A. Sobre la Verdad (Jesús ante Pilatos)
B. Lección 37 y 38 (tomado del ïndice de las lecciones del Dr. Salvador T. )
Vamos a continuar con la lectura 11-45, la cual trata la Pasión de Jesús, y teniendo dicho tema en mente, intentemos hacer un recorrido completo en Ella, así que en marcha:
Que terrible ignorancia la nuestra. Dios mismo se ha inmolado por nosotros, y lo único que conocemos de esto es lo que sucedió en el último día de su existencia, las últimas 20 horas, muy cruentas y trágicas, cierto, pero ¿será todo lo que Jesús pasó y sufrió por nosotros?
Aun tomando sólo esto último, ¿no fue demasiado? ¿Se necesitaba tanto sufrimiento para otorgarnos el perdón? Cuando que Dios con el simple deseo de usar su atributo de la Bondad, o Misericordia unido a su Amor hubiera sido suficiente. O quizá se hubiera necesitado solamente una lágrima, una sola gota de sangre de Jesús para conquistar la redención para toda la familia humana.
Pensar de esta manera es desconocer lo que Dios es. Iniciemos poniendo atención a lo siguiente:
Jesús vivió sobre la tierra 34 años (9 meses de gestación aunados a sus 33 años). Esto no habría tenido nada de extraño si fuera únicamente hombre, pero debemos recordar que es la 2da Persona de la Trinidad que se encuentra unida «hipostáticamente» a su humanidad, por lo que debemos pensar lo siguiente: su humanidad se desarrollaba como cualquier otro, crecía en intimidad con su Divinidad, pero su Divinidad, ¿qué hacía en esta tierra? ¿Seguir los actos del hombre?
Tratemos de investigar un poco acerca del tema en cuestión. Lo primero que debemos entender es el ¿por qué de la Redención?
Veamos:
13-36-(5)
Única finalidad de la Creación fue que todos cumplieran mi Querer; no fue que el hombre hiciera cosas grandes, más bien, éstas las veo como una nada y con desprecio si no son frutos de mi Voluntad, y por eso muchas obras en su mejor momento se deshacen, porque la Vida de mi Voluntad no estaba dentro. Entonces el hombre, habiendo roto su voluntad con la mía, me destruyó lo más bello, la finalidad para la que lo había creado; él se arruinó completamente y me negó todos los derechos que me debía dar como a su Creador. Pero mis obras llevan el sello de lo eterno, y mi infinita sabiduría y mi eterno amor no podían dejar la obra de la Creación sin sus efectos y los derechos que me correspondían; he aquí el porqué de la Redención.
Muy simple la causa de la Redención, ¿no les parece? Permitir que todo lo que la Divinidad determinó recibir por su obra creadora, tuviera su realización.
Fuimos creados, como ya sabemos, para hacer compañía a Dios, para entablar una relación de amor al Tú por tú con Él, para que pudiera desahogar plenamente su amor en su criatura; y en segundo lugar, recibir de ésta la correspondencia, pero una correspondencia digna de Él, y para ello se requería que la criatura tuviera el mismo amor, la misma potencia, la misma adoración, los mismos atributos de Él, etc. Todo lo cual se pierde en el momento terrible de la desobediencia de Adán, y nosotros, sus descendientes, quedamos privados de estos atributos que volvían una realidad la imagen y semejanza con la que fue dotada la familia humana.
