Reflexiones desde Corato cont…
Los «nueve excesos» que llevaron a Jesús a encarnarse
“Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14) y el pensamiento se dirige de inmediato a la Navidad ya cercana, al deseo de vivir, siempre con emociones nuevas, el día en que Dios se ha hecho visible para los hombres, en la forma del Niño.
Sabemos muy bien que el Tiempo del Adviento es el momento de gracia para prepararnos espiritualmente al Evento, teniendo mucho cuidado de centrarnos en la concepción del Santo Niño, en Su Encarnación.
“Yo soy la servidora del Señor: que se cumpla en mí lo que has dicho” (Lc 1,38) es el Fiat de María, mujer “insignificante” a los ojos de sus contemporáneos, sin la cual la Santísima Trinidad no podría descender la Palabra y dar lugar a la Redención.
María, poseyendo la Voluntad Divina, había hallado gracia delante de Dios e iba a ser la casa perfecta para que se cumpliera el prodigio de la Encarnación: la Santísima Trinidad dejada de lado la Justicia y revestida con el manto de la Misericordia, volcó en Ella nuevo exceso de amor para formar en Su seno, a través del encuentro de los dos Fiat, a la criatura que tendría que salvar a la humanidad.
Luisa, desde los 17 años, se preparaba espiritualmente para la fiesta de la Navidad, contemplando y meditando, durante la Novena (del 16 al 24 de diciembre), justo en los excesos de Amor que llevaron a Jesús a encarnarse:
Ellos son el primer paso hacia el conocimiento del Reino de la Divina Voluntad. Contienen el amor y la gracia, ya que proceden directamente de la fuente de Su amor. Son llamas vivas de Su amor que se elevan para crear nuevo amor con el que vence a las criaturas.
Es, entonces, un Amor que se renueva y se multiplica cada vez que llena nuevos corazones.
Ellos constituyen el escriño que contiene todo el valor de la Encarnación: con ésta, Jesús llega para divinizar a la humanidad, para redimirla y, cargándose con todos los pecados desde Su concepción, llega para encarnar Su Divinidad en la Cruz, comenzando así Su larga Vía Crucis, que pero termina con el triunfo del Amor!
Luisa, entonces, recorría cada año todas las fases del misterio de la Encarnación, meditando y honrando los nueve meses en los que Jesús estaba en el vientre materno de María, en el orden siguiente que mencionamos brevemente:
Exceso Primero, Amor Trinitario: El Ángel trae a María el anuncio que la Santísima Trinidad está enviando en la tierra al Hijo del Hombre, que obedece con prontitud a la Voluntad del Padre, y que Ella, con la acción del Espíritu Santo, es la depositaria de este misterio y los bienes que vendrán.
Exceso Segundo, Amor Humble: Dios, grande e infinito, baja del Cielo y va a aprisionarse en el seno de una mujer. Permanecerá allí durante nueve meses, pero Su Divinidad permanecerá encarcelada en Su Humanidad, durante 33 años, y después en la Eucaristía.
Exceso Tercero, Amor Devorador: Llamas de Amor que se elevan paraa extenderse a todas las generaciones, desde el primero hasta el último hombre. Mares (de amor) sin límites en los que las almas pueden nadar libremente.
Exceso Cuarto, Amor Operante: Jesús apenas “concebido” acoge sobre sí mismo a todas las almas y el peso (pecados, ingratitudes, pasiones) de cada una. Así comenzó Su Pasión. Su cabecita ya percibe las picaduras de las espinas que coronarán Su cabeza y Su inmovilidad en el vientre materno anticipa su crucifixión.
Exceso Quinto, Amor Solitario: Dios obligado, a pesar de varios recordatorios, a estar solo. Querría hablar con cada alma para comunicarle y volcarle todo Su amor, pero por desgracia está silenciado. Bajó del Cielo para estar en Su compañía y muy pocas son las que aceptan Su llegada, que comparten Sus alegrías, Sus gemidos.
Exceso Sexto, Amor Reprimido: Apretado en la cárcel y en la oscuridad del vientre materno, Jesús no puede manifestar Su Amor, Su Luz. A Su alrededor, todo es oscuridad y los pecados de las criaturas añaden nueva oscuridad en la que está obligado a permanecer.
Exceso Séptimo, Amor Suplicante: La ingratitud del hombre es la espina más punzante para Dios, su Creador. Sin embargo, Su obstinación no contiene Su amor de crear nuevas salidas con actitudes implorantes.
Exceso Octavo, Amor Mendigo: Aunque las súplicas no disuadan la criatura para que ame a Dios, Él no deja de cuidar de ella y para vencerla pasa a un exceso mayor, pasa a pedir un poco de amor, a mendigar, justo como lo haría un pobre en la carretera.
Exceso Noveno, Amor Ganador: El Amor será finalmente victorioso. Incluso arriesgando esperar siglos, Dios permanece fiel a Sí mismo y seguirá asaetando corazones con los rayos de la dulzura y la ternura. Conquistará a la criatura y el Reino de Su Divina Voluntad triunfará.
Dejémonos, entonces, involucrar y, aprovechando una vez más de este tiempo propicio, dispongámonos a pronunciar con valor y fe nuestro Sí, exactamente como María con Su Fiat y Jesús con Su Aquí estoy, así que se realice el proyecto que el Padre Celestial tiene para cada uno de nosotros en particular y para la humanidad en general, conscientes de que todos estamos llamados a cumplir nuestro deber cristiano: anunciar el Reino de Dios para la salvación de las almas.
