fuerte, pero Jesús permite que logre escribir para obedecerle. Después… que sea lo que tiene que ser.
Mientras tanto, le aseguro que voy de sorpresa en sorpresa porque, ante todo, me veo frente a africanos – árabes por lo menos – mientras que, al no tener la mínima noción de su condición social y física y de su martirio, siempre he creído que estos santos eran europeos. De Inés conocía la vida y la muerte 2, ¡pero de éstos, nada! Era como si leyera una narración desconocida.
Lo primero que he visto, antes de desmayarme, ha sido un anfiteatro más o menos como el Coliseo (aunque no tan deteriorado), en ese momento completamente vacío, a excepción de una bellísima joven morena: está allí en el medio, suspendida en el aire, mientras de su cuerpo moreno y del ropaje oscuro que lo cubre se desprende una luz beatífica que le da una apariencia radiante.
Parece el ángel de ese lugar. Me mira y sonríe. Después me desmayo y ya no veo nada más.
Ahora la visión se completa. Me encuentro en un edificio que, por la ausencia de cualquier comodidad y por su aspecto severo, me parece una fortaleza destinada a prisión. No es el subterráneo de la cárcel Tulliana que ví ayer. Aquí hay celdas y pasillos sobre el nivel del suelo, pero son tan escasos el espacio y la luz y hay tantas rejas y puertas atrancadas llenas de cerrojos, que el beneficio de su mejor posición respecto a la de ayer, queda anulado por su rigor, que elimina aun la más pequeña idea de libertad.
1 Véase el trozo del 28 de febrero.
2 Como refiere en las visiones del 13 y del 20 de enero. 194
En uno de estos tugurios, está la joven morena que he visto en el anfiteatro; está sentada en un jergón que le sirve de lecho, asiento y mesa. Ahora de ella ya no se desprende luz alguna, pero emana tanta paz. Tiene en su regazo a un niñito de pocos meses, al que está amamantando. Le mece, le mima con infinito amor. El pequeñuelo juega con su joven madre y frota su carita tan cetrina contra el moreno seno materno; se prende y se desprende de éste con avidez y con súbitas risitas rebosantes de leche.
La joven es muy hermosa. Tiene un rostro regular, más bien redondo, bellísimos ojos grandes, negros y aterciopelados, boca carnosa y pequeña en la que resaltan los dientes blanquísimos y parejos; los cabellos son negros y algo rizados y están sujetados en trenzas estrechas que lleva envueltas alrededor de la cabeza. Su tez es morena, olivácea, aunque no lo es excesivamente.
También entre nosotros, en Italia y sobre todo en el sur, se nota esta tonalidad, sólo un poco más clara. Cuando se levanta para pasear al niño por la celda a fin de hacerle dormir, noto que es alta y
que su cuerpo es atractivo y escultural, pues no tiene formas excesivas pero está bien modelado. Por su porte lleno de dignidad parece una reina. Lleva ropas simples y casi tan oscuras como su piel, que se deslizan en muelles pliegues a lo largo de su hermoso cuerpo.
Entra un viejo; también él es moreno. El carcelero abre la pesada puerta y le hace entrar. Luego se retira. La joven se vuelve y sonríe. El anciano la mira y llora. Por algunos instantes permanecen así.
Luego estalla todo el dolor del anciano. Suplica acongojado a la hija que tenga piedad de su sufrimiento. Le dice: “No te di la vida para esto. Te amé entre todos mis hijos como luz y alegría de mi casa. Y ahora quieres perderte y perder a tu pobre padre, que siente la muerte en el corazón por el dolor que le das. Hace meses que te suplico, hija mía. Te has obstinado en resistir y tú, que naciste en la holgura, has conocido la cárcel. Doblegué mi espalda ante los poderosos y logré que, si bien como prisionera, pudieras estar aún en tu casa. Le había prometido al juez que conseguiría plegarte con mi autoridad paterna. Ahora él se burla de mí porque ve que de esa autoridad no te importó nada. No es esto lo que tendría que enseñarte la doctrina que, según tu opinión, es perfecta.
¿Qué Dios es el que sigues, si te inculca que no respetes a quien te dio la vida y que no le ames, pues si me amaras no me darías este enorme dolor? Gracias a tu obstinación, que ni siquiera la piedad por ese pobre inocente logró
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vencer, te arrebataron de tu casa y te encerraron en esta prisión. Pero ahora ya no se habla de prisión, se habla de muerte. Es atroz. ¿Morir por qué causa? ¿Morir por quién? ¿Por quién quieres morir? ¿Necesita tu Dios tu sacrificio, nuestro sacrificio, el mío y el de tu criatura, que quedará sin madre? ¿Para lograr su triunfo tiene necesidad de tu sangre y de mi llanto? Pero, ¿cómo es posible? El animal feroz ama a sus cachorros y los ama tanto más cuanto más los ha amamantado. Yo tenía esta esperanza y por eso obtuve que te permitieran nutrir a tu niño. Pero no cambias: tras haberle nutrido, tras haberle abrigado, tras haber hecho de ti almohada para su sueño, ahora le rechazas, le abandonas sin añoranzas. No te suplico por mí. Te suplico en su nombre. No tienes el derecho de dejarle huérfano. Tampoco tu Dios tiene ese derecho. ¿Cómo puedo creer que es más bueno que nuestros dioses, si pretende sacrificios tan crueles? Tú haces que no le ame, que le maldiga cada vez más. ¡Pero no, no! ¿Qué estoy diciendo? ¡Perdóname, Perpetua! Perdona a tu anciano padre, al que el dolor hace perder la razón. ¿Quieres que ame a tu Dios? Le amaré más que a mí mismo, pero quédate con nosotros. Dile al juez que obedecerás. Luego amarás al que quieras entre los dioses terrenos. Luego harás de tu padre lo que quieras. No te llamaré hija, no seré más tu padre. Seré tu siervo, tu esclavo; tú serás mi ama. Señora mía, ordena y te obedeceré. Pero ten piedad, piedad.
Sálvate mientras puedas hacerlo. Ya no se puede aguardar más. Sabes que tu compañera ya ha dado a luz a su criatura y que ahora nada puede detener la sentencia. Te arrebatarán a tu hijo, no le volverás a ver. Puede ocurrir mañana, quizás hoy mismo. ¡Ten piedad, hija! ¡Ten piedad de mí y de él, que aún no sabe hablar pero que ya ves cómo te mira y sonríe! ¡Ves cómo invoca tu amor! ¡Oh, señora, señora mía, luz y reina de mi corazón, luz y alegría de tu hijo, piedad, piedad!”.
El anciano está de rodillas y besa el ruedo del vestido de su hija, le abraza las rodillas, intenta cogerle la mano que ella tiene apoyada en el corazón para reprimir su congoja. Pero nada la doblega.
Responde: “Permanezco fiel a mi Señor propio por el amor que siento por ti y por él. Ninguna gloria terrena otorgará a tu cabeza blanca y a este inocente tanta dignidad como mi muerte.
Vosotros alcanzaréis la Fe. ¿Y, entonces, qué diríais de mí si, por la vileza de un momento, hubiera renunciado a la Fe? Para triunfar, mi Dios no tiene necesidad de mi sangre ni de tus lágrimas. Pero, en cambio, tú tienes necesidad de la sangre y el llanto para alcanzar la Vida. Y también este ino-
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cente los necesita para permanecer en ella. Por la vida que me diste y por el júbilo que mi hijo me ha dado, obtengo para vosotros la Vida verdadera, eterna, bienaventurada. No, mi Dios no enseña el desamor hacia los padres y hacia los hijos. Enseña el amor verdadero. Padre, en este momento el dolor te hace delirar. Pero luego la luz se hará en ti y me bendecirás. Desde el Cielo, yo te la enviaré. En cuanto a este inocente, no es que le ame menos ahora que he dado mi sangre para nutrirle. Si la crueldad pagana no se hubiera ensañado con nosotros, los cristianos, habría sido para él una madre amantísima y él habría sido la finalidad de mi vida. Pero Dios es más grande que la carne que ha nacido de mí y el amor que hay que consagrarle es infinitamente mayor. Ni siquiera en nombre de la maternidad puedo posponer el amor hacia Él por el amor de una criatura. No. No eres el esclavo de tu hija. Sigo siendo, siempre, tu hija, que te obedece en todo menos en esto: en renunciar por ti al verdadero Dios. Deja que se cumpla la voluntad humana.Y, si me amas, sígueme en la Fe. En ella encontrarás a tu hija, y será para siempre, porque la verdadera Fe concede el Paraíso y mi Pastor santo ya me ha dado la bienvenida en su Reino”.
Aquí cambia la visión, porque veo entrar en la celda a otros personajes: son tres hombres y una mujer muy joven. Se besan y abrazan recíprocamente. También entran los carceleros para llevarse al hijo de Perpetua. Ésta vacila como si hubiera recibido un golpe. Pero reacciona.
Su compañera la consuela; le dice: “Yo también he perdido a mi criatura. Pero no está perdida. Dios ha sido bueno conmigo. Me ha concedido que la engendrase para Él y su bautismo se engalana con mi sangre como con piedras preciosas. Era una niña… hermosa como una flor.
También tu niño es hermoso, Perpetua. Pero para hacerles vivir en Cristo, estas flores necesitan nuestra sangre. De este modo, les daremos doblemente la vida”.
Perpetua coge al pequeñuelo, que había acostado en el jergón y que ahora duerme contento y saciado, y se lo da al padre, tras haberle besado levemente para no despertarle. Luego le bendice, baña sus dedos en las lágrimas que brotan de sus ojos y traza una cruz sobre la frente y otra sobre las manecitas, sobre los piececitos, sobre el pecho. Hace todo esto con tal dulzura, que el niño sonríe en el sueño como si recibiera una caricia.
Luego los condenados salen, los soldados les rodean y les acompañan a una oscura cávea del anfiteatro a la espera del martirio. Trans-
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curren las horas rezando y cantando himnos sacros y exhortándose recíprocamente al heroísmo.
Ahora me parece que también yo estoy en ese anfiteatro, que ya he visto antes. Está abarrotado de gente de piel oscura, aunque también hay muchos romanos. La multitud rumorea sobre las gradas, se agita. A pesar del velario que han tendido de la parte en que da el sol, la luz es intensa.
Me parece que en la arena ya ha habido juegos crueles porque está manchada de sangre; hacen entrar en ella a los seis mártires, van en fila. La multitud silba e impreca. Perpetua está a la cabeza de los mártires, que avanzan cantando. Se detienen en medio de la arena y uno de ellos se dirige a la multitud.
“Sería mejor que demostrarais vuestro coraje siguiéndonos en la Fe, en lugar de insultar a gente inerme que devuelve vuestro odio rezando por vosotros y amándoos. ¡Oh, embusteros que
pretendéis ser civiles y aguardáis que una mujer dé a luz para matarla luego tanto en el cuerpo como en el alma, porque la separáis de su criatura! ¡Oh, crueles que mentís para matar, porque sabéis que ninguno de nosotros os hace daño y que menos que nadie os lo hará una madre, pues piensa sólo en su criatura! Las varas con que nos habéis azotado, la prisión, las torturas, el haber arrebatado los hijos a dos madres, no mudarán nuestro corazón; no lo cambiarán en cuanto al amor a Dios y tampoco en cuanto al amor al prójimo. Tres veces, siete veces, cien veces, daríamos la vida por nuestro Dios y por vosotros; la ofreceríamos para que llegarais a amarle. Por eso rezamos por vosotros mientras el Cielo ya se abre sobre nuestras cabezas: Padre nuestro que estás en los cielos…”. Los seis santos mártires rezan de rodillas.
Se abre una puerta baja e irrumpen las fieras; creo que son toros o búfalos salvajes por lo impetuoso de su carrera, que les hace asemejar a bólidos. Embisten el grupo inerme como si fuera una catapulta adornada por puntiagudos cuernos. Levantan los cuerpos con sus cuernos, los arrojan por el aire como si fueran harapos, vuelven a estrellarlos contra el suelo, los pisotean. Como ebrios por la luz y el clamor, huyen y luego vuelven a embestir.
Con una cornada, un toro alza a Perpetua como si fuera una pajuela y la arroja a muchos metros de distancia. Pero, a pesar de estar herida, se levanta y su primer gesto es el de ajustarse las ropas, desgarradas a la altura del seno. Sosteniendo la túnica con la mano derecha, se arrastra hacia Felicitas, que está tendida cara al cielo, con
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el cuerpo desgarrado, y la cubre, la sostiene, haciendo escudo a la herida con su cuerpo. Las fieras vuelven a herir hasta que los seis agonizantes quedan tendidos en la arena. Entonces los bestiarios hacen volver a las fieras a sus cubiles y los gladiadores rematan la obra.
Pero el que le toca a Perpetua no sabe matar; no se comprende si es por piedad o inexperiencia. La hiere, pero no en el punto justo. Con un hilo de voz y una sonrisa dulcísima, Perpetua le dice: “Ven aquí, hermano, a que te ayude”. Luego apoya la punta de la espada contra la carótida derecha, dice: “¡Jesús, me encomiendo a Ti! Empuja, hermano, yo te bendigo” y vuelve la cabeza hacia la espada para ayudar al inexperto y turbado gladiador.
Dice Jesús:
«Éste es el martirio de mi mártir Perpetua, de su amiga Felicitas y de sus compañeros. Sólo era rea de ser cristiana, aunque aún era catecúmena. Mas, ¡cuán intrépido era su amor por Mí! Al martirio de la carne unió el del corazón, y así también Felicitas. Si sabían amar a sus verdugos,
¿cómo habrán sabido amar a sus propios hijos?
Eran jóvenes y felices con el amor del esposo y de los padres, en el amor de su criatura. Mas hay que amar a Dios por sobre todas las cosas. Y ellas le aman así. Se desgarran las entrañas al separarse de su pequeñuelo, mas la Fe no muere. Ellas creen, creen firmemente, en la otra vida.
Saben que sólo la logrará quien fue fiel y vivió según la Ley de Dios.
El amor es ley en la ley, ya sea el amor a Dios o el amor al prójimo. ¿Qué amor puede ser más grande que el de dar la vida por quienes se ama, así como la dio el Salvador por la humanidad que amaba? Ellas ofrecen su vida porque me aman y para llevar a otros a amarme y a poseer, de este modo, la Vida eterna. Ellas quieren que alcancen la Vida de mi Reino los hijos, los padres, los esposos, los hermanos, y todos aquellos a quienes aman – por amor vinculado a la sangre o por amor vinculado al espíritu – y, entre ellos, también los verdugos, pues Yo he dicho: “Amad a quienes os persiguen” 3. Y para guiarles a mi Reino, trazan con su sangre un signo que va de la
Tierra al Cielo, un signo que resplandece, un signo que llama.
¿Qué es sufrir? ¿Qué es morir? Es sólo un instante fugaz. En cambio, la vida eterna no acaba.
Ese instante de dolor no es nada respec-
3 Mateo 5, 43-44; Lucas 6 ,27.
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to al futuro de gozo que las espera. ¿Qué son las fieras? ¿Qué son las espadas? ¡Son algo bendito, porque dan la Vida!
La única preocupación que las inquieta – pues el que es santo debe serlo en todo – es la de conservar la pudicia. En el momento del martirio, no se cuidan de la herida sino de las ropas desordenadas pues, aunque no son vírgenes, no por eso dejan de ser púdicas. El verdadero cristianismo lleva siempre a la virginidad del espíritu. Por eso esta sublime pureza se mantiene aun donde el matrimonio y la prole han quitado ese sello que hace ángeles a los vírgenes.
El cuerpo humano lavado por el Bautismo es un templo del Espíritu Santo. Por lo tanto, no debe ser violado con modas inverecundas, con inverecundos usos. Sobre todo de la mujer que no respeta a sí misma, no puede descender sino una prole viciosa y una sociedad corrupta; de ella se aparta Dios y en ella Satanás ara y siembra sus tormentos, que os llevan a la desesperación».
2 de marzo Dice Jesús:
«Mis mártires poseyeron la Sabiduría. También la poseyeron mis confesores. Y, además, la poseen todos los que me aman y hacen de ese amor la razón de su vida.
Esto no es evidente a los ojos del mundo. Por el contrario, el ser justo parece debilidad, parece algo que ya no se usa, como si, a través de los siglos, hubiera mudado la relación entre Dios y los fieles.
No es así. Si he atenuado el rigor de la ley mosaica y os he dado recursos de incalculable potencia para ayudaros a practicar la Ley y alcanzar la Perfección, no ha mudado la obligación de respeto y obediencia que debéis observar hacia el Señor Dios vuestro. Si Él se hizo Bueno hasta el punto de donarse a Sí mismo para haceros buenos, vosotros debéis serlo aún más y, por eso, no debéis decir: “Que se encargue Él de salvarnos; por nuestra parte, gocemos”. Ésta no es sabiduría; ésta es necedad y blasfemia. Ésta es la sabiduría del mundo, es decir, un saber reprobable, no es la Sabiduría divina.
Mis mártires fueron divinamente sabios. No se dijeron a sí mismos, como el impío: “Gocemos del presente porque no se repite y, con la muerte, terminan todos los placeres. Y, para gozar, hagamos de la prepotencia un derecho; usurpemos a los débiles y a los buenos lo
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que no es lícito usurpar y con el fruto de estas extorsiones llenemos la bolsa para llenar más tarde el vientre y saciar la concupiscencia de la carne y de la mente”. No se dijeron, como el impío: “Ser justos es un sacrificio, ser justos agota. La vista del justo es un reproche para nosotros. Por lo tanto, quitémosle de en medio porque su justicia nos recuerda a Dios y nos reprocha nuestro modo bestial de vivir”.
En cambio, mis mártires invirtieron la teoría del mundo y siguieron únicamente la de Dios. Debido a eso, el mundo les puso a prueba, les ultrajó, les atormentó, les mató, con la esperanza de turbar su virtud. Pero el mundo, en su necedad, no sabía que cada golpe que les daba para disgregar su alma, era como un golpe de mazo, que a ellos les hacía penetrar en Mí y a Mí en ellos con un amor que era una fusión perfecta, hasta el punto que, aun estando en la cárcel o en el circo, ya estaban en el Cielo y me veían tal como, tras el instante de dolor y de muerte, me verían por la bienaventurada eternidad.
No estaban muertos, ni destruidos, ni torturados, ni desesperados. Así como no dan muerte los sufrimientos del parto ni son destrucción, ni tortura, ni desesperación pues, al contrario, son vida que engendra vida, son un desdoblamiento de la carne – que, de una, se convierte en dos -, son la satisfacción, la esperanza de ser madre y de recibir de la maternidad goces inefables que duran toda la vida, del mismo modo, ese dolor era para ellos esperanza, seguridad, vida, que les convertía en bienaventurados.
El mundo no podía comprender a estos locos santos, cuya locura era amar a Dios con toda la perfección de que era capaz la criatura humana, lo que significaba hacer de sí voluntarias estériles – pues las únicas bodas eran las celebradas conmigo, su Dios -, convertirse en eunucos que por un amor espiritual amputaban la propia sensualidad humana y vivían en castidad como los ángeles. El mundo no podía comprender a estos locos sublimes que, aun conociendo las dulzuras del tálamo y de la prole, sabían renunciar al uno y a la otra y volar hacia el tormento, tras haber lacerado voluntariamente su corazón al abandonar a los hijos y a los consortes, por el amor hacia Mí, su infinito amor.
Mas, de este modo, salvaron el mundo. Si, a pesar de tantos ejemplos y tantos baños de sangre purificadora, os habéis convertido en las fieras que sois hoy, ¿en qué os habríais convertido sin la santa y bendita generación de mis mártires? ¿Cuánto tiempo antes habría aumentado vuestra bestialidad? Mis mártires evitaron que os precipita-
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rais a Satanás mucho antes del momento fomentado por vuestra lujuria. Aún hoy os invitan a deteneros, a retomar el camino que sube, dejando de lado el sendero que precipita. Aún hoy os dicen palabras de salvación. Os las dicen con sus heridas, con sus reflexiones a los tiranos, con su caridad, con el cuidado de su pudicia y con su paciencia, su pureza, su fe, su constancia. Os explican que sólo una ciencia es necesaria, la ciencia que surge de la eterna Sabiduría.
Fueron aún más sabios que Salomón y prefirieron esta Sabiduría a todos los tronos y riquezas de la tierra. Y para obtenerla y conservarla, desafiaron persecuciones y tormentos; para no perderla, abrazaron la muerte. Amaron esta Sabiduría más que la salud y la belleza y quisieron que fuera su luz, porque su resplandor viene directamente de Dios, porque poseer esa luz significa anticiparle al alma la Luz beatífica del día eterno. La aprendieron con un corazón honesto; la comunicaron hasta a sus enemigos con la caridad. No temieron que se les privara de ella porque la participaban a las multitudes que no la poseían y Ella, que vivía en su interior, les recordaba que “dar es recibir” 1 y que, cuanto más distribuían las aguas celestes que la Fuente divina volcaba en ellos, tanto más esas aguas aumentaban hasta colmarles como cálices de una Misa santa, que el Sacerdote eterno
celebraba por el bien del mundo.
El rey sabio enumera las dotes de la Sabiduría, cuyo espíritu es inteligente, santo, único, múltiple, sutil… pero mis mártires poseyeron todas esas cualidades. En ellos estaba lo que Salomón llama “soplo de la virtud de Dios y emanación de la gloria del Omnipotente” 2. Por lo tanto, ellos reflejaban en sí a Dios como nadie en el mundo podía hacerlo; reflejaban a Dios en sus cualidades y a Mí, el Cristo Salvador, en mi holocausto.
¡Oh, cómo podrían ponerse en los labios de cada mártir las palabras de Salomón, que proclamaba que desde la juventud había amado y buscado la Sabiduría, que la había pretendido por esposa, que había querido que fuera su maestra y su riqueza 3! ¡Y cómo podéis pensar, sin temor a equivocaros, que en sus labios floreció esa plegaria para obtener la Sabiduría, que ya había florecido en los labios de Salomón 4 !
1 Lucas 6, 38; Hechos 20, 35.
2 Sabiduría 7, 22-30.
3 Sabiduría 8.
4 Sabiduría 9.
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Y, sobre todo, ¡oh vosotros a quienes la avidez de la carne hizo retroceder a tinieblas paganas mucho más profundas de las que recibieron la Luz llevada por mis mártires!, cómo deberíais esforzaros en haceros amantes de la Sabiduría, deseosos de Ella, y en rezar para que os sea dada como guía en las empresas singulares y colectivas, de modo que no seáis más los que sois hoy, es decir, maniacos crueles que os torturáis recíprocamente y así perdéis sea la vida y las riquezas – dos cosas que os importan -, sea la salvación del espíritu que, en cambio, me importa a Mí, que perecí para salvar vuestro espíritu.
Por la Sabiduría “se enderezaron los caminos de los habitantes de la tierra y los hombres aprendieron lo que le agrada a Dios”. Recordáoslo. Y recordad también que a Dios no le agrada ninguna otra cosa más que vuestro bien. Por eso, si le conocéis y seguís este camino que a Él le agrada, haréis vuestro bien tanto en la Tierra como en el Cielo».
5 Sabiduría 9, 18.
3 de marzo Viernes.
Dice Jesús:
«Escribe solamente esto.
Días atrás dijiste que ibas a morir sin colmar tu deseo de conocer los Lugares Santos. En realidad, tú los ves como eran cuando Yo los santificaba con mi presencia. Ahora, después de veinte siglos de profanaciones, causadas por el odio o el amor, ya no son como eran. Por eso tienes que pensar que tú los ves y quien va a Palestina no los ve. Por lo tanto, no te entristezcas.
En segundo lugar, te quejas de que los libros que hablan de Mí, hoy te parecen insulsos mientras antes los amabas tanto. También esto es una consecuencia de tu condición actual. ¿Cómo quieres que te parezcan perfectas las obras humanas, cuando conoces la verdad de las que hice Yo? Es lo mismo que pasa con las traducciones, aun con las buenas: mutilan siempre la fuerza de la frase original. Las descripciones humanas, ya sean de lugares o de hechos o de sentimientos, son “traducciones” y, por eso, son obras incompletas, inexactas; si no lo son en las palabras o en los hechos, lo son en los sen-
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timientos, especialmente ahora que el racionalismo lo ha empobrecido todo. Es por eso que para aquél a quien Yo llevo a ver y a conocer, cualquier otra descripción es fría y le deja insatisfecho y disgustado.
En tercer lugar, hoy es viernes. Quiero que revivas “mi” sufrimiento. Hoy quiero esto de ti.
Quiero que lo revivas en la mente y en la carne.
Basta. Ahora sufre en paz y en el amor. Te bendigo».
4 de marzo
9 de la mañana. Jesús me dice:
«Hoy hay que trabajar mucho para recuperar el tiempo, que no ha sido tiempo perdido, pero que ha sido empleado de otra manera, según mi voluntad 1.
Ya sabes desde la primera hora de este día, es decir, desde la una de la madrugada, en qué hecho tendré fija tu mente, porque el primero y único punto que se ha iluminado en ella te ha demostrado dónde posarás los ojos del espíritu. Y ese desconocido nombre femenino, que resuena dentro de ti como si fuera una campana que repica y no se placa hasta que recibe respuesta, te ha dicho que conocerás también eso. Mas entre mi virgen y el Maestro, debes elegir al Maestro y anteponer mi episodio a aquél.
Te haré conocer a muchas criaturas celestes. Todas imparten su lección, que es útil para vosotros, que os habéis hecho conocedores de todo, lectores de todo, pero no de la ciencia para conquistar el Cielo.
Escribe».
Escribo, o mejor, describo.
Esta noche, entre sufrimientos enloquecedores le preguntaba a Jesús cómo había logrado soportar ese terrible dolor en su cabeza. Se lo preguntaba porque a mí me causaba un tormento tal que tenía que apretar los dientes para no gritar al mínimo rumor o movimiento del lecho; me parecía tener un corazón – que latía velozmente, estremecido por el dolor – por cada diente, por la lengua, los labios, la nariz,
1 Esta voluntad está expresada en el tercer punto del dictado que antecede. 204
las orejas, los ojos. Me parecía tener en medio de la frente una maraña de clavos que me penetraban en el cráneo; una faja de fuego y de dolor, que apretaba como una mordaza, subía desde la nuca y se difundía. Me parecía que en el parietal derecho, cada tanto un objeto pesado me daba golpes que me clavaban dicha faja en la cabeza cada vez más y me aturdía completamente. Mientras padecía e interrogaba a Jesús y en mi tormento le contemplaba desde el Huerto al Calvario, de pronto, después de la tercera caída, se produjo una pausa de alivio físico y espiritual, pues se me apareció sano, hermoso, sonriente sobre las aguas encrespadas del Mar de Galilea.
Luego volvió el tormento hasta que, hacia las dos, cesó la contemplación de la Pasión del Señor, se calmó un poco el tremendo dolor de cabeza (no crea que disminuyó mucho, ¿eh?) y resonó dentro de mí un nombre: Santa Fenícula.
¿Quién es? Una desconocida. ¿Existió realmente? ¿¡Quién sabe!? Nunca se ha oído hablar de ella. Trataba de dormir. ¡Ni por asomo! Seguía resonando ese nombre: Santa Fenícula, Santa Fenícula, Santa Fenícula.
Me he dicho: no hay caso, no podré dormir si antes no logro saber quién es. Y, gracias a que el dolor había disminuido (tras haberme abatido e inmovilizado desde las 15 hasta pasada la medianoche con espasmos tan fuertes que ni siquiera podía abrir los ojos, como puede atestiguar Paola 2) y ahora lograba moverme, cogí el índice de los santos y encontré, junto a S. Petronila virgen, S. Felícula virgen. En realidad, oí Fenícula, pero probablemente entendí mal.
Contemporáneamente con este hallazgo, vi a una joven desnuda atada a una columna de modo atroz. Luego no vi nada más.
Y ahora con obediencia escribo sin postergaciones lo que el Maestro me hace ver, aunque la cabeza me da vueltas como si fuera una perinola.
El martirio de Santa Fenícula.
Veo a dos mujeres, jóvenes, que están rezando una plegaria muy vehemente, que seguramente debe penetrar en el cielo. Una de ellas es más madura; tendrá casi treinta años, mientras la otra debe de haber pasado los veinte desde hace poco. Parece que ambas gozan de
2 Se trata de Paola Belfanti. Véase la nota 4 en el texto del 2 de enero
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perfecta salud. Cuando terminan de rezar se levantan y preparan un pequeño altar sobre el que disponen flores y linos preciosos.
Entra un hombre, vestido como un antiguo romano, al que las dos jóvenes saludan con gran veneración. De la bolsa que guarda en su pecho, extrae todo lo necesario para celebrar Misa. Luego viste los hábitos sacerdotales e inicia el Sacrificio.
No comprendo muy bien el Evangelio pero me parece que es el de Marcos: “Y le presentaron unos niños… el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él” 3. Las dos jóvenes, arrodilladas junto al altar, rezan cada vez con más fervor.
El Sacerdote consagra la Sagrada Forma y luego se vuelve para dar la Comunión a las dos fieles; comienza por la mayor, cuyo rostro refleja un seráfico ardor. Luego le da la Comunión a la otra. Tras haber recibido la Sagrada Forma, ambas quedan postradas en el suelo, sumidas en una profunda plegaria y, al parecer, permanecen así por pura devoción.
La celebración del rito es igual que la de Pablo en el Tullianum 4, solo que el celebrante habla más bajo porque aquí se trata de dos fieles únicamente y éste es el motivo por el que entiendo menos las palabras del Evangelio. Pero cuando el Sacerdote se vuelve para bendecir y baja del altar, que está colocado sobre una tarima de madera, sólo una de las jóvenes se mueve; la otra permanece postrada. Su compañera la llama, la sacude. También el Sacerdote se inclina hacia ella. La levantan. La palidez de la muerte ya asoma en su rostro, los ojos están como apagados bajo los párpados, la boca respira con dificultad. Mas, ¡cuánta beatitud está reflejada en ese rostro!
La depositan en una especie de largo asiento, colocado junto a una ventana que da al patio, donde canta una fuente. Tratan de auxiliarla. Pero ella, reuniendo las últimas fuerzas, alza una mano, señala el cielo y dice solamente dos palabras: “Gracia… Jesús”, y luego expira serenamente.
Todo esto no me aclara qué tiene que ver el hecho con la joven atada a la columna que he visto esta noche y que, aunque era mucho más pálida y delgada, y se la veía despeinada y torturada, me parece que se asemeja mucho a la superviviente que ahora llora junto a la muerta. Y me quedo así, en esta incertidumbre, por algunas horas.
3 Marcos 10, 15; Lucas 18, 17.
4 Se refiere a la visión del 29 de febrero. 206
Sólo ahora que ya es de noche, vuelvo a encontrar a la joven que antes lloraba y que ahora está erguida junto a la fuente del austero patio, donde se han cultivado únicamente pequeños cuadros de azucenas y rosales, completamente en flor, que trepan por sus muros.
La doncella habla con un joven romano: “Es inútil que insistas, Flaco. Agradezco tu respeto y el recuerdo que conservas de mi amiga muerta. Pero no puedo consolar tu corazón. Si Petronila ha muerto, es señal de que no debía ser tu esposa. Y tampoco yo puedo serlo. Hay tantas jóvenes de Roma que estarían dichosas de llegar a ser las amas de tu casa. Yo, no; no puedo serlo. Y no por ti,
sino porque he decidido no contraer nupcias”.
“¿También tú eres víctima del necio frenesí de tantos secuaces de un puñado de hebreos?”. “He decidido no contraer nupcias, y no creo estar loca”.
“¿Y si yo te quisiera?”.
“Si es verdad que me amas y respetas, no creo que quieras forzar mi libertad de ciudadana romana; creo que me dejarás seguir mi deseo y que retribuirás la buena amistad que siento por ti”.
“¡Ah, no! Ya se me ha escapado una. Tú no me escaparás”.
“Ella ha muerto, Flaco. La muerte es una fuerza superior a nosotros, no es una fuga que decidimos para huir de nuestro destino. Ella no se ha matado. Ha muerto…”.
“Ha muerto por culpa de vuestros sortilegios. Sé que sois cristianas y tendría que haberos denunciado al Tribunal de Roma. Pero he preferido pensar en vosotras como en esposas mías. Ahora te lo pido por última vez: ¿quieres ser la esposa del noble Flaco? Te juro que es mejor para ti entrar como ama en mi casa y abandonar el culto demoniaco de tu pobre dios, en lugar de conocer el rigor de Roma, que no permite que sus dioses sean insultados. Sé mi esposa y serás feliz. De lo contrario…”.
“No puedo ser tu esposa. Estoy consagrada a Dios, a mi Dios. Yo, que adoro al verdadero Dios, no puedo adorar los ídolos. Haz de mí lo que quieras. De mi cuerpo puedes hacer todo lo que quieras. Pero mi alma es de Dios y no la vendo por las dichas de tu casa”.
“¿Es tu última palabra?”. “Es la última”.
“¿Sabes que mi amor puede mudarse en odio?”.
“Dios te lo perdone. Por mi parte, te amaré siempre como a un hermano y rezaré por tu bien”. 207
“Y yo haré tu mal. Te denunciaré. Te torturarán. Entonces me llamarás. Entonces comprenderás que es mejor la casa de Flaco que las necias doctrinas de que te nutres”.
“Comprenderé que el mundo necesita de estas doctrinas para no tener más a otros Flacos. Y haré tu bien rezando por ti desde el Reino de mi Dios”.
“¡Maldita cristiana! ¡Irás a la cárcel! ¡Morirás de hambre! ¡Que te sacie tu Cristo, si puede!”. Me parece que la prisión está bastante cerca de la casa de la virgen porque el camino es breve,
y que el noble Flaco es, ni más ni menos, un sabueso del Cuestor de Roma, porque cuando la visión cambia de aspecto y me lleva a la sala que ya he visto, en la que está la joven atada a la columna, veo que es un tribunal como aquél en que fue juzgada Inés 5. Hay muy pocas diferencias; también aquí hay un feo individuo que juzga y condena, al que Flaco hace de ayudante e instigador.
Han sacado a Fenícula de la prisión en que se encontraba y ahora la llevan al centro de la sala.
Se la ve agotada, sin fuerzas, pero aún conserva tanta dignidad. Debido a su debilidad y también a que ya se ha acostumbrado a la oscuridad de la prisión, la luz la deslumbra; pero, por mucho que lo haga, no le impide estar erguida y sonreír.
Se oyen las consabidas preguntas y las consabidas ofertas y luego las consabidas respuestas : “Soy cristiana. No hago sacrificios a ningún otro dios que no sea mi Señor Jesucristo”.
La condenan a la columna.
Ante el pueblo, le desgarran las vestiduras y la atan de manos y pies, completamente desnuda, detrás de una de las columnas del Tribunal. Pero, para hacerlo, le dislocan la cadera y los brazos.
Debe de ser una tortura atroz. Y no se detiene allí: retuercen las sogas en las muñecas y los tobillos, la golpean con varas y flagelos en el pecho y en el vientre desnudo, le atormentan las carnes con tenazas, practican otros suplicios atroces que no me detengo a describir aquí.
Cada tanto le preguntan si quiere dedicar sacrificios a los dioses. Fenícula responde con voz cada vez más débil: “No, hago sacrificios a Cristo. Los hago solamente a Él. ¿Queréis que le pierda ahora que empiezo a verle y que cada tortura me le acerca más? Cumplid vuestra obra. Que se cumpla también mi amor: ¡dulces bodas en las que Cristo
8 Se refiere a la visión del 13 de enero. 208
es el esposo y yo su esposa! ¡Que se cumpla el sueño de toda mi vida!”.
Cuando la desatan, cae al suelo como muerta. Los miembros dislocados o, quizás, fracturados, ya no la sostienen, no responden a ninguna orden de la- mente. Las pobres manos, que la soga ha ceñido fuertemente hasta formar dos brazaletes de sangre viva, penden como muertas. También los pies presentan los maléolos lacerados hasta el punto de descubrir los nervios y los tendones y, por el modo innatural con que están plegados, es evidente que los han fracturado. Pero el rostro refleja una felicidad angelical y total. Las lágrimas ruedan por las mejillas, pero los ojos ríen, absortos en una visión que los extasía.
Los carceleros, o mejor, los verdugos, le dan de puntapiés y a puntapiés la empujan hacia el estrado del Cuestor, como si fuera un saco tan inmundo que no se lo puede tocar.
“¿Aún estás viva?”.
“Sí, lo estoy por voluntad de mi Señor”.
“¿Aún insistes? ¿De verdad quieres la muerte?”.
“Quiero la Vida. ¡Oh, Jesús mío, ábreme el Cielo! ¡Ven, Amor eterno!”. “¡Arrojadla al Tíber! El agua calmará sus ardores”.
Los verdugos la levantan de mal modo. La tortura que provocan los miembros destrozados debe de ser atroz. Pero ella sonríe. La envuelven en sus vestidos; por cierto, no lo hacen por pudor sino para impedir que pueda sostenerse en el agua. ¡Es un cuidado inútil! Con los miembros en ese
estado no se puede nadar. Sólo la cabeza queda fuera de la maraña de las ropas. Su pobre cuerpo, que un verdugo se ha echado sobre los hombros, pende como si ya estuviera muerta. Pero a la luz de las antorchas, que han encendido porque ya ha caído la noche, se la ve sonreír.
Cuando llegan al Tíber, la cogen y la arrojan a las aguas oscuras desde lo alto del puente, como si fuera un animal que deben suprimir; vuelve a aflorar por dos veces y luego se hunde en las profundidades sin un grito.
Dice Jesús:
«He querido hacerte conocer a mi mártir Fenícula para impartir algunas enseñanzas a ti y a todos.
En la muerte de Petronila, que era mucho mayor que Fenícula y fue su maestra y compañera, has comprobado el poder de la plegaria y el fruto de una santa amistad.
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Petronila, hija espiritual de Pedro, había absorbido de la viva palabra de mi Apóstol, el espíritu de Fe. Petronila era el júbilo, la perla romana de Pedro. Era su primera conquista romana. Era la que, por la respetuosa y amorosa devoción al Apóstol, lo consoló de todos los dolores de su evangelización romana.
Por amor hacia Mí, Pedro había dejado su casa y a su familia. Pero El que no miente le había hecho encontrar consuelo, cuidados, dulzuras femeninas, en esta jovencita, y, según mis promesas, todo eso le había sido dado en medida exuberante, apretada, colma 6. En casa de Petronila encontraba ayuda, hospitalidad y, sobre todo, amor, tal como a Mí me había sucedido en Betania. Para bien o para mal, la mujer es igual bajo todos los cielos y en todas las épocas. Petronila fue la María 7 de Pedro, con el agregado de su pureza adolescente que el Bautismo, que recibió cuando aún la inocencia no había sido ultrajada, había elevado a perfección angélica.
Escucha, María. Petronila quería amar al Maestro con todo su ser, sin que su hermosura y el mundo pudieran turbar ese amor; por eso, había rogado a Dios que la hiciera una crucificada. Y Dios se lo concedió. La parálisis crucificó sus miembros angelicales. En la larga invalidez florecieron aún con mayor belleza, en el terreno bañado por el dolor, las virtudes y, sobre todo, el amor hacia mi Madre.
Escucha también esto, María. Cuando fue necesario, su enfermedad tuvo una pausa, para demostrar que Dios es amo del milagro. Y luego, cuando ese momento terminó, volvió a crucificarla.
María, ¿conoces acaso a alguna otra a quien su Maestro, cuando es necesario, le dice – como Pedro a Petronila -: “Levántate, escribe, sé fuerte” y que, una vez que ha cesado la necesidad del Maestro, vuelve a ser una pobre enferma en perpetua agonía?
Cuando murió el Apóstol y Petronila sanó, ésta comprendió que su vida ya no le pertenecía, que pertenecía a Cristo. No era como las que, una vez que han obtenido el milagro, lo usan para ofender a Dios; por el contrario, empleó su salud en el interés de Dios.
Vuestra vida me pertenece siempre. Yo os la doy. Tendríais que recordarlo. Os la doy como vida animal, desde el momento que os hago nacer y os mantengo vivos. Os la doy como vida espiritual con la Gracia y los Sacramentos. Tendríais que recordarlo siempre y utilizar
6 Lucas 6, 38.
7 Se refiere a María de Magdala, hermana de Lázaro y Marta de Betania. 210
bien este privilegio.Y cuando os restituyo la salud, cuando casi os hago renacer tras una enfermedad mortal, aún más tendríais que recordar que es mía esa vida vuelta a florecer cuando ya la carne olía a tumba. Y, por gratitud, tendríais que emplear dicha vida para el Bien.
Petronila supo hacerlo. No fue inútil que conociera mi Doctrina. Ella es como sal que protege de la maldad, de la corrupción; es llama que calienta e ilumina; es alimento que nutre y fortifica; es fe que da seguridad. Llega la prueba, el asedio de la tentación, la amenaza del mundo. Petronila ruega. Llama a Dios. Quiere pertenecer a Dios. ¿El mundo la pretende? Pues que Dios la defienda del mundo.
Cristo lo ha dicho: “Si tuvierais fe, aun tan pequeña como un grano de mostaza, podríais decir a este monte: ‘Quítate y ve más allá’ ” 8. Pedro se lo ha repetido muchas veces. Ella no le pide al monte que se mueva. Le pide a Dios que la quite del mundo antes de que la aplaste una prueba superior a sus fuerzas. Y Dios la escucha. La hace morir en éxtasis. La hace morir en éxtasis, María, antes de que la prueba la aplaste. Recuérdalo, mi pequeña discípula.
Fenícula era su amiga o, más que amiga, era hija o hermana, dada la escasa diferencia de edad, que era de unos diez años. No se vive junto a un santo sin convertirse en santo. Como no se vive junto al depravado sin depravarse. ¡Si el mundo recordara esta verdad! Pero, en cambio, el mundo descuida a los santos o les tortura, y sigue a los demonios y, cada vez más, se convierte en demonio.
Has visto la firmeza y la dulzura de Fenícula. ¿Qué es el hambre para el que tiene por alimento a Cristo? ¿Qué es la tortura para quien ama al Mártir del Calvario? ¿Qué es la muerte para el que sabe que la muerte abre las puertas de la Vida?
Mi mártir Fenícula es una desconocida para los cristianos de hoy. Pero, en cambio, la conocen muy bien los ángeles de Dios, que la ven risueña en el Cielo, detrás del divino Cordero. He querido que tú la conocieras para poder hablarte también de su maestra espiritual y para impulsarte al sufrimiento.
Repite con ella: “Ahora sí que, en medio de estos dolores, empiezo a ver a Jesús, mi esposo, en quien he depositado todo mi amor”, y piensa que también para ti he hecho surgir a un Nicomedes 9, para
8 Mateo 17, 20; Marcos 11, 23; Lucas 17, 6.
9 Es el nombre del presbítero que recuperó el cuerpo de la santa mártir Feliculà, cuyos datos históricos parecen corresponder a la narración sobre la mártir Fenícula, que hemos transcrito aquí. El “Nicomedes” despertado para la recuperación espiritual de la escritora es el Padre Migliorini.
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salvar de las aguas de la pasión a tu “yo” que quería para Mí y para recoger lo que merece ser conservado de ti, lo que es mío, lo que puede obrar el bien en el alma de los hermanos».
5 de marzo Dice Jesús:
«¡Oh, vosotros, los cristianos del siglo veinte, que escucháis como si fueran fábulas las narraciones de mis mártires y os decís: “¡No puede ser verdad! ¿Cómo podría serlo? ¡Al fin de cuentas, también ellos eran hombres y mujeres! Es toda una leyenda”, debéis saber que no es una leyenda, sino que es historia. Si creéis en las virtudes cívicas de los antiguos atenienses, espartanos, romanos, y sentís que vuestro espíritu se exalta por el heroísmo y la grandeza de los héroes civiles,
¿por qué no queréis creer en estas virtudes sobrenaturales y no sentís que vuestro espíritu se exalta y es impulsado a una selecta imitación al escuchar la narración de las grandezas y los heroísmos de mis héroes?
Decís que, en resumidas cuentas, eran hombres y mujeres. Lo eran, por cierto. Eran hombres y mujeres. Decís una gran verdad pero os imponéis una gran condena. Eran hombres y mujeres y vosotros sois brutos. Sois seres degradados de la semejanza con Dios, de la condición de hijos de Dios; degradados a nivel de animales guiados sólo por el instinto y emparentados con Satanás.
Eran hombres y mujeres. Habían vuelto a ser “hombres y mujeres” por medio de la Gracia, así como eran el Primero y la Primera en e1 Paraíso Terrestre.
¿Acaso no se lee en la Génesís que Dios hizo al Hombre dominador sobre todo lo que existía en la Tierra, o sea, sobre todo excepto que sobre Dios y sus angélicos ministros? ¿Acaso no se lee que hizo a la Mujer para que fuera la compañera del Hombre en el júbilo y en el dominio sobre todos los seres vivos? ¿Acaso no se lee que podían comer de todo menos del árbol de la ciencia del Bien y el Mal 1? ¿Por qué? ¿Qué significado se esconde bajo la expresión “para que domine”? ¿Y cuál se oculta en el del árbol del Bien y el Mal? ¿Os lo habéis preguntado alguna vez, vosotros, los que preguntáis tantas cosas inú-
1 Génesis 1, 26-28; 2, 15-25; 3, 1-3.
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tiles y no sabéis interrogar jamás a vuestra alma sobre las verdades celestiales?
Si estuviera viva, vuestra alma os lo diría. Os lo diría vuestra alma que, cuando vive en la Gracia, está sostenida como una flor entre las manos de vuestro ángel; vuestra alma que, cuando vive en la Gracia, es como una flor besada por el sol y regada por el rocío, porque el Espíritu Santo le da calor y la ilumina, la riega y la orna con luces celestiales.
¡Cuántas verdades os diría vuestra alma si supierais conversar con ella, si la amarais considerándola la que introduce en vosotros la semejanza con Dios, que es Espíritu, como espíritu es vuestra alma! ¡Qué espléndida amiga tendríais, si amarais vuestra alma en lugar de odiarla hasta matarla! ¡Qué grande y sublime amiga tendríais, para hablar con ella de cosas celestes, oh vosotros,
los que tenéis avidez de palabras y os arruináis recíprocamente con amistades que pueden no ser ignominiosas (aunque algunas veces lo son), pero que son casi siempre inútiles y se transforman en un vano o nocivo estruendo de palabras y más palabras, referidas totalmente a cosas terrenas!
¿No he dicho acaso: “El que me ama guardará mi Palabra y mi Padre le amará y vendremos a él y en él haremos morada” 2? El alma que vive en la Gracia posee el amor y, al poseer el amor, posee a Dios, o sea, al Padre, que la conserva; al Hijo, que la instruye; al Espíritu, que la ilumina. Por lo tanto, posee el Conocimiento, la Ciencia, la Sabiduría. Posee la Luz.
Por eso, pensad qué conversaciones sublimes podría entablar con vosotros vuestra alma. Son las conversaciones que han poblado el silencio de las prisiones, el silencio de las celdas, el silencio de las ermitas, el silencio del aposento de los enfermos santos. Son las conversaciones que han consolado a los prisioneros que esperaban el martirio; a los que vivían en el claustro buscando la Verdad; a los ermitaños, que anhelaban conocer anticipadamente a Dios; a los enfermos, que anhelaban la tolerancia – mas, ¿qué estoy diciendo? -, que anhelaban el amor de su cruz.
Si supierais interrogar a vuestra alma, ella os diría que el significado verdadero, exacto, vasto como toda la creación, de la expresión “que domine” es éste: “Para que el Hombre domine sobre todo, sobre
2 Juan 14, 23.
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sus tres estratos: el estrato inferior, el animal; el estrato central, el moral; el estrato superior, el espiritual y para que dirija los tres a un único fin: ‘Poseer a Dios’ ”. Poseer a Dios mereciéndole por obra de este férreo dominio que tiene sujetas todas las fuerzas del yo y las convierte en servidoras de este único fin: merecer la posesión de Dios.
Vuestra alma os diría también que Dios había prohibido conocer el Bien y el Mal porque el Bien se lo había prodigado gratuitamente a sus criaturas y, en cuanto al Mal, no quería que lo conocierais, porque es un fruto dulce para el paladar pero, cuando su zumo desciende y llega a la sangre, despierta en ella una fiebre que produce sequedad, una fiebre que mata por lo que, cuanto más se bebe ese zumo engañoso, más acucia la sed.
Vosotros objetaréis: “Pues, ¿por qué ha puesto allí ese árbol?”. ¡Por qué! Porque el Mal es una fuerza que nace por sí sola, como ciertas enfermedades monstruosas en el cuerpo más sano.
Lucifer era un ángel, era el más bello de todos. Era un espíritu perfecto, inferior solamente a Dios. Y, sin embargo, en su ser luminoso nació un vaho de soberbia, que él no disipó; que, por el contrario, condensó al incubarlo. Y de esta incubación, nació el Mal. El Mal ya existía antes que el hombre. Dios había arrojado fuera del Paraíso a este maldito Incubador del Mal, a este truhán que enlodaba el Paraíso. Pero, aun así, siguió siendo el eterno Incubador del Mal y, al no poder enlodar el Paraíso, enlodó la Tierra 3.
Esta simbólica planta representa tal verdad. Dios había dicho al Hombre y a la Mujer: “Conocéis todas las leyes y los misterios de la creación. Mas no pretendáis usurparme el derecho de ser el Creador del hombre. Para propagar la estirpe humana será suficiente mi Amor, que circulará en vosotros y que, sin la lujuria de los sentidos mas con el solo palpitar de la caridad, suscitará los nuevos Adanes de la estirpe. Os lo doy todo. Reservo para Mí solamente el misterio de la formación
del hombre”.
Satanás quiso quitarle al Hombre esta virginidad intelectual y embelesó y acarició con su lengua serpentina los miembros y los ojos de Eva y suscitó en ellos agudezas y repercusiones que antes no tenían, porque la Malicia no los había envenenado. Eva “vio”. Y habiendo visto, quiso probar. La carne se había despertado.
3 Isaías 14, 9-21.
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¡Oh, si hubiera llamado a Dios! Si hubiera corrido hacia Él para decirle: “¡Padre! Estoy enferma. La serpiente me ha acariciado y todo mi ser está turbado”. El Padre la habría purificado y sanado con su aliento puesto que, del mismo modo que le había infundido la vida, podía infundirle de nuevo la inocencia, quitándole el recuerdo del veneno y, aún más, originando en ella la repugnancia hacia la Serpiente, tal como sucede en quienes, tras haber padecido una enfermedad, sienten hacia ésta una instintiva repugnancia cuando vuelven a estar sanos.
Pero Eva no va al Padre. Eva vuelve a la Serpiente. La sensación que le suscitó es dulce para ella. “Como viese que el fruto del árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y de aspecto excelente, lo cogió y comió de él” 4.
Y “comprendió”. La malicia ya había descendido a morderle las vísceras. Vio con ojos nuevos, oyó con oídos nuevos, los gestos y las voces de los brutos. Y los deseó ardientemente, con insano deseo.