Por tanto se requería no sólo el perdón, sino la restitución completa de todo lo que nuestro primer padre perdió allá, en el paraíso terrenal. Recurramos a los escritos de Luisa para que Jesús nos dé luz en esto:
16-14-(2)
…La Redención, podría decir que me costó poco, habrían bastado mi Vida externa, las penas de mi Pasión, mis ejemplos, mi palabra, y la habría hecho en muy poco tiempo; pero para formar el gran plano de la voluntad humana en la Divina, para unir todas las relaciones y vínculos por ella despedazados, debí poner todo mi interior, toda mi Vida oculta, todas mis penas íntimas, que son de más duración y más intensas que mis penas externas y que aún no son conocidas; basta decir que no era el solo perdón lo que impetraba, la remisión de las culpas, el refugio, la salvación, la defensa en los graves peligros de la vida del hombre, como lo impetré en mi Pasión, sino era el resurgimiento de todo el interior, debía hacer surgir ese Sol del Querer eterno, que atando con fuerza raptora todo el interior del hombre, aun las más íntimas fibras, debía conducirlo al seno de mi Padre Celestial como renacido en su eterno Querer. ¡Oh! cómo me fue más fácil conseguirle la salvación que reordenarle su interior en mi Supremo Querer; y si esto no lo hubiera hecho, la Redención no habría estado completa, ni hubiera sido obra digna de un Dios, ni habría ajustado ni ordenado todas las partidas del hombre, ni restituido aquella Santidad perdida con haberse sustraído y roto las relaciones con la Divina Voluntad. El plano está ya hecho, pero para hacerlo conocer era necesario que primero el hombre conociera que con mi Vida y Pasión podía obtener el perdón y la salvación, para disponerlo a hacerle conocer cómo le había conseguido la cosa más grande y más importante, que es el resurgimiento de su querer en el mío, para restituirle su nobleza, las relaciones rotas con mi Voluntad, y con esto su estado de origen.
23-43-(4)
“Hija mía, toda mi Vida oculta, y que fue tan prolongada, no fue otra cosa que el llamamiento del reino de mi Voluntad Divina sobre la tierra, quise rehacer en Mí todos los actos que debían hacer las criaturas en Ella, para después dárselos a ellos…
…Así que primero pensé en el reino de mi Voluntad Divina, porque la voluntad humana había sido la primera en ofender a la mía con sustraerse de Ella, todas las otras ofensas vinieron en segundo grado, como consecuencia del primer acto. La voluntad humana es la vida o la muerte de las criaturas, su felicidad o su tiranía y desventura en la cual se precipita, su ángel bueno que la conduce al Cielo, o transformándose en demonio la precipita al infierno; todo el mal está en la voluntad, como también todo el bien, porque ella es como fuente de vida puesta en la criatura, que puede hacer brotar alegrías, felicidad, santidad, paz, virtud, o bien arroja de sí fuentes de penas, de miserias, de pecados, de guerras que destruyen todos los bienes. Por eso en esta Vida oculta de treinta años, primero pensé en el reino de mi Voluntad, y después con la pequeña Vida pública de apenas tres años pensé en la Redención,…
…Mira entonces cómo el reino de mi Querer Divino, por necesidad, por razón y por consecuencia era formado con mi venida sobre la tierra en primer orden, no habría podido formar la Redención si no hubiese satisfecho a mi Padre Celestial del primer acto ofensivo que le había hecho la criatura.
Se aclara la cuestión del porqué tanto tiempo, es que tuvo que reordenar todo el interior del hombre y dar al Padre todo lo que la familia humana no quiso o no le pudo dar. Falta el que nos hable de sus penas:
Jesús nos dice que para salvar a todos los hombres hubiera bastado una gota de su sangre, una lágrima, un suspiro.
33-15-(4)
Escúchame hija mía: Para sanar al hombre se requerían mis penas, para darle la vida se requería mi muerte, sin embargo habría bastado una lágrima mía, un suspiro mío, una sola gota de mi sangre para salvar a todos, porque todo lo que Yo hacía estaba animado por mi Voluntad Suprema.
Visto lo anterior, podemos decir junto con Jesús que la Redención, su fruto completo no es solamente la salvación, sino la restitución de su Reino sobre la tierra. Por lo que la Redención es solamente salvación, pero la Divina Voluntad es santidad con el sello de la santidad Divina, lo que hará posible que el ser humano cumpla el deseo de Jesús: “Sean santos como mi Padre es santo”, o sea, con santidad divina.
