1 - amor trinitario

Hay dos reflexiones:

la de Corato, por Antonia Batista –

la de México, por Salvador T.

Corato: ⇓
En la Navidad de 1882, Luisa, que tenía 17 años, hizo una novena de preparación a la fiesta, con la práctica cotidiana de diferentes actos de virtud y mortificación. Para honrar los nueve meses que Jesús se quedó en el seno de su Madre, se preparó con nueve horas de meditación al día, sobre el Misterio de la Encarnación de la Palabra. Recibió entonces gracias especiales, y la voz interior de Jesús la ayudó en esta contemplación. Sabemos que los excesos de Amor de Dios son infinitos, pero en esta novena Jesús sólo manifestó nueve de ellos, porque eran los más accesibles a la limitación humana.
Luisa, en su primera hora de meditación, llevaba a sí misma con el pensamiento en el Paraíso y contemplaba el gran misterio de amor tan reciproco, tan fuerte e igual que pegaba entre ellas a las tres Personas Divinas, y que luego se derramaba en las criaturas. Imaginaba: el Padre que enviaba al Hijo en la tierra, el Hijo que sin demora obedecía al Querer del Padre, el Espíritu Santo que consentía. Jesús le hablaba a Luisa con gran ternura de su Amor en la Encarnación (16 de diciembre de 1928), porque de esta manera Él no sólo renovaba el Amor que tuvo al momento de la Encarnación, sino que creaba nuevo amor para llenar las criaturas y vencerlas. Con estos nueve excesos manifestados con tanto amor y sencillez, Él formó el preludio de las numerosas lecciones que daría sobre el Fiat Divino para formar su Reino.
En los años siguientes, Jesús, hablándole a Luisa, siempre se refirió a los nueve excesos de amor, enriqueciendo sus conocimientos en relación con cada exceso. El 22 de diciembre de 1929, en efecto, Jesús le confía que quiere renovar en las almas todo el amor que tuvo en la Encarnación, pero no encuentra a nadie para dárselo. Al encarnarse, encontró a la Reina Mamá que le permitía desahogar su amor y recibir en su corazón maternal todo el amor que le rechazaban las criaturas. En la Encarnación las tres Personas Divinas fueron concurrentes y, en compañía de Jesús, fueron inseparables con la añadidura de la Reina Celestial, porque fue justo ella la Depositaria Divina de todos los bienes de la Encarnación, porque, para poder elevar a una criatura a concebir a un hombre y Dios, el Ente Supremo tuvo que concentrar en Ella todos los bienes posibles, tuvo que elevarla tanto como para poner en Ella el germen de la misma fecundidad Paterna y, tal como el Padre Celestial generó virgen al Hijo en su seno con el germen virginal de su fecundidad eterna, sin obra de mujer, así la Mamá Celestial, con este germen eterno todo virginal de la fecundidad Paterna, concibió a Jesús en su seno virginal, sin obra de hombre.
La Trinidad Sacrosanta tuvo que darle algo suyo a esta Virgen Divina para poder concebir al Hijo de Dios. Ahora, como Ella era de raza humana, este germen de la fecundidad eterna le dio la virtud de concebirlo como hombre, y como el germen era a la vez divino lo concibió como Dios. Así que, todo lo que “ab eterno” le pasó a la Santísima Trinidad en el Cielo, se repitió en el seno de la querida Mamá Celestial. Todo esto fue posible porque la Mamá Celestial (18 de diciembre de 1927), con la Divina Voluntad que reinaba en Ella, raptó en su luz el Sol de la Palabra y lo Có del Cielo en su Cielo. La Mamá Celestial poseía la Divina Voluntad, estaba tan llena de ella que desbordaba luz, tanto que sus olas de luz se levantaban hasta el seno de la Divinidad, y, convirtiéndose en vencedora con la potencia del Querer Divino, venció al Padre Celestial y en su luz raptó la luz de la Palabra y la bajó hasta su seno.
Jesús afirma que nunca podría bajar del Cielo si no encontraría en Ella la misma luz divina, la misma Divina Voluntad. Si no fuera así, sería como bajar desde el principio a una casa ajena, en cambio Jesús quería bajar a “su casa”, debía encontrar dónde bajar su luz, su Cielo, sus alegrías sin número, y la Soberana Celestial, al poseer la Divina Voluntad, Le preparó esta estancia, este Cielo nada diferente de la Patria Celestial.
Pues, la Virgen pura y Madre, con unas pocas gotas de sangre que hizo fluir de su Corazón ardiente, formó el velo de la Humanidad de Jesús alrededor de la luz de la Palabra. Desde entonces, más que el Sol, que desde las alturas de su esfera cuando sale irradia sus rayos en la tierra para darles a todos los efectos de su luz, así lo hizo Jesús, más que el Sol que sale. Del velo de su Humanidad, los rayos que se desbordaban iban hallando a todas las criaturas para darle a cada una su vida y los bienes que Él vino a traer a la tierra. Estos rayos de su esfera golpeaban cada corazón, pegaban fuerte para decir: “¡Abran, tómense la vida que vino a traer!”. Este Sol (que es Jesús) nunca se pone y todavía sigue abriendo su camino irradiando sus rayos, pegándoles el corazón, la voluntad, las mentes de las criaturas, para darles su vida, pero desgraciadamente ¡cuántos hombres Le cierran las puertas y llegan hasta reírse de su luz! Pero Jesús afirma a Luisa que es tanto su amor que, a pesar de esto, no se retira, sigue su salida para darles la vida a las criaturas.
Qué grande y siempre en acto este exceso de Amor de nuestro Sumo Bien: ¡Jesús! ¡Deo Gratias!
 

Tonia Abbattista

Para continuar con llas reflexiones de la Novena:

Primera reflexión

 Reflexiones desde Corato  cont…

Los «nueve excesos» que llevaron a Jesús a encarnarse

“Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14) y el pensamiento se dirige de inmediato a la Navidad ya cercana, al deseo de vivir, siempre con emociones nuevas, el día en que Dios se ha hecho visible para los hombres, en la forma del Niño.

Sabemos muy bien que el Tiempo del Adviento es el momento de gracia para prepararnos espiritualmente al Evento, teniendo mucho cuidado de centrarnos en la concepción del Santo Niño, en Su Encarnación.

“Yo soy la servidora del Señor: que se cumpla en mí lo que has dicho” (Lc 1,38) es el Fiat de María, mujer “insignificante” a los ojos de sus contemporáneos, sin la cual la Santísima Trinidad no podría descender la Palabra y dar lugar a la Redención.

María, poseyendo la Voluntad Divina, había hallado gracia delante de Dios e iba a ser la casa perfecta para que se cumpliera el prodigio de la Encarnación: la Santísima Trinidad dejada de lado la Justicia y revestida con el manto de la Misericordia, volcó en Ella nuevo exceso de amor para formar en Su seno, a través del encuentro de los dos Fiat, a la criatura que tendría que salvar a la humanidad.

Luisa, desde los 17 años, se preparaba espiritualmente para la fiesta de la Navidad, contemplando y meditando, durante la Novena (del 16 al 24 de diciembre), justo en los excesos de Amor que llevaron a Jesús a encarnarse:

Ellos son el primer paso hacia el conocimiento del Reino de la Divina Voluntad. Contienen el amor y la gracia, ya que proceden directamente de la fuente de Su amor. Son llamas vivas de Su amor que se elevan para crear nuevo amor con el que vence a las criaturas.

Es, entonces, un Amor que se renueva y se multiplica cada vez que llena nuevos corazones.

Ellos constituyen el escriño que contiene todo el valor de la Encarnación: con ésta, Jesús llega para divinizar a la humanidad, para redimirla y, cargándose con todos los pecados desde Su concepción, llega para encarnar Su Divinidad en la Cruz, comenzando así Su larga Vía Crucis, que pero termina con el triunfo del Amor!

Luisa, entonces, recorría cada año todas las fases del misterio de la Encarnación, meditando y honrando los nueve meses en los que Jesús estaba en el vientre materno de María, en el orden siguiente que mencionamos brevemente:

Exceso Primero, Amor Trinitario: El Ángel trae a María el anuncio que la Santísima Trinidad está enviando en la tierra al Hijo del Hombre, que obedece con prontitud a la Voluntad del Padre, y que Ella, con la acción del Espíritu Santo, es la depositaria de este misterio y los bienes que vendrán.

Exceso Segundo, Amor Humble: Dios, grande e infinito, baja del Cielo y va a aprisionarse en el seno de una mujer. Permanecerá allí durante nueve meses, pero Su Divinidad permanecerá encarcelada en Su Humanidad, durante 33 años, y después en la Eucaristía.

Exceso Tercero, Amor Devorador: Llamas de Amor que se elevan paraa extenderse a todas las generaciones, desde el primero hasta el último hombre. Mares (de amor) sin límites en los que las almas pueden nadar libremente.

Exceso Cuarto, Amor Operante: Jesús apenas “concebido” acoge sobre sí mismo a todas las almas y el peso (pecados, ingratitudes, pasiones) de cada una. Así comenzó Su Pasión. Su cabecita ya percibe las picaduras de las espinas que coronarán Su cabeza y Su inmovilidad en el vientre materno anticipa su crucifixión.

Exceso Quinto, Amor Solitario: Dios obligado, a pesar de varios recordatorios, a estar solo. Querría hablar con cada alma para comunicarle y volcarle todo Su amor, pero por desgracia está silenciado. Bajó del Cielo para estar en Su compañía y muy pocas son las que aceptan Su llegada, que comparten Sus alegrías, Sus gemidos.

Exceso Sexto, Amor Reprimido: Apretado en la cárcel y en la oscuridad del vientre materno, Jesús no puede manifestar Su Amor, Su Luz. A Su alrededor, todo es oscuridad y los pecados de las criaturas añaden nueva oscuridad en la que está obligado a permanecer.

Exceso Séptimo, Amor Suplicante: La ingratitud del hombre es la espina más punzante para Dios, su Creador. Sin embargo, Su obstinación no contiene Su amor de crear nuevas salidas con actitudes implorantes.

Exceso Octavo, Amor Mendigo: Aunque las súplicas no disuadan la criatura para que ame a Dios, Él no deja de cuidar de ella y para vencerla pasa a un exceso mayor, pasa a pedir un poco de amor, a mendigar, justo como lo haría un pobre en la carretera.

Exceso Noveno, Amor Ganador: El Amor será finalmente victorioso. Incluso arriesgando esperar siglos, Dios permanece fiel a Sí mismo y seguirá asaetando corazones con los rayos de la dulzura y la ternura. Conquistará a la criatura y el Reino de Su Divina Voluntad triunfará.

Dejémonos, entonces, involucrar y, aprovechando una vez más de este tiempo propicio, dispongámonos a pronunciar con valor y fe nuestro Sí, exactamente como María con Su Fiat y Jesús con Su Aquí estoy, así que se realice el proyecto que el Padre Celestial tiene para cada uno de nosotros en particular y para la humanidad en general, conscientes de que todos estamos llamados a cumplir nuestro deber cristiano: anunciar el Reino de Dios para la salvación de las almas.

Virgen y Madre María,

tú que, movida por el Espíritu,

acogiste al Verbo de la vida

en la profundidad de tu humilde fe,

totalmente entregada al Eterno,

ayúdanos a decir nuestro «sí»

ante la urgencia, más imperiosa que nunca,

de hacer resonar la Buena Noticia de Jesús.

(de Evangelii Gaudium de Papa Francisco)

FIAT!

Riccardina

 

Segundo exceso de amor: Amor aniquilado

“Esto no se trata de formar una vida, sino de encerrar una vida quel es da la vida a todos; de estrecharse para dejarme concebir, no para recibir, sino para dar”

En la segunda hora de meditación, Luisa se llevaba en el seno materno de María y se quedaba impresionada al considerar a ese Dios tan grande en el Cielo, ahora tan aniquilado, achicado, restringido, tanto que no podía moverse y apenas respirar. En ese instante, la voz interior de Jesús le pedía a Luisa que le diera un poco de paso en su corazón, que quitara todo lo que no es suyo, para darle así más espacio para poder moverse y respirar.

A continuación, en varios momentos, Jesús enriqueció a Luisa de otros conocimientos relativos a este exceso. En un pasaje del 25 de diciembre de 1908, Jesús dice que la mejor manera de hacer que nazca en su propio corazón es vaciarse de todo, para que, encontrando el vacío, Jesús pueda poner ahí todos sus bienes. Sólo entonces puede renacer para siempre, si hay un lugar para poder transportar en él todo lo que Le pertenece. De hecho, alguien que se va a vivir en la casa de otra persona podría definirse contenta cuando en esa casa encuentra el vacío para poder poner todas sus cosas, de otra manera no sería feliz.

