Introducción
Una de las causas del alejamiento que existe en la actualidad entre el hombre y Dios, dice Jesús a Luisa Piccarreta (febrero 2, 1917), es el haber perdido de vista mi Pasión, por lo cual el mundo se ha desequilibrado. En las tinieblas no ha encontrado la luz de la Pasión que lo ilumine, y haciéndole conocer mi Amor y cuántas penas me cuestan las almas, pueda reaccionar y amar a quien verdaderamente lo ha amado; la luz de mi Pasión, guiándolo, lo pondría en guardia de todos los peligros; en la debilidad no ha encontrado la fuerza de esta Pasión que lo sostenga; en la impaciencia no ha encontrado el espejo de mi paciencia que le infunda la calma, resignación, y ante ésta, avergonzándose tenga como un deber dominarse a sí mismo; en las penas no ha encontrado el consuelo de las penas de un Dios, que sosteniendo las suyas le infunda amor al sufrir; en el pecado no ha encontrado la verdadera santidad, que haciéndole frente le infunda odio a la culpa; por esto el mundo ha perdido el equilibrio, ha hecho como un niño que no ha querido conocer más a su madre, como un discípulo que desconociendo al maestro no ha querido escuchar más sus enseñanzas ni aprender sus lecciones, ¿qué será de este niño y de este discípulo?
He aquí el por qué de la situación del mundo actual: ya no existe conciencia clara de quiénes somos, no conocemos más nuestro valor, pero sobre todo, desconocemos, si no es que rechazamos abiertamente, a quien pagó por nuestra liberación.
Nuestro Señor le pide a Luisa, desde los comienzos de su vida de intimidad con Él, que la meditación sobre la Pasión se convierta en una actividad cotidiana, que nunca se aparte de su mente los sufrimientos que tuvo que aceptar para rescatar a la familia humana. San Annibale Ma. Di Francia conoce a Luisa en 1910, y la exhorta a escribir sus meditaciones, lo que da como resultado el presente libro.
La primera edición fue en el año de 1915, para la cual, Luisa le escribe una carta explicando la finalidad del libro, pidiéndole haga conocer la finalidad del mismo con una introducción; carta que anexamos a continuación:
«Muy Reverendo Padre, Finalmente le mando a Ud. las horas escritas de la Pasión, todo para gloria de Nuestro Señor. Le mando también un folleto en el que están mencionados los efectos, los méritos, y las promesas de Jesús para quien hace estas horas de la Pasión. Yo creo que si la persona que las medite es pecador, se convertirá; si es imperfecto, se volverá perfecto; si es santo, se hará más santo; si es tentado, encontrará la victoria; si está sufriendo, encontrará en estas horas la fuerza, la medicina, el consuelo; y si su alma es débil y pobre, encontrará un alimento espiritual, y un espejo donde se mirará de continuo para embellecerse y hacerse similar a Jesús, nuestro modelo.
Es tanta la complacencia que siente Jesús bendito por la meditación de estas horas, que Él quisiera que al menos, de estas meditaciones, hubiera una copia por cada ciudad o país para que alguien las practicara, y entonces sucedería que en esas reparaciones, Jesús oiría su misma voz y sus plegarias tal y como las elevaba a su Padre en las 24 horas de su dolorosa Pasión; y si esto se hiciera por lo menos en cada país o ciudad por algunas almas, Jesús me hace entender que la Divina Justicia quedaría en parte aplacada y vendrían aplacados o detenidos los flagelos en estos tristes tiempos. Haga Ud., reverendo Padre un llamado a todos, y cumpla así la obra que mi amable Jesús me ha hecho hacer.
Le digo también que la finalidad de estas horas de la Pasión no es tanto el narrar la historia de la Pasión, porque ya hay muchos libros que tratan este piadoso argumento, y no habría sido necesario hacer otro; la finalidad es la REPARACIÓN, conectando (nótese) los diversos puntos de la Pasión de Nuestro Señor con la diversidad de tantas ofensas, y junto a Jesús hacer una digna reparación, rehaciéndolo casi de todo lo que todas las criaturas le deben; y por esto los diversos modos de reparar en estas horas. En algunos puntos se bendice, en otros se compadece, en otros se alaba, en otros se consuela al penante Jesús, en otros se compensa, en otros se suplica, se ruega, se pide.
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¿Cómo hacer estas horas?
Generalmente estas horas se hacen en forma individual, meditándose 1 hora por día, no es necesario hacerla a la hora indicada en cada una de ellas, pudiendo meditarla en el momento en que se tenga el tiempo suficiente para hacerla con calma, así en el transcurso de 24 días se terminará todo el reloj, volviendo a comenzar nuevamente, en forma ininterrumpida.
Otra manera de hacerlo es reunir 24 personas que se comprometan a meditar 1 hora diariamente, repartiéndose las horas entre las 24 personas, por lo que diariamente se meditarán las 24 horas; de ahí en adelante se avanzará normalmente una meditación por día, no repitiendo la misma meditación, de la misma manera que cuando se hacen en forma particular, y en un lapso de 24 días, cada uno de los integrantes habrá meditado todas las horas. Esto se puede hacer una sola vez, o mejor, si todos se comprometen se puede hacer en forma continua.
Lo importante es hacerlas junto con Él y con su misma Voluntad..
—Preparación antes de cada meditación
Oh Señor mío Jesucristo, postrada ante tu divina presencia, suplico a tu amorosísimo corazón que quieras admitirme a la dolorosa meditación de las 24 horas en las que por nuestro amor quisiste padecer, tanto en tu cuerpo adorable como en tu alma santísima, hasta la muerte de cruz.
Ah, dame tu ayuda, gracia, amor, profunda compasión y entendimiento de tus padecimientos mientras medito ahora la hora… Y por las que no puedo meditar te ofrezco la voluntad que tengo de meditarlas, y quiero en mi intención meditarlas durante todas las horas en que estoy obligada a dedicarme a mis deberes, o a dormir. Acepta, oh misericordioso Señor, mi amorosa intención y haz que sea de provecho para mí y para muchos, como si en efecto hiciera santamente todo lo que deseo practicar.
—Ofrecimiento Después de Cada Hora
Amable Jesús mío, Tú me has llamado en esta hora de tu Pasión para hacerte compañía, y yo he venido. Me parecía oírte angustiado y doliente que oras, reparas y sufres, y con las palabras más conmovedoras y elocuentes suplicas la salvación de las almas. He tratado de seguirte en todo; ahora, debiéndote dejar por mis acostumbradas ocupaciones, siento el deber de decirte “gracias” y un “te bendigo”.
Sí, oh Jesús, gracias te repito mil y mil veces y te bendigo por todo lo que has hecho y padecido por mí y por todos; gracias y te bendigo por cada gota de sangre que has derramado, por cada respiro, por cada latido, por cada paso, palabra, mirada, amargura, ofensa que has soportado.
En todo, oh mi Jesús, quiero ponerte un “gracias” y un “te bendigo.” Ah mi Jesús, haz que todo mi ser te envíe un flujo continuo de agradecimientos y bendiciones, de manera que atraiga sobre mí y sobre todos el flujo de tus gracias y bendiciones.