13-38-(4, 5)
…Ahora, después de cumplida la Redención debía reafirmar al hombre en los bienes de la Redención, y para esto escogí a los apóstoles como confirmadores de los frutos de la Redención, donde con los Sacramentos debían buscar al hombre perdido y ponerlo a salvo, así que la Redención es salvación, es salvar al hombre de cualquier precipicio, por eso en una ocasión te dije que el hacer vivir al alma en mi Querer es cosa más grande que la misma Redención, porque salvarse, con hacer una vida mediana, ahora caer y ahora levantarse, no es tan difícil y esto lo consiguió mi Redención, porque quería salvar al hombre a cualquier costo y esto lo confié a mis apóstoles como depositarios de los frutos de la Redención. Así que debiendo hacer lo menos en ese entonces, dejé para ahora lo más, reservándome otras épocas para el cumplimiento de mis altos designios.
(5) Ahora, el vivir en mi Querer no es sólo salvación, sino es santidad que debe elevarse sobre todas las demás santidades, que debe llevar el sello de la santidad de su Creador, por eso debían primero venir las santidades menores como cortejo, como precursoras, como mensajeras, como preparativos de esta santidad toda Divina.
Explicado tenemos ya la duración de los 34 años de permanencia de Jesús (2da Persona de la Trinidad) en la tierra, Demos ahora un recorrido por la verdadera Pasión de nuestro Redentor:
11-45-(2-7)
“Hija mía, mi primera Pasión fue el amor, porque el hombre al pecar, el primer paso que da en el mal es la falta de amor, por lo tanto, faltando el amor se precipita en la culpa; por eso, el Amor para rehacerse en Mí de esta falta de amor de las criaturas, me hizo sufrir más que todos, casi me trituró más que bajo una prensa, me dio tantas muertes por cuantas criaturas reciben la vida.
El segundo paso que sucede en la culpa es defraudar la gloria de Dios, y el Padre para rehacerse de la gloria quitada por las criaturas me hizo sufrir la Pasión del pecado, esto es, que cada culpa me daba una pasión especial; si la pasión fue una, el pecado en cambio me dio tantas pasiones por cuantas culpas se cometerán hasta el fin del mundo; y así se rehizo la gloria del Padre.
El tercer efecto que produce la culpa es la debilidad en el hombre, y por eso quise sufrir la Pasión por manos de los judíos, esta es mi tercera Pasión, para rehacer al hombre de la fuerza perdida.
Así que con la Pasión del amor se rehízo y se puso en justo nivel el Amor, con la Pasión del pecado se rehízo y se puso a nivel la gloria del Padre, con la Pasión de los judíos se puso a nivel y se rehízo la fuerza de las criaturas. Todo esto lo sufrí en el huerto, fue tal y tanto el sufrimiento, las muertes que sufrí, los espasmos atroces, que habría muerto de verdad si la Voluntad del Padre hubiera llegado a que Yo muriera”.
Después continué meditando cuando mi amable Jesús fue arrojado por los enemigos al torrente Cedrón. El bendito Jesús se hacía ver en un aspecto que movía a piedad, todo bañado con aquellas aguas puercas y me ha dicho:
“Hija mía, al crear el alma la vestí de un manto de luz y de belleza; el pecado quita este manto de luz y de belleza y la cubre con un manto de tinieblas y de fealdad, volviéndola repugnante y nauseante, y Yo para quitar este manto tan nauseabundo que el pecado pone al alma, permití que los judíos me arrojaran en este torrente, donde quedé como recubierto dentro y fuera de Mí, porque estas aguas pútridas me entraron hasta en las orejas, en las narices, en la boca, tanto, que los judíos tenían asco de tocarme. ¡Ah, cuánto me costó el amor de las criaturas, hasta volverme nauseabundo a Mí mismo!”