Comenzó sola a pecar. Y llevó a cabo totalmente el pecado con su compañero. He aquí por qué sobre la mujer pesa una condena mayor 5. Por su culpa, el hombre se rebeló a Dios y conoció la lujuria y la muerte. Por su culpa, ya no supo dominar sus tres reinos: el del espíritu, porque permitió que el espíritu desobedeciera a Dios; el moral, porque permitió que las pasiones le dominaran; el de la carne, porque la envileció sometiéndola a las leyes instintivas de los brutos.
“La Serpiente me ha seducido” dice Eva. “La mujer me ha ofrecido el fruto y lo he comido” dice Adán 6. Y desde entonces, la triple concupiscencia ciñe opresivamente los tres reinos del hombre.
Sólo la Gracia consigue aflojar el apretón de este monstruo despiadado. Y hasta llega a estrangularlo y a que no se deba temer nada más, si es una Gracia viva, vivísima, mantenida cada vez más viva por voluntad del hijo fiel. Entonces, ya no habrá temor a los tiranos interiores, o sea, los de la carne y las pasiones; ni habrá temor a los tiranos exteriores, o sea, los del mundo y de los poderosos del mundo. Entonces, no habrá temor a las persecuciones, ni tampoco a la muerte.
Así lo dice el apóstol Pablo: “No temo ninguna de estas cosas ni me importa mi vida, con tal de cumplir mi misión y el ministerio que
4 Génesis 3, 6.
5 Génesis 3, 14-19.
6 Génesis 3, 8-13.
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he recibido del Señor Jesús: dar testimonio del Evangelio de la Gracia de Dios” 7.
A mis mártires les importó cumplir su misión y el ministerio que recibieron de Mí, o sea, santificar el mundo y dar testimonio del Evangelio. No les preocupó ninguna otra cosa. Ellos habían vuelto a ser “hombres y mujeres”, no ya brutos, debido a la Gracia que vivía en ellos y que ellos tutelaban con un cuidado que no tenían por la pupila de sus ojos y por la propia vida, que consumían con risueña prontitud, porque sabían que consumían corruptibles despojos y adquirían en cambio una vida incorruptible de infinito valor. Y vivían y obraban como hombres y mujeres hijos del Padre celestial.
Como dice Pablo, ellos “no codiciaron ni oro, ni plata, ni vestidos de nadie”8; al contrario, se dejaron despojar y se despojaron voluntariamente de toda riqueza, y hasta de la vida, “para seguirme” en la Tierra y en el Cielo.
Y, como sigue diciendo el apóstol, “con sus manos proveyeron a sus necesidades y a las ajenas” 9, dieron la Vida a sí mismos y llevaron a la Vida también a los otros.
“Trabajando socorrieron a los enfermos” de esa tremenda enfermedad que es el vivir fuera de la verdadera Fe y para este fin se prodigaron con todo su ser y lo dieron todo: afectos, sangre, vida, fatigas, con el recuerdo de mis palabras, las que te dije hace tres días 10: “Dar es recibir”, “Dar es mejor que recibir”; esas palabras que hoy, cuando te he hecho abrir el Libro en el capítulo 20 de los Hechos, en el versículo 35, has leído con un estremecimiento porque te has acordado de que las habías oído hacía poco y, de prisa, has ido a buscarlas. Y cuando las has encontrado, has llorado, porque así has tenido una prueba de que quien habla soy Yo.
Sí, soy Yo. No temas. Tú ni siquiera sospechas de qué verdades te conviertes en cauce. Como la avecilla que, en la rama, canta feliz ese canto que Dios puso en su pequeña garganta desde hace miles de años, y no sabe por qué emite precisamente esas notas y no otras diferentes, y tampoco sabe que por medio de ellas dice su nombre y el nombre de su Creador, así también tú repites esa Palabra que resuena en ti y ni siquiera sabes cuán profundo es su significado.
7 Hechos 20, 24.
8 Hechos 20, 33.
9 Hechos 20, 34.
10 Se refiere al 2 de marzo. 216
Pero sigue siendo así: una niña. Amo tanto a los niños. Lo viste. Me has visto reír solamente con ellos. Para Mí eran mi alegría en cuanto Hombre. La Madre y el Discípulo eran mi alegría de Hombre-Dios y de Maestro. El Padre era mi alegría de Dios. Pero los niños eran mi jubiloso alivio en la tierra tan amarga.
Sigue siendo así: una niña. Tu Salvador, a quien tantos hombres han abofeteado, necesita refrescar sus mejillas en las mejillas infantiles. Necesita apoyar su frente en cabecitas amorosas y sin malicia.
Pequeño Juan, ven junto a tu Jesús. Y quédate siempre así, sigue siendo niña para Mí. El reino de los Cielos es de quien sabe conservar un alma de niño y acoger la Verdad con la confiada viveza de un niño.
Soy Yo, no temas. Soy Yo quien te habla y te bendice. Ve en paz, pequeño Juan. Mañana te enviaré a Juan».
6 de marzo Dice Juan:
«Soy yo. No me temas tampoco a mí. Yo soy caridad. La he predicado tanto, la he absorbido tanto y, por eso, estoy tan fundido en Ella, que soy caridad que habla.
¡Oh, pequeña hermana!, nosotros podemos decirlo: “Nuestras manos tocaron la Palabra de vida porque la Vida se manifestó y nosotros la vimos y damos testimonio” 1.
Nosotros podemos decirlo; nosotros, los que repetimos las palabras que en su bondad, que supera toda otra bondad, nos dice nuestro amor Jesucristo y nos conduce por senderos florecidos, en los que cada flor es una verdad y una bienaventuranza celestial.
Nosotros podemos decirlo; nosotros, los que estamos saturados, como una colmena fecunda, de la dulzura que fluye de los labios divinos, de esos labios santísimos que, tras haber partido el pan de la doctrina para las turbas de Galilea, de toda Palestina, supieron consagrar el Pan para convertirlo en Carne divina y partirse a Sí mismo para nutrir el espíritu del hombre. Son esos labios infinitamente inocentes que viste sangrar, contraerse, hacerse rígidos en la Pasión y en la Muerte que sufrió por nosotros 2.
1 1 Juan 1, 1-3.
2 Se refiere a las visiones del 11 y del 18 de febrero. 217
Nosotros podemos decirlo: “Éste es el mensaje que hemos recibido de Él y que os anunciamos: Dios es Luz y en Él no hay tiniebla alguna” 3. Su luz está en nosotros porque su Palabra es Luz. Vivimos en la Luz y oímos su celestial armonía.
Ven, pequeña hermana. Quiero hacerte oír la armonía de las esferas celestes, la armonía de la luz, pues el Paraíso es Luz. La luz desborda y se expande desde el Esplendor Trino e inunda de Sí todo el Paraíso. Vivimos en la Luz y de la Luz. Ella es nuestro gozo, nuestro alimento, nuestra voz.
Canta el Paraíso con palabras de luz. Es la luz, son los destellos de la luz, los que provocan
estos acordes solemnes, potentes, suaves, que encierran gorjeos de niños, suspiros de vírgenes, besos de amantes, hosannas de adultos, gloria de serafines. No son cantos como los de la pobre Tierra, en los que hasta las cosas más espirituales tienen que revestirse de formas humanas. Aquí es la armonía de destellos lo que produce el sonido. Es un arpegio de notas luminosas que sube y baja con variante centelleo, y es eterno y siempre nuevo, porque en este eterno Presente nada adquiere la pesadez de lo viejo.
Escucha esta indescriptible armonía y sé feliz. Une a ella tu estremecimiento de amor. Es lo único que puedes unirle sin profanar el Cielo. Aún eres un ser humano, hermana, y aquí la humanidad no puede entrar. Pero puede entrar el amor. El amor te precede. Precede tu espíritu.
Canta con él. Cualquier otro canto sería como el zumbido de un insecto en el gran coro celestial. El amor es ya un suspiro armónico en el dulce canto.
Que la paz de nuestro amor Jesús sea contigo».
Padre, no puedo describir la luminosidad canora que veo y oigo. Estoy embriagada por esta belleza, por esta dulzura.
Si, por acaso, una rosa inmensa, ilimitada, hecha de una luz tal que la de todos los astros y planetas es apenas como una chispa del hogar, moviera al viento del amor sus pétalos y produjera sonidos, sería algo que podría asemejar a lo que oigo y veo y que es el Paraíso sumergido en la luz dorada de la Santísima Trinidad con sus habitantes, hechos de luz adamantina.
Basta, basta. Debo callar porque la palabra humana es una blasfemia cuando intenta describir la eterna Belleza de Dios y de su Reino.
3 1 Juan 1, 5
218
7 de marzo Por la noche.
¿A quién puedo decirle lo que sufro? A ningún habitante de esta tierra, porque no se trata de un sufrimiento terreno y, por lo tanto, no lo entendería.
Es un sufrimiento que es dulzura y una dulzura que es sufrimiento. Quisiera sufrir diez, cien veces más. Por nada del mundo quisiera dejar de padecer este sufrimiento. Pero eso no significa que yo no sufra como quien está aferrado por el cuello, o ceñido con una mordaza, o abrasado en un horno o traspasado hasta el corazón.
Si se me consintiera moverme, aislarme de todo, para poder desahogar con el movimiento y con el canto mi sentimiento – pues es un dolor que atañe al sentimiento -, sentiría alivio. Pero estoy como Jesús en la cruz. No se me consiente ni movimiento ni aislamiento y tengo que apretar los labios para que mi dulce agonía no dé pábulo a los curiosos.
¡No digo por decir que tengo que apretar los labios! En verdad, tengo que hacer un gran esfuerzo para dominar el impulso de exhalar mi grito de júbilo y de dolor sobrenatural, que bulle
dentro de mí y que sube con el ímpetu de una llama o de un surtidor.
Me atraen como un imán los ojos velados de dolor de Jesús: Ecce Homo. Erguido sobre las gradas del Pretorio, está frente a mí y me mira; lleva la corona en la cabeza, tiene las manos atadas sobre el blanco indumento de los locos, con el que han querido burlarle. Y así, en cambio, le han vestido con el candor digno del Inocente.
No habla. Pero todo en Él habla y me llama y pide. ¿Qué es lo que pide? Me pide que le ame. Eso lo sé y eso es lo que le ofrezco hasta sentirme morir, como si llevara una cuchilla clavada en el pecho. Pero me pide además algo que no entiendo. Es algo que quisiera entender. Ésta es mi tortura. Quisiera darle todo lo que puede desear, a costa de morir de dolor. Pero no lo consigo.
Su Rostro dolorido me atrae y me fascina. Cuando es el Maestro o cuando es Cristo Resucitado, es hermoso y verle me causa solamente júbilo. En cambio, este rostro me causa un amor profundo, que no es inferior al amor mismo de una madre por el hijo que sufre.
Sí, comprendo. El amor de compasión 1 es la crucifixión de la cria-
1 Véase el dictado del 13 de febrero. 219
tura que sigue al Maestro hasta la tortura final. Es un amor despótico que nos impide cualquier otro pensamiento que no sea el de su dolor. Ya no pertenecemos a nosotros mismos. Vivimos para consolar su tortura y su tortura es nuestro tormento que nos mata, y no es sólo una metáfora. Y, sin embargo, cada una de las lágrimas que nos hace derramar ese dolor nos es más preciosa que una perla, y cada dolor que nos parece semejante al suyo es más anhelado y amado que un tesoro.
Padre, me he esforzado por explicarle lo que siento. Pero es inútil. De todos los éxtasis a que Dios puede conducirme, el de su sufrimiento será siempre el que ha de llevar mi alma a mi séptimo cielo. Creo que la muerte más bella es morir de amor mirando a mi Jesús doliente.
12-15 de marzo
El día 12 no hay dictado. El 13 no quise escribir. Y Ud. sabe el motivo.
El 14, aunque aún estoy malhumorada, cedo porque… porque si le dejo hablar sin fijar sus pensamientos, siento que me faltan el aire y la vida. Pero aún estoy enfadada, seguramente. Y si no fuera porque hoy es mi cumpleaños 1 y porque sus palabras son el regalo más bello para la pobre María, no cedería todavía, para ver si de este modo me hace la gracia que pido para todos.
Desde ayer por la noche Jesús va repitiendo (y ya lo decía cuando Ud. vino):
«¿No has comprendido que he permitido que conocieras la angustia de María para que sea guía y consuelo para ti en esta hora 2?.
Envolví la pasión de mi Madre en un velo, porque es algo tan santo que no puede echarse a los puercos 3. Y concedí las palabras de mi Madre en esa hora tremenda, inferior únicamente a la
mía del Getsemaní, sólo para el Padre 4, para que tuviera una guía al juzgar y ab-
1 Dado que nació el 14 de marzo de 1897, ese día la escritora cumplía 47 años. 2 Se refiere a la visión del 19 de febrero.
3 Mateo 7, 6.
4 Se refiere al Padre Migliorini, a quien se dirige a menudo. 220
solver las almas que el dolor hace delirar; sólo para ti, para que supieras en tu sufrimiento que la Madre te comprende porque sufrió y para que aprendieras cómo se reza mientras arde en el corazón una hoguera de dolor y cómo se doma el sentimiento que surge contra una voluntad de la que no se conocen los fines, postrándolo bajo la persuasión del espíritu de la bondad de Dios, o sea, bajo la persuasión que el espíritu inculca a la razón y al sentimiento, que impone como un yugo a estos dos rebeldes, para su bien. Y concedí las palabras de mi Madre sólo para otras pocas almas, queridas y benditas, de este “pequeño rebaño” mío.
¡Y no has entendido! Si no te conociera como tú misma no te conoces, tendría que ser severo contigo. En cambio, te acaricio y no te dejo ir, ¡oh, pobre ovejita mía envuelta en las espinas! Mira: te las quito una por una, las desenredo entre tus vellones, me pincho Yo para impedir que te pinchen a ti.
Aunque no quieres mirarme, estoy aquí. Y ya veremos quién gana».
Después, esta mañana, tras una noche de agonía que me muestra por la mañana con un aspecto poco diferente del de la niña de Jairo 5, Él dice:
«¿Ves que no puedes estar sin Mí? ¿Ves que no puedes estar sin tu Misa, cuyo Evangelio es cantado y comentado por tu Jesús, cuya bendición es dada por tu Jesús?
¡Oh, pobre, pobre María, que te encuentras tan mal en la tierra! Es imprescindible que te traiga a Mí. No eres apta para los choques brutales del mundo. Pero aún tengo necesidad de ti. Piensa en la Madre. Tuvo que quedarse aún por algún tiempo para servir a Jesús. ¿No quieres quedarte para servir a Jesús? ¡Vamos, vamos! Tus reproches son aún amor y fe, porque piensas que Jesús lo puede todo y que tu amor y tu fe total tienen que obrar el milagro.
También Marta y María, en Betania, me reprocharon que no hubiera apresurado el regreso, que me hubiera alejado mientras Lázaro estaba muriendo 6. Mas Yo las amé también por esto, porque en ese reproche había amor y fe: “Si Tú hubieras estado aquí, nuestro her-
5 Se refiere al episodio de la “Hemorroísa y la hija de Jairo”, escrito el 11 de marzo y omitido en el presente texto por pertenecer al ciclo del Segundo año de vida pública de la vasta obra sobre el Evangelio.
6 Juan 11, 20-32.
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mano no habría muerto”, dijeron las dos hermanas. Y en ese reproche era evidente su convicción de que Yo podía obrar el milagro, como era evidente su gran amor en esa confianza por la que osaban hacer un reproche, tan luego a Mí.
¡Que haya paz, paz, alma mía! ¡Que haya paz entre Yo y tú! Y a quienes podrían comentar de modo irreverente las palabras de la Madre 7, diles en mi Nombre que en esa hora, Ella era la Mujer. Diles que era la Mujer que reunía en sí todos los dolores de la mujer – esos dolores provocados en la mujer por culpa de la primera de ellas – y que debía expiarlos, como Yo había reunido en Mí todos los dolores del hombre para poder expiarlos.
Diles a quienes niegan que María haya podido sufrir porque es santa, que Ella lo sufrió todo, como ninguna de sus hermanas de sexo ha sufrido; que lo sufrió todo, excepto los dolores del parto (porque en Ella no estaba la culpa y la maldición de Eva) y los de la agonía física, por la misma razón 8. Dio a luz al Hijo de sus entrañas inmaculadas y entregó a Dios su espíritu sin mancha, tal como el Creador había decretado que lo hicieran todos los hijos de Adán, si la culpa no les hubiera injertado en el Dolor.
Diles que Yo, por ser el principal Expiador, tuve que sufrir inmensamente también el dolor de la muerte, ¡y de aquella Muerte!, aun siendo el Santo de los santos.
Diles a quienes niegan que en las horas expiatorias de la Pasión María haya podido sufrir en su alma, en su mente y en su carne, que si Yo puedo hacer participar de mis sufrimientos y marcar con mis llagas a un siervo o a una sierva míos – que son criaturas que me aman, aunque su amor es algo relativo – ¿cómo podría no haber asociado a estos sufrimientos y hacer partícipe de ellos a mi Madre, a María la Santa, a María que es la Caridad, a María que es inferior únicamente a Dios, a La que me amaba a la perfección, ya como Madre – porque, por lo inmaculado de su ser, era perfecto su sentimiento – ya como creyente, porque en su santidad me amó como nadie? De este modo, el sufrimiento del Hijo de Dios era aumentado por el valor del sufrimiento de la Llena de Gracia.
¡Oh, hombres!, Ella era Madre. Me había llevado en sí, me había engendrado, dado a luz, criado. No estaba hecha de estopa; estaba
7 Por lo que se refiere a la angustia de la Madre, como en la nota 2. 8 Génesis 3.
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dotada de nervios y de un corazón. Era carne y no sólo espíritu. Era carne pura, mas era carne aún. Si Yo lloré, si Yo sudé sangre, ¿acaso Ella no habrá llorado, y llorado sangre?
¡Oh, hombres!, Yo era su Hijo. Yo no era el fantasma de un hombre. Yo era Carne, era su Carne. Y en esa Carne, sobre esa Carne, Ella, por su perfecta presciencia, veía abatirse los flagelos, penetrar las espinas, descender los azotes, golpear las piedras y penetrar los clavos y, por su santidad, los recibía en sí.
¡Oh, hombres!, reflexionad. ¿Decís que creéis en la Comunión de los Santos, que es la unión de
las plegarias y los sufrimientos a los méritos infinitos de Cristo, en favor de las necesidades de los espíritus, y no podéis admitir que la primera que participó en ella fue María, mi Santa y la vuestra?
¡Oh, pequeño Juan que estás enfurruñado!, di esto a los hombres que tienen una fe y unas ideas falseadas por un racionalismo que ni advierten y que, como la grama, ha invadido solapadamente hasta los espíritus que con más sincero deseo anhelan vivir en la verdad. Mas recuerda que Juan no ponía cara larga nunca, ni siquiera cuando Yo le reprendía o le desatendía y los demás rivalizaban con él.
Ve en paz. Te bendigo aunque hoy eres tan obstinada como una cabrita. ¡Sé buena! ¡Sé buena! Piensa que te he amado tanto que he hecho de ti mi portavoz. Ve en paz. Te bendigo una vez más».
16 de marzo
Hebreos 5, 7.8.12.14; 6, 1.4.6.8.
Dice Jesús:
«Quiero que tú y muchos otros consideréis una virtud de la que os ha derivado un gran bien, el bien más grande, así como de su contrario os ha venido tanto mal, el mal mayor. Ya te he hablado de ello, mas tu sufrimiento no te ha hecho recordar las palabras. Te las repito porque me urge que las conozcáis.
Dado que os amaba infinitamente, Yo quise ser vuestro Redentor. Mas no lo fui únicamente por la Sabiduría, ni por la Potencia ni por la Caridad. Éstas son tres características, tres dotes divinas, y las tres obraron en la Redención del género humano, pues os instruyeron, os conmovieron con milagros, os redimieron con el Sacrificio.
Mas Yo era el Hombre. Y, por serlo, debía poseer esa virtud cuya 223
pérdida había perdido al hombre, y redimiros con ella. El hombre se había perdido por haber desobedecido al deseo de Dios. Yo; el Hombre, he debido salvaros obedeciendo al deseo de Dios.
Dice Pablo que Yo, “tras haber ofrecido, en los días de mi vida mortal, plegarias y súplicas con fuertes gritos y con lágrimas para salvar al hombre de la muerte espiritual, fui escuchado por mi reverencia”. Y agrega que, habiendo alcanzado la perfección porque había aprendido (o sea, porque había cumplido por obediencia), me convertí en la causa de salvación eterna para todos los que me obedecen.
Por lo tanto, Pablo dice – con palabras que el Espíritu hace verdaderas – que Yo, el Hijo de Dios hecho Hombre, alcancé la perfección por medio de la obediencia y pude ser Redentor gracias a ella. Yo, el Hijo de Dios, alcancé la perfección con la obediencia. Yo redimí con la obediencia.
Si meditáis profundamente acerca de esta verdad, tenéis que sentir lo que siente el que está prono sobre una elevada ensenada marina y, desde allí, mira fijamente la profundidad y la inmensidad del mar y le parece hundirse en ese abismo líquido del que no conoce ni la profundidad ni los confines.
¡Es la obediencia! Es ese mar ilimitado y abismal en el que me sumergí antes que vosotros para volver a la Luz a los que habían naufragado en la culpa. Es el mar en el que tendrían que sumergirse los verdaderos hijos de Dios para ser redentores de sí mismos y de sus hermanos. Es el mar que no tiene solamente grandes profundidades y grandes olas, sino también playas bajas y pequeñas olas que parecen bromear con la arena de la orilla, esas olitas que tanto les gustan a los niños que juegan con ellas.
La obediencia no está hecha solamente de horas excelsas en las que obedecer significa morir como hice Yo, en las que obedecer significa arrancarse del lado de una Madre como hice Yo, en las que obedecer significa renunciar a la propia morada como hice Yo, al dejar el Cielo por vosotros.
La obediencia está hecha también de cosas minúsculas de cada hora, que van cumpliéndose sin refunfuños a medida que se presentan.
¿Qué es el viento? ¿Es siempre un torbellino que inclina la cima de los árboles seculares y la dobla, la quiebra, la echa al suelo? No, no es sólo eso. También es viento cuando, con mayor levedad que una caricia materna, peina las hierbas del prado y el trigo en el que bro-
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tan los retoños y los hace ondular apenas, como si la cima de sus verdes tallos se estremeciera de alegría al ser rozados por la brisa ligera. Las pequeñas cosas son la brisa ligera de la obediencia.
¡Son pequeñas, mas cuánto bien hacen!
Ahora es primavera. ¡Qué dulce sería esta estación, si la sangre no la manchara 1! Las plantas, que saben amar y obedecer al Creador, están poniéndose su nuevo atavío hecho de esmeraldas y se engalanan con flores como una novia. Los prados parecen un encaje, un terciopelo bordado de flores y los bosques muestran su felpa perfumada bajo una bóveda de cimas verdes y sonoras. Mas, si no existieran los tenues vientos de abril y también las alocadas ráfagas de marzo, ¡cuántas flores quedarían sin fecundar y cuántos prados sin agua! Por lo tanto, las flores y las hierbas habrían nacido para morir sin un objeto. El viento empuja las nubes y, de este modo, riega flores e hierbas; el viento hace que las flores se besen – lleva a las plantas lejanas el beso de otras, igualmente lejanas
– y en su alegre carrera de ramo en ramo, de árbol en árbol, de huerto en huerto, fecunda y hace que esas flores se conviertan en fruto.
También la menuda obediencia a todas las cosas que Dios os presenta a través de los acontecimientos del día, hace lo que el viento con las plantas y las hierbas de los prados y huertos. De vosotros, que sois flores, hace frutos, frutos de vida eterna.
¡Bienaventurados los que, atrapados en el torbellino del Amor y de su amor, cumplen el sacrificio total de sí mismos; los pequeños redentores que me perpetúan y que llegan a la obediencia suprema al beber mi mismo cáliz de dolor! Mas, bienaventurados también los que, aun sin tener el coraje de decirle al torbellino del Amor: “Te amo; heme aquí, tómame”, saben doblarse al viento leve del Amor, del Amor que sabe graduar las fuerzas del hombre, su hijo, y dar a cada uno esa presión determinada que es capaz de soportar.
¡Oh, hijos!, os parece que la prueba es muchas veces superior a vuestra fuerza. Y nunca como ahora os parece que es así. Pero eso os sucede porque os empecináis, porque sois soberbios y desconfiados. Queréis obrar por vosotros mismos y no os abandonáis a Mí. No soy un verdugo. Soy El que os ama. Soy un Padre bueno. Y si no puedo anular la Justicia, al menos aumento, para compensar, la Misericordia. Y la aumento tanto más, cuanto más crece la necesidad de Justi-
1 Se refiere a la segunda guerra mundial, que por entonces no habia terminado. 225
cia debido a la marea de delitos, de blasfemias, de desobediencias a la Ley, que cubre la Tierra.
Naufragáis en esa marea. Naufragáis los inocentes, los casi inocentes, los culpables, los grandes culpables. Mas, si para estos últimos la profundidad del naufragio estará en las profundidades de Satanás (y esto ya en vida porque, aunque fingen vivir en paz, están destruidos por una conciencia que les acosa y no les deja en paz), para las otras dos categorías esa profundidad estará en mi Misericordia, está en ella para los que son casi inocentes y está en mi Corazón para los inocentes. Mas, como Misericordia y Corazón ya son Cielo, para éstos, tras los consuelos que no les niego en la Tierra – como tú sabes -, ya está preparado el Cielo.
También le dije otra cosa a tu espíritu, y tu espíritu no pudo hacérsela escribir a tu carne agotada; te la repito ahora.
En toda esta enseñanza mía, no hay lección o visión que os haya dado sin seguir un diseño educativo mío, que no comprendéis o que comprendéis con atraso y de modo parcial. Si meditarais con la lucidez de la intuición, veríais que las lecciones que os doy por medio de los dictados o las contemplaciones del portavoz, están relacionadas siempre con hechos que están a punto de producirse. Lo hago para daros una ayuda sobrenatural. Suponiendo que el mundo no se degrade total y bestialmente, estas páginas harán mucho bien a las almas también en el futuro, porque contienen enseñanzas de Ciencia eterna; mas, para vosotros que vivís en esta hora fatal, son también una guía y un consuelo en las horas que estáis viviendo.
También vosotros, como los primeros cristianos de Pablo, “os habéis hecho algo débiles en entender… y aún tenéis necesidad, de nuevo, de que os enseñen los primeros rudimentos de la palabra de Dios, y estáis obligados a alimentaros con leche y no con un alimento sólido”. Os habéis vuelto niños, pero no lo sois por la inocencia y la ingenuidad, no lo sois por la fe segura, sino por vuestra incapacidad de caminar en la fe y de comprender sus verdades.
¡Habéis retrocedido tanto! Las palabras de la Justicia son sólo un sonido que resuena en vuestro oído y, a veces, ni siquiera lo percibís. No es para vosotros alimento de Vida. No puede serlo, porque no lo asimiláis. Por vuestra culpable indiferencia, por vuestra culpable simpatía hacia la culpa, vuestro espíritu está atacado de infantilismo y ya no posee ese zumo que lo hace capaz de convertir en propia nutrición el alimento robusto de los adultos en la fe. O no tenéis reli-
226
gión o tenéis una religión que consiste en una coreografía de formalidades y sentimentalismo.
Mas, ¿sabéis qué quiere decir: “Religión”? Quiere decir seguir a Dios y su Ley; no es sólo cantar bellos himnos, hacer bellas procesiones o bellas funciones religiosas, concurrir a prédicas elegantes, ser el miembro A o B de una determinada asociación. Todas éstas son cosas que estimulan vuestro sentimiento, y nada más. Religión quiere decir hacer del hombre-animal el hombre semidios. A través de la religión es necesario anular la animalidad en sus muy variadas formas, que van de la carne al pensamiento. ¡Abajo la gula, abajo la lujuria! ¡Fuera la avaricia!
¡Abajo la apatía! ¡Que se mate a la mentira y a la soberbia! Sed castos, caritativos, humildes, honestos; en fin, sed como Dios quiere y como Yo os he enseñado a ser. Entonces seréis adultos en
la religión, en la fe; seréis hombres verdaderamente formados, que “tenéis aleccionadas vuestras facultades al discernimiento del bien y el mal por la práctica”.
Por este motivo, dejo de lado las enseñanzas elementales y vengo a instruiros sobre lo más perfecto, porque quiero llevaros a ese nivel. Seréis pocos: se tratará sólo de los que tienen sed de Justicia, sed de Verdad, sed de Saber. Mas a éstos, mis bienaventurados, les doy un pan que les ayuda a gustar cada vez mejor el otro Pan, que soy Yo-Eucaristía. También en mi vida pública hice preceder el pan de la Palabra al pan del Sacramento 2, pues Aquél siempre debe preparar para Éste. La Iglesia docente existe para eso, para perpetuar mi ministerio de Maestro y haceros capaces de extraer del Sacramento el máximo poder vital.
Mas ¡ay de quienes, tras haber sido iluminados, prefieren volver a las tinieblas! ¡Ay de los que, tras haber saboreado el alimento celestial, prefieren los bocados de Satanás! ¡Ay de los que, luego que el Espíritu Santo les dio la conciencia de la Verdad, volvieron a ser brutos, deshonrándose a sí mismos! No es posible que, tras haber precipitado, vuelvan por penitencia. Pues, si es verdad que Yo concedo abundantemente mi perdón a la debilidad del hombre, soy inexorable con quien quiere permanecer en el Mal, tras haber elegido el Mal, espontáneamente, como propio rey.
Y vosotros, a quienes hago gustar la dulzura de la palabra de Dios, que se difunde nuevamente para hacer frente a la excesiva mu-
2 Lucas 24, 27-31.
227
dez sacerdotal, a la excesiva ceniza tibia, cuando tendría que ser fuego vivo; que se difunde para neutralizar en mis noveles discípulos el veneno de Satanás, que circula por la Tierra; vosotros, por quienes levanto los velos que ocultan los secretos de mi jornada humana y los misterios del futuro siglo; vosotros, sed dignos de tal don. Convertíos en espigas lozanas y no en árida paja, lista para el fuego. Seréis espigas para el trigo eterno. Renaceréis en el Cielo.
¡Oh, la alegría de estar fuera del mundo, la alegría de estar donde está Dios! Cuando exhalé mi espíritu y pude volver a ver al Padre, experimenté una beatitud como no la había experimentado nunca por la eternidad. Y aún perdura porque ahora sé qué quiere decir estar separado del Cielo, estar separado de Dios. Sufrí en Mí todas las experiencias para poder defenderos ante el Altísimo.
Mas en verdad os digo que mi misma bienaventuranza será la vuestra cuando estéis aquí, fuera del exilio, conmigo, junto al Padre, en la Patria del Amor.
¡Oh, hijos!, estaréis en la Patria del Amor, allí donde no hay más odio ni delitos, donde no hay más llanto ni terror».
Jesús me dice que escriba también esas palabras sobre la función de ciertas almas en el mundo. Lo hago aunque, por estar tan débil y atormentada, me da vueltas la cabeza como una perinola.
«¿Has comprendido ahora el por qué de los conventos de clausura, su razón de ser?
No todos tienen tiempo de rezar, visto que están tan empeñados en la vida activa. Es verdad que la actividad honesta es ya plegaria y, por eso, los que rezan mientras trabajan están justificados.
Mas son muchas las necesidades del hombre y son muchos los hombres que no rezan en absoluto. Los que viven en el claustro rezan por todos los que no quieren o no pueden rezar, de modo que cada día aporte ese número de homenajes que requiere la Divinidad (pensad que en el Cielo no existen pausas para el Gloria a Dios). Le rezan a Dios para honrarle, le rezan para aplacarle, le rezan para impetrarle. Son los brazos que están alzados sobre los que combaten, y piden por todos.
Tú, en tu casa, eres la pequeña enclaustrada que reza por todos. Mas tu caridad debe ser vasta como el mundo. Más aún: debe ser vasta como toda la Creación, debe invadir también el Cielo. O mejor: debe comenzar por él.
Rezar para elevar alabanzas y ofrecer reparaciones a Dios, que es insultado por tantos seres. 228
Rezar por quien no reza. Rezar por la Iglesia.
Rezar por el Sacerdocio que, si no vuelve a ostentar el esplendor de un mártir como Lorenzo, os hará cada vez más propensos a la idolatría.
Rezar por la sociedad humana, para que venga a Dios si quiere salvarse. Rezar por la Patria, para que goce de paz y bien.
Rezar por quien sufre, por quien tiene hambre, por quien no tiene un techo. Rezar por quien duda y se siente aferrar por la desesperación.
Rezar, rezar, rezar.
Por último, rezar por ti.
No tengáis temor. Si vosotros que rezáis por todos no rezáis por vosotros, rezo Yo por vosotros al Padre. Quedaos tranquilos.
Las almas que oran en el mundo, las que saben convertir su enfermedad no en un ocio forzado sino en una actividad santa, son las pequeñas clausuras que Yo desparramo en el mundo como flores para ayudar a las grandes clausuras y para aplacar al Padre y llevar alivio a la humanidad con esta suma de incansables plegarias».
Y ahora, Padre, le diré que estoy conmovida por la bondad de Dios, de la cual ha derivado la suya. Jesús se lo ha inspirado. Yo deseaba tanto entrar en la Orden Tercera de la Dolorosa. Si no hubiera sido desde niña muy devota de S. Francisco de Asís y no hubiera sufrido muchas experiencias dolorosas con sacerdotes pertenecientes a los Siervos de María, me habría dirigido a la Orden de la Dolorosa o a la del Carmen cuando, en 1926, decidí entrar en una Orden Tercera.
Porque quería ser de María aun cuando… era una cabrita, como dice Jesús 3. Como la conocía poco, la amaba mal, pero instintivamente yo iba hacia Ella. Ahora, desde que la he visto sufrir, la amo como amo a su Hijo: “con todas mis fuerzas” 4 y, por eso, se había agudizado mi deseo de pertenecer a la Dolorosa. No lo decía, pero llevaba clavada en la garganta la espina del deseo.
Doy gracias a Jesús y a su Madre porque se lo han dicho a Ud. y le agradezco a Ud. por
haberlo comprendido. Es inútil. Ya desde el año
3 Lo dice así en los dictados del 4 y del 24 de junio en “Los cuadernos. 1943” y en el último párrafo del dictado del 15 de marzo de 1944.
4 Como dice al final del dictado del 8 de diciembre en “Los cuadernos. 1943”. 229
pasado he dicho que la Virgen Dolorosa ha obrado siempre de modo prepotente para conmigo. Ha querido que fuera guiada por un hijo suyo 5; ha querido para su altar la labor que yo había hecho para otros altares6; ahora quiere que yo muera con su atavío7.
Pues bien: esperemos que quiera de su Hijo lo que le pido para todos (la paz) y lo que le pido para mí: la salvación de mi pobre alma. Y, de este modo, también Ud. tendrá a su Fernanda Lorenzoni 8.
Y ahora basta; de lo contrario, me desmayo.
5 Se trata del P Romualdo M. Migliorini. Véase la nota 1 en el texto del 1° de enero. 6 Se trataba de un bordado realizado por la escritora para un mantel de altar.
7 Se refiere al atavío de terciaria de la Orden de los Siervos de María.
8 Se trata de Fernanda Paola Lorenzoni, terciaria de la Dolorosa (1906-1930).
18 de marzo
Mateo 23, 19.
Ayer, viernes, hubo sólo silencio. Hubo sólo dolor recibido como don y ofrecido como don. Hoy Jesús dice esto:
«Una de las desviaciones de vuestro pensamiento de católicos, de cristianos en general, consiste en esto: vosotros confundís la ofrenda con el altar. Vosotros creéis que la ofrenda es más grande que el altar. Y esto les sucede también a los que entre vosotros son buenos hijos del Señor. Os hablo de esto para corregiros.
Amo mucho vuestras ofrendas de plegarias y de sacrificios y sólo cuando estéis en el Paraíso, veréis cómo las usé y cuánto bien hice con ellas.
Me ofrecéis vuestras pobres cosas siempre impregnadas de vuestra condición humana, siempre manchadas de imperfecciones. Nada tenéis, algo más bello, que ofrecerme. Aun el mejor de
los hombres, mientras sea hombre, estará sujeto siempre a ser imperfecto. Cuando estéis aquí, conmigo, ya no seréis tales.
A mis ojos vuestras acciones son imperfectas siempre. Mas Yo noto vuestro esfuerzo y el afecto, la rectitud, con que las ofrecéis. Y no las desdeño. Al contrario, las acojo con amor y las santifico, las purifico con mi contacto y, una vez que las he hecho santas y puras, las uso para el bien del mundo y para vuestro bien.
230
¡Oh! Yo soy un banquero honesto y bueno. No dejo estancados vuestros ahorros. No los uso para Mí o para otros, privándoos de los provechos. Por el contrario, los atesoro para vosotros y, aun gastando vuestras monedas para las necesidades del mundo, acumulo con amor el fruto de las mismas para que lo encontréis en la hora de la muerte y sea vuestra dote para entrar en mi Reino.
Pues bien, vosotros me dais vuestras pobres cosas siempre imperfectas pero muy amadas por Mí. Me las dais a Mí, porque todas las obras buenas que hacéis al prójimo y para el prójimo vuestro, me las hacéis a Mí. Así lo he dicho 1. Y dar al prójimo significa tanto dar el pan, el agua, la hospitalidad, el vestido, el consuelo, la enseñanza, el ejemplo, como dar por él la vida, ofreciéndomela por la salvación de uno o de muchos y por el triunfo del bien, de mi bien, en el mundo.
Mas, me deis lo que me deis, pensad siempre que no es por ello que obtenéis lo que pedís. Lo obtenéis por vuestro Dios. Yo soy quien os hace la gracia; Yo, que soy el altar, porque el altar representa el trono de Dios. Yo soy quien santifica la ofrenda; no es la ofrenda la que me santifica. Yo soy quien quiere y puede; no sois vosotros los que queréis y podéis.
Por eso, cuando decís en el Pater: “Fiat voluntas tua”, tenéis que pensar que también en vuestras peticiones debéis aceptar mi voluntad de escucharos y de concederos lo que pedís. Y no tenéis que decir: “Visto que he dado, debo recibir”. Habéis dado y la fe que tenéis en Mí, esta confianza en Mí, que son tan grandes que os parece imposible que Yo no intervenga para satisfaceros, es para Mí más dulce que una caricia filial. Mas, si por un motivo que no podéis entender, Yo no concedo, tenéis que darme un beso, forma de amor más profunda que la caricia, en lugar de ésta; tenéis que darme el beso de vuestra inmediata, risueña, humilde, santa obediencia y resignación a mi voluntad.
El altar es mucho más que la ofrenda que está sobre él y lo que habla es el altar. Por lo tanto, no confundáis la cosa con Aquello a lo que se da la cosa.
No quiero llamaros fariseos, porque en esta leve culpa incurrís justo vosotros, los que sois más generosos, los más deseosos de amarme con corazón honesto. En el obrar de los fariseos hay multiformes errores; en vuestra conducta hacia Dios, está solamente éste. Mas,
1 Mateo 25, 31-46.
231
puesto que os he dicho: “Sed perfectos” 2, quitaos del corazón también este error.
Una vez que hayáis depositado en el altar vuestro don, una vez que me hayáis dado a Mí,
vuestro Dios, vuestras ofrendas, dejad que el altar las eleve, dejad que Dios las consagre. Acordaos de cuando Yo hacía descender el fuego divino sobre las pobres ofrendas para que se consumieran en un sacrificio de grato aroma 3. Ningún sacerdote, ningún fuego es más que Yo, que tomo vuestro don y lo consagro y lo consumo y lo uso para lo que me parece útil, aun cuando a vosotros no os lo parece; ningún don es más bello que el que se da no sólo como forma, sino también con el pensamiento; ninguno es más bello que el don que se da y que, una vez que se ha dado, no es recordado con altanería a El que lo ha recibido. Me basta mi inteligencia para acordarme de vosotros. Me basta vuestra sonrisa, vuestro llamado: “¡Jesús!”, vuestro decirme: “¡Padre!”, me basta eso, para tener presente vuestra ofrenda, como si vuestro ángel la elevara a la altura de mi mirada.
¡Coraje, hijos míos!, el mundo es feroz. Pero eso pasa y no vuelve. Yo permanezco con mi bondad y, conmigo, permanece mi mundo paradisiaco, donde se os espera para que olvidéis, en el gozo eterno, todos los horrores de la Tierra».
2 Mateo 5, 48.
3 1 Reyes 18, 36-39.
19 de marzo
Juan 21, 19. Dice Jesús:
«He aquí otra breve enseñanza para los que casi han llegado a la meta, pero tienen necesidad de cumplir los últimos esfuerzos para alcanzar victoriosamente la conclusión de la prueba.
He dicho: “Sed perfectos” 1. La perfección comienza a partir de las cosas más gravosas y se cumple con las más ligeras. Comienza dominando la carne, comienza enmendando el pensamiento de esas ideas que no constituyen pecado, pero que encierran la tara de una injusticia mental que no le agrada a Dios; una tara que despierta la piedad
1 Mateo 5, 48, como ya se ha aclarado en el dictado precedente. 232
de Dios, que es misericordioso, pero que no le agrada. Entonces, ¿por qué queréis venir a Mí no con las ropas envilecidas por las manchas pero, de todos modos, con un ropaje que no es fresco e intacto como el de la azucena, que se quita el polvo con el rocío matutino?
Yo soy vuestro rocío y me derramo para quitaros aun los más leves ofuscamientos de vuestra índole humana y de error, y para engalanaros con mi Gracia para convertiros en las joyas del trono del Padre. Os di mi Amor y mi Sangre. Os di mi Palabra y mi Cuerpo. Mas quiero daros aún más que la Palabra. Quiero daros mi Pensamiento.
¿Qué es el pensamiento? Es el alma de la palabra. Cuando dos seres se aman, no se contentan
con decirse las palabras necesarias, sino que se comunican también los pensamientos íntimos. ¡Oh, qué júbilo poder confiar a quien nos ama lo que, como una chispa, una música, un latido, bulle en nuestra mente, este fervor que nos diferencia de los brutos, cuyos impulsos mentales se limitan a las necesidades rudimentales de la vida!
El hombre piensa y su pensamiento engendra obras de arte, de talento, de belleza. El hombre piensa y su pensamiento es como un íntimo amigo, que colma con su compañía aun la soledad del ermitaño. El pensamiento del hombre, por su índole espiritual, se mueve libremente por todo el universo. Se sume en la memoria de las edades lejanas; se sumerge en la previsión de los tiempos futuros; estudia, contempla y medita las admirables obras de Dios en la Creación; reflexiona sobre los misterios humanos, pues cada hombre es un misterio encerrado en un ropaje mortal; un misterio que es luminoso o sombrío, según sea su ánimo santo o satánico; un misterio que sólo Dios conoce, porque Él nada ignora. Y el pensamiento del hombre, de la contemplación de las cosas y los hombres, asciende a la contemplación de Dios. Como águila veloz que se lanza cual saeta del valle a las cimas y de éstas asciende aún más para volar libremente en el cielo, para subir hacia el sol, para buscar las estrellas, así el pensamiento humano puede subir, volar libremente, sumergirse en la pureza radiosa de Dios, tras haber meditado sobre la capacidad humana; ascender a la inmensidad divina tras haber reflexionado sobre la relatividad humana; meditar sobre la eternidad divina tras haber contemplado la labilidad humana; ascender a la Perfección tras haber observado, exento de la soberbia que enceguece, la humana imperfección.
Pues bien, ¡cuán dulce es comunicar a quien se ama este pensa- 233
miento nuestro! ¡Cuán dulce es ofrecer a los seres más queridos las luces de este pensamiento como si fueran gemas! Es el amor del amor, o sea, el amor más puro, el elegido por sobre los demás.
Quiero daros mi Pensamiento. Quiero haceros comprender el Pensamiento oculto en la Palabra. Es como si os cogiera y os introdujera en mi Mente y os hiciera conocer los tesoros que ella encierra, para haceros cada vez más semejantes a Mí y, por lo tanto, más gratos al Padre mío y vuestro.
En el Evangelio de Juan, que es el perfecto poseedor del Pensamiento del Verbo de Dios hecho Carne, del pensamiento de su Jesús, su Maestro y Amigo, está escrita esta frase: “Entonces dijo esto para denotar con qué muerte rendiría gloria a Dios” 2.
Dice: “con qué muerte rendiría gloria a Dios”. ¡Oh, hijos! Todas las muertes denotan la gloria rendida a Dios, si se las acepta y se las padece con santidad. Que esté lejos de vosotros la santa envidia de ésta o aquella muerte. Que esté lejos el juicio humano sobre el valor de ésta o aquella muerte. La muerte es el cumplimiento de una voluntad de Dios. Aunque la ejecute un hombre feroz, que se erige en árbitro del destino ajeno y que, por su adhesión a Satanás, se convierte en instrumento del mismo para atormentar a sus semejantes y asesinarles, aunque sea maldecido por Mí, la muerte siempre significa la extrema obediencia a Dios, que ordenó la muerte del hombre debido a su pecado 3.
Conocéis tantas indulgencias y existen almas pequeñas (pequeñas no en cuanto a lo menudas, sino en cuanto a lo mezquinas) que practican una religión estrecha, fajada por las formalidades como una momia en las tinieblas del hipogeo y que, por eso, hacen la suma diaria de los días de indulgencia que obtienen con ésta y aquella plegaria. Es verdad que las indulgencias existen para que las gocéis en la vida futura. Mas, iluminaos, poned alas a vuestra alma y a vuestra religión, que
son cosas celestes. No hagáis de ellas esclavas encerradas en una oscura prisión. ¡Dadles luz y más luz, alas y más alas! ¡Elevaos! ¡Amad! Rezad para amar, sed buenos para amar, vivid para amar.
Las dos mayores indulgencias son plenarias y vienen de Dios, de Mí, que soy el Pontífice eterno. Una es la del Amor, que cubre la to-
2 Juan 12, 33.
3 Génesis 3, 17-19.
234
talidad de los pecados, los destruye en su fuego. El que ama con todas sus fuerzas consume de instante en instante sus humanas imperfecciones; el que ama no comete sino imperfecciones. La segunda indulgencia plenaria concedida por Dios, es la de una muerte resignada, una muerte deseosa de cumplir la extrema obediencia a Dios, cualquiera que sea el tipo de muerte.
La muerte siempre es un calvario, grande o pequeño, pero siempre es un calvario. Además, la muerte siempre es “grande”, aunque aparentemente nada la haga aparecer así, porque Dios la adecúa a las fuerzas de cada uno (de cada uno de mis hijos, no de los hijos de Satanás), a las fuerzas que Dios aumenta en la medida de la muerte a la que está destinada su criatura. Y también es grande porque, si se cumple santamente, asume la grandeza de lo que es santo. Por lo tanto, toda muerte santa es gloria que se rinde a Dios.
¡Qué bello es ver la rosa que se abre, erguida sobre su tallo! Hela ahí: está encerrada como un rubí en su engarce de esmeralda, pero separa las láminas de dicho engarce y, como los labios que se ensanchan en la sonrisa, abre los pétalos purpúreos. Con su sonrisa de seda responde al beso del sol. Se abre. Es una aureola de terciopelo vivo en torno al oro de los pistilos. Con su color y su perfume, canta la gloria de El que la creó y luego, de noche, se inclina cansada y muere exhalando un perfume aún más penetrante, que es su extrema alabanza al Señor.
¡Qué bello es oír en los bosques, al caer la tarde, el coro de las avecillas que, antes de ir a descansar, cantan con todos los trinos de su garganta, una oración de loas al Señor, que los ha nutrido! Parece que el coro se atenúa, pero siempre hay una de ellas, la más enamorada, que lanza un nuevo gorjeo e incita a las demás a seguirla, porque el sol aún no se ha puesto y la luz es algo tan bello que hay que saludarla para que las ame y vuelva por la mañana; porque el buen Dios permite que aún se vea un grano caído en la tierra, un mosquito extraviado, un mechón de lana que llevar a los pequeñuelos o que dar a su diminuto buche que el buen Señor sacia. Y el coro prosigue hasta que la luz muere y entonces, las avecillas, con gratitud, se recogen sobre la rama como diminutos ovillos de tibieza y dejan oír aún, bajo el plumaje, un pío pío que dice: “¡Gracias, oh Creador!”.
La muerte del justo es como la de la rosa, es como el sueño del pajarillo: es dulce, bella, grata al Señor. Ya sea en la arena de un circo o en la oscuridad de la prisión, entre los afectos familiares o en la sole-
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dad de quien no tiene a nadie, rápida o prolongada en medio de tormentos, la muerte es siempre, siempre, siempre, gloria rendida a Dios.
Aceptadla en paz. Deseadla en paz. Cumplidla en paz. Que mi paz esté en vosotros también en esta prueba, en este deseo, en esta consumación. Que desde ahora y para este paso extremo, mi paz eterna esté ya en vosotros.
Pensad que para Mí no es diferente la muerte cruenta de Ágata de la de Liduina, ni la muerte de Teresa Martín de la de Domingo de Guzmán, ni la de Tomás Moro de la de Contardo Ferrini 4.
Ya he dicho que el que cumple la voluntad de mi Padre es bienaventurado. He dicho que es bienaventurado y que es mi hermano, mi hermana y mi madre 5. Esto he dicho, porque Yo rendí gloria a mi Padre haciendo su voluntad en la vida y en la muerte. Imitad, pues, a vuestro Maestro y Yo os llamaré: “Hermanos míos, hermanas mías”».
4 Se trata de: S. Ágata, que vivió en el tercer siglo y murió martirizada; S. Liduina (1380- 1433), que murió por enfermedad; S. Teresa del Niño Jesús (1873-1897), que murió de consunción en la clausura; S. Domingo (1175 – 1221), fundador de los frailes predicadores, que murió agotado por las fatigas de sus viajes; S. Tomás Moro (1118-1170), que murió asesinado, y del beato Contardo Ferrini (1859-1902), que murió de tifus.
5 Mateo 12, 46-50; Marcos 3, 31-35; Lucas 8, 19-21.
22 de marzo Dice Jesús:
«El dictado de ayer 1 induce al sucesivo.
Las familias en las que no domina Dios sino la sensualidad y el interés y, por lo tanto, las derivaciones de Satanás, no son familias; ellas son el origen de graves desgracias que, desde el interior de la célula familiar, se irradian y arruinan los grupos nacionales y, a partir de éstos, también la paz mundial. Sucede así porque están creadas sobre una base de sensualidad e interés y, por lo tanto, no se elevan hacia lo que es santo; por el contrario, como hierbas malsanas nacidas en el barro, se arrastran siempre por el suelo.
Dice el ángel a Tobías: “Te mostraré quiénes son ésos sobre los
1 Se trata del que comenta el episodio de la “Primera lección de trabajo a Jesús”, que se encuentra en la vasta obra sobre el Evangelio.
236
cuales tiene poder el demonio” 2.
¡Oh, en verdad hay cónyuges que desde la primera hora de su unión están bajo el poder demoniaco! Es más, lo están ya antes de ser cónyuges. Lo están desde que toman la decisión de buscar un compañero o una compañera, pero no lo hacen con un recto fin, sino con solapados
cálculos en los que imperan de modo soberano el egoísmo y la sensualidad.