Luisa contemplaba a menudo este segundo exceso de amor y se conmovía considerando el estado de dolor en el que se encontraba el Niño amable. Su pequeña Humanidad era inmovilizada, estaba con los pies y las manos inmóviles, sin siquiera un movimiento. No había lugar para poder abrir los ojos, ni respirar libremente. Era tanta la inmovilidad que parecía muerto, mientras que estaba vivo. Jesús, ante estas consideraciones (vol XVII, 24 de diciembre de 1924) le confía a Luisa que las penas que sufrió en el seno virginal de la Mamá Celestial son incalculables para la mente humana. La primera pena que Jesús sufrió en el primer acto de su Concepción fue la pena de la muerte. La Divinidad de Jesús bajó del Cielo totalmente feliz, intangible de cualquier pena y muerte. Cuando Jesús vio su pequeña Humanidad, sometida por amor a las criaturas, a la muerte y las penas, sintió tan viva la pena de la muerte que, por pura pena, habría muerto realmente, si la potencia de su Divinidad no lo sostendría con un prodigio, haciéndole sentir la pena de la muerte y, a la vez, la continuación de la vida. ¡Qué tormento fue para Jesús, que contenía la vida y era el dueño absoluto de la misma vida, someterse a la pena de la muerte! Por eso su pequeña Humanidad estaba inmóvil y moribunda en el seno de su Mamá.

En otro momento, Jesús subraya a Luisa el prodigio único de la Concepción de su Santísima Humanidad (vol XVI, 18 de julio de 1923). Es verdad que se suele decir que la Palabra quedó concebida, pero el Padre Celestial y el Espíritu Santo eran inseparables de Él, Jesús tuvo la parte que actúa y ellos la concurrente. Todas las cosas, por grandes, sublimes, nobles, prodigiosas sean, hasta la misma concepción de la Virgen Reina, todas se quedan atrás, no hay cosa que pueda compararse a la concepción de Jesús. Esto no se trata de formar una vida, sino de encerrar la vida que le da la vida a todos, no de extenderse, sino de estrechar a aquel que creó todo, para encerrarse en una Humanidad creada y muy pequeña. Éstas son obras sólo de un Dios, y un Dios que ama, que, cueste lo que cueste, quiere a la criatura con su amor para que lo ame. Jesús nos asombra afirmando que su Amor, su Potencia y Sabiduría resplandecieron más cuando, tan pronto como la Potencia Divina formó esta Humanidad tan pequeña, la inmensidad de la Divina Voluntad, encerrando a todas las criaturas pasadas, presentes y futuras, concibió en Ella todas las vidas de la criatura.

Entonces, en la Encarnación de la Palabra se concibieron y encerraron todas las criaturas, incluso su Madre, todos los excesos y prodigios de su Amor Divino, toda la Eternidad se incluye en la Encarnación. Todo el universo quedó sacudido al ver encerrarse a Aquel que le da la vida a todo, estrecharse, empequeñecerse, encerrar todo para tomar la vida de todos y hacer que todos renazcan.

Jesús subraya lo que Le costó este exceso de amor y añade (vol XXVII, 22 de diciembre de 1929) que bajando del Cielo a la tierra su Amor lo llevó a una prisión muy estrecha y oscura, que fue el seno de su Mamá, pero (su Amor) no estaba contento; en esta misma prisión le formó otra cárcel, o sea su Humanidad que encarceló a su Divinidad; la primera cárcel duró nueve meses, la segunda cárcel de su Humanidad duró por treinta y tres años. Pero su Amor no se paró, mientras terminaba la cárcel de su Humanidad, formó la cárcel de la Eucaristía. Por eso, podemos llamar a Jesús el Prisionero Divino, el Prisionero Celestial. En las primeras dos cárceles, en la intensidad de su amor, maduró el Reino de la Redención, en la tercera cárcel de la Eucaristía está madurando el Reino del Fiat Divino.

Jesús, Amor sin límites,

este amor tuyo inunde y queme todo lo que no es tuyo,

lleve a amarte con mayor intensidad,

para romper la soledad de tu larga reclusión.

¡Deo gratias!

Tonia Abbattista

  

Tercer exceso de amor: Amor devorador

“Nuestro ardor de amor juntará el de la Creación y el de la Encarnación y formará una única y será amor triunfador”

Durante la novena de la Santa Navidad, Luisa, en la tercera hora de meditación, contemplaba otro exceso de amor de nuestro Señor: el Amor Devorador. Entonces, sentía la voz interior que la invitaba a apoyar la cabeza en el seno de la Mamá Celestial, para mirar al interior su pequeña Humanidad, su Amor que lo devoraba, los incendios, los océanos y como mares inmensos del amor de su Divinidad lo inundaban, lo incineraban, elevaban tanto sus llamas que se levantaban y se extendían dondequiera, a todas las generaciones del primero al último hombre.

Su pequeña Humanidad la devoraban entre tantas llamas y todo esto porque su Eterno Amor quería hacerle devorar las almas y, entonces se puso contento, cuando las devoró a todas. Luisa, entonces, meditaba y reflexionaba en que Jesús esperaba a las almasa para devorarlas, no para que murieran, sino para encerrarlas en su pequeña Humanidad, para que renacieran, para crecerlas y alimentarlas con sus llamas devoradoras y darles nueva vida, una vida toda de amor.

Una vez Jesús, durante otra novena de la Santa Navidad le mostró a Luisa (vol. XXV, 21 de diciembre de 1928) que cada exceso de su amor era un mar sin límites, y en este mar se levantaban olas altísimas de llamas, en las que se veían fluir a todas las almas devoradas de estas llamas que, envolviéndolas, las hacían vivir justo como peces que fluyen en las aguas del mar, y tal como las aguas del mar forman la vida de los peces, su guía, su defensa, su cama, su alivio, tanto que si salen del mar pueden decir: “nuestra vida se acabó, porque salimos de nuestra herencia, de la patria que nos dio nuestro Creador”, así estas olas altísimas de llamas, que salían de estos mares de fuego, al devorar a estas criaturas, querían ser la vida, la guía, la defensa, la comida, el alivio, la patria de las criaturas, y, tan pronto como ellas salen de este mar de amor, de repente encuentran la muerte, por eso el pequeño Niño Jesús llora, gime, reza, grita y suspira, para que nadie salga de estas llamas devoradoras, porque no quiere ver a nadie que muera. Por eso Jesús, apenas fue concebido, encerró en sí mismo el gran parto de todas las generaciones, más que una tierna madre que encierra su parto, formado por su amor para darlo a luz, pero con penas inauditas e incluso con su muerte (vol. XXVII 18 de diciembre de 1929). De hecho, en la Encarnación, Jesús insertó la Humanidad en la Divinidad, para que la criatura se uniera a Él y participara en este injerto, (vol. V, 2 de octubre de 1903). Los que intentan unir su propia vida a la Suya, desarrolla ese injerto de la Humanidad en la Divinidad, y, si con la voluntad, las obras y el corazón, intenta desenvolver su vida de conformidad con la Suya, le da el desarrollo al injerto que Él hizo, añadiendo otras ramas al árbol de su Humanidad.

El 18 de diciembre de 1929, Jesús apareció a Luisa muy pequeño, en el medio de ese abismo de llamas, y le señaló que no respiraba más que llamas, y en su aliento sentía que las llamas de su amor devorador le traían el aliento de todas las criaturas, su pequeño corazón palpitaba llamas, que, alargándose, raptaban los latidos de todas las criaturas, y los deponía en su corazón, y Él sentía todos los latidos palpitar en su pequeño corazón. Todo estaba en llamas, llamas echaban sus pequeñas manos, sus pies inmóviles. ¡Lo exigente que era su amor, para encerrar a todos en Él y hacerle dar la vida a todos! ¡Lo puso en medio de un fuego devorador y cómo sentía y siente a lo vivo las culpas, las miserias, las penas de todos! Y en medio de esas llamas devoradoras, cargado de tantas penas, mira a todos sus hijos y exclama, llorando, que no lo dejen, que no se alejen de Él, que es su Padre, que no lo abandonen, que tengan al menos compasión del fuego que Lo devora, de sus lágrimas ardientes, y todo por ellos, porque los ama demasiado, los ama como Dios, los ama como Padre, los ama como Su Vida.

El interés más grande de su amor es devorar en las criaturas su voluntad humana, porque es la origen de todos los males. Parece que resonan las palabras del Evangelio: “Yo vine a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!” (Lc 12,49). Jesús vino a encender un fuego en la tierra, vino para provocar un incendio, un incendio de amor, un fuego devorador que encienda nuestra conciencia, que caliente los ánimos. Jesucristo es el fuego devorador. Acerquémonos a la fuente de este fuego, para que nos queme, nos consuma, nos funda y nos permita ser un todo con el Padre y el Espíritu Santo.

Tonia Abbattista

 

Cuarto exceso de amor: Amor operante

“Mi Divinidad estuvo celosa de confiar a la criatura la tarea de la Redención, haciéndome padecer la Pasión”

 

Luisa, en la cuarta hora de meditación de la novena de la Santa Navedad, se sentía morir al considerar las penas lacerantes del pequeño Jesús recién concebido, y entendía bien que sólo la Divinidad podía hacerlo sufrir tanto y podía darse el alarde de haber amado a los hombres hasta la locura y el exceso, con penas inauditas y amor infinito. La voz interior de Jesús le hacía entender que cada alma concebida llevó el peso de sus pecados, sus debilidades y pasiones. Su Amor infinito Le ordenó que tomara el peso de cada uno y, entonces, no sólo concibió a las almas, sino también sus penas y las satisfacciones que cada una de ellas debía darle al Padre Celestial. Así que la Pasión de Jesús fue concebida junto con Él, y la Divinidad fue la protagonista de la Redención, haciéndole padecer la Pasión a la Humanidad de Jesús, desde el principio de la concepción.

Jesús reitera a Luisa (vol XII, 4 de febrero de 1919) que la Divinidad fue celosa de confiar a la criatura la tarea de la Redención, hacindole padecer la Pasión. La criatura era impotente para hacerlo morir tantas veces por cuantas criaturas habían salido y debían salir a la luz de la creación, la Divinidad quería vida por cada vida de criatura, y vida por cada muerte que e daba con el pecado mortal. Entonces, Jesús revela que, tan pronto como fue concebido (vol XII, 18 de marzo de 1919), así concibió en Sí mismo a todas las almas pasadas, presentes y futuras, y concibió a la vez todas las penas y muertes que debía sufrir por cada una, debía incorporar todo en Sí mismo, para poder decirle al Padre que ya no vuelva a mirar a la criatura, sino sólo a Él, que iba a satisfacer por todos, porque no de manera abstracta o intencional, como alguien puede pensar, sino realmente, tenía en Sí mismo a todos metidos, por eso realmente Jesús moría por todos y por cada uno, y sufría las penas de todos.

Son misterios muy profundos, así que el intelecto humano, no entendiéndolos, parece que se pierda. ¿Quién tendría la fuerza, el amor, la constancia de verlo morir tantas veces, si no la Divinidad? La criatura se iba a cansar y desalentar. Pues, este ajetreo de la Divinidad empezó tan pronto como se cumplió su concepción, hasta el seno de la Mamá Celestial que, a su vez, conocía las penas de Jesús y quedaba martirizada, y sentía la muerte junto con el pequeño Jesús. Desde el seno maternal, la Divinidad asumió el compromiso de ser el “Verdugo amoroso”, pero, al ser amoroso, es más exigente e inflexible, tanto que ni siquiera una espina se ahorró a la pequeña y gimiente Humanidad de Jesús, ni un clavo, pero no como las espinas, los clavos, los flagelos que Jesús sufrió en la Pasión que le dieron las criaturas y no se multiplicaban, porque quedaban los que ponían; en cambio, los de la Divinidad se multiplicaban a cada ofensa, pues tantas espinas cuantos pensamientos malos, tantos clavos cuantas obras inicuas, tantos golpes cuantos placeres, tantas penas cuanta diversidad de ofensas, por eso eran mares de penas, espinas, clavos y golpes innumerables. Por eso, ante la Pasión que Le dio la Divinidad, la que Le dieron las criaturas en los últimos días de su vida fue apenas una sombra.

Luisa se conmovía mucho al ver a Jesús, tan pequeño, obligado a una crucifixión dura y larga, añadiendo que todas las obras malas, tomando la forma de clavos, le traspasaban las manos y los pies repetidament, y entendía como ni al ángel ni al hombre se da en la mano este poder de poder amarnos con tanto heroísmo de scarificio como un Dios.

¡Oh, Jesús!