12-106-(1, 2)
Estaba pensando en la Pasión de mi siempre amable Jesús, especialmente cuando se encontró bajo la tempestad de los flagelos y pensaba entre mí: “¿Cuándo Jesús pudo sufrir más, en las penas que la Divinidad le había hecho sufrir en todo el curso de su Vida, o bien en el último día en las que le dieron los judíos?” Y mi dulce Jesús con una luz que mandaba a mi inteligencia me ha dicho:
“Hija mía, las penas que me dio la Divinidad superan por mucho las penas que me dieron las criaturas, tanto en la potencia como en la intensidad y multiplicidad y en la duración, pero no hubo ni injusticia ni odio, sino sumo amor, acuerdo de las Tres Divinas Personas, empeño que Yo había tomado sobre de Mí de salvar a las almas a costa de sufrir tantas muertes por cuantas criaturas salían a la luz de la Creación, y que el Padre con sumo amor me había otorgado. En la Divinidad no existe ni puede existir ni la injusticia ni el odio, por tanto era incapaz de hacerme sufrir estas penas, pero el hombre con el pecado había cometido suma injusticia, odio, etc., y Yo para glorificar al Padre completamente debía sufrir la injusticia, el odio, las burlas, etc., he aquí por qué el último de mis días mortales sufrí la Pasión por parte de las criaturas, donde fueron tantas las injusticias, los odios, las burlas, las venganzas, las humillaciones que me hicieron, que a mi pobre Humanidad la convirtieron en el oprobio de todos, hasta tal punto que no parecía que fuera hombre, me desfiguraron tanto que ellos mismos tenían horror de mirarme, era la abyección y el desecho de todos, así que podría llamarlas dos Pasiones distintas. Las criaturas no me podían dar tantas muertes ni tantas penas por cuantas criaturas y pecados habrían ellas de cometer, eran incapaces, y por eso la Divinidad tomo el empeño, pero con sumo amor y de acuerdo entre Nosotros. Por otro lado, la Divinidad era incapaz de injusticia, etc., y ahí entraron las criaturas, y completé en todo la obra de la Redención. ¡Cuánto me cuestan las almas, y es por esto que las amo tanto!”
Por último vayamos a conocer las heridas más dolorosas para Jesús:
12-79-(2, 3, 4)
“Hija mía, entre tantas heridas que contiene mi corazón, hay tres heridas que me dan penas mortales y tal acerbidad de dolor, que sobrepasan a todas las demás heridas juntas, y éstas son: Las penas de mis almas amantes. Cuando veo a un alma toda mía sufrir por causa mía, torturada, humillada, dispuesta a sufrir aun la muerte más dolorosa por Mí, Yo siento sus penas como si fueran mías, y tal vez más. ¡Ah! el amor sabe abrir heridas más profundas, de no dejar sentir las otras penas. En esta primera herida entra en primer lugar mi querida Mamá, ¡oh! cómo su corazón traspasado por causa de mis penas se vertía en el mío, y Yo sentía a lo vivo todas sus heridas, y al verla agonizante y no morir por causa de mi muerte, Yo sentía en mi corazón el desgarro, la crudeza de su martirio, y sentía las penas de mi muerte que sentía el corazón de mi amada Mamá, y por ello mi corazón moría junto, así que todas mis penas unidas con las penas de mi Mamá, sobrepasaban todo; por eso era justo que mi Celestial Mamá tuviera el primer puesto en mi corazón, tanto en el dolor como en el amor, porque cada pena sufrida por amor mío, abría mares de gracias y de amor que se volcaban en su corazón traspasado; en esta herida entran todas las almas que sufren por causa mía y sólo por amor, en ésta entras tú, y aunque todos me ofendieran y no me amaran, Yo encuentro en ti el amor que puede suplirme por todos, y por eso, cuando las criaturas me arrojan, me obligan a huir de ellas, Yo rápido vengo a refugiarme en ti como a mi escondite, y encontrando mi amor, no el de ellas, y penante sólo por Mí, digo: “No me arrepiento de haber creado cielo y tierra y de haber sufrido tanto”. Un alma que me ama y que sufre por Mí es todo mi contento, mi felicidad, mi compensación de todo lo que he hecho, y haciendo a un lado todo lo demás, me deleito y me entretengo con ella. Sin embargo, esta herida de amor en mi corazón, mientras es la más dolorosa y sobrepasa todo, contiene dos efectos al mismo tiempo: Me da intenso dolor y suma alegría, amargura indecible y dulzura indescriptible, muerte dolorosa y vida gloriosa. Son los excesos de mi amor, inconcebibles a mente creada; y en efecto, ¿cuántos contentos no encontraba mi corazón en los dolores de mi traspasada Mamá?