Virgen y Madre María,
tú que, movida por el Espíritu,
acogiste al Verbo de la vida
en la profundidad de tu humilde fe,
totalmente entregada al Eterno,
ayúdanos a decir nuestro «sí»
ante la urgencia, más imperiosa que nunca,
de hacer resonar la Buena Noticia de Jesús.
(de Evangelii Gaudium de Papa Francisco)
FIAT!
Riccardina
Segundo exceso de amor: Amor aniquilado
“Esto no se trata de formar una vida, sino de encerrar una vida quel es da la vida a todos; de estrecharse para dejarme concebir, no para recibir, sino para dar”
En la segunda hora de meditación, Luisa se llevaba en el seno materno de María y se quedaba impresionada al considerar a ese Dios tan grande en el Cielo, ahora tan aniquilado, achicado, restringido, tanto que no podía moverse y apenas respirar. En ese instante, la voz interior de Jesús le pedía a Luisa que le diera un poco de paso en su corazón, que quitara todo lo que no es suyo, para darle así más espacio para poder moverse y respirar.
A continuación, en varios momentos, Jesús enriqueció a Luisa de otros conocimientos relativos a este exceso. En un pasaje del 25 de diciembre de 1908, Jesús dice que la mejor manera de hacer que nazca en su propio corazón es vaciarse de todo, para que, encontrando el vacío, Jesús pueda poner ahí todos sus bienes. Sólo entonces puede renacer para siempre, si hay un lugar para poder transportar en él todo lo que Le pertenece. De hecho, alguien que se va a vivir en la casa de otra persona podría definirse contenta cuando en esa casa encuentra el vacío para poder poner todas sus cosas, de otra manera no sería feliz.
Luisa contemplaba a menudo este segundo exceso de amor y se conmovía considerando el estado de dolor en el que se encontraba el Niño amable. Su pequeña Humanidad era inmovilizada, estaba con los pies y las manos inmóviles, sin siquiera un movimiento. No había lugar para poder abrir los ojos, ni respirar libremente. Era tanta la inmovilidad que parecía muerto, mientras que estaba vivo. Jesús, ante estas consideraciones (vol XVII, 24 de diciembre de 1924) le confía a Luisa que las penas que sufrió en el seno virginal de la Mamá Celestial son incalculables para la mente humana. La primera pena que Jesús sufrió en el primer acto de su Concepción fue la pena de la muerte. La Divinidad de Jesús bajó del Cielo totalmente feliz, intangible de cualquier pena y muerte. Cuando Jesús vio su pequeña Humanidad, sometida por amor a las criaturas, a la muerte y las penas, sintió tan viva la pena de la muerte que, por pura pena, habría muerto realmente, si la potencia de su Divinidad no lo sostendría con un prodigio, haciéndole sentir la pena de la muerte y, a la vez, la continuación de la vida. ¡Qué tormento fue para Jesús, que contenía la vida y era el dueño absoluto de la misma vida, someterse a la pena de la muerte! Por eso su pequeña Humanidad estaba inmóvil y moribunda en el seno de su Mamá.
En otro momento, Jesús subraya a Luisa el prodigio único de la Concepción de su Santísima Humanidad (vol XVI, 18 de julio de 1923). Es verdad que se suele decir que la Palabra quedó concebida, pero el Padre Celestial y el Espíritu Santo eran inseparables de Él, Jesús tuvo la parte que actúa y ellos la concurrente. Todas las cosas, por grandes, sublimes, nobles, prodigiosas sean, hasta la misma concepción de la Virgen Reina, todas se quedan atrás, no hay cosa que pueda compararse a la concepción de Jesús. Esto no se trata de formar una vida, sino de encerrar la vida que le da la vida a todos, no de extenderse, sino de estrechar a aquel que creó todo, para encerrarse en una Humanidad creada y muy pequeña. Éstas son obras sólo de un Dios, y un Dios que ama, que, cueste lo que cueste, quiere a la criatura con su amor para que lo ame. Jesús nos asombra afirmando que su Amor, su Potencia y Sabiduría resplandecieron más cuando, tan pronto como la Potencia Divina formó esta Humanidad tan pequeña, la inmensidad de la Divina Voluntad, encerrando a todas las criaturas pasadas, presentes y futuras, concibió en Ella todas las vidas de la criatura.
Entonces, en la Encarnación de la Palabra se concibieron y encerraron todas las criaturas, incluso su Madre, todos los excesos y prodigios de su Amor Divino, toda la Eternidad se incluye en la Encarnación. Todo el universo quedó sacudido al ver encerrarse a Aquel que le da la vida a todo, estrecharse, empequeñecerse, encerrar todo para tomar la vida de todos y hacer que todos renazcan.
Jesús subraya lo que Le costó este exceso de amor y añade (vol XXVII, 22 de diciembre de 1929) que bajando del Cielo a la tierra su Amor lo llevó a una prisión muy estrecha y oscura, que fue el seno de su Mamá, pero (su Amor) no estaba contento; en esta misma prisión le formó otra cárcel, o sea su Humanidad que encarceló a su Divinidad; la primera cárcel duró nueve meses, la segunda cárcel de su Humanidad duró por treinta y tres años. Pero su Amor no se paró, mientras terminaba la cárcel de su Humanidad, formó la cárcel de la Eucaristía. Por eso, podemos llamar a Jesús el Prisionero Divino, el Prisionero Celestial. En las primeras dos cárceles, en la intensidad de su amor, maduró el Reino de la Redención, en la tercera cárcel de la Eucaristía está madurando el Reino del Fiat Divino.