Haz que esta misteriosa Pasión tuya

se convierta en luz para el intelecto humano

y que todos puedan vislumbrar en Ti el Camino, la Verdad, la Vida auténticos.

Venga tu Reino,

nuestra vida se uiforme perfectamente a la Tuya,

sólo así recorreremos seguros el Camino hacia la unión con el Padre.

Tonia Abbattista

  

Quinto exceso de amor: Amor solitario

“La soledad fue de parte de la ingratitud humana, pero de parte divina, todos me acompañaron y nunca me dejaron solo”

 

Durante la novena de la Santa Navidad, mientras Luisa estaba a punto de hacer la quinta hora de meditación, sentía la voz interior de Jesús que la suplicaba que no se alejara de Él, que no lo dejara solo, porque otro exceso de su Amor es que no quiere ser solo, sino estar en compañía de las criaturas. Esta solicitud de Jesús puede parecer un absurdo, porque en la hora anterior Él había afirmado que, tan pronto como fue concebido, concibió en Sí mismo a todas las almas pasadas, presentes y futuras. Sin embargo, ¡Jesús nos dice que está solo aunque entre una multitud! De hecho, Jesús lamenta a Luisa que, mientras que Él está con las criaturas todo amor, y quiere hablar con ellas para comunicar sus alegrías, para hacerlas felices, consolarlas y darles sus bienes, su Reino a todos, ellas, en cambio, le dan mucho dolor, lo reducen al silencio, desprecian sus bienes y no se preocupan del Reino. Entonces, Jesús se siente convertir su deleite en llanto.

¡Cómo le pesa la soledad! No tiene a quién decirle una palabra, con quién hacer un desahogo, ni siquiera de amor, siempre es triste, callado, porque si habla no es escuchad, por eso la voz interior de Jesús suplica a Luisa que no lo deje solo, que le dé el bien de hacerlo hablar escuchándolo, de prestar oídos a sus enseñanzas, porque Él es el Maestro de los maestros, si Lo escuchará, hará que deje de llorar. A menudo Luisa pensaba en la soledad de Jesús en el seno de su Mamá, y Jesús a menudo le reiteraba que es tan dulce y apreciada para Él la compañía de la criatura, en efecto fue justo por ella que, para encontrarla y mantenerla en su compañía, bajó del Cielo a la tierra. A Jesús le gusta mucho la compañía de la criatura que lo ama e intenta romper su soledad, por eso la quiere siempre consigo, como espectadora de sus lágrimas enfantiles, sus gemidos, sus sollozos, penas, obras y pasos, y también de sus alegrías, porque quiere hacer en ella el depósito de todo. Estando en ella la Divina Voluntad, sería demasiado difícil para Él si no la mantuviera siempre consigo. De hecho, la Divina Voluntad siente la necesidad irresistible de hacer partícipe a la criatura de todo lo que hace su Humanidad. Los que viven en el Querer Divino nunca lo dejan solo.

Entonces, Luisa a menudo compadecía a Jesús al verlo tan solo, y Él subrayaba que la soledad fue de parte de la ingratitud humana, pero de parte divina y sus obras, todos Lo acompañaron y nunca Lo dejaron solo. Con Él bajaron el Padre y el Espíritu Santo, porque las tres Personas Divinas son inseparables, y en el acto de bajar del Cielo, todos se movieron para hacerle cortejo y darle los honores debidos. Lo cortejó el Cielo con todas las estrellas, dándole los honores de su Inmutabilidad y Amor que no termina. Lo cortejó el sol, dándole los honores de su luz eterna, lo rodearon el viento, el mar, el pequeño pajarillo, todos y todo para darle el amor, la gloria con los que los había creados. Las cosas creadas lo celebraron, tuvo también el cortejo de los ángeles que nunca lo dejaron, sólo la criatura, ingrata, lo dejó solo. Ahora, después de tantos siglos, Jesús espera la llegada de su Reino en la tierra, porque sólo los que viven en su Querer lo visten de luz y lo calientan de las muchas frialdades de la criatura, pues espera el cortejo de las almas que viven en el Querer Divino.

Los que viven en el Querer Divino son inseparables de Jesús, y cada vez que Jesús renace, ellos renacen con Él, renacen en todos los actos divinos, más bien en cada acto que cumplen lo llaman a renacer y Le forman un nuevo Paraíso, y Él los hace renacer junto a Sí mismo para hacerlos felices. Hacer felices los que viven junto con Él es una de sus alegrías más grandes, todo su propósito es hacer que la criatura goce del piélago de sus alegrías infinitas y felicidad sin fin.

Mi Jesús, mi corazón palpita,

pero no estoy contenta si no me haces palpitar con el tuyo.

Con tu latido, amaré como lo haces Tú.

Te daré el amor de todas las criaturas y uno será el grito: ¡Amor, Amor!

¡Oh, mi Jesús! Honra a Ti mismo, y en todo lo que hago,

pon la huella de tu mismo poder, de tu amor y tu gloria.

(de: “Las veinticuatro horas de la Pasión”)

 

 Tonia Abbattista

  

Sexto exceso de amor: Amor Reprimido

“¡Mi Mamá! ¡Mi Mamá! El Amor materno supera todos los amores, así que tú me amarás con amor de Madre insuperable”

 

Durante la Novena de la Santa Navidad, Luisa, mientras estaba a punto de hacer la sexta hora de meditación, tenía la impresión de que la Reina Mamá, para contentar a Jesús que deseaba ardientemente tener la compañía de la pequeña hija Luisa, le hiciera un poco de espacio y la pusiera en su seno materno, pero ¡ay de mí! Era tal y tanta la oscuridad, que Luisa no podía ver al Niño, sólo sentía su respiración y su voz que la invitan a contemplar otro exceso de su amor: el Amor Reprimido.

Este exceso lo hizo pasar por una inmensidad de luz, porque Él es la Luz eterna, hasta que el sol es una sombra de su Luz, a una profundidad de tinieblas que era el seno de la Mamá, donde no había ni un rayo de luz, siempre era de noche. En la oscuridad del seno materno, se añadían las tinieblas de las culpas de las criaturas. Cada culpa era una noche para Él, y las culpas de todos, uniéndose, formaban un abismo sin orillas.

En este punto, se podría objetar que cada niño, antes de nacer, vive en la oscuridad del seno materno, pero Jesús le explica a Luisa que su estado en el seno Materno fue muy doloroso, porque su pequeña Humanidad tenía el uso perfecto de razón y sabiduría infinita, pues, desde el primer momento de su concepción, comprendía todo su estado doloroso, se daba cuenta de la oscuridad de la cárcel materna. ¡Una larga noche de nueve meses!

A la oscuridad, se añadía la estrechez del lugar que lo obligaba a una inmovilidad perfecta, siempre en silencio, no podía dar vagidos, ni sollozar para desahogar su dolor. Cuántas lágrimas no derramó en el sagrario del seno de la Mamá, sin hacer el más mínimo movimiento, todo por amor a la criatura. A cambio, Jesús recibía y recibe el hielo de la ingratitud, por eso llora, porque quiere ser amado, pero no es amado. Él quiere renovar en las almas todo el amor de la Encarnación, pero no encuentra a quién dárselo. Encarnándose, encontró a su Reina Mamá que le permitía desahogar su amor y recibir en su Corazón Materno todo el amor que le rechazaban las criaturas, Ella era la depositaria de su amor rechazado, la dulce compañía de sus penas, su amor ardiente Le secaba las lágrimas. Tan pronto como el Hijo fue concebido en su seno, María empezó el entrelazamiento con sus Actos, y, como la Humanidad de Jesús no tenía otra vida, ni otra comida, ni otro objetivo sino la Voluntad del Padre Celestial, Ella también, tan pronto como empezó su entrelazamiento con Jesús, le devolvía al Padre, en nombre de todos, los derechos de Creador.

Entonces, Jesús sigue explicándole a Luisa cómo las obras más grandes no se pueden hacer solos, sino que se necesitan al menos dos o tres como depositarios y comida de la misma obra, porque sin comida las obras no pueden tener vida. Tal como la Reina Celestial fue la depositaria Divina de todos los bienes de la Encarnación, así quiere que las demás almas la imiten, porque, para formar sus obras, se necesita la compañía de la criatura, que se ponga a su disposición para recibir el gran bien que quiere darle.

Jesús le pide a Luisa si quiere ser su segunda mamá, para recibir el gran bien de la renovación de su Encarnación, como dote del reino del Fiat Divino. Por supuesto, Jesús hace la misma solicitud a cada criatura, porque desea hacernos a todos sus hijos, porque somos gloria del Padre y el Hijo.

Meditemos en este exceso, acojamos su invitación. Será como sentir sus pequeñas manos en nuestra cara, y como si nos acaricia, mientras dice: “¡Mi Mamá! ¡Mi Mamá! El Amor materno supera todos los amores; así que tú me amarás con amor de Madre insuperable”.

Tonia Abbattista

  

Séptimo exceso de amor: Amor Suplicante

“Para ser libre en mis obras, lo dejo todo de lado y lleno todo con mi amor, de manera que no vea más amor y Voluntad mía”

 

La voz interior de Jesús, antes de que Luisa terminara la sexta hora de meditación, le pedía que se quedara ahí con Él, para mirar el séptimo exceso de su amor: el Amor Suplicante.

El pequeño Niño, sollozando, le hacía entender que, desde el primer momento de la concepción, quiso darse a todos, de manera irrenunciable, sufriendo penas incalculables para la mente humana, así que la Encarnación no fue más que darse a merced de la criatura.

Él, Jesús, que en el seno del Padre Celestial estaba sumido en la multitud de las alegrías infinitas y felicidad sin fin, por el exceso de su Amor hacia las criaturas, se desnudó de todos sus bienes, y descendió del Cielo, para vestirse de todas las miserias de las criaturas, y poder darles a cambio la felicidad eterna, pero, ¡qué ingratitud y perfidia obstinada en los hombres!

Su Amor Eterno quedó asombrado frente a tanta perfidia: el hombre se había convertido en el verdadero ladrón, el ingrato, el usurpador de los bienes divinos, la ingratitud fue la espina más punzante que le atravesaron el Corazón desde su primera concepción, por eso su corazón está herido y brota sangre. Pero Jesús le subrayaba a Luisa que, si tuviera en cuenta la ingratitud humana ante todo Su amor, tomaría el camino para irse al Cielo, entonces entristecería y amargaría su Amor, y transformaría la fiesta en luto. Pero, con fuerza y alarde más grande de su Amor, Él lo deja todo de lado: la ingratitud, los pecados, las miserias, las debilidades, y realiza sus obras más grandes, como si éstas no existieran. Si quisiera poner atención a los males del hombre, no podría realizar obras grandes, ni plantear todo su Amor, se quedaría obstaculizado, ahogado en su amor. En cambio, para ser libre en sus obras y hacerlas más hermosas, lo deja todo de lado y, si es necesario, llena todo con su Amor, de manera que no vea más que Amor y Divina Voluntad, y así sigue en sus obras más grandes, y las hace como si nadie ofendería, porque, por Gloria de Dios, no debe faltar nada al decoro, a lo bueno y a la grandeza de las obras divinas.

Entonces, su Amor no se resigna, quiere llenar los vacíos de su gloria, su honor, y llega tan lejos que, a fuerza de amor, recompensa a la Divinidad, que ha creado un Cielo, un Sol, un viento, un mar, una tierra florida, y todo lo demás para el hombre, pero él se reveló ingrato, y nunca dio las gracias por los bienes recibidos. Su Amor corre para llenar los abismos de distancia entre el Creador y la criatura, recompensa a fuerza de amor al Padre Celestial, y a fuerza de amor quiere adquirir a todas las generaciones humanas, para volver a donarles la vida de la Divina Voluntad. Jesús subraya que, cuando recompensa su Amor, es tan grande su valor que puede recompensar por todos, y volver a adquirir lo que quiera.

Mientras tanto, Luisa sentía su corazón afligido al verlo llorar, sollozar, dar vagidos, temblar de frío, querría poner un “te amo” por cada pena y lágrima del pequeño Jesús, para calentarlo y calmar su llanto, y Él la suplicaba a no cerrarle la puerta en la cara, la exhortaba a vivir en sus lágrimas, sus gemidos, la sentiría fluir en sus sollozos de llanto, en los estrechamientos de sus miembros infantiles, y, en virtud del Querer Divino, Le transformaría las lágrimas en sonrisas, los sollozos en alegrías del Cielo. Con sus nenias de amor lo calentaría, y transformaría las penas en besos y abrazos.