Nada hay más sano y más santo que dos seres que se aman honestamente y se unen para perpetuar la raza humana y ofrendar almas al Cielo.
La dignidad del hombre y la mujer que se convierten en padres es la segunda dignidad, después de la de Dios. Ni siquiera la dignidad real es semejante a ella, porque aun el más sabio de los reyes no hace más que gobernar a sus súbditos. En cambio, los padres atraen sobre sí la mirada de Dios y raptan a esa mirada una nueva alma, que encierran en la envoltura de la carne nacida de ellos. Casi diría que en ese momento tienen a Dios como súbdito, porque Dios crea inmediatamente una nueva alma para el honrado amor de ambos, que se une para dar a la Tierra y al Cielo un nuevo ciudadano.
¡Oh, si pensaran en el poder que tienen y al que Dios asiente inmediatamente! Los ángeles no tienen tanto poder. Pero los ángeles, a igual que Dios, están dispuestos a adherir de inmediato al acto de los esposos fecundos y a convertirse en custodios de la nueva criatura. Mas, como dice Rafael, son muchos los que abrazan el estado conyugal de modo tal que arrojan a Dios de sí y de su propia mente y se abandonan a la libido. Sobre éstos el demonio ejerce su poder 3.
¿Qué diferencia hay entre el lecho del pecado y el lecho de dos cónyuges que no rechazan el placer pero rechazan la prole? No hagamos acrobacias de palabras y de razonamientos embusteros. La diferencia es muy poca pues, si por enfermedades o imperfecciones es aconsejable o se concede el no tener hijos, en estos casos es necesario saber ser continentes y vedarse esas satisfacciones estériles, que no son más que la satisfacción de los sentidos. En cambio, si nada se opone a la procreación, ¿por qué transformáis una ley natural y sobrenatural en un acto inmoral, que falsea su finalidad?
Cuando cualquier reflexión honesta os aconseja no aumentar la
2 Tobías 6, 16 (vulgata).
3 Tobías 6, 16-22 (vulgata).
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prole, sabed vivir como esposos castos y no como simias lujuriosas. ¿Cómo pretendéis que el ángel de Dios vele sobre vuestra casa, cuando la convertís en una cueva de pecado? ¿Cómo queréis que Dios os proteja, si le obligáis a apartar con disgusto la mirada de vuestro nido mancillado?
¡Oh, qué míseras son las familias que se forman sin una preparación a lo sobrenatural, las familias de las que se ha desterrado a priori toda búsqueda de la Verdad y donde, aún peor, se burla la palabra de la Verdad que enseña qué es y por qué existe el Matrimonio! ¡Qué míseras son las familias que se forman sin elevar ningún pensamiento hacia las alturas, que se forman estimuladas únicamente por el aguijón de un apetito sexual y de una consideración financiera! ¡Cuántos cónyuges aceptan la inevitable costumbre de la ceremonia religiosa! He dicho costumbre y lo repito, porque para la mayor parte no es más que una costumbre y no una aspiración del alma a tener a Dios consigo en ese momento. Mas, después de la ceremonia, ¡no piensan más en Dios y hacen del Sacramento un festín y del festín un desahogo de bestialidad! Pero, según mi pensamiento, el Sacramento no termina con la ceremonia religiosa; al contrario, comienza con ella y dura tanto como la vida de los cónyuges, así como el acto de profesar no dura cuanto la ceremonia
religiosa sino tanto como la vida del religioso o la religiosa.
El ángel le enseña a Tobías que, si antepone al acto la plegaria, el acto será un acto santo, bendito, fecundo de júbilos verdaderos y de prole 4.
Esto es lo que habría que hacer: ir al matrimonio impulsados por el deseo de tener prole, pues ésa es la finalidad de la unión humana, además de tener presente a Dios en toda hora. Cualquier otra finalidad es una culpa deshonrosa para el hombre en cuanto ser con uso de razón, y ofensiva para el espíritu, que es templo de Dios y huye indignado. Dios no es un carcelero opresivo. Dios es un Padre bueno, que se alegra con la honrada alegría de los hijos y que responde a los santos abrazos de los mismos con bendiciones celestiales y con la aprobación evidenciada en la creación de un alma nueva.
Mas, ¿quién comprenderá esta página? La leeréis sin advertir su sabor santo, como si hubiera empleado el idioma de un planeta desconocido. Os parecerá un tema trillado y es, en cambio, doctrina ce-
4 Tobías 6, 16-22; 8, 4-10 y 15-17 (vulgata).
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lestial. Os mofaréis de ella vosotros, los sabios del momento. Y no sabéis que Satanás se ríe de vuestra estupidez, pues ha logrado convertir en condena lo que Dios había creado para vuestro bien, o sea, el matrimonio como unión humana y como Sacramento. Y esto ha sido mérito de vuestra incontinencia, de vuestra bestialidad.
Os repito las palabras de Tobías a su mujer, para que las recordéis y las tengáis como ejemplo, si aún podéis hacerlo porque sobrevive en vosotros un resto de dignidad humana. Las palabras son éstas: “Nosotros somos hijos de santos y no podemos unirnos como los gentiles, que no conocen a Dios” 5.
Que estas palabras sean vuestra norma pues, aunque habéis nacido allí donde la santidad ya había muerto, el Bautismo hizo siempre de vosotros hijos de Dios, que es el Santo de los santos y, por eso, podéis decir siempre que sois hijos de santos, del Santo, y podéis comportaros de acuerdo con ello. Entonces, tendréis “una descendencia en la que se bendecirá el nombre del Señor” y se vivirá en su Ley.
Y cuando los hijos viven en la Ley divina, se benefician los padres, porque dicha Ley enseña virtud, respeto, amor, y los primeros que se benefician, después de Dios, son los afortunados progenitores, los cónyuges santos, que han sabido hacer de su unión un rito perpetuo y no un vergonzoso vicio».
5 Tobías 4, 12.
23 de marzo
Contemplo la siguiente visión, de la que tuve una señal en la aparición de Lázaro de la que le hablé personalmente.
Un hombre se acerca al grupo de los apóstoles, reunido en una casa sumamente pobre de un lugar que ni siquiera puede llamarse poblado, dado lo insignificante que es. Ya se le concede mucho llamándolo caserío. Es un puñado de chozas miserables (que parecen estar hechas justo de barro y cañas) de un solo piso, levantadas en un terreno llano, que no presenta ningún aspecto agradable; están diseminadas a lo largo de un senderillo polvoriento que termina en un susurrante cañaveral, como se ven cerca del curso de los ríos. Las cañas no son como las nuestras; son, más o menos, como las que se ven junto a los arrozales, no sé el nombre exacto de estas hierbas que pre-
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sentan un tallo largo y cilíndrico, hojas lanceoladas y una baya de un dedo de largo, que debe de ser la flor o el fruto de esta planta lacustre.
El hombre le habla a Pedro y éste se encamina hacia un segundo ambiente, seguido por dicho hombre. Entra en el cuarto, donde está Jesús sentado en el borde de un camastro, que es el único mueble de esa pieza pequeña y baja.
El hombre saluda y Jesús le responde sonriendo. Comprendo que conoce a ese hombre, porque le pregunta: “¿Qué nuevas me traes?”.
“Mis amas me mandan decirte que vayas enseguida a su casa porque Lázaro está muy enfermo y el médico dice que morirá. Marta y María te suplican. Ven, porque solamente Tú puedes sanarle”.
“Diles que estén tranquilas. No es una enfermedad que lleva a la muerte; es gloria de Dios, para que su potencia sea glorificada en su Hijo”.
“Pero está muy grave, Maestro. En su carne va avanzando la gangrena y él ya no se alimenta.
He reventado el caballo para llegar más rápido aquí”. “No importa. Es como Yo lo digo”.
“¿Pero vendrás?”.
“Iré. Diles que iré y que tengan fe”.
El hombre saluda y se va. Pedro le acompaña y Jesús se queda solo.
La primera parte de la visión llega hasta aquí. La segunda parte es ésta.
Estamos aún en la miserable choza de antes. Anochece. Ya se encienden en el cielo las primeras estrellas y, al final del sendero, las cañas ondulan en la brisa nocturna haciendo entrechocar sus extraños frutos, que suenan como pequeñas castañuelas, y sacudiendo las cintas de sus hojas, que crujen como seda.
Los apóstoles despiden a las últimas personas que aún se obstinan en permanecer allí para seguir escuchando a Jesús, y les cierran la puerta en la cara. En el interior, una lámpara de aceite ilumina las paredes oscuras, en las que se reflejan las sombras movedizas de los apóstoles, que están preparando una frugal cena.
Jesús está sentado junto a una rústica mesa; apoya el codo en la mesa y la frente en la mano.
Piensa. Y, en su pensamiento, se abstrae de las palabras y los gestos de los demás.
Pedro quita el polvo de la mesa con un puñado de hojas que es- 240
parcen un olor ligeramente acre, y apoya un pan, una vasija llena de agua, un vaso para Jesús – que enseguida se vierte de beber, como si le ardiera la garganta tras haber hablado por todo el día a la muchedumbre – y un vaso para todos. Luego Andrés deposita en el centro de la mesa algunos peces asados y unos panes. Juan coge la lámpara, que estaba cerca de la lumbre, y la coloca también en el centro de la mesa.
Mientras todos se acercan a la mesa, Jesús se levanta. Todos rezan de pie. En verdad, Jesús reza por todos, sosteniendo el pan con las manos alzadas al cielo, mientras los demás siguen mentalmente la plegaria. Luego se sientan como pueden, porque el moblaje es muy escaso, y Jesús reparte el pan y los peces.
Comen y hablan de los hechos del día, y Juan ríe de buena gana cuando recuerda la indignación de Pedro por la pretensión de aquel hombre que quería que Jesús fuera a su casa para curar sus ovejas enfermas. Jesús sonríe y calla.
Hacia el final de la comida, Jesús parece tomar una decisión y, para anunciarla, separa las manos que había apoyado en la mesa y, abriendo los brazos (como para decir: “Dominus vobiscum” 1), dice: “Y, sin embargo, tenemos que irnos”.
“¿Adónde, Maestro?” pregunta Pedro. “¿A casa del de las ovejas?”. Se entiende que no soporta el asunto de las ovejas.
“No, Simón. A casa de Lázaro. Volvemos a Judea”. “Maestro, recuerda que los judíos te odian” dice Pedro. “Hace poco querían lapidarte”, le recuerda Santiago. “Pero Maestro, es una imprudencia”, exclama Mateo. “¿No te importa de nosotros?”, pregunta Judas Iscariote.
“¡Oh, Maestro, protege tu vida! ¿Qué sería de mí, que sería de todos nosotros, si no te tuviéramos más?”. Juan es el último que habla claramente. Los otros siete cuchichean entre ellos y no ocultan su desaprobación.
“Paz, paz”, responde Jesús. “¿No tiene, acaso, el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza porque no ve. Yo sé lo que hago porque la Luz está en Mí. Dejaos guiar por El que ve. Y, además, tenéis que saber que hasta que no llegue la hora de las tinieblas, no po-
1 “Dominus vobiscum” significa: “El Señor sea con vosotros” y es el saludo que el sacerdote dirige a los fieles durante la celebración de la Santa Misa, que en la época de la escritora se decía en
latín.
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drá ocurrir nada tenebroso. Y cuando llegue esa hora, nada podrá salvarme de los judíos, ninguna distancia, ninguna fuerza, ni siquiera el ejército de César. Pues lo que está escrito debe suceder y las fuerzas del mal ya obran en la oscuridad para cumplir su cometido. Por lo tanto, dejadme obrar y hacer el bien mientras tengo la posibilidad de hacerlo. Ya llegará la hora en que no podré mover ni un dedo, ni decir una palabra para obrar el milagro. En el mundo estará ausente mi fuerza. Será una tremenda hora de castigo para el hombre. No lo será para Mí, lo será para el hombre, que no ha querido amarme. Será una hora que se repetirá por voluntad del hombre, pues rechazará la Divinidad hasta convertirse en un ser sin Dios, un secuaz de Satanás y de su hijo maldito. Será una hora que vendrá cuando esté próximo el fin del mundo. La falta de fe imperante entonces, hará nulo mi poder de obrar milagros, no porque Yo pueda perder dicho poder, sino porque no puede ser concedido el milagro donde no hay fe ni voluntad de obtenerlo; donde el milagro sería objeto de burla, instrumento del mal; donde se usaría el bien recibido para causar un mal mayor. Por ahora, aún puedo seguir obrando milagros y hacerlos para dar gloria a Dios. Por lo tanto, vayamos a casa de nuestro amigo Lázaro, que está durmiendo. Vayamos a despertarle de ese sueño para que esté descansado y listo para servir a su Maestro” .
“Pero si duerme es provechoso. Así completará su cura. El sueño es reparador. ¿Por qué hemos de despertarle?”.
“Lázaro ha muerto. He esperado a que muriera para ir a su casa. No lo he hecho por él ni por sus hermanas; lo he hecho por vosotros, para que creáis, para que crezcáis en la fe. Vayamos a casa de Lázaro”.
“Está bien. Vayamos, pues. Moriremos todos como ha muerto él y como quieres morir Tú”. “¡Oh, Tomás, Tomás, y todos vosotros, que en vuestro interior criticáis y refunfuñáis, debéis
saber que el que quiere seguirme debe tener por su vida el mismo cuidado que tiene la avecilla por la nube que pasa. O sea, debe dejarla pasar, según la lleva el viento. El viento es la voluntad de Dios, que puede daros o quitaros la vida a su gusto y vosotros no debéis lamentaros, como no se lamenta el ave por la nube que pasa, y sigue cantando igualmente, pues está segura que, después, volverá el buen tiempo, porque la nube es un accidente y el cielo es la realidad. Y aunque parece que las nubes lo hacen gris, el cielo siempre es azul, más
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allá de las nubes. También sucede así con la Vida verdadera: aunque la vida humana decaiga, la Vida verdadera existe y permanece. El que quiere seguirme, no debe padecer ansiedad en la vida ni temor por la vida. Os mostraré cómo se conquista el Cielo. Mas, ¿cómo podréis imitarme, si tenéis miedo de ir conmigo a Judea, justo vosotros, a quienes no se les hará ningún mal ahora? ¿Tenéis reparos en haceros ver conmigo? Sois libres dé abandonarme. Mas, si queréis quedaros, debéis aprender a desafiar el mundo, con sus críticas, sus insidias, sus burlas, sus tormentos, para conquistar mi Reino. Vayamos”.
Así termina la segunda parte de la visión. He aquí la tercera.
Por un bello y amplio jardín que, a los lados, se transforma en huerto – aunque ahora está privado de hojas y de frutas porque aún debe de ser invierno – se entra en la morada de Lázaro. Por los senderos del jardín hay mucha gente que va y viene. Son judíos pudientes y sus cabalgaduras
están atadas en la entrada de la finca, que está rodeada por un muro y adornada con una pesada cancela de hierro, labrada como si fuera un enrejado árabe.
Al ver entrar a Jesús, algunos judíos se introducen en la vasta y bella casa que surge en medio del jardín y vuelven con una mujer álta y morena, con un perfil más bien acentuado, pero no por eso feo. Parece tener unos cuarenta años. Echa a correr hacia Jesús y le dice inclinándose y rompiendo a llorar copiosamente: “Maestro, que la paz sea contigo. Aunque para tu sierva ya no existe la paz.
Lázaro ha muerto. Si hubieras estado aquí, no habría muerto. ¿Por qué no has venido antes, Maestro? ¡Lázaro, nuestro hermano, te llamó tanto! Y ahora, ya lo ves: yo estoy desolada y María llora y no encuentra consuelo y él ya no está aquí. Sabes cuánto le amábamos. Lo esperábamos todo de Ti. Pero aún ahora sigo esperando porque sé que, pidas lo que pidas al Padre, te lo concederá”.
“Tu hermano resurgirá”.
“Ya lo sé, Maestro. Resurgirá el último día”.
“Yo soy la Resurrección y la Vida. Todo el que cree en Mí, aun muerto, vivirá. Y el que cree y vive en Mí, no morirá eternamente. ¿Lo crees de verdad?”. Jesús pronuncia estas palabras con plena majestad y bondad. Tiene la mano apoyada en el hombro de Marta que, a pesar de ser alta, es mucho más baja que Él y alza levemente su rostro afligido para mirarle.
“Sí, Señor, lo creo. Creo que Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo, venido al mundo. Creo que puedes todo lo que quieres. Lo creo. Aho-
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ra voy a advertir a María”.
Jesús espera en el jardín. Se acerca a una hermosa fuente, cuyo surtidor riega el cuadro que la circunda y canta al caer en la taza donde los peces, al deslizarse velozmente, producen reflejos de oro y plata. Jesús no se preocupa de los judíos; para Él es como si no existieran, ni siquiera les mira. Cuando ha entrado, tampoco ha dicho, como siempre: “Que la paz sea en esta casa”.
Acude María y se echa a sus pies, los besa mientras solloza impetuosamente. La han seguido Marta y muchos judíos, que ahora acompañan su dolor.
También María, como Marta, se lamenta: “¡Oh, Señor! ¿Por qué no has venido antes? ¿Por qué te has alejado tanto de nosotros? Sabías que Lázaro estaba enfermo. Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. ¿Por qué no has venido? Él tenía que vivir. Yo debía mostrarle que iba perseverando en el bien. ¡Ya le había angustiado tanto a mi pobre hermano! Y ahora, justo ahora que podía hacerle feliz, me le han quitado. Tú podías dejármelo. Tú podías darle a la pobre María la dicha de consolarle tras haberle causado tanto dolor. ¡Oh, Jesús, Jesús! ¡Maestro mío! ¡Mi Salvador! ¡Mi esperanza! “.
“¡No llores, María! También tu Maestro sufre por la muerte de su amigo fiel. Mas te digo: no llores. ¡Álzate! ¡Mírame! ¿Crees que Yo, que te he amado tanto, he hecho esto sin una razón?
¿Puedes creer que te he dado este dolor inútilmente? Ven. Vayamos junto a Lázaro. ¿Dónde le habéis dejado?”.
“Ven y verás”. `
Jesús aferra el codo de María y la obliga a levantarse y, sosteniéndola de ese modo, se
encamina junto con Marta, que le enseña el camino.
Van hacia el límite del huerto. En ese punto, el terreno muestra anfractuosidades rocosas, porque no es un suelo llano y su composición es calcárea, como en muchas zonas de nuestros Apeninos.
“Maestro, tu amigo está enterrado allí”, dice Marta llorando e indica una especie de portillo oblicuo – es decir, ni horizontal ni vertical – en un saliente de la roca.
Jesús observa y llora. Al verle llorar, las dos hermanas sollozan aún más fuerte, sobre todo María.
“Quitad esa piedra”, ordena Jesús.
“No es posible, Maestro”, responde Marta. “Está allí abajo desde hace ya cuatro días. Y sabes de qué mal murió. Sólo nuestro amor
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podía acudirle. Ahora, ya hiede muy fuerte, a pesar de los ungüentos. ¿Qué quieres ver, su podredumbre?”.
“¿Acaso no te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios? ¡Alzad esa piedra, lo quiero!”. Unos criados levantan la pesada piedra. Aparece una especie de galería oscura y en declive.
No se ve nada más después que han levantado la tapia de esa especie de portillo.
Jesús alza los ojos, abre los brazos en cruz y reza en voz alta, mientras todos contienen el aliento: “Padre, te agradezco porque me has escuchado. Ya sabía que tú me escuchas siempre. Mas lo he dicho para quienes me rodean. Por eso he obrado como he obrado, para que crean en Ti, en Mí, para que crean que Tú me has mandado”.
Por algunos minutos queda como extasiado, en íntima coexistencia con el Padre. Su rostro se transfigura. Parece más espiritual y luminoso. Su estatura parece aún más alta.
Luego avanza hasta el borde de la galería; ya no tiene los brazos en cruz, sino extendidos hacia adelante, con la palma de las manos vueltas hacia el suelo, ¡esas largas manos de las que fluye tanto bien!, y luego, con voz estentórea y ojos que relumbran como vivos zafiros, exclama: “¡Sal, Lázaro!”.
Está erguido en la entrada de la gruta y por eso, su voz retumba en la cavidad rocosa y su eco se difunde por todo el jardín.
La emoción estremece a los presentes, cuyo rostro empalidece, cuya mirada denota estupor y atención. También las dos hermanas observan. Marta está de pie y María, de rodillas, sostiene en su mano, sin darse cuenta, una extremidad del manto de Jesús.
Una larga forma blanca se delinea en la oscura cavidad. Y el que había muerto, aún envuelto en las vendas y con el rostro cubierto, avanza hasta la entrada, mientras Jesús retrocede. El muerto avanza un paso y un paso retrocede Jesús, de modo que María se ve obligada a dejarle el manto.
Cuando el resucitado está ya en la entrada y se detiene allí, con el aspecto de una momia de
pie, espectral y macabro contra el fondo oscuro de la gruta, Jesús ordena: “Quitadle las vendas y dejadle ir. Dadle vestidos y comida”.
Marta quiere decir algo y comienza: “Maestro…”.
Pero Jesús la interrumpe exclamando: “Venid aquí enseguida. Traed una túnica. Vestidle delante de todos y dadle de comer”.
Los criados se apresuran, uno le lleva la túnica, otro suelta las 245
vendas, uno le da el agua y otro la comida.
Las vendas van desenroscándose como una cinta. Son metros y metros de vendas estrechas, cuyo peso recargan los ungüentos y los humores humanos. Caen al suelo como un montón de escorias. También dejan caer el lienzo que está bajo las vendas, y que queda aún prendido en las vendas subyacentes, de modo que va deslizándose despacio a medida que dichas vendas caen.
Lázaro emerge lentamente de su capullo mortal y, precisamente, parece una crisálida que perfora el capullo. Aparecen el rostro, sumamente delgado, céreo y los cabellos embadurnados por los aromas, que también le mantienen cerrados los ojos. Luego quedan libres las manos, que estaban unidas sobre el pubis.
Los criados y Marta se apresuran a asear los miembros, a medida que quedan al descubierto, por medio de una esponja impregnada en agua caliente aromatizada con algo que no conozco y que le da un aspecto róseo y opaco. Cuando Lázaro está limpio hasta la cadera y todos pueden ver que su cuerpo delgadísimo respira, Marta le viste con una escasa túnica que le llega hasta los muslos.
Luego, amorosamente, le hace sentar y le desatan y lavan también las piernas. Éstas muestran cicatrices de un rojo lívido, como si se tratara de heridas apenas cerradas. Marta y los criados profieren un “¡Oh!” de asombro. Jesús sonríe.
También los judíos observan. Se acercan, aunque conservan cierta distancia por temor a contaminarse con las vendas, según me parece, y miran, miran a Jesús, que sigue sin preocuparse de ellos, como si no estuvieran allí.
Le ponen las sandalias a Lázaro y él se levanta con firmeza y por sí mismo se pone la larga túnica que le alcanza Marta. Ahora, excepto por estar tan pálido y delgado, su apariencia es como la de todos los demás. Por sí solo se lava otra vez las manos; luego cambia el agua y se lava de nuevo el rostro y toda la cabeza. Se seca. Y una vez que está bien limpio, va a postrarse a los pies de Jesús y se los besa.
Jesús le dice: “Bienvenido otra vez aquí, amigo. Que la paz y la alegría sean contigo. Vive para cumplir tu dichoso destino. Levántate, para que te dé el beso de saludo”. Y los dos se besan en las mejillas.
Luego el mismo Jesús le ofrece un trozo de pastel, untado de miel según me parece, y una manzana y le sirve vino blanco.
Los judíos se quedan atónitos al ver que Lázaro come con el ape- 246
tito de una persona sana. Las hermanas le acarician y dirigen amorosas miradas de adoración a Jesús.
La visión termina aquí.
25 de marzo
Isaías 7,10-16.
Dice Jesús 1:
«Lo que mi antiquísimo hijo 2, prudentemente, no quiso hacer debido al santo temor a Dios, por lo que resistió a las tentaciones que le mandé como prueba, lo pedís vosotros ahora y no se debe a una tentación mía, sino al arranque de vuestro espíritu rebelde, guiado por las fuerzas del Mal, instigado por vuestro Enemigo, al que amáis más que a Mí, vuestro Señor Altisímo, por encima del cual no hay ningún otro.
Pedís un signo. Lo pedís con vuestro corazón impuro y con vuestros labios blasfemos. Es decir, que lo pedís de modo tal que es una mofa a mi potencia, que es la negación de mi existencia. Me provocáis para que dé un signo que me evidencie, porque dudáis de mi existencia.
También en tiempos de mi Hijo, los judíos le provocaron pidiéndole un signo de su Naturaleza 3 porque, en su interior, negaban que fuera el Hijo de Dios. Y el único signo que les demostró su deicidio fue el que se produjo después de la muerte de mi Verbo. Y nunca será perdonado el castigo de quienes fueron sordos y ciegos a los prodigios y a las palabras de mi Cristo.
No tenéis un signo de vuestro Dios porque Yo no me manifiesto a quien me niega. En cambio, tenéis múltiples signos del que adoráis como esclavos. Él, el Enemigo, multiplica sus señales y vosotros, que ya estáis próximos al tiempo de la adoración de la Bestia apocalíptica 4, os quedáis hechizados por ellas y juzgáis que el creador de tales señales es más grande que Yo, juzgáis que es el único que existe. Os preguntáis: “¿Quién es Dios? ¿Qué es?”, y en vuestro interior os res-
1 En cambio, quien habla es el Padre Eterno, como está escrito al final del dictado. 2 Se refiere a Ajaz, rey de Judea.
3 Mateo 16, 1-4; Marcos 8, 11-13; Lucas 11, 29-32.
4 Apocalipsis 13, 1-18.
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pondéis, para justificar vuestros pecados: “Dios no existe”.
Yo soy el que soy 5. Soy tan superior a vosotros, que ya ninguna manifestación mía sería comprendida por ese mundo que ha descendido a las tinieblas y a la necedad más espantosas. Lo que creéis progreso es, en realidad, vuestro retroceso hacia el crepúsculo de los primeros tiempos en
los que los hombres, al perder a su Dios y su Paraíso, se convirtieron en seres muy poco superiores a las bestias y llevaron su corrupción hasta tal punto que me decidí a exterminar la raza que provocaba mi desdén 6.
El fin será como el principio. El círculo se cierra uniendo uno al otro los dos muñones tenebrosos. El nuevo diluvio, es decir, la ira de Dios, llegará bajo otra forma. Mas siempre se tratará de ira. Fiel a mi palabra 7, ya no mandaré el diluvio, sino que dejaré que las fuerzas satánicas manden el diluvio de las satánicas crueldades.
Recibisteis la Luz. Os mandé mi Luz para que la parábola de la humanidad fuera iluminada por Ella. Os la mandé para que no pudiera decirse que quise manteneros en el crepúsculo de la espera. Si la hubierais acogido, la otra parte del círculo que unirá el camino del hombre, desde su comienzo hasta su fin, habría estado iluminada por la Luz de Dios, y la humanidad habría quedado envuelta en esa Luz de salvación que, sin dolores y sin sobresaltos, os habría conducido a la Ciudad de la Luz eterna.
Mas vosotros rechazasteis la Luz. Y Ella brilló en lo alto del círculo y luego permaneció cada vez más alejada de vosotros, que descendisteis por el otro camino sin decirle: “Señor, quédate con nosotros, pues ya llega la noche de los tiempos y no queremos perecer sin tu Luz”. Como sucede en el curso del día, ¡oh hombres!, vosotros vinisteis hacia la Luz, la obtuvisteis, mas luego volvisteis a las tinieblas. Y Ella, mi Luz, mi Verbo, se quedó como un Sol inmóvil en su Cielo, al que volvió porque de nuevo allí la condujo no por cierto la muerte, sino vuestro rechazo.
Ella, mi Luz, mi Verbo, quedó siendo Maestro sólo para los pocos que la aman y que han acogido en sí su Luz, que ninguna tiniebla puede apagar porque ellos defienden, aun a costa de su propia vida, esta Luz, que es su amor. Por este amor tan fiel que manifiestan, éstos tendrán la Vida en Mí, pues ya poseen mi Emanuel y, por eso, ya tie-
5 Éxodo 3, 14.
6 Génesis 6, 7.
7 Génesis 9, 11.
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nen a Dios consigo. Es ese Emanuel que concibió y dio a luz la Virgen, mi allegada; es el único signo que Dios envió a la casa de David, al reino de Judas; para que tuviera la seguridad de su perduración, que habría sido eterna si mi pueblo no hubiera rechazado a mi Emanuel.
En la profecía de mi profeta está dicho: “Se nutrirá con miel y mantequilla hasta que sepa rehusar lo malo y elegir lo bueno” 8.
Por su sabiduría – que perduró en Él a pesar de su condición de Hombre en quien se había aniquilado la Naturaleza divina -, bajo la exigencia de un amor tan grande que era incomprensible para vosotros – ese amor que le impulsó a Él, que es lo Infinito, a envilecerse en la miseria delimitada de una carne mortal -, Él supo distinguir siempre el Bien del Mal. No le hacían falta años para llegar a poseer la razón y la facultad de discernimiento. Y si, para no alterar el orden, quiso seguir las fases comunes de la vida humana, bajo la apariencia de la incapacidad infantil y de la semiincapacidad adolescente, escondía los tesoros de su Sabiduría infinita.
Pero esas palabras del profeta quieren decir que se nutriría de humildad y recato hasta el momento en que llegara su hora y se convirtiera en Maestro de Israel, Maestro del mundo, Testimonio mío, Defensor de la causa del Padre y, como verdad que ya no debe estar oculta, brillara en la potencia de su Luz y de su Naturaleza mesiánica, usando la dulzura con los buenos, la severidad con los malvados, sacudiendo, inundando, fecundando los corazones, dando al hombre ese don, que Él no necesitaba, del discernimiento que le permitiera diferenciar el Bien del Mal, sin que quedara duda o sombra alguna en cuanto a ello.
Él vino para perfeccionar la Ley, para hacerla más clara con sus enseñanzas, para hacerla más fácil de seguir con su ejemplo. Vino y amó tanto el Bien y rechazó tanto el Mal, que aceptó morir para que el Bien triunfara en el mundo y en los corazones y el Mal fuera derrotado por su Sangre divina.
Ya no hubo miel y mantequilla para mi Cristo cuando llegó a la edad adulta. Hubo sólo vinagre e hiel. Hubo vinagre e hiel en la hora extrema, pero ya fue precedido por el vinagre y la hiel que, metafóricamente, predominaron en sus tres años de vida pública, en la que siempre hubo contrastes con sus enemigos y dificultades por el peso que significaban sus amigos y discípulos.
8 Isaías 7, 15.
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Los labios de mi Cristo conservan aún la amargura de la hiel y el vinagre de esta raza arrogante. Y el Padre está entristecido por el dolor de su Hijo. Y su pena se convierte en ira por vosotros, que sois hombres que han perdido el espíritu fiel hacia el propio Dios. El Sacrificio que se repite en los altares terrenos ya no es salvación para vosotros. Mas así como en el Gólgota la Sangre del Hijo cayó sobre sus asesinos gritándome su dolor y provocando mi castigo, del mismo modo ahora cae sobre vosotros, ¡oh, hipócritas y blasfemos, viciosos que negáis, que odiáis a Dios y al hombre, vuestro hermano!, y os marca a sangre y fuego preparándoos para la condena.
La Tierra grita como una criatura aterrorizada por los monstruos que se anidan en ella; el Universo tiembla de horror al ver los delitos que pueblan la Tierra; Yo, vuestro Dios, tiemblo de ira divina por vuestra corrupción en la carne, en la mente, en el espíritu. Y ni la piedad del Salvador, ni la de la Virgen y los Santos, logran aplacar con sus plegarias mi ira.
En verdad Yo digo como en tiempos de Moisés: “Cancelaré de mi Libro a los que han pecado contra Mí y, si por una sola vez descendiera entre vosotros, os exterminaría” 9. En verdad Yo digo que hablo como a un amigo sólo a los hijos que me quedan, porque por su fidelidad han merecido mi gracia y a ellos les mostraré mi Bien y tendré misericordia de ellos. Y seré aún más indulgente que con mi siervo Moisés, pues mi Hijo santísimo os ha traído su benevolencia y ha establecido el Reino de la Clemencia; por eso Yo, sin esperar el día de vuestra venida al Cielo, haré que resplandezca en vosotros el Rostro de mi Cristo, ¡oh, fieles hijos míos, que me adoráis con santo respeto y con amor filial!
Amad ese rostro porque quien lo ama, me ama. Amadlo porque es vuestra salvación. La Estrella no surgió solamente para Jacob 10, sino para todos los que aman a Dios con todas sus fuerzas. Y la Estrella-Cristo, tras las luchas en la Tierra, me los conducirá al Cielo, donde ya está preparado el puesto para vosotros, ¡oh bienaventurados para quienes mi Verbo no se encarnó en vano y mi Cristo no murió inútilmente!».
Después de tanto tiempo he vuelto a escuchar la voz del Padre.
9 Éxodo 32, 33-34.
10 Números 24, 17.
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Creía que era Jesús quien desde esta mañana me hacía escuchar su comentario de este trozo de Isaías, que no fue tratado en noviembre, cuando el Maestro me comentó a los Profetas 11. En cambio, era el Padre Eterno. Y me siento muy feliz, a pesar de que este dictado es muy severo con la humanidad en general.
¡Que el Padre quiera aumentar cada vez más mi amor hacia Él, de modo que también yo logre el Cielo!
Después de haber escrito este dictado me he puesto a descansar; eran ya las dos de la madrugada del 26. He visto a la Madre, pero no en una visión sino como si estuviera en mi cuarto.
¡Hacía tanto tiempo que no la veía así, para mí sola, y esto me dolía mucho! Me he dormido sintiéndola junto a mí propiamente como una mamá y me he despertado sonriéndole aún a esa dulce presencia, que todavía me acompaña.
¡Qué bella es! ¡Cuanto más se la mira y cuanto más se la ama, tanto más aumenta su belleza!
11 Véanse “Los cuadernos. 1943”, especialmente a partir del 11 de noviembre.
28 de marzo Dice Jesús:
«Por leer el Evangelio tan distraídamente como hacéis, se os escapan demasiadas verdades. Y tampoco asimiláis mejor las grandes enseñanzas, que adaptáis a vuestro modo de ver actual.
En tanto, debéis saber que el Evangelio no debe adaptarse a vosotros, sino que vosotros debéis adaptaros al Evangelio. El Evangelio es como es. Su enseñanza es tal en su primer siglo de vida y será igual también en el último, aun cuando ese último siglo llegase dentro de miles de millones de años. Por entonces no sabréis vivir según el Evangelio – y, en verdad, ya sabéis hacerlo muy poco – pero no por eso el Evangelio cambiará. Él os dirá siempre las mismas verdades vitales.
Ese deseo vuestro de adaptar el Evangelio a vuestro modo de vivir es una confesión de vuestra miseria espiritual. Si tuvierais fe en las verdades eternas y en Mí, que las proclamé, os esforzaríais por vivir de modo integral el Evangelio, tal como lo hacían los primeros cris-
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tianos. Y no digáis: “Pero la vida de hoy es tal que no podemos seguir a la perfección estas enseñanzas. Las admiramos pero somos demasiado diferentes de ellas como para poder seguirlas”.
También los paganos de los primeros siglos eran muy diferentes, demasiado diferentes del Evangelio y, sin embargo, supieron seguirlo. Eran lujuriosos, ávidos, crápulas, crueles, escépticos, viciosos, pero supieron arrancar de sí mismos todas estas mezquindades, supieron dejar al desnudo su alma, hacerla sangrar para arrebatarla a los tentáculos de la vida pagana y, heridos de este modo en las ideas, en los afectos, en sus costumbres, supieron venir a Mí a decirme: “Señor, si Tú quieres, puedes sanarme” 1. Y Yo les sané. Yo cicatricé sus heroicas heridas.
Ya que es heroísmo saber arrancar de sí el mal por amor de una ley que se ha aceptado totalmente. Es heroísmo mutilarse de todo lo que es un obstáculo para seguirme. Es el heroísmo que Yo he indicado: “En verdad os digo que, para seguirme, hay que dejar la casa, los campos, las riquezas, los afectos. Mas al que sepa dejarlo todo para venir a Mí, por el amor hacia mi Nombre, le será dado cien veces más en la otra vida. En verdad os digo que el que se regenere al seguirme poseerá el Reino y el último día vendrá conmigo a juzgar a los hombres”2.
¡Oh, verdaderos fieles míos! Estaréis conmigo, conmigo, como una multitud jocunda y refulgente en la hora de mi triunfo, de vuestro triunfo, pues todo lo que es mío es vuestro, es de mis hijos, es de mis amados amantes, de mis bienaventurados, de mi júbilo.
Mas, ¡oh, hombres!, hay que “regenerarse” para ser míos. Hay que regenerarse. Citando mis palabras también lo dice Juan, mi predilecto, al hablar de Nicodemo, como lo dice Mateo al hablar del joven rico 3. Hay que renacer. Hay que regenerarse. Hay que hacerse un alma nueva, ¡oh, nuevos gentiles del siglo veinte! Hay que hacerse un alma nueva despojándose de los compromisos y de las ideas del mundo, para abrazar mi Idea y vivirla, vivirla verdaderamente, integralmente.
Así lo hicieron los gentiles de los primeros siglos y se convirtieron en los gloriosos santos del Cielo y dieron civilización a la Tierra. Así tenéis que hacer vosotros si es verdad que me amáis, si es verdad que
1 Como le dijo el leproso, según Mateo 8, 2; Marcos 1, 40; Lucas 5, 12.
2 Mateo 19, 28-29; Marcos 10, 29-30; Lucas 18, 29-30.
3 Mateo 19, 16-30 (y también Marcos 10, 17-27; Lucas 18, 18-30); Juan 3, 1-21.
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anheláis la otra Vida, si es verdad que trabajáis para civilizar la Tierra. ¡Esta Tierra que ahora es más incivil que una tribu sepultada en las florestas vírgenes! ¿Por qué lo es? Porque me rechazó. El llamarse cristianos no quiere decir ser cristianos. El haber recibido un bautismo pro forma no lo significa. Ser cristianos quiere decir ser como Cristo dijo que hay que ser, como lo repite el Evangelio.
Mas vosotros leéis poco el Evangelio, lo leéis mal, le quitáis todo lo que os molesta en las grandes enseñanzas. Y ni siquiera notáis las enseñanzas más delicadas.
Mas decidme, cuando un artista se dispone a realizar una obra, ¿se limita a desbastar el mármol si es escultor, a hacer un bosquejo si es pintor, a alzar muros si es arquitecto? Claro que no.
Tras la parte fundamental de la tarea, se dedica a los detalles. Y éstos requieren un trabajo mucho más largo que la tarea principal, pero son los que crean la obra de arte.
¡Con cuánto amor, con el cincel y el mazo, el escultor trabaja el mármol – que al profano parece ya vivo – para llevar a la perfección su obra! Parece un orfebre por lo minucioso y esmerado de su labor. Observad cómo ese rostro de piedra adquiere vida bajo la caricia (es tan diligente y leve que no puede ser más que una caricia) de la herramienta. Parece que en los ojos brilla la mirada, que la nariz se infla por la respiración, que la boca se ablanda en la curva de los tibios labios y los cabellos, ¡oh! los cabellos ya no están endurecidos en la piedra; por el contrario, parecen dóciles y aireados como si el viento los moviera y una mano amorosa los despeinara.
Mirad a ese pintor. La tela ya está acabada. Es bella, parece bella y perfecta. Pero él no se detiene. Bien, aquí se necesita una sombra azulada, casi negra, y allí un toque de carmín. En esta flor que resplandece en la mano de esa virgen se necesita una chispa de sol para que resalte aún más su candor de perla. En esta mejilla se necesita una gota de llanto para evidenciar el gozo estático, que sobrevive en medio de los tormentos. Hay que regar de rocío este campo florecido, por el que pasan y pacen los rebaños, para hacer resaltar más la seda de las corolas. El pintor no se detiene hasta que su obra es tan perfecta que hace exclamar: “¡Es verdadera!”. Y del mismo modo hacen el arquitecto y el músico y todos los verdaderos artistas que quieren dar al mundo obras de arte.
Y del mismo modo tenéis que hacer vosotros con la obra de arte de vuestra vida espiritual. 253
¿Qué creéis, que Yo, que era tan contrario a los discursos, agregué palabras sólo por el gusto de decirlas? No; Yo dije lo absolutamente necesario para llevaros a la perfección. Y si en la gran enseñanza evangélica está lo que puede dar la salvación a vuestra alma, en los toques más menudos está lo que puede llevaros a la perfección.
El primer toque se refiere a los mandos; desobedecerlos significa morir para la Vida. El segundo, a los consejos; obedecerlos significa alcanzar una santidad cada vez más solícita y acercarse cada vez más a la Perfección del Padre.
En el Evangelio de Mateo está dicho: “Al multiplicarse la iniquidad, la caridad de muchos se enfriará” 4. ¡Oh, hijos!, he aquí una verdad que se medita muy poco.
¿De qué sufrís ahora?: sufrís de falta de amor. En el fondo, ¿qué son las guerras? Son odio. Y,
¿qué es el odio? Es la antítesis del amor. Lo demás: las razones políticas, el espacio vital, las fronteras injustas, una afrenta política, son excusas, solamente excusas.
No os amáis. No os sentís hermanos. No os acordáis que provenís todos de una misma sangre, que nacéis todos del mismo modo, que morís todos del mismo modo, que todos tenéis hambre, sed, frío, sueño, del mismo modo; que todos necesitáis pan, vestidos, un techo, calor, del mismo modo. No os acordáis que Yo he dicho: “Amaos. Por el modo en que os amaréis, se comprenderá si sois mis discípulos. Amad al prójimo como a vosotros mismos” 5.
Creéis que estas palabras son embustes. Creéis que mi doctrina es la de un loco. La sustituís con muchas doctrinas humanas, doctrinas pobres o malvadas según quien las creó. Mas, aún las más perfectas de ellas son imperfectas, si son diferentes de la mía. Buena parte de ellas será de metal preciado, como la mítica estatua 6: pero la base será de fango y, al final, causará el derrumbe de toda la doctrina. Y, con el derrumbe, causará la ruina de los que se habían apoyado en ella. Mi doctrina no se derrumba. Quien se apoya en ella no se arruina; por el contrario, asciende a una
seguridad cada vez mayor: sube al Cielo, a la alianza con Dios en la Tierra, al goce de Dios más allá de la Tierra.
Mas la caridad no puede existir donde existe la iniquidad, porque la caridad es Dios y Dios no convive con el Mal. Por eso, el que ama
4 Mateo 24, 12.
5 Juan 13, 34-35; 15, 12.
6 Daniel 2, 31-45.
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el Mal odia a Dios y, al odiar a Dios, aumenta sus iniquidades y se separa cada vez más de Dios- Caridad. Éste es el círculo del que no se sale y que se estrecha para torturaros.
Los potentes y los humildes, todos habéis aumentado vuestras culpas, habéis desatendido el Evangelio, habéis escarnecido los Mandamientos, os habéis olvidado de Dios – pues no puede afirmar recordarle el que vive siguiendo la carne, el que vive siguiendo la soberbia de la mente, el que vive siguiendo los consejos de Satanás -; habéis pisoteado la familia, habéis robado, blasfemado, asesinado, dado falso testimonio, mentido, fornicado. Habéis hecho lícito lo ilícito robando aquí un puesto, una esposa, un patrimonio; robando allí, aún más arriba, el poder o la libertad nacional y habéis aumentado vuestro latrocinio con la culpa de la mentira, para justificar ante el pueblo vuestras acciones que lo envían a la muerte. ¡Habéis engañado a esas pobres gentes que no piden más que vivir tranquilas! Y que en cambio, vosotros incitáis, con venenosas mentiras, las unas contra las otras para aseguraros un bienestar que no es lícito conseguir con el precio de la sangre, de las lágrimas, del sacrificio de naciones enteras.
Mas ¡cuánta culpa individual existe en la gran culpa de los potentes! La base de la Culpa está formada por el cúmulo de las pequeñas culpas individuales. Si cada uno viviera santamente, sin la avidez de la carne, del dinero, del poder, ¿cómo podría originarse la Culpa? Aún existirían los delincuentes, pero serían inocuos pues nadie les secundaría. Como locos aislados convenientemente, seguirían delirando tras sus obscenos sueños de abusos, pero esos sueños nunca llegarían a ser realidad. Por mucho que Satanás les ayudara, su ayuda quedaría anulada por la unión contraria de toda la humanidad santificada por vivir según la doctrina de Dios. Y, además, la humanidad tendría consigo a Dios, a Dios que es clemente con sus hijos obedientes y buenos. Por lo tanto la caridad, viva y santificante, reinaría en los corazones y desaparecería la iniquidad.
¿Comprendéis, ¡oh, hijos!, la necesidad de amar para no ser inicuos, y la necesidad de no ser inicuos para poseer el amor? Esforzaos en amar. ¡Si amarais… sólo un poquito! ¡Si comenzarais a amar! Bastaría comenzar y luego todo progresaría por sí mismo.
No puede cosecharse la mies si la espiga no madura. La espiga no puede madurar si no se forma. Y la espiga no puede formarse si no se forma el brote. Mas, si el campesino no arrojara la pequeña semilla
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en el terrón, ¿podría surgir de ese surco el verde brote que, como una copa viva, sostiene la
gloria de las espigas? ¡Es tan pequeña la semilla! Y, sin embargo, rompe el terrón, penetra en la tierra, la sorbe como una boca ávida y luego alza al sol su pompa bendita de futuro pan y, sea con su color de esperanza o con su oro que murmura al viento y esplende al sol, canta la bendición a El que da al hombre el Pan y el pan. Si ya no existiera esa semilla, tan pequeña que hacen falta muchas de ellas para colmar el buche de un gorrión, tampoco tendríais la Hostia en el altar. Moriríais de hambre física y de inedia espiritual.
Poned en cada corazón una semilla, una pequeña semilla de caridad. Dejadla penetrar en vosotros. Haced que crezca en vosotros. Mudad vuestra desnuda avidez en ubérrimo florecer de obras santas, nacidas todas ellas de la caridad. La tierra, que ahora está toda cubierta de abrojos y espinas, mudaría su aspecto y su aspereza, que hoy os tortura y se convertiría en una buena y plácida morada, como una anticipación del bienaventurado Cielo. Amarse los unos a los otros ya es estar en el Cielo, porque el Cielo es solamente amor.
Leed, leed el Evangelio, leed aun sus frases más breves. Vividlo en estos toques suyos de perfección. Comenzad por el amor. Parece ser el precepto y el consejo más difícil, pero es la clave de todo: de todo el Bien, de todo el Gozo, de toda la Paz».
29 de marzo
11 de la mañana. Dice Jesús:
«Escribe: “Contra el poder del Demonio, cada poder tiene la Cruz”, y luego describe lo que verás.
Es la semana de Pasión, la que prepara para el triunfo de la Cruz. Sobre los altares, la Cruz está velada mas, para quien lo ama y lo invoca, el Crucifijo obra más que nunca en su glorioso patíbulo, detrás de su velo.
Describe».
Veo a una joven, algo más que adolescente, que está con un joven de unos treinta años. La joven es bellísima: es alta, morena, bien formada. También el joven es muy hermoso pero, del mismo modo que
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en el aspecto de la joven, aun en su gravedad, hay tanta dulzura, es poco simpático el aspecto del joven, no obstante su forzada sonrisa. Parecería que, bajo una apariencia benévola, albergara un ánimo odioso y siniestro.
Está insistiendo en sus declaraciones de afecto y afirma que está dispuesto a hacer de ella una esposa feliz, la reina de su corazón y de su casa. Pero la joven, a la que oigo llamar “Justina”, rechaza estas propuestas amorosas con serena constancia.
“Pero tú, Justina, podrías hacer de mí un santo de tu Dios, visto que, como sé, eres cristiana.
No soy un enemigo de los cristanos. No permanezco incrédulo en cuanto a las verdades de ultratumba. Creo en la otra vida y en la existencia del espíritu. Creo que hay seres espirituales que
velan sobre nosotros y se manifiestan y nos ayudan. Me ayudan también a mí. Como ves, creo en lo que tú crees y jamás podría acusarte, pues entonces tendría que acusarme de tu mismo pecado. A diferencia de muchos, no creo que los cristianos sean hombres que ejercitan malvadas hechicerías. Y estoy convencido de que nosotros dos, juntos, haremos cosas importantes”.
“No insistas, Cipriano. No discuto tus creencias. Y también quiero creer que juntos haremos cosas importantes. Tampoco niego que soy cristiana y llego a admitir que amas a los cristianos.
Rezaré porque llegues a amarles hasta el punto de convertirte en un paladín entre ellos. Entonces, si Dios así lo quiere, estaremos unidos en una misma suerte, pero en una suerte completamente espiritual, pues me niego a otro tipo de uniones: quiero conservar toda mí misma para el Señor, al fin de obtener esa Vida en la que afirmas creer tú también, y así llegar a poseer la amistad de esos espíritus que velan sobre nosotros – como tú mismo admites – y que realizan, en nombre del Señor, obras de bien”.
“¡Pon atención, Justina! Mi espíritu protector es potente. Te obligará a ceder”.
“¡Oh, no! Si es un espíritu del Cielo, querrá sólo lo que Dios quiere. Y Dios quiere para mí la virginidad y, espero, también el martirio. Por lo tanto, tu espíritu no podrá inducirme a algo que es contrario a la voluntad de Dios. Y si no fuera un espíritu del Cielo, nada podría contra mí, pues sobre mí se alza el signo vencedor. Ese signo está vivo en la mente, en el corazón, en el espíritu, en la carne y, por eso, la carne, la mente, el corazón, el espíritu, saldrán victoriosos sobre todas las voces que no sean la de mi Señor. Ve en paz, hermano, y que
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Dios te ilumine para que conozcas la verdad. Rezaré por la luz de tu alma”.
Cipriano abandona la casa mascullando amenazas que no comprendo bien. Justina derrama lágrimas de piedad mientras le ve partir. Luego se retira para rezar, pero antes tranquiliza a dos viejecitos, que seguramente son sus padres y que han acudido tan pronto como el joven se ha marchado. “No temáis. Dios nos protegerá y hará que Cipriano sea de los nuestros. Rezad también vosotros y tened fe”.
La visión tiene dos partes, como si el lugar estuviera dividido en dos zonas. En una veo el cuarto de Justina y en la otra una habitación de la casa de Cipriano.
Justina reza postrada ante una cruz desnuda, trazada entre dos ventanas como si fuera un ornato y coronada por la figura del Cordero que, de una parte está flanqueada por el pez y de la otra por una fuente que parece recibir su líquido de las gotas de sangre que brotan de la garganta desgarrada del Cordero místico. Comprendo que son figuras del simbolismo cristiano en auge en esos tiempos crueles. En el aire, sobre Justina que está rezando de rodillas, veo suspendida una dulce claridad que, a pesar de ser incorpórea, tiene la apariencia de un ser angelical.