Jesús, Amor sin límites,
este amor tuyo inunde y queme todo lo que no es tuyo,
lleve a amarte con mayor intensidad,
para romper la soledad de tu larga reclusión.
¡Deo gratias!
Tonia Abbattista
Tercer exceso de amor: Amor devorador
“Nuestro ardor de amor juntará el de la Creación y el de la Encarnación y formará una única y será amor triunfador”
Durante la novena de la Santa Navidad, Luisa, en la tercera hora de meditación, contemplaba otro exceso de amor de nuestro Señor: el Amor Devorador. Entonces, sentía la voz interior que la invitaba a apoyar la cabeza en el seno de la Mamá Celestial, para mirar al interior su pequeña Humanidad, su Amor que lo devoraba, los incendios, los océanos y como mares inmensos del amor de su Divinidad lo inundaban, lo incineraban, elevaban tanto sus llamas que se levantaban y se extendían dondequiera, a todas las generaciones del primero al último hombre.
Su pequeña Humanidad la devoraban entre tantas llamas y todo esto porque su Eterno Amor quería hacerle devorar las almas y, entonces se puso contento, cuando las devoró a todas. Luisa, entonces, meditaba y reflexionaba en que Jesús esperaba a las almasa para devorarlas, no para que murieran, sino para encerrarlas en su pequeña Humanidad, para que renacieran, para crecerlas y alimentarlas con sus llamas devoradoras y darles nueva vida, una vida toda de amor.
Una vez Jesús, durante otra novena de la Santa Navidad le mostró a Luisa (vol. XXV, 21 de diciembre de 1928) que cada exceso de su amor era un mar sin límites, y en este mar se levantaban olas altísimas de llamas, en las que se veían fluir a todas las almas devoradas de estas llamas que, envolviéndolas, las hacían vivir justo como peces que fluyen en las aguas del mar, y tal como las aguas del mar forman la vida de los peces, su guía, su defensa, su cama, su alivio, tanto que si salen del mar pueden decir: “nuestra vida se acabó, porque salimos de nuestra herencia, de la patria que nos dio nuestro Creador”, así estas olas altísimas de llamas, que salían de estos mares de fuego, al devorar a estas criaturas, querían ser la vida, la guía, la defensa, la comida, el alivio, la patria de las criaturas, y, tan pronto como ellas salen de este mar de amor, de repente encuentran la muerte, por eso el pequeño Niño Jesús llora, gime, reza, grita y suspira, para que nadie salga de estas llamas devoradoras, porque no quiere ver a nadie que muera. Por eso Jesús, apenas fue concebido, encerró en sí mismo el gran parto de todas las generaciones, más que una tierna madre que encierra su parto, formado por su amor para darlo a luz, pero con penas inauditas e incluso con su muerte (vol. XXVII 18 de diciembre de 1929). De hecho, en la Encarnación, Jesús insertó la Humanidad en la Divinidad, para que la criatura se uniera a Él y participara en este injerto, (vol. V, 2 de octubre de 1903). Los que intentan unir su propia vida a la Suya, desarrolla ese injerto de la Humanidad en la Divinidad, y, si con la voluntad, las obras y el corazón, intenta desenvolver su vida de conformidad con la Suya, le da el desarrollo al injerto que Él hizo, añadiendo otras ramas al árbol de su Humanidad.
El 18 de diciembre de 1929, Jesús apareció a Luisa muy pequeño, en el medio de ese abismo de llamas, y le señaló que no respiraba más que llamas, y en su aliento sentía que las llamas de su amor devorador le traían el aliento de todas las criaturas, su pequeño corazón palpitaba llamas, que, alargándose, raptaban los latidos de todas las criaturas, y los deponía en su corazón, y Él sentía todos los latidos palpitar en su pequeño corazón. Todo estaba en llamas, llamas echaban sus pequeñas manos, sus pies inmóviles. ¡Lo exigente que era su amor, para encerrar a todos en Él y hacerle dar la vida a todos! ¡Lo puso en medio de un fuego devorador y cómo sentía y siente a lo vivo las culpas, las miserias, las penas de todos! Y en medio de esas llamas devoradoras, cargado de tantas penas, mira a todos sus hijos y exclama, llorando, que no lo dejen, que no se alejen de Él, que es su Padre, que no lo abandonen, que tengan al menos compasión del fuego que Lo devora, de sus lágrimas ardientes, y todo por ellos, porque los ama demasiado, los ama como Dios, los ama como Padre, los ama como Su Vida.
El interés más grande de su amor es devorar en las criaturas su voluntad humana, porque es la origen de todos los males. Parece que resonan las palabras del Evangelio: “Yo vine a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!” (Lc 12,49). Jesús vino a encender un fuego en la tierra, vino para provocar un incendio, un incendio de amor, un fuego devorador que encienda nuestra conciencia, que caliente los ánimos. Jesucristo es el fuego devorador. Acerquémonos a la fuente de este fuego, para que nos queme, nos consuma, nos funda y nos permita ser un todo con el Padre y el Espíritu Santo.