Los que viven en el Querer Divino utilizan ese Fiat por el que todas las cosas se crearon, para difundir en todo un homenaje, una adoración, un amor divino hacia su Creador; el eco del Fiat Eterno hace eco en su Fiat Divino en el que vive y se difunde, y corre y vuela, e imprime en todas las cosas creadas otro Fiat. Corre, vuela en las alas de los vientos llenando toda la atmósfera, recorriendo las aguas del mar, se apoya en cada planta, en cada flor, se multiplica a cada movimiento, es una voz que hace eco en todo, y dice: “Amor, Gloria, Adoración a mi Creador”.

Tonia Abbattista

  

Octavo exceso de amor: Amor mendigo

“Hijos míos, ábranme, guárdenme el lugar en su corazón, bajé del Cielo a la tierra para formar en cada uno de ustedes mi Vida”

 

En el momento en que Luisa se aprestaba a hacer la octava hora de meditación, sentía la voz interior de Jesús suplicándola que no lo dejara solo, y le sugería que apoyara su cabeza en el seno de la Mamá Celestial, porque también al exterior habría oído sus gemidos, sus súplicas.

Además, el Niño dio a entender a Luisa que, tan pronto como su Humanidad se formó con la potencia del Fiat Supremo en el seno materno, también el Sol de la Palabra Eterna se encarnó, pues el centro de este Sol estaba en su pequeña Humanidad, y, ya que Ella no podía contenerlo, su Luz se desbordaba afuera, y, llenando el Cielo y la tierra, llegaba a todos los corazones, y con su golpe de luz llamaba a cada criatura, y, con voz de luz pensó, les decía: “Hijos míos, ábranme, guárdenme el lugar en su corazón, bajé del Cielo a la tierra para formar en cada uno de ustedes mi Vida”.

Pero, al ver que ni sus gemidos ni las súplicas movían a la criatura a compasión de su Amor, actuaba como el más pobre de los mendigos, y, extendiendo las pequeñas manos, pedía, al menos por piedad, en concepto de limosna, sus almas, sus corazones. La luz llamaba y llamaba, sin parar, y la pequeña Humanidad de Jesús gemía, lloraba, sufría, y en esa Luz que llegaba a los corazones hacía fluir sus lágrimas, sus gemidos y sus espasmos de amor y dolor.

Luisa quedaba aniquilada al considerar este exceso de amor: Jesús, nuestro Creador, el Rey de los Reyes, para acercarse a la criatura y no meterle miedo, había tomado la forma de pequeño Niño, y pedía, al menos por caridad, entonces Luisa se preguntaba: si el hombre no fuera tan ingrato, y no se sustrajera a la Divina Voluntad, ¿Jesús aún se encarnaría, aunque no tuviera que redimirnos?

Y Jesús le explicó que si Adán pecaría, la Palabra Eterna, por voluntad del Padre Celestial, aún vendría a la tierra, pero glorioso, triunfante y dominador, visiblemente acompañado por su ejército Angélico, que todos verían, y, con el esplendor de su gloria, fascinaría a todos, y atraería a todos con su belleza, coronado como un rey y con el cetro del mando.

Jesús no bajaría del Cielo para encontrar al hombre enfermo, porque, si no se sustrajera a la Voluntad Divina, no existirían enfermedades del alma ni del cuerpo. Pues, vendría a encontrar al hombre feliz, santo y con la plenitud de los bienes con los que Dios lo había creado.

En cambio, como el hombre quiso hacer su voluntad, cambió la suerte del Hijo y, como se decretó que Jesús bajara a la tierra, y cuando la Divinidad decreta no hay nadie que la mueva, sólo cambiaron la manera y el aspecto, y bajó en forma muy humilde, pobre, sin ninguna gloria, atormentado, lloroso y cargado de todas las miserias y penas del hombre. La voluntad humana lo hizo venir a encontrar al hombre infeliz, ciego, sordo y mudo, lleno de todas las miserias, y Él, para curarlo, tuvo que hacerse cargo de ellas, y, para no meterle miedo, tuvo que mostrarse como uno de ellos, para hermanarlos y darles los medicamentos y remedios necesarios. Si el hombre no pecara sustrayéndose a la Divina Voluntad, Jesús no vendría lleno de majestad.

“Viene en medio de nosotros con el corazón ahogado en sus llamas de amor. Viene como Padre en medio de los hijos que ama mucho… Viene como Rey en medio de los pueblos, no para exigir impuestos o tributos, no, no, viene porque quiere nuestra voluntad, nuestras miserias, nuestras debilidades, todos nuestros males. Su soberanía es propiamente ésta, quiere todo lo que nos hace infelices, inquietos, atormentados, para esconderlo y quemarlo todo con su amor, y correspondernos con Su Voluntad, su amor más tierno, sus riquezas y felicidad, con la paz y la alegría más pura”

(Apelación del Rey de los Reyes)

Tonia Abbattista

  

Noveno exceso de amor: Amor Vencedor

“Mi vida sobre la tierra sirvió para devolver, restablecer, y poner a salvo esta casa que con tanto amor había formado en la criatura”

Durante la Novena de la Santa Navidad, Luisa escuchaba emocionada la voz de Jesús que lloraba al comprobar que, mientras su Amor llenaba a las criaturas, ellas, ingratas, no querían crear vida en ese mar de amor suyo, y se exiliaban de la Patria Celestial.

A Luisa le parecía que el mar de Su Amor se hinchabay hacía ruido, tanto que quería ensordecer a todos, para que no pudieran oír nada más que sus gemidos de amor, sus sollozos repetidos que decían: “dejen de hacerme llorar, démonos el beso de paz, amémonos y seremos felices”. ¡Cuántas escenas conmovedoras se presentaban en la mente de Luisa!

Veía a Jesús que lloraba, sufría, porque quería ser vida de cada criatura, y, en cambio, veía a una multitud de hijos infelices, porque cojos, ciegos, mudos, lisiados. Pero, su Amor no se dio por vencido, quiso añadir el noveno exceso, por eso Luisa advertía las ansiedades, los suspiros de fuego, la llama de los deseos de Jesús, porque quería salir del seno materno para abrazar al hombre, y, con un Amor que Él sólo podía tener, quería tocarlos con sus manos creadoras para curarlos, apretarlos, y decirle a su corazón: “te amo, hijo, recibe mi Amor, y deme el tuyo, y Yo te curaré a fuerza de amor”. Cuántas cuitas de amor obligaban su pequeña Humanidad, que aún no había nacido, a una tal agonía que daba el último aliento. Pero, mientras estaba a punto de exhalar su último aliento, su Divinidad, que era inseparable de Él, Le daba sorbos de vida, y volvía a vivir.

Este fue el noveno exceso de su Amor: agonizar y morir de amor constante por la criatura. Su Humanidad, para satisfacer la Justicia Divina, asumió el compromiso de morir (vol. 20º 24 de diciembre de 1926) tantas veces, por cuantas veces la criatura hizo morir la Voluntad Divina en ella, con la gran afrenta de dar vida a la voluntad humana, matando a la Divina.

Cuánto Le costaban estas muertes, morir y vivir, vivir y morir, fue para Él la pena más desgarradora y constante, tanto más cuanto que la Divinidad, aunque fuera uno con Él, al recibir estas satisfacciones se hacía Justicia y, aunque su Humanidad fuera santa, era un velón ante el Sol inmenso de su Divinidad, y Jesús sentía todo el peso de las satisfacciones que debía darle a este Sol Divino, y la pena de la humanidad decaída que en Él debía resucitar a riesgo de muchas muertes suyas.

Fue el rechazo de la Voluntad Divina creando la suya que formó la ruina de la humanidad decaída, entonces Él debía tener en estado de muerte constante su Humanidad y voluntad humana, para hacer que la Voluntad Divina tuviera vida constante en Él, para extender su Reino. Pero, Jesús le confió a Luisa que en los últimos momentos de su larga esclavitud en el seno materno, su Amor inventó un último exceso: el Amor Vencedor que será la corona de todos los demás excesos.

Él desea vencer a fuerza de amor el corazón de la criatura. Su Amor vencerá a riesgo de esperar siglos. Dios será el vencedor, tendrá su Reino, el Reino de la Divina Voluntad en la tierra.

En un pasaje del 28 de diciembre de 1937 Jesús le reveló a Luisa que Él vino a la tierra para poner a salvo su casa. El hombre es su casa que con tanto amor había formado y en la que, para hacerla digna de Sí, habían concurrido su Potencia y el arte creador de su Sabiduría, tanto que esta casa era un prodigio de su Amor y sus manos creadoras. Pero, desgraciadamente, sustrayéndose a la Divina Voluntad, esta casase convirtió en un lugar que se derrumbaba, oscuro, se convirtió en una casa de enemigos y ladrones, entonces su Encarnarse sirvió para devolver y restablecer y poner a salvo esta casa. Convenía salvarla para poder volver a habitarla. Por eso, como había ofrecido todos los medios para salvar esta casa, era decoroso para Dios poner a salvo el Rey que debía habitar ahí.

El Reino de la Divina Voluntad servirá para poner a salvo ese Fiat rechazado por la criatura, y darle la entrada en su casa, y dejar que reine y domine como el Soberano que es. No sería una obra digna de la Sabiduría Creadora de Dios salvar las casas y permitir que El que debe habitarlas vague, al aire libre, sin Reino ni dominio. Salvar las casas y no salvar a sí mismo sería absurdo, Dios nunca permitirá todo esto, se ha decretado que tendrá su Reino, hará prodigios inauditos para tenerlo. Su gran Amor cumplirá su camino, no se quedará a medias, se liberará de las cadenas, continuará su recorrido llevando el bálsamo a las heridas del querer humano, adornará con frisos divinos estas casas, y con su empero llamará al Fiat Supremo para que las habite y reine dándoles todos los derechos que le corresponden.

Los que viven en la Divina Voluntad puede dar todo y utilizar todos los estratagemas para hacer feliz alInfante Divino y hacerlo sonreír incluso en medio de las lágrimas. Con nuestro amor le preparamos a Jesús una cuna de oro, repitiendo siempre: “tu Voluntad reine en la tierra como en el Cielo”.

“Baja Querer Supremo,

ven a reinar en la tierra,

llena todas las generaciones,

gana y conquista a todos”.

Tonia Abbattista

 

Reflexiones   Salvador Thomassiny

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Por pura obediencia comienzo a escribir.

Tú sabes, oh Señor, el sacrificio que me cuesta hacerlo, y que me sometería a mil muertes antes que escribir una sola línea de las cosas que han pasado entre Tú y yo. ¡Oh mi Dios! Mi naturaleza se estremece, se siente aplastada y casi deshecha al sólo pensarlo. ¡Ah, dame la fuerza, oh vida de mi vida, a fin de que pueda cumplir la santa obediencia! Tú que diste la inspiración al confesor, dame la gracia de poder cumplir lo que me es mandado.

Propiamente quiero entrar en el centro, a fin de quedar toda abismada en esta luz purísima. Haz, oh Sol Divino, que esta luz me preceda delante, me siga junto, me circunde por doquier, se introduzca en los más íntimos escondites de mi interior, a fin de que consumiendo mi ser terreno, lo transformes todo en tu Ser Divino.

Virgen Santísima, Madre amable, ven en mi auxilio, obtenme de tu y mi dulce Jesús gracia y fuerza para cumplir esta obediencia.

Empieza su narración a los 17 años y sólo pone las primeras dos meditaciones:

Y ahora comienzo a la edad de diecisiete años, me preparé a la fiesta de la Santa Navidad practicando diferentes actos de virtud y mortificación, honrando especialmente los nueve meses que Jesús estuvo en el seno materno con nueve horas de meditación al día, referentes siempre al misterio de la Encarnación.

Primera Meditación: Jesús en el Seno del Padre.

El Decreto de la Encarnación.

Como por ejemplo, en una hora me ponía con el pensamiento en el paraíso y me imaginaba a la Santísima Trinidad: Al Padre que mandaba al Hijo a la tierra, al Hijo que prontamente obedecía al Querer del Padre, y al Espíritu Santo que consentía en ello. Mi mente se confundía tanto al contemplar un misterio tan grande, un amor tan recíproco, tan igual, tan fuerte entre Ellos y hacia los hombres; y en la ingratitud de estos, especialmente la mía; que en esto me habría quedado no una hora sino todo el día, pero una voz interna me decía:

 “Basta, ven y mira otros excesos más grandes de mi Amor”.

 En esta primera meditación lo más llamativo es el amor recíproco entre las Tres Divinas Personas, lo cual no es extraño si lo ponemos en relación a Ellos Tres, pero ahora pongamos atención en que lo mismo es hacia nosotros.