En cambio, en el cuarto de Cipriano se encuentra éste en medio de instrumentos y signos cabalísticos y mágicos; está ocupado en echar en un trípode unas substancias, que me parecen resinosas, que provocan densas espirales de humo. Sobre ellas Cipriano traza ciertos signos mientras murmura las palabras de algún rito misterioso. El ambiente se satura de una niebla azulada que vela los contornos de las cosas y hace aparecer el cuerpo de Cipriano como tras lejanas aguas trémulas. Entonces, en este ámbito se forma un punto fosforescente, que poco a poco va agrandándose hasta alcanzar un volumen semejante al de un cuerpo humano. Oigo algunas palabras, pero no comprendo su significado. En cambio, veo que Cipriano se arrodilla y hace gestos de veneración, como si le rogara a un ser potente. La niebla desaparece lentamente y Cipriano vuelve a
estar solo.
Mientras tanto, en el cuarto de Justina se produce un cambio. Un punto, que brilla y danza como un fuego fatuo, traza círculos cada vez más estrechos en torno a la joven que está rezando. Mi amonestador interior me advierte que ésta es la hora de la tentación para Justina y que tras esa luz se oculta un ser maligno que, suscitando sen-
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saciones y visiones mentales, intenta despertar los sentidos de la virgen de Dios.
No veo lo que ella está viendo. Veo solamente que sufre y que, cuando está por ser avasallada por la potencia oculta, la vence haciéndose la señal de la cruz y repitiéndola en el aire con una pequeña cruz que lleva en el seno. Y cuando por tercera vez sufre la tentación – y en este caso debe de ser violenta -, Justina se apoya a la cruz trazada en el muro y con las dos manos levanta ante sí la otra cruz, la pequeña. Parece un luchador aislado que se defiende a la espalda apoyándose a un reparo indestructible y por delante con un escudo invencible. La luz fosforescente no resiste a este doble signo y desaparece. Justina sigue rezando.
Aquí hay una laguna pues la visión está truncada, pero la recupero luego con los mismos personajes. Veo siempre a la virgen y a Cipriano, que mantienen un intenso coloquio en presencia de muchos individuos, que se han unido a Cipriano para rogarle a la joven que ceda y se case para liberar a la ciudad de la epidemia.
Justina responde: “No soy yo quien debe cambiar idea, sino vuestro Cipriano. Él debe despojarse de la esclavitud de su espíritu malvado y entonces la ciudad estará a salvo. En cuanto a mí, ahora más que nunca permanezco fiel al Dios en que creo y a Él lo sacrifico todo por el bien de todos vosotros. Y ahora se verá si el poder de mi Dios es superior al de vuestros dioses y al del Malvado que éste adora”.
La muchedumbre se agita, una parte está contra Cipriano y otra contra la joven…
…que luego veo junto a Cipriano, ahora mucho más adulto y con los signos sacerdotales: lleva el palio y sus cabellos ya no son más bien largos, como antes, ni están adornados: ahora tiene la típica tonsura redondeada.
Están esperando el suplicio en la prisión de Antioquía y Cipriano recuerda a su compañera una vieja conversación.
“Pues bien, ahora va a cumplirse lo que, de modo diverso, profetizamos que sucedería. Ha triunfado tu cruz, Justina. Has sido mi maestra y no mi esposa. Me has librado del Mal y me has conducido a la Vida. Lo comprendí cuando el siniestro espíritu que yo adoraba me confesó que su poder no era suficiente para vencerte. Me dijo: ‘Ella triunfa por la Cruz. Mi poder queda anulado ante ella. Su Dios Crucificado es más potente que todo el Infierno reunido. Ya me venció infinitas veces y me vencerá siempre. Quien cree en Él y en su Signo
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está a salvo de toda insidia. Sólo el que no cree en Él y desprecia su Cruz cae en nuestro poder y perece en nuestro fuego’. No quise arder en ese fuego; quise conocer el Fuego de Dios, que te hacía tan bella y pura, tan potente y santa. Eres la madre de mi alma y, puesto que lo eres, te ruego que en esta hora nutras mi debilidad con tu fuerza para que juntos subamos a Dios”.
“Hermano mío, ahora tú eres mi obispo. En nombre de Cristo, nuestro Señor, absuélveme de toda culpa para precederte, más pura que un lirio, en la gloria”.
“Yo no te absuelvo porque en ti no hay culpa, te bendigo. Y tú, perdona a tu hermano todas las insidias que te tendió. Ruega por mí, que cometí tantos errores”.
“Tu sangre y tu amor actual lavan toda huella de error. Recemos juntos: Pater noster…”. Pero entran los carceleros y turban la augusta plegaria.
“¿Aún no os bastan los tormentos? ¿Resistís aún? ¿No ofreceréis sacrificios a los dioses?”.
“Ofrecemos a Dios el sacrificio de nuestro proprio ser; se lo ofrecemos al Dios verdadero, único, eterno, santo. Dadnos la Vida, la que queremos. Dadnos la muerte por Jesucristo, Señor del mundo y de Roma; por el rey potente ante quien César es sólo polvo mezquino; por el Dios ante el cual se inclinan los ángeles y tiemblan los demonios”.
Los verdugos, airados, les arrojan al suelo, les arrastran sin lograr separarles, pues las manos de los dos héroes de Cristo están como saldadas la una a la otra.
Así van al lugar del martirio, que parece ser una de las usuales aulas de los Cuestores. Los dos mandobles, asestados por dos musculosos justicieros, cortan las dos heroicas cabezas y dan alas para el Cielo a las almas.
La visión termina de este modo. Dice Jesús:
«La historia de Justina de Antioquía y de Cipriano es una de las más bellas en favor de mi
Cruz.
Ella, el patíbulo regado con mi Sangre, obró infinitos milagros a lo largo de los siglos. Y los obraría aún si vosotros tuvierais fe en ella. El milagro de la conversión de Cipriano, cuya alma estaba en poder de Satanás y que luego se convirtió en un mártir de Jesús, es uno de los más poderosos y bellos.
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¡Oh, hombres!, ¿qué es lo que veis? Veis a una joven sola, con una pequeña cruz entre las manos y otra ligeramente trazada en el muro. Veis a una joven, cuyo corazón está convencido verdaderamente del poder de la Cruz y que en ella se refugia para vencer.
Frente a ella veis a un hombre, cuyos tratos ilícitos con Satanás le colman de todos los vicios capitales. En él albergan la lujuria, la ira, la mentira, la ceguera espiritual, el error. En él tienen lugar el sacrilegio y el connubio con las fuerzas infernales. En su ayuda acude el señor del Infierno con todas sus seducciones.
Pues bien: vence la joven. Y no basta: constreñido por una fuerza invencible, Satanás debe confesar la verdad y perder a su secuaz. La virgen fiel obtiene el triunfo no sólo para sí, sino también para su ciudad y libra a Antioquía del maleficio que, bajo forma de peste, se difunde y mata a los ciudadanos. Y obtiene el triunfo también para Cipriano que, de siervo de Satanás, se hace
siervo de Cristo. La mano de una jovencita que sostiene la cruz vence pues al demonio, al hombre y vence también la enfermedad.
Conocéis poco a esta mártir mía. Sin embargo, tendríais que representarla con su pequeña mano armada con la cruz, erguida sobre la piedra que cierra el Infierno, bajo la cual Satanás gruñe, ya vencido y prisionero. Tendríais que recordarla así, tendríais que imitarla así, visto que Satanás hoy más que nunca recorre la Tierra y desencadena sus fuerzas perversas para haceros perecer. Lo único que puede vencerle es la Cruz. Recordad que él mismo confesó: “El Dios Crucificado es más potente que todo el Infierno. Me vencerá siempre. Quien cree en Él está a salvo de toda insidia”.
¡Hijos míos, hay que tener fe, fe! Es una cuestión vital para vosotros. O creéis y recibiréis el bien o no creéis y conoceréis el mal cada vez más.
¡Oh vosotros, los que creéis!, usad con veneración este signo. ¡Oh vosotros, los que dudáis!, y con la duda lo habéis cancelado de vuestro espíritu, como si ácidos corrosivos lo hubieran carcomido (en efecto, la duda es tan corrosiva como un ácido), volved a esculpir en vuestra mente y en vuestro corazón este signo que os asegura la protección divina.
Si ahora la cruz está velada para simbolizar mi muerte 1, que no lo
1 Durante la semana de Pasión, en las iglesias se usaba proceder de este modo, como se recuerda al principio, en el breve dictado.
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sea jamás en vuestro corazón; que resplandezca en él como sobre un altar; que sea para vosotros la luz que os guía al puerto; que sea el estandarte en el que se fije vuestra mirada dichosa en el último día, cuando por ese signo Yo separaré las ovejas de los cabrones y a éstos los arrojaré a las Tinieblas eternas y me llevaré conmigo, a la Luz, a mis bienaventurados».
Luego Jesús me dice:
«Tú has probado el poder de la Cruz. No tienes dudas acerca de la veracidad de la visión, porque también tú viste huir a Satanás cuando tu mano alzó mi cruz2. ¡Mas, cuán pocos son los que creen de este modo! Y, dado que no creen, ni siquiera recurren a este signo bendito.
También esta visión debe ser incluida en los evangelios de la Fe 3. No es Evangelio, pero es Fe. Y, en el fondo, también es Evangelio, puesto que Yo he dicho: “Al que crea en Mí, le daré el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones y sobre el poder del Enemigo y nada podrá hacerle daño” 4.
Que tu fe aumente con cada latido de tu corazón. Y si éste, por cansancio, hace más lentos sus latidos, que no se haga más lenta tu creencia.
Cuanto más se acerca la hora de la reunión con Dios, tanto más es necesario aumentar la fe porque en la hora de la muerte, el astuto, feroz, adulador Satanás – que no se ha cansado nunca de turbaros con sus insidias y ha intentado plegaros con sonrisas, con cantos, con rugidos y silbidos, con caricias y uñazos – aumenta sus iniciativas para arrancaros al Cielo. Ésta es justamente la hora de abrazarse a la Cruz para que las ondas de la última tempestad satánica no os sumerjan. Luego llegará la Paz eterna.
¡Ánimo, María!, que la Cruz sea tu fuerza ahora y en la hora de la muerte.
Que la cruz de la muerte, la última cruz del hombre, tenga dos brazos: uno mi misma Cruz y el otro el nombre de María. Entonces la muerte acontecerá en la paz de los que están libres hasta de la cercanía de Satanás, porque éste, el Maldito, no soporta la Cruz ni el nombre de mi Madre.
2 Se trata de una probable alusión al episodio que se lee en la Autobiografía, en las págs. 273-
278.
3 Son los introducidos con el breve dictado del 28 de febrero. 4 Lucas 10, 19.
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Es necesario que muchos sepan esto, porque todos debéis morir y todos necesitáis de esta enseñanza para salir victoriosos de la extrema infamia de quien os odia infinitamente».
30 de marzo
Veo una gruta pedregosa en la que hay un jergón formado por hojas secas amontonadas sobre una rústica armazón de ramas entrelazadas y atadas por juncos. ¡Debe de ser tan cómodo como un instrumento de tortura! En la gruta hay, además, una piedra grande que sirve como mesa y otra más pequeña como asiento. En la zona más profunda de la gruta hay otra piedra; se trata de un fragmento saliente de la roca, que tiene una superficie bastante lisa, bruñida; no sé si este aspecto es natural o si es el resultado de una paciente y fatigosa labor humana. En realidad, parece un rústico altar, sobre el que está apoyada una cruz hecha con dos ramas atadas con mimbres. Además, el habitante de la gruta ha plantado una hiedra en una grieta terrosa del terreno y ha extendido sus ramos hasta abrazar y enmarcar la cruz, mientras que en dos toscos vasos, que parecen modelados en la arcilla por una mano inexperta, hay algunas flores silvestres que ha recogido en las cercanías y, justo al pie de la cruz, en una concha gigantesca, hay una pequeña planta de ciclamen silvestre, con sus hojitas lustradas y dos gemas a punto de florecer. Al pie de este altar hay un haz de ramos espinosos y un flagelo hecho con sogas anudadas. También hay una tosca tinaja con agua, y nada más.
Por la estrecha y baja abertura se ven al fondo los montes y, dada la oscilante claridad que se entrevé aún más lejos, se diría que desde este punto se divisa el mar, pero no puedo asegurarlo.
Sobre dicha abertura cuelgan ramos de hiedra, madreselvas y rosales silvestres, es decir, todo el fasto vegetal de los lugares montañosos, y forman como un velo movedizo que separa el interior del exterior.
Una mujer enjuta, que lleva un rústico vestido oscuro y sobre éste, una piel de cabra que le sirve de manto, entra en la gruta apartando los ramos colgantes. Parece exhausta. Su edad es indefinible. A juzgar por su rostro ajado, se le darían muchos años, más de sesenta. A juzgar por la cabellera, aún bella, abundante, dorada, no se le darían más de cuarenta. Lleva el cabello anudado en dos trenzas que caen sobre los hombros curvos y flacos: son lo único que reluce en
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medio de ese ambiente escuálido. Habrá sido hermosa, por cierto: su frente se conserva aún lisa y erguida, la nariz está bien delineada y el contorno del rostro, a pesar de estar enflaquecido por las penurias, es regular. Pero sus ojos ya no brillan, están hundidos profundamente en las órbitas y cercados por dos cárdenas ojeras: son dos ojos que han vertido muchas lágrimas. Dos arrugas como dos cicatrices esculpidas desde el ángulo de los ojos y a lo largo de la nariz, se pierden en otra arruga, típica de los que han sufrido mucho, que desciende, como un acento circunflejo, desde las fosas nasales hasta la comisura de los labios. Las sienes parecen hundidas y en su intensa palidez se diseñan las venas azules. Un pliegue de desaliento curva su boca, de un rosa palidísimo: antaño debe de haber sido una boca espléndida, pero ahora es una boca marchita en la que la curva de los labios se asemeja a la de dos alas rotas que penden. Es una boca doliente.
La mujer se arrastra hasta la piedra que sirve de mesa y apoya en ella arándanos y fresas silvestres. Luego va hacia el altar y se arrodilla, pero está tan agotada que, al hacerlo, casi se cae y tiene que sostenerse en la piedra con una mano. Reza mirando la cruz mientras sus lágrimas descienden por el surco de las arrugas hasta los labios, que las beben. Luego deja caer la piel de cabra de modo que queda cubierta solamente con su burda túnica, y coge el flagelo y los espinos. Estrecha en torno a la cabeza y las caderas los ramos espinosos y se flagela con las cuerdas, pero está demasiado débil para lograrlo; deja caer el flagelo y, apoyándose al altar con ambas manos, dice: ‘ti Oh Rabí, ya no puedo, no puedo sufrir más en recuerdo de tu dolor!”.
Reconozco su voz. Es María de Magdala. Estoy en su gruta de penitente.
María llora. Llama a Jesús amorosamente. Ya no puede sufrir más, pero puede amar aún. Su carne mortificada por la penitencia ya no resiste el agobio de la flagelación, pero su corazón aún experimenta latidos de pasión y consume amando sus últimas fuerzas. Y, por eso, con la frente coronada de espinas y la cintura estrechada por ellas, ama hablándole a su Maestro en una continua profesión de amor y en un renovado acto de dolor.
Resbala hasta quedar con la frente contra el suelo. Es la misma postura que tenía en el Calvario, frente a Jesús tendido en el regazo de María; la misma que tenía en la casa de Jerusalén cuando la Verónica desplegaba su velo; la misma que tenía en el huerto de José de
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Arimatea cuando Jesús la llamó y ella le reconoció y adoró 1. Pero ahora llora porque Jesús no está.
“Maestro mío, la vida se me escapa. ¿Tendré que morir sin volver a verte? ¿Cuándo podré deleitarme con tu rostro? Mis pecados están frente a mí y me acusan. Tú me has perdonado y por eso creo que el infierno no me alcanzará. Mas ¡cuánto debo esperar en la expiación antes de vivir de Ti! ¡Oh, buen Maestro, por el amor que me has dado, consuela mi alma! La hora de la muerte ha llegado. ¡Por tu muerte desolada en la cruz, conforta a tu criatura! Tú me engendraste, no lo hizo mi madre. Tú me resucitaste más que a Lázaro, mi hermano, porque él ya era bueno y no podía más que esperar la muerte en tu Limbo. Yo estaba muerta en el alma y, por eso, morir quería decir morir
para la eternidad. ¡Jesús, en tus manos encomiendo mi espíritu! Es tuyo, porque Tú lo has redimido. Como última expiación acepto conocer, como Tú, la dureza de morir abandonada. Pero dame una señal que me demuestre que mi vida ha servido para expiar mi pecado” 2.
“¡María!”. Aparece Jesús. Se diría que baja de la rústica cruz, pero ya no está moribundo y cubierto de llagas: ahora es tan hermoso como en la mañana de la Resurrección. Desciende del altar y va hacia la mujer arrodillada. Se inclina hacia ella. Vuelve a llamarla y, dado que ella cree que esa Voz resuena porque la percibe en su espíritu y sigue con la frente contra el suelo, sin ver la luz que irradia Cristo, Él la toca posándole una mano sobre la cabeza y tomándola por el brazo para ayudarla a levantarse, como en Betania 3.
Cuando ella percibe ese roce y reconoce esa mano afilada, exhala un alarido, alza su rostro transfigurado por el júbilo y vuelve a bajarlo para besar los pies de su Señor.
“Álzate, María. Soy Yo. La vida huye, es verdad. Mas Yo vengo a decirte que Cristo te espera. María no debe esperar. Todo le ha sido perdonado. Le fue perdonado desde el primer momento. Mas ahora está más que perdonado: tu lugar ya está listo en mi Reino. He venido a decírtelo, María. No le ordené al ángel que lo hiciera porque Yo doy cien veces más de lo que recibo y recuerdo todo lo que recibí de
1 Se refiere a las visiones del 18 de febrero, del 19 de febrero y del 21 de febrero respectivamente.
2 En los escritos de María Valtorta y, en particular, en la vasta obra sobre el Evangelio, María de Magdala, hermana de Marta y de Lázaro, está identificada con la pecadora sin nombre de Lucas 7, 36-50.
3 Véase la visión del 23 de marzo. 265
ti. María, revivamos juntos esa hora pasada. Acuérdate de Betania 4. Era la tarde sucesiva al sábado. Faltaban seis días para mi muerte. ¿Recuerdas tu casa? Era hermosa, envuelta en la cerca florecida de su huerto. El agua cantaba en la fuente y las primeras rosas perfumaban en torno a sus muros. Lázaro me había invitado a su cena y tú habías despojado el jardín de sus flores más bellas para adornar la mesa donde tu Maestro iba a tomar su alimento. Marta no había osado reprocharte porque recordaba mis palabras 5 y te miraba con dulce envidia, porque resplandecías de amor yendo y viniendo para los preparativos. Y luego llegué. Tú, más veloz que una gacela, precediste a los criados y corriste a abrir la cancela con tu grito habitual que parecía, siempre, el grito de una prisionera liberada. En efecto, Yo era tu liberación y tú una prisionera liberada. Los apóstoles venían conmigo. Venían todos, también el que ya era como un miembro gangrenoso del cuerpo apostólico. Pero allí estabas tú para tomar su puesto y no sabías que, al mirar tu cabeza inclinada para besar mis pies y tu mirada sincera y llena de amor, al mirar sobre todo tu espíritu, Yo olvidaba el disgusto de tener a mi lado al traidor. Por eso te quise en el Calvario. Por eso te quise en el huerto de José. Porque verte significaba estar seguro de que mi muerte no carecía de objeto y mostrarme a ti era el agradecimiento por tu fiel amor. ¡Oh María, bendita seas, tú que no has traicionado nunca, que me has confirmado mi esperanza de Redentor; tú, en quien vi a todos los que se salvaron por mi muerte! Mientras todos comían, tú adorabas. Me habías dado agua perfumada para mis pies cansados, besos castos y ardientes para mis manos y, aún no contenta con ello, quisiste romper el último vaso precioso que te quedaba y ungirme y ordenarme el cabello como una madre, y ungirme
las manos y los pies para que todo en tu Maestro perfumara como los miembros de un Rey consagrado… Y Judas, que te odiaba porque ahora eras honesta y, con tu honestidad, rechazabas la avidez de los machos, te reprochó… Mas Yo te defendí porque todo eso lo habías hecho por amor, un amor tan grande que su recuerdo me acompañó en la agonía, desde la tarde del jueves hasta la hora de nona… Ahora, por ese acto de amor que me diste en los umbrales de mi muerte, Yo vengo a devolverte amor en los umbrales de tu muerte. María, tu Maestro te ama. Él está aquí para decírtelo.
4 Mateo 26, 6-13; Marcos 14, 3-9; Juan 12, 1-11.
5 Lucas 10, 38-42.
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No temas, no te angusties con la idea de otra muerte. Tu muerte no es diferente de la de quien derrama su sangre por Mí. ¿Qué ofrece el mártir? Ofrece su vida por amor de su Dios. ¿Qué ofrece el penitente? Ofrece su vida por amor de su Dios. ¿Qué ofrece el que ama? Ofrece su vida por amor de su Dios. Como ves, no hay diferencia. El martirio, el amor, la penitencia, cumplen el mismo sacrificio y lo cumplen por el mismo fin. Por lo tanto, el martirio se cumple en ti, que eres penitente y amante, como en quien perece en la arena. María, te precedo en la gloria. Bésame la mano y reposa en paz. Reposa. Ya es tiempo para ti de reposar. Dame tus espinas. Ahora es tiempo de rosas. Reposa y espera. Te bendigo, ¡oh, bienaventurada! “.
Jesús ha obligado a María a echarse en su jergón.Y la santa, con el rostro lavado por el llanto de su éxtasis, ha obedecido la voluntad de su Dios y ahora parece dormir con los brazos cruzados sobre el pecho, mientras las lágrimas siguen brotando pero la boca ríe.
Se incorpora cuando la gruta se ilumina por un vivísimo resplandor a la llegada de un ángel; éste sostiene un cáliz que apoya en el altar y luego permanece en adoración. También María, que está arrodillada junto a su mísero lecho, está en adoración. Ya no puede moverse. Sus fuerzas van disminuyendo, pero se siente feliz. El ángel coge el cáliz y le da la comunión. Luego sube otra vez al Cielo.
Como una flor abrasada por el sol excesivo, María se dobla, se dobla con los brazos aún cruzados sobre el pecho y cae hundiendo el rostro en la hojarasca del jergón. Ha muerto. El éxtasis eucarístico ha cortado la última fibra vital.
Mientras Jesús hablaba, yo veía la escena descrita: la casa de Betania, toda florecida y de fiesta; la sala del banquete, preparada fastosamente. Veía a Marta, empeñada en los quehaceres y a María, que se ocupaba de las flores.
Y luego veía la llegada de Jesús con los doce y el encuentro con María, que le conduce a la casa; prontamente Lázaro va al encuentro del Maestro y entra con Él en la casa, en una sala que precede la del banquete. María lleva una jofaina con agua y quiere lavar ella misma los pies de Jesús. Luego cambia el agua y sostiene la jofaina hasta que Jesús termina de lavarse las manos y cuando Él le devuelve la toalla, le coge las manos y se las besa. Luego se sienta en el suelo, sobre un tapiz que cubre el piso, a los pies de Jesús, y le escucha hablar con su hermano; éste muestra a Jesús unos rollos: son obras que ha
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comprado recientemente en Jerusalén. Jesús discute con Lázaro acerca del contenido de dichas obras y según me parece, le explica los errores doctrinales contenidos en ellas o las diferencias entre esas doctrinas pertenecientes a la gentilidad y las doctrinas verdaderas. Debe de tratarse de obras literarias que Lázaro, que es rico y culto, ha querido conocer. María no habla nunca. Escucha y ama.
Luego van a cenar. Las dos hermanas sirven a la mesa. No comen. Comen solamente los hombres. También los criados van y vienen transportando los platos, que son costosos y hermosos y que apoyan sobre el aparador. De allí los cogen las dos hermanas para llevarlos personalmente a la mesa, así como las ánforas, que llenan con vino. Jesús bebe agua y sólo al final acepta un poco de vino.
Pero cuando el banquete está por terminar y el ritmo de la cena disminuye para mudarse más bien en conversación, mientras pasan las frutas y los dulces, vuelve María – que había desaparecido por unos minutos – con un ánfora de alabastro cuyo cuello rompe contra la esquina de un mueble para poder extraer su contenido más fácilmente, lo coge a manos llenas y, de pie detrás de Jesús, le unge los cabellos y ordena los rizos de las puntas enroscándolos en sus dedos mechón por mechón. Parece una mamá que está peinando a su niño. Cuando termina, besa levemente la cabeza de Jesús y luego le coge las manos, las perfuma con bálsamos, las besa y sucesivamente hace lo mismo con los pies.
Los discípulos miran. Juan le sonríe a María, como para darle ánimo; Pedro mueve la cabeza pero… al fin también él esboza una sonrisa disimulada por la barba y los demás hacen más o menos lo mismo. Tomás y otro medio viejo refunfuñan en voz baja. Con una mirada indefinible pero que, por cierto, no anuncia nada bueno, Judas estalla con malhumor: “¡Qué necedad! Basta ser mujer para ser necia. ¿Para qué sirve todo ese derroche? El Maestro no es ni un publicano ni una meretriz y, por tanto, no tiene necesidad de semejantes afeminaciones. Hasta es un deshonor para Él. ¿Qué dirán los judíos sintiéndole perfumado como un efebo? Maestro, me sorprende que permitas a una mujer semejantes necedades. Si tiene riquezas por derrochar, que me las dé a mí para los pobres. Y así será más juiciosa. Mujer, te estoy hablando a ti: acábala, que me das asco”.
María le mira estupefacta, se sonroja y está dispuesta a obedecer. Pero Jesús posa su mano sobre la cabeza, que la joven ha bajado, y luego la desliza hasta el hombro, acercándola ligeramente a Sí como para
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defenderla. Y dice: “Déjala tranquila. ¿Por qué le haces estos reproches? Nadie debe reprochar una obra buena y ver en ella significados que sólo la malicia puede sugerir. Ella ha hecho una buena acción hacia Mí. Los pobres existirán siempre. Yo ya no estaré entre vosotros y los pobres seguirán estando. Podréis seguir prodigándoles el bien. A Mí ya no podréis, porque ya está cerca el momento en que os dejaré. Ella ha anticipado el homenaje a mi Cuerpo sacrificado por todos vosotros y ya me ha ungido para la sepultura porque para ese entonces no podrá hacerlo. Y, por cierto, mucho le dolería no haber podido perfumarme con sus bálsamos. En verdad os digo que hasta el fin del mundo y en todo lugar donde se predique el Evangelio, se recordará cuanto ella acaba de hacer. Y su acto servirá de lección para que las almas me den su amor, que es el bálsamo que Cristo ama, y cobren coraje en el sacrificio, pensando que cada sacrificio es un bálsamo que perfuma al Rey entre los reyes, al Ungido de Dios, a Aquél, del que desciende la Gracia – como este perfume de nardos se expande de mis cabellos – para fecundar los corazones hacia el amor, y a quien el amor asciende en un continuo flujo y reflujo de amor, de Mí hacia las almas mías y de las almas mías hacia Mí. Judas, imítala, si puedes, si aún puedes hacerlo. Y respeta a María y, con ella, a Mí. También respétate a ti mismo, puesto que el hombre no se deshonra aceptando un puro amor con amor puro, sino albergando hastío y haciendo insinuaciones bajo el impulso de los sentidos. Hace ya tres años,
Judas, que te prodigo mis enseñanzas, pero aún no he logrado mudarte. Y ya está cerca la hora, ¡oh, Judas, Judas!… Gracias, María. Persevera en tu amor”.
Dice Jesús:
«Por mucho que una criatura pueda dar amor con total generosidad y retribuir de modo igualmente absoluto a quien la ha amado, ese sentimiento será siempre muy relativo. Mas vuestro Jesús supera todo anhelo humano, aun el más vasto, y todo límite en la satisfacción del mismo, pues es Dios, vuestro Jesús y, con mi generosidad de Dios – y de Dios bueno – Yo doy a vosotros, que sois generosos y amantes, pues dedico esta página especialmente a vosotras, ¡oh, almas que no os contentáis con obedecer el precepto, sino que acogéis el consejo y lleváis vuestro amor a heroísmos santos!
Creo el milagro para vosotros, para retribuir con un hecho jubiloso todo el gozo que me dais. Suplo Yo mismo todo lo que os falta o produzco todo lo que os necesita. Mas no os hago faltar nada a voso-
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tros que, por amor mío, os despojasteis de todo hasta llegar a vivir en la soledad material o moral, en medio de un mundo que no os comprende, que os burla y que, repitiendo el antiguo insulto que otrora me dirigieron a Mí 6, a vuestro Maestro, os grita: “¡Locos!”, y confunde vuestras penitencias y vuestras luces con señales diabólicas, porque el mundo sometido a Satanás cree que los satánicos son los santos, o sea, los que han puesto el mundo bajo sus pies y de él se han servido para subir aún más hacia Mí y sumirse en mi Luz.
Dejad que os llamen “locos y demonios”. Yo sé que sois los posesores de la verdadera sabiduría, de la recta inteligencia y que albergáis un alma angélica en un cuerpo mortal. Yo recuerdo, sin que se me haya olvidado ni siquiera un suspiro de amor vuestro, cuánto habéis hecho por Mí y, del mismo modo que os defiendo del mundo – porque a los mejores del mundo les hago saber lo que significáis a mis ojos -, os recompenso también cuando llega la hora y juzgo que es tiempo de infundir en vuestro cáliz la dulzura.
Sólo Yo lo bebí hasta el fondo sin mitigarlo con la miel. Lo bebí sólo Yo, que tuve que aferrarme al pensamiento de los que me amarían en el porvenir, para poder resistir hasta el fin sin llegar a maldecir al hombre por quien derramaba mi Sangre y sin conocer, o más que conocer, sin dejarme llevar por la desesperación de mi condición de abandonado de Dios 7.
Mas no quiero que sufráis lo que Yo padecí. Mi experiencia fue demasiado cruel como para imponérosla y con ello no haría más que tentaros más allá de vuestras propias fuerzas. Dios nunca es imprudente. Quiere salvaros, no perderos. Imponeros horas demasiado crueles, sería llevar a la perdición vuestra alma, que cedería como una rama sobrecargada y terminaría por quebrarse y conocer el fango tras haber conocido tanto Cielo.
Nunca desilusiono a quien espera en Mí. Díselo, díselo, díselo a todos».
6 Mateo 12, 24; Marcos 3, 22 y 30; Lucas 11, 15; Juan 10, 20.
7 Mateo 27, 46; Marcos 15, 34.
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Maria Valtorta
LOS CUADERNOS
1945-1950
Traducción del italiano de
A. Carmen Massari Acquavella
CENTRO EDITORIALE VALTORTlANO
© 1984 by Emilio Pisani.
Todos lo derechos reservados.
Título original: I Quaderni dal 1945 al 1950.
© 1985 by Centro Editoriale Valtortiano srl.
Traducción del italiano de
A. Carmen Massari Acquavella
© 2005 by Centro Editoriale Valtortiano srl.
Viale Piscicelli 89-91 03036 Isola del Liri (Fr) – Italy
www.mariavaltorta.com
ISBN 978-88-7987-095-5
Fotocomposición e impresión:
Centro Editoriale Valtortiano srl.
Reprinted in Italy, 2009
LOS CUADERNOS 1945-1950
2 de enero de 1945
No tengo una visión particular. Pero al amanecer, mientras digo el Rosario, con los misterios dolorosos porque es martes, Jesús me ilustra nuovamente sus sufrimientos de los 4 primeros misterios. Y todas las torturas del Getsemaní, de la flagelación – ese sufrimiento siempre atroz pero que, yo diría, es tanto más atroz cuanto más se la ve -, de la coronación con el cerco de espinas, pasan ante mí y me hacen sufrir por los sufrimientos de Jesús.
Del cuarto misterio he visto solamente a Jesús que, tambaleándose, iba subiendo por una callejuela estrecha y mal empedrada que conduce a la Puerta Judicial, uno de los consabidos altibajos de Jerusalén. Allí, para sobrepasar un fuerte desnivel, hay dos toscos peldaños. Para Jesús, que estaba exhausto e iba cargado con la larga y pesada cruz, subirlos significaba un esfuerzo enorme. Sudaba, le faltaba el aliento, parecía estar a punto de desplomarse.
Luego no vi nada más.
10 de enero de 1945
Tan pronto como me despierto se me presenta una visión singular.
Veo un cuarto estrecho, largo, oscuro, con el techo bajo. En uno de los lados estrechos hay una pequeña ventana; es la única. En el fondo de la pared opuesta hay una puertecita entreabierta que deja ver un mísero pasillo, iluminado apenas por la escasa luz que penetra por alguna ventanita que no veo. En ese cuarto, que más bien parece un pasillo, hay una mesa larga y rústica; no es más que una tabla espesa y lisa, del color natural de la madera que, ciertamente, se ha oscurecido por el uso prolongado; está sostenida por cuatro pares de patas: son soportes cilíndricos dispuestos de esta manera
/ \ en los dos extremos y en la cuarta parte de la mesa. En la pared hay un Crucifijo muy grande.
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A esa mesa están sentados siete franciscanos: San Francisco, a quien se le ve pálido y demacrado como siempre; fray Elía, alto, bello, joven, con ojos negros y fieros y negros cabellos rizados… ¡ay! sus rasgos y, sobre todo, sus gestos tienen una semejanza muy fea con los de Judas. También fray León es joven y no muy alto, pero su rostro expresa bondad y jovialidad. Estos frailes están a uno y otro lado de San Francisco. Luego, junto a León, está fray Maseo, un fraile corpulento, calmo, más bien anciano. Además hay tres frailecillos, que me parecen novicios o conversos; están siempre en silencio, con actitud tímida y casi incómoda y están vestidos aún más pobremente que los otros cuatro, pues ni siquiera llevan manto. Están comiendo, en platos de estaño, verduras hervidas (me parece que se trata de brócoles o de repollo) y pan de un color ceniciento.
«¡Qué rico es este pan! Tiene uip sabor especial. No sé cómo decirlo, casi parece un dulce…», dice fray Elía.
Y fray Maseo le responde: «Eso es, ¡un dulce! Y, además, es jugoso como la carne. Nutre, tonifica. Es un alimento tan completo como una comida entera».
Fray León prosigue: «¡¿Y qué decir de la santa Hostia?! Jamás he sentido un sabor como ése: Es una levedad inconsútil que se disuelve en dulzura… ¡Oh! ¡es una dulzura paradisiaca!».
«Os haré conocer a la que hace este pan y estas hostias. No os fijéis en su aspecto: es rozagante y alegre, mas bajo la sonrisa afable oculta su austeridad. Es una conversa que hace
el pan y se ocupa de la comida de las monjas. Mas sé con seguridad que es bien poco el alimento que ingiere y que se trata siempre del que las otras rechazan, del que a las otras repugna. Si escasea la comida, la deja para las que son más débiles física y espiritualmente y para su hambre y su cansancio destina sólo lo que al hombre le asquea… ¡Tendríamos que llamarla Juana Bautista! En este desierto suyo de verdadera enclaustrada – desierto en sí misma, porque la clausura es desierto sólo si así se lo quiere, es decir, si en ella se sabe vivir con el Solo – se alimenta solamente de langostas y de caracoles arrancados de las verduras del huerto y luego asados en la llama. Y aun así ríe y canta como una alondra libre. Hela aquí».
Los frailes, llevados por la curiosidad, se vuelven hacia la puertecita entreabierta. Entra una monja bella, joven (tendrá unos 30 años), robusta. Sonriendo, apoya sobre la mesa una jarra de agua y una escudilla de madera. Lleva un hábito derecho, de color herrum-
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bre, con amplias mangas; por delante y por detrás, el monjil le cae hasta el suelo. No veo cordón alguno. Ni tampoco veo un cinturón, porque lleva un pequeño manto corto, circular, que le llega a las caderas y que está ajustado al cuello por un trocito de madera. La cabeza está fajada por las vendas que le estrechan la frente – cubriéndosela hasta las cejas – y también las mejillas y que luego descienden por debajo del monjil.
Por encima lleva el velo negro puesto como un manto, de este modo ~ . Tiene un rostro bello, redondo, la tez rosada; ojos negros, risueños y brillantes, y hermosos dientes, sanos y fuertes. Su estatura es normal y su aspecto robusto.
«He aquí a Sor Amata Diletta de Jesús», dice Francisco. Y luego prosigue: «A mis compañeros les gustaría saber qué sueles poner en tu pan, que es tan bueno, y cómo haces las hostias para la santa Misa, que son diferentes de todas las demás».
La monja ríe y responde inmediatamente: «El aroma me lo da mi vendedor de especias».
«Pues, ¿de qué aroma se trata?».
«De la Caridad de Él, de Jesús, mi Señor, mi Esposo».
No veo nada más. La visión termina con el rostro de Sor Amata Diletta de Jesús, que resplandece al decir estas palabras.
Mientras aún sigue hablando el P. Migliorini1, antes de la Comunión, también habla el Maestro. Y su tono es tan imperioso que planto al sacerdote y me ocupo de Jesús. Dicta:
«Yo soy tu Superior. ¿Sientes mi Gracia en ti? ¿Me sientes en tu corazón, sientes que te apruebo? Y entonces, ¿qué pasa? ¿No soy acaso Yo el Superior de los superiores? ¿No soy Yo tu Clausura? ¿Tu amor hacia Mí y mi Amor por ti no son acaso barreras y cancelas?
¿Hay quien se empecina en la dureza de las necesidades? ¿Por qué lo hace? Lo hace por soberbia y egoísmo. ¡Oh, santa Humildad que ya fue mía! ¡Oh, santa Pobreza que ya fue mía!
¡Oh, santa Caridad que soy Yo mismo!
A ti, que sufres, te he dado una luz: Sor Amata Diletta de Jesús, que es más tuya que de los franciscanos».
1 Se trata del padre Romualdo M. Migliorini perteneciente a la orden de los Siervos de María, director espiritual de la escritora desde 1942 hasta 1946. Para su biografía, véase la nota 2 del 22 de abril en “Los cuadernos. 1943”.
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Ayer por la noche Jesús me dictó esto para Sor Gabriella2:
«Ave, Maria Gabriella de mi Madre. No conozco un saludo más dulce.
Sí, es la “palabra de oro”. La coloco donde hay algún sufrimiento, algún sufrimiento que aún conserva algo humano… que Yo quiero abolir. Por eso lo abraso con el oro encendido de mi Caridad. A los que prefiero les doy como suerte no sólo la de ser amados sino también temidos y no comprendidos, para que así se asemejen más a Mí y para que no amen más que a Mí. Todo afecto que se da o se recibe, que humanamente se da y se recibe, es como una molécula de impureza en la amalgama de una vara de oro.
Dirás que el oro nunca es puro. Se lo une siempre a otros metales para poder elaborarlo. Ya lo sé. Añádele plata, o sea, llanto. Añádele platino, o sea, dolor. Pero nunca le añadas cobre, que es rencor. Nunca le añadas estaño, que es cansancio. Nunca, nunca, nunca le añadas hierro ni carbón, que representan el deseo de ser amada y el de ser comprendida. Si lo hicieras, ensuciarías tu oro.
Cuando seas solamente oro, platino y plata, atraerás a todos hacia ti. Créeme, Gabriella de María: les atraerás porque sólo cuando no se es más que una llama que arde por arder, sin preocuparse por quién ni tampoco por qué se arde, sólo entonces todo se vuelve para mirar la luz. ¿Y sabes por qué? Porque esa luz que arde del modo que decía tu Francisco: “Sin deseo de ser amado”, refleja el Cielo y el Rostro de Dios, se funde con el fuego que es Dios, ama todas las cosas en Dios, y por eso resplandece de Dios. Ya no es un alma que ama; es Dios que ama en un alma. Yo puedo decírtelo: entonces todo converge en nosotros. Converge “todo” lo bueno. También algo de lo menos bueno y menos todavía de lo malvado. Mas siempre se vuelve con estupor.
¿Estás cansada? Heme aquí. Digo siempre: “Heme aquí” cuando alguien me quiere a su lado. Sólo Yo, que aunque calle, sé, puedo aliviar el cansancio y aquietar el dolor.
2 Se trata de Sor Gabriella cuyo nombre secular es Emma Federici, superiora en Camaiore de la congregación de las Pobres hijas de los estigmas de San Francisco (Stimmatine). Sor Gabriella está mencionada varias veces en este volumen. Su deseo era fundar un instituto para acoger la vocación religiosa de mujeres cuyo nacimiento no había sido reconocido legítimamente. Terminó por salir de la Congregación a la que pertenecía, pero no logró realizar su misión y se la consideró una figura discutible. Véase también los textos del 22 de junio y del 30 de diciembre en “Los cuadernos.
1944”.
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¿Cuál es la guía para obrar, para obrar bien? Es el amor. Mi Juan era joven e
ignorante, hasta un poco tozudo, como dices, y perezoso como son por lo general los orientales. Mas lo entendía todo enseguida porque amaba tanto que el amor suplía todo lo que faltaba. No te preguntes nunca: “¿Podré hacer esto?”. Si te lo inspiro, quiere decir que puedes hacerlo.
Lo demás te lo dirá el Amor.
Que mi paz sea contigo. Te digo aún: ¿querrías que te dijera: “Ven”? Mas Yo he caminado hoy, mañana y también pasado mañana, por años… un paso tras otro, sosteniendo la Cruz, cuesta arriba, arriba, arriba… Mira cuántos golpes… Mira cuánta Sangre…
Camina: hoy, mañana, y aún pasado mañana… las últimas horas serán las más angustiosas… Mas luego… luego tu espíritu vendrá a descansar en las manos de tu Jesús».
16 de enero de 1945
A las 6 de la mañana.
Escribo a la luz de la bujía y no sé cómo estaré escribiendo. Pero no quiero padecer lo que padecí ayer. Mientras estaba diciendo el “Veni Sancte Spiritus”, se me aparece esta visión de modo tan prepotente que comprendo que es inútil insistir en re- zar. Por lo tanto, sigo la visión y, al advertir que es tan compleja, comienzo a escribirla como puedo con esta luz.
De seguro me encuentro en las catacumbas. ¿En cuál? ¿En qué siglo? No lo sé.
Estoy en una iglesia de las catacumbas hecha de este modo: [croquis]
Es decir, tiene forma rectangular y termina en una vasta aula circular en cuyo centro está el altar constituido por una mesa rectangular, separada de la pared, cubierta por un verdadero mantel, o sea, un paño de lino con un ancho dobladillo en los cuatro lados, pero sin encajes o bordados.
En el muro del ábside está pintada una escena evangélica con el Buen Pastor. Por cierto, no es una obra de arte. Se ve un sendero campestre que parece de fango amarillo; más allá del sendero, a la derecha de quien mira, una mancha verdosa viene a ser el prado; al borde del prado, siete ovejas – tan apiñadas que parecen un solo
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bloque y de las que sólo se ve el hocico de las dos primeras, mientras las otras parecen hatillos panzudos – van caminando por el sendero en dirección de quien mira. A su lado, hacia el fondo, está el Buen Pastor, vestido de blanco y con un manto rojo desteñido. Sobre los hombros lleva una ovejilla que sostiene por las patitas. El pintor, o mosaiquista, hizo todo lo que pudo… pero por cierto no puede decirse que a Jesús se le ve hermoso. Tiene el característico rostro de las pinturas y mosaicos de las primeras épocas del cristianismo: un rostro achatado, más ancho que largo porque se le representa de frente, con los cabellos lisos y untosos, demasiado oscuros y opacos. Ni siquiera lleva barba. Pero, a pesar de su fealdad, tiene una mirada triste y amorosa que atrae y en los labios la mueca de una sonrisa dolorosa que hace pensar.
En el punto señalado con unà pequeña cruz hay una abertura, pero es tan baja que sólo un niño podría pasar por ella sin golpearse la cabeza. Por encima de la abertura, una lápida de la altura de un hombre, indica un nicho. En la lápida está escrito el “Pax” que se usaba en ese entonces y debajo, en latín: “Huesos del beato mártir Valente”. A los lados de la inscripción hay dos grafitos: una ampolla y una hoja de palma.
Al fondo de la iglesia hay otra baja abertura, indicada con el círculo, y junto a ella veo a cuatro excavadores muy robustos, armados de palas y picos. Cerca de ellos se ven dos montones de arenisca de desmonte. Deduzco que es época de persecuciones y que están listos para derribar la pared y ocultar la iglesia con esa avalancha y con los montones de arenisca ya preparados.
La iglesia está iluminada, como de costumbre, por la trémula claridad rojo- amarillenta de las lámparas de aceite. Hacia el altar, la luz es más viva. En cambio, hacia el fondo apenas es una claridad en la que se pierden los contornos de las personas que, por lo general, están vestidas de oscuro.
Sobre el altar se ve el cáliz, aún cubierto. Pero la Misa ya debe de haber empezado. Ante el altar está un viejecito de rostro ascético y palidísimo, que parece estar esculpido en antiguo marfil. La tonsura se pierde en la calvicie, que deja en torno a la cabeza sólo una corona de vaporosas canas que descienden hasta las orejas. Todo lo demás queda descubierto y la frente parece inmensa. Y debajo de ella hay dos claros ojos celestes, mansos, tristes, pero límpidos como los de un niño. La nariz es larga y fina, la boca presenta la caracterís-
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tica arruga de vejez y en las mandíbulas hay muy pocos dientes. Es un rostro de santo, afilado y austero. Lo veo bien porque está vuelto hacia mí, pues está celebrando el rito del otro lado del altar. Lleva la casulla usada en esa época, es decir, en forma de pequeño manto y, por
encima, el palio y la estola.
Delante del altar (donde he puesto tres puntos) están arrodillados tres jóvenes. Los que están en los extremos llevan la casaca de los diáconos, con las mangas anchas y largas hasta más abajo del codo. El que está en el medio lleva ya la casulla, con las mangas constituidas por una pequeña capa que va desde la espalda hasta los hombros; tiene la estola en bandolera. Al ver la estola deduzco que no se trata de una escena de los primeros tiempos, pues si bien me acuerdo no la vi en las primeras Misas. Pienso que estamos al final del siglo II° o a pricipios del III°. Pero podría equivocarme porque se trata de una idea mía y en cuanto a arqueología cristiana y a ceremonias de aquellos tiempos soy una verdadera ignorante.
El Pontífice – creo que lo es, dado que lleva el palio – pasa por delante del altar para ponerse frente a los tres jóvenes arrodillados. Impone las manos al primero y al tercero mientras pronuncia plegarias en latín. Luego se coloca delante del que está en el medio, el que lleva la estola en bandolera, y también a él le impone las manos; luego, con la ayuda de uno vestido de diácono, moja los dedos en un vaso de plata y unge la frente y las palmas de las manos del joven, le sopla en el rostro, o mejor, primero sopla y luego unge las manos, se las junta y las ata con un borde de la estola del joven, que el ayudante ha desatado, y le pasa la otra parte alrededor del cuello como si fuera un yugo. Luego le obliga a levantarse y tomándole las manos atadas, le hace subir los tres peldaños que conducen al altar y le hace besar dicho altar y también un voluminoso rollo atado con una cinta roja, que supongo que sea el Evangelio.
Luego lo besa a su vez, conduce consigo al joven hacia el lado opuesto y prosigue la Misa. Ahora entiendo bien que la Misa ha comenzado desde no hace mucho tiempo porque poco después llega al Evangelio (es una Misa casi igual a la nuestra y esto me confirma que estamos por lo menos a finales del siglo II°). Canta el Evangelio el sacerdote neófito (en efecto, creo que se trata de una ordenación sacerdotal). Vuelve otra vez ante el altar y los dos que aún estaban arrodillados se levantan: uno coge una pequeña lámpara, el otro el rollo del Evangelio, que le alcanza el que ya estaba sirviendo en el altar. El diácono lo desen-
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rolla y lo abre en el punto exacto mientras está frente al nuevo sacerdote, a cuyo lado está el que tiene la lámpara. El nuevo sacerdote es alto, moreno, de cabellos más bien ondulados y rostro de rasgos típicamente romanos; tendrá unos treinta años y canta con hermosa voz el Evangelio de Jesús y del joven que le pregunta qué debe hacer para seguir al Señor1. Su voz decidida, sonora, bien entonada, colma la iglesia.
Mientras entona su canto firme, hay en su rostro una sonrisa luminosa y cuando llega al «Anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme», su voz es un trino de gozo y de amor.
Besa el Evangelio y regresa hacia el Pontífice, que ha escuchado el Evangelio de pie, vuelto hacia el pueblo y rezando con las manos juntas. Ahora el nuevo sacerdote se arrodilla y el Pontífice pronuncia su homilía.
«El nuevo hijo de la Iglesia Apostólica Romana y hermano nuestro, bautizado en el día natal del mártir Valente, ha querido tomar el nombre del mártir beato, mas con la modificación que le ha dictado la humildad tomada del Evangelio; la humildad, que es una de las raíces de la santidad. Y por eso ha querido ser llamado Valentino y no Valente.
¡Mas, en verdad, es Valente! Mirad cuánto camino ha recorrido el pagano que tenía por religión el vicio y la prepotencia. Vosotros le conocéis tal como es ahora, en el seno de la Iglesia. Algunos de vosotros (especialmente los que fueron para él padres y madres que le generaron verdaderamente porque con la palabra y el ejemplo le hicieron concebir por la Santa Madre Iglesia, a fin de que ésta le diera a luz para el altar y para el Cielo) saben qué era, no como el cristiano Valente sino como el pagano anterior, cuyo nombre ni siquiera él
mismo quiere recordar, como no queremos recordarlo nosotros.
El pagano ha muerto. Y el cristiano ha renacido del agua lustral. Y ahora es vuestro sacerdote. ¡Cuánto camino ha recorrido! ¡Cuánto! Ha pasado de las orgías a los ayunos; de los triclinios a la iglesia; de la dureza, de la impureza, de la avaricia, al amor, a la castidad, a la generosidad absoluta.
Era un joven rico y un día encontró a Jesús, nuestro Señor bendito; fue llevado a Él por el corazón de los santos que, aun sin palabras, ilustran a Cristo, pues Él se revela a través del ánimo de sus
1 Mateo 19, 16-30; Marcos 10, 17-27; Lucas 18, 18-30.
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santos. Los ojos dulcísimos del Maestro se detuvieron en el rostro del pagano. Y el pagano experimentó una seducción que ningún placer le había provocado hasta entonces, una emoción nueva, cuyo nombre desconocía, que le daba una sensación indescriptible. Era algo suave como la caricia de una madre; algo honesto como el olor del pan apenas cocido; algo puro como el alba de primavera; algo sublime como un sueño ultraterrenal.
¡Oh, espectros del mundo y del Olimpo pagano!, caéis cuando el Sol Jesús besa a quien ha llamado. Os disolvéis como niebla. Huís como pesadillas demoniacas. ¿Qué queda de vosotros, de vosotros que parecíais algo tan espléndido? Queda sólo un montón de inmundas escorias mal quemadas, que aún expanden el mal olor de la co- rrupción.