La segunda herida mortal de mi corazón es la ingratitud. La criatura con la ingratitud cierra mi corazón, más bien, ella misma da dos vueltas a la llave, y mi corazón se hincha porque quiere derramar gracias, amor, y no puede, porque la criatura me los ha encerrado y ha puesto el sello con la ingratitud, y Yo doy en delirio, desvarío sin esperanza de que esta herida me sea curada, porque la ingratitud me la va haciendo siempre más profunda, dándome pena mortal.
La tercera es la obstinación. ¡Qué herida mortal a mi corazón! La obstinación es la destrucción de todos los bienes que he hecho para la criatura; es la firma de la declaración que la criatura hace de no conocerme, de no pertenecerme más, es la llave del infierno, al cual la criatura va a precipitarse; y mi corazón siente por ello el desgarro, se me hace pedazos, y me siento llevar uno de esos pedazos. ¡Qué herida mortal es la obstinación!
Lección 038
Retomemos la lección pasada, y tratemos de penetrar un poco más en los efectos que produce la Pasión de nuestro Señor en nosotros.
¿En nosotros? Así es, y esto nos explicará la insistencia de Jesús en no olvidar su Pasión.
Después que Jesús le diera a Luisa las primeras indicaciones del cómo debía comportarse, de haberla alejado del mundo exterior, de haberle indicado que debía destruir su propio “yo”, de haberle dado la enseñanza de cómo llevarlo a cabo, de haberla puesto en batalla con el enemigo para purificar del todo su interior y que le dio indicaciones para encaminarse a la imitación de su Vida, le dice lo siguiente:
“Amada mía, las cosas pasadas no han sido más que un preparativo, ahora quiero venir a los hechos…
Palabras muy claras: todo lo anterior ha sido preparación. ¿Preparación el renunciar a su voluntad; preparación el desapego al mundo exterior, incluyendo a las personas; preparación el espíritu de sacrificio, de mortificación, etc.? En efecto, pues todo lo anterior puede quedarse en actos virtuosos, como simples palabras, pensamientos, pero que no llegan a modificar nuestra naturaleza convirtiéndola en “amor”, al igual que la naturaleza Divina (Dios es Amor, 1 Sn Jn: 4-8) Por eso es que le dice que debe pasar a “LOS HECHOS”. O sea modificar su propia naturaleza. ¿Cómo? El camino para llegar a esto es largo, sin embargo es necesario partir de un punto fundamental (cimientos), conocernos a nosotros mismos, y conocerlo a Él, quién es Él y quienes nosotros.
…y para disponer tu corazón para hacer lo que quiero de ti, esto es, la imitación de mi Vida, quiero que te internes en el mar inmenso de mi Pasión, y cuando tú hayas comprendido bien la acerbidad de mis penas, el amor con el que las sufrí, quién soy Yo que tanto sufrí, y quién eres tú vilísima criatura, ah, tu corazón no osará oponerse a los golpes, a la cruz, que Yo sólo por tu bien le tengo preparada. Más bien al sólo pensar que Yo, tu maestro, he sufrido tanto, tus penas te parecerán sombras comparadas con las mías, el sufrir te será dulce y llegarás a no poder estar sin sufrimientos”. (01-63)
Meta: la imitación de su Vida.
Método: conocimiento de uno mismo.
Vayamos ahora a esto último. En el principio, Dios había creado al hombre dotado de todos los bienes naturales, los cuales poseemos aún, pero aunado a estos, se nos habían dado dones preternaturales (pertenecientes a otra naturaleza diferente de la humana: angélica), y dones sobrenaturales (por encima de cualquier naturaleza creada: Divinos), todo lo cual se encerraba en un ser que había sido creado puro «AMOR», a semejanza de la naturaleza Divina:
…(2) “Hija mía, Yo soy Amor, e hice a las criaturas todo amor: los nervios, los huesos, las carnes, son tejidos de amor; y después de haberlas tejido de amor hice correr en todas sus partículas, como cubriéndolas con un vestido, la sangre, para darles vida de amor, así que la criatura no es otra cosa que un complejo de amor, y no se mueve por ninguna otra cosa sino sólo por amor, no puede hacer de otra manera porque su vida es amor, creada por el Amor Eterno, por lo tanto, llevada por una fuerza irresistible al amor. (11-07)
Imaginemos por un instante la belleza del ser humano en el principio de la creación, ¡tanta! Que el mismo Dios quedó arrobado al verlo, no pudiendo separar su mirada de él, y no sólo su mirada, sino que Él mismo quedó, de tal manera unido a su criatura, de llegar a formar una sola cosa con éste.