Debemos asimilar el que todo el obrar ad extra de Dios, así es, TODO, es hacia el hombre, incluso en las acciones ad intra, mucho del movimiento de amor entre Ellos está dirigido hacia nosotros, por lo que deberíamos de tener un movimiento de correspondencia continuo. Dios todo lo hace para y por nosotros,

¿y nosotros? ¿Cuánto de nuestro obrar lo dirigimos hacia Él? Esto debería de movernos a la reflexión, pero una reflexión llevada a cabo en silencio, en un acto de recogimiento y ante el Espíritu Santo, al que pediremos luz para entender lo que nos aman, y sobre todo lo que esto significa, no sólo para nosotros, sino sobre todo para la Divinidad, y así poder amarlo como quiere ser amado.

Segunda Meditación: Jesús en el seno de su Madre

El Amor que lo reduce a la estrechez y a la inmovilidad.

Entonces mi mente se ponía en el seno materno, y quedaba estupefacta al considerar a aquel Dios tan grande en el Cielo, y ahora tan humillado, empequeñecido, restringido, que casi no podía moverse, ni siquiera respirar. La voz interior me decía:

 “¿Ves cuánto te he amado? ¡Ah! dame un lugar en tu corazón, quita todo lo que no es mío, porque así me darás más facilidad para poderme mover y respirar”.

 Mi corazón se deshacía, le pedía perdón, prometía ser toda suya, me desahogaba en llanto, sin embargo, lo digo para mi confusión, volvía a mis habituales defectos. ¡Oh! Jesús, cuán bueno has sido con esta miserable criatura.

 Y así pasaba la segunda hora del día, y después, poco a poco el resto, que decirlo todo sería aburrir. Y esto lo hacía a veces de rodillas y cuando era impedida a hacerlo por la familia, lo hacía aun trabajando, porque la voz interna no me daba ni tregua ni paz si no hacía lo que quería, así que el trabajo no me era impedimento para hacer lo que debía hacer. Así pasé los días de la novena, cuando llegó la  víspera me sentía más que nunca encendida por un insólito fervor, estaba sola en la recámara cuando se me presenta delante el niño Jesús, todo bello, sí, pero titiritando, en actitud de quererme abrazar, yo me levanté y corrí para abrazarlo, pero en el momento en que iba a estrecharlo desapareció, esto se repitió tres veces. Quedé tan conmovida y encendida de amor, que no sé explicarlo; pero después de algún tiempo no lo tomé más en cuenta, y no se lo dije a nadie, de vez en cuando caía en las acostumbradas faltas. La voz interna no me dejó nunca más, en cada cosa me reprendía, me corregía, me animaba, en una palabra, el Señor hizo conmigo como un buen padre con un hijo que tiende a desviarse, y él usa todas las diligencias, los cuidados para mantenerlo en el recto camino, de modo de formar de él su honor, su gloria, su corona. Pero, ¡oh! Señor, demasiado ingrata te he sido.

 

¡Oh maravilla! El Dios infinito, inmenso, el que contiene todo, el creador de todo, ahora, por amor a su criatura queda unido, fundido en una humanidad creada, desde la cual podrá manifestarse al mundo, y llevar a cabo su doble misión. Doble  por efecto del pecado original.

La primera, la más importante, el vivir en la Divina Voluntad para que, viviendo la vida de toda la familia humana, nos deje ya realizados los actos que la Divinidad decretó que viviera cada criatura, pues éstos fueron creados desde toda la eternidad. Y tratándose de actos divinos, por fuerza debían ser realizados primero por el Dios humanado, y así, viviéndolos Él, nosotros podríamos tomarlos e incorporarlos a nuestra experiencia de vida, uniéndonos de esta manera al acto único (Querer Divino) de Dios, y así que pueda desarrollar su Vida Divina en nosotros, volviendo una realidad aquellas palabras de Jesús: «Yo en ellos, Tú en Mí, para que ellos sean uno con Nosotros COMO TÚ Y YO SOMOS UNO» Esto, lo dejó San Pedro en sus escritos, diciendo: Fuimos creados para ejercitarnos en actos buenos creados  desde toda la eternidad.

Pero todo esto, como el hombre había cerrado la comunicación con su Creador por efecto de la desobediencia y la incorrespondencia, Jesús tiene que rescatar, en primer lugar, al hombre; debe pagar la pena que le correspondía por haber rechazado una Vida y Voluntad Divinas, para luego restituirlo a su finalidad primaria. Esto le ocasiona penas inauditas y en número

incalculable, que tiene que empezar a pagar desde el momento mismo de su encarnación. De ahí la pena del estrechamiento en un seno materno que no le da la libertad al Ser infinito, de moverse, de respirar, pagando con esto la esclavitud voluntaria del hombre, donde la oscuridad que padece es sinónimo de la oscuridad que produce el pecado.

Doble finalidad de Jesús, ahora se convierte en dobles penas, unas para rescatarlo (redimirlo), otras para restituir al Padre lo que la criatura no quiso hacer.

Luego, la petición angustiante: DAME UN LUGAR EN TU CORAZÓN, ya que es ahí donde Él desea habitar. Pero ¿cómo hacer para que entre en mí y se posesione de mi corazón?  No es difícil, Él mismo idea la forma: LA EUCARISTÍA, se deja en ella para que lo recibamos, liberándolo y dándole posibilidad de moverse, de actuar y desarrollar todo aquello que su Padre deseó.

Prestemos atención, quiere ser liberado, quiere el indulto de su condena, y esto lo podemos hacer nosotros, y si vivimos en la Divina Voluntad, entonces ya no tendrá que dejarnos al consumirse las especies, pues se encontrará a Sí mismo en nosotros, quedándose por siempre.

Tercera Meditación: El Amor Devorador

Termino de la novena de navidad. Las 7 meditaciones restantes de la novena de navidad.

Ahora, para obedecer regreso a decir lo que dejé en la página 6 de este primer volumen, esto es, la novena de Navidad, en que de la segunda meditación pasaba a la tercera y una voz interior me decía:

“Hija mía, apoya tu cabeza sobre el seno de mi Mamá, mira dentro de él a mi pequeña Humanidad, mi Amor me devoraba, los incendios, los océanos, los mares inmensos del Amor de mi Divinidad me inundaban, me incineraban, levantaban tan alto sus llamas que se elevaban y se extendían por doquier, a todas las generaciones, desde el primero hasta el último hombre y mi pequeña Humanidad era devorada en medio de tantas llamas, ¿pero sabes tú qué cosa me quería hacer devorar mi Eterno Amor? ¡Ah, a las almas! Y sólo estuve contento cuando las devoré todas, quedando todas concebidas Conmigo, era Dios, debía obrar como Dios, debía tomarlas a todas; mi Amor no me habría dado paz si hubiera excluido a alguna. Ah hija mía, mira bien en el seno de mi Mamá, fija bien los ojos en mi Humanidad recién concebida y en Ella encontrarás a tu alma concebida Conmigo, y también las llamas de mi Amor que te devoraron.

¡Oh, cuánto te he amado y te amo!”.

 Yo me perdía en medio a tanto amor, no sabía salir de ahí, pero una voz me llamaba fuerte diciéndome:

 “Hija mía, esto es nada aún, estréchate más a Mí, dale tus manos a mi amada Mamá a fin de que te tenga estrechada sobre su seno materno, y tú da otra mirada a mi pequeña Humanidad concebida y mira el cuarto exceso de mi Amor”.

 ¿Sabes tú qué cosa me quería hacer devorar mi eterno Amor?

¡Ah, a las almas! Y sólo estuve contento cuando las  devoré todas, quedando todas concebidas conmigo.

En todas las meditaciones de esta novena se hace insistencia en los padecimientos de Jesús. Pero hoy quiero dejarlos de lado, no por considerarlos mínimos o no darles importancia, sino que quiero regocijarme con esta gran verdad y sus consecuencias:

Gracias al amor de Jesús quedé incorporado en Él, este amor no se dio paz hasta vernos a todos dentro de su Humanidad, y ahí sucede el gran prodigio: Él queda concebido en María, y por fuerza, nosotros estando en Él, quedamos concebidos en Ella.

Ahora sé que María verdaderamente es MI Madre, no una Madre adoptiva, conseguida como herencia en el calvario, sino me concibe en Ella, me alimenta al alimentar a Jesús, me hace crecer dentro de su vientre, y me da a luz en el momento del nacimiento de su Niño.

La navidad es ahora no sólo el festejo o recuerdo del nacimiento de Él, sino que todos debemos festejar nuestro nacimiento espiritual en esta misma fecha. Nace nuestro Jesús, y nosotros nacemos en Él. Pero para los hijos de su Divina Voluntad, este nacimiento no queda aislado, sino que se perpetúa en el tiempo, por lo que continuamente nosotros nacemos en Él y Él nace continuamente en nosotros.

Nuestro grito de júbilo: ¡…María es mi verdadera Madre! Resuene como himno de alabanza y amor a nuestro Dios, como himno de alabanza y amor filial a nuestra Madre Santísima. Agradezcamos a nuestro Creador el habernos dado esta Madre tan excelsa. Y esto era lógico, pues ¿cómo podíamos, viviendo en la Divina Voluntad, o sea desarrollando en nosotros la Vida Divina gracias a la fusión con nuestro Jesús, el tener madres diferentes? No nos cansemos de repetirlo, pero sobre todo, de actuar hacia Ella como verdaderos hijos, con ese amor y confianza de hijo, y de esta manera honraremos tanto al Creador como a nuestra Madre.

Cuarta Meditación: El Amor Operante

Que le renueva desde el primer instante las penas de la pasión.

“Hija mía, del amor devorante pasa a mirar mi Amor obrante. Cada alma concebida me llevó el fardo de sus pecados, de sus debilidades y pasiones, y mi Amor me ordenó tomar el fardo de cada uno, y no sólo concebí a las almas, sino las penas de cada una, las satisfacciones que cada una de ellas debía dar a mi Celestial Padre. Así que mi Pasión fue concebida junto Conmigo. Mírame bien en el seno de mi Celestial Mamá. Oh cómo mi pequeña Humanidad era desgarrada, mira bien como mi pequeña cabecita está circundada por una corona de espinas, que ciñéndome  fuerte las sienes me hace derramar ríos de lágrimas de los ojos, y no puedo moverme para secarlas. Ah, muévete a compasión de Mí, sécame los ojos de tanto llanto, tú que tienes los brazos libres para podérmelo hacer, estas espinas son la corona de los tantos pensamientos malos que se agolpan en las mentes humanas, oh, como me pinchan más estos pensamientos que las espinas que produce la tierra, pero mira qué larga crucifixión de nueve meses, no podía mover ni un dedo, ni una mano, ni un pie, estaba aquí siempre inmóvil, no había lugar para poderme mover un poquito, qué larga y dura crucifixión, con el agregado de que todas las obras malas, tomando forma de clavos, me traspasaban manos y pies repetidamente”. Y así continuaba narrándome pena por pena todos los martirios de su pequeña Humanidad, y que quererlas decir todas sería demasiado extenso. Entonces yo me abandonaba al llanto, y oía decir en mi interior:

 “Hija mía, quisiera abrazarte pero no lo puedo hacer, no hay espacio,  estoy inmóvil,  no  lo  puedo  hacer;  quisiera  ir  a ti pero no puedo caminar. Por ahora abrázame y ven tú a Mí, después cuando salga del seno materno iré Yo a ti”.

 Pero mientras con mi fantasía me lo abrazaba, me lo estrechaba fuertemente a mi corazón, una voz interior me decía:

 “Basta por ahora hija mía, y pasa a considerar el quinto exceso de mi Amor”.

 

Oh, inmensidad del amor divino, un Jesús recién concebido, un Jesús que se consume por el deseo de incorporarnos en Él, y esto le acarrea dolores inimaginables, penas y fatigas fuera de nuestro alcance. Y no siendo suficiente, ahora tenemos ante nuestra vista al Jesús que tiene que concebir en Él no sólo nuestras vidas que el Padre había decidido sacar de Sí para vivirlas en nosotros, sino que por efecto de la caída de Adán, para lograr su finalidad primaria que es la anterior, ahora debe concebir en Sí mismo todas nuestras «deudas» junto con la pena que cada una de éstas merecía.

Dios es infinito en todos sus atributos: infinito en potencia, infinito en bondad, en amor, etc., pero se nos olvida que también es infinito en justicia, por lo que exige el pago de todas y cada una de nuestras deudas ocasionadas no sólo por el pecado personal actual, sino por cada acto que no cumpla con la finalidad de nuestra creación, o sea, desarrollar en él una Vida Divina gracias a la unión con la Divina Voluntad. Infinito el amor de Dios, sí,  pero no puede por este amor, perdonar sin exigir el pago debido. Nos cuestionamos: ¿no podría haber perdonado, por amor, sin exigir los sufrimientos de Jesús? Y en la mente se forman ideas muy alejadas a la realidad. Y es precisamente aquí donde entra  el amor infinito, pues Él pide que toda la pena que la familia humana merece sea pagada por Él, equilibrándose de esta manera la justicia con el amor.