Tonia Abbattista
Cuarto exceso de amor: Amor operante
“Mi Divinidad estuvo celosa de confiar a la criatura la tarea de la Redención, haciéndome padecer la Pasión”
Luisa, en la cuarta hora de meditación de la novena de la Santa Navedad, se sentía morir al considerar las penas lacerantes del pequeño Jesús recién concebido, y entendía bien que sólo la Divinidad podía hacerlo sufrir tanto y podía darse el alarde de haber amado a los hombres hasta la locura y el exceso, con penas inauditas y amor infinito. La voz interior de Jesús le hacía entender que cada alma concebida llevó el peso de sus pecados, sus debilidades y pasiones. Su Amor infinito Le ordenó que tomara el peso de cada uno y, entonces, no sólo concibió a las almas, sino también sus penas y las satisfacciones que cada una de ellas debía darle al Padre Celestial. Así que la Pasión de Jesús fue concebida junto con Él, y la Divinidad fue la protagonista de la Redención, haciéndole padecer la Pasión a la Humanidad de Jesús, desde el principio de la concepción.
Jesús reitera a Luisa (vol XII, 4 de febrero de 1919) que la Divinidad fue celosa de confiar a la criatura la tarea de la Redención, hacindole padecer la Pasión. La criatura era impotente para hacerlo morir tantas veces por cuantas criaturas habían salido y debían salir a la luz de la creación, la Divinidad quería vida por cada vida de criatura, y vida por cada muerte que e daba con el pecado mortal. Entonces, Jesús revela que, tan pronto como fue concebido (vol XII, 18 de marzo de 1919), así concibió en Sí mismo a todas las almas pasadas, presentes y futuras, y concibió a la vez todas las penas y muertes que debía sufrir por cada una, debía incorporar todo en Sí mismo, para poder decirle al Padre que ya no vuelva a mirar a la criatura, sino sólo a Él, que iba a satisfacer por todos, porque no de manera abstracta o intencional, como alguien puede pensar, sino realmente, tenía en Sí mismo a todos metidos, por eso realmente Jesús moría por todos y por cada uno, y sufría las penas de todos.
Son misterios muy profundos, así que el intelecto humano, no entendiéndolos, parece que se pierda. ¿Quién tendría la fuerza, el amor, la constancia de verlo morir tantas veces, si no la Divinidad? La criatura se iba a cansar y desalentar. Pues, este ajetreo de la Divinidad empezó tan pronto como se cumplió su concepción, hasta el seno de la Mamá Celestial que, a su vez, conocía las penas de Jesús y quedaba martirizada, y sentía la muerte junto con el pequeño Jesús. Desde el seno maternal, la Divinidad asumió el compromiso de ser el “Verdugo amoroso”, pero, al ser amoroso, es más exigente e inflexible, tanto que ni siquiera una espina se ahorró a la pequeña y gimiente Humanidad de Jesús, ni un clavo, pero no como las espinas, los clavos, los flagelos que Jesús sufrió en la Pasión que le dieron las criaturas y no se multiplicaban, porque quedaban los que ponían; en cambio, los de la Divinidad se multiplicaban a cada ofensa, pues tantas espinas cuantos pensamientos malos, tantos clavos cuantas obras inicuas, tantos golpes cuantos placeres, tantas penas cuanta diversidad de ofensas, por eso eran mares de penas, espinas, clavos y golpes innumerables. Por eso, ante la Pasión que Le dio la Divinidad, la que Le dieron las criaturas en los últimos días de su vida fue apenas una sombra.
Luisa se conmovía mucho al ver a Jesús, tan pequeño, obligado a una crucifixión dura y larga, añadiendo que todas las obras malas, tomando la forma de clavos, le traspasaban las manos y los pies repetidament, y entendía como ni al ángel ni al hombre se da en la mano este poder de poder amarnos con tanto heroísmo de scarificio como un Dios.
¡Oh, Jesús!
Haz que esta misteriosa Pasión tuya
se convierta en luz para el intelecto humano
y que todos puedan vislumbrar en Ti el Camino, la Verdad, la Vida auténticos.
Venga tu Reino,
nuestra vida se uiforme perfectamente a la Tuya,
sólo así recorreremos seguros el Camino hacia la unión con el Padre.
Tonia Abbattista
Quinto exceso de amor: Amor solitario
“La soledad fue de parte de la ingratitud humana, pero de parte divina, todos me acompañaron y nunca me dejaron solo”
Durante la novena de la Santa Navidad, mientras Luisa estaba a punto de hacer la quinta hora de meditación, sentía la voz interior de Jesús que la suplicaba que no se alejara de Él, que no lo dejara solo, porque otro exceso de su Amor es que no quiere ser solo, sino estar en compañía de las criaturas. Esta solicitud de Jesús puede parecer un absurdo, porque en la hora anterior Él había afirmado que, tan pronto como fue concebido, concibió en Sí mismo a todas las almas pasadas, presentes y futuras. Sin embargo, ¡Jesús nos dice que está solo aunque entre una multitud! De hecho, Jesús lamenta a Luisa que, mientras que Él está con las criaturas todo amor, y quiere hablar con ellas para comunicar sus alegrías, para hacerlas felices, consolarlas y darles sus bienes, su Reino a todos, ellas, en cambio, le dan mucho dolor, lo reducen al silencio, desprecian sus bienes y no se preocupan del Reino. Entonces, Jesús se siente convertir su deleite en llanto.