Ah Jesús, estréchame a tu corazón y con tus santísimas manos márcame todas las partículas de mi ser con tu “te bendigo”, para hacer que no pueda salir de mí otra cosa que un himno continuo de agradecimiento hacia Ti Nuestros latidos se tocarán continuamente, de manera que me darás vida, amor, y una estrecha e inseparable unión contigo.
Ah, te ruego mi dulce Jesús, que si ves que alguna vez estoy por dejarte, tu latido se acelere más fuerte en el mío, tus manos me estrechen más fuerte a tu corazón, tus ojos me miren y me lancen saetas de fuego, a fin de que sintiéndote, rápidamente me deje atraer a la unión contigo.
Ah mi Jesús, mantente en guardia para que no me aleje de Ti, y te suplico que estés siempre junto a mí y que me des tus santísimas manos para hacer junto conmigo lo que me conviene hacer. Mi Jesús, ah, dame el beso del divino amor, abrázame y bendíceme; yo te beso en tu dulcísimo corazón y me quedo en Ti.
PRIMERA HORA
De las 5 a las 6 de la tarde
Jesús se despide de su Madre Santísima
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Oh Celestial Mamá, la hora de la separación se acerca y yo vengo a Ti. ¡Oh Madre, dame tu amor y tus reparaciones, dame tu dolor, porque junto contigo quiero seguir paso a paso al adorado Jesús!
Y he aquí que Jesús viene y Tú con el alma rebosante de amor corres a su encuentro, pero al verlo tan pálido y triste el corazón se te oprime por el dolor, las fuerzas te abandonan y estás a punto de desfallecer a sus pies. Oh dulce Mamá mía,
¿sabes por qué ha venido a Ti el adorable Jesús? ¡Ah! Él ha venido para darte el último adiós, para decirte la última palabra, para recibir el último abrazo.
Oh Mamá, a Ti me estrecho con toda la ternura de la cual es capaz este mi pobre corazón, a fin de que estrechado y unido a Ti, también yo pueda recibir los abrazos del adorado Jesús. ¿Me desdeñarás acaso Tú? ¿No es más bien un consuelo para tu corazón tener un alma a tu lado y que comparta contigo las penas, los afectos, las reparaciones?
Oh Jesús, en esta hora tan desgarradora para tu ternísimo corazón, qué lección nos das de filial y amorosa obediencia hacia tu Mamá. ¡Qué dulce armonía hay entre Tú y María, qué suave encanto de amor que sube hasta el trono del Eterno y se extiende para salvación de todas las criaturas de la tierra!
Oh Celestial Mamá mía, ¿sabes qué quiere de Ti el adorado Jesús? No quiere otra cosa que tu última bendición. Es verdad que de todas las partes de tu ser no salen sino bendiciones y alabanzas a tu Creador, pero Jesús al despedirse de Ti quiere oír las dulces palabras: “Te bendigo oh Hijo.” Y este te bendigo aleja todas las blasfemias de sus oídos, y dulce y suave desciende a su corazón; y casi como para poner una defensa a todas las ofensas de las criaturas, Jesús quiere tu “te bendigo.”
Yo me uno a Ti, oh dulce Mamá, sobre las alas del viento quiero girar por el Cielo para pedir al Padre, al Espíritu Santo, a todos los ángeles, un “te bendigo” para Jesús, a fin de que yendo a Él le pueda llevar sus bendiciones. Y aquí en la tierra quiero ir a todas las criaturas y pedir de cada labio, de cada latido, de cada paso, de cada respiro, de cada mirada, de cada pensamiento, bendiciones y alabanzas a Jesús, y si ninguno me las quiere dar, yo quiero darlas por ellos.
Oh dulce Mamá, después de haber girado y vuelto a girar para pedir a la Trinidad Sacrosanta, a los ángeles, a todas las criaturas, a la luz del sol, al perfume de las flores, a las olas del mar, a cada soplo de viento, a cada llama de fuego, a cada hoja que se mueve, al centellear de las estrellas, a cada movimiento de la naturaleza un “te bendigo”, vengo a Ti y uno mis bendiciones a las tuyas.
Dulce Mamá mía, veo que recibes consuelo y alivio por esto, y ofreces a Jesús todas mis bendiciones en reparación de las blasfemias y maldiciones que Él recibe de las criaturas. Pero mientras te ofrezco todo, oigo tu voz temblorosa que dice: “Hijo, bendíceme también a Mí.”
Oh dulce amor mío, Jesús, bendíceme también a mí junto con tu Mamá, bendice mis pensamientos, mi corazón, mis manos, mis obras, mis pasos, y junto con tu Mamá bendice a todas las criaturas.
Oh Madre mía, al mirar el rostro del adolorido Jesús, pálido, triste, desgarrador, se despierta en Ti el recuerdo de los dolores que dentro de poco Él deberá sufrir. Adivinas su rostro cubierto de salivazos y lo bendices, la cabeza traspasada por las espinas, los ojos vendados, el cuerpo desgarrado por los azotes, las manos y los pies traspasados por los clavos, y adonde quiera que Él está a punto de ir, Tú lo sigues con tus bendiciones, y junto contigo lo sigo también yo. Cuando Jesús sea golpeado por los azotes, coronado de espinas, abofeteado, traspasado por los clavos, dondequiera encontrará junto a tu “te bendigo”, el mío.
Oh, Jesús, oh Madre, os compadezco; inmenso es vuestro dolor en estos últimos momentos, el corazón de uno parece que arranque el corazón del otro. Oh Madre arranca mi corazón de la tierra y átalo fuerte a Jesús, a fin de que estrechado a Él pueda tomar parte de tus dolores, y mientras os estrecháis, os abrazáis, os dirigís las últimas miradas, los últimos besos, estando yo en medio de vuestros dos corazones pueda recibir vuestros últimos besos, vuestros últimos abrazos. ¿No veis que yo no puedo estar sin Vosotros, no obstante mi miseria y mi frialdad?
Jesús, Mamá, tenedme estrechada a Vosotros, denme vuestro amor, vuestro Querer, saetead mi pobre corazón, estrechadme entre vuestros brazos, y junto contigo, oh dulce Madre, quiero seguir paso a paso al adorado Jesús con la intención de darle consuelo, alivio, amor y reparación por todos.
Oh Jesús, junto a tu Mamá te beso el pie izquierdo suplicándote que quieras perdonarme a mí y a todas las criaturas por cuantas veces no hemos caminado hacia Dios.
Beso tu pie derecho, perdóname a mí y a todos por cuantas veces no hemos seguido la perfección que Tú querías de nosotros.
Te beso la mano izquierda pidiéndote nos comuniques tu pureza.
Beso tu mano derecha, bendíceme todos mis latidos, pensamientos, afectos, a fin de que validados por tu bendición todos se santifiquen, y junto conmigo bendice también a todas las criaturas, y sella la salvación de sus almas con tu bendición.
Oh Jesús, junto a tu Mamá te abrazo, y besándote el corazón te ruego que pongas en medio de vuestros dos corazones el mío, a fin de que se alimente continuamente de vuestros amores, de vuestros dolores, de vuestros mismos afectos, deseos y de vuestra misma Vida. Así sea.