Qué razón tenía Luisa cuando dice que para entender el amor divino, el amor de Jesús, es necesario ser «TODO AMOR», y ella pide ser transformada toda en amor. ¿Y nosotros? ¿No quisiéramos ser transformados en amor? Este trabajo le corresponde a Jesús, a nosotros sólo nos queda conocer, disponernos, desapegarnos de todo, pues el amor es dar, y si pido ser transformado todo en amor, lo que estoy pidiendo es no quedarme con NADA de lo mío. Entonces podremos entender el amor divino, y acompañaremos a Jesús no sólo en los momentos de permanencia dentro de María Santísima, en sus sufrimientos dentro de Ella, sino que podremos penetrar en sus dos pasiones desconocidas: La pasión del amor y la del pecado, ante las cuales, la que le infringieron los judíos se puede llamar alivio.

Quinta Meditación: El Amor abandonado

En Amarga Soledad

Entonces la voz interior seguía: “Hija mía, no te alejes de Mí, no me dejes solo, mi Amor quiere compañía, este es otro exceso de mi Amor el no querer estar solo. ¿Pero sabes tú  de quién quiere esta compañía? De la criatura. Mira, en el seno de mi Mamá, Conmigo están todas las criaturas concebidas junto Conmigo. Yo estoy con ellas todo amor, quiero decirles cuánto las amo, quiero hablar con ellas para decirles mis alegrías y mis dolores, para decirles que he venido en medio de ellas para hacerlas felices, para consolarlas, y que estaré en medio de ellas como su hermanito dando a cada una todos mis bienes, mi reino, a costa de mi muerte. Quiero darles mis besos, mis caricias; quiero entretenerme con ellas, pero, ay, cuántos dolores me dan, quién me huye, quién se hace la sorda y me reduce al silencio, quién desprecia mis bienes y no se preocupan de mi reino y corresponden mis besos y caricias con el descuido y el olvido de Mí, y mi entretenimiento lo convierten en amargo llanto. ¡Oh, cómo estoy solo, a pesar de estar en medio de tantos! ¡Oh, cómo me pesa mi soledad! no tengo a quien decir una palabra, con quien hacer un desahogo de amor; estoy siempre triste y taciturno, porque si hablo no soy escuchado. ¡Ah, hija mía, te pido, te suplico que no me dejes solo en tanta soledad! dame el bien de hacerme hablar con escucharme, presta oídos a mis enseñanzas, Yo soy el maestro de los maestros. Cuántas cosas quiero enseñarte. Si me escuchas me harás dejar de llorar y me entretendré contigo, ¿no quieres tú entretenerte Conmigo?”. Y mientras me abandonaba en Él, compadeciéndolo en su soledad, la voz interior continuaba:

 “Basta, basta, pasa a considerar el 6º exceso de mi Amor”.

 

«Ámenme, ámenme, no quiero otra cosa que amor, el no ser amado es el más grande de mis dolores».

Mi Amor quiere compañía:

1.- «Si supieras cómo deseo, suspiro, amo la compañía de la criatura! Es tanto, que si al crear al hombre dije: «No es bueno que el hombre esté solo, hagamos otra criatura que lo asemeje y le haga compañía, a fin de que uno forme la delicia del otro.» Estas mismas palabras, antes de crear al hombre las dije a mi amor: «No quiero estar solo, sino quiero a la criatura en mi compañía, quiero crearla para entretenerme con ella, para compartir con ella todos mis contentos, con su compañía me desahogaré en el amor».

2.- «Hija mía, éste es mi objetivo, quiero que mi Voluntad sea vida de la criatura, para tenerla junto Conmigo para hacerla amar con mi amor, obrar en mis obras, en suma, es la compañía que quiero en mis actos, no quiero estar solo, y si no fuera así, ¿para qué entonces llamar a la criatura en mi Voluntad si Yo debía permanecer como Dios aislado, y ella sola, sin tomar parte en nuestras obras divinas?»

Y podríamos continuar poniendo citas donde manifiesta el no querer estar solo. Enorme responsabilidad nos deja, hacerle compañía VOLUNTARIAMENTE, no forzado, pero el dolor se acentúa en su Persona, pues casi nadie quiere acompañarlo, a nadie le interesa el haber sido creado para esto, el tener en nuestra naturaleza todo lo necesario para recibir Vida Divina y compartir con nuestro Dios todo lo que Él es.

Hasta hace poco, nos era suficiente el pensar en la salvación, en la visión beatífica, y nos esforzábamos en conseguirla. Y ahora que la misma Divinidad nos comunica nuestra verdadera finalidad, el inmenso honor de haber sido creados para recibir en nosotros la Vida de nuestro Creador para hacerle UNA DIGNA COMPAÑÍA, nuestro «respeto humano», que no es virtud sino vicio, nuestros esquemas, temor, falsa humildad, etc., nos induce a poner dudas, temores, reservas, y no queremos lanzarnos en el océano inmenso de la Divina Voluntad, donde Ella hará todo el trabajo para ponernos a su altura, y cumplir así la finalidad del vivir en Ella: «DAR DIOS A DIOS«

Sexta Meditación: El Amor sofocado y confinado.

En las tinieblas del pecado y de la ingratitud.

 “Hija mía, ven, ruega a mi amada Mamá que te haga un lugarcito en su seno materno, a fin de que tú misma veas el estado doloroso en el cual me encuentro”.

 Entonces me parecía con el pensamiento, que nuestra Reina Mamá, para contentar a Jesús me hacía un pequeño lugar y me ponía dentro. Pero era tal y tanta la oscuridad que no lo veía, sólo oía su respiro y Él en mi interior seguía diciéndome:

 “Hija mía, mira otro exceso de mi Amor. Yo soy la luz eterna, el sol es una sombra de mi luz, pero ve adonde me ha conducido mi Amor, en qué oscura prisión estoy, no hay ni un rayo de luz, siempre es noche para Mí, pero noche sin estrellas, sin reposo, siempre despierto, ¡qué pena!, la estrechez de la prisión, sin poderme mínimamente mover, las tinieblas tupidas; hasta el respiro, respiro por medio del respiro de mi Mamá, ¡oh, cómo es cansado! Y además, agrega las tinieblas de las culpas de las criaturas, cada culpa era una noche para Mí, las que uniéndose juntas formaban un abismo de oscuridad sin confines. ¡Qué pena! ¡oh exceso de mi Amor, hacerme pasar de una inmensidad de luz, de amplitud, a una profundidad de densas tinieblas y de tales estrecheces, hasta faltarme la libertad del respiro, y esto, todo por amor de las criaturas!”

 Y mientras esto decía gemía, casi con gemidos sofocados por falta de espacio, y lloraba. Yo me deshacía en llanto, le agradecía, lo compadecía, quería hacerle un poco de luz con mi amor como Él me decía, ¿pero quién puede decirlo todo?

La misma voz interna agregaba:

 “Basta por ahora. Pasa al séptimo exceso de mi Amor”.

 

Dos maravillosas expectativas surgen a nuestra mente al introducirnos en estos primeros instantes de vida de nuestro Jesús, su vida dentro de nuestra Madre (ahora sí, ya tenemos la seguridad que en verdad es nuestra Madre) nos abre un campo infinito de amor divino hacia nosotros.

En primer lugar nos ratifica que estamos junto con Él en el seno materno, y cosa curiosa, nos dice que pidamos a la Virgen nos haga un lugarcito. Pero si ya estábamos en Él, ¿por qué esta petición? Sencillo, quiere una compañía que sea, en primer lugar espectadora de su estado para darnos cuenta de lo que me ama, de las estrecheces a las que se somete, y de cómo, incluso, por amor renuncia a sus prerrogativas que le corresponden por naturaleza (Él es la luz), sometiéndose voluntariamente a las tinieblas que el hombre se ha formado rechazando a Dios. Y en segundo lugar, una compañía que inflamada de amor al igual que Él, se convierta en luz para iluminarlo a Él en tantas tinieblas.

Pero ¿cómo hacerlo? Seguramente la Virgen no nos negará el lugar, incluso se sentirá feliz de saber que hay un hijo de Ella que se esfuerza por aliviar las penas de su Jesús convirtiéndose en amor, y por ende en luz. El problema inicia cuando nos debemos transformar en amor, pues esto implica una TOTAL TRANSFORMACIÓN. La criatura por su naturaleza de ser humano caído (pecado original) es egoísta, insegura, temerosa, llevada a la satisfacción de sí misma, y a la negación al dolor y al sufrimiento, cuando que el amor es arrojo, es negación, es donarse, es búsqueda de la satisfacción del ser amado, es pérdida de lo propio para vivir a expensas de lo del amado. En una palabra: Perder TODO, para poder ganar TODO.

¿Lo haremos? ¿Él, Hombre-Dios renuncia a lo divino por una criatura humana, tomando sobre Sí todas nuestras miserias. Y nosotros, criaturas humanas no renunciaremos a nuestras miserias por un Dios, tomando todos los bienes divinos.

Séptima Meditación: El Amor no correspondido y herido.

Por la ingratitud de las criaturas.

La voz interior continuaba: “Hija mía, no me dejes solo en tanta soledad y en tanta oscuridad, no salgas del seno de mi Mamá para que veas el séptimo exceso de mi Amor. Escúchame, en el seno de mi Padre Celestial Yo era plenamente feliz, no había bien que no poseyera, alegría, felicidad, todo estaba a mi disposición; los ángeles reverentes me adoraban y estaban a mis órdenes. Ah, el exceso de mi Amor, podría decir que me hizo cambiar fortuna, me restringió en esta tétrica prisión, me despojó de todas mis alegrías, felicidad y bienes para vestirme con todas las infelicidades de las criaturas, y todo esto para hacer el cambio, para dar a ellas mi fortuna, mis alegrías y mi felicidad eterna. Pero esto habría sido nada si no hubiera encontrado en ellas suma ingratitud y obstinada perfidia. Oh, cómo mi Amor eterno quedó sorprendido ante tanta ingratitud y lloró la obstinación y perfidia del hombre. La ingratitud fue la espina más punzante que me traspasó el corazón desde mi concepción hasta el último instante de mi Vida, hasta mi muerte. Mira mi corazoncito, está herido y gotea sangre. ¡Qué pena! ¡Qué dolor siento! Hija mía,  no seas ingrata; la ingratitud es la pena más dura para tu Jesús, es cerrarme en la cara las puertas para dejarme afuera, aterido de frío. Pero ante tanta ingratitud mi Amor no se detuvo y se puso en actitud de Amor suplicante, orante, gimiente y mendigante, y éste es el octavo exceso de mi Amor”.

 

Ya hemos hablado del intercambio entre Jesús y nosotros, Él nos da su realeza, su felicidad, sus bienes divinos, y toma de nosotros nuestras miserias, debilidades, vicios, etc. Así que no entraremos nuevamente en esto.

Quisiera poner el acento sobre la ingratitud, y no yo, sino Jesús mismo nos dirá lo que representa este vicio para Él:

1.- «Compadéceme si te soy causa de aflicción, porque de vez en cuando siento toda la necesidad de desahogar en palabras, con mis almas dilectas, mi dolor sobre la ingratitud de los hombres, para mover sus corazones a repararme en tantos excesos, y a compasión de los mismos hombres».

2.- «Hija mía, la ingratitud humana es horrenda; no sólo los sacramentos, la gracia, las luces, las ayudas que doy al hombre, sino también las mismas dotes naturales que le he dado, todas son luces que sirven para encaminarlo en el camino del bien, y por lo tanto para encontrar la propia felicidad, y el hombre convirtiendo todo esto en tinieblas, busca allí la propia ruina, y mientras allí busca la ruina dice que busca mi propio bien; ésta es la condición del hombre, ¿se puede dar ceguera e ingratitud más grande que ésta?

3.- «Hija mía, ¿has visto cómo las almas vuelven vanas mis ternuras de amor? Yo voy atando los corazones para unirlos tanto Conmigo, de hacerles perder todo lo que es humano, y ellos en lugar de dejarme hacer, viendo perdido lo que es humano pierden el aire, se afanan, se debaten y quieren también mirarse un poquito ellos mismos cómo son fríos, áridos, calientes. Con este mirarse ellos mismos, afanarse, debatirse, se afloja el nudo hecho por Mí y quieren estar Conmigo pero algo lejos, no estrechados en modo de no sentirse más ellos mismos, esto me aflige sobremanera y me impiden mis juegos de amor; y no te creas que son las almas que están lejos de ti, son también aquellas que te circundan, tú les harás entender bien este disgusto que me dan, y que si no se dejan estrechar por Mí hasta

perder el propio sentir, jamás podré extender en ellos mis gracias, mis carismas, ¿has entendido?»