¡Cómo le pesa la soledad! No tiene a quién decirle una palabra, con quién hacer un desahogo, ni siquiera de amor, siempre es triste, callado, porque si habla no es escuchad, por eso la voz interior de Jesús suplica a Luisa que no lo deje solo, que le dé el bien de hacerlo hablar escuchándolo, de prestar oídos a sus enseñanzas, porque Él es el Maestro de los maestros, si Lo escuchará, hará que deje de llorar. A menudo Luisa pensaba en la soledad de Jesús en el seno de su Mamá, y Jesús a menudo le reiteraba que es tan dulce y apreciada para Él la compañía de la criatura, en efecto fue justo por ella que, para encontrarla y mantenerla en su compañía, bajó del Cielo a la tierra. A Jesús le gusta mucho la compañía de la criatura que lo ama e intenta romper su soledad, por eso la quiere siempre consigo, como espectadora de sus lágrimas enfantiles, sus gemidos, sus sollozos, penas, obras y pasos, y también de sus alegrías, porque quiere hacer en ella el depósito de todo. Estando en ella la Divina Voluntad, sería demasiado difícil para Él si no la mantuviera siempre consigo. De hecho, la Divina Voluntad siente la necesidad irresistible de hacer partícipe a la criatura de todo lo que hace su Humanidad. Los que viven en el Querer Divino nunca lo dejan solo.
Entonces, Luisa a menudo compadecía a Jesús al verlo tan solo, y Él subrayaba que la soledad fue de parte de la ingratitud humana, pero de parte divina y sus obras, todos Lo acompañaron y nunca Lo dejaron solo. Con Él bajaron el Padre y el Espíritu Santo, porque las tres Personas Divinas son inseparables, y en el acto de bajar del Cielo, todos se movieron para hacerle cortejo y darle los honores debidos. Lo cortejó el Cielo con todas las estrellas, dándole los honores de su Inmutabilidad y Amor que no termina. Lo cortejó el sol, dándole los honores de su luz eterna, lo rodearon el viento, el mar, el pequeño pajarillo, todos y todo para darle el amor, la gloria con los que los había creados. Las cosas creadas lo celebraron, tuvo también el cortejo de los ángeles que nunca lo dejaron, sólo la criatura, ingrata, lo dejó solo. Ahora, después de tantos siglos, Jesús espera la llegada de su Reino en la tierra, porque sólo los que viven en su Querer lo visten de luz y lo calientan de las muchas frialdades de la criatura, pues espera el cortejo de las almas que viven en el Querer Divino.
Los que viven en el Querer Divino son inseparables de Jesús, y cada vez que Jesús renace, ellos renacen con Él, renacen en todos los actos divinos, más bien en cada acto que cumplen lo llaman a renacer y Le forman un nuevo Paraíso, y Él los hace renacer junto a Sí mismo para hacerlos felices. Hacer felices los que viven junto con Él es una de sus alegrías más grandes, todo su propósito es hacer que la criatura goce del piélago de sus alegrías infinitas y felicidad sin fin.
Mi Jesús, mi corazón palpita,
pero no estoy contenta si no me haces palpitar con el tuyo.
Con tu latido, amaré como lo haces Tú.
Te daré el amor de todas las criaturas y uno será el grito: ¡Amor, Amor!
¡Oh, mi Jesús! Honra a Ti mismo, y en todo lo que hago,
pon la huella de tu mismo poder, de tu amor y tu gloria.
(de: “Las veinticuatro horas de la Pasión”)
Tonia Abbattista
Sexto exceso de amor: Amor Reprimido
“¡Mi Mamá! ¡Mi Mamá! El Amor materno supera todos los amores, así que tú me amarás con amor de Madre insuperable”
Durante la Novena de la Santa Navidad, Luisa, mientras estaba a punto de hacer la sexta hora de meditación, tenía la impresión de que la Reina Mamá, para contentar a Jesús que deseaba ardientemente tener la compañía de la pequeña hija Luisa, le hiciera un poco de espacio y la pusiera en su seno materno, pero ¡ay de mí! Era tal y tanta la oscuridad, que Luisa no podía ver al Niño, sólo sentía su respiración y su voz que la invitan a contemplar otro exceso de su amor: el Amor Reprimido.
Este exceso lo hizo pasar por una inmensidad de luz, porque Él es la Luz eterna, hasta que el sol es una sombra de su Luz, a una profundidad de tinieblas que era el seno de la Mamá, donde no había ni un rayo de luz, siempre era de noche. En la oscuridad del seno materno, se añadían las tinieblas de las culpas de las criaturas. Cada culpa era una noche para Él, y las culpas de todos, uniéndose, formaban un abismo sin orillas.
En este punto, se podría objetar que cada niño, antes de nacer, vive en la oscuridad del seno materno, pero Jesús le explica a Luisa que su estado en el seno Materno fue muy doloroso, porque su pequeña Humanidad tenía el uso perfecto de razón y sabiduría infinita, pues, desde el primer momento de su concepción, comprendía todo su estado doloroso, se daba cuenta de la oscuridad de la cárcel materna. ¡Una larga noche de nueve meses!