SEGUNDA HORA
De las 6 a las 7 de la tarde
Jesús se separa de su Madre Santísima y se encamina al Cenáculo
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Mi adorable Jesús, mientras junto contigo he tomado parte en tus dolores y en los de la afligida Mamá, veo que te decides a partir para ir a donde el Querer del Padre te llama. Es tanto el amor entre Hijo y Madre que os vuelve inseparables, por lo que Tú te quedas en el corazón de la Mamá, y la Reina y dulce Mamá se deja en el tuyo, de otra manera os habría sido imposible el separaros. Pero después, bendiciéndoos mutuamente, Tú le das el último beso para darle fuerzas en los acerbos dolores que está por sufrir, le das el último adiós y partes.
Pero la palidez de tu rostro, tus labios temblorosos, tu voz sofocada como si quisiera romper en llanto al decirle adiós, ¡ah! todo me dice cuánto la amas y cuánto sufres al dejarla, pero para cumplir la Voluntad del Padre, con vuestros corazones fundidos el uno en el otro, a todo os sometéis, queriendo reparar por aquellos que, por no vencer las ternuras de los parientes y amigos, los vínculos y los apegos, no se preocupan por cumplir el Querer Santo de Dios y corresponder al estado de santidad al que Dios los llama. ¡Qué dolor no te dan estas almas al rechazar de sus corazones el amor que quieres darles, para contentarse con el amor de las criaturas!
Amable amor mío, mientras contigo reparo, permíteme que permanezca con tu Mamá para consolarla y sostenerla mientras Tú te alejas, después apresuraré mis pasos para alcanzarte. Pero con sumo dolor veo que mi angustiada Mamá tiembla, y es tanto el dolor, que mientras trata de decir adiós al Hijo, la voz se le apaga en los labios y no puede articular palabra, casi desfallece y en su desfallecimiento de amor dice:
«¡Hijo mío, Hijo mío, te bendigo! ¡Qué amarga separación, más cruel que cualquier muerte!»
Pero el dolor le impide aun el hablar y la deja muda. Desconsolada Reina, déjame que te sostenga, te enjugue las lágrimas y te compadezca en tu amargo dolor. Mamá mía, yo no te dejaré sola, y Tú tenme contigo, enséñame en este momento tan doloroso para Ti y para Jesús lo que debo hacer, cómo debo defenderlo, cómo debo repararlo y consolarlo, y si debo dar mi vida para defender la suya.
No, no me separaré de debajo de tu manto, a una señal tuya volaré a Jesús y le llevaré tu amor, tus afectos, tus besos junto a los míos y los pondré en cada llaga, en cada gota de su sangre, en cada pena e insulto, a fin de que sintiendo Él en cada pena los besos y el amor de la Mamá, sus penas queden endulzadas. Después regresaré bajo tu manto trayéndote sus besos para endulzar tu corazón traspasado. Mamá mía, el corazón me late fuertemente, quiero ir a Jesús, y mientras beso tus manos maternas bendíceme como has bendecido a Jesús y permíteme que vaya a Él.
Mi dulce Jesús, el amor me descubre tus pasos y te alcanzo mientras recorres las calles de Jerusalén junto con tus amados discípulos; te miro y te veo aún pálido, oigo tu voz, dulce, sí, pero triste, tanto que rompe el corazón de tus discípulos, que por oírte así están turbados.
«Es la última vez –dices- que recorro estas calles por Mí mismo, mañana las recorreré atado, arrastrado entre mil insultos».
Y señalando los lugares donde serás más deshonrado y maltratado, sigues diciendo:
«Mi vida está por llegar a su ocaso acá abajo, como está por llegar a su ocaso el sol, y mañana a esta hora no estaré más, pero como sol resurgiré al tercer día».
Por tus palabras, los apóstoles quedan tristes y taciturnos y no saben qué responder. Pero Tú agregas:
«Ánimo, no se aflijan, Yo no los dejo, siempre estaré con ustedes, pero es necesario que Yo muera por el bien de todos ustedes».
Al decir esto, estás conmovido, pero con voz trémula continúas instruyéndolos. Antes de que entres en el cenáculo miras el sol que ya se pone, así como está por llegar al ocaso tu vida; ofreces tus pasos por aquellos que se encuentran en el ocaso de la vida y les das la gracia de que la hagan terminar en Ti, reparando por aquellos que no obstante los sinsabores y los desengaños de la vida se obstinan en no rendirse a Ti.
Después miras de nuevo a Jerusalén, el centro de tus prodigios y de las predilecciones de tu corazón, y que en pago te está preparando la cruz y afilando los clavos para cometer el deicidio, y Tú te estremeces, se te rompe el corazón y lloras por su destrucción.
Con esto reparas por tantas almas consagradas a Ti, que con tanto cuidado tratabas de formar como portentos de tu amor, y ellas, ingratas, sin corresponderte, te hacen sufrir más amarguras. Quiero reparar junto contigo para endulzar el dolor de tu corazón.
Pero veo que quedas horrorizado ante la vista de Jerusalén, y retirando de ella tu mirada, entras en el cenáculo. Amor mío, estréchame a tu corazón, a fin de que haga mías tus amarguras para ofrecerlas junto contigo, y Tú, mira piadoso mi alma, y derramando en ella tu amor, bendíceme.
TERCERA HORA
De las 7 a las 8 de la noche
La Cena Legal
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Oh Jesús, ya llegas al cenáculo junto con tus amados discípulos y te pones a cenar con ellos. Qué dulzura, qué afabilidad no muestras en toda tu persona al abajarte a tomar por última vez el alimento material. Allí todo es amor en Ti, también en esto no sólo reparas por los pecados de gula, sino que impetras también la santificación del alimento, y así como éste se convierte en fuerza, así nos obtienes la santidad hasta en las cosas más bajas y más comunes.
Jesús, vida mía, tu mirada dulce y penetrante parece escrutar a todos los apóstoles, y aun en el acto de tomar el alimento tu corazón queda traspasado al ver a tus amados apóstoles débiles y vacilantes aún, especialmente el pérfido Judas que ya ha puesto un pie en el infierno. Y Tú desde el fondo de tu corazón amargamente dices:
«¿Cuál es la utilidad de mi sangre? ¡He aquí un alma, tan beneficiada por Mí, y está perdida!»
Y con tus ojos resplandecientes de luz lo miras, como queriendo hacerle comprender el gran mal cometido. Pero tu suprema caridad te hace soportar este dolor y no lo manifiestas ni siquiera a tus amados discípulos; y mientras te dueles por Judas, tu corazón quisiera llenarse de júbilo al ver a tu izquierda a tu amado discípulo Juan, tanto, que no pudiendo contener más el amor, atrayéndolo dulcemente a Ti le haces apoyar su cabeza sobre tu corazón, haciéndole sentir el paraíso por adelantado.
Es en esta hora solemne que en los dos discípulos vienen representados los dos pueblos: el réprobo y el elegido. El réprobo en Judas, que siente ya el infierno en el corazón; y el elegido en Juan, que en Ti reposa y goza.