El joven preguntó: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para seguirte y obtener la vida eterna?”. Y el dulce Maestro divino con pocas palabras le impartió la enseñanza de la Vida: “Sigue estos dictados”. ¡Oh, no podía decirle: “Sigue la Ley!”, porque el pagano no la conocía. Entonces le dijo: “No mates, no robes, no jures en falso, no seas lujurioso, honra a tus parientes y ama a Dios y al prójimo como a ti mismo”. ¡Eran palabras nuevas, metas nunca imaginadas, horizontes infinitos plenos de luz, de su
luz !
El pagano no podía dar la respuesta propia del joven rico. No podía, porque en el paganismo existen todos los pecados y todos esos pecados estaban en su corazón. Mas quiso dar una respuesta. Y fue hacia un pobre viejo, hacia el Pontífice perseguido, y le dijo llorando: “¡Dame la Luz, dame la Ciencia, dame la Vida! ¡Dale un alma a mi cuerpo, a este cuerpo de bruto!”.
Y el pobre viejo, que soy yo, tomó el Evangelio y en él encontró la Luz, la Ciencia, la Vida para el afligido mendigo. Lo encontré todo para él en el Evangelio de Jesús nuestro Señor. Y pude darle el alma. Pude evocar a la vida el alma muerta y decirle: “He aquí tu alma.
Custódiala para la vida eterna”.
Entonces, vuelto cándido por el baño bautismal, se dio a buscar al Maestro bueno, volvió a encontrarle y le dijo: “Ahora puedo decirte que hago lo que me has dicho. ¿Qué me falta aún para seguirte?”. Y el Maestro bueno respondió: “Ve. Vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres. Sólo entonces serás perfecto y podrás seguirme”.
¡Oh, entonces Valentino superó al joven de Palestina! No se fue, pues era incapaz de separarse de todos sus bienes, pero me los trajo
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para los pobres de Cristo y, ya libre del pesado yugo de las riquezas que impide seguir a Jesús, me pidió el yugo luminoso, alado, paradisiaco del Sacerdocio.
Hele aquí. Bajo ese yugo, con las manos atadas, prisionero de Cristo, le habéis visto subir a su altar. Ahora partirá para vosotros el Pan eterno y saciará vuestra sed
con el Vino divino. Mas tanto él como yo, para ser perfectos a los ojos del Maestro bueno, deseamos una cosa aún. Deseamos hacernos pan y vino: deseamos inmolarnos, partirnos, exprimirnos hasta la última gota, reducirnos a harina para ser hostias.
Deseamos vender la última, la única riqueza que nos queda: la vida, mi caduca vida de viejo, su floreciente vida de joven.
¡Oh, Pontífice eterno, no nos desilusiones! ¡Concédenos el beato martirio!
Queremos escribir con sangre tu Nombre: Jesús, nuestro Salvador. Para nuestra estola, qué la imperfección humana corrompe siempre, queremos otro bautismo: el de la sangre. ¡Lo queremos para subir a Ti con la estola inmaculada y seguirte, oh Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, que los has quitado con tu Sangre! Beato mártir Valente, en cuya iglesia estamos, pídele al Pontífice eterno tu misma palma y tu misma corona para tu Pontífice Marcello y para tu hermano sacerdote».
Y no se ve nada más.
A las 20.
26 de enero de 1945
Si no estuviéramos en tiempos de toque de queda, le habría mandado a llamar1,
pues hasta tal punto me aterrorizó la aparición del demonio. Se trataba de un verdadero demonio, sin ningún disfraz especial. Era un enigmático personaje alto, delgado, con la frente baja y estrecha, rostro afilado, ojos profundos y de mirada tan perversa, irónica y falsa que poco faltó para que me pusiera a gritar pidiendo auxilio.
Estaba rezando en la oscuridad de mi cuarto mientras Marta2
1 La escritora se dirige a menudo al P. Migliorini, su director espiritual. Véase la nota 1 del diario del 10 de enero de 1945.
2 Si no se lo aclara de otra manera, este nombre se refiere siempre a Marta Diciotti, cuyos datos biográficos están en la nota 8 del diario del 10 de enero en “Los cuadernos. 1944”.
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estaba en la cocina, y le rezaba precisamente al Corazón Inmaculado de María, cuando se me apareció cerca de la puerta cerrada. Era una imagen oscura en medio de esa oscuridad pero, a pesar de ello, pude ver todos los detalles de su cuerpo desnudo y feo, no por ser deforme sino por un no sé qué feroz y serpentino que traslucía de todos sus miembros. No vi cuernos ni cola ni pie bífido ni alas, todo eso con que le representan por lo general. Todo su aspecto monstruoso estaba en la expresión. Si tuviera que definirla, diría: Falsedad, Ironía, Ferocidad, Odio, Engaño. Eso era lo que decía su expresión engañosa y malvada. Se burlaba de mí y me insultaba. Pero no osaba acercarse. Estaba allí, como clavado junto a la puerta. Permaneció allí por unos diez minutos y luego se fue. Pero en tanto me invadían sudores fríos y candentes al mismo tiempo.
Mientras me preguntaba consternada por qué había venido, Jesús me dijo:
«Porque tú le habías rechazado tan duramente en su principal elemento». (Mientras le rezaba a María, se me presentó insistentemente la… no sé cómo definirla porque no es una voz ni una idea ni un pensamiento y, sin embargo, es algo que dice: «Si tú no hubieras estado aquí, habría sucedido algo. No sucedió gracias a ti. Porque eres muy amada por el Señor». No sé si hago bien o mal, aunque me parece que hago bien si, cuando oigo esto, digo: «Vete Satanás. No me tientes. Porque si es Jesús quien dice
estas cosas, lo acepto. Pero no debe decirlas ningún otro para provocar en mí la complacencia hacia mí misma»). Por eso, Jesús dijo:
«Porque tú le habías rechazado tan duramente en su principal elemento: la soberbia. ¡Oh, si él pudiera hacerte caer en ese pecado!
¿Le has visto bien? ¿No has notado cómo su aspecto, casi diría su soberanía o su autoridad de padre, se evidencia y se trasluce en quienes le sirven aunque sea temporáneamente? No te fijes si en una persona se te muestra con el aspecto repugnante de un animal sucio y libidinoso, de un monstruo hinchado por el fermento, por la levadura de la lujuria. Esto sucede porque esa pobre criatura es una pocilga llena de numerosos vicios y pecados y, entre ellos, los pecados carnales son los mayores. Piensa en todos los que, de otras maneras, te han llevado a sobresaltarte y a sufrir; piensa en los que, quizás por una hora, fueron instrumentos de Satanás para atormentar un alma fiel, para causarle dolor, para llevarla a la desolación.
Mientras herían ¿no tenían acaso la misma expresión de cruel despecho que viste a la perfección en él? ¡Oh, él se revela en sus siervos!
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Mas no temas. Si te quedas junto a Mí y a María, no puede hacerte mal. ¡Oh, te odia desmesuradamente! Pero no tiene poder para dañarte. Si no quieres tu alma de vuelta para darla a ti misma, si la dejas en el refugio de mi Corazón, ¿cómo quieres que pueda hacerle mal a tu alma?
Escribe estas cosas y escribe también las otras visiones menores que has tenido. El Padre debe conocerlas todas y conocerlas tiene una finalidad. Debes saber que está llegando el tiempo de mi primavera, la primavera que otorgo a mis predilectos. En primavera, las violetas y las prímulas constelan los prados. La coparticipación en mis dolores constela en mis amigos los días de preparación para la Pasión.
Ve en paz. Para terminar de disipar tus restantes temores, te bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».
Las otras visiones se produjeron hace ocho días a esta misma hora.
Vi a Jesús que, cargado con una enorme cruz, iba como hacia La Spezia (para que Ud. entienda la dirección), pero no cogía Via Fratti. Iba en diagonal, siguiendo una senda recta ideal de aquí hasta ese punto. Llevaba la túnica blanca y corta de Herodes sobre la suya, roja, y caminaba agobiado por el dolor, sudado y sollozando. Sí, lloraba de verdad. Y me decía, mientras yo estaba angustiada por verle llorar: «¿Ves? No basta el dolor de los suplicios… también tengo otros, otros dolores más fuertes.
Compadéceme, alma. Tu Jesús está agobiado completamente por una suma de desventuras demasiado fuertes».
Luego, el domingo por la noche, cuando casi me había adormecido rezando el rosario de los siete dolores de María, la Madre me sacude llorando y diciéndome: «No duermas. Llora conmigo. ¿No sabes que han matado a mi Hijo?». ¡Oh, cómo lloraba mientras pronunciaba estas palabras!
En cambio, el martes por la noche tuve una enorme tristeza porque vi a mi madre… también el I° de enero la vi así. Pero ahora me parecía más angustiada, más viva pero más angustiada. Se lo explico mejor: el I° de enero la veía más o menos como el Día de Todos los Santos: sin brillo, sola, absorta, como quien está asombrada de hallarse donde está y, al mismo tiempo, apesadumbrada por ello. Me miraba pero seguía como atontada. En cambio, el martes me parecía menos atontada aunque estaba siempre en ese lugar y siempre
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eran opacos su color y sus vestidos. Por el contrario, sus ojos tenían una expresión más viva y parecía que quería decirme algo y no podía hacerlo. Era como una invocación, una disculpa, un llamado… Si tuviera que traducir esa mirada, tendría que
deducir que me decía: «Perdóname y ayúdame. Aún tengo necesidad de ti, la tengo aquí como la tenía cuando estaba allí. Ayúdame. Estoy tan sola… No tengo más que a ti». Yo le decía: «¿Esto es lo que quieres decir, mamá?» y ella, moviendo la cabeza, decía “sí, sí” mientras sonreía tristemente, muy tristemente. Lloré y me quedé triste también yo. Vino otra vez. Le dije: «¿No bastan los sufragios?» y ella seguía diciendo con movimientos de cabeza: “sí, sí”, pero al mismo tiempo me pedía algo que no entendí. Le dije: «Ya sabes que te quiero» y, aunque ella asentía, mantenía siempre esa mirada. «No conservo ningún rencor, mamá, y quisiera que estuvieras aquí todavía» y ella sonreía, pero no estaba contenta. Sufrí. No la siento tranquila.
Esto es lo que tenía que decir y que nunca había escrito porque me parecía algo sólo mío y tan triste, demasiado triste…
4 de febrero de 1945
Esta mañana he vuelto a pensar en su expresión cuando ayer le leía la visión. Estaba Ud. pasmado. Se lo dije a Jesús, que estaba cerca de mí y Él me respondió:
«Doy las visiones por este motivo. No puedes imaginar el inmenso gozo con que me hago luz para mis verdaderos amigos. Me concedo así a mi Romualdo, por amor, para su gozo, para ayudarle y porque Yo le veo. Yo no tenía secretos para con Juan. No los tengo para con los Juanes. Dile al anciano Juan que le otorgo mucha paz y buena pesca. Para ti no hay pesca. A ti te confío solamente la tarea femenina de trenzar las redes con el hilo que te doy. Trabaja, trabaja… Y no te enfades si no te queda tiempo para hacer nada más. Todo está en este trabajo. Ni te enfades tampoco si no vengo a decirte: “Que la paz sea contigo”. Se saluda cuando se llega o cuando se parte. Mas cuando se está presente siempre no se saluda. La permanencia, mi permanencia, ya es paz en sí misma. Y para ti Yo no soy un huésped. Yo te tengo en mis brazos y no te poso ni siquiera por un momento. ¡Tengo tanto por decirte de mi tiempo mortal! Mas he aquí que hoy, para que te quedes satisfecha, te digo: “Que mi paz sea contigo”».
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11 de febrero de 1945
A las 20.
En medio de mis sufrimientos veo estos otros sufrimientos.
Hay una especie de pozo circular de varios metros cuadrados de superficie. Debe de tener un diámetro de unos cuatro o cinco metros a lo más y una altura semejante; no hay ventanas. En el robusto muro de casi un metro de espesor está empotrada una pequeña y estrecha puerta de hierro. En el centro del techo hay una abertura circular de medio metro de diámetro al máximo, que sirve para la aereación de dicho pozo. En su piso de tierra batida el pozo presenta otra abertura, de la que llega el borbotear de aguas profundas, como si allí cerca hubiera un río, y un notable hedor, como si allí abajo pasara una cloaca que va a desembocar en el río. Es un lugar malsano, húmedo, fétido. Los muros trasudan agua, el suelo está impregnado de materias repugnantes,
pues me doy cuenta de que el orificio del techo es el desaguadero de los deshechos de la celda superior.
En esta cárcel horrible, envuelta en una densa penumbra que permite ver apenas lo esencial, hay dos personas. Una está acostada en el húmedo suelo, cerca de la pared, y está encadenada por un pie. No se mueve. La otra está sentada allí cerca, con la cabeza entre las manos. Se trata de un viejo, pues veo que la parte alta de la cabeza es completamente calva.
Arriba, en la otra celda, debe de haber más personas, porque oigo voces y traqueteo. Son voces de hombre y de mujer. Son voces de niños y de viejos mezcladas con frescas voces juveniles y sonoras voces de adultos.
De tanto en tanto cantan melancólicos himnos que, aun en su tristeza, tienen un dejo de auténtica paz. Contra esas paredes espesas, las voces resuenan como en una sala armónica. Es muy bello el himno que dice:
«Guíanos a tus frescas aguas. Llévanos a tus huertos florecidos.
Concede tu paz a los mártires
Que esperan, que esperan en Ti.
En tu santa promesa Hemos fundado nuestra fe.
¡Oh, Jesús Salvador!, no nos desilusiones, 20
porque hemos esperado en Ti.
Vamos gozosos al martirio
Para seguirte en el hermoso Paraíso. Lo dejamos todo por esa Patria
Y lo único que queremos, lo único que queremos eres Tú».
Cuando este último canto se va extinguiendo lentamente, aparece una luz en el orificio y se asoma, balanceándose, un brazo que sostiene una pequeña lámpara y tras él el rostro de un hombre. Mira hacia abajo. Advierte que el hombre acostado no se mueve y que el otro que tiene la cabeza entre las manos no ve la luz, y entonces llama: «¡Diomede! ¡Diomede! Ha llegado la hora».
El que estaba sentado se levanta y, arrastrando su larga cadena, se sitúa debajo de la abertura. Dice: «Que la paz sea contigo, Alejandro».
«Y contigo, Diomede».
«¿Tienes todo?».
«Sí, todo. Priscila ha osado venir, disfrazada de hombre. Se ha rapado para parecer un sepulturero. Nos ha traído lo necesario para celebrar el Misterio. ¿Qué hace Agapito?».
«Ya no se lamenta. No sé si duerme o si ha expirado. Quisiera poder ver… para decir sobre su cuerpo las plegarias de los mártires».
«Espera. Te bajamos la lámpara. Será un gozo para él recibir el Misterio».
Con un cordón formado por cinturones anudados, bajan la lámpara hasta las manos de Diomede que, ahora que le veo bien, es un anciano de rostro afilado y austero. Tiene pocos cabellos, ojos que aún conservan una luminosa expresión y está muy pálido. Aun en su mísera situación de prisionero encadenado en esa fétida cueva, tiene la majestad de un rey. Desata la lámpara del cordón y va hacia su compañero. Se inclina. Le observa. Le toca. Y, tras haber posado la lámpara en el suelo, abre los brazos en un amplio gesto de conmiseración. Luego toma las manos ya casi rígidas del cadáver y las cruza sobre el pecho.
Son pobres manos amarillentas y esqueléticas de un viejo muerto de privaciones.
Se vuelve hacia el que está esperando cerca del orificio y dice: «Agapito ha muerto. ¡Gloria al mártir de la pútrida fosa! ».
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Los de la celda superior responden: «¡Gloria! ¡Gloria! Gloria al fiel en Cristo».
«Bajad lo necesario para el Misterio. No nos falta el altar. El sostén ya no lo forman sus manos extendidas, pero lo hace su pecho inmóvil, que hasta la última hora palpitó por Jesús, nuestro Señor».
Bajan una bolsa de tela preciosa y Diomede extrae de ella un pequeño paño de lino, un pan achatado, un ánfora y un pequeño cáliz. Lo prepara todo sobre el pecho del muerto, celebra y consagra diciendo de memoria las oraciones mientras los que están arriba responden. Deben de ser los primeros tiempos de la Iglesia porque la Misa es más o menos como la de Pablo en el Tullianum1.
Después de celebrar la Consagración, Diomede vuelve a vertir en el ánfora el vino del cáliz (que tiene una ligera forma de jarra y que quizás han elegido así para esta función); pone el Pan en la bolsa y lleva todo al punto donde el cordón está esperando para volver a llevar arriba la bolsa. Y mientras ésta va siendo alzada con la debida precaución, Diomede absuelve a sus compañeros. Entonces reinicia el canto con un coro casi exclusivamente de jóvenes voces femeninas y, mientras tanto, los cristianos comulgan.
Cuando cesa el canto, Diomedes habla:
«Hermanos, comprendo que ha llegado la hora del circo y de la victoria eterna. Para Agapito ya ha llegado. Para vosotros, será mañana. Sed fuertes, hermanos. El tormento durará sólo un instante. La beatitud no tendrá pausas. Jesús está con vosotros. No os abandonará ni siquiera cuando en vosotros ya las Especies estén consumidas. Él no abandona nunca a sus confesores. Por el contrario, se queda con ellos para recibir sin vacilaciones el alma de cada uno de ellos, lavada por el amor y la sangre. Id. En la hora de la muerte rezad por los verdugos y por vuestro sacerdote. Por mi mano el Señor os da la última absolución. No temáis. Vuestras almas son más cándidas que un copo de nieve que desciende del cielo».
«¡Adiós, Diomede!», «¡Oh tú, santo, asístenos con tus plegarias!», «Le diremos a Jesús que venga por ti», «Vamos antes que tú para prepararte el camino», «Ruega por nosotros». Los cristianos se asoman a turno al orificio, saludan, son saludados a su vez y desaparecen…
Al final vuelven a subir la pequeña lámpara y la oscuridad se 1 Véase el diario del 29 de febrero en “Los cuadernos. 1944”.
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hace aún mayor en ese antro en el que uno muere lentamente junto al que ya está muerto, entre el hedor y el profundo borboteo de las aguas subterráneas. Arriba vuelven a cantar los himnos lentos y suaves.
En cuanto a mí, no sé dónde se desarrolla la escena. Diría que acaece en Roma, en tiempos de las persecuciones. Pero no sé en qué cárcel. Ni tampoco sé quién es este sacerdote llamado Diomede, de tan venerable figura. Pero, por su misma tristeza, esta visión me impresiona más que la del Tullianum.
12 de febrero de 1945
Más tarde dice Jesús:
«Debes acogerles a todos con infinita caridad y con sutil prudencia. Si te
encerraras en ti misma, aguzarías la curiosidad. Si les rechazaras, sería anticaridad. Ya te lo he dicho: “Serás la ciudad buscada”. ¿No todos llegan con fines honestos? ¿Y con eso? Tú eres prudente y eso es suficiente. ¿Temes perder tiempo? Pues, ¿quién es el dueño del tiempo? Soy Yo. Y entonces ¿qué problemas puedes tener? Vamos, vamos, no tengas miedo, ni inquietud, ni impaciencia. ¿Has visto cuántas veces Yo he tenido que cambiar mi programa? Y se trataba de Mí… Hay que dar paz, paz y caridad para todos y, en tercer lugar, hay que tener prudencia; es suficiente».
Le diré personalmente cuál es el origen de esta leccioncilla.
20 de febrero de 1945
Siento que Jesús quiere presentarse con el Evangelio que vivió y no sé cómo haré para escribir tanto pues sufrí toda la noche para recordar la siguiente visión, de la que garabateé como pude las palabras que escuché, para no olvidarlas.
Es tiempo de persecuciones, pero de una de las más grandes persecuciones, porque los cristianos son torturados en masa y no individualmente. El lugar es la cávea de un Circo (¿se la llama así?). En resumen, es un local que de seguro está situado bajo las gradas del Circo y sirve como reparo para los gladiadores, los bestiarios, etc., en fin, para todos los que trabajan en el Circo. Anticipo que me equivocaré los nombres porque hace 35 años que no leo nada de historia
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romana y por lo tanto…
Es un local amplio y oscuro, porque la luz entra solamente por una puerta que da a un pasillo (que, a su vez, lleva seguramente al interior del Circo y puede que también al exterior) y por una pequeña ventana, que más parece un tragaluz, que está al nivel del suelo del Circo y por la que llega el rumor de la multitud. En este local amplio y oscuro están amontonados numerosos cristianos de todas las edades, desde niños pequeñísimos, todavía en los brazos de las respectivas madres (hay dos que, a pesar de aparentar dos años más o menos, aún maman de los exhaustos senos), hasta viejos decrépitos.
También hay gladiadores, ya vestidos con el yelmo y esa coraza que tendría que defender y, en realidad, no defiende porque deja al descubierto partes vitales como la yugular y zonas del abdomen vecinas al hígado y al bazo. Llevan esta armadura parcial sobre la piel desnuda y tienen en la mano la corta y ancha daga, de forma semejante a la de la hoja del castaño. Son hombres hermosísimos, no tanto en cuanto al rostro sino por el cuerpo robusto y armonioso que, en cada movimiento, me permite ver el ágil vibrar de los músculos. Algunos muestran las cicatrices de viejas heridas; en otros no se advierte ninguna huella de herida. Hablan entre ellos y noto que deben de provenir de países sometidos a Roma (de seguro son prisioneros de guerra), porque emplean solamente un latín espúreo, pronunciado con voz dura y gutural, cuando se dirigen a los cristianos que, esperando la muerte, entonan sus dulces y tristes himnos.
Veo a un gladiador de casi dos metros de altura, un verdadero coloso rubio como la miel, de ojos claros entre azul y gris, de mirada mansa a pesar del reflejo metálico que produce en su rostro la visera del yelmo. Se dirige a un anciano completamente vestido de blanco, muy digno y austero; diría más aún: un anciano ascético al que todos los cristianos veneran con el máximo respeto. «Padre blanco, tendré que matarte si las fieras no lo hacen. Tal es la orden. Y me duele, porque en Panonia dejé a un viejo padre como tú».
«No te duelas, hijo. Tú me abres el Cielo. Y en mi larga vida, nadie me ha hecho un don más hermoso que el que me haces».
«También en el Cielo, donde por cierto estará tu Dios como en el mío están nuestros dioses y
en el de Roma están los de los romanos, todavía hay muerte y lucha. ¿Acaso quieres sufrir por el odio de los dioses como sufres aquí?».
«Mi Dios es uno solo. En su Cielo, reina con amor y justicia. Y el 24
que llega a su Cielo, conoce solamente el gozo eterno»,
«Ya les he oído decir esto a miles de cristianos durante esta persecución. Y le dije a una doncella que me sonreía mientras yo estaba a punto de herirla con mi daga… y a la que fingí matar pero que no maté para salvarla, porque era tierna y rubia como un joven brezo de mis bosques… mas fue inútil… No pude sacarla fuera de aquí y el día después… ese cuerpo de leche y de rosas fue arrojado a las serpientes…». El hombre calla y su rostro refleja pesadumbre.
El viejo le pregunta: «¿Qué le dijiste, hijo?».
«Le dije: “¿Ves? No soy malo. Pero ésta es mi tarea. Soy un esclavo de guerra. Si es verdad que tu Dios es justo, dile que se acuerde de Álbulo – en Roma me llaman así
– y que se manifieste con todo su bien”. Me dijo: “Sí”. Pero hace días que murió y aún no ha venido nadie».
«Hasta que no se es cristiano, Dios se muestra sólo a través de sus siervos.
¡Cuántos de ellos te ha traído! Cada cristiano es un siervo de Dios, cada mártir es un amigo y lo es hasta tal punto que vive entre los brazos de Dios».
«¡Oh sí! me ha traído a muchos… y no sólo yo, sino también Dacio e Ilírico y otros de entre nosotros que compartimos esta triste suerte, hemos sido contagiados por vuestro júbilo… y lo quisiéramos también nosotros… Vosotros estáis encadenados… nosotros no. Pero ni siquiera nuestro aliento es libre. Si César lo quiere, encadenan también nuestro aliento matándonos. ¿Te disgusta hablarnos de Dios?».
«Es mi único gozo en la tierra, hijo mío, y es un gozo inmenso. Que Jesús, mi Dios y Maestro, te bendiga por este gozo. Álbulo, yo soy sacerdote y me he pasado la vida predicando su nombre y llevando a Él tantas criaturas. Y ya no esperaba volver a tener este gozo. Escucha…» y el viejo comienza a repetirles, tanto a él como a los demás gladiadores que se han agrupado a su alrededor, la vida de Jesús desde el nacimiento hasta la muerte en la cruz y a explicarles concisamente los dictámenes esenciales de la Fe. Está sentado sobre una piedra que le sirve de banco y habla serenamente, solemnemente; hay un absoluto candor en sus largos cabellos, en la barba mosaica, en la túnica y hay un absoluto ardor en la mirada y en la palabra. Se interrumpe solamente dos veces para bendecir a dos grupos de cristianos llevados a la arena para ser arrojados a los cocodrilos durante los juegos náuticos. Luego vuelve a hablar circundado por esos
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robustos gladiadores – casi todos rubios y rubicundos – que le escuchan con la boca abierta.
Ese doctor de la Iglesia se llama Crisóstomo. Mas entonces ¿qué nombre le daremos a éste, que no se nombra?
Termina diciéndoles: «Esencialmente, esto es lo que hay que creer para recibir el Bautismo y el Cielo».
Las voces sonoras de unos diez gladiadores retumban en la baja bóveda: «Lo creemos. Danos a tu Dios».
«Aquí no tengo nada para rociaros, ni siquiera unas gotas de agua o de otro líquido, y ha llegado mi hora. Pero ya vais a encontrar el modo… ¡No! ¡Me lo dice Dios! Hay un líquido ya listo para vosotros».
El carcelero ordena: «¡Que todos los cristianos sean arrojados a los leones!».
Todos entran cantando en la arena; a la cabeza va el anciano sacerdote, los otros van detrás y, entre ellos están las madres, que llevan a sus pequeños dormidos sobre el pecho.
¡Cuán grande es la multitud! ¡y qué luz, qué vocerío, cuántos colores! La arena está repleta hasta lo inverosímil de gente de todas las clases sociales. En la zona en la que pega el sol, están los de bajo rango, que son los más rumorosos; a la sombra están los patricios. Togas y más togas, abanicos de avestruz, joyas, conversaciones irónicas en voz baja. En el centro de la zona en penumbra, está el podio imperial con su baldaquín purpúreo, su balaustrada, cubierta por lienzos y toda llena de flores y sus muelles asientos para el descanso del César y de los patricios y cortesanos, que son sus invitados. En los extremos de esta balaustrada humean dos trípodes de oro que expanden exóticas esencias. A los cristianos se les empuja hacia la parte soleada.
Me he olvidado de algo. En el medio de la arena hay un… no sé cómo definirlo. Es una construcción de mármol, de la que se elevan hacia el cielo sutiles e impalpables surtidores. En la plataforma de esta construcción, de forma más bien oblonga y de unos dos metros de altura, hay estatuillas de oro que representan a dioses y, delante de ellas, trípodes en los que arde el incienso.
Pues bien, los cristianos están amontonados en la zona soleada. Le haré un bosquejo como pueda. [croquis] Los leones irrumpen del punto X. En primer lugar, solo, avanza el anciano sacerdote con los brazos abiertos. Dice: «¡Oh, romanos!, que la paz y la bendición sean con
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mis hermanos y conmigo. Que por este gozo que nos dais al permitirnos confesarlo con nuestra sangre, Jesús os conceda Luz y Vida eterna. Nosotros le rezamos para que así sea, porque os estamos agradecidos por la púrpura eterna con la que nos vestís con…».
Un león, que se le ha acercado arrastrándose casi aplastado contra el suelo, se le abalanza, le hace caer y le clava los dientes en el hombro. Y en un instante se enrojecen la túnica y los cabellos blancos como la nieve.
Ésta es la señal para el feroz ataque. Las fieras se lanzan en tropel con furiosos saltos sobre el rebaño de los mansos. Con un zarpazo, una leonesa arrebata a una madre uno de los niñitos adormecidos y su arañazo es tan fuerte que arranca también parte del seno de la mujer y, probablemente, desgarra su corazón, porque se desploma en la arena y muere. La fiera defiende su tierna comida con zarpazos y golpes de cola y se la devora en un abrir y cerrar de ojos. En la arena queda una pequeña mancha roja como única huella del mártir pequeñito, mientras la fiera se levanta lamiéndose el hocico.
Pero, en comparación, los cristianos son numerosos y las fieras pocas. Puede que ya estén saciadas pues, más que devorar, matan por matar. Derriban, degüellan, destripan, lamen un poco y luego se van, pasan a otra presa.
La multitud se inquieta por la falta de reacción de los cristianos y porque las bestias no son lo bastante feroces. Y por eso gritan: «¡A muerte! ¡A muerte! ¡A muerte también el intendente!
¡Éstos no son leones, son perros bien nutridos! ¡Muerte a los traidores de Roma y de César!».
El emperador imparte una orden y se hace volver a los animales a su antro. Entran los gladiadores para dar el golpe de gracia. La multitud repite a gritos el nombre de los preferidos: «Álbulo, Ilírico, Dacio, Hércules, Polifemo, Tracio» y aún otros más. No se trata solamente de aquellos a quienes habló el anciano mártir, que ahora agoniza en la arena con un pulmón casi puesto al descubierto por un zarpazo. Hay también otros, que entran por otros accesos.
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Álbulo corre hacia el anciano sacerdote. La muchedumbre grita: «¡Hazle sufrir!
¡Álzale, que se pueda ver la herida! ¡Ánimo, Álbulo!». Pero, en cambio, Álbulo se inclina para pedirle algo al anciano y, cuando éste le hace un gesto de asentimiento, llama a esos compañeros que antes habían escuchado las palabras del viejo sacerdote.
No logro entender lo que hacen, si se hacen bendecir o si sucede otra cosa, porque
sus recios cuerpos forman una especie de techo sobre el viejo postrado. Pero por fin lo entiendo cuando veo que una mano senil ya vacilante se alza sobre el grupo de cabezas estrechadas la una a la otra y las rocía con la sangre que le colma la mano como si fuera una copa. Luego vuelve a caer.
Rociados por esa sangre, los gladiadores se ponen de pie de golpe y levantan la daga, que brilla a la luz. Gritan con fuerza: «Ave César, emperador. Los triunfadores te saludan» y luego, veloces como un rayo, se precipitan hacia la construcción que está en medio del circo, saltan sobre ella, derriban los ídolos y los trípodes, los pisotean.
La muchedumbre vocea como si estuviera enloquecida. Algunos querrían defender al gladiador preferido; otros invocan una muerte atroz para los nuevos cristianos. Por su parte, éstos han vuelto a la arena y están allí, alineados, serenos, como magníficas estatuas de gigantes, con una sonrisa nueva en el rostro intrépido.
César está rodeado por sus patricios, que visten completamente de blanco, excepto algunos que llevan una franja roja; se levanta. Es un hombre feo, obeso, cínico, coronado de flores y vestido de púrpura. La multitud calla esperando su palabra. César (no sé quién es éste que tiene un rostro lascivo y achatado) tiene a todos en suspenso por unos instantes y luego, con el pulgar hacia abajo, exclama: «Que reciban la muerte por mano de sus compañeros».
Mientras tanto, los gladiadores no convertidos han degollado a los cristianos moribundos con la exactitud con la que un carnicero degüella a los corderos. Y ahora se vuelven y con la misma frialdad y exactitud les cortan la garganta a los compañeros, a la altura de la yugular. Como un manojo de espigas que la hoz corta tallo por tallo, los diez cristianos nuevos, rociados por la sangre del sacerdote mártir, se visten de púrpura eterna con su propia sangre y caen boca arriba, con una sonrisa, mirando el cielo en el que ya amanece el día beato de todos ellos.
No sé de qué Circo se trata. No sé qué época del cristianismo será. No tengo datos. Veo y digo lo que veo. Nunca he pisado nin-
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guna Arena o Circo o Coliseo; por eso, no puedo darle el menor indicio. Dada la enorme multitud y la presencia del César, creo que se trata de Roma. Pero no lo sé de seguro. En mi corazón queda la visión del viejo sacerdote mártir y de los últimos que ha bautizado y nada más.
1° de marzo de 1945
¡Es un día cuyo recuerdo no puede perderse! El Rostro velado se ha descubierto. El “Desconocido” se ha dado a conocer. El Maestro ha llamado a “María”… y María se ha vuelto Juan. ¡Mi llanto ha sido enjugado por tu beso y tu promesa!… Mi espíritu “renace” por tu voluntad.
La gente no lo sabe. Pero yo lo sé. Y Ud., Padre, lo sabe. ¿Cómo puedo dejar de celebrar esta fecha?… La celebro al servicio de Dios, bendiciendo el peso y la pena de este servicio porque… ¡oh!, esa hora del 1° de marzo de 1943 es tan grande que hasta el peso de la cruz no es nada.
4 de marzo de 1945
Jesús me dice:
«Ten paciencia, alma mía, por la doble fatiga. Es tiempo de sufrimientos. ¡Ni imaginas qué cansado estaba en los últimos días! ¿Ves? En el camino me apoyo en Juan, en Pedro, en Simón, también en Judas… Así es. ¡Y Yo, de quien emanaba el milagro tan sólo con rozar mi túnica, no pude mudar ese corazón! Pequeño Juan1, deja que me apoye en ti para repetir las palabras ya dichas en los últimos días a esos obtusos malvados en los que el anuncio de mi tormento resbalaba sin penetrar. Y deja también que el Maestro haga sus horas de predicación en el triste llano del Agua Especiosa2. Yo te bendeciré dos veces: por tu fatiga y por tu piedad. Cuento tus esfuerzos, recojo tus lágrimas. A los esfuerzos realizados por amor de los
1 A menudo se llama a la escritora “pequeño Juan” porque, por su espiritualidad y su misión, está cerca del gran evangelista Juan. Véase también el dictado del 15 de junio en “Los cuadernos. 1944”.
2 En la obra “El Evangelio como me ha sido revelado”.
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hermanos se les otorgará la recompensa de los que se consumen para hacer que los hombres conozcan a Dios. A tus lágrimas, derramadas por mi sufrimiento de la última semana, se les concederá el premio del beso de Jesús. Escribe y recibe mi bendición».
8 de marzo de 1945
Por la noche.
Tras haber escrito buena parte de la última Cena1, me pregunto cómo puedo entender hasta las cosas más oscuras mientras habla Jesús. Y me digo: «¿También a los demás les habrá pasado lo mismo?». Defino “los demás” a los místicos y místicas de estos 20 siglos de cristianismo, a los doctores, etc.
Oigo que una voz me habla y siento que un inmenso regocijo me invade. Sin embargo, en esos momentos por cierto no estaba alegre porque sobre mí pesaba la pena de las últimas horas de Jesús y esa pena me agobiaba hasta provocarme un sufrimiento físico. La voz me dice: «¿Sabes quién soy?». Mas no lo sé. Siento solamente esa paz y veo solamente una luz clara, lunar, bellísima, que define un cuerpo, pero de modo tan inmaterial que no distingo quién es. «Soy Catalina».
Me digo: «¡Qué raro! La otra vez2 tenía una voz diferente. Ésta es una voz cristalina, joven, aguda, pero no tiene nada que ver con la hermosa voz de la santa de Siena».
«No soy la que imaginas. También ella es doctora por obra de la divina Sabiduría. Pero yo soy Catalina de Alejandría, la mártir de Cristo, y te protejo. Y quiero decirte que también en nosotros todo se transformaba en luz bajo la luz de Jesús. Nos hemos convertido en doctores del Señor por obra sobrehumana y no por el estudio humano, para amarle así, para servirle así, para alabarle así y para hacerle amar, servir y alabar a través de esta doctrina que provenía de lo alto y que, aun siendo incomprensible para los humanos en las partes más sublimes, era simple como las palabras de un niño si la oíamos estando con Él, el Esposo.
Adiós. Te he respuesto. Te amo. Eres una pequeña hermana. Que el Amor Trino sea contigo».
1 En la obra “El Evangelio como me ha sido revelado”. 2 Fue el 9 de noviembre de 1944. Véase “Los cuadernos. 1944”.
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La luz se desvanece y la voz calla. No sucede nada más. Me duermo contenta por
haber conocido a esta nueva amiga del Cielo.
19 de marzo de 1945
Le hablé de la visita poco agradable y de la profecía que tuve ayer noche. Y cuando Ud. entró me notó una expresión “asustada” y así me lo dijo. No sé qué reflejaba mi rostro pero por cierto estaba impresionada. Y con el pasar del tiempo el susto no me pasa.
Como Ud. sabe, no es la primera vez que Satanás me importuna tentándome con una u otra cosa. Y ahora que ya no tienta la carne, tienta el espíritu. Hace ya un año que, cada tanto, me importuna. La primera vez lo hizo en los días tremendos para mí del mes de abril de 1944, cuando me prometió su ayuda si yo le adoraba. La segunda vez fue cuando me asaltó con una aguda, violenta y larga tentación el 4 de julio de 1944, induciéndome a imitar burlonamente el lenguaje del Maestro para aniquilar a quien me había ofendido. La tercera fue cuando me sugirió que publicara como mías las palabras que me habían sido dictadas, para recibir así méritos y dinero. La cuarta fue en febrero de este año (me parece que ya estábamos en febrero) cuando se me apareció (y era la primera vez que le veía, porque las otras sólo le sentí) y me aterrorizó con su aspecto y su odio. La quinta fue ayer noche.
Éstas son las grandes manifestaciones de Satanás. Pero también le atribuyo todas las demás cosas más pequeñas que me llegan de los otros y que quieren obligarme a envanecerme, a sentirme satisfecha de mí misma o a buscar la falsedad de las apariencias o, si no, a persuadirme de que soy sólo una enferma y que todo es fruto de mi turbación psíquica.
También las dificultades con mis parientes, con las autoridades y hasta con los camionistas1, las atribuyo a Satanás. Hace lo que puede, y lo hace lo mejor que puede, con tal de molestar- me y provocar en mí inquietud y rebelión y llevarme a la persuasión de que rezar es inútil y de que todo es mentira.
Pero le confieso que ayer noche me turbó mucho. No es la primera vez que suscita en mí el temor de haber sido engañada y de tener
1 Alude a los acontecimientos relacionados con el periodo bélico y que puede decirse que se concluyeron en febrero de 1945. Véase el diario del 24 de abril, nota 1, en “Los cuadernos. 1944”.
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que dar cuentas de ello, un día, a Dios y a los hombres. Ud. bien sabe que éste es mi terror… y que, aunque Jesús y Ud., Padre mío, me confortáis siempre, ese terror resurge siempre. Pero hasta ahora se trataba de ideas “mías”, ideas instigadas por Satanás pero pensadas por mí. En cambio, ayer noche fue una amenaza explícita, directa.
Me dijo: «¡Sigue adelante, sigue adelante! Estoy esperando que llegue el momento oportuno, el último momento. Y entonces lograré persuadirte de tal modo que siempre le has mentido a Dios, a los hombres y a ti y que eres una embustera, que te invadirá el terror y la desesperación de ser condenada. Y lo expresarás con tales pa-
labras que quien te asista pensará que haces una retractación final para poder ir a Dios menos manchada por el pecado. Tú y los que estén contigo quedaréis persuadidos de ello. Y morirás en esta situación… y los demás quedarán impresionados… Sí, te espero… Espérame tú también. Nunca prometo sin mantener. Ahora tu conducta me molesta desmesuradamente. Pero luego seré yo quien te moleste. Me vengaré de todo lo que me estás haciendo… Me vengaré como sólo yo sé vengarme». Y se fue, dejándome muy mal…
Luego vino la dulce Madre, apacible y amorosa, con su túnica blanca, y me sonrió y me acarició. Mi Jesús me sonrió con su sonrisa más jubilosa. Pero tan pronto como me dejaron sola, volví a caer en mi extenuación… Y aún dura. Cuando este pensamiento me acosa, siento la tentación de decir: “No escribiré una palabra más, a pesar de cualquier presión”. Pero luego reflexiono y me digo: “Eso es lo que quiere Satanás” y no obedezco a este deseo.
Es época de Pasión ¿no es verdad? Ya sea entre los que – por la idolatría tan inculcada en los hombres, aun en los buenos – adoran al portavoz, al ídolo, olvidando que éste sólo es un instrumento y que el que debe ser adorado es Dios; ya sea entre los que me escarnecen, habrá quienes esperen – de igual modo aunque con fines diversos – hechos maravillosos de parte mía, especialmente en este tiempo de Pasión. Quizás los espere Ud. mismo, como algo natural en mi caso. En Ud. se trata de una espera justa. En los otros se trata de escarnio o de idolatría. Y puedo asegurarle que prefiero el escarnio a María Valtorta a la idolatría hacia ella. Esto me molesta de un modo indescriptible. Me parece que me desnudan en medio de una plaza, que me despojan de mi precioso secreto… ¿qué sé yo? La verdad es que me hace sufrir. El escarnio causa menos mal si está dirigido a María Valtorta. Lo importante es que no dañe los “dictados” y no los haga
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considerar una burla o una locura…
Pero por encima del deseo más o menos santo y honesto de mucha gente, está la voluntad, o mejor, la bondad de Dios, que escucha a su pobre María, a esa María que ha rezado siempre y que sigue rezando y diciendo: «He aquí a tu “víctima”. Que recaiga sobre mí todo lo que quieras, pero sin señales exteriores». Yo no habría que- rido ni siquiera esta manifestación de Dios en mí, yo… Mas Él ha querido que yo fuera su fonógrafo… ¡paciencia! Pero no quiero nada más, no, no, no. Que me lleguen todas las enfermedades, diagnosticables o no diagnosticables si no tienen características conocidas. Que me lleguen todos los sufrimientos que me hagan padecer lo que Él padeció. Que me llegue la agonía que me haga estar curvada sobre su agonía. Pero que todo eso sea conocido sólo por Él, por Ud. – que es un padre para mí – y por mí y basta.
Si en este tiempo de Pasión desilusiono al que idolatra y al que escarnece porque no soy materialmente “la apasionada”, le aseguro que vivo igualmente mi pasión. Pero más que el mayor sufrimiento físico del cuerpo transido y magullado por los golpes y el cansancio del Gólgota, de la cabeza dolorida por el cerco cruel, de los estirones y los calambres, del afán y la congestión de esta tortura, de la sed y la fiebre, de la languidez y la excitación del suplicio, “pasión” significa siempre para mí lo que llamo “mi Getsemaní”, es decir, la oscuridad que aumenta, densa de fantasmas y temores… el temor y el terror del futuro y de Dios… y la cercanía del Odio y la ausencia del Amor. Esto sí que lleva a la sed, a la fiebre, a las lágrimas de sangre, a los gemidos y el agotamiento. Le aseguro que es algo tan fuerte como la hora que viví el año pasado cuando Dios me dejó sola2. Y aún más; puedo decirle: «Es más fuerte», porque duele igualmente a pesar de que Dios está conmigo.
Espero haberme explicado bien, aunque ciertas torturas se explican muy mal y se
comprenden peor, tanto por parte de quien es padre espiritual como de quien es idólatra, de quien es curioso o estudioso o escarnecedor del… fenómeno. Pero los últimos tres tendrían que experimentar por una hora lo que nosotros experimentamos… Y también tendrían que probarlo los idólatras, que puede que sientan envidia. ¡Pero no!, es mejor que no lo prueben. Los idólatras se escaparían quién sabe adónde por temor de que se repitiera otro
2 Véase “Los cuadernos. 1944”, desde el 9 de abril al 10 de mayo.
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momento semejante y los curiosos, los estudiosos y los escarnecedores llegarían hasta a maldecir a Dios… Por eso… impongamos el yugo a mis espaldas y quitemos el veneno… ¡adelante!
Señor, que se haga tu voluntad y no la mía. He aquí a tu sierva y a tu víctima. Que se haga de mí lo que Tú quieras. Pero, en nombre de tu bondad, te pido únicamente que me des la fuerza para poder sufrir. No me dejes sola. «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado… »3.
Estoy muy agitada, en medio de una tormenta como éstas de marzo que alternan momentos luminosos de sol a la oscuridad de las nubes borrascosas. Tengo la impresión de ser una pequeña barca en medio de las olas enfurecidas; a veces estoy arriba, en la cresta de las olas y en pleno sol, y otras estoy abajo, oprimida entre dos montañas de agua que parecen querer sumergirme en un tenebroso abismo. Me parece que paso alternativamente de un océano borrascoso al más plácido de los puertos y que, siempre alternativamente, me sumerjo en la hiel y en la miel. ¡Cuán grande es mi sufrimiento desde ayer por la noche!
Hay momentos en que estoy en el Cielo gracias a las breves y dulces palabras y a las beatas sonrisas de Jesús y María y por la fuerza que de ellas me deriva. Entonces digo: «¡Oh!, estoy absolutamente segura de que no he sido engañada y que no soy una pecadora» (se entiende que me refiero a los dictados y a las visiones). Pero luego hete aquí que vuelvo a precipitar en el sombrío abismo en el que resuena el espantoso fragor de las palabras amenazadoras de ayer por la noche. Y tras el Paraíso, ahora experimento el infierno. Luego vuelve a socorrerme la bondad de Jesús y de María y mi pobre alma es alzada en el sol hacia el cielo, en un estado de beatitud que me colma de dulzura. Y después nuevamente precipito en la amargura, en la oscuridad, en el espanto. Tengo miedo… Ayúdeme a superar esta batalla.
Hoy he visto a una señora que me conoce desde niña y que me ha dado su amistad materna por muchos años; luego, por una voluntad ajena a la mía, tuve que abandonarla y ahora, por fin, he podido volver a acercarme a ella. La señora me ha hablado de la Marina… y de mis dictados, de los que ha leído algunos fascículos.
Como si yo no
3 Lucas 24, 29
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supiera nada, le he preguntado qué diferencia nota entre las dos personas, de las cuales una es conocida y la otra casi anónima, porque se la cree un servita o una señorita enferma, etc… Me ha respondido que, según ella, los de la M… están escritos en trance, mientras los otros son: «sublimes, pero atemorizan porque en lugar de hacer sentir la misericordia de Dios hacen sentir su justicia. Pero reconoce que encierran palabras de luminosa claridad y de una elevación espiritual que impresiona. Hay una maravillosa
oración a la Virgen». Y ha terminado diciendo: «Haz que te los den para leerlos. No pude obtener otros pero, te digo la verdad, deseo obtenerlos».
No puedo decirle si cree o no que se trata de mí o si cree que no conozco los dictados. Pero para mí ha sido como una gota de miel porque es una mujer religiosa y culta, que siempre me ha parecido muy equilibrada. Por eso, su juicio y su deseo me han confirmado que en los dictados las almas sienten a Dios.
¡Dios! ¡Dios!… Éste es mi dolor: Tener como único fin servirle y hacerle amar y temer que Él me aborrezca. Pero es tiempo de Pasión… ¡Oh! Ayúdeme porque bajo la calma aparente, soy una doliente herida.
20 de marzo de 1945
Habla el Padre Santísimo:
«Os parece dura la palabra que expresa la verdad. Querríais solamente palabras misericordiosas. ¿Podéis reconocer que merecéis misericordia? ¿Acaso no es misericordia también la Voz severa que os habla de castigo y os incita a arrepentiros?
¿Acaso os pentís?
Este deseo de oír solamente promesas de bondad, esta manía de recibir de Dios sólo caricias, es la desviación de la Religión. Habéis convertido en epicureísmo también este principio sublime que es la Religión referida al Dios verdadero.
Pretendéis deleite de ella pero no queréis dedicarle esfuerzo. Queréis descansar en la cómoda transacción entre lo que os ordena la Religión y lo que os place. Y pretendéis que Dios se avenga a esta adaptación. En otras épocas, este vicio espiritual se llamaba “quietismo” y aún lo llaman así los doctores del espíritu. Yo soy más severo y lo llamo epicureísmo del espíritu.
Querríais recibir de la Religión, de Dios, de su Palabra, sólo lo que acaricia los sentidos, porque os habéis rebajado tanto que habéis
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convertido en sensual hasta el espíritu. Por eso queréis ofrecerle sensaciones y estremecimientos completamente humanos. Parecéis los enajenados de otras religiones que, con oportunas ceremonias, provocan un estado psíquico anormal para gozar de los falsos éxtasis de sus paraísos.
Ya no comprendéis la grande, la mayor misericordia de Dios. Y llamáis dureza, espanto, amenaza, lo que es amor, consejo, invitación al arrepentimiento para obtener gracias. Queréis palabras misericordiosas. ¿Decís que las queréis para que os den las fuerzas para resurgir? No mintáis. Os gustarían porque son dulces. Pero igualmente, para los labios de Dios, vuestro sabor sería amargo como el veneno.
¿De qué sirven las palabras misericordiosas, las visiones plenas de amor que se os brindan desde hace un año como última prueba de elevación hacia Dios de vuestras almas paganizantes? A muchos les sirve para deleite, a algunos para su ruina y a un pequeño número tremendamente exiguo para la santificación. De este modo, continúa el destino de Cristo: el de ser un signo de contradicción para muchos.
Hoy hablo Yo. ¡Oh culpables más culpables que los sodomitasl!, hablo para demostrar que mi misericordia aún es infinita, visto que no os sepulta bajo una granizada de fuego.
Se ha dicho: “Castigas a los descarriados poco por vez, les reprendes por sus faltas y les amonestas para que se aparten de la perfidia y crean en Ti”’. ¿No han ido aumentando poco a poco estos periodos tremendos? ¿Os he dejado azotar de un modo infernal en una sola vez? No es así. Hace decenas y decenas de años que el castigo va aumentando en cuanto al modo y
la duración, dándoos de tanto en tanto una milagrosa ayuda que os liberaba de él y que usabais para preparar, por vuestra misma voluntad, un flagelo aún más cruel.
No mejorasteis nunca. ¡Oh, vosotros que escarnecéis a Dios!, siempre ha aumentado vuestra maldad y vuestra falta de fe. ¿Y ahora qué he de hacer? Si no supiera cómo os he creado, ahora me preguntaría si tenéis un alma, porque vuestras obras son peores que las de seres bestiales. ¿Os disgusta oíroslo decir? ¡Pues no obréis de modo tal de merecer estas palabras! En el Libro de la Sabiduría se leen estas palabras dirigidas a los Cananeos: “Aborrecías a los antiguos habitantes de tu tierra santa
1 Génesis 19, 24-25.
2 Sabiduría 12, 1-2.
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porque sus obras, cumplidas con prácticas mágicas y ritos sacrílegos, eran abominables ante Ti. Mataban sin piedad a sus pequeños, comían las entrañas de los hombres y bebían la sangre en tu sacra tierra. Quisiste destruir a esos padres, verdugos de almas indefensas…”3.
¡Oh generación de hombres de esta época!, ¿no os reconocéis en estos antepasados vuestros? Yo sí que os reconozco. Respecto a ellos, vuestra perfidia ha aumentado, se ha hecho más satánica. Pero seguís perteneciendo a esa ralea que detesto. El satanismo se ha difundido tanto hasta convertirse casi en la religión de los estados. Ya sea entre los grandes o entre los modestos, entre los cultos o entre los ignorantes, y hasta en la casa de los ministros de Dios, se quiere conocer y se cree conocer a través de magias que tienen un sello inconfundible: el sello de Satanás.