A la oscuridad, se añadía la estrechez del lugar que lo obligaba a una inmovilidad perfecta, siempre en silencio, no podía dar vagidos, ni sollozar para desahogar su dolor. Cuántas lágrimas no derramó en el sagrario del seno de la Mamá, sin hacer el más mínimo movimiento, todo por amor a la criatura. A cambio, Jesús recibía y recibe el hielo de la ingratitud, por eso llora, porque quiere ser amado, pero no es amado. Él quiere renovar en las almas todo el amor de la Encarnación, pero no encuentra a quién dárselo. Encarnándose, encontró a su Reina Mamá que le permitía desahogar su amor y recibir en su Corazón Materno todo el amor que le rechazaban las criaturas, Ella era la depositaria de su amor rechazado, la dulce compañía de sus penas, su amor ardiente Le secaba las lágrimas. Tan pronto como el Hijo fue concebido en su seno, María empezó el entrelazamiento con sus Actos, y, como la Humanidad de Jesús no tenía otra vida, ni otra comida, ni otro objetivo sino la Voluntad del Padre Celestial, Ella también, tan pronto como empezó su entrelazamiento con Jesús, le devolvía al Padre, en nombre de todos, los derechos de Creador.
Entonces, Jesús sigue explicándole a Luisa cómo las obras más grandes no se pueden hacer solos, sino que se necesitan al menos dos o tres como depositarios y comida de la misma obra, porque sin comida las obras no pueden tener vida. Tal como la Reina Celestial fue la depositaria Divina de todos los bienes de la Encarnación, así quiere que las demás almas la imiten, porque, para formar sus obras, se necesita la compañía de la criatura, que se ponga a su disposición para recibir el gran bien que quiere darle.
Jesús le pide a Luisa si quiere ser su segunda mamá, para recibir el gran bien de la renovación de su Encarnación, como dote del reino del Fiat Divino. Por supuesto, Jesús hace la misma solicitud a cada criatura, porque desea hacernos a todos sus hijos, porque somos gloria del Padre y el Hijo.
Meditemos en este exceso, acojamos su invitación. Será como sentir sus pequeñas manos en nuestra cara, y como si nos acaricia, mientras dice: “¡Mi Mamá! ¡Mi Mamá! El Amor materno supera todos los amores; así que tú me amarás con amor de Madre insuperable”.
Tonia Abbattista
Séptimo exceso de amor: Amor Suplicante
“Para ser libre en mis obras, lo dejo todo de lado y lleno todo con mi amor, de manera que no vea más amor y Voluntad mía”
La voz interior de Jesús, antes de que Luisa terminara la sexta hora de meditación, le pedía que se quedara ahí con Él, para mirar el séptimo exceso de su amor: el Amor Suplicante.
El pequeño Niño, sollozando, le hacía entender que, desde el primer momento de la concepción, quiso darse a todos, de manera irrenunciable, sufriendo penas incalculables para la mente humana, así que la Encarnación no fue más que darse a merced de la criatura.
Él, Jesús, que en el seno del Padre Celestial estaba sumido en la multitud de las alegrías infinitas y felicidad sin fin, por el exceso de su Amor hacia las criaturas, se desnudó de todos sus bienes, y descendió del Cielo, para vestirse de todas las miserias de las criaturas, y poder darles a cambio la felicidad eterna, pero, ¡qué ingratitud y perfidia obstinada en los hombres!
Su Amor Eterno quedó asombrado frente a tanta perfidia: el hombre se había convertido en el verdadero ladrón, el ingrato, el usurpador de los bienes divinos, la ingratitud fue la espina más punzante que le atravesaron el Corazón desde su primera concepción, por eso su corazón está herido y brota sangre. Pero Jesús le subrayaba a Luisa que, si tuviera en cuenta la ingratitud humana ante todo Su amor, tomaría el camino para irse al Cielo, entonces entristecería y amargaría su Amor, y transformaría la fiesta en luto. Pero, con fuerza y alarde más grande de su Amor, Él lo deja todo de lado: la ingratitud, los pecados, las miserias, las debilidades, y realiza sus obras más grandes, como si éstas no existieran. Si quisiera poner atención a los males del hombre, no podría realizar obras grandes, ni plantear todo su Amor, se quedaría obstaculizado, ahogado en su amor. En cambio, para ser libre en sus obras y hacerlas más hermosas, lo deja todo de lado y, si es necesario, llena todo con su Amor, de manera que no vea más que Amor y Divina Voluntad, y así sigue en sus obras más grandes, y las hace como si nadie ofendería, porque, por Gloria de Dios, no debe faltar nada al decoro, a lo bueno y a la grandeza de las obras divinas.
Entonces, su Amor no se resigna, quiere llenar los vacíos de su gloria, su honor, y llega tan lejos que, a fuerza de amor, recompensa a la Divinidad, que ha creado un Cielo, un Sol, un viento, un mar, una tierra florida, y todo lo demás para el hombre, pero él se reveló ingrato, y nunca dio las gracias por los bienes recibidos. Su Amor corre para llenar los abismos de distancia entre el Creador y la criatura, recompensa a fuerza de amor al Padre Celestial, y a fuerza de amor quiere adquirir a todas las generaciones humanas, para volver a donarles la vida de la Divina Voluntad. Jesús subraya que, cuando recompensa su Amor, es tan grande su valor que puede recompensar por todos, y volver a adquirir lo que quiera.