Oh dulce bien mío, también yo me pongo cerca de Ti, y junto a tu amado discípulo quiero apoyar mi cabeza cansada sobre tu corazón adorable y rogarte que me hagas
sentir, aun sobre esta tierra, las delicias del Cielo, y así, raptada por las dulces armonías de tu corazón, la tierra no sea para mí más tierra, sino Cielo.
Pero en esas armonías dulcísimas y divinas, siento que se te escapan dolorosos latidos, son por las almas perdidas. ¡Oh Jesús, no permitas que nuevas almas se pierdan, haz que tu latido corriendo en el suyo les haga sentir los latidos de la vida del Cielo, como los siente tu amado discípulo Juan, y atraídas por la suavidad y dulzura de tu amor, todas puedan rendirse a Ti!
Oh Jesús, mientras permanezco en tu corazón, dame también a mí el alimento como se lo diste a los apóstoles, el alimento de tu divina Voluntad, el alimento del amor, el alimento de la palabra divina. Jamás me niegues, oh mi Jesús, este alimento que Tú tanto deseas darme, de modo de formar en mí tu misma vida.
Dulce bien mío, mientras me estoy a tu lado, veo que el alimento que tomas junto con tus amados discípulos no es otro que un cordero. Es el cordero que te representa, y así como en este cordero, por la fuerza del fuego, no queda ningún humor vital, así Tú, cordero místico, que por las criaturas debes consumirte todo por fuerza de amor, ni siquiera una gota de tu sangre conservarás para Ti, derramándola toda por amor nuestro.
Así que, oh Jesús, nada haces que no represente a lo vivo tu dolorosísima Pasión, que tienes siempre presente en la mente, en el corazón, en todo, y esto me enseña que si también yo tuviera siempre delante a mi mente y en el corazón el pensamiento de tu Pasión, jamás me negarías el alimento de tu amor. ¡Cuánto te agradezco por esto!
Oh mi Jesús, ningún acto se te escapa en que no me tengas presente y con el que no intentes hacerme un bien especial, por eso te ruego que tu Pasión esté siempre en mi mente, en mi corazón, en mis miradas, en mis obras, en mis pasos, a fin de que a donde quiera que me dirija, dentro y fuera de mí, te encuentre siempre presente a mí, y dame la gracia de que jamás olvide lo que has sufrido y padecido por mí. Ésta sea para mí un imán, que atrayendo todo mi ser en Ti, no me deje alejarme de Ti.
CUARTA HORA
De las 8 a las 9 de la noche
La Cena Eucarística
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Dulce amor mío, incontentable siempre en tu amor, veo que al terminar la cena legal te levantas de la mesa y junto con tus amados discípulos elevas el himno de agradecimiento al Padre por haberles dado el alimento, queriendo reparar con esto todas las faltas de agradecimiento de las criaturas por los tantos medios como nos das para la conservación de la vida corporal. Por eso Tú, oh Jesús, en lo que haces, tocas o ves, tienes siempre en tus labios las palabras:
«¡Gracias te sean dadas, oh Padre!»
También yo, oh Jesús, unida contigo tomo las palabras de tus labios y diré siempre y en todo: “Gracias por mí y por todos”, para continuar la reparación por las faltas de agradecimiento.
Lavatorio de los pies
Pero, oh mi Jesús, parece que tu amor no tiene reposo, veo que de nuevo haces sentarse a tus amados discípulos, tomas una palangana con agua, te ciñes una blanca toalla y te postras a los pies de los apóstoles, en un acto tan humilde que te atrae la mirada de todo el Cielo y lo hace permanecer estático, los mismo apóstoles se quedan casi sin movimiento al verte postrado a sus pies. Pero dime amor mío,
¿qué quieres, qué pretendes con este acto tan humilde, humildad jamás vista y que jamás se verá?
«¡Ah hija mía, quiero todas las almas, y postrado ante ellas como un pobre mendigo, las pido, las urjo, y llorando tramo mis insidias de amor para tenerlas! Quiero, postrado a sus pies, con esta agua mezclada con mis lágrimas lavarlas de cualquier imperfección y prepararlas a recibirme en el sacramento. Me importa tanto este acto de recibirme en la Eucaristía, que no quiero confiar este oficio ni a los ángeles, ni siquiera a mi amada Mamá, sino que Yo mismo quiero purificarlas, aun
las fibras más íntimas, para disponerlas a recibir el fruto del sacramento, y en los apóstoles era mi intención preparar a todas las almas.
Intento reparar todas las obras santas y la administración de los sacramentos, sobre todo hechas por sacerdotes con espíritu de soberbia, vacías de espíritu divino y de desinterés. ¡Ah, cuántas obras buenas me llegan más para deshonrarme que para darme honor! ¡Más para amargarme que para complacerme! ¡Más para darme muerte que para darme vida! Éstas son las ofensas que más me afligen. Ah, sí hija mía, numera todas las ofensas más íntimas que se me hacen y repárame con mis mismas reparaciones, consuela mi corazón amargado».
¡Oh mi afligido bien, hago mía tu vida y junto contigo intento reparar todas estas ofensas! Quiero entrar en los más íntimos escondites de tu corazón divino y reparar con tu mismo corazón las ofensas más íntimas y secretas que recibes de tus más amados, y junto contigo quiero girar en todas las almas que te deben recibir en la Eucaristía, y entrar en sus corazones, y junto a tus manos pongo las mías para purificarlas.
Ah, Jesús, con estas tus lágrimas y esta agua con las cuales lavaste los pies de los apóstoles, lavemos a las almas que te deben recibir, purifiquemos sus corazones, incendiémoslos, sacudamos de ellos el polvo con el cual están manchados, a fin de que recibiéndote, Tú puedas encontrar en ellas tus complacencias en vez de tus amarguras.
Pero, afectuoso bien mío, mientras estás atento a lavar los pies de los apóstoles, te miro y veo que otro dolor traspasa tu corazón santísimo. Estos apóstoles representan a todos los futuros hijos de la Iglesia, y cada uno de ellos representa la serie de cada uno de tus dolores: en uno las debilidades; en otro los engaños; en otro las hipocresías; en otro el amor desmedido a los intereses; en San Pedro, la falla a los buenos propósitos y todas las ofensas de los jefes de la Iglesia; en San Juan, las ofensas de tus más fieles; en Judas todos los apóstatas, con toda la serie de los graves males causados por ellos.
¡Ah! tu corazón está sofocado por el dolor y por el amor, tanto, que no pudiendo resistir te detienes a los pies de cada apóstol y rompes en llanto, y ruegas y reparas por cada una de estas ofensas, e imploras y consigues para todos el remedio oportuno.
Jesús mío, también yo me uno a Ti, hago mías tus plegarias, tus reparaciones, tus oportunos remedios para cada alma. Quiero mezclar mis lágrimas a las tuyas, a fin de que jamás estés solo, sino que siempre me tengas contigo para dividir tus penas.