¿No realizáis los sacrificios de los cananeos? ¡Los hacéis aún peores! No inmoláis las carnes sino vuestras almas y la de vuestros semejantes, conculcando el derecho de Dios y la libertad del hombre. En efecto, habéis llegado hasta tal punto que, con la burla o con la fuerza, quebrantáis las conciencias que aún saben mantenérseme fieles, las arrojáis del trono de su fe, que las eleva a Mí, y las corrompéis con doctrinas malditas o las matáis, porque haciéndolo creéis despojarlas de la fe. No; por el contrario, de este modo las ataviáis con una fe incorruptible. Mas, que la maldición recaiga sobre vosotros porque sembráis la corrupción para arrebatar fieles a Dios.
¿Y no os reconocéis en esos antepasados vosotras, generaciones de padres que sin piedad matáis moralmente a vuestros hijos al comunicar a esos inocentes vuestra incredulidad, vuestra sensualidad, toda la cohorte de racionalismo y de bestialidad de que estáis saturados y que ahora, ahora, ahora que estos hijos ya no están sostenidos por ninguna columna espiritual, termináis de matarles en lo que les queda, es decir, en la carne, pues permitís qué de esa carne hagan mercancía como bestias lujuriosas, y es más, aprobáis satisfechos porque ese mercado os permite satisfaceros y gozar con el sacrificio de vuestros hijos?
¡No, no exagera el Libro de la Sabiduría cuando os llama verdugos de almas indefensas! Cuidáis más a la bestia que criáis para venderla y a la planta que cultiváis para obtener los frutos, que a
3 Sabiduría 12, 3-7.
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vuestros hijos. Ellos son débiles mas no los fortificáis, pues no les dais ni la religión de Dios ni, al menos, la de la honestidad cívica y del amor familiar.
Padres, ya no sois los tutores de los menores. Madres, para vuestras criaturas no
sois ángeles, sois ídolos. No cumplís el fin al que os he destinado. Abdicáis de vuestros deberes y de vuestros derechos. Me causáis horror. Sois ídolos idólatras: sois ídolos, porque carecéis de espíritu. Sois idólatras, porque adoráis lo que es todo menos espíritu. Habéis adorado al hombre; habéis permitido que se llegara al culto del cuerpo, que se volviera al culto del cuerpo, tal como lo practicaban los paganos cuando Cristo les encontró, o los neo paganos, que son culpables de paganismo doblemente, porque lo eran y porque siguieron siéndolo aún después de haber recibido la verdadera religión.
Y además, en los lutos, en las alegrías, ¿qué hacéis? Practicáis la idolatría. Veneráis, adoráis lo que es perecedero. No pensáis en el espíritu y en El que lo creó. Y eso “es un engaño para la vida humana, pues los hombres, secundando la afición o la tiranía, dan a la piedra o al leño o a la tela pintada el Nombre incomunicable”4. Yo, sólo Yo, soy Dios.
¿Os parece que os fustigo? Y entonces oíd: “Ni les bastó haber errado en el conocimiento de Dios sino que, viviendo en la dura guerra de la ignorancia, llaman paz a tan graves males. Ya inmolan a los hijos, ya hacen misteriosos sacrificios, ya transcurren las noches en orgías infames. No conservan puros ni la vida ni los matrimonios. Por el contrario, uno mata al otro por envidia o le humilla con adulterios. Todo es un caos de sangre, homicidios, robos, fraudes, corrupción, deslealtad, desorden, perjurio, vejación de los buenos, olvido de Dios, contaminación de las almas, inversión de los sexos, inconstancia en los matrimonios, adulterios, libertinaje, porque el abominable culto a los ídolos es causa, principio y fin de todos los males. O se dan a frenéticas juergas o vaticinan falsedades o viven en la injusticia y perjuran sin vacilar pues, dado que confían en ídolos inanimados, no temen que el jurar en falso pueda perjudicarles”5.
Mas, ¿se trata de la Sabiduría dictada un siglo antes de Cristo o de algo dictado en los momentos actuales? ¿Y aún pretendéis pala-
4 Sabiduría 14, 21.
5 Sabiduría 14, 22-29.
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bras de misericordia?
¿No habéis visto nunca a un pueblo que huye bajo una colosal granizada? Huye veloz pero igualmente el granizo le azota porque los gruesos granos les persiguen por doquier. Si tuviera que hablar según lo merecéis y os hablara como quien soy, como Dios Padre, seríais como esas gentes azotadas por una colosal granizada.
Habla la Bondad y no entendéis. Habla la Justicia y la consideráis injusta. Tenéis miedo y no os corregís. ¿Sois tontos o criminales? ¿Sois locos o endemoniados? Que cada uno se examine. ¿Y por gentes como éstas se mandó a morir al Hijo del Padre?
En verdad, si fuera posible encontrar un error en Dios, se diría que ese Sacrificio fue un error, porque su infinito valor es nulo para demasiada gente. Sí, digo que fue un error. Un error que es testimonio de mi Naturaleza. Sí, ¡oh, hombres que, a pesar de ser tan culpables, juzgáis que Yo no os trato con misericordia!, porque si Yo no fuera Amor, no os habría concedido la Redención. Sí, porque si en verdad hubiera tenido que obrar como vosotros, que pretendéis el 100 por 100 y hasta el 1000 por 100 cuando hacéis aun el mínimo bien, Yo no habría tenido que concederos la gracia jamás. Porque desatendéis, burláis, convertís en desgracias, todas las formas de gracia, empezando por la de la Sangre derramada por vosotros.
Hoy Jesús no habla y el pequeño Juan no ve. Hoy hablo Yo para deciros que hoy, como hace dos años, mi Pensamiento es el mismo6; para deciros que si callo es porque sé que hablar es
inútil; para deciros que la palabra es amor, que el silencio es amor, que la severidad es amor. Sólo vosotros sois desamor, en medio del amor soberano que conforma todo lo que proviene de Dios. Y ésta es vuestra condena».
Me faltaba sólo este severo dictado para terminar de abrumarme…
6 Probablemente es una referencia al dictado del 23 de abril en “Los cuadernos.
1943”.
25 de marzo de 1945
Hablo con la Madre y me lamento diciéndole: «Pero de esta manera ya no puedo pensar en ti. Escribo, escribo y escribo… y después me quedo como muerta e incapaz de decirte ni siquiera un Avemaría.
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Ya lo ves: ¡me quedo con el rosario en la mano, justo ahora que quería hacerte más compañía en estos viernes de Cuaresma y de Pasión!».
Oigo su respuesta nítidamente: «No importa. Tú cantas el Evangelio de su Pasión y lloras sobre sus dolores y le acompañas en ellos. Y, de este modo, enjugas mucho más mis lágrimas que si me hicieras compañía directamente. ¡Oh, hija de la celeste Jerusalén!, llora por los pecados del mundo y bendice al Señor, que quiso que fueras estéril, que no probaras los gozos humanos, para merecer la gloria de ser el “pequeño Juan”. Di junto conmigo: “He aquí a la doncella del Señor. Que se haga de mí lo que Él desea”. Te bendigo y no te retengo. Te espero en el camino del Calvario. Ve».
29 y 30 de marzo de 1945
Mis gozos.
Estaba muy triste desde el mediodía del Jueves porque pensaba: “Mañana no habrá Comunión”. Me causaba dolor quedarme sin mi Alimento, visto todo lo que sufro siempre, especialmente el viernes, y lo que, por lo general, significa para mí el viernes de Pasión desde hace 15 años. Pensaba: “Dos años atrás, el P. M. me trajo la Comunión al amanecer del Viernes Santo. En ese entonces yo estaba mal y por eso él podía hacerlo”. Le aseguro que habría deseado estar aún peor para poder recibirla. Este sufrimiento, junto con el pesar por la reliquia de la Santa Cruz – que me fue quitada, tras habérmela donado, por una que, con Satanás, contribuyó a hacerme sufrir – cons- tituye mi pena secreta… mi pena más profunda.
Marta había salido para hacer la visita de las siete iglesias. Yo estaba sola.
Escribía. Y, mientras tanto, la desolación de María se fundía con el llanto de la pobre María…
Detiene mi pena la gozosa aparición de mi Jesús, pero no ya martirizado y sangrante, sino bellísimo, radiante en su túnica de cándido lino, tal como le veo en los momentos más jubilosos de las visiones. Viene hacia mí como si proviniese de un campo florecido y sonríe mientras sostiene algo bajo su manto blanco, que lleva cruza- do sobre el pecho y las manos.
Me dice: «Pequeño Juan, en realidad quería decirte “pequeño escriba”, pero no te
lo digo porque si bien es cierto que eres un ser laico que, por no bastar los sacerdotes, ilustras la verdad de mi tiem-
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po mortal, por el contrario, no eres la criatura dura y feroz que eran los escribas de mi época. Escucha, pequeño Juan. El Padre Migliorini no puede traerte la Comunión y sufres por ello. Yo soy tu Sacerdote. Te he tenido doblada sobre mis torturas, sobre mi agonía. Es justo que te dé un premio. Mira: hace muchos años, a esta misma hora Yo me dirigía al Cenáculo para consumar la Pascua y distribuir la primera Eucaristía.
Pequeño Juan, ven y toma».
Deja abrir el manto y me muestra la píxide que lleva en la mano. Dice solemnemente: «Yo soy el Pan vivo que desciende del Cielo. Quien coma este Pan, no tendrá más hambre y vivirá eternamente. Éste es mi Cuerpo, que te doy en memoria de Mí. Toma y come». Y me da una hostia muy grande. Digo que es grande porque tiene el diámetro de una vieja moneda, o sea, de un escudo. Su sabor material y espiritual es tan extraordinario que me colma de júbilo. Me acaricia y luego dice: «Ahora que has recibido tu Alimento, escribe. Mañana volveré».
Y, en efecto, esta tarde, a la misma hora, vuelve a aparecer ante mí. Yo estaba mal ya cuando Ud. se encontraba aquí; no lograba superar la crisis. Estaba pálida como una muerta, envuelta en un sudor frío, jadeaba, tenía continuos mareos y se me ofuscaba la vista. Sin embargo, escribía porque tenía que escribir… La Madre Dolorosa demostraba gimiendo su tormento.
Por unos instantes Jesús me aparta de tanto dolor físico y de coparticipación. Mostrando claramente el cáliz colmo de sangre roja, vigorosa, la definiría densa, casi en hervor – porque borboteaba en espumantes burbujas como si apenas hubiera salido de una arteria – Jesús me dice: «Ésta es mi Sangre, que he derramado por amor hacia vosotros. Toma y bebe». Me avecina el cáliz a los labios mientras con la otra mano me acerca a éste.
Siento el frío metal contra mis labios y en mi nariz el olor de la sangre. Pero no me causa repulsión. Adhiero mis labios al liso borde del cáliz de plata y bebo un sorbo de esta Sangre divina, que presenta todas las características de nuestra misma sangre en cuanto a fluidez, viscosidad y sabor, pero que al descender en mí provoca una delicia que me eleva a las cimas más altas del gozo. Quisiera beber más y más… porque cuanto más se bebe de esta Sangre, más se querría beber. Pero me detiene la reverencia hacia Jesús y sólo contemplo esa Sangre amada, aspiro su intenso olor, admiro el perfecto color rojo vivo. Jesús me hace beber otras dos veces… Luego se va… y
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en mí permanecen el sabor y la fragancia de esa Sangre de mi Jesús.
Casi no quería escribir esto aquí. Prefería hacerlo en una carta que no sabía bien si entregársela enseguida a Ud. o dejarla para que fuera entregada después de mi muerte. Porque, en verdad, ciertas cosas sublimes se expresan mal y se lo hace de mala gana. Pero luego prevaleció la idea de escribir esto en un cuaderno y, por lo tanto, hacérselo saber a Ud. inmediatamente.
Me siento rebosante de una delicia sobrenatural.
31 de marzo de 1945
A las 8.
Aún perdura esa delicia sobrenatural. En mi mente está presente siempre ese cáliz, como si todavía lo estuviera viendo, y todavía siento en mi paladar el sabor inefable de
la Sangre de mi Dios… Éstas fueron mis Comuniones del Jueves y del Viernes Santo.
1° de abril de 1945
Pascua de Resurrección. A las 23.
Jesús dice lo siguiente para el Padre Migliorini, para Sor M. Gabriella y para mí:
«Antes de que terminara el día de la Resurrección, me mostré a las mujeres fieles y a los amigos más queridos para que su júbilo fuera total, para que supieran que la prueba había terminado y que el Señor había resurgido, para que su fe fuera confirmada con su paz y su perdón. Antes de que termine este día, vengo a vosotros. Vengo a vosotros que habéis sabido hacer una Betania y un Cenáculo de vuestro corazón y que habéis permanecido conmigo en la Pasión.
Que la paz y la bendición sean con la una y la otra María. Que la paz y la bendición sean con su Lázaro y el mío. Que la paz y la bendición sean con quien convive con ellos en el amor hacia Mí. Creced amándome. Que la Sangre y la Palabra engendren en vosotros fuerzas siempre renovadas. Venid sin temor a las Palmas heridas. Vosotros no tenéis necesidad de tocar para creer. Pero tenéis necesidad de caricias para gustar anticipadamente el Cielo y mis manos rebo-
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san de caricias para mis amigos.
Os quise conmigo en la Pasión para que, conociéndola, la amarais cada vez más, pues este conocimiento es fuerza y santificación. Gustad de él hasta obtener mi misma fuerza también en los sufrimientos por amor de Dios y del hombre. Ahora venid conmigo hacia el gozo que el mundo no puede experimentar, o sea, hacia mi gozo.
Que la paz y la bendición del Señor Resurgido sean con vosotros, ¡oh, amigos de mis Betanias, las que Yo solo conozco!».
10 de abril de 1945
Dado que hace tres días que descanso de los dictados, abro la Biblia1 en un punto cualquiera, tanto para leer algo que siga siendo palabras provenientes de Dios. El libro se me abre en la pág. 769 y los ojos se detienen en los versículos 25-26-27-28-29-30- 31 del salmo 17 del libro 1° 2 . Y entonces el Señor habla:
«¿No es acaso lo que puedes decir de ti?
En un tiempo no merecías mi recompensa: Yo te amaba con mi perfección, mas tú no me amabas con tu perfección porque, aunque en tu corazón albergaba la inclinación hacia Mí, había en él afectos más fuertes que el que me dedicabas. No merecías mi recompensa. Por cierto recuerdas ese tiempo y también Yo lo recuerdo. Acababas de salir de tu colegio completamente perfumada con el perfume de Dios como una virgen del Templo con los perfumes del incienso ritual. Y Yo ya te había elegido.
¿Quieres saber cuándo te elegí? En verdad, lo hice cuando se engendró en ti un alma, porque no hay ningún destino humano que sea desconocido para la Mente eterna. Y mi pequeña María – que mi Voluntad mantuvo viva a pesar de las infelices circunstancias de su nacimiento, que la acompañaron durante los meses en que era sólo un ángel que mamaba – fue mía cuando derramó sus primeras lágrimas ante el divino Depuesto de la cruz. Él te pidió a Mí. Y Yo te di con una sonrisa complacida. Y ya en el Cielo, Él repitió su exhorta-
1 El texto que emplea la escritora es la Sacra Bibbia, traducción y comentario del
Padre Eusebio Tintori O.F.M., editado por el Istituto Missionario Pia Società San Paolo, 1942.
2 Según el texto de la Vulgata. En cambio, según el texto hebraico es el salmo 18,25-31.
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ción en cuanto a ti: “Dejad que los niños vengan a Mí”. Y así lo dijo al Padre y al Paráclito.
Sólo los labios de los niños quitan el dolor de sus heridas: labios de los que son niños por edad y de los que lo son porque lo quieren ser. O sea, de los que por su amor y por obediencia al Maestro, “se hacen semejantes a niños para obtener el Reino de los Cielos”3. María, Virgen y Madre, Delicia de Dios, es la perfecta niña que vive jubilosa en el Reino de los Cielos. Las almas “niñas” de personas adultas son tan raras como perlas perfectamente redondeadas de asombroso grosor. Todos los adultos niños poseen un alma así, como si aún no fuera profanada, que causa la delicia de Dios y el alivio de Cristo. Y por eso el Hijo te ha querido ya desde entonces. Por cada lágrima inocente derramada, recibiste un beso suyo; por cada beso, una gracia; por cada gracia, una unión con el Divino Amor.
No es un error mirar hacia atrás para poder entonar el Magnificat y el Miserere.
Tú pudiste entonar el Magnificat desde que saliste del colegio. Pertenecías por entero a Dios. En ti había un solo altar y un solo amor. El blanco lirio cuya corola se entreabría apenas, rebosaba sólo de celestial rocío y de rayos divinos. Luego llegó el mundo y con él llegaron muchos otros altares y muchos otros amores, es decir, los usurpadores de “mi” lugar. Duraron hasta que Yo lo quise. También habría podido no quererlo.
Alguien dirá: “Fue un experimento peligroso”. No es verdad; era necesario. Los apóstoles fueron humillados con la deslealtad hacia Cristo y durante ese periodo les dominaron todas las formas de la corrupción humana y volvieron a ser aferrados, zarandeados, acuciados por todo lo que turba al hombre. Entonces comprendieron que todo lo que habían logrado mejorar no lo habían obtenido exclusivamente por su proprio mérito, sino porque estaban con Jesús. Y, gracias a eso, en ellos quedó destrozada totalmente la soberbia, esa fuerza que corrompe al hombre. Esto es lo que debe hacerse con todos los que han sido elegidos para un destino especial, a fin de que no pierdan tal elección al no merecer más mi amor. Los que usurparon mi lugar en ti fueron cayendo uno a uno. Y únicamente tu Dios volvió a ser tu Rey, al que cantaste el Miserere de tu sabio arrepentimiento.
Hija, ahora considera el pasado y el presente. Considera aquel tiempo en que florecían tantos amores: hacia el hombre, hacia la
3 Mateo 18, 1-5; Marcos 10, 13-15; Lucas 18, 15-17.
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ciencia, hacia ti misma, y considera el tiempo actual, en el que no hay nada nuevo sino un solo amor: el amor hacia Mí. Y entonces dime, dímelo con el alma; dímelo escuchando solamente a tu alma, la única que posee una voz preciosa y verdadera. ¿No lo tienes todo ahora? ¿No lo tienes todo desde que eres mía? Los tontos, que son muchos, dirán: “¡Si no tiene nada! No tiene salud, no tiene alegría, no tiene riqueza”.
Pero tu alma, que ve con los ojos del espíritu, dice: “Ahora lo tengo todo, hasta lo que, aun siendo santo, es superfluo”. Si puede llamarse superfluo todo lo que se aparta de lo estrictamente necesario para elevarse a Dios.
Tienes una misión especial: la de portavoz, que es un don y que no se necesita
tener para ser predilectos. Pero además, tienes el consenso de Dios para tus deseos.
¿Por qué lo tienes? Pues, porque como dice el salmo: “El Señor me ha recompensado según mi justicia, según la pureza de mis manos ante tus ojos”’.
Con los justos y los puros de corazón soy infinita y divinamente munífico. Soy bueno con los débiles, soy perfectamente bueno con los que saben ser fuertes por amor mío. Y, dado que soy Amor, debo esforzarme a Mí mismo para no ser débil también con los que pecan. A éstos les concedo la misericordia de mi Hijo. A mis hijos les concedo la profusión de mis dones. Y les salvo, les ilumino, les doy la libertad, les fortifico cada vez más y, llevándoles de la mano, les conduzco por mi senda inmaculada y les instruyo con mi Palabra, forjada en el Fuego del Divino Amor.
Así hago contigo, alma mía, que has puesto en Mí tu amor y toda tu confianza. No temas, ¡oh, flor de Dios! Desde las microscópicas flores de los países sumidos en los hielos hasta las flores gigantescas de los países tórridos, no hay una sola a la que Yo deje sin rocío, sin la luz y el calor necesarios para su tierna vida. ¡Y son vegetales! En- tonces, ¿qué cuidados dará su Creador a las flores de mis almas? No temas, ¡oh flor de Dios, perlada con la sangre y el llanto del Hijo y de la Virgen! Te quiero mucho, por estas gemas y por tu fidelidad. Canta por siempre el Magnificat.
El Padre, el Hijo y el Paráclito están contigo».
¡Oh, Señor, Señor! Si Tú lo dices, por cierto es verdad y, por lo tanto, todo eso habrá sido necesario. Pero, ¡qué terrible fue para mí
4 Salmo 18 (17), 25.
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tu abandono del año pasado!’ Tú lo ves, tú no ignoras las sensaciones de los corazones. Hay heridas que duelen al más ligero roce, aun después de haber cicatrizado. A veces hasta duelen por simpatía nerviosa cuando se las toca o se toca el miembro opuesto.
Los nervios cercenados duelen aún después de que la herida se ha cerrado. De este modo tu abandono, aun ahora que has vuelto a cobijarme junto a tu corazón, es una herida que sigue doliendo porque has cercenado el nervio que me unía a Ti. No te pregunto por qué lo has hecho. Te digo solamente: «¡Sabes bien qué ha signicado para mí tu abandono! ».
Hoy me he estremecido al escribir: 10 de abril, porque hoy hace un año que Tú dejaste a tu mísera flor sin rocío, sin luz, sin calor. Por poco no me he muerto. Te lo he dado todo, y si aún tuviera algo, te lo daría. Pero no me sometas más a pruebas semejantes. Ya ves que mi mísero ser no puede soportarlas.
Es verdad, canto. ¡Canto mi Magnificat! Y también te digo: «No he merecido en absoluto que Tú hicieras en mí “cosas excelsas”». De todos modos, mi canto estará mezclado por siempre con el llanto; a igual que el niño que ha vivido una infancia desdichada no tiene la expresión serena de los niños felices, en mí siempre está presente tu abandono del año pasado. ¡Tiene razón Jesús! ¡Tiene razón María! Lo que no se soporta en “nuestra pasión” es tu abandono,
¡oh Padre!…
Mientras escribo esto, vuelve a encenderse la lucecilla que arde perennemente delante de la imagen de Jesús. Es una estrellita que, junto con mi corazón, resplandece ante mi Jesús crucificado. Hacía un año que estaba apagada… Mi celda, mi tabernáculo, mi paraíso ya no tenían luz. ¡Eso me causaba tanta congoja!…
Recibí todo de tu amor. Pero también recibí mucho de tu rigor: tinieblas, soledad y lo que tu Hijo ha definido “infierno”… Me quedé como un pajarillo que sólo por acaso logró huir de sus torturadores. Tengo miedo… Por todas partes veo redes, prisiones, torturas… Señor, ten
piedad…
5 Véase la nota 2 del diario del 19 de marzo de 1945
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12 de abril de 1945
1
Dice Jesús:
«Escribe solamente esto. Los designios de Dios tienen una continuidad y una necesidad misteriosa, santa, que sólo en la otra vida comprenderéis claramente. A veces parecen tener una extraña incoherencia. Os parecen incoherentes, porque lo miráis todo con ojos humanos. En cambio, cada variación de su acaecer es una concatenación armónica y justa, de la que proviene el destino humano y sobrehumano porque, según cómo el alma se adecúa al proyecto que le propone Dios, corresponde una especie de beatitud o de condena o, simplemente, de dolorosa expiación en la otra vida y de ayudas o abandonos divinos en ésta.
La pronta obediencia y la jubilosa adhesión al designio de Dios son la señal de la formación espiritual de un corazón. En esta formación Jesucristo fue perfecto. Ya lo era como Dios, lo fue también como hombre. Y, si como Dios no podía ser alcanzado por las insidias del Tentador que inocula soberbia y desobediencia para arrebatar un espíritu al amor de Dios, como Hombre cuando vino a la Tierra, bien pudo recibir las numerosas exhortaciones del Tentador a la desobediencia. Considera, hija, a qué obediencia debía someter a Sí mismo. Ya se había impuesto el humillante yugo para Él, que era Dios, de asumir naturaleza humana. Y, con esa naturaleza, había tenido que soportar todo lo que implica tal condición. Además, al final de ese doloroso camino humano, veía la Cruz, la ignominiosa y atormentada muerte del crucifijo. No ignoraba su futuro y no se sustrajo a él.
¡Cuántas veces los hombres, aun sabiendo que de lo que Dios les propone deriva un bien para ellos y para sus semejantes, se niegan a dicha propuesta diciendo: “¿Por qué debo dejar lo que me procura provecho para dedicarme a lo que es penoso? ¿En favor de quién tendría que hacerlo?”. Pues, hijos míos, ¡tendríais que hacerlo por amor!, por amor hacia Mí. El Padre no puede pediros nada que no sea para vuestro bien, para un bien seguro, no fugaz. Si procedierais al amparo de la fe, no dudaríais del Padre. Diríais: “Si me propone esto, lo hace seguramente por mi bien. Por eso, lo haré”. Si procedierais al amparo del amor, diríais: “Él me ama. Lo amo”. Y si fuerais píos y lo que os propone el Padre fuera beneficioso para el prójimo aunque implicara un sacrificio para vosotros, lo aceptaríais ensegui-
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da como lo aceptó mi Hijo para vuestro bien. Yo os daría luego un refulgente premio.
Por lo tanto, cuando consideres el aparente contraste de tu vida, o mejor, los muchos contrastes de tu vida, y todo lo que tienes, di siempre: “Ese hecho, que aparentemente está en disonancia con el siguiente y con mi momento actual, ha preparado este otro hecho. Y tengo esto porque he aceptado aquello”. Considera que, desde que has adoptado como norma no estéril de tu vida las palabras presentes en la plegaria del Hijo: “Sea hecha tu voluntad”, no sólo no te has detenido sino que has caminado, y luego has corrido y, al final, has volado hacia lo alto. Se acentuó tu voluntad, tu ansia de conocer, de mejorar, y al final aumentó tu jubilosa obediencia, pronta para mis designios.
No digo nada más. Quédate con nuestra bendición».
Creía que se trataba de Jesús y, en cambio, quien me dice esta mañana tan dulces palabras y muestra tanta piedad por mi estado físico, es el Padre Eterno.
14 de abril de 1945
Dice el Espíritu Divino:
«He herido tu mente con la frase: “En la íntima unión con la Sabiduría está la inmortalidad” (Sabiduría 8, 17). Ahora te explico esta verdad.
Comparemos el alma a una criatura cualquiera y la Sabiduría a un rey potente. Hasta que no sea más que un súbdito de dicho rey o solamente un ser que ve a ese rey en viaje por la Tierra, esta criatura será sólo una criatura cualquiera. Hoy vivirá satisfecha de su exiguo bienestar; mañana temblará por temor al poderío exagerado; pasado mañana estará atareada en cosas de escaso valor y el día después llorará porque verá dañados sus bienes. El rey siempre es el mismo: rico, potente, seguro de sí. En cambio, la pobre criatura nunca está segura. Mas, si el rey, desde lo alto de su carroza, baja la mirada hacia la criatura y, viéndola pulcra aun en su pobreza, se enamora de ella y dice: “Quiero llevarla conmigo, instruirla para que no haga mal papel junto a mí y luego, una vez que haya aprendido el arte de reinar, quiero hacerla mi esposa” y así lo hace, ¿esa esposa no adquirirá acaso, gracias a esta elección, las dotes de poder, de riqueza, de
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seguridad de su esposo-rey?
Un alma pasa de la condición de súbdito a la de unión con el poder, cuando la Sabiduría le dice: “Ven. Sé mía” y le enseña sus verdades, la hace su esposa y se concede a ella en continuos y apasionados abrazos, revelando en el sublime tálamo toda su perfección; cuando le abre sus cofres y le dice: “Toma mis joyas. Son para engalanarte”; cuando su mano le tiende el cáliz del vino vital, que da pureza y vida eterna, diciéndole: “Bebe de mi copa para quedar preservada de la corrupción y de la muerte”. Entonces, si esta alma se mantiene fiel a su elección, alcanza la inmortalidad, la verdadera inmortalidad, no la inmortalidad relativa que los hombres otorgan a otros hombres.
¡Cuántos de los que en su época fueron llamados “inmortales” y así se lo creyeron, ahora son sólo “desconocidos”, muertos aun para la memoria! La mayor parte de los hombres hasta ignora que han vivido y entre los que les han oído nombrar
¿quiénes conocen exactamente sus obras? De seguro, las conoce sólo una exigua minoría. La verdadera inmortalidad es la que es conocida por Dios y por sus bienaventurados; es la que será proclamada en el día del Juicio Final ante los ojos de la multitud resucitada. Es la que se conquista en la unión con la Sabiduría. Es la que se conquista en la unión conmigo, porque quien convive conmigo y me ama, quien se engalana con mis gemas, quien bebe de mis aguas, camina por las sendas de la santi- dad y conquista la inmortalidad al conquistar el Reino de Dios.
Yo no te abandono. Si el descanso del Hijo de Dios está en medio de los corazones que le aman, mi gozo está en mantener junto a Mí a los que me aman. El Amor que se nutre de amor, que se siente sumergir en ese amor porque puede volcar sólo en pocos las olas de su bien, se expande, de modo constante y rebosante como un caudaloso río perenne, sobre las almas que le son fieles, las abraza con sus dulcísimas ondas, las eleva, las transporta, las lleva, en el vasto mar del conocimiento de Dios, hasta el golfo de la beatitud, o sea, hasta el regazo del Padre Eterno.
Quédate tranquila, quédate en paz. Sobre las ondas, la flor no hace resistencia. Navega en el
azul que quita su sed, brilla a los rayos del sol en virtud del agua que la adorna, y va hacia el mar abierto. Ve también tú del mismo modo. Te bendigo».
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15 de abril de 1945
Ezequiel 37, 1-14.
Dice Jesús: «A igual que el Señor le preguntó a Ezequiel, Yo te pregunto: “¿Crees que estos huesos revivirán?”».
Yo, como Ezequiel, te respondo: «Tú lo sabes, Señor Dios», dado que entiendo el significado de la palabra “huesos”, que en este caso está usada en lugar de “hombres”. Es decir, entiendo que Jesús no me pregunta si resucitarán los muertos en el último Día. Eso pertenece a la fe, y sobre eso no hay ninguna duda. Pero Él llama “huesos” a la pobre humanidad actual, que es sólo materia sin espíritu. Llego a entender esto porque, como ya le he explicado muchas veces, cuando Dios se apodera de mí para convertirme en su portavoz, mi inteligencia se dilata y se eleva a una potencia que es muy superior a la que le es consentida a los seres humanos. Y por eso, “veo”, “oigo”, “comprendo”, según el espíritu.
Jesús sonríe porque ve que he comprendido su pregunta y explica:
«Así es. Ahora la humanidad es sólo huesos, restos calcinados, densos, muertos, hundidos en los fétidos surcos de los vicios y las herejías. Ya no existe el espíritu, el espíritu que es vida en la carne y en la eternidad, el espíritu que es lo que diferencia al hombre del animal. El hombre se ha matado a sí mismo al matar la parte mejor de sí. ¿Es una máquina? ¿Es un bruto? ¿Es un cadáver? Sí, es todo esto.
Es una máquina porque cumple su jornada mecánicamente, como un dispositivo que se mueve porque debe hacerlo, visto que sus partes han sido puestas en movimiento. Pero lo hace sin comprender la belleza de lo que hace. Del mismo modo, el hombre se levanta, se acuesta, tras haber comido, trabajado, paseado, hablado, sin comprender nunca la belleza, o la fealdad, de lo que hace. Y no lo comprende, simplemente porque, al estar privado del espíritu, ya no distingue lo bello de lo feo, el bien del mal.
Es un bruto porque está satisfecho con dormir, comer, acumular grasa en su cuerpo y provisiones en su cueva, ni más ni menos que como hace el animal, cuyo único fin en la vida y cuya única alegría en la existencia son estas operaciones y que, por esta ley baja y brutal que establece la necesidad de saquear para quedar saciado, lo justifica todo: los egoísmos y los actos feroces.
Es un cadáver porque lo que permite decir que un hombre está vivo es la presencia del espíritu en su carne. El hombre se convierte
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en un cadáver cuando exhala su alma. En verdad, el hombre actual es un cadáver que está en pie y se mueve por un sortilegio de la mecánica o del demonio. Pero no es más que un cadáver.
Pues bien, Yo digo: “¡Oh, áridos huesos!, infundiré en vosotros e1 espíritu y reviviréis. Haré que en vosotros vuelva a haber nervios y crezca la carne y otra vez os cubriré de piel y os daré el espíritu y reviviréis y sabréis que Yo soy el Señor”. Sí, lo haré. Vendrá el tiempo en que volveré a tener un pueblo de seres “vivos” y no de cadáveres.
Mientras tanto, a los mejores, a los que no están muertos mas sólo están reducidos a esqueletos por la falta del alimento espiritual, les doy el sustento de mi palabra. No quiero que muráis de consunción. Ésta es la suculenta ambrosía que, dulcemente, os da vigor. ¡Oh, nutríos con ella, hijos de mi amor y de mi sacrificio! ¿Por qué debo ver
que muchos tienen hambre y que, habiendo preparado el Salvador abundante alimento para ellos, no ha sido alcanzado por los que tienen hambre? Nutríos, poneos de pie, salid de los sepulcros. Sacudíos la inercia, apartaos de los vicios del siglo, venid al conocimiento, venid a “reconocer” al Señor vuestro Dios.
Os lo he dicho al comienzo de esta obra y a mediados de esta trágica guerra1 y os lo repito: “Ésta es una de las guerras preparatorias de la época del Anticristo”. Luego vendrá la era del espíritu vivo. ¡Bienaventurados los que se preparen a recibirla!
No digáis: “Nosotros no estaremos allí”. No estaréis todos vosotros. Mas pensar solamente en sí mismos significa estupidez y anticaridad. De padres ateos nacen hijos ateos. De padres inertes nacen hijos inertes. ¡Y todos ellos, vuestros hijos y los hijos de vuestros hijos, tendrán una enorme necesidad de fuerza espiritual en esa hora! En el fondo, es una ley del amor humano proveer al bien de los hijos y de los nietos. No os mostréis en lo que atañe al espíritu inferiores a lo que atañe a las cosas terrenas y, del mismo modo en que dais a vuestros hijos riquezas o consideráis cómo poder dárselas para que vivan días más felices que los que vosotros habéis vivido, dedicaos a prepararles una herencia de fuerza espiritual que ellos puedan modelar y multiplicar, para tener una gran cantidad de ella cuando los embates de las últimas batallas del mundo y de Lucifer flagelen de modo tan feroz la Humanidad que los hombres se preguntarán si no
1 Véase, por ejemplo, en “Los cuadernos. 1943”, el diario del 4 y del 19 de junio y del 21 de agosto; en “Los cuadernos. 1944”, el diario del 16 de mayo y del 12 de septiembre.
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sería mejor el Infierno.
¡Oh, el Infierno!: la Humanidad deberá vivirlo. Luego, para los que permanecieron fieles al espíritu, vendrá el Paraíso, vendrá la Tierra que no es tierra: el Reino de los Cielos».
20 de abril de 1945
Veo con insistencia los restos de un cuerpo humano carbonizado. Es un espectáculo que inspira piedad y temor. Está tan consumido por las llamas que parece una informe estatua de hierro extraída del fondo del mar. Aún se identifican en la cabeza las líneas principales de la nariz, los pómulos y la barbilla, pero en ese rostro faltan la redondez de las mejillas, la parte carnosa de la nariz, las orejas, los labios.
Todo está resecado o destruido. Por ejemplo, lo están las extremidades: tanto los brazos como las piernas semejan ramos semicarbonizados, a los que el calor ha mudado de aspecto: es como si la cera revistiese los tendones que, crispados por la combustión, han hecho contraer y retorcer los pies y las manos. Naturalmente faltan los cabellos y las cejas. No podría decir si ese mísero ser que yace echado sobre los restos de un fuego que ya se ha apagado, fue un hombre o una mujer, si era joven o maduro, rubio o moreno. En cuanto al lugar, parece que se trata de los suburbios de una ciudad, un lugar donde ya empieza el campo, una zona desolada, pedregosa, lúgubre.
Miro y remiro ese pobre cuerpo abandonado en semejante lugar y se me ocurre preguntar: «¿Quién eres?».
Por muchas horas no me llega una respuesta. Pero ahora, aun encontrándome en
ese mismo lugar, lo veo animado por personas que visten a la antigua y que están preparando una formidable hoguera con fajinas mezcladas con pequeños troncos robustos, una hoguera sólida, apta para arder debidamente. Veo también que, de la parte de la ciudad, está llegando un cortejo de soldados y gente del pueblo. No sé de qué ciudad se trata, pero de seguro es una ciudad cercana al mar, que se ve brillar allá en el fondo bajo el sol del mediodía.
En medio de este cortejo va una joven; es poco más que una adolescente. La llevan a la hoguera. La hoguera estaba destinada a ella. Se dirige allí, tranquila, segura, con la misma expresión soñadora, de paz suprema, que siempre he visto reflejada en el rostro de los mártires.
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Una mujer, cubierta por un velo, la sigue hasta el pie de la hoguera y allí la saluda.
Por sus formas más bien abundantes y por lo poco que se ve cuando alza el velo para besar a la jovencita, se comprende que es anciana. No le dice ni una palabra.
Solamente la besa llorando. Intentan rechazarla y con dureza la obligan a alejarse mientras ya las primeras llamas, encendidas en los brezos secos de las fajinas, lamen la pila. Le dicen: «¿Por qué tienes interés en esta rebelde? ¿Eres pariente suya? Vete. No se puede consolar a los enemigos de César». Con dignidad no exenta de altivez, la anciana responde: «Soy Anastasia, una dama romana, y ella es mi hermana. Tengo derecho a estar junto a ella como lo estuve junto a las hermanas de ayer. Dejadme aquí o me apelaré al emperador».
Permiten que se quede y ella mira a la jovencita, hacia la que se elevan lenguas de fuego y oleadas de humo que por momentos la envuelven. Ve que está serena y sonríe a su sueño espiritual, insensible a las llamas que la devoran comenzando por los cabellos, que arden en una humeante lengua de fuego, para pasar luego a sus vestidos… hasta que, en lugar de la blanca túnica, abrasada por las llamas, precisamente el instrumento del martirio le conforma un espléndido atavío de fuego vivo que la oculta a la mirada de la multitud.
«Adiós, Irene. Acuérdate de mí cuando estés en paz», exclama Anastasia. Y, detrás del velo de fuego, le responde la voz tranquila y juvenil: «Adiós. Ya estoy hablando de ti con…». Pero no se oye nada más que el rugiente crepitar de las llamas…
Cuando comprenden que ha llegado la muerte, los soldados y los ejecutores de la sentencia se alejan y dejan que sólo la hoguera cumpla la destrucción total.
Anastasia no se mueve. Firme en medio del ardor del fuego y del sol, que pega fuerte en esta zona tan árida, espera… hasta que llegan las sombras del crepúsculo, en las cuales brilla débilmente una que otra chispa que ha sobrevivido entre la leña de la hoguera y que parece escribir palabras misteriosas, que narran en las sombras las glorias de la joven mártir.
Entonces, Anastasia se mueve. No va hacia la hoguera sino hacia una choza en ruinas que está poco distante, perdida en medio de un campo desnudo. A la luz del primer rayo de luna, entra decidida en un pequeño huerto abandonado, se inclina sobre el pozo y llama. Su voz resuena con ecos brónceos en la cavidad del pozo. Le responden varias voces. Luego, una tras otra, van surgiendo del pozo – que debe
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de estar seco – algunas sombras.
«Venid. Ya no hay nadie. Venid antes de que la ultrajen. Ha muerto como un ángel, tal como ha vivido. No he tocado las cenizas porque… le he dado todo, como el Padre de mi alma me ha ordenado. Pero… ¡oh, es demasiado horrible ver reducido a carbón un joven lirio!».
«Apártate, señora. Lo haremos nosotros por ti».
«No. Debo acostumbrarme a este suplicio. Él me lo ha dicho. Pero entonces no
estaré sola. Ella y las hermanas, en compañía de los ángeles, estarán a mi lado. Por ahora, ¡oh, hermanos de Tesalónica!, quedaos vosotros conmigo».
Van hacia la hoguera, que ahora está apagada definitivamente: es sólo un montón de cenizas desparramadas, sobre el que está posado el cuerpo carbonizado que he visto antes. Anastasia llora quedamente mientras, con la ayuda de los cristianos, envuelve en un paño precioso el cuerpo que las llamas han momificado. Luego lo depositan en una parihuela y el pequeño y piadoso cortejo se encamina costeando el borde de la ciudad y llega a una hermosa casa, muy amplia. Entran y, en el cementerio excavado en el jardín, depositan el cadáver, mientras uno de ellos, de seguro un sacerdote, lo bendice en medio de los pausados cantos de los presentes.
24 de abril de 1945
Por lo pronto, hago esta primera observación, si no me la olvido.
El trozo del año pasado titulado “Sepultura de Jesús”’, colocado en el índice de la Pasión, que suprimimos porque nos parecía una superflua repetición, en cambio era útil para explicar varias cosas a quienes tienen deseos de conocer (honestamente) todo lo que se refiere al Señor y para explicárselo también a los que niegan la real muerte de Cristo. Hacia el final de dicho trozo se describía el modo en que había sido embalsamado el Cuerpo y envuelto luego en los paños. Y todo eso explicaba muchas cosas.
Paciencia, ya está hecho. Pero convénzase: cuando no estoy sostenida por Jesús, soy una perfecta tonta, no veo nada, no comprendo nada. Por eso, es perfectamente inútil venirme a preguntar algo des-
1 En la obra “El Evangelio como me ha sido revelado”.
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pués de que mi deber ha terminado: no sé nada más, no entiendo la utilidad de un trozo. Es la nada absoluta, la absoluta oscuridad.
Esta mañana, al amanecer, se me ha indicado la causa por la cual ese fragmento fue colocado en el índice de los trozos. Y así, me he sorbido mi… medicina contra el orgullo del juicio humano. Ahora, yo haría una acotación en una hoja adjunta para explicar cómo fue preparado el Cadáver. De este modo, dicha inclusión resultaría una útil aclaración para los deseosos de saber y para los que niegan.
Y ahora vayamos adelante.
4 de mayo de 1945
Esta mañana Jesús ha tenido una sonrisa también para mí1.
Mi desolación era tan completa que me había echado a llorar por varios motivos y no era el menor el cansancio que me producía escribir y escribir con la convicción de que tanta bondad de Dios y tanta fatiga del pequeño Juan eran completamente inútiles. He invocado llorando a mi Maestro y, dado que por su inmensa bondad ha venido para dedicarse todo Él a mí, le aclaré mi pensamiento. Se ha encogido de hombros como queriendo decir “deja de lado el mundo y sus historias” y luego, acariciándome, me ha dicho:
«¿Y entonces?, ¿no querrías ayudarme aún? ¿El mundo no quiere conocer mis palabras? Pues bien, digámonoslas entre nosostros, por mi alegría al repetírselas a un corazón fiel, por tu alegría al oírlas.
¡Las fatigas del apostolado!… ¡abaten más que las de cualquier otra tarea! Quitan la luz al día más sereno y la dulzura al más dulce alimento. Todo se transforma en fango y cenizas, en náusea e hiel. Pero, alma mía, éstas son las horas en que nosotros cargamos con el cansancio, con las dudas, con la miseria de los hombres que se consumen por no poseer lo que nosotros tenemos. Éstas son las horas en que hacemos más. Ya te lo dije el año pasado.
“¿A qué sirve?” se pregunta el alma sumergida en lo que sumerge el mundo, o sea, en las ondas que envía Satanás. El mundo se ahoga. Pero el alma clavada con su Dios en la cruz no se ahoga. Pierde la luz por un instante y queda sumergida bajo las olas nauseabundas
1 El episodio que precede este dictado termina con la siguiente frase: Nadie responde y Jesús esboza una triste sonrisa de compasión, de modo que el presente trozo queda relacionado con el anterior.
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del cansancio espiritual, pero luego surge más fresca y más bella.
Tus palabras: “Ya no sirvo para nada”, son una consecuencia de dicho cansancio.
Nunca servirías para nada. Mas Yo soy siempre Yo y, por lo tanto, siempre servirás para tu deber de portavoz. Naturalmente, Yo diría “Basta” si viera que mi don es ocultado con avaricia como si se tratara de un gema preciosa y maciza, o es usado imprudentemente, o que, con indolencia, no se intenta tutelarlo con esas garantías que la maldad humana obliga a usar en estos casos para proteger ya sea el don, ya sea a la criatura a través de la cual se otorga el don. Yo diría basta y esta vez sin volver atrás. Diría basta para todos, excepto que para mi pequeña alma, que hoy parece una florecilla bajo un aguacero.
¿Si te brindo estas caricias, puedes dudar de que te ame? ¡Ánimo! Me ayudaste en tiempos de guerra. Ayúdame aún, ahora… ¡Hay tanto por hacer!».
Bajo la caricia de la afilada mano y de la sonrisa tan dulce de mi Jesús, cándido como siempre cuando es completamente para mí, me he serenado.
15 de mayo de 1945
Esta noche se ha producido la aparición del horrible rostro del que Ud. está enterado, tal como lo veo siempre. Y ahora estoy aterrorizada por ello.
17 de mayo de 1945
Dice Jesús:
«Estás mal y te dejo tranquila. Te hago observar solamente cómo puede cambiarlo todo sólo una frase omitida o una palabra transcrita mal. Y tú, que escribes ahora, estás viva y puedes reparar enseguida el error. Por lo tanto, piensa y considera de qué modo 20 siglos han podido privar de algunas partes el Evangelio apostólico; partes que no son dañosas para la doctrina pero que lo son para la fácil comprensión del Evangelio. Si nos remontamos a los orígenes, descubrimos que el Evangelio es una obra surgida en el Desorden que explica muchas cosas y que se presta a los hijos del Desorden para
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muchas otras. Y ya ves qué fácil es caer en errores de transcripción.
Quédate tranquilo hoy, pequeño Juan. Eres una flor quebrada. Ya pasaré más tarde a fortalecer tu tallo. Por hoy me sirven las lágrimas de tu herida. Dios está contigo».
20 de mayo de 1945
Por la noche dice el Amor eterno:
«No te he hablado directamente. Pero me has oído hablar por boca del Verbo, de la Virgen, del Apóstol y así hablé a los que buscaban a Dios, a los que estudiaban la doctrina de Dios, a los que necesitaban a Dios. Para ti era una corriente de dulzura en medio de las ondas amargas de tu vida. Para los demás era algo incluido en lo mucho que se recibe. Soy Espíritu de Amor. Pero también soy Justicia. Me entrego más a quien más me es inmolado. A buen entendedor…
No hay que experimentar sensualidad en el amor espiritual. Las caricias de Dios no son dones que podéis exigir. Son gracias que os son otorgadas. Y no hay que ser ávidos de ellas, como si fuerais avaros que acumulan afanosamente grandes riquezas. Y no hay que ser como los sátrapas, que transcurrían el tiempo mirando y remirando, sin ningún esfuerzo, las piedras preciosas con que los súbditos colmaban sus cofres, mientras que los portadores habían sudado sangre para arrancar las gemas de las vísceras del mar y de la tierra. Que cada uno extraiga los purísimos diamantes de la Sabiduría con el propio esfuerzo. No incurráis en la fácil desviación que lleva de la espiritualidad al sentimentalismo. Yo soy el Fortalecedor y quiero que mis fieles tengan fortaleza. En religión, el sentimentalismo es como la creta y el hierro de los pies de la estatua soñada por Nabucodonosor1. Basta que los golpee la piedrecilla de una desilusión para que todo peligre. Y si la piedra es grande, los aniquila.
¡Sed fuertes, hijos! ¡Sed fuertes! La tierra es un campo de batalla. La bienaventuranza está aquí, donde Yo estoy. Mas para alcanzarla… Es como una senda de diaspro hecho astillas. Es una tortura. Y toda tortura es un mérito. Al Hijo de Dios le tocó recorrer solamente ésa. ¿Acaso vosotros queréis una mejor? Renovaos en mi Fuego».
1 Daniel 2, 31-36.
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21 de mayo de 1945
Lunes de Pentecostés, a las 11.
La onda de dulzura que el Paráclito me había prometido ayer noche ha llegado y la he recibido con lágrimas de alegría. Ha llegado con una caricia completamente espiritual, con un soplo que era un beso ligerísimo que apenas me ha rozado la frente, y ha provocado en mí un ímpetu de amor tan profundo que mi corazón, el corazón concreto, ha sufrido por ello pero, al mismo tiempo, todo era dulzura y júbilo.
Contemporáneamente, la Voz sin voz del Paráclito me ha hablado y sigue hablándome y me trae, para demostrarme el amor de Dios por mí, el lirio que me ha florecido1, “su” lirio: del Paráclito y de Dios… Dice:
«De este modo eres amada… de este modo eres sostenida… (espera que yo haya escrito esto y luego prosigue). Dios es tu fuerza. Observa cuán firme es el tallo… No le falta nada, ni
siquiera las hojas, que no son inútiles sino necesarias para proteger la flor. Dios es tu tallo. Las virtudes divinas son tus hojas. Dios es tu finalidad. La flor está en la cima del tallo. Eres como el largo pistilo que se asoma del cáliz níveo, circundado por las doradas llamas de los estambres colmados de polen. Dios te ama así. Te ha creado hundiéndote en la tierra como el bulbo en el cuadro del jardín, pero te ha dado un alma, que es el centro de tu vida y, tras haber mortificado dicha alma haciéndole probar la agobiante oscuridad de la tierra, la ha lle- vado hacia arriba, hacia arriba, cada vez más arriba, protegiéndola con las virtudes que le ha otorgado para defenderla hasta elevarla al cándido abrazo de la Corola eterna, o sea, de nuestra Santísima Trinidad. De este modo te circunda nuestro amor: con el candor y el fuego, con la paz y el regocijo. Observa: visto que eres “nuestra” pequeña María, la que es completamente nuestra, tu espíritu, ese largo estilo encerrado en nuestro corazón, lleva nuestro signo: es un signo único, marcado por tres separaciones que no lo dividen sino que, por el contrario, hacen que su estigma sea tricúspide. ¡Oh María, pequeña María!…».
La Voz calla pero la reemplaza un coro resonante de angélicos hosannas sobrepasado por la jubilosa y límpida voz de la Virgen, que canta el Magnificat… ¡Y cómo lo canta! Nunca he oído este salmo
1 Véase el diario del 10 de mayo en “Los cuadernos. 1943”.
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cantado de esta manera. Sólo Ella puede cantarlo así… No la veo. Veo solamente un inmenso y refulgente esplendor. Pero sé que es Ella y me uno a su canto con el alma…
Para Paola1. Dice María:
22 de mayo de 1945
«Para ti no existirán sólo la sonrisa y las gracias de la Madre celeste sino aún más. Su sonrisa y sus gracias velarán siempre sobre ti si sigues siendo la Paola de Jesús, la que Jesús ha querido apartar de los sitios tan lejanos y tristes, envueltos en la niebla, de los prados malsanos donde te consumías sin contento y sin provecho, para conducirla a regiones luminosas, al alimento santo con el que te has corroborado el alma sabiendo que existe la Vida, que nada está perdido, que nadie está separado para los que se aman en el Señor. Ahora sabes cómo se encuentran las almas de los vivos y las de los que “viven”, como del Cielo a la Tierra se tienden los incorpóreos brazos de los espíritus para intercambiarse palabras y caricias para que sea menos triste vuestra existencia y más feliz nuestra Morada. Ahora sabes qué es la bienaventurada comunión de los espíritus, de los santos, de quienes, a pesar de haber mudado de forma y de naturaleza, no han dejado de existir y que aman como no habrían podido amar en la vida terrenal, porque aman en Dios.