Con la desobediencia de Adán se pierde todo aquello que se le había dado como un don, y que era lo que lo volvía tan bello, tan irresistible para su Creador. Y si Luzbel con su rebelión se convierte en lucifer, en el horrible, ¿qué se podrá decir del hombre? El cual era infinitamente más bello, más agraciado que el mismo Luzbel, pues éste no debía llevar unido, fundido con él a su mismo Creador, y el hombre sí.
¿Cuál será la fealdad del ser humano? ¿Cómo imaginarla sin conocer la parte perdida?
Aquí entra la Pasión de nuestro Señor, pues debemos recordar que Él no sólo toma nuestros pecados, lo cual hubiera bastado si solamente quisiera redimirnos, conseguirnos el perdón, pero no, no es el solo perdón, pues hubiera puesto a salvo a su criatura, pero sin restituirla al punto de origen, a su propia finalidad. La finalidad de Dios hubiera quedado interrumpida, lo cual no sería posible ni siquiera imaginarlo. Primero es Dios, por lo tanto el verdadero trabajo era restituirle los dones perdidos. Para eso, tiene que tomar no sólo nuestros pecados, sino TODA NUESTRA VIDA, ponerla en Él y hacer lo contrario que hizo nuestro primer padre, Adán, darle muerte para dar vida a la Vida Divina.
Él (Jesús) es Dios, dotado de una Humanidad perfecta, y para semejarse a nosotros (hombres caídos), debe tomar nuestra apariencia, y esto, en forma material, lo lleva a cabo en su Pasión, por eso permite le sea quitada su belleza, dejando que se le deforme a tal grado de quedar irreconocible: deformado por los golpes, llagado, arrancadas sus carnes, quitada la dignidad por medio de la burla (corona, cetro, manto, lleno de escupitajos), quitada su pureza (bañado por las aguas negras del cedrón, desnudo ante el pueblo), quitada su libertad (cadenas, empujado, levantado a golpes, clavado a una cruz, incapaz de valerse por Sí mismo, ni siquiera puede tomar agua para mitigar su sed, y le es dado el vinagre para exacerbar su sed y sufrimiento) etc.
Exactamente esto es lo que deberíamos ver en Él, nuestra propia imagen, en Él estamos representados, es nuestra verdadera naturaleza caída, de la cual estamos tan orgullosos, que yo pienso que el mismo satanás, si posible fuera, quedaría horrorizado, pero no, esto no es, puesto que es su obra, todo su empeño lo puso en deformar la obra maestra de Dios, la cual, ahora, se nos muestra en toda su crudeza en la Humanidad de Jesús.
Junto con lo anterior, debemos reconocer quién es Aquél que toma mi lugar, que asume mi vida, sufriendo tanto para rehacernos, y todo por AMOR. Debemos visualizar su dignidad, su altura, al mismo tiempo que reconocer nuestra indignidad, nuestra miseria, nuestra “locura” de estar tan ufanos de nuestra naturaleza. Tomar conciencia de su AMOR, y de nuestro desamor. Así que la Pasión es una verdadera «TOMA DE CONCIENCIA», vernos como nos ve Dios. Es llegar a conocer quién es Jesús, cuál es el amor de Dios, y hasta donde es capaz de llegar por nosotros.