Veo, dulce amor mío, que ya estás a los pies de Judas, oigo tu respiro afanoso, veo que no sólo lloras, sino que sollozas, y mientras lavas aquellos pies, los besas, te los estrechas al corazón, y no pudiendo hablar porque tu voz está ahogada por el llanto, lo miras con tus ojos hinchados por el llanto y le dices con el corazón:
«Hijo mío, ah, te ruego con la voz de mis lágrimas: ¡No te vayas al infierno, dame tu alma que postrado a tus pies te pido! Di, ¿qué quieres? ¿Qué pretendes? Todo te daré con tal de que no te pierdas. ¡Ah, evítame este dolor, a Mí, tu Dios!»
Y te estrechas de nuevo esos pies a tu corazón, pero viendo la dureza de Judas, tu corazón se ve en apuros, el amor te sofoca y estás a punto de desfallecer. Corazón mío y vida mía, permíteme que te sostenga entre mis brazos.
Comprendo que éstas son las estratagemas amorosas que usas con cada pecador obstinado, y yo te ruego, oh Jesús, mientras te compadezco y te doy reparación por las ofensas que recibes de las almas que se obstinan en no quererse convertir, que me permitas recorrer junto contigo la tierra, y donde estén los pecadores obstinados démosles tus lágrimas para ablandarlos, tus besos y tus abrazos de amor para encadenarlos a Ti, de manera que no te puedan huir, y así consolarte por el dolor de la pérdida de Judas.
La institución de la santísima Eucaristía
Jesús mío, gozo y delicia mía, veo que tu amor corre, y rápidamente corre, te levantas, doliente como estás, y casi corres a la mesa donde está ya preparado el pan y el vino para la consagración.
Te veo, corazón mío, que tomas un aspecto todo nuevo y nunca antes visto, tu divina Persona toma un aspecto tierno, amoroso, afectuoso, tus ojos resplandecen de luz, más que si fueran soles; tu rostro encendido resplandece; tus labios sonrientes, abrasados de amor; y tus manos creadoras se ponen en actitud de crear. Te veo, amor mío, todo transformado, parece como si tu Divinidad se desbordara fuera de tu Humanidad.
Corazón mío y vida mía, Jesús, este aspecto tuyo jamás visto llama la atención de todos los apóstoles, ellos son presa de un dulce encanto y no se atreven ni siquiera a
respirar. La dulce Mamá corre en espíritu a los pies del altar para contemplar los portentos de tu amor; los ángeles descienden del Cielo y se preguntan entre ellos:
«¿Qué sucede? ¿Qué pasa?» ¡Son verdaderas locuras, verdaderos excesos! ¡Un Dios que crea, no el cielo o la tierra, sino a Sí mismo. ¿Y dónde? ¡Dentro de la materia vilísima de un poco de pan y un poco de vino!
Pero mientras están todos en torno a Ti, oh amor insaciable, veo que tomas el pan entre las manos, lo ofreces al Padre y oigo tu voz dulcísima que dice:
«Padre Santo, gracias te sean dadas, pues siempre escuchas a tu Hijo. Padre Santo, concurre conmigo, Tú un día me enviaste del Cielo a la tierra a encarnarme en el seno de mi Mamá para venir a salvar a nuestros hijos, ahora permíteme que me encarne en cada una de las hostias para continuar su salvación y ser vida de cada uno de mis hijos. Mira, oh Padre, pocas horas me quedan de vida, ¿cómo tendré corazón para dejar solos y huérfanos a mis hijos? Son muchos sus enemigos, las tinieblas, las pasiones, las debilidades a que están sujetos, ¿quién los ayudará? ¡Ah, te suplico que Yo permanezca en cada hostia para ser vida de cada uno y poner en fuga a sus enemigos, y ser su luz, fuerza y ayuda, de otra manera, ¿a dónde irán?
¿Quién los ayudará? Nuestras obras son eternas, mi amor es irresistible, no puedo ni quiero dejar a mis hijos».
El Padre se enternece ante la voz tierna y afectuosa del Hijo, y desciende del Cielo. Está ya sobre el altar y unido con el Espíritu Santo para concurrir con el Hijo. Y Jesús con voz sonora y conmovedora pronuncia las palabras de la consagración, y sin dejarse a Si mismo, crea a Si mismo en aquel pan y en aquel vino. Después te das en comunión a tus apóstoles, y creo que nuestra celestial Mamá no quedó privada de recibirte. ¡Ah Jesús, los Cielos se postran, y todos te mandan un acto de adoración en tu nuevo estado de tan profundo aniquilamiento!
Pero, oh dulce Jesús, mientras tu amor queda contentado y satisfecho no teniendo otra cosa qué hacer, veo, oh mi bien, sobre este altar, en tus manos, todas las hostias consagradas que se perpetuarán hasta el fin de los siglos, y en cada una de las hostias desplegada toda tu dolorosa Pasión, porque las criaturas, a los excesos de tu amor, corresponderán con excesos de ingratitud y de enormes delitos, y yo, corazón de mi corazón, quiero encontrarme siempre contigo en cada uno de los tabernáculos, en todos los copones y en cada una de las hostias consagradas que habrá hasta el fin del mundo, para ofrecerte mis actos de reparación a medida que recibes las ofensas. Por eso corazón mío, me pongo cerca de Ti y te beso la frente
majestuosa, pero mientras te beso siento en mis labios los pinchazos de las espinas que circundan tu cabeza. Oh mi Jesús, en esta hostia santa no te limitan las espinas como en la Pasión, veo que las criatura vienen a tu presencia y en vez de darte el homenaje de sus pensamientos, te mandan sus pensamientos malos, y Tú de nuevo bajas la cabeza como en la Pasión para recibir las espinas de los malos pensamientos que se hacen en tu presencia.
Oh mi amor, junto contigo la abajo también yo para dividir contigo tus penas, y pongo todos mis pensamientos en tu mente para quitar estas espinas que tanto te hacen sufrir, y cada pensamiento mío corra en cada pensamiento tuyo para hacerte el acto de reparación por cada pensamiento malo y así endulzar tus afligidos pensamientos.
Jesús mío, bien mío, beso tus bellos ojos, te veo en esta hostia santa, con estos ojos amorosos, en acto de esperar a todos aquellos que vienen a tu presencia para mirarlos con tus miradas de amor, para tener la correspondencia de sus miradas amorosas, pero cuántos vienen a tu presencia y en vez de mirarte a Ti y buscarte a Ti, miran cosas que los distraen de Ti, y te privan del gusto del intercambio de las miradas entre Tú y ellos, y Tú lloras, y por eso, besándote, siento mis labios bañados por tus lágrimas. Ah, mi Jesús, no llores, quiero poner mis ojos en los tuyos para compartir estas tus penas y llorar contigo, y repararte por todas las miradas distraídas de las criaturas con ofrecerte mis miradas y tenerlas siempre fijas en Ti.
Jesús mío, amor mío, beso tus santísimos oídos, ah, te veo atento para escuchar lo que las criaturas quieren de Ti, para consolarlas, pero ellas, en cambio, te hacen llegar a los oídos oraciones mal hechas, llenas de desconfianza, oraciones hechas más por costumbre y sin vida, y tus oídos en esta hostia santa son molestados más que en la misma Pasión.
Oh mi Jesús, quiero tomar todas las armonías del Cielo y ponerlas en tus oídos para repararte estas penas, y quiero poner mis oídos en los tuyos, no sólo para compartir contigo esta pena, sino para estar siempre atenta a lo que quieres, a lo que sufres, para poner pronto mi acto de reparación y consolarte.