4.- Si tú supieras cuánto sufro, pero la ingratitud de las criaturas a esto me obliga, los pecados enormes, la incredulidad, el querer casi desafiarme, y todo esto es lo menos, si te dijera de la parte religiosa, ¡cuántos sacrilegios! ¡Cuántas rebeliones! ¡Cuántos que se fingen hijos míos y son mis más encarnizados enemigos! Estos fingidos hijos son usurpadores, interesados, incrédulos, sus corazones son cloacas de vicios, y estos hijos serán los primeros en desatar la guerra contra la Iglesia y buscarán matar a su propia Madre, ¡oh, cuántos están ya listos para desatarla!

5.- La segunda herida mortal de mi corazón es la ingratitud. La criatura con la ingratitud cierra mi corazón, más bien, ella misma da dos vueltas a la llave, y mi corazón se hincha porque quiere derramar gracias, amor, y no puede, porque la criatura me los ha encerrado y ha puesto el sello con la ingratitud, y Yo doy en delirio, desvarío sin esperanza de que esta herida me sea  curada, porque la ingratitud me la va haciendo siempre más profunda, dándome pena mortal.

Y así podríamos continuar, pero creo que lo expuesto es suficiente para que emprendamos un profundo análisis, para descubrir, si es que existe en nosotros esta ingratitud, y de ser así la extirpemos para no herir más a nuestro Jesús.

Octava Meditación: El Amor mendicante, gimiente y suplicante.

“Hija mía, no me dejes solo, apoya tu cabeza sobre el seno de mi amada Mamá, porque también desde afuera oirás mis gemidos, mis súplicas, y viendo que ni mis gemidos ni mis súplicas mueven a compasión de mi Amor a la criatura, me pongo en actitud del más pobre de los mendigos y extendiendo mi pequeña manita, pido por piedad, al menos a título de limosna sus almas, sus afectos y sus corazones. Mi Amor quería vencer a cualquier costo el corazón del hombre, y viendo que después de siete excesos de mi Amor permanecía reacio, se hacía el sordo, no se ocupaba de Mí ni se quería dar a Mí, mi Amor quiso ir más allá, debería haberse detenido, pero no, quiso salir más allá de sus límites, y desde el seno de mi Mamá Yo hacía llegar mi voz a cada corazón con los modos más insinuantes, con los ruegos  más  fervientes,  con  las  palabras  más penetrantes.

¿Pero sabes qué les decía? “Hijo mío, dame tu corazón, todo lo que tú quieras Yo te daré con tal que me des a cambio tu corazón; he descendido del Cielo para tomarlo, ¡ah, no me lo niegues! ¡no defraudes mis esperanzas!” Y viéndolo reacio, y que muchos me volteaban la espalda, pasaba a los gemidos, juntaba mis pequeñas manitas y llorando, con voz sofocada por los sollozos le añadía: “¡Ay, ay! soy el pequeño mendigo,

¿ni siquiera de limosna quieres darme tu corazón?” ¿No es esto un exceso más grande de mi Amor, que el Creador para acercarse a la criatura tome la forma de un pequeño niño para no infundirle temor, y pida al menos como limosna el corazón de la criatura, y viendo que ella no se lo quiere dar ruega, gime y llora?”.

 Después me decía: “¿Y tú no quieres darme tu corazón? ¿Tal vez también tú quieres que gima, que ruegue y llore para que me des tu corazón? ¿Quieres negarme la limosna que te pido?”.

 Y mientras esto decía oía como si sollozara, y yo le dije: “Mi Jesús, no llores, te dono mi corazón y toda yo misma”. Entonces la voz interna continuaba: “Sigue más adelante, y pasa al noveno exceso de mi Amor”.

 

Nos acercamos al final de su permanencia en el vientre de María, y ahora nos pide que desde fuera de este vientre pongamos atención, pues desde ahí se alcanzan a escuchar sus gemidos por la incorrespondencia de sus criaturas, con lo que se podrá comprender lo que sufre.

La Segunda Persona de la Trinidad, Dios como el Padre, consubstancial con Él, poseedor por naturaleza de todos los bienes y toda la felicidad posible, gimiendo por la ingratitud de la criatura.

Por mucho, muchísimo menos Dios castigaba al pueblo de Israel, arrojó de su presencia a su ungido Saúl, privó a Moisés de la entrada a la tierra prometida, etc., y ahora convertido…. ¡POR AMOR! en mendigo, mendigando, suplicando a una criatura tan inferior, que hasta una vil hormiga era superior a él, puesto que ésta permanecía en el punto de su creación. Era el hombre el único ser que había dicho NO a su Creador, el único que lo puso en dolor, a pesar de haber sido tan privilegiado, escogido a tan alta misión de servir de compañía a su Dios, a su Creador, de poder vivir en él la mismísima Vida divina.

Él es Amor, nosotros fuimos creados puro amor, la criatura no es otra cosa que un complejo de amor, que Él quería fuera usado para amarlo y entablar una continua relación de amor, y sin embargo, ahora, por la ingratitud ve en nosotros su Amor profanado, contaminado en otro uso, amando a las criaturas, a

las cosas creadas, amando las pasiones, amando al mismo pecado, amándonos a nosotros mismos sin amarlo a Él. Éste es el pecado de satanás, éste es el pecado de Adán, éste es nuestro pecado: Amar la maravilla puesta en nosotros y en las criaturas por Dios, pero dejándolo a un lado, sin querer reconocerlo, darle el agradecimiento que se le debe.

Hagamos una pausa en nuestro camino, reflexionemos y reconozcamos que todo lo nuestro es de Él, Él nos lo dio, y volvámonos criaturas amantes de nuestro Jesús, poniendo fin a su dolor y sufrimiento.

Novena Meditación: Amor agonizante que quiere ser vencedor

“Hija mía, mi estado es siempre más doloroso,  si me amas, tu mirada tenla fija en Mí, para que veas si puedes dar a tu pequeño Jesús algún consuelo, una palabrita de amor, una caricia, un beso, que dé tregua a mi llanto y a mis aflicciones. Escucha hija mía, después de haber dado ocho excesos de mi Amor, y que el hombre tan malamente me correspondió, mi Amor no se dio por vencido, y al octavo exceso quiso agregar el noveno, y este fueron las ansias, los suspiros de fuego, las llamas de los deseos de que quería salir del seno materno para abrazar al hombre, y esto reducía a mi pequeña Humanidad aun no nacida a una agonía tal que estaba a punto de dar mi último respiro. Y mientras estaba por darlo, mi Divinidad que era inseparable de Mí, me daba sorbos de vida, y así retomaba de nuevo la vida para continuar mi agonía y volver a morir nuevamente. Este fue el noveno exceso de mi Amor, agonizar y morir continuamente de amor por la criatura. ¡Oh, qué larga agonía de nueve meses! ¡Oh, cómo el amor me sofocaba y me hacía morir! Y si no hubiera tenido la Divinidad Conmigo, que me daba continuamente la vida cada vez que estaba por morir, el amor me habría consumado antes de salir a la luz del día”. Después agregaba:

 “Mírame, escúchame como agonizo, como mi pequeño corazón late, se afana, arde; mírame, ahora muero”.   Y hacía un profundo silencio. Yo me sentía morir, se me helaba la sangre en las venas y temblando le decía: “Amor mío, Vida mía, no mueras, no me dejes sola, Tú quieres amor y yo te amaré, no te dejaré más, dame tus llamas para poderte amar más y consumarme toda por Ti”.

 ¿Cuántas veces hemos sufrido por una persona a la que  amamos pero que no somos correspondidos por ella? Amamos  al amigo(a), al esposo(a), al hijo(a), a nuestros padres. Bello el amor, pero qué dolor tan traspasante cuando la persona en cuestión no acepta este amor.

Para decir que amamos es necesario poseer el objeto amado, pues nadie ama lo que no posee, y aquí viene el problema: Yo amo a una mujer, la he llegado a conocer tanto, hemos llegado a convivir y congeniar de tal manera, que AHORA LA POSEO, PERO COMO VIDA, no en posesión esclavizante, no una posesión donde la persona amada pierda su libertad, no, sino que ella se vuelve el motor, el primer impulso de mi vida, la razón de mi existir y de mi obrar. De esta manera es que llego a poseer a la persona amada, así que si alguien pierde la libertad, soy yo, el que amo, pues todo en mí se encuentra fijado a ella, ella me pertenece COMO VIDA, y sin ella la vida me falta, se aleja y esto me asfixia y siento venir a menos todas mis funciones.

Jesús nos ama, pero con un amor perfectísimo, por lo tanto nos posee, pero nos posee como vida, como único impulso y única finalidad de su existir.

¿Entenderíamos esto? Creo que sí, si en verdad alguna vez hemos amado y no hemos sido correspondidos, de otra manera simplemente lo podríamos imaginar, pero qué dolor causa el sólo hacerlo, ¿no es verdad? Aunque en nosotros es simplemente afectivo, nuestra vida en realidad no se ve afectada, pero en Él es una realidad no solo afectiva sino real, recordemos que somos sus miembros.

Pues esto es lo que nuestro Jesús nos está comunicando, su humanidad siente la muerte, y si no moría era por la potencia de su Divinidad que le comunicaba nuevamente la vida. Qué

sufrimiento tan atroz, casi morir, reavivarse por la potencia del Padre, pero no para vivir, sino para someterse nuevamente a la agonía, y así sucesivamente, y todo esto por nosotros, ingratos. De ahí su petición de darle aunque sea un pequeño refrigerio, un alivio.

Nos posee, somos su vida, pero le fallamos. Si nosotros lo amamos, lo POSEEMOS como vida nuestra, y Él nunca nos falla, Él es el inmutable, nunca, nunca se cambia, nunca viene a menos su amor. He aquí el mecanismo por el cual en la Divina Voluntad se llega a ser una sola cosa con Él: Él es mi vida, yo soy su vida, por lo que esto nos funde para formar una sola vida entre los dos; la vida la forman las obras, pues donde no hay movimiento no hay vida, por tanto sus obras y las nuestras llegan a ser las mismas, poniéndonos en igualdad de obras, y por tanto, de vida.

Como último punto debemos recordar que la pasión de Jesús no es algo que ya pasó, no, sino que todo lo que hizo quedó EN ACTO, o sea está presente continuamente, por lo que este sufrimiento es actual, en cada acto de desamor nuestro, Él está en dicha agonía.

Amémoslo.

Fiat

Salvador Thomassiny

 
 
 
 
 

 

NOVENA (NUEVE DIAS-MESES DE EMBARAZO) DE PREPARACION PARA LA NAVIDAD

Novena completa de la Santa Navidad

Luisa Piccarreta

Novena de la NAVIDAD

Novena de la Santa Navidad.  A la edad de diecisiete años me preparé a la fiesta de la Santa Navidad practicando diferentes actos de virtud y mortificación, honrando especialmente los nueve meses que Jesús estuvo en el seno materno con nueve horas de meditación al día, referentes siempre al misterio de la Encarnación.

PRIMER DIA (1º).–  Como por ejemplo, en una hora me ponía con el pensamiento en el paraíso y me imaginaba a la Santísima Trinidad:  Al Padre que mandaba al Hijo a la tierra, al Hijo que prontamente obedecía al Querer del Padre, y al Espíritu Santo que consentía en ello.  Mi mente se confundía tanto al contemplar un misterio tan grande, un amor tan recíproco, tan igual, tan fuerte entre Ellos y hacia los hombres, y en la ingratitud de estos, especialmente la mía, que en esto me habría quedado no una hora sino todo el día, pero una voz interna me decía:

“Basta, ven y mira otros excesos más grandes de mi Amor.”

 SEGUNDO DIA (2º).-  Entonces mi mente se ponía en el seno materno y quedaba estupefacta al considerar a aquel Dios tan grande en el Cielo y ahora tan humillado, empequeñecido, restringido, que casi no podía moverse, ni siquiera respirar.  La voz interior me decía:

“¿Ves cuánto te he amado?  ¡Ah! dame un lugar en tu corazón,  quita todo lo que no es mío, porque así me darás más facilidad para poderme mover y respirar.”

Mi corazón se deshacía, le pedía perdón, prometía ser toda suya, me desahogaba en llanto, sin embargo, lo digo para mi confusión, volvía a mis habituales defectos.  ¡Oh! Jesús, cuán bueno has sido con esta miserable criatura.