Mientras tanto, Luisa sentía su corazón afligido al verlo llorar, sollozar, dar vagidos, temblar de frío, querría poner un “te amo” por cada pena y lágrima del pequeño Jesús, para calentarlo y calmar su llanto, y Él la suplicaba a no cerrarle la puerta en la cara, la exhortaba a vivir en sus lágrimas, sus gemidos, la sentiría fluir en sus sollozos de llanto, en los estrechamientos de sus miembros infantiles, y, en virtud del Querer Divino, Le transformaría las lágrimas en sonrisas, los sollozos en alegrías del Cielo. Con sus nenias de amor lo calentaría, y transformaría las penas en besos y abrazos.
Los que viven en el Querer Divino utilizan ese Fiat por el que todas las cosas se crearon, para difundir en todo un homenaje, una adoración, un amor divino hacia su Creador; el eco del Fiat Eterno hace eco en su Fiat Divino en el que vive y se difunde, y corre y vuela, e imprime en todas las cosas creadas otro Fiat. Corre, vuela en las alas de los vientos llenando toda la atmósfera, recorriendo las aguas del mar, se apoya en cada planta, en cada flor, se multiplica a cada movimiento, es una voz que hace eco en todo, y dice: “Amor, Gloria, Adoración a mi Creador”.
Tonia Abbattista
Octavo exceso de amor: Amor mendigo
“Hijos míos, ábranme, guárdenme el lugar en su corazón, bajé del Cielo a la tierra para formar en cada uno de ustedes mi Vida”
En el momento en que Luisa se aprestaba a hacer la octava hora de meditación, sentía la voz interior de Jesús suplicándola que no lo dejara solo, y le sugería que apoyara su cabeza en el seno de la Mamá Celestial, porque también al exterior habría oído sus gemidos, sus súplicas.
Además, el Niño dio a entender a Luisa que, tan pronto como su Humanidad se formó con la potencia del Fiat Supremo en el seno materno, también el Sol de la Palabra Eterna se encarnó, pues el centro de este Sol estaba en su pequeña Humanidad, y, ya que Ella no podía contenerlo, su Luz se desbordaba afuera, y, llenando el Cielo y la tierra, llegaba a todos los corazones, y con su golpe de luz llamaba a cada criatura, y, con voz de luz pensó, les decía: “Hijos míos, ábranme, guárdenme el lugar en su corazón, bajé del Cielo a la tierra para formar en cada uno de ustedes mi Vida”.
Pero, al ver que ni sus gemidos ni las súplicas movían a la criatura a compasión de su Amor, actuaba como el más pobre de los mendigos, y, extendiendo las pequeñas manos, pedía, al menos por piedad, en concepto de limosna, sus almas, sus corazones. La luz llamaba y llamaba, sin parar, y la pequeña Humanidad de Jesús gemía, lloraba, sufría, y en esa Luz que llegaba a los corazones hacía fluir sus lágrimas, sus gemidos y sus espasmos de amor y dolor.
Luisa quedaba aniquilada al considerar este exceso de amor: Jesús, nuestro Creador, el Rey de los Reyes, para acercarse a la criatura y no meterle miedo, había tomado la forma de pequeño Niño, y pedía, al menos por caridad, entonces Luisa se preguntaba: si el hombre no fuera tan ingrato, y no se sustrajera a la Divina Voluntad, ¿Jesús aún se encarnaría, aunque no tuviera que redimirnos?
Y Jesús le explicó que si Adán pecaría, la Palabra Eterna, por voluntad del Padre Celestial, aún vendría a la tierra, pero glorioso, triunfante y dominador, visiblemente acompañado por su ejército Angélico, que todos verían, y, con el esplendor de su gloria, fascinaría a todos, y atraería a todos con su belleza, coronado como un rey y con el cetro del mando.
Jesús no bajaría del Cielo para encontrar al hombre enfermo, porque, si no se sustrajera a la Voluntad Divina, no existirían enfermedades del alma ni del cuerpo. Pues, vendría a encontrar al hombre feliz, santo y con la plenitud de los bienes con los que Dios lo había creado.
En cambio, como el hombre quiso hacer su voluntad, cambió la suerte del Hijo y, como se decretó que Jesús bajara a la tierra, y cuando la Divinidad decreta no hay nadie que la mueva, sólo cambiaron la manera y el aspecto, y bajó en forma muy humilde, pobre, sin ninguna gloria, atormentado, lloroso y cargado de todas las miserias y penas del hombre. La voluntad humana lo hizo venir a encontrar al hombre infeliz, ciego, sordo y mudo, lleno de todas las miserias, y Él, para curarlo, tuvo que hacerse cargo de ellas, y, para no meterle miedo, tuvo que mostrarse como uno de ellos, para hermanarlos y darles los medicamentos y remedios necesarios. Si el hombre no pecara sustrayéndose a la Divina Voluntad, Jesús no vendría lleno de majestad.
“Viene en medio de nosotros con el corazón ahogado en sus llamas de amor. Viene como Padre en medio de los hijos que ama mucho… Viene como Rey en medio de los pueblos, no para exigir impuestos o tributos, no, no, viene porque quiere nuestra voluntad, nuestras miserias, nuestras debilidades, todos nuestros males. Su soberanía es propiamente ésta, quiere todo lo que nos hace infelices, inquietos, atormentados, para esconderlo y quemarlo todo con su amor, y correspondernos con Su Voluntad, su amor más tierno, sus riquezas y felicidad, con la paz y la alegría más pura”
(Apelación del Rey de los Reyes)
Tonia Abbattista
Noveno exceso de amor: Amor Vencedor
“Mi vida sobre la tierra sirvió para devolver, restablecer, y poner a salvo esta casa que con tanto amor había formado en la criatura”
Durante la Novena de la Santa Navidad, Luisa escuchaba emocionada la voz de Jesús que lloraba al comprobar que, mientras su Amor llenaba a las criaturas, ellas, ingratas, no querían crear vida en ese mar de amor suyo, y se exiliaban de la Patria Celestial.