Jesús, vida mía, beso tu santísimo rostro, lo veo ensangrentado, lívido e hinchado. Las criaturas, oh Jesús, vienen ante esta hostia santa, y con sus posturas indecentes, con sus conversaciones malas que hacen delante a Ti, en vez de darte honor te dan
bofetadas y salivazos, y Tú, como en la Pasión, con toda paz y paciencia los recibes, y todo soportas.
Oh Jesús, quiero poner mi rostro junto al tuyo, no sólo para acariciarte y besarte conforme te llegan estas bofetadas y quitarte los salivazos, sino que quiero fundir mi rostro en el tuyo para dividir contigo estas penas, también quiero hacer de mi ser tantos diminutos pedacitos para ponerlos ante Ti como tantas estatuas arrodilladas continuamente, para repararte por todos los deshonores que te hacen en tu presencia.
Jesús, mi todo, beso tu dulcísima boca. Ah, veo que al descender en los corazones de las criaturas, el primer apoyo que Tú haces es sobre la lengua. ¡Oh, cómo quedas amargado encontrando muchas lenguas mordaces, impuras, malas! ¡Ah, Tú te sientes atormentar por esas lenguas, y peor aún cuando desciendes a sus corazones!
¡Oh Jesús, si fuera posible quisiera encontrarme en la boca de cada una de las criaturas para endulzarte y repararte cualquier ofensa que recibas de ellas!
Fatigado bien mío, beso tu santísimo cuello, te veo cansado, agotado y todo ocupado en tu trabajo de amor, dime qué haces. Y Jesús:
«Hija mía, Yo en esta hostia trabajo desde la mañana hasta la noche formando continuas cadenas de amor, a fin de que conforme las almas vienen a Mí, Yo las hago encontrar pronta mi cadena de amor para encadenarlas a mi corazón; ¿pero sabes tú qué me hacen ellas a cambio? Muchas toman a mal estas mis cadenas, y por la fuerza se liberan de ellas y las hacen pedazos, y como estas cadenas están atadas a mi corazón, Yo quedo torturado y doy en delirio; al romper mis cadenas tiran al vacío mi trabajo que hago en el Sacramento, y buscan las cadenas de las criaturas, y esto lo hacen aun en mi presencia, sirviéndose de Mí para lograr sus intentos. Esto me da tanto dolor que me da una fiebre tan violenta que me hace desfallecer y delirar».
Prisionero de amor, Tú estás no sólo aprisionado sino también encadenado, y con ansia febril estás esperando los corazones de las criaturas para descender en ellos y salir de tu prisión, y con las cadenas que te ataban encadenar sus almas a tu amor.
Pero con sumo dolor ves que vienen ante Ti con un aire indiferente, sin premuras por recibirte; otras de hecho no te reciben; y otras, si te reciben, sus corazones están atados por otros amores y llenos de vicios, como si Tú fueras despreciable, y Tú, vida mía, estás obligado a salir de estos corazones encadenado como entraste, porque no te han dado la libertad de hacerse atar, y han cambiado tus ansias en llanto.
Jesús mío, permíteme que enjugue tus lágrimas y te tranquilice el llanto con mi amor, y para repararte te ofrezco las ansias y suspiros, los deseos ardientes que te han dado todos los santos que han existido y existirán, los de tu Mamá y el mismo amor del Padre y del Espíritu Santo, y yo haciendo mío este amor, quiero ponerme a las puertas del tabernáculo para hacerte las reparaciones y gritar detrás a las almas que quisieran recibirte para hacerte llorar, ‘te amo’, y tantas veces intento repetir estos actos de reparación, por cuantos contentos das a todos los santos, y por cuantos movimientos contiene la santísima Trinidad.
Coronada Mamá, te beso el corazón y te pido que custodies mis afectos, mis deseos, mis latidos, mis pensamientos, y que los pongas como lámparas a la puerta de los tabernáculos para cortejar a Jesús.
¡Cuánto te compadezco, oh Jesús! Tu amor es puesto en aprietos, ¡ah! te ruego, para consolarte por las ofensas que recibes y para repararte por tus cadenas que son hechas pedazos, que encadenes mi corazón con todas estas cadenas para poder darte por todos mi correspondencia de amor.
Jesús mío, flechero divino, beso tu pecho. Es tal y tanto el fuego que él contiene, que para dar un poco de desahogo a tus llamas que se elevan tan alto, Tú, queriendo hacer un descanso en tu trabajo, quieres jugar en el Sacramento, y tu juego es formar flechas, dardos, saetas, a fin de que cuando vengan ante Ti, Tú te pongas a jugar con las criaturas, haciendo salir de tu pecho tus flechas para flecharlas, y cuando las reciben Tú haces fiesta y formas tu juego, pero muchas, oh Jesús, te las rechazan, enviándote en correspondencia flechas de frialdad, dardos de tibieza y saetas de ingratitud; y Tú quedas tan afligido por esto, que lloras porque las criaturas te hacen fracasar en tu juego de amor.
Oh Jesús, he aquí mi pecho dispuesto a recibir no sólo tus flechas destinadas para mí, sino también aquellas que te rechazan los demás, y así no quedarás más frustrado en tus juegos, y quiero también repararte por las frialdades, las tibiezas y las ingratitudes que recibes.
Oh Jesús, beso tu mano izquierda y quiero reparar por todos los tocamientos ilícitos y no santos hechos en tu presencia, y te ruego que con esta mano me tengas siempre estrechada a tu corazón.
Oh Jesús, beso tu mano derecha, e intento reparar todos los sacrilegios, especialmente las misas malamente celebradas. ¡Cuántas veces, amor mío Tú eres obligado a descender del Cielo a las manos de los sacerdotes, que en virtud de su
potestad te llaman, y encuentras esas manos llenas de fango, que chorrean inmundicia, y Tú, aunque sientes náusea de esas manos te ves obligado por tu amor a permanecer en ellas! Es más, en algunos sacerdotes, Tú encuentras en ellos a los sacerdotes de tu Pasión, que con sus enormes delitos y sacrilegios renuevan el deicidio. ¡Jesús mío, me da espanto el sólo pensarlo! Y otra vez, como en la Pasión, te estás en aquellas manos indignas, como manso corderito, esperando de nuevo tu muerte.
¡Oh Jesús, cuánto sufres, Tú quisieras una mano amorosa para liberarte de esas manos sanguinarias! Ah, te ruego que cuando te encuentres en esas manos me llames para estar presente, y para repararte quiero cubrirte con la pureza de los ángeles, perfumarte con tus virtudes para disminuir el hedor de aquellas manos y mi corazón como consuelo y refugio, y mientras estés en mí yo te rogaré por los sacerdotes, para que sean dignos ministros tuyos, y no pongan en peligro tu vida sacramental.
Oh Jesús, beso tu pie izquierdo, y quiero repararte por quienes te reciben por rutina y sin la debidas disposiciones.