 TERCER DIA (3º).-  “Hija mía, apoya tu cabeza sobre el seno de mi Mamá, mira dentro de él a mi pequeña Humanidad.  Mi Amor me devoraba, los incendios, los océanos, los mares inmensos del Amor de mi Divinidad me inundaban, me incineraban, levantaban tan alto sus llamas que se elevaban y se extendían por doquier, a todas las generaciones, desde el primero hasta el último hombre, y mi pequeña Humanidad era devorada en medio de tantas llamas, ¿pero sabes tú qué cosa me quería hacer devorar mi eterno Amor?  ¡Ah, a las almas!  Y sólo estuve contento cuando las devoré todas, quedando todas concebidas conmigo; era Dios, debía obrar como Dios, debía tomarlas a todas; mi Amor no me habría dado paz si hubiera excluido a alguna.  Ah hija mía, mira bien en el seno de mi Mamá, fija bien los ojos en mi Humanidad recién concebida y en Ella encontrarás a tu alma concebida conmigo y también las llamas de mi Amor que te devoraron.  ¡Oh, cuánto te he amado y te amo!”

Yo me perdía en medio a tanto amor, no sabía salir de ahí, pero una voz me llamaba fuerte diciéndome:

“Hija mía, esto es nada aún, estréchate más a Mí, dale tus manos a mi amada Mamá a fin de que te tenga estrechada sobre su seno materno, y tú da otra mirada a mi pequeña Humanidad concebida y mira el cuarto exceso de mi Amor.”

 CUARTO DIA (4º).-  “Hija mía, del amor devorante pasa a mirar mi amor obrante.  Cada alma concebida me llevó el fardo de sus pecados, de sus debilidades y pasiones, y mi Amor me ordenó tomar el fardo de cada uno, y no sólo concebí a las almas sino las penas de cada una, las satisfacciones que cada una de ellas debía dar a mi Celestial Padre.  Así que mi Pasión fue concebida junto conmigo.  Mírame bien en el seno de mi Celestial Mamá, oh cómo mi pequeña Humanidad era desgarrada, mira bien como mi pequeña cabecita está circundada por una corona de espinas, que ciñéndome fuerte las sienes me hace derramar ríos de lágrimas de los ojos, y no puedo moverme para secarlas.  Ah, muévete a compasión de Mí, sécame los ojos de tanto llanto, tú que tienes los brazos libres para podermelo hacer.  Estas espinas son la corona de los tantos pensamientos malos que se agolpan en las mentes humanas, oh, como me pinchan más estos pensamientos que las espinas que produce la tierra, pero mira qué larga crucifixión de nueve meses, no podía mover ni un dedo, ni una mano, ni un pie, estaba aquí siempre inmóvil, no había lugar para poderme mover un poquito, qué larga y dura crucifixión, con el agregado de que todas las obras malas, tomando forma de clavos, me traspasaban manos y pies repetidamente.”  Y así continuaba narrándome pena por pena todos los martirios de su pequeña Humanidad, y que quererlas decir todas sería demasiado extenso.  Entonces yo me abandonaba al llanto, y oía decir en mi interior:

“Hija mía, quisiera abrazarte pero no lo puedo hacer, no hay espacio, estoy inmóvil, no lo puedo hacer; quisiera ir a ti pero no puedo caminar.  Por ahora abrázame y ven tú a Mí, y después cuando salga del seno materno iré Yo a ti.”

Pero mientras con mi fantasía me lo abrazaba, me lo estrechaba fuertemente a mi corazón, una voz interior me decía:

“Basta por ahora hija mía, y pasa a considerar el quinto exceso de mi Amor.”

QUINTO DIA (5º).-  Entonces la voz interior seguía:  “Hija mía, no te alejes de Mí, no me dejes solo, mi Amor quiere compañía, este es otro exceso de mi Amor, el no querer estar solo.  ¿Pero sabes tú de quién quiere esta compañía?  De la criatura.  Mira, en el seno de mi Mamá, conmigo están todas las criaturas concebidas junto conmigo.  Yo estoy con ellas todo amor, quiero decirles cuánto las amo, quiero hablar con ellas para decirles mis alegrías y mis dolores, para decirles que he venido en medio de ellas para hacerlas felices, para consolarlas, y que estaré en medio de ellas como un hermanito dando a cada una todos mis bienes, mi reino, a costa de mi muerte; quiero darles mis besos, mis caricias; quiero entretenerme con ellas, pero, ay, cuántos dolores me dan, quién me huye, quién se hace la sorda y me reduce al silencio, quién desprecia mis bienes y no se preocupan de mi reino y corresponden mis besos y caricias con el descuido y el olvido de Mí, y mi entretenimiento lo convierten en amargo llanto.  ¡Oh, cómo estoy solo a pesar de estar en medio de tantos!  ¡Oh, cómo me pesa mi soledad!  No tengo a quien decir una palabra, con quien hacer un desahogo de amor; estoy siempre triste y taciturno porque si hablo no soy escuchado.  ¡Ah, hija mía, te pido, te suplico que no me dejes solo en tanta soledad!  Dame el bien de hacerme hablar con escucharme, presta oídos a mis enseñanzas, Yo soy el maestro de los maestros.  Cuántas cosas quiero enseñarte, si me escuchas me harás dejar de llorar y me entretendré contigo.  ¿No quieres tú entretenerte conmigo?”

Y mientras me abandonaba en Él, compadeciéndolo en su soledad, la voz interior continuaba:  “Basta, basta, pasa a considerar el 6º exceso de mi Amor.”

SEXTO DIA (6º).-  “Hija mía, ven, ruega a mi amada Mamá que te haga un lugarcito en su seno materno, a fin de que tú misma veas el estado doloroso en el cual me encuentro.” Entonces me parecía con el pensamiento, que nuestra Reina Mamá, para contentar a Jesús me hacía un pequeño lugar y me ponía dentro.  Pero era tal y tanta la oscuridad que no lo veía, sólo oía su respiro y Él en mi interior seguía diciéndome:

“Hija mía, mira otro exceso de mi Amor.  Yo soy la luz eterna, el sol es una sombra de mi luz, pero ve adonde me ha conducido mi Amor, en qué oscura prisión estoy, no hay ni un rayo de luz, siempre es noche para Mí, pero noche sin estrellas, sin reposo, siempre despierto, ¡qué pena!, la estrechez de la prisión, sin poderme mínimamente mover, las tinieblas tupidas; hasta el respiro, respiro por medio del respiro de mi Mamá, ¡oh, cómo es cansado!  Y además agrega las tinieblas de las culpas de las criaturas, cada culpa era una noche para Mí, las que uniéndose juntas formaban un abismo de oscuridad sin confines.  ¡Qué pena!  ¡Oh exceso de mi Amor, hacerme pasar de una inmensidad de luz, de amplitud, a una profundidad de densas tinieblas y de tales estrechuras, hasta faltarme la libertad del respiro, y esto, todo por amor de las criaturas!”

Y mientras esto decía gemía con gemidos sofocados por falta de espacio, y lloraba.  Yo me deshacía en llanto, le agradecía, lo compadecía, quería hacerle un poco de luz con mi amor como Él me decía, ¿pero quién puede decirlo todo?  La misma voz interna agregaba:

“Basta por ahora.  Pasa al séptimo exceso de mi Amor.”

 SEPTIMO DIA (7º).-  La voz interior continuaba:  “Hija mía, no me dejes solo en tanta soledad y en tanta oscuridad, no salgas del seno de mi Mamá para que veas el séptimo exceso de mi Amor.  Escúchame, en el seno de mi Padre Celestial Yo era plenamente feliz, no había bien que no poseyera, alegría, felicidad, todo estaba a mi disposición; los ángeles reverentes me adoraban y estaban a mis órdenes.  Ah, el exceso de mi Amor, podría decir que me hizo cambiar fortuna, me restringió en esta tétrica prisión, me despojó de todas mis alegrías, felicidad y bienes para vestirme con todas las infelicidades de las criaturas, y todo esto para hacer el cambio, para dar a ellas mi fortuna, mis alegrías y mi felicidad eterna.  Pero esto habría sido nada si no hubiera encontrado en ellas suma ingratitud y obstinada perfidia.  Oh, como mi Amor eterno quedó sorprendido ante tanta ingratitud y lloró la obstinación y perfidia del hombre.  La ingratitud fue la espina más punzante que me traspasó el corazón desde mi concepción hasta el último instante de mi Vida, hasta mi muerte.  Mira mi corazoncito, está herido y gotea sangre.  ¡Qué pena!  ¡Qué dolor siento!  Hija mía, no seas ingrata; la ingratitud es la pena más dura para tu Jesús, es cerrarme en la cara las puertas para dejarme afuera, aterido de frío.  Pero ante tanta ingratitud mi Amor no se detuvo y se puso en actitud de amor suplicante, orante, gimiente y mendigante, y este es el octavo exceso de mi Amor.”

 OCTAVO DIA (8º).-  “Hija mía, no me dejes solo, apoya tu cabeza sobre el seno de mi amada Mamá, porque también desde afuera oirás mis gemidos, mis súplicas, y viendo que ni mis gemidos ni mis súplicas mueven a compasión de mi Amor a la criatura, me pongo en actitud del más pobre de los mendigos y extendiendo mi pequeña manita, pido por piedad, al menos a título de limosna sus almas, sus afectos y sus corazones.  Mi Amor quería vencer a cualquier costo el corazón del hombre, y viendo que después de siete excesos de mi Amor permanecía reacio, se hacía el sordo, no se ocupaba de Mí ni se quería dar a Mí, mi Amor quiso ir más allá, debería haberse detenido, pero no, quiso salir más allá de sus límites y desde el seno de mi Mamá Yo hacía llegar mi voz a cada corazón con los modos más insinuantes, con los ruegos más fervientes, con las palabras más penetrantes.  ¿Pero sabes qué les decía?  “Hijo mío, dame tu corazón, todo lo que tú quieras Yo te daré con tal de que me des a cambio tu corazón, he descendido del Cielo para tomarlo, ¡ah, no me lo niegues!  ¡No defraudes mis esperanzas!”  Y viéndolo reacio y que muchos me volteaban la espalda, pasaba a los gemidos, juntaba mis pequeñas manitas y llorando, con voz sofocada por los sollozos le añadía:  “¡Ay, ay! soy el pequeño mendigo, ¿ni siquiera de limosna quieres darme tu corazón?”  ¿No es esto un exceso más grande de mi Amor, que el Creador para acercarse a la criatura tome la forma de un pequeño niño para no infundirle temor, y pida al menos como limosna el corazón de la criatura, y viendo que ella no se lo quiere dar ruega, gime y llora?”

Después me decía:  “¿Y tú no quieres darme tu corazón?  ¿Tal vez también tú quieres que gima, que ruegue y llore para que me des tu corazón?  ¿Quieres negarme la limosna que te pido?”

Y mientras esto decía oía como si sollozara, y yo le dije:  “Mi Jesús, no llores, te dono mi corazón y toda yo misma.”  Entonces la voz interna continuaba:  “Sigue más adelante, y pasa al noveno exceso de mi Amor.”

 NOVENO DIA (9º).-  “Hija mía, mi estado es siempre más doloroso; si me amas, tu mirada tenla fija en Mí para que veas si puedes dar a tu pequeño Jesús algún consuelo, una palabrita de amor, una caricia, un beso, que dé tregua a mi llanto y a mis aflicciones.  Escucha hija mía, después de haber dado ocho excesos de mi Amor, y que el hombre tan malamente me correspondió, mi Amor no se dio por vencido, y al octavo exceso quiso agregar el noveno, y este fueron las ansias, los suspiros de fuego, las llamas de los deseos de que quería salir del seno materno para abrazar al hombre, y esto reducía a mi pequeña Humanidad aun no nacida a una agonía tal, que estaba a punto de dar mi último respiro.  Y mientras estaba por darlo, mi Divinidad que era inseparable de Mí me daba sorbos de vida, y así retomaba de nuevo la vida para continuar mi agonía y volver a morir nuevamente.  Este fue el noveno exceso de mi Amor, agonizar y morir continuamente de amor por la criatura.  ¡Oh, qué larga agonía de nueve meses!  ¡Oh, cómo el amor me sofocaba y me hacía morir!  Y si no hubiera tenido la Divinidad conmigo, que me daba continuamente la vida cada vez que estaba por morir, el amor me habría consumado antes de salir a la luz del día.”  Después agregaba:

“Mírame, escúchame como agonizo, como mi pequeño corazón late, se afana, arde; mírame, ahora muero.”

Y hacía un profundo silencio.  Yo me sentía morir, se me helaba la sangre en las venas y temblando le decía:  “Amor mío, Vida mía, no mueras, no me dejes sola.  Tú quieres amor y yo te amaré, no te dejaré más, dame tus llamas para poderte amar más y consumarme toda por Ti.”

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Nihil obstat. Canonico Annibale M. Di Francia Eccl.