Por todo esto, es que Luisa llega a decir:
…Entonces me puse toda a meditar la Pasión, y esto hizo tanto bien a mi alma, que creo que todo el bien me ha venido de esta fuente. Veía la Pasión de Jesucristo como un mar inmenso de luz, que con sus innumerables rayos me herían toda, esto es, rayos de paciencia, de humildad, de obediencia y de tantas otras virtudes; me veía toda rodeada por esta luz, y quedaba aniquilada al verme tan desemejante de Él. Aquellos rayos que me inundaban eran para mí otros tantos reproches que me decían:
“Un Dios paciente, ¿y tú? Un Dios humilde y sometido aun a sus mismos enemigos, ¿y tú? Un Dios que sufre tanto por amor tuyo, y tus sufrimientos por amor suyo, ¿dónde están?” (01-63 a 66)
Deforme, el hombre quedó desfigurado por el pecado original, y dicha deformidad la vamos incrementando continuamente yendo al salón de belleza llamado pecado personal, pues al faltar el amor en el hombre, se precipita cada vez más en la culpa.
Oigamos un poco más lo que Luisa piensa después de haberse sumergido en la Pasión:
…Después continué meditando cuando mi amable Jesús fue arrojado por los enemigos al torrente Cedrón. El bendito Jesús se hacía ver en un aspecto que movía a piedad, todo bañado con aquellas aguas puercas y me ha dicho:
“Hija mía, al crear el alma la vestí de un manto de luz y de belleza; el pecado quita este manto de luz y de belleza y la cubre con un manto de tinieblas y de fealdad, volviéndola repugnante y nauseante, y Yo para quitar este manto tan nauseabundo que el pecado pone al alma, permití que los judíos me arrojaran en este torrente, donde quedé como recubierto dentro y fuera de Mí, porque estas aguas pútridas me entraron hasta en las orejas, en las narices, en la boca, tanto, que los judíos tenían asco de tocarme. ¡Ah, cuánto me costó el amor de las criaturas, hasta volverme nauseabundo a Mí mismo!”
Todo lo sufrido por nuestro Redentor, su finalidad, su meta no era solamente perdonar, rehacerlo ante el Padre, sino era dejarle nuevamente su Vida original, tal como el Padre la había dado en el momento de la Creación.
…”Ahora, el portento de mi Redención fue la Resurrección, –que más que refulgente sol coronó mi Humanidad, haciendo resplandecer aún mis más pequeños actos con un esplendor y maravilla tal, que hicieron quedar estupefactos a Cielo y tierra–, que será principio, fundamento y cumplimiento de todos los bienes, corona y gloria de todos los bienaventurados; mi Resurrección es el verdadero sol que glorifica dignamente a mi Humanidad, es el sol de la Religión Católica, es la verdadera gloria de cada cristiano; sin la Resurrección habría sido como el cielo sin sol, sin calor y sin vida. Ahora, mi Resurrección es símbolo de las almas que formarán la santidad en mi Querer; los santos de los siglos pasados son símbolos de mi Humanidad, que si bien resignados, no han tenido actitud continua en mi Querer, por tanto no han recibido la marca del sol de mi Resurrección, sino la marca de las obras de mi Humanidad antes de la Resurrección, por eso serán muchos, casi como estrellas me formarán un bello ornamento al cielo de mi Humanidad, pero los santos del vivir en mi Querer, que simbolizarán mi Humanidad resucitada, serán pocos.
Ahora, si mi Resurrección simboliza a los santos del vivir en mi Querer, es con razón, porque cada acto, palabra, paso, etc., hecho en mi Querer es una resurrección Divina que el alma recibe, es la marca de gloria que recibe, es un salir de sí para entrar en la Divinidad y esconderse en el refulgente Sol de mi Querer, y ahí ama, obra, piensa; ¿qué maravilla entonces si el alma queda toda resucitada y fundida en el mismo sol de mi gloria y simboliza mi Humanidad resucitada? Pero pocos son los que se disponen a esto, porque las almas, en la misma santidad, quieren alguna cosa de bien propio; en cambio la santidad del vivir en mi Querer, nada, nada tiene de propio, sino todo de Dios, y para disponerse las almas a despojarse de los bienes propios, se necesita demasiado, por eso no serán muchos. Tú no eres del número de los muchos, sino de los pocos; por eso está siempre atenta a la llamada y a tu vuelo continuo”. (12-98)