Oh Jesús, beso tu pie derecho, y quiero repararte por aquellos que te reciben para ultrajarte. Ah, te ruego que cuando se atrevan a hacer esto, renueves el milagro cuando Longinos te traspasó el corazón con la lanza, y al flujo de aquella sangre que brotó, tocándole los ojos lo convertiste y lo sanaste, y así, a tu toque sacramental, conviertas las ofensas en amor.
Oh Jesús, beso tu corazón, contra el cual se hacen todas las ofensas, y yo intento repararte de todo, y por todos darte una correspondencia de amor, y siempre junto contigo compartir tus penas.
Ah, te ruego celestial flechero de amor, si alguna ofensa huye a mi reparación, aprisióname en tu corazón y en tu Voluntad, a fin de que nada se me escape. Rogaré a la dulce Mamá que me tenga alerta, y junto con Ella te repararemos todo y por todos, juntas te besaremos, y haciéndonos tu defensa alejaremos de Ti las olas de las amarguras que recibes de las criaturas.
Ah Jesús, recuerda que también yo soy una pobre encarcelada, es verdad que tu cárcel es más estrecha, cual es el breve giro de una hostia, por eso enciérrame en tu corazón, y con las cadenas de tu amor no solo aprisióname, sino ata uno por uno mis pensamientos, mis afectos, mis deseos, átame las manos y los pies a tu corazón
para que yo no tenga otras manos y otros pies que los tuyos. Así que, amor mío, mi cárcel será tu corazón, las cadenas el amor, las puertas que me impedirán salir será tu santísima Voluntad, tus llamas serán mi alimento, tu respiro será el mío, así que no veré más que llamas, no tocaré sino fuego, que me darán vida y muerte, como la que sufres Tú en la hostia, y así te daré mi vida; y mientras yo quedaré aprisionada en Ti, Tú quedarás libre en mí. ¿No ha sido éste tu intento al encarcelarte en la hostia, el ser desencarcelado por las almas que te reciben, tomando vida en ellas? Por eso, en señal de amor bendíceme y dame un beso, yo te abrazo y permanezco en Ti.
Pero, oh dulce corazón mío, veo que después de que has instituido el santísimo Sacramento y que has visto las enormes ingratitudes y ofensas de las criaturas, si bien quedas herido y amargado, no te haces para atrás, es más, quieres ahogarlo todo en la inmensidad de tu amor; veo que instruyes a tus apóstoles, y después agregas que lo que has hecho Tú lo deben hacer ellos también, dándoles potestad de consagrar, y de tal manera los ordenas sacerdotes e instituyes este otro sacramento. Así que, oh Jesús, en todo piensas y todo reparas, las predicaciones mal hechas, los sacramentos administrados y recibidos sin disposiciones, y por eso, sin efectos; las vocaciones equivocadas de los sacerdotes, por parte de ellos como por parte de quien los ordena, no usando todos los medios para conocer las verdaderas vocaciones. Nada se te escapa, oh Jesús, y yo quiero seguirte y reparar todas estas ofensas.
Después de que has dado cumplimiento a todo, en compañía de tus apóstoles te encaminas al huerto de Getsemaní para dar principio a tu dolorosa Pasión. Te seguiré en todo, para hacerte fiel compañía.
QUINTA HORA
De las 9 a las 10 de la noche
Primera hora de agonía en el Huerto de Getsemaní
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Mi afligido Jesús, como por una corriente eléctrica me siento atraída a este huerto, comprendo que Tú, imán potente para mi herido corazón me llamas, y yo corro pensando entre mí: «¿Qué son estas atracciones de amor que siento en mí? ¡Ah, tal vez mi perseguido Jesús se encuentra en estado de tal amargura, que siente la necesidad de mi compañía!»
Y yo vuelo, ¿pero qué?, me siento horrorizada al entrar en este huerto, la oscuridad de la noche, la intensidad del frío, el lento moverse de las hojas, que como tristes y débiles voces, anuncian penas, tristezas y muerte para mi dolorido Jesús. El dulce centellear de las estrellas, que como ojos llorosos están todas atentas a mirarlo, y haciendo eco a las lágrimas de Jesús me reprochan por mis ingratitudes, y yo tiemblo y a tientas lo voy buscando, lo llamo: «Jesús, ¿dónde estás? ¿Me llamas y no te dejas ver? ¿Me llamas y te escondes?».
Pero todo es terror, todo es espanto y silencio profundo. Pongo atentos mis oídos y oigo un respiro afanoso, y es precisamente a Jesús a quien encuentro, pero qué cambio funesto, no es más el dulce Jesús de la cena eucarística, en donde su rostro resplandecía con una belleza deslumbrante y raptora, sino que está triste, con una tristeza mortal que desfigura su natural belleza.
Ya agoniza y me siento turbada pensando que tal vez no escucharé más su voz, porque parece que muere. Por eso me abrazo a sus pies; me hago más atrevida y me acerco a sus brazos, le pongo la mano en la frente para sostenerlo y en voz baja lo llamo: «Jesús, Jesús». Y Él, sacudido por mi voz, me mira y me dice:
«Hija, ¿estás aquí? ¡Ah! te estaba esperando, y era ésta la tristeza que más me oprimía, el total abandono de todos, y te esperaba a ti para hacerte ser espectadora de mis penas, y hacerte beber junto conmigo el cáliz de las amarguras que dentro de poco mi Padre celestial me enviará por medio de un ángel. Lo beberemos juntos, no será un cáliz de consuelo sino de amarguras intensas, y siento la necesidad de que alguna alma amante beba alguna gota al menos, por eso te he llamado, para que tú lo aceptes y compartas conmigo mis penas y me asegures que no me dejarás solo en tanto abandono».
¡Ah! sí, mi atormentado Jesús, beberemos juntos el cáliz de tus amarguras, sufriremos juntos tus penas y no me apartaré jamás de tu lado.
Y el afligido Jesús, después de habérselo asegurado, entra en agonía mortal, sufre penas jamás vistas ni entendidas, y yo, no pudiendo resistir y queriendo compadecerlo y aliviarlo le digo:
«Dime, ¿por qué estás tan triste, afligido y solo en este huerto y en esta noche? Es la última noche de tu vida sobre la tierra, pocas horas te quedan para dar principio a tu Pasión. Creí encontrar aquí al menos a la Celestial Mamá, a la amante Magdalena y a tus fieles apóstoles, en cambio te encuentro solo, en poder de una tristeza que te da muerte despiadada, sin hacerte morir. Oh mi bien, mi todo, ¿no me respondes?
¡Háblame! Pero parece que te falta la palabra, tanta es la tristeza que te oprime. Pero, oh mi Jesús, tu mirada, llena de luz, sí, pero afligida e indagadora, que parece que buscas ayuda, tu rostro pálido, tus labios abrazados por el amor, tu divina Persona que tiembla toda de pies a cabeza, tu corazón que late fuerte, fuerte, y aquellos latidos buscan almas y te dan tal afán que parece que de un momento a otro expires, me dicen que estás solo y por eso buscas mi compañía».
¡Heme aquí oh mi Jesús, toda para Ti, junto contigo! Mi corazón no resiste el verte tirado en la tierra; te tomo entre mis brazos y te estrecho a mi corazón, quiero numerar uno por uno tus afanes, una por una las ofensas que te hacen, para darte alivio por todo, reparación por todo, y por todo, al menos compadecerte.