Y no sólo yo, que soy la Madre de todos los hijos de mi Hijo, la Madre de todos los que sienten necesidad de amor, me inclino sobre ti, ¡oh hija!, en esta hora. También lo hace otra madre, tu madre, la que buscabas donde no podía estar, donde no podías encontrarla porque fue buena y honesta y conoció lo más grande: el perdón. Hija mía, tu madre no está ausente: mientras te bendigo, ella te besa para que tu corazón no esté triste en esta hora; para que, por lo contrario, esté sereno.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo».
Este dictado de la Madre me ha llegado después de la carta que me anunciaba las próximas bodas de Paola, y cuando yo acababa de terminar mi mensaje de felicidades
para la ocasión. Eran las 21 y 30. Para que escribiera este dictado, la Virgen, con decisión e insis-
1 Se trata de Paola Belfanti. Véase también la nota siguiente.
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tencia, me ha hecho interrumpir la carta a Giuseppee, que yo estaba empezando en ese momento.
2 Se trata de Giuseppe Belfanti, padre de Paola y primo de la madre de la escritora.
30 de mayo de 1945
(Hace 40 años que recibí la Confirmación por mano del Cardenal Andrea Ferrari).
31 de mayo de 1945
Corpus Domini.
Para Sor Gabriella. Dice Jesús:
«Paz y bendición para la Gabriella de mi Madre. Haz que el corazón se dilate cada vez más, no sólo por la cruz de tu enfermedad sino por abrirse completamente a Mí. La invasión del Amor es borrascosa porque el Amor no es sólo dulzura; es lo que ya ha sido cuando era Carne, es decir, Dolor. He muerto por los treinta y tres años de dolorosa dulzura que implicó hacer la voluntad de Dios. El Amor es un cauterio que quema para sanar al espíritu de la parte humana que, como prolífica enfermedad, siempre intenta resurgir e instalarse en otras zonas para provocar daños. Yo destruyo para crear. Y cuando están destruidos todos los lazos de lo humano, el alma, ya desde la Tierra, disfruta de la libertad superior y bienaventurada de los ángeles».
Luego… luego, cogida de una oreja como se hace con una alumna negligente, se me obliga a escribir lo siguiente para la Señora A. P.1 que, en realidad, nunca me había pedido nada directamente.
Dice Jesús:
«Por tu prudencia mereces la palabra que deseas y no pides. Que te sea dada y, con ella, que recibas también paz y bendición. Con-
1 Se trata de Angelina Panigadi, amiga de la escritora ya desde la infancia, fallecida en 1960.
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serva esta certidumbre como consuelo de tus últimos años: no hay ninguno entre aquellos a quienes has estado cerca por vínculos de sangre, de afecto, de amistad, de caridad hacia el prójimo, que pueda reprocharte por haber perjudicado su alma. Son
pocos los que pueden oírse decir esto. Persevera hasta el principio de la vida eterna en Mí. Encontrarás a quien amaste juntamente con Dios. Que sean contigo la paz y mi bendición; vive gozosa por mi amor».
Hacía ya cuatro días que Jesús me decía: «Escribe». Pero convertirme en distribuidora de estos mensajes está tan… poco de acuerdo con mis sentimientos que, aun sintiéndome contenta por esa señora amiga mía, no escribía. Me decía a mí misma: “Y si escribo ¿qué pasa? El mensaje escrito quedará allí, porque de seguro yo no se lo voy a dar. Entonces, tanto vale no escribirlo”.
Esta mañana he merecido un lindo reproche por el que se me decía:
«Si te he aconsejado que hagas una excepción en cuanto a esta alma y que la llames a ti, es porque Yo veo en los corazones y conozco las necesidades. Te hago presente el Evangelio, donde se lee: “¡Ay de los solos!”2. Aún estás demasiado sola. Tienes la tutela de un sacerdote y ya esto es muchísimo, pues sirve para poner un sello de seguridad en tu misión. Pero tienes a tu alrededor a tantos que no son precisamente santos. Y, además, necesitas amigos, como los necesitaba Yo. Del mismo modo que elegí a mis amigos, elijo a los tuyos, para que cuentes con ellos. Si quiero darle un premio a esta persona que lo sabe todo perfectamente y que tiene la virtud rarísima de saber callar; a esta persona que pudo haberse resentido y no lo hizo, pues no manifestó resentimiento ni te lo hizo pesar y volvió tan pronto como le dijiste: “Venga”; a esta persona que tiene un “gran” anhelo en el corazón y querría satisfacerlo para ir al encuentro del “gran paso” más serena en su soledad, ¿por qué rehusas hacerlo? Hace muchos meses3 te dije que estabas castigada por haber hecho más caso a los demás que a tu Director, que hablaba en mi nombre. ¿Quieres volver a empezar?
¿No te basta el castigo? ¿No sabes que entre “los otros” que dicen lo contrario de lo que Yo digo, también está tu yo? Claro que
2 Qohèlet (Eclesiastés) 4, 10. Naturalmente, no es exacta la referencia al Evan- gelio, hecha por la escritora después de algún tiempo de haber escuchado el dictado.
3 Fue el 29 de junio de 1944. Véase “Los cuadernos. 1944”.
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puede estar y está todas las veces en que te obstinas. Por eso mismo, escribe y luego habla con el P. M. Primero obedéceme a Mí y luego a él. Y sé extraordinariamente caritativa, caritativa de modo sobrenatural para con esta amiga que he vuelto a traerte para tu bien».
3 de junio de 1945
Lo escribo porque debo decirle todo, pero son cosas tristes.
Ayer oí por radio la alocución del Santo Padre dirigida al Colegio de los Cardenales. Las palabras de S. S. expresan su condena del nacionalsocialismo y su piedad hacia el pueblo alemán. Es justo que lo haya hecho porque, si habla en nombre de la Misericordia, no debe ensañarse con quienes ya han recibido su castigo, aunque estoy convencida de que los alemanes siempre serán los mismos, a pesar de toda la piedad, de todos los castigos y de todos los esfuerzos para mudar su psique. Eventualmente, aumentará su espíritu de venganza y, si los demás Estados permiten que se rearmen, la próxima vez serán peores que ahora.
Pero la condena del nacionalsocialismo, que hoy es explícita, me lleva a recordar el gran sufrimiento que, como portavoz, tuve en el mes de noviembre de 1943. En ese
entonces obtuve, con lágrimas y plegarias, que se modificara un dictado tremendo. Es decir, tuve una copia integral del mismo, que está entre mis papeles secretos, y otra… moderada, que figura en los dictados1. El reproche del Señor no recae sobre los alemanes y sus aliados sino sobre quienes, siendo depositarios de la Sabiduría y de los medios sobrenaturales de Dios, no los usan e inducen a las almas a pensar en una complicidad o en una debilidad culpable. Es un reproche que muchos pronunciaron y una conducta que resultó un arma en mano de los culpables para atemorizar y tener subyugados a su poder…
Ayer todo esto se volvió a presentar a mi memoria… e hice eco a la Voz que decía: “¡Demasiado tarde!”… Ésta es una de las tristezas.
La otra es mi breve sueño al amanecer… Fue un sueño espantoso. Me recordó las previsiones que me turbaban mucho antes de la guerra y las revoluciones de 1915, etc., etc. hasta la actual y las
1 Creemos que se trata del dictado del 30 de octubre de 1943 en “Los cuadernos.
1943”.
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relativas consecuencias de las mismas. Hoy me parecía vivir, junto con toda la ciudad, a la espera de un hecho espantoso. Y, en efecto, hemos tenido que huir en busca de un refugio donde cobijarnos porque el cielo estaba atestado de pequeños y oscuros aviones (parecían pequeños porque volaban muy alto), cuyas intenciones no se cono- cían. ¿Iban a arrojar gases?, ¿bombas? ¿iban a ametrallarnos? Todos huían. Las calles se vaciaban. Yo trataba de escrutar el cielo, pero me decían: “¡Vamos, vamos, rápido, al refugio!”, y todos gritaban: “Comienza el castigo”. Parecían aviones rusos. Yo decía: “¡Pero si apenas acabamos de salir de una tormenta! ¿Aún no es suficiente?”.
Muchos me respondían: “Ésta acabará con todos. Ha llegado la hora también para la Monarquía (ésa no es una profecía, porque lo saben hasta las piedras). Todos recibirán su merecido”. Me desperté aterrorizada.
Cuando parecía que la grandeza de Italia iba a ser todavía mayor y que el rey estaba a punto de ser coronado como emperador, yo soñaba siempre con las desgracias que luego cayeron sobre nosotros: ataques, refugios, huidas, etc. y, entre los enemigos, veía siempre a los rusos con sus pajarracos negros. También veía siempre que el rey, la reina y sus parientes descendían, en una fuga afanosa, entre escombros y montones de carbón mineral. No parecían huir de un ataque inminente sino porque no podían permanecer más debido al odio del pueblo. Mamá se burlaba de mí porque yo decía estas cosas… y yo lloraba por lo que veía. Lamentablemente, los hechos ya han confirmado lo de la Monarquía… ¡Pero Señor!, ¿no basta aún?…
2 de julio de 1945
A las 12.
Sé lo que me has hecho, Señor, llevándome contigo en tu venida a Jerusalén y a Betania, tan dulce en su melancolía y en su paz… Lo sé. Después de la visión del sábado en el Getsemaní, la verdad resplandeció ante mí improvisamente… Y tuve un sobresalto… pero no me detuve, porque te secundé en tu amoroso intento. Me llevabas muy hacia lo alto, me ocupabas completamente por días enteros, y luego me sumergías en la niebla de mis torpores para no hacerme pensar en el significado de esos días para mí. Por todo el mes de junio, un mes de angustias para tu pobre María, me precipitaste
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completo en tu torbellino para que el torbellino de mis recuerdos no me arrollase…
¡Gracias, Dios mío! Ya ves: por temor de destruir tu piadosa tarea, ni siquiera escribí en ese entonces, cuando comprendí el motivo de esas horas tan embelesadoras de las visiones… la visión de la Madre… del niño… tu amor hacia la Madre niña, tus palabras que la evocaban, tus palabras al niño recogido por tu amor… Si yo hubiera escrito que había entendido, habría significado que mi mirada había advertido el tormento que tu amor, en cambio, envolvía en dulzuras para no hacérmelo ver y para no hacérmelo sentir… Por eso callé.
Tú eres bueno; tu bondad es completa, total. Eres infinitamente bueno porque eres Dios, eres perfectamente bueno como Hombre-Dios. Comprendes que los recuerdos hacen mal, que ciertas cosas turban y no quieres que la muerte o la agitación turben a tu portavoz, que ya está tan agotado, tan agotado… Por eso me has absorbido en Ti, en tu pasado de Jesús de Nazaret, peregrino y maestro en la Tierra; lo hiciste para que yo no pensara… para que no pensara en todas las fechas luctuosas para mí que se acumulan en el mes de junio… A pesar de ello, me afligía el tormento… pero estaba mitigado. Existían los sollozos de la pobre María, que en este mes de junio ha asistido a las peores tormentas de su destino, las que la han despojado de los afectos más grandes, para que no volviera a florecer sino en Ti… Existían esos sollozos, listos para estallar… pero Tú los escondías bajo tu canto… y sólo se advertían si la María-alma consideraba por un instante su parte humana.
¡Gracias, Dios mío! Hace diez años, a esta misma hora, mi papá estaba abandonando del todo mi casa1… y Tú me has traído hasta aquí, en estos días, estrechándome a tu corazón. Como haces siempre en las horas peores desde que soy tu “portavoz”… Lo hiciste cuando murió mamá2, en los días más feroces de la guerra… y también ahora. Solamente el año pasado, en abril y en junio3, me hiciste beber toda la amargura, debido a un designio tuyo que, a mi parecer, lleva por nombre “reparación de los momentos desesperados y alivio para los mismos”. Es así, me hiciste enloquecer para salvar a otros de la desesperación. ¿Quiénes habrán sido salvados de este modo? ¿Dónde están ahora mis pobres hermanos desesperados?
1 Se trata de Giuseppe Valtorta, fallecido el 30 de junio de 1935.
2 Se trata de Iside Fioravanzi, fallecida el 4 de octubre de 1943. 3 Ya aclarado en la nota 2 del diario del 19 de marzo de 1945.
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Esta mañana he estado a punto de morir… Desde las siete hasta 2 las 12, es decir,
hasta ahora, he soportado una crisis cardiaca… Pero ya desde ayer me estaba atenaceando la angina pectoris… Dado que no podía hacer más de lo que hice, te he amado y he ofrecido tu Sangre y mis dolores por mi papá y por mis hermanos desesperados.
8 de julio de 19451
¿Es que, acaso, los enemigos de Cristo no siguen atacando y rodeando de asechanzas a Cristo ahora y siempre? ¿Acaso la Ciencia y la Herejía, el Odio y la Envidia, los enemigos de la
Humanidad, surgidos de la misma Humanidad como ramos envenenados de una planta sana, no hacen todo esto para que la Humanidad muera, visto que la odian más aún de lo que odian a Cristo, porque la odian activamente, privándola de su gozo al descristianizarla, mientras que a Jesús no pueden quitarle nada porque Él es Dios y ellos son sólo polvo? Sí, lo hacen. Pero Cristo se refugia en los corazones fieles y desde allí mira, desde allí habla, desde allí bendice a la Humanidad y luego… y luego se dona a estos corazones y éstos… éstos, aun per- maneciendo aquí, tocan el Cielo y su bienaventuranza y arden hasta experimentar un delicioso tormento en todo lo que constituye su ser: en los sentidos y en los órganos, en los sentimientos y en el pensamiento y, en fin, en el espíritu…
Nuestros compañeros son las lágrimas y las sonrisas, los gemidos y el canto, la extenuación y, sin embargo, el imperioso deseo de vivir; más que compañeros son nuestro mismo ser porque, así como los huesos están amalgamados con la carne, y las venas y los nervios circulan bajo la piel y todo eso forma un solo hombre, del mismo modo todas estas cosas están en nosotros, en nuestra pobre condición humana y han nacido, han prendido en nosotros porque Jesús se ha dado a nosotros. Y en esos momentos – que son sólo instantes, porque si fueran eternos moriríamos abrasados y destrozados – ¿qué somos nosotros? Ya no somos hombres. Ya no somos los animales dotados de razón que pueblan la Tierra. ¡Oh, Señor!, deja que lo diga
1 Para comprender el trozo siguiente, hay que tener presente que implica la reflexión sobre un episodio en el que se habla de una multitud que se agolpa en torno a Jesús, no sólo con el amor de los buenos sino también con la curiosidad de los malvados.
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una sola vez, no por soberbia sino para cantar tus glorias, porque tu mirada me quema y me hace delirar… En esos momentos somos serafines. Y me asombra que no se desprendan de nosotros llamas y calor a los que son sensibles las personas y la materia, así como sucede en las apariciones de los condenados. Pues, si es verdad que el fuego del Infierno es tal que basta el reflejo que emana de un condenado para hacer arder el leño y fundir los metales, ¿qué es entonces tu fuego, oh Dios, que eres totalmente infinito y perfecto?
No, no se muere de fiebre, no se arde por su causa, no nos consumimos de fiebre provocada por los males de la carne. ¡Amor, tú eres nuestra fiebre! Y por amor ardemos, morimos, nos consumimos; de amor y por amor se desgarran las fibras del corazón, que no puede resistir a tanto sentimiento. Pero no me he expresado bien, porque el amor es delirio, el amor es una cascada que rompe los diques y avanza demoliendo todo lo que no es amor, el amor es el tumulto en la mente de sensaciones absolutamente verdaderas, absolutamente presentes que, no obstante, la mano no puede transcribir por lo veloz que es la mente en traducir en pensamiento el sentimiento que experimenta el corazón. No es verdad que se muere. Se vive con una vida diez veces más vida y con un doble aspecto, porque se vive como hombres y como bienaventurados: con la vida de la Tierra y la vida del Cielo. ¡Oh, estoy segura de que se alcanza y se supera la vida sin taras, sin menoscabos ni limitaciones que Tú, Padre, Hijo y Espíritu Santo; Tú, Dios Creador, Uno y Trino, habías dado a Adán y que es el preludio de la Vida después de la asunción a Ti; una Vida que se goza en el Cielo tras un plácido pasaje del Paraíso terrestre al celestial y un recorrido en los amorosos brazos de los ángeles, tal como fue el dulce sueño y la dulce asunción al Cielo de María para ir a Ti, a Ti, a Ti!
Se vive la verdadera Vida. Y luego volvemos a encontrarnos aquí y, tal como estoy haciendo
ahora, nos asombramos, nos avergonzamos de haber ido tan lejos y decimos: “Señor, yo no soy digno de tanta gracia: Perdóname, Señor”, y nos golpeamos el pecho porque tememos haber cometido pecado de soberbia y se baja un espeso velo sobre el esplendor que, apiadado de nuestros límites, no sigue brillando con consumado ardor, sino que se recoge en lo íntimo de nuestro corazón, listo para volver a llamear en toda su potencia en un nuevo momento de beatitud establecido por voluntad de Dios. Se baja el velo sobre el sagrario en el que arden los fuegos, las luces, los amores de Dios… y agotados, pero regenerados, retomamos el cami-
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no como… embriagados por el vino fuerte y suave, que no obnubila la razón y que, por el contrario, nos impide dirigir los ojos y el pensamiento hacia lo que no es el Señor, o sea, Tú, mi Jesús, eslabón de conjunción entre nuestra miseria y la Divinidad, medio de redención para nuestra culpa, creador de bienaventuranza para nuestra alma; Tú, Hijo, que con las manos heridas pones nuestras manos entre las manos espirituales del Padre y del Espíritu para que estemos en Vosotros ahora y siempre. Amén.
Mas ¿adónde he ido mientras Jesús me encendía encendiendo a los ciudadanos de Yuttá con su mirada plena de amor? Ud. habrá notado que ya no hablo de mí o que lo hago muy rara vez. ¡Cuántas cosas podría decir! Pero el cansancio y la debilidad física, que me oprimen inmediatamente después de los dictados, y el pudor espiritual, que es más fuerte cuanto más avanzo, me persuaden, me obligan a callar. Pero hoy… he ascendido demasiado a lo alto y es sabido que el aire de la estratosfera hace perder el control… Yo he ido mucho más arriba que la estratosfera… y ya no he podido con- trolarme… Además, creo que si nosotros, los que estamos envueltos por estos torbellinos de amor, calláramos siempre, terminaríamos por estallar como proyectiles, o mejor, como calderas archicaldeadas y herméticas.
Perdóneme, Padre. Y ahora vayamos adelante.
9 de julio de 1945
Porque me apiado de sus ojos, Padre, vuelvo a leer lo que escribí ayer para aclarar ciertas palabras escritas de modo incomprensible. Releer este texto me desconsuela…
¡es tan inferior a lo que sentía mientras describía mi estado de ánimo! Y sin embargo, por el temor de expresarme mal y para que me ayudara a narrar lo que el Señor me hacía sentir y me diera un poco de alivio – porque también es un sufrimiento, ¿sabe? – llamé a mi San Juan. Le dije: “Conoces bien estas cosas. Las has experimentado.
Ayúdame”. Y no me faltó su presencia ni su sonrisa de eterno niño bueno ni sus caricias. Pero ahora siento que mi pobre palabra es inferior, muy inferior al sentimiento que yo experimentaba en esos momentos… Todo lo humano es paja; oro es sólo lo sobrenatural. Pero el lenguaje humano ni siquiera puede describirlo.
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16 de julio de 1945
Ahora tendría que decirle una cosa porque, si no, se me convierte en obsesión.
Hace unos 15 días, o tal vez más, que la Voz querida incita a mi corazón de este modo:
«Acuérdate de los hermanos separados. Acuérdate de que eres víctima también por ellos. Acuérdate de que estaban sostenidos por tu amiga Gabriella della Trappa1. Acuérdate de que el obstáculo de la guerra ha cesado. Acuérdate de que no sólo con la plegaria se ayuda a las almas. Acuérdate de que Yo soy el Cristo de todos y que todos los cristianos son de Cristo. Acuérdate de que tu misión va mucho más allá de la
sangre y los afectos. Eres la portadora de la Voz y la Voz se dirigía a todos. No puedes negarla. Acuérdate de que me aman con mayor veneración – como tú misma has intuido – en las otras confesiones que entre vosotros. Hay que hacer un solo paso para formar un solo Redil bajo un único pastor. Y se necesita una mano que se tienda más allá del arroyo que divide, para ayudarles a venir. La sed de Mí es muy intensa allí…».
Mas, ¿qué puedo hacer? Por esta reprensión que es como un taladro que no calla nunca en mi mente, sólo puedo perder todo el sueño que me queda. Sólo puedo perder la tranquilidad, porque no sé cómo hacer, porque me opongo a hacer, porque siento que no haciendo desagrado a Jesús. Los únicos hermanos separados que conozco, de nombre, son los de la Nashdom Abbey. ¿Cómo puedo hacer? ¿Qué tengo que decir? No sé hablar inglés. ¿Por qué Jesús pretende de mí cosas tan superiores a mi capacidad y a mis tendencias? Ayúdeme Ud. porque debe saber que, cuando Él quiere algo, lo quiere y basta; y no se calma hasta que no se le satisface.
Dice Jesús: «Visto que falta unión entre los pueblos, que haya al menos unión entre los cristianos, porque son inminentes los periodos anticristianos y es necesario que se cumpla lo antedicho».
Muy bien… pero ¿cómo hay que hacerlo?… Por lo pronto, yo ofrezco todos mis sufrimientos y dejo sólo una pizca para otros motivos. Pero parece que no es suficiente y no puedo agregar otros su-
1 Se trata de sor Maria Gabriella Sagheddu, trapense de Grottaferrata (1914- 1939), que se ofreció por la unidad de los cristianos y fue proclamada beata por el papa Juan Pablo II el 25 de enero de 1983.
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frimientos a los que son propios de la enfermedad. Entonces, ¿qué debo hacer?
21 de julio de 1945
Son las 11 y mi corazón padece un nuevo dolor. Le confieso que, aunque ya desde hacía días iba percibiendo este nuevo dolor, hoy he llorado. Las lágrimas iban derramándose mientras comía sin hacer tantos aspavientos, porque no me gusta dar demostraciones que a otros no les interesan.
A través de un amigo suyo, mi tío1 me escribe su último saludo… También este pariente ha muerto. Siempre había estado en mi corazón. ¡Estaba tan enfermo, tan necesitado de todo!, en primer lugar de afecto, de alguien que acariciara sus profundas heridas para quitarle esa acrimonia que le habían hecho nacer en el corazón sus desventuras, demasiadas desventuras y demasiado dolorosas. ¡Y yo lograba cumplir muy bien ese propósito! He sufrido también por él en estos meses en que me era imposible comunicar con los del norte. Su carta del mes de junio me había dejado muy contenta. Y enseguida pensé en hacerle un pequeño regalo… inmediatamente después, sentí que iba a ser el último… Lo recibió… y creo que será la única flor afectuosa en su cabezal fúnebre.
Las lágrimas siguen bañando mis ojos… ¡Señor!… no digo nada más. Tú ya sabes. Con este nudo de mudo dolor en mi corazón, me recuesto para dar un poco de alivio a mi cuerpo, que no quiere morir – mientras yo, en cambio, tengo tantos deseos de que llegue la muerte – y pienso en sor M. Gabriella2. Siento que ella tiene ganas de una dulce, de una pequeña compensación… No se convence de que hay más hiel que miel en el cáliz de Jesús.
Y, dado que advierto que se avecina la llegada de dos hermanas de su orden para suplicar en su nombre una palabra, le digo a Jesús: «¿No hay nada para ella?, de modo
que no siga pidiéndome frecuentemente si hay algo para darle». Recibo una respuesta tajante como un fusilazo: «No». Me quedo aniquilada por el efecto de ese “no” seco, que impide toda respuesta… me vuelvo hacia otra parte y
1 Se trata de Aristide Fioravanzi, hermano de la madre de la escritora, fallecido en Bergamo el 14 de julio de 1945.
2 Véase la nota 2 del dictado del 10 de enero de 1945.
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sollozo por mi tío, mientras Marta dormita. Y hete aquí que a las 16 llegan las monjas:
«¿No tiene nada que decirle a la Superiora?». Léase: nada que darle…
Habría tenido que agradecerle por Cancogni. Pero me siento abrumada por demasiadas cosas y yo también digo: «No». Pienso en lo mal que se va a quedar. ¿Qué puedo hacerle? Le escribiré una cartita de circunstancias apenas pueda. Pero el “no” de Jesús ha sido tan terminante que creo que sor Gabriella no va a recibir nada por mucho tiempo. Y eso me duele, porque me causan compasión las almas que no saben obrar por sí mismas… sin dulzuras… pues se las reservan todas para la eternidad. ¿Es acaso un modo de pensar con soberbia? Me lo pregunto y me parece que no. Es sólo la verdad.
Padre, ¿por qué se me hace cada vez más ligero el velo que envuelve las almas y las cosas? No quisiera que fuese así… En pocos meses, es la cuarta vez que digo: “Siento que éste o ésta ha muerto” y luego resulta que es verdad. Así pasó con mi médico3, con la Soldarelli, con Annalina, con mi tío… Pienso en ellos y siento que están vivos y luego, un día, digo: “Es inútil que espere o que le escriba a él o a ella. Ha muerto”. Y han muerto verdaderamente.
Ve: en el caso de sor Giovannina yo sentía que no se había ido de Roma, que no se había muerto, que no estaba paralizada o atontada o cualquier otra cosa, y sabía cuál era el verdadero nombre de este silencio. En cambio, de estos otros, de los cuales podía y debía creer que estaban vivos, sentí que habían muerto. Naturalmente, el hecho no es agradable para nada…
… Jesús vuelve a adueñarse de mí para hablarme del Evangelio.
3 Se trata del doctor Lamberto Lapi, a cuya muerte se refiere el 29 noviembre de 1944 en “Los cuadernos. 1944”.
23 de julio de 1945
Por la noche.
Episodio de las mártires Flora y María de Córdoba.
Quizás para consolarme de la visión perdida1 y permitir que se
1 Se refiere a una nota comprendida en unas páginas del cuaderno, que hemos suprimido porque tratan episodios ya contenidos en la vasta obra sobre el Evangelio. En dicha nota aclara que está obligada a resumir una visión en pocos renglones a causa de la confusión que ha habido en casa esta mañana, por lo que no he podido escribir mientras veía.
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me pase la inquietud que me invade cuando, por inconvenientes absolutamente humanos, no puedo ocuparme de mi tarea, ahora se me presenta nítidamente la extraña visión de un subterráneo que, de seguro, es la prisión de algún castillo. Se trata de un castillo musulmán, porque veo un desagradable individuo vestido de turco o de árabe, aunque más bien me parece vestido como un turco de épocas pasadas, con un largo caftán marrón, por debajo del cual asoma un atavío de tela brillante como seda, de color rojo oscuro, y una especie de amplios pantalones ceñidos al tobillo. Calza babuchas rojas sin taco, de cuero marroquí. En la cabeza lleva un sombrero marrón de forma de cono truncado, con una faja de tela de color verde esmeralda arrollada a modo de turbante. La prisión o, mejor dicho, el subterráneo – porque las ventanas están a nivel del suelo – está hecho de este modo: por una empinada escalerilla se desemboca en un bajo pasillo y, pasando por una arcada, se entra en un cuarto también bajo y, además, oscuro como un sótano. En el medio de la habitación se ve un pesado bloque de piedra en cuyo centro hay un grueso anillo de hierro. El suelo está apisonado. Tal es el lugar que no logro describir absolutamente con un dibujo.
Conducen allí a una jovencita muy bella. Tiene las manos atadas a la espalda y la empujan, casi hasta hacerla caer, por los 5 peldaños que llevan al pasillo que precede este lúgubre cuarto, donde la espera paseando nerviosamente el personaje que he descrito antes. En esa ocasión me he olvidado de decir que lleva un ancho cinturón que le sujeta las ropas y en el que está ensartada una larga y curva cimitarra con una empuñadura adornada de gemas y la vaina damasquinada en oro.
«Te lo pregunto por última vez: ¿quieres abandonar la religión de los perros hebreos y volver a la santa fe del Profeta?».
«No».
«Piénsalo bien. Sabes que en tierra de Moros no se venera más que a uno solo, a Mahoma, ¡el verdadero profeta de Alá! Y ya conoces la suerte que les espera a los apóstatas».
«Ya lo sé. Mas permaneced fieles a vuestra fe, yo permaneceré fiel a la mía.
Vosotros sois fieles a la vuestra, que es falsa; yo soy fiel a la mía, que es verdadera». 71
«Haré que te quiten la vida por medio de tormentos».
«Mas no me quitarás el Cielo y sus gozos».
«Perderás la salud, la vida, la alegría, lo perderás todo».
«Pero encontraré a Dios y a su Madre, la Virgen María, y a mi madre, que me engendró para Dios».
El hombre patea el suelo con ira y ordena que la azoten con varas de hierro.
A la jovencita le arrancan los vestidos, queda desnuda hasta la cintura; las ropas se deslizan por sus flancos y le cubren las manos, dado que no se las han desatado. Le rodean el cuello con una soga como si fuera un collar y, tras haberla hecho arrodillar junto al pesado bloque, atan la soga al anillo, de modo que su barbilla toca la dura piedra; luego, dos fornidos verdugos, escogidos entre los de la escolta que la ha arrastrado hasta allí, comienzan a azotarla ferozmente en los tiernos hombros, en el cuello, en la cabeza. Cada golpe origina una ampolla sangrienta en las carnes blancas y delicadas. Cuando azotan la cabeza, la barbilla golpea duramente contra la piedra y se hiere y, por consiguiente, los dientes baten entre sí y le causan dolor. Como está arrodillada más bien lejos del bloque, con las manos atadas a la espalda y obligada a estar encorvada casi en ángulo recto, no puede encontrar alivio de ningún modo; y, además de los golpes, ya la misma posición es una tortura.
Pero el juez aún no está satisfecho y, mientras sigue controlando la tortura con los brazos cruzados y como si estuviera contemplando un agradable espectáculo, ordena que aumenten los golpes en la cabeza “para que sea más semejante a su maldito Cristo”, dice riendo
sarcásticamente.
Los verdugos golpean y golpean con las varas sutiles, casi flexibles – creo que son de metal – que, tras haber silbado en el aire, caen de plano sobre la pobre cabeza. Los cabellos se enredan en las varas y son arrancados a mechones; los que quedan van enrojeciéndose por la sangre, pues la piel se resquebraja y deja ver el cráneo, mientras la sangre cuela a lo largo del cuello, por detrás de las orejas, hasta el pecho desnudo y se detiene en la cintura, donde la absorben las ropas.
«¡Basta!», ordena el juez.
La desatan, la vuelven a vestir, la depositan en el suelo porque está medio desvanecida. El juez la zarandea con el pie y cuando la joven abre los ojos con
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una mirada mansa y dolorosa, como de cordero torturado, le dice: «¿Reniegas?».
«No». Ya no es el triunfal “no” de antes pero, aun en su debilidad, es una afirmación segura.
«Ya se va a encargar tu hermano. Y será peor que yo. Llamadle y entregadla a él». Tras haberle dado el último puntapié, el juez se va…
… y la visión se concluye en un lugar nuevo que, por cierto, también en este caso es una prisión, porque hay patios con ventanas con poderosas rejas y, a través de ellas, se oyen voces que blasfeman o dicen cosas triviales mezcladas con cantos cristianos.
Ahora la joven está con otra persona de su misma edad; ambas son conducidas a una suntuosa sala, donde vuelvo a ver al juez anterior, que está circundado por otros musulmanes, probablemente siervos o jueces de rango inferior.
«¡Pues bien, aún tengo que interrogaros! Es la última vez. ¿Qué es lo que queréis?».
«Morir por Jesucristo».
«¡Morir por Jesucristo! Pero tú, Flora, ¿sabes qué quiere decir tortura?».
«Sé qué quiere decir Jesús».
«¿Sabéis que podría teneros por toda la vida entre las… (aquí escribo mujeres de mala vida, pero él ha usado una palabra fea), así como lo habéis estado en estos días?
¿Qué llevaríais entonces a vuestro Cielo? Pues, llevaríais fango y suciedad».
Habla la otra joven: «Te engañas. La suciedad se queda aquí, contigo. Yo creo firmemente que, por la gracia de nuestro Señor Jesucristo, de su Madre María Santísima, de la que llevo el nombre, de todos los santos del Paraíso, el último de los cuales es mi hermano diácono, que has hecho martirizar, una vez que hayamos subido al Cielo podremos hacer germinar la semilla echada en tantos pobres corazones encerrados en una carne infame y redimir de este modo a las desdichadas hermanas entre las cuales nos has hecho vivir esperando que nos corrompieran y que se quebrara la firmeza de nuestra fe. Debes saber que, por el contrario, hemos salido de allí aún más puras y firmes y más deseosas que nunca de morir para agregar nuesta sangre a la sangre de Cristo y redimir a nuestras infelices compañeras».
«Llamad al verdugo. Que sean decapitadas».
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«Que el Dios verdadero te recompense por abrirnos el Cielo y que toque tu
corazón. Ven, Flora. Encaminémonos cantando».
Mientras salen, en medio de la escolta, cantan el Magnificat…
Jesús me dice: «Ahora has conocido la historia de las vírgenes y mártires Flora y María de Córdoba, en la época en que España estaba en manos de los moros; era el siglo noveno. Son santas mártires casi ignoradas. ¡Mas cuán felices son en el Cielo!».
28 de julio de 1945
Y ahora, para obedecerle, voy a referirme a la precipitada fuga de los espiritistas que en junio quèrían que les alquilara una habitación y que, como se la negué, se… alojaron en la casa de al lado para dedicarse a sus operaciones con el pretexto de que ambos eran cartománticos y quirománticos. Y, a pesar de que me molestan estas dos categorías, acepté el hecho hasta el 18 de julio, cuando los sufrimientos que me acosaron esa noche, absolutamente semejantes a otros de ese tipo que experimenté todas las veces en que estuve cerca de lugares o personas que se dedicaban a prácticas espiritistas, me hicieron comprender que en esa casa se hacían sesiones espiritistas.
Entonces me dije y se lo dije también a Ud., Padre: «Les voy a dar su merecido y vamos a ver quién tiene los cuernos más duros». Por lo tanto, esa noche me puse a practicar el exorcismo según la fórmula de León 13, que me dieron los Redentoristas de Nápoles. Siempre me ha parecido potente contra tempestades, bombas, caracteres… infernales y contra toda práctica espiritista.
Entonces, heme allí, arrodillada a duras penas, con mi crucecita en la mano, con toda el alma que se me escapaba del cuerpo para conducir la fórmula más allá de las dos paredes que me separaban del antro de los médium. Luego me desplomé extenuada, como me sucede siempre cuando lo hago; es como si toda la fuerza se me saliera del cuerpo dejándome desfallecida… Seguí haciéndolo por tres noches: el 18, el 19 y el 20. Pero el 20 tuve que hacerlo sentada porque estaba más muerta que viva.
Ayer la dueña de casa de los dos fulanos me dijo que uno de los dos, precisamente el que es médium – pues el otro es su ayudante – tomó las de Villadiego «porque no ganaban más que
1.000 0 1.500 por día. ¿Qué son mil o mil quinientas liras?». En realidad, a mí me 74
parece que ya son algo… Y cuando le hago notar que 500 o 750 liras diarias para cada uno no son tan pocas, la señora añade: «También dijo que no se queda porque está muy molesto, no por los rumores ni por las personas de la casa, porque nosotros ni decimos esta boca es mía cuando el profesor (?!) está trabajando, sino por otras cosas que no quiso explicar. Después quiso saber un montón de cosas: quién es Ud., qué hace. Y cuando le dijimos: “Es una señorita enferma: lee, escribe, borda…”, respondió: “No, yo sé qué es. Es una santa”». (Disculpe si, para reproducir exactamente lo que dijo, tengo que escribir esta palabra). Esa buena gente no entendió qué relación tengo con los trabajos del profesor (?!) ni de qué modo éste podía saber algo a mi respecto; tanto es así que me preguntaron: «¿Pero Ud. le conoce?». Respondí: «No, gracias a Dios». En cambio, he entendido perfectamente todas las correlaciones.
¡Muy bien!, se repite el episodio de 19301. Lo importante es que el médium ha puesto pies en polvorosa y que el otro pronto hará lo mismo, como espero… así que en el aire, finalmente limpio, ya no quedará ese olor de azufre que mis pulmones espirituales no soportan. Ahora vamos a ver qué fastidios me causará Satanás para vengarse… Por cierto, no es que me va a ir de rositas. Como Ud. bien sabe, en 1930 me dijo por boca del médium que yo había ahuyentado: «Ud. me echa, pero hace mal.
Porque el que me expulsa, encontrará dolores y dificultades en su camino…». Y, en efecto, nunca más volví a estar bien. Pero ellos tuvieron que irse a otro lado…
1 Véase la “Autobiografía”, en las págs. 273-278.
29 de julio de 1945
Dice Jesús:
«Y esto es para la Marta pequeña1, que no debe lamentarse de que nunca hay una palabra para ella y que debe estar segura de que su Señor la ama mucho, solícitamente, y ha pensado en protegerla desde que la puso debajo de la tienda donde Él encuentra reposo. Ya te amaba desde antes, porque el amor es su aliento. Pero cuando
1 Se trata de Marta Diciotti. Ese mismo día, fiesta de Santa Marta, la autora ha escrito un episodio, perteneciente al Evangelio, cuya protagonista es Marta de Betania.
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creíste que te habías quedado sola, te amé como una familia entera y te doné la paz poniéndote junto a María. No te lamentes si no hay palabras para ti. Viiviendo junto a María, ya las tienes todas. Las cartas se escriben a los que están lejos, no a quienes viven con nosotros. Y tú estás donde Yo vivo. Sé buena. Anima tu actividad de Marta con la espiritualidad de María, que ha elegido la parte mejor2 y que, por haberla elegido con dolor y con amor total y voluntario, ha recibido de Mí la parte superlativa. Tú te apoyas en el corazón de María y María está apoyada sobre mi corazón. Por eso, no te aflijas por demasiadas cosas, entre las que está el preguntarte si Yo pienso en ti. Descansa en el corazón de quienes te aman y ten fe. Dios no abandona a los que esperan en Él y practican la caridad. Que mi paz te acompañe».
En cambio, lo que sigue lo digo yo, me lo digo a mí misma, recordando…
Hace dos años llegaban, como hoy, mis parientes de Calabria3, a los que di asistencia y afecto familiar y por quienes he emprendido la batalla más grande. Pero no estoy en las mismas condiciones que la Marta de Lázaro. No estoy segura de tener en las manos mi victoria, a pesar de todas las protestas de fe, etc., etc., que me escri- ben. De lo que estoy segura es de que sufrí mucho y sigo sufriendo y sufriré por esa causa que empezó hace dos años. Dice Jesús: «Vale la pena perder una amistad para salvar un alma»4. Está bien. Creo que ése es, justamente, mi caso. Y confieso que mi disgusto es muy relativo. Creo que cuantos menos lazos tenga, estaré más libre de volar hacia Jesús. Me refiero a los lazos del afecto humano. Siento que dichos lazos ya están tan desfibrados por el desgaste de la mezquindad y la miseria humanas, que no les queda más que una fibra ya deshilachada, una fibra que una nimiedad puede romper. De este modo, mi amor hacia los parientes se despoja de todo lo que es carne y sangre, o sea, de un placer egoísta, y se convierte en un amor espiritual áureo y doloroso que, por amor de Jesús, no abandonará a estos espíritus. Dos años de íntimo conocimiento han exprimido esta esencia del fruto de dicha vecindad…
2 Lucas 10, 38-42.
3 Véase “Los cuadernos. 1944”, nota 1 del diario del 24 de abril.
4 Lo dice en el segundo de los dos episodios pertenecientes al ciclo del Segundo año de vida pública de la vasta obra sobre el Evangelio.
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10 de agosto de 1945
Obtengo estas palabras para Sor Gabriella; las obtengo con lágrimas porque siento la intolerancia de este corazón:
«Hija, hija, hija mía, ¿no te has dejado coger por el anhelo de las grandes alturas donde se eleva la Cruz? ¿No te dije la última vez: “Que mi paz te acompañe y sea para ti sustento en tus grandes necesidades”? Te lo dije porque Yo sé lo que le toca a cada hombre; porque Yo sabía que necesitabas ese sustento; porque Yo sé que un premio grande está reservado al que cumple la voluntad de Dios; porque Yo sé qué significa la hora del Getsemaní. Por todo el dolor que hay sobre la Tierra, por toda la gloria que hay en el Cielo para los generosos, te di mi paz como sustento. Y, dado que te has dejado coger por el anhelo de las grandes alturas donde se eleva la Cruz, aprende a repetir las palabras de la Cruz, especialmente en tu caso la primera y las dos últimas, unidas por la cadena de oro de la sed de expiar por el mundo. Que la paz sea contigo, Maria Gabriella, que la paz sea contigo; una vez más, que la paz sea contigo».
12 de agosto de 1945
Santa Clara de Asís.
Veo algo que no parecerá imposible de ver pues se trata de un hecho conocido por muchísimas personas. Es el milagro que obró Santa Clara arrojando del convento de Asís a los que lo habían atacado. Ver este milagro me da una gran alegría y no me importo de los demás. Le describo lo que veo.
Es un pequeño y humilde convento, muy bajo, con el techo muy inclinado y un claustrillo que en cada piedra parece gritar: «Pobreza», la gran palabra franciscana; hay estrechos pasillos breves, oscuros, en los que se abren las puertecillas de las celdas. Miedo y dolor agitan esta pobre morada de paz. El convento resuena como una sonora colmena de voces que ruegan y gimen. Y, en verdad, este pequeño convento parece una colmena estupefacta ante una invasión. El rumor de la lucha exterior penetra en él y sus ecos feroces se uner, a los acentos de piedad.
No sé si es una profesa la que da la noticia que las hordas enemigas intentan invadir el convento o si es un habitante de Asís quien
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advierte del peligro a las Clarisas. Sé que el desconcierto llega al máximo mientras todas se precipitan a la celda de la Abadesa, que reza postrada al borde de su jergón, y se alza para recibir a sus atemorizadas hijas: su rostro está céreo y extenuado, pero aun así se la ve hermosa y solemne. Escucha a sus hijas y les ordena que desciendan al coro en orden y con fe, en el silencio que impone la Regla «porque» – dice – «ninguna circunstancia, por tremenda que sea, debe hacer olvidar la santa Regla». Luego las sigue y entra en el minúsculo y humilde coro, más allá del cual se ve la pequeña iglesia cerrada herméticamente, oscura, iluminada sólo por dos bujías – una en la iglesia, la otra en el coro – que, ante el ciborio, resplandecen serenamente: hacia fuera, resplandecen por las almas del mundo que se acuerdan demasiado poco de Dios y, hacia adentro, por las almas de Jesús que en esa llamita perpetua ven el símbolo de sí mismas.
Rezan y se sobresaltan ante cada grito más fuerte y más cercano. Y cuando una de ellas – seguramente una profesa – entra gritando sin cuidarse del respeto debido al lugar: «¡Madre, ya están en la puerta!», las clarisas se curvan como si ya las hubieran herido de muerte.
Pero Sor Clara no reacciona así. Por el contrario, se pone de pie, va al centro del
coro y dice: «No temáis. Ellos son hombres y están allí afuera. Nosotras estamos aquí adentro y con Jesús. Acordaos de sus palabras: “No os tocarán un cabello”. Nosotras somos sus palomas. Él no permitirá que las profanen los gavilanes».
Como para desmentir sus palabras, afuera el clamor del tumulto se hace aún más fuerte. Mas ella no se desconcierta. Al ver que sus clarisas están demasiado aterrorizadas como para poder vencer las dudas y el terror, se vuelve a Dios: «Mi dulce Jesús, perdona si tu pobre Clara osa poner las manos donde sólo un sacerdote puede hacerlo. Pero aquí estamos solamente Tú y nosotras. Por lo tanto, una de nosotras debe decirte: “Ven”. Mis manos están lavadas por el llanto. Pueden tocar tu trono». Se dirige resueltamente al tabernáculo, lo abre y no coge el ostensorio sino un estuche semejante a una píxide que, a lo que me parece por lo poco que permite ver la escasa luz, no es de metal precioso sino de marfil o madreperla, al menos en la parte exterior. Lo toma y lo tiene en sus manos con la misma veneración con la que sostendría al Dios niño. Desciende con aplomo los pocos peldaños y, salmodiando, va hacia la puerta del convento; subyugadas, las monjas la siguen temblando.
«Hija, abre la puerta».
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«¡Pero están allí afuera! ¿No oís los gritos y los golpes?».
«Hija, abre la puerta».
«¡Es que se precipitarán aquí adentro!».
«Abre la puerta. ¡Debes obediencia!». Clara, que antes era dulce y persuasiva, asume ahora un tono imperioso que no admite contradicciones. En estos momentos es la antigua castellana acostumbrada a ordenar y la ilustre Abadesa que exhorta a la obediencia.
Gimiendo, la clarisa abre la puerta y su temblor retarda tal operación; es el mismo temblor que agita a las demás, agrupadas detrás de la Abadesa. Cerrando los ojos, se hacen la señal de la cruz y, dispuestas al martirio, bajan el velo para morir con el rostro cubierto.
Por fin la puerta se entreabre. Los alaridos de los asaltantes se convierten en un grito de victoria; ya no usan las armas y se precipitan hacia la puerta entreabierta.
Con el rostro blanco a semejanza del estuche que lleva bien alzado como único velo de su semblante de enclaustrada, Clara da dos, tres, cinco pasos más allá del umbral. No sé si ve a los que están frente a ella, o si ve su tierra, o a sus enemigos, pero no me parece nada de eso. Sus ojos sólo adoran al Santísimo que lleva en sus ma- nos. De ese modo, alta, delgadísima, consumida, cándida como una azucena, con su paso lento, parece más bien un ángel o un fantasma. A mí me parece un ángel, a los otros debe de parecer un fantasma. La arrogancia del enemigo se quebranta, se detiene y, al ver que Clara avanza un paso más, se convierte en una fuga desordenada.
Entonces Clara vacila, se dobla como si estuviera próxima a caer y se apresura a entrar de nuevo atravesando el umbral. «¡Bendito sea Dios! Se han dado a la fuga. Ahora… ahora sostened a vuestra madre, para que pueda volver a colocarlo en su altar. Cantad, hijas, y sostenedme. ¡Ahora vuestra madre está muy cansada!». En efecto, su rostro parece el de una moribunda, como si hubiera agotado todas sus fuerzas. ¡Pero, a pesar de ello, tiene una sonrisa dulcísima y en sus manos céreas mucha fuerza para estrechar la custodia!
Entran cantando en coro y, mientras entona el “Tedeum”, Clara deposita el estuche en el tabernáculo y luego queda tendida boca arriba sobre los dos peldaños del altar como si estuviera muerta, mientras las clarisas siguen entonando el himno de gracias.
Esto es lo que veo. Y para mí, hay sólo pocas palabras de Santa Clara, pero no ya en su condición de clarisa, sino bajo su aspecto paradisiaco:
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«Con éste (e indica el Santísimo Sacramento) se vence todo. Será la excelsa
fuerza del Paraíso y de la Tierra hasta que existan las necesidades de esta Tierra. Gracias a los méritos infinitos del Santísimo Cuerpo, aniquilado para nuestro provecho, nosotros, los santos del Cielo, obtenemos gracias para vosotros y por medio de Él vosotros obtenéis victorias. ¡Que sea alabado el Cordero eucarístico! Y que el Señor te conceda paz y bendiciones».
17 de agosto de 1945
Recibo una carta insultante de mi primo que, al no poder justificarse y sintiéndose aludido por la verdad que le expresé, me muerde. Sufro, no tanto por la ofensa sino porque vuelvo a reconocer en él una vez más al viejo Giuseppe, tal como le conozco desde hace 25 años. Ni Satanás ni Dios le han cambiado. Si leyera este juicio mío, se inquietaría, porque está convencido de que es la perfección en persona… ¡Y el pobre desgraciado no sabe que, de los juicios referidos a él, el mío fue el último en caer! Aún después de las severas palabras que el Señor tuvo para con ellos1 para condenar duramente su conducta, seguí queriéndoles con un afecto doloroso, pero que siempre fue un afecto verdadero. Una a una fueron cayendo las ramas del árbol de este afecto bajo los metódicos hachazos de su conducta extraña y solapada, egoísta y malvada a mi respecto, y ahora el árbol está muerto, como esas plantas petrificadas de las que hablaba Jesús.
¿Si sufrí? Sí, y también lloré. Pero decidí no responder a tono. No diga que lo hice por virtud. Lo hice simplemente porque he alcanzado ese nivel de náusea y de cansancio que impide cualquier estímulo de apetito o de movimiento. ¿Si todo esto me causa molestias en mi particular condición? Me las causa inmensamente. Parece una exageración, pero mi pobre físico – ya tan torturado – y todavía más mi mente, que no está llevada a alterarse, se ofuscan ante el choque de la perversidad. Pero ya lo he dicho y vuelvo a repetirlo: si muere también este afecto, tanto mejor.
A este punto, vivo sólo para el amor sobrenatural y en cuanto a los parientes, a los amigos o, simplemente, al prójimo que golpea como una ola contra mi lecho, los amo sólo por su alma y mi único
1 Se trata de los parientes a los que ya se ha referido el 29 de julio de 1945.
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anhelo es ayudar a estas almas. Todo lo demás, o sea, rostros, acciones, atavíos, comodidades, miserias materiales, queda anulado para mí. Veo y siento las almas, sólo las almas. Y también eso es un sufrimiento. Por eso le decía esta mañana: «Le he dicho a Jesús que, si soy un obstáculo para que las almas beban a su fuente, que quite el obstáculo quitándome la vida». ¡Pero claro!, sería tan lindo irse y dejar abiertos los pozos que Jesús ha dispuesto para todos y que están restañando allí, sin que beban en ellos los sedientos.
¡Cuánto advierto la sed de las almas! Porque es cierto que hay muchas almas muertas, pero también hay muchas, muchas, muchas que tienen sed… Jesús me lo hace entender. No se trata solamente de almas de personas que saben que existe el portavoz y también los dictados. Hay otras almas encerradas en seres que nada saben de esto y que, sin embargo, van buscando, bajo el peso del propio dolor, la palabra que se convierta en su Cireneo…
18 de agosto de 1945
Dice Jesús:
«Para Sor Gabriella de María Inmaculada:
No soy propenso a conceder direcciones particulares y no lo hago por dureza de corazón sino por piedad hacia el portavoz y también por piedad hacia las almas. Para que se trate de auténtica fortaleza, hay que fortificarse por sí mismos. Pero en este caso se necesita una palabra y Yo la doy.