A Luisa le parecía que el mar de Su Amor se hinchabay hacía ruido, tanto que quería ensordecer a todos, para que no pudieran oír nada más que sus gemidos de amor, sus sollozos repetidos que decían: “dejen de hacerme llorar, démonos el beso de paz, amémonos y seremos felices”. ¡Cuántas escenas conmovedoras se presentaban en la mente de Luisa!
Veía a Jesús que lloraba, sufría, porque quería ser vida de cada criatura, y, en cambio, veía a una multitud de hijos infelices, porque cojos, ciegos, mudos, lisiados. Pero, su Amor no se dio por vencido, quiso añadir el noveno exceso, por eso Luisa advertía las ansiedades, los suspiros de fuego, la llama de los deseos de Jesús, porque quería salir del seno materno para abrazar al hombre, y, con un Amor que Él sólo podía tener, quería tocarlos con sus manos creadoras para curarlos, apretarlos, y decirle a su corazón: “te amo, hijo, recibe mi Amor, y deme el tuyo, y Yo te curaré a fuerza de amor”. Cuántas cuitas de amor obligaban su pequeña Humanidad, que aún no había nacido, a una tal agonía que daba el último aliento. Pero, mientras estaba a punto de exhalar su último aliento, su Divinidad, que era inseparable de Él, Le daba sorbos de vida, y volvía a vivir.
Este fue el noveno exceso de su Amor: agonizar y morir de amor constante por la criatura. Su Humanidad, para satisfacer la Justicia Divina, asumió el compromiso de morir (vol. 20º 24 de diciembre de 1926) tantas veces, por cuantas veces la criatura hizo morir la Voluntad Divina en ella, con la gran afrenta de dar vida a la voluntad humana, matando a la Divina.
Cuánto Le costaban estas muertes, morir y vivir, vivir y morir, fue para Él la pena más desgarradora y constante, tanto más cuanto que la Divinidad, aunque fuera uno con Él, al recibir estas satisfacciones se hacía Justicia y, aunque su Humanidad fuera santa, era un velón ante el Sol inmenso de su Divinidad, y Jesús sentía todo el peso de las satisfacciones que debía darle a este Sol Divino, y la pena de la humanidad decaída que en Él debía resucitar a riesgo de muchas muertes suyas.
Fue el rechazo de la Voluntad Divina creando la suya que formó la ruina de la humanidad decaída, entonces Él debía tener en estado de muerte constante su Humanidad y voluntad humana, para hacer que la Voluntad Divina tuviera vida constante en Él, para extender su Reino. Pero, Jesús le confió a Luisa que en los últimos momentos de su larga esclavitud en el seno materno, su Amor inventó un último exceso: el Amor Vencedor que será la corona de todos los demás excesos.
Él desea vencer a fuerza de amor el corazón de la criatura. Su Amor vencerá a riesgo de esperar siglos. Dios será el vencedor, tendrá su Reino, el Reino de la Divina Voluntad en la tierra.
En un pasaje del 28 de diciembre de 1937 Jesús le reveló a Luisa que Él vino a la tierra para poner a salvo su casa. El hombre es su casa que con tanto amor había formado y en la que, para hacerla digna de Sí, habían concurrido su Potencia y el arte creador de su Sabiduría, tanto que esta casa era un prodigio de su Amor y sus manos creadoras. Pero, desgraciadamente, sustrayéndose a la Divina Voluntad, esta casase convirtió en un lugar que se derrumbaba, oscuro, se convirtió en una casa de enemigos y ladrones, entonces su Encarnarse sirvió para devolver y restablecer y poner a salvo esta casa. Convenía salvarla para poder volver a habitarla. Por eso, como había ofrecido todos los medios para salvar esta casa, era decoroso para Dios poner a salvo el Rey que debía habitar ahí.
El Reino de la Divina Voluntad servirá para poner a salvo ese Fiat rechazado por la criatura, y darle la entrada en su casa, y dejar que reine y domine como el Soberano que es. No sería una obra digna de la Sabiduría Creadora de Dios salvar las casas y permitir que El que debe habitarlas vague, al aire libre, sin Reino ni dominio. Salvar las casas y no salvar a sí mismo sería absurdo, Dios nunca permitirá todo esto, se ha decretado que tendrá su Reino, hará prodigios inauditos para tenerlo. Su gran Amor cumplirá su camino, no se quedará a medias, se liberará de las cadenas, continuará su recorrido llevando el bálsamo a las heridas del querer humano, adornará con frisos divinos estas casas, y con su empero llamará al Fiat Supremo para que las habite y reine dándoles todos los derechos que le corresponden.
Los que viven en la Divina Voluntad puede dar todo y utilizar todos los estratagemas para hacer feliz alInfante Divino y hacerlo sonreír incluso en medio de las lágrimas. Con nuestro amor le preparamos a Jesús una cuna de oro, repitiendo siempre: “tu Voluntad reine en la tierra como en el Cielo”.
“Baja Querer Supremo,
ven a reinar en la tierra,
llena todas las generaciones,
gana y conquista a todos”.
Tonia Abbattista