Has pronunciado la primera palabra de la Cruz por ti, a quien no comprenden y consideran con ligereza, y por Mí, que he sido ofendido en mis huérfanos, en los que toda ofensa es medicada por Mí.
Ya en tiempos de la antigua Ley se decía: “Tened piedad de la viuda y del huérfano”‘. Yo he dicho: “Yo seré el padre de los que no tienen padre y que el mundo desprecia”.
Mi corte y mi ejército han sido compuestos por humildes e infelices. En mi corte había pecadores, esclavos, campesinos, huérfanos y entre ellos no faltaban los mártires de los pecados ajenos: los bastardos. No faltaron nunca y no fueron inferiores a los demás en afirmar el Reino de Cristo entre los pueblos.
1 Éxodo 22, 21; Jeremías 22, 3; Zacarías 7, 10.
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¿Quién puede juzgar si el Cielo o el Sacerdocio o el Claustro son prerrogativa de
quienes han sido beneficiados con una familia regular? ¿Acaso aquí se necesita partida de nacimiento y otros documentos para tener acceso al gozo del Cielo? Aquí se necesita santidad para entrar, nada más que santidad. Porque la partida de nacimiento se detiene en lo que es perecedero, no se refiere al alma. El alma no nace cuando nacéis en la Tierra. Su nacimiento se produce el día en que viene a Dios para alcanzar su paz eterna. Esto es lo que tendrían que tener presente los que están llamados a juzgar las circunstancias más delicadas. ¿Qué pensaríais de Dios si negara el Cielo a quien nació como bastardo? Pensaríais que ésa es una injusticia. Y entonces, ¿por qué negáis a estas criaturas que aspiran a Mí y que Yo aspiro a Mí, el camino que para ellas es el camino del Cielo? El niño no ha pedido nacer. El delito no es suyo. Suya es sólo la cruz. No se debe hacer caer sobre los hijos los pecados de los padres. Yo he dicho: “No juzguéis”. Lo he dicho, porque no conocéis las circunstancias por las cuales uno ha cometido una culpa. El juicio me corresponde a Mí, solamente a Mí. Y entonces, ¿por qué vosotros no sólo juzgáis, sino que en este caso hasta juzgáis dos veces: una con respecto al hijo y otra en cuanto a los padres?
En verdad, el viejo Israel, con sus fariseísmos sin caridad, resurgió más fuerte que antes, instigado por el racionalismo, que ofusca lo sobrenatural, y por el jansenismo, que hiela y pone obstáculos a las almas. Esto no es encaminarse hacia las luces del tiempo final, sino retroceder no sólo hasta las épocas precristianas sino hasta los mé- todos inhumanos y tenebrosos de los pueblos paganos, porque ahora se obstaculiza mi camino – ese camino hacia el cual Yo he llamado – y se erigen contra mi voluntad.
Vosotros predicáis que no es lícito oponerse a la vocación de un hijo. Se lo decís a los padres, aun cuando dichos padres tienen en el hijo todo el consuelo y la ayuda, porque decís que Dios es más que un padre. Es justo. También Yo lo dije. Mas entonces, ¿por qué me disputáis estas criaturas? Si estuvierais iluminados por el Espíritu Santo y unidos a él, tendríais que ver en este llamado toda mi misericordia. Si de dos seres de fango, que se unieron para procrear en el pecado, nace una flor que Yo reclamo para mi altar, tendríais que ver en ello toda mi potencia. En estas vocaciones
tenaces que despreciáis, tendríais que ver y sentir el signo de la paternidad de Dios, que exige sus derechos y abre sus brazos para llamar esposas de su
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Unigénito a éstas que el mundo profanaría y que vosotros alejáis.
¡Pobres almas!, ¿las consideráis indignas de acercarse al altar, que es un objeto, cuando Yo no las juzgo indignas de acercarse a Mí? Esto es lo que quiero decirles a los que me ofenden a través de los inocentes que lloran y piden piedad sin obtenerla; a través de los que con superficialidad rechazáis hacia las turbias ondas del mundo y llamáis “frutos del mundo” mientras que, si tuvierais caridad, justicia y prudencia, precisamente porque son frutos del mundo tendríais que recogerlos para cobijarlos en los graneros de Dios, al abrigo de ciertos llamados y herencias que podrían destruir lo que la buena voluntad ha construido. Esto es lo que querría decir y, además, querría hacer reflexionar sobre el hecho de que estas flores – que en lo material tienen los apetitos comunes a todos los nacidos de mujer, agravados a veces por atavismos que sólo la Gracia y la convicción del amor de Dios logran retener – reciben de vosotros, además de las tentaciones del mundo, la desolación de dudar de Dios y de su bondad.
Pero sería inútil que dijera esto a los que niegan todo lo que no sea ellos mismos.
Por eso te hablo a ti, Gabriella de María Inmaculada.
Tú has doblegado tu humanidad para pedir, para explicar, para soportar el no verte comprendida. Y lo has hecho con humildad. Tú te has sometido a la obediencia hacia los hombres. Y, por cierto, tu sufrimiento fue muy grande. Ahora escúchame. Yo soy mucho más que los hombres y mi sabiduría y mi justicia son perfectas.
Los que son superiores están para enseñar la virtud. Mas Yo existo para coronarla. Intervengo porque ahora ya es tiempo de hacerlo, para que tu energía no se convierta en algo no sólo inútil sino nocivo al quedar comprimida en una misión sumamente circunscripta, en la que serías una nulidad tan sólo capaz de salvarte a ti misma y siempre a punto de no lograr salvarte, porque el imprudente rumbo y la amarga experiencia de estos días crearían un estado, muy íntimo pero brioso, de desconfianza y de juicio hacia los superiores ciegos y superficiales.
No es lícito para ti contribuir, junto con los soberbios de la nueva Israel, a la ruina de los corazones. Mas recoger estos corazones para que no se pierdan, quiere decir salir del lugar al que has entrado, ser arrancada de él lacerando tus fibras, ir sola al encuentro del futuro, soportar agrias críticas y ser acusada de desamor, de soberbia, de
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volubilidad, por los superiores, por las compañeras y por el mundo. Por uno que te entienda, mil te escarnecerán. Piénsalo. Todo esto significa conocer la tremenda soledad de quien lucha solo contra las costumbres, los prejuicios y las obstinaciones. Si recoges los corazones que Yo he llamado y a los que Yo quiero dar una paternidad, un nombre, una casa, un esposo, hijos, te aguardan reproches, burlas, horas de duda, desilusiones, estrecheces, angustias. La paternidad es la de Dios; el nombre, el de hijas de Dios; una casa: la mía; un esposo: Yo; los hijos: ésos por los cuales rezarán y trabajarán. Debe ser así porque quiero que sepan que Dios es bueno y para que nunca puedan pensar que Dios es igual a los que las condenan como objetos profanados, sin justicia ni caridad.
Recoger esos corazones quiere decir sufrimiento en todos los momentos, quiere decir consumirse más rápidamente y con mayor padecimiento, quiere decir estar obligada a ceder ese dulce ministerio tras haber puesto en él todo tu afecto, quiere decir conocer la responsabilidad de una verdadera madre que no tiene a sus espaldas una Casa Madre, ni Superiores, ni nada, sino que es justamente como una madre privada de ayuda, que se ha quedado sola en medio de la nidada de los hijos que debe
criar hasta la edad viril… Y por cierto es tremenda la angustia de una madre que muere dejando huérfanos a hijos que aún no son adultos. Es una agonía moral, y en tu caso también espiritual, insertada en la agonía física. Todo lo que has experimentado hasta ahora no es nada comparado con lo que podrías experimentar y con lo que experimentarás si dices la segunda palabra de las que te he indicado, o sea: “¡Todo se ha cumplido!”.
En mi Pasión le dije al Iscariote, ese representante perpetuo de todos los que tienen la misión de causar dolor a sus semejantes: “Lo que aún te queda por hacer, hazlo pronto”. En el Calvario admití que todo se había cumplido y no sólo por lo que se refería a Mí. También los hombres lo habían cumplido todo respecto a lo que se debía hacer para crear esa hora. Y también ahora los hombres han hecho todo lo que era necesario hacer para darte tu pasión. Ahora te toca a ti consumarla hasta poder decir: “Todo se ha cumplido para salvar estos corazones para Dios”. ¿Tienes el coraje de decirlo? ¿Tienes el coraje de hacerlo? Ten presente que hasta aquí has bebido el cáliz, pero que ahora te espera la esponja con la hiel y el vinagre sobre las heridas sangrantes, en medio de la bruma, en el abandono. ¿Tendrás fuerzas suficientes para aferrarte solamente al Cielo, aunque el Cielo
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te parezca lejano? Si te entregas a esta misión, conocerás la pasión en toda su compleja aspereza.
Yo no engaño, Yo expongo el cuadro con todas sus tintas para que no vengan a decir: “Yo no lo sabía” y cometan falta por no saber. Te ayudo haciéndote esta neta exposición del futuro así como, a pesar de los tiempos actuales, he promovido ayudas económicas para la obra concebida. Y también te he dado mi consuelo para sostenerte, para confortarte, para calmarte, para templar tu tenacidad con mi mansedumbre.
Todos podrán engañarte, Gabriella de María Inmaculada. Yo no te engaño. Desde hace meses te formo para esta hora. Vuelve a leer mis mensajes, los que te di contra la voluntad de todos, hasta forzándome a Mí mismo; los que te di sólo porque tú eres tú, y te encuentras en particulares contingencias que interesan a la mujer y a la monja, a la enferma llena de vida y al alma que aún no ha encontrado el equilibrio estable, que es el abandono total e ingenuo en Mí.
En el 1er escrito está dicho: “Adonde vaya la esposa de Cristo, el anillo de la caridad irá con ella”.
En el 2°: “Hay dos palabras tan sublimes que Yo, el Verbo, las he dicho en los momentos más solemnes de mi vida: ‘He aquí. Cúmplase’. Pero nunca fueron pronunciadas sin lágrimas”.
En el 3°: “Piensa siempre: ‘¿Qué dirá Jesús de lo que estoy haciendo?’ y, si sientes que Jesús está contento, sigue adelante sin temor”.
En el 4° mi Madre ha dicho: “Ve hacia Jesús con la rosa de oro de tu caridad”.
En el 5° ya te he bendecido para esta hora diciendo: “Que haya paz y bendiciones para quien con ellos convive en el amor hacia Mí. Que la Sangre y la Palabra engendren siempre en vosotros nuevas fuerzas”.
En el 6°, que no te fue dado por ser demasiado severo y porque no era la hora propicia para que lo gustaras, está dicho: “Que cada uno extraiga con su esfuerzo los preciosos diamantes de la Sabiduría”.
En el 7°: “Haz que el corazón se dilate cada vez más para abrirse completamente a Mí”.
En el 8° te decía: “Ve con mi paz”. No te lo habría dicho si no hubiera aprobado tu camino.
En el 9° te he vuelto a dar el consuelo de mi paz y te he indicado
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las palabras de la Cruz.
Nunca me he desmentido como Amigo y Maestro y ahora hablo en calidad de Rey. La última vez le había dicho también a María la excelsa palabra: “Mujer, he aquí a tus hijos”. Mas luego le he dicho a María: “Aún hay que derramar lágrimas antes de decirle esa palabra. Será la última para ella. Espera aún antes de escribirla”.
Ahora te aconsejo aislarte con tu alma y conmigo. Te aconsejo aislarte, escucharte, contemplarte, analizarte y también contemplar a los demás y los días futuros. En el silencio las ideas se ordenan y se hacen claras como un dibujo. Y si de ellas deduces la palabra: “Ve”, entonces no sigas rehuyendo.
Encomienda tu espíritu al Padre y muere como Gabriella para resurgir como Madre de los huérfanos más infelices. Entonces te diré: “Madre, he aquí a tus hijos, los hijos del dolor”. Si quieres ser madre de verdad, debes saber estar erguida a los pies de la Cruz, en la cumbre del Calvario, entre las burlas y la curiosidad irrespetuosas, para acoger a los seres más infelices entre todos los humanos.
Llama esta obra: “Obra de Santa Veronica Giuliani”, como para no cortar toda relación con la Orden que recuerda a mi Francisco, que jamás rechazó miseria alguna porque había comprendido a Jesús. Hazlo también para recordar a la que en el Calvario mereció mi Rostro estampado en el lino. Yo os daré mi Rostro impreso en el corazón, para que seais amantes, consoladoras y expiadoras como la primera y la segunda Verónica.
Ve en paz y que sean contigo la caridad de Dios, la gracia de Jesús, la luz del Espíritu Santo».
19 de agosto de 1945
Mas yo no voy con ellos1. Después de haber cumplido el acto de caridad de escribir a Sor Gabriella, sigo a Jesús que, desde las laderas del Carmelo se vuelve hacia mí y me dice las siguientes palabras para Sor Gabriella:
1 Aquí la escritora repite una nota referida al episodio “Retiro de Jesús y Santiago de Alfeo en el Monte Carmelo”, perteneciente al ciclo del Segundo año de vida pública de la vasta obra sobre el Evangelio. “Ellos” son los apóstoles, citados en el texto. Las palabras que siguen se comprenden a la luz del dictado precedente, correspondiente al 18 de agosto.
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«Siempre soy Aquél que amaba a los niños. Y estas criaturas son como niños para
Mí. Y me gustaría que en la nueva Casa hubiera mucho amor para el Jesús amante de los niños, aun conservando el gran amor franciscano por el Jesús recién nacido y por el Jesús de la Pasión. Por eso os he citado a las Verónicas y os las he dado como patronas».
24 de agosto de 1945
Esta mañana, después de la Santa Comunión, he tenido el vivo deseo de darle a Sor Gabriella un objeto sacro, pero no tenía nada en absoluto. Se me presenta Jesús,
erguido en un pequeño prado, con su blanco atavío, a la sombra de los olivos, y me dice sonriendo: «Manda a comprar enseguida cinco medallas. Las bendeciré y las mandarás a Sor Gabriella para ella y para sus hijas». «¡Pero si las jóvenes son tres!».
«He dicho cinco, y que sean iguales». «¿Acaso hay dos de más para el Padre Migliorini y para Marta?». «Sí, y apresúrate, que hay que trabajar».
Mando a Marta a que vaya de prisa por las medallas. Mientras tanto disfruto de la presencia de Jesús, que sigue mirándome y sonriendo, para mí sola. Marta regresa.
Deposito las medallas en la palma de mi mano y las ofrezco; Jesús, que tenía los brazos cruzados, los abre, alza la mano derecha y las bendice. Me sonríe y me bendice también a mí… y siento que me invade un gozo, una palpitación, una dulce inquietud tales que desahogaría cantando, caminando, si pudiera moverme… En cambio, estoy aquí, en mi lecho… Luego me pongo a describir lo que veo… Pero el gozo que me ha provocado Jesús, tan condescendiente, Jesús que va bendiciendo, perdura por todo el día aun en medio de los intensos espasmos de un dolor de cabeza que hasta me impide ver y que me saca de quicio.
29 de agosto de 1945
Siento la necesidad de señalar aquí1 un gesto bondadoso del Se-
1 Inmediatamente después del episodio perteneciente a la obra sobre el Evangelio.
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ñor. Se trata de la muerte cristiana de mi único tío2, a quien una serie de enormes desventuras de todo tipo, además de una enfermedad sumamente dolorosa y deprimente que duró cuarenta años exactos agravándose cada vez más, habían llevado a estar irritado con Dios.
De joven era muy devoto y practicante hasta el punto de que en casa, por broma, le llamaban “el fraile”. Luego se volvió tan contrario, tan inquieto y rebelde, que llegó a rayar en el odio y quizás hasta a alcanzarlo. Eso me hacía sufrir mucho. Las cartas que le escribía a mamá, que era su hermana, eran una sarta de improperios, de agravios a Dios, de maldiciones a la vida, a esas dos desgraciadas que eran su mujer, que fue la causa primera de sus desventuras, y su hija, que le abandonó después de haberle quitado de nuestra casa para poder cumplir libremente sus… empresas. También había maldiciones para el prójimo, para los médicos y enfermeras y otras cosas por el estilo. A mí todo eso me provocaba un disgusto tan grande que hasta llegaba a convertirse en un malestar físico. Sin embargo, cuando pensaba en él, yo sentía mucha piedad y mucho afecto precisamente porque le sabía tan infeliz, infeliz hasta el punto de recha- zar la única riqueza y el único alivio que les queda a los infelices:
2 Se trata de Aristide Fioravanzi, de cuya muerte informa la escritora el 21 de julio de 1945, probablemente después de haberlo sabido por medio de una lacónica postal, que ha sido conservada, enviada por el “Pío Asilo” de la Congregación de Caridad de Bergamo. Vuelve a hablar de ello porque ha recibido una carta, que adjunta al cuaderno y cuyo texto transcribimos: Asilo. Bergamo 18-8-945. Señorita, su tío murió el día 14 de julio a las 13 y murió cristianamente. Aquí, en el Asilo, para Navidad y para Pascuas se ha acercado siempre a los Santísimos Sacramentos;
además, en estos últimos meses lo ha hecho más frecuentemente. Algunos días antes de morir alcanzó a hacer la Santa Comunión una vez más. Quédese tranquila, pues se preparó bien para la muerte, la vio llegar, la deseó porque (no) podía más, dado que además de los dolores por su artritis deformante, que aumentaban día a día, tuvo una alteración intestinal que le hizo sufrir mucho y que le llevó a la tumba. Aceptó la muerte con tranquilidad y serenidad, entendió casi hasta los últimos momentos, sólo en las dos últimas horas quedó inconsciente. Siempre le asistieron amorosamente el Médico, la Hermana del pabellón y los enfermeros. También yo iba con frecuencia a visitarle, porque le conocía desde hacía varios años por el servicio que ambos prestábamos en el Hospital Mayor de la Ciudad y, por lo que me era posible dados los escasos medios, siempre he tratado de secundar sus deseos. Quédese tranquila, Señorita; la Misericordia divina le habrá acogido con bondad. Tratamos de sufragar su hermosa alma con Santas Misas, Santas Comuniones y Santos Rosarios. Rezará mucho también por Ud.; la quería mucho y sufrió inmensamente por Ud., sea porque sabía que bombardeaban la zona donde Ud. se hallaba, sea por la falta de noticias.
Rece Ud. también por mí y se lo retribuiré. La saludo respectuosamente. Su devota Superiora. Para los hechos y las personas que la escritora recuerda aquí, véase la “Autobiografía”.
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Dios. Además, yo le quería porque él había sido la causa de un gran sufrimiento y
de una gracia grande para mí.
Cuando vino, ya enfermo, a nuestra casa en Voghera, su llegada fue acompañada por mis abundantes lágrimas. Él me quería mucho, pero era una persona inquieta, nerviosa y no tenía ninguna indulgencia hacia todo lo que difería de su modo de pensar. Hablaba perfectamente, con absoluto dominio, el francés, el inglés y el alemán y pretendía que yo, que entonces tenía 10 años y ya estaba muy adelantada en francés, no sólo hablara perfectamente este idioma sino que cumpliera progresos milagrosos en alemán, que yo, entre paréntesis, odiaba y apenas farfullaba. Además, quería enseñarme el inglés y le habría gustado que lo dominara en el acto. Lo comprendo porque, dado que estaba paralizado, sus días eran, de seguro, muy largos y él no sabía adaptarse al ocio. Quería colmar sus horas convirtiéndose en mi profesor de idiomas. Pero yo ya tenía que pensar en mis estudios… y si se considera que a los 16 años ya había terminado el ciclo clásico, se puede comprender cuánto debía estudiar… Pero él no entendía nada. Era un ser original, como su hermana, y cuando quería algo, no cejaba en su empeño. Y el que manifestaba una opinión contraria a la suya, debía soportar sus caprichos, sus reproches, sus acusaciones, etc., etc. Sin embargo, me quería. Me llamaba siempre «Pretty, Pobly, Darling, Mary» y con sus propias manos que, como los brazos, habían quedado libres de la parálisis que le había anquilosado los miembros inferiores, me hacía lindos cuadritos o me preparaba unos dulcecillos que yo, naturalmente, comía pero que tenían como azúcar mis lágrimas, pues no pasaba día sin que él, lamentándose y acusándome de desgano, holgazanería y testarudez, instigase a mi madre y me hiciera castigar por ella, cuya severidad aún hoy es legendaria…
Su venida agregó otro dolor a este dolor, pues me costó la separación de mi casa y de mi papá… En realidad, mi tío no tenía más que una parálisis derivada de la fractura de las últimas vértebras, causada en Inglaterra. Pero los médicos, que ven y entienden lo que pueden – en realidad, muy poco – juzgaron que, además del problema de la columna vertebral, estaba enfermo de los pulmones. Murió a los 84 años con una artritis deformante… y en los últimos 40 años no tuvo nunca problemas pulmonares… En resumidas cuentas, para los doctos
médicos tenía que estar enfermo de los pulmones y, por lo tanto, su cercanía era peligrosa para mí, dado que era aún
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una niña. ¡Que Dios me perdone! Dado que los médicos que habían pronunciado este veredicto eran personas íntimas de mamá desde su niñez y dado que el sueño de mamá era meterme en un colegio para «mortificar mi carácter», como decía ella (concepto que papá rebatía encarnizadamente, y sólo en ese caso hacía frente a su mujer), pienso que mamá, con la complicidad de los médicos, se jugaba esta carta para obtener sus fines. Papá no tuvo tanta fuerza como para afirmar: «Entonces, que se vaya mi cuñado». Se limitó a hacerle escribir a mamá una declaración en la que decía que era ella quien quería mi alejamiento de casa. Esa declaración la encontré entre los papeles de familia. De ese modo, me pusieron en un colegio… Cuatro meses más tarde, ingresaron a mi tío en el Hospital Civil de Bergamo, donde también le emplearon como secretario… Pero a mí me dejaron en el colegio… y así perdí la alegría de gozar de la compañía de mi papá en los últimos meses de su integridad física y mental.
Después se convirtió en un ser bueno pero… cansado, de escasa memoria y voluntad… Y no me quedó más que el consuelo de las caricias… y el tormento de verle tan disminuido.
Todo esto sucedió por culpa de mi tío. Éstos fueron los sufrimientos que me causó. La gracia fue encontrar en el colegio, como si hubiera vuelto desde muy lejos y me hubiera dado una cita de amor allí, a mi Jesús, que ya había entrevisto entre las brumas de la infancia en lo de las Orsolinas y que luego había perdido de vista. No le perdí en cuanto a la fe, pero le perdí de vista. Era mi Jesús doliente, que en el colegio se me mostró en todas las sonrientes y confortantes delicias de su dulcísimo Corazón, quizás porque entonces ya cargaba yo con una cruz demasiado pesada sobre mis espaldas… Y ahora soy lo que soy porque en esa época pertenecí sólo a Él, totalmente y por largo tiempo. En el colegio me nutrí de vida profunda y fuertemente cristiana y me enamoré conscientemente de Jesús en esa edad en la que ya sabía lo que quería (10-16 años); por eso, después pude resistir a todas las circunstancias que hacían presión en mi fe amorosa para derribarla y destruirla, iy sí que fueron muchas!…
Desde los 18 hasta los 25 años mi fe sufrió muchas vacilaciones. Pero luego… Jesús vino por la tercera vez y ya no me ha dejado…
He aquí el motivo por el cual le quería a ese tío que ahora ha muerto. Cuando murió mi mamá
– que, como de costumbre, me había acusado anticipadamente de que yo no socorrería ni amaría a mi tío -, me encargué inmediatamente de su cuidado. Le escribía y
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le mandaba dinero para sus pequeños caprichos de enfermo. Hasta dispuse en el testamento que mi heredero estuviera obligado a seguir mandándole el cheque mensual por toda la vida. Y, contemporáneamente, desde mi primera carta, le expliqué muy claro mi modo de pensar, mi fe, mi amor hacia el buen Dios, mi respeto hacia la Iglesia, etc., etc. ¿Y sabe lo que terminé por decirle? Pues: “Soy así y así debes aceptarme. No juzgo tus ideas, aunque me duele saber que no tienes fe, porque sé que eso te priva del único consuelo que podrías tener. Pero te ruego que no faltes de respeto a las mías”. Me entendió tan bien que se acercó inmediatamente a los Sacramentos y me mandó la hojita de su Comunión, como haría un pobre niñito que quiere demostrar que se ha portado bien… ¡Pobre tío!
Ahora la Superiora me escribe contándome que se había vuelto un ferviente cristiano y que como cristiano murió serenamente y que, hasta que pudo hablar, habló de mí con afecto. ¿Acaso no es un gesto de bondad del Señor? ¡Me apenaba tanto pensar que podía morir sin ser amigo de Dios! Y Dios me contenta, demostrándome
que no se ruega y se sufre sin obtener, y también que una franca profesión de fe puede dar un fuerte sacudón a las personas y volverlas a Dios.
¡Pobre tío, que ha muerto tan solo!… ¿También a mí me pasará así? ¡Pobre tío, que estuvo sin noticias por tanto tiempo a causa de la guerra! Pero ahora sabrá que yo experimentaba por él la misma ansiedad que él sentía por mí durante los meses de guerra y de imposibilidad de cartearnos. Ahora sabe todo y está en paz.
Y, dado que estoy dispuesta a contarle cosas mías, también le voy a referir un hecho, que no tiene relación con lo del tío, y que, en pocos días, ha sucedido tres veces. De repente, oleadas de un intenso perfume de flores y de finísimos inciensos, como el benjuí y otras resinas semejantes, inundan mi cuarto y luego, del mismo modo imprevisto, se van. Ayer las advirtió también Marta, que estaba sentada lejos de mí. Cerca de mi lecho el perfume es fortísimo.
Hacía ya meses que no lo advertía.
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Jesús me dice1:
2 de septiembre de 1945
«El punto que trata de la re-posesión de Satanás se refiere también a tu primo2. El demonio encontró la casa limpia y vacía y volvió con otros siete espíritus peores que el primero. Por ahora aún no ha entrado el espíritu mayor, el que lo dominó en sus siervos por tantos años. Valen para él también las frases finales de Jesús en la disputa con escribas y fariseos en Cafarnaúm: “Este segundo estado de un convertido que vuelve a pervertirse es peor que el primero. Ya no hay más posibilidad de mejoría ni de cura”. Sé que causa dolor. Pero es la verdad. Te hablé de esto desde noviembre porque su caída comenzó desde que se alejó de ti. Dices: “¡Sin embargo, todos me habíais dado esperanzas!…”. Sí, te las dimos para darte una hora de alivio en medio de la amargura que te rodeaba y que, en buena parte, provenía de ellos. Pero tú le has visto siempre tal como es. Recuérdalo. ¡Oh, hay tantos así!… ¿Quieres saber si tienes que seguir rezando? Debes hacerlo siempre. Porque es un deber rezar por los pecadores hasta que permanezcan en esta Tierra. Luego…»
Jesús no dice nada más. Mientras yo, que por muchas causas tengo el corazón oprimido, me echo a llorar.
Lloro desde ayer noche. He llorado ya antes de recibir estas palabras. Porque pienso que su egoísmo, su falso afecto y la bajeza de su ánimo han llegado al máximo y se han puesto al descubierto completamente, justo como hoy. He llorado también porque la presencia de la persona que se hospeda en mi casa – un señor de Mantua, con la misma profesión, con muchas semejanzas con mi primo en el lenguaje, en los gestos, en las actitudes – evoca en mí de modo más vivo la imagen del Giuseppe de los mejores tiempos, cuando era no sólo un pariente sino también un amigo mío, no un enemigo sin piedad alguna… Y, como a pesar de su conducta hacia mí, aún mantengo mi afecto por ellos, este doliente afecto – aturdido por los golpes que, cada vez más fuerte y de modo continuo le propinan desde hace dos años – se estremece, recuerda y sufre aún más. Ellos, en su inconmensurable soberbia, no lo creerían. Pero tampoco lo sabrán… No lo sabrán nunca. Sería inútil.
1 Después del último trozo escrito el 2 de septiembre de 1945, perteneciente a la obra sobre el Evangelio.
2 Ya ha sido mencionado en la nota 2 del diario del 22 de mayo de 1945.
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Créame, la conducta que observan, cuyas causas y cuyos extremos materiales y
espirituales conozco, es para mí más dolorosa que los sufrimientos que ahora me atormentan también las manos y me impiden descansar aun durante el sueño. ¡Pero hay que tener paciencia y seguir adelante! Con la inevitable comparación que hago entre la conducta de mis parientes y la de los que no lo son, han conseguido envenenarme hasta las gentilezas que podrían procurarme un alivio… Amén…
8 de septiembre de 1945
Es un día de fiesta… un día de recuerdos… y un día de comparaciones. Por eso, es un día que podría hacerme sufrir. Desde ayer, Jesús le… suministra a mi sufrimiento la anestesia de su amor sensible. Para evitar que pensara en mis problemas, humanos y dolorosos, ayer se me acercó y me sirvió de maestro hasta en materias profanas.
Voy a explicarle. Hace unos días, yo estaba hablando con mi joven inquilino1, que está a punto de ingresar en la Facultad de Filosofía y Letras y que está atravesando un periodo muy agitado por el contraste entre su vida de Joven Católico, como era ayer, y la de hoy que… tiende a ser la de un Joven Comunista, a causa de la sugestión que obran sus compañeros y de su disgusto por las faltas del clero, que se le han evidenciado de modo brutal en estos tiempos en que hay que evacuar las ciudades, tiempos de egoísmo y ruindad. Mientras hablábamos de literatura y de filosofía, me preguntó si me gustaba Sócrates.
¿Que si me gusta? Por cierto; ya me ha gustado siempre por mí misma, pero desde que Jesús me instruye me gusta aún más, porque le entiendo mejor. Es verdad que de Sócrates poseo solamente el Eutifrón y la Apología. Pero cuando era… una borriquilla, me sirvieron para que no me degradara por mí misma. No degradarse ya es prepararse a elevarse.
El joven me trajo el Fedón. Tengo poco tiempo y pocas ganas para leer, tanto cosas serias como tonterías. Pero, si bien no derrocho mi escaso tiempo leyendo tonterías, logro encontrar un momento para dedicarlo a lecturas serias lo que, además, me es útil para apar-
1 Puede que se trate del joven de Mantua mencionado el 2 de septiembre.
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tar mi mente de la acostumbrada tarea. Pues lo que parece extraño – pero no lo es – es que, mientras deseo este trabajo con todo mi ser, cada tanto siento la necesidad de dejar vagar mi yo en otros pensamientos que no sean los sobrenaturales, como si fuera un descanso de la parte que no es espiritual, o mejor dicho, de la parte material y de la parte moral. Por lo tanto, acepté el Fedón diciéndome a mí misma: “Si Jesús permite que lo reciba, es señal que obtendré beneficios de su lectura”. ¡Jesús ha procedido siempre así! Ha puesto en mis manos o me ha puesto en contacto con libros o personas de las que he obtenido beneficios para mí o para ellas.
Empecé, pues, la lectura. Pero la María Valtorta que leía el Fedón ya no era la María Valtorta que tiempo atrás había leído el Eutifrón. Ahora era y es el “portavoz”. Y, debido a ese fenómeno que me sucede cuando Jesús lo quiere, las palabras se iluminan con una luz sobrenatural y se enriquecen con referencias sobrenaturales.
¿Recuerda cuando leía esos libros de Ubaldi2 y, dado que Dios así lo quería, extraía de ellos pensamientos profundamente cristianos? Ud. ha sonreído ante esta… propiedad mía de ver, sentir, gustar, comprender solamente a Dios hasta en las obras de un
demonio. En cambio, yo me lo explico perfectamente. Es que Dios me ha puesto unas… lentes especiales, milagrosas, que anulan las palabras malvadas y las transforman en palabras buenas. Pienso en el Evangelio… “Pisaréis serpientes y escorpiones y no os harán daño”’. ¡Dios es bueno!
Pero volvamos al Fedón: yo leía y sentía también allí la presencia de lo sobrenatural, pero no sabía gustar su verdad. Jesús vino a mi lado, a la derecha de mi lecho, cerca de la cabecera, casi a mis espaldas y empezó a señalarme con la mano derecha, mientras tenía la izquierda sobre mi hombro izquierdo, los renglones que me explicaba y de ese modo me hizo una lección hermosísima, tan hermosa que yo estaba extasiada. Me extasiaba sentirme estrechada a Él hasta sentir el calor de su cuerpo y me extasiaban sus explicaciones que resultarían sólo una copia sumamente enrevesada si yo me propusiera repetirlas. Pero, en cambio, la luz ha quedado en mí.
Recuerdo bien solamente esa frase sobre la reminiscencia de la que le hablé:
«Hablé de esto en la Infancia de María. Las almas recuerdan porque provienen de la Luz y así como cuando se forma un
2 Véase la nota 5 del 14 de noviembre en “Los cuadernos. 1944”.
3 Lucas 10, 19.
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rayo molecular amalgama los elementos esparcidos en el éter y los lleva consigo, ellas, del mismo modo, llevan consigo partículas de la Inteligencia eterna. Y, cuanto más límpida es el alma por obra de la Gracia y cuanto más activa es por obra de la Voluntad, tanto más recuerda. No recuerda como dice el filósofo griego – que posee sólo una semirrevelación, una religión apenas vislumbrada, y por lo tanto no puede poseer la Verdad total – sino como Yo lo digo. El alma no recuerda porque revive, sino que recuerda porque proviene de donde ya todo es conocido». También habló del renacer, pero no me acuerdo bien. Sé que dijo que Sócrates siguió este pensamiento en línea recta hasta que pudo y que luego, al faltarle el conocimiento de la Verdad divina, perdió la vía recta y replegó hacia lo bajo en lugar de proseguir la ascensión. Recuerdo que Jesús dijo: «Sí, se vive una segunda vida, pero ya no en la Tierra. Se vive con el espíritu, en otros reinos», pero el resto se me ha olvidado.
Me gustaría que me dictara sus explicaciones porque luego ya no tendré el libro y… se me borrará todo. Pero más aún me gusta tenerle como maestro de escuela… de todo el saber. Es un maestro paciente y sagaz. Pero la alumna es una borrica y cuando Él cierra el libro, ya no sé repetir nada… Quedo sumida en el gozo… y las maldades del mundo ya no existen…
Ayer noche sonreía con los ojos cerrados, con una expresión de beatitud tal que Marta creyó que había caído en un extático sopor. No era así. Estaba bien despierta, pero oía palabras tan excelsas que llevaban al éxtasis y, en cuanto a ver, no me necesitaban ojos… Sigo estando, ahora y siempre, con el dulce Jesús a mi lado… y me siento bienaventurada… Es su regalo, su piedad hacia su María en el día de Santa María Niña.
14 de septiembre de 1945
Miro pasar las horas de este día de la Santa Cruz, después del tremendo sufrimiento que casi me llevó a la muerte, después de tres días de agonía, después de la Confesión y la Comunión de esta mañana, mientras aún me siento muy mal, con un atroz dolor de cabeza y una pesadez somnolienta en el cuerpo agotado; la carne desea-
ría solamente descanso y silencio, a la vez que el alma tiende a la Palabra. 95
Pienso que en el tremendo periodo de Compito1 me aferré a la Cruz justo como al último apoyo para no hundirme. Pienso que, en el viaje de regreso, habría querido entrar en la iglesia de San Martín para dar “gracias” a mi Salvador. Pienso que el 10 por la mañana, mientras agonizaba, se me volvió a presentar la cumbre del Calvario con las tres cruces: una, despojada de su mártir; la otra, inclinada hacia el suelo bajo el peso del martirio, como para depositar su fruto atormentado, y la otra todavía en pie. Se me presentaron así como las vi cuando estaba muriendo Antonietta Dal Bo2. Pienso tantas cosas. Pienso también que el otro día Jesús, haciéndome de enfermero, me ayudó más que todos los demás pues, sin quitarme el dolor – que sólo Él sabe cuán grande es, un dolor inimaginable – me apaciguó. Pienso que, por cierto, sufría al hacerme sufrir, pero que debía hacerlo porque había un alma que debía ser réscatada o ayudada con este gran dolor. Y mientras Jesús me ayudaba, Satanás intentaba turbarme… y lo intenta aún. Pienso, pienso…
Se me dejaría en paz enseguida y, a lo mejor, se me ayudaría materialmente, si accediera a no escribir más lo que Jesús quiere que escriba. Pero no puedo hacer eso. Si los que critican o niegan o se burlan reflexionaran sobre el hecho de que esta tarea de “portavoz” no significa para mí ni una ventaja económica ni de otra especie, sino que implica sólo cansancio y sufrimientos de todo tipo y, sobre todo, si experimentaran todo lo que sufro y siento yo, comprenderían inmediatamente que debo hacer lo que hago porque Dios lo quiere y que lo hago sin obtener ningún beneficio material o moral.
1 Véase, en “Los cuadernos. 1944”, el 24 de abril, nota 1.
2 Véase “Los cuadernos. 1944”, nota 2 del diario del 4 de enero.
16 de septiembre de 1945
¿Podré escribir o describir por completo? ¿Qué sucederá después? Cualquiera se haría estas preguntas. Yo no me lo pregunto y sigo adelante, pidiéndole disculpas si mi escritura es más indescifrable que de costumbre.
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3 de octubre de 1945
¡También hoy, con mucha paciencia por ambas partes, hemos terminado!1 Ayer tuve veintitrés interrupciones; hoy he tenido catorce. Si no fuera porque la infinita paciencia de Jesús irradia y se difunde de Él a mí, le aseguro que me volvería hidrófoba. ¡Pero Él es tan paciente! Suspende, retoma y está siempre calmo y sonriente. Ya no logro perder la paciencia por las molestas interrupciones que me obligan a cerrar el cuaderno y dejar la pluma, a lo mejor por pocos minutos, para velar el misterio que se cumple tan dulce y secretamente y ocultarlo a las curiosidades inútiles. Y ya es un considerable milagro haber hecho de mí una persona paciente…
Claro que lo soy porque sé que allí está Él dictándome sin perder el hilo. Porque, en cambio, cuando estoy escribiendo una carta u otra cosa, enseguida pierdo el hilo y la paciencia aunque sólo estén hablando cerca de mí, como ha sucedido esta mañana. Marta sabe muy bien cuántas veces exclamo: «¡Silencio! ¡Cierra la puerta!» cuando estoy escribiendo por mi cuenta…
1 Se rifiere al episodio que acaba de escribir en la obra sobre el Evangelio.
4 de octubre de 1945
Como el año pasado, Jesús me muestra en esta fecha1 “una viejecita que no rehuye a Jesús”…
¿Comprende Ud. qué gran dolor es éste para mí? Sólo ella, sólo mi mamá, solamente ella, no acogió a Jesús… Se trata siempre del mismo dolor ¿sabe Ud.? Es un dolor más fuerte que el de la misma muerte. Es el dolor que siento siempre cuando veo un alma que rechaza al Señor, que se aparta de Él. Pero en el caso de mi mamá se acentúa todavía más porque, debido al amor que siento por ella, habría querido su total unión con mi Jesús… Por eso, no me faltaron lágrimas también este año… Y ni pregunto como el año pasado: «¿Por qué ella no te quiso?». Jesús ya me ha respuesto el año pasado2… Por eso lloro.
1 Es el aniversario de la muerte de Iside Fioravanzi, su mamá, que falleció el 4 de octubre de 1943.
2 Véase el diario del 27 de septiembre en “Los cuadernos. 1944”.
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Sin embargo, me llegan unas palabras no sé desde qué profundidad celeste;
tampoco sé quién las dice ni quién las evidencia pero, dado que es algo tan inmaterial que es aún mucho menos tangible que las “voces” habituales, que es sólo “un pensamiento que se ilumina y aporta paz”, pienso que me las trae mi Ángel custodio:
«Tus padres han sido confiados a manos clementes. Tu padre reclinó la cabeza en el regazo del Apóstol al que fueron conferidos todos los poderes absolutorios y del que conoces la franca, afectuosa bondad y llaneza. A tu padre vino a acogerle Pedro, porque Pedro podía comprender muy bien la justicia de tu padre. Tiene a San José, a San Pedro… ¿y aún tiemblas por él? ¡No debes hacerlo! El Seráfico, es decir, Francisco, el amado por Jesús, aquél a quien nada se niega en el Cielo y desde el Cielo, vino a recoger el alma de tu madre entre sus palmas heridas. En verdad, tu madre le veneraba y por eso, Francisco vino. ¿Acaso no recuerdas que se dice que salva a quienes le son devotos?…».
Es verdad. Se reaviva la esperanza… ¿Y a mí quién me recogerá? ¿A mí, que estoy tan mal; a mí, a quien el tormento de Satanás roe como una carcoma? Este tormento no me da tregua.
Como no puede forzarme de otra manera, me fuerza así: insinuando que quien escribe soy yo, o sea, que no es Jesús quien evoca las visiones y dicta. Sabe que, si yo pudiera persuadirme de semejante cosa, me encerraría en la desolación y en el terror de haber pecado y tendría miedo de la muerte y del Juicio. ¡Oh, cuánto me tortura! Me trastorna tanto con su voz ininterrumpida que, tan pronto como Jesús apaga las visiones y enmudece las palabras, pierdo cualquier posibilidad de gozar de todo lo que constituye mi vida, o sea, de lo sobrenatural que me envuelve y me convierte en “portavoz”.
¿A vosotros, los que los leéis, os parecen tan hermosos estos episodios? Antes, también a mí me parecían así. Ahora, aparte el aspecto artístico, no tienen otro atractivo. Busco y vuelvo a buscar inútilmente las frases que, mientras eran pronunciadas, me elevaban hacia lo alto, hacia la beatitud. Pienso y vuelvo a pensar inútilmente en esas actitudes cuya dulzura, mientras las veía, me impresionaba tanto… Todo está apagado, todo es ceniza. El Paraíso – porque seguramente esto es ya un
paraíso – ha perdido sus fulgores; mejor dicho: se despliega ante mí mientras dura mi cotidiano servicio de portavoz y me inunda con toda su luz, sus cantos, su júbilo y dulzura. Luego, cuando termina la tarea, se cierra herméticamente y quedo envuelta 98
y sumergida en las tinieblas, en la oscuridad, sin más voces que las de la Duda y la Negación que provoca y escarnece. ¿Acaso no es ésta una pena enorme? Sin embargo, no quiero desesperarme ni decir: “Dejo de hacerlo porque es una obra mía”. ¡No, no lo es por cierto! Yo no podría hacer esto, especialmente ahora que estoy agotada y abru- mada por tantas cosas y que ignoro muchas otras; en el estado de debilidad física y de profundo dolor moral en que me encuentro, todo esto sólo podría nausearme y no escribiría nada. Materialmente, me sería imposible pensar; moralmente, me nausearía pensar…
Enciendo la radio al azar y la sintonizo en Radio Florencia, que transmite su programa de las 17 y 30. Nunca lo hago porque, a esa hora, Radio Florencia transmite solamente “palabras” y, en cambio, prefiero escuchar música y no palabras. Oigo que la locutora dice: «Dentro de poco vamos a transmitir la función desde la basílica de Asís, que terminará con la bendición impartida por el reverendísimo Cardenal Canali con la reliquia de la bendición escrita por San Francisco». Escucho: es la paz que llega a mí. Me la trae mi San Francisco, el primero que me confortó en Compito3…
3 Se trata de la localidad en que vivió durante la evacuación. Véase el texto del 1° de mayo en “Los cuadernos. 1944”.
5 de octubre de 1945
Acabo de salir de una crisis tremenda. Ud. mismo la ha visto y ya es suficiente.
Pero quizás pueda interesarle saber que, justo cuando me sentía morir y le he pedido la Santa Comunión como Viático, no sólo se han aliviado mis sufrimientos y mejorado mi grave condición, sino que he sido confortada primero solamente por Jesús, luego por María y después, sucesivamente, por San Juan Apóstol, San Pedro Apóstol, mi Ángel de la Guarda, San Francisco y, por último, San José. Me habría gustado tanto ver también a Santa Teresita del Niño Jesús, pero no ha venido. Todos los demás se han quedado conmigo aun después de que Ud. se había ido. Jesús estaba a la derecha de mi cabecera; María, a la izquierda y decían: «Asistamos a nuestra hijita enferma». El ángel estaba en adoración. ¡Qué raro, siempre le veo junto a la Virgen! Cerca del escritorio estaba San José, de pie, con su dulcísima mirada algo melancólica. Cerca de él veía a San Pedro,
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sentado en una silla y algo inclinado hacia adelante. Entre San Pedro y el ángel, estaba San Juan, de pie. No sé si Ud. ha notado que yo sonreía: le estaba sonriendo al pálido San Francisco que, con gran humildad, casi se escondía en un rincón junto a la puerta. Me sentía muy acudida, pero también ¡cuán grandes eran los sufrimientos! Lo importante es que, al venir mis amigos, Satanás se va.
Padre, estoy muriéndome. Sor Saviane1 tiene razón. La corona casi está terminada y la mayor parte de mis sufrimientos ya se ha acabado. Pero, ¿por quién estoy sufriendo tanto? He ofrecido mis sufrimientos por una madre, por Sor Saviane, por Sor Gabriella, por los “hermanos separados”, por el joven que vive en mi casa, y luego por Ud., por Marta, por los parientes. Pero por ninguno de éstos debo sufrir de este modo. Entonces, ¿por quién debo sufrir? He incluido en este fin también el perdón otorgado a
Giuseppe. He dicho: perdón. Lo que experimentaba antes, el aprecio, se ha perdido. Pero quiero irme sin guardar rencor hacia nadie. Estoy contenta de haber definido todo lo relativo a la casa. Cuando uno está agonizando, se le acuerda todo y todo le turba.
También lo referente a Marta está en orden. Ahora todo está en orden en la Tierra. ¿Y en mi alma estará todo en orden, de modo que esté en paz al final de la vida?
El médico protesta porque escribo. Naturalmente, cree que mi tendencia a escribir es “un romanticismo de vieja solterona”. Y eso le lleva a desviarse de un diagnóstico exacto.
Terminará por inclinarse hacia un dictamen de histeria y en su mente este deseo mío de escri- bir tomará los nombres de “manía reevocatoria” o de “desahogos de mujer desilusionada” que, al menos, quiere soñar lo que la vida le ha negado y se cuenta a sí misma una linda historia. Dice que, de este modo, siempre consumo fósforo… En verdad, es Jesús el que consume su fósforo… yo no hago más que trazar signos en el papel para registrar su “fósforo”. ¿Pero cómo puede decírsele esto a un médico y encaminarle hacia una justa conclusión? ¿Puede decirme Ud. cómo tenemos que hacer?
Por lo pronto, hoy descanso. Y de este modo, se va acabando la vida y tengo aún tanto por corregir y por oír…
He escrito estas páginas porque creo que era necesario escribirlas. ¿Ha visto qué caligrafía?2…
1 Véase “Los cuadernos. 1944”, nota 3 del diario del 21 de julio.
2 Las dos páginas autógrafas correspondientes al 5 de octubre están escritas con mano poco firme.
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8 de octubre de 1945
Dice Jesús:
«Ven María, voy a consolarte con una luz que será sólo para ti. Te comentaré un nuevo aspecto de la frase evangélica: “Pisaréis serpientes y escorpiones y nada os hará daño”1.
El que está colmado de Mí puede pisar todas las doctrinas humanas y vivir sin daño en medio de quienes están colmados del propio veneno. Se puede interpretar también de este modo.
Porque si, en realidad, en otras épocas los bendecidos por Mí estuvieron inmunizados de las mordeduras de las fieras, de los venenos y otros peligros hasta que así lo quise, los que ahora están bendecidos por Mí y viven en la atmósfera corrupta de una sociedad idólatra y en- demoniada, del mismo modo están preservados de todo mal por mi voluntad. Ellos están en Mí y Yo en ellos. No queda lugar para nada más. Ningún veneno arraiga donde mi amor, nuestro amor – el de Jesús y el del predilecto de Jesús – neutraliza todo veneno.
Pequeña predilecta, quédate en paz. Yo recojo tus sufrimientos, tus lágrimas, tus plegarias por todos.
Te has conmovido porque cerca de Belén se ha encontrado una piedra con algunas referencias acerca de mi crucifixión. Se trata de una piedra. Sirve para los soberbios y nada más. La alta reevocación de mi Pasión que Yo les he dado a los hombres de fe a través de tu fatiga es mucho, mucho, muchísimo más. Pero el hombre propenso a creer en la árida e incierta piedra, será árido e inseguro ante ese documento de mi dolor que te he dado para él.
Deja de lado las piedras y aliméntate con el llanto de mi Pasión, que conoces tan bien. Que mi Pasión sea tu consuelo. Quédate en paz».
1 Lucas 10, 19.
13 de octubre de 1945
Ayer noche, a las 23, mientras todos dormían y yo intentaba conciliar el sueño y descansar, se me apareció Jesús, tal como siempre aparece ante mí, es decir, con una túnica de lana blanca. En la mano derecha sostiene un cáliz de metal, alargado y más bien estrecho. Se
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me acerca por el lado derecho de mi cama. Sonríe tristemente. Pero su sonrisa me da coraje, porque comprendo que su melancolía no es por mí sino que, al contrario, viene a mí para encontrar alivio. Pone su mano izquierda en mi hombro izquierdo y me atrae hacia Sí, mientras con la derecha me acerca el cáliz a los labios y me dice: «Bebe». El cáliz está lleno de un líquido que parece agua pura. Lo entreveo en el instante en que Jesús me lo tiende y me obliga a beber.
Bebo. ¡Qué amargura! ¡Oh! ¡no es por cierto el embriagador cáliz del Jueves santo, rebosante de la Sangre viva de mi Señor!, ¡de esa Sangre dulce, densa, de la que nunca habría apartado los labios!1… En cambio, ésta es un agua de una amargura tan desagradable que ningún medicamento podría igualarla. Roe la garganta; roe el es- tómago, lo crispa por el disgusto; hace saltar las lágrimas; perdura como el ardor de un ácido que quema.
Jesús me hace beber solamente un sorbo… y luego aparta Él mismo el cáliz y explica: «Éste es el cáliz en que Yo bebí en el Getsemaní. Pero lo bebí todo, hasta el fondo y en el fondo está lo más amargo. Éste es el cáliz que las culpas de los hombres colman todos los días y que luego ellos tienden hacia el Cielo para que Yo beba siempre de él. Mas Yo puedo beber solamente el Amor infinito. Y entonces, se lo ofrezco a los generosos, a los predilectos.
¡Gracias por este sorbo!, ahora voy hacia otras almas dilectas. Te bendigo en el nombre del Padre, en Mi nombre y en nombre del eterno Amor». Y se va dejándome la boca y el estómago abrasados por el tóxico, pero el alma rebosante de paz.
1 Véase el texto del 29-30 de marzo y el del 31 de marzo de 1945.
Volumen 1
Yo me abandono en Ti
Oh Esposo santo, obra libremente, haz de mí lo que quieras. Dame tu gracia, pues por mí nada soy y nada puedo.