Pero, oh mi Jesús, mientras te tengo entre mis brazos, tus sufrimientos se acrecientan, siento, oh vida mía, correr en tus venas un fuego, y siento que la sangre te hierve y quiere romperlas para salir fuera. Dime amor mío, ¿qué tienes? No veo flagelos, no espinas, no clavos ni cruz, no obstante apoyando mi cabeza sobre tu corazón siento que crueles espinas te traspasan la cabeza; azotes despiadados no te dejan a salvo ninguna parte, ni dentro ni fuera de tu divina Persona; tus manos paralizadas y contraídas más que por clavos. Dime dulce bien mío, ¿quién tiene tanto poder, aun en tu interior, que te atormenta y te hace sufrir tantas muertes por cuantos tormentos te da? Ah, me parece que Jesús bendito abre sus labios moribundos y me dice:
«Hija mía, ¿quieres saber quién me atormenta más que los mismos verdugos? Es más, estos verdugos son nada en comparación de esto. Es el amor eterno que
queriendo el primado en todo, me está haciendo sufrir todo junto y en las partes más íntimas lo que los verdugos me harán sufrir poco a poco.
Ah, hija mía, es el amor el que prevalece en todo sobre Mí, y en Mí el amor me es clavo, el amor me es flagelo, el amor me es corona de espinas, el amor me es todo, el amor es mi Pasión perenne, mientras que la de los hombres es temporal. Ah hija mía, entra en mi corazón, ven a perderte en mi amor, pues sólo en mi amor comprenderás cuánto he sufrido y cuánto te he amado, y aprenderás a amarme y a sufrir sólo por amor».
Oh mi Jesús, ya que Tú me llamas dentro de tu corazón para hacerme ver lo que el amor te hace sufrir, yo entro en él. Pero mientras entro veo los portentos del amor, que no te corona la cabeza con espinas materiales, sino con espinas de fuego; que no te azota con látigos de cuerdas, sino con látigos de fuego; que te crucifica no con clavos de fierro, sino de fuego; todo es fuego que penetra hasta los huesos, y en la misma médula, convirtiendo toda tu santísima Humanidad en fuego, te da penas mortales, ciertamente más que en la misma Pasión, y prepara un baño de amor a todas las almas que querrán lavarse de cualquier mancha y adquirir el derecho de hijas del amor.
¡Oh amor sin término, yo siento retroceder ante tal inmensidad de amor, y veo que para poder entrar en el amor y comprenderlo, debería ser toda amor! ¡Oh mi Jesús, no lo soy…! Pero ya que Tú quieres mi compañía y quieres que entre en Ti, te suplico que me conviertas toda en amor.
Por eso te pido que corones mi cabeza, cada uno de mis pensamientos con la corona del amor; te suplico, oh Jesús, que me azotes con el flagelo del amor mi alma, mi cuerpo, mis potencias, mis sentimientos, mis deseos, mis afectos, en suma, todo, y en todo quede flagelada y sellada por el amor. Haz, oh amor interminable, que no haya cosa en mí que no tome vida del amor.
Oh Jesús, centro de todos los amores, te suplico que claves mis manos, mis pies con los clavos del amor, a fin de que toda clavada por el amor me convierta en amor, el amor entienda, de amor me vista, de amor me alimente, el amor me tenga toda clavada en Ti, a fin de que ninguna cosa, dentro y fuera de mí, se atreva a tocarme, a desviarme y alejarme del amor, oh Jesús.
SEXTA HORA
De las 10 a las 11 de la noche
Segunda hora de agonía en el Huerto de Getsemaní
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Oh mi dulce Jesús, ya ha pasado una hora desde que te encontré en este huerto; el amor ha tomado el primado en todo, haciéndote sufrir todo junto, todo lo que los verdugos te harán sufrir a lo largo de tu amarguísima Pasión; es más, suple y llega a hacerte sufrir lo que ellos no pueden hacerte, en las partes más íntimas de tu divina Persona. Oh mi Jesús, te veo vacilante en los pasos, no obstante quieres caminar. Dime, oh mi bien, ¿a dónde quieres ir? Ah, he entendido, quieres ir a encontrar a tus amados discípulos; yo quiero acompañarte a fin de que si Tú vacilas yo te sostenga.
Pero, oh mi Jesús, otra amargura para tu corazón, ellos duermen, y Tú siempre piadoso los llamas, los despiertas, y con amor todo paterno los amonestas y les recomiendas la vigilia y la oración, y regresas al huerto, pero te llevas otra herida en el corazón. En esa herida veo, oh amor mío, todas las heridas de las almas consagradas a Ti, que, o por tentaciones, o por estado de ánimo, o por falta de mortificación, en vez de estrecharse a Ti, de vigilar y orar, se abandonan a sí mismas, y soñolientas, en vez de progresar en el amor y en la unión contigo, retroceden. Cuánto te compadezco, oh amante apasionado, y te reparo todas las ingratitudes de tus más fieles. Son éstas las ofensas que más entristecen tu corazón adorable, y es tal y tanta su amargura, que te hacen dar en delirio.
Pero, oh amor sin confines, tu amor que ya bulle en tus venas vence todo y todo olvida. Te veo postrado por tierra y oras, te ofreces, reparas y en todo buscas glorificar al Padre por las ofensas hechas a Él por las criaturas. También yo, oh mi Jesús, me postro contigo y junto contigo intento hacer lo que haces Tú.
Pero, oh Jesús, delicia de mi corazón, veo que en tropel todos los pecados, nuestras miserias, nuestras debilidades, los delitos más enormes, las más negras ingratitudes te vienen al encuentro, se te arrojan encima, te aplastan, te atacan, te hieren, y Tú,
¿qué haces?
La sangre que te hierve en las venas hace frente a todas estas ofensas, rompe las venas y como ríos sale fuera, te baña todo, corre por tierra, y das sangre por ofensas, vida por muerte. ¡Ah amor, a qué estado te veo reducido! Tú expiras. Oh mi bien, dulce vida mía, no te mueras, levanta la cara de esta tierra que has bañado con tu santísima sangre, ven a mis brazos, haz que yo muera en vez de Ti. Pero oigo la voz trémula y moribunda de mi dulce Jesús que dice:
«¡Padre, si es posible pase de Mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya»” (Lc 22,42)
Ya es la segunda vez que oigo esto de mi dulce Jesús, ¿pero qué cosa me hace entender con este: «Padre, si es posible pase de Mí este cáliz?»
Oh Jesús, se te hacen presentes todas las rebeliones de las criaturas; aquel «Fiat Voluntas Tua» que debía ser la vida de cada criatura, lo ves rechazado por casi todas, y en vez de encontrar la vida encuentran la muerte; y Tú queriendo dar la vida a todas y hacer una solemne reparación al Padre por las rebeliones de las criaturas, por tres veces repites:
«Padre, si es posible pase de Mí este cáliz», es decir, que las almas sustrayéndose de nuestra Voluntad se pierdan; este cáliz para Mí es muy amargo, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.
Pero mientras dices esto, es tal y tanta tu amargura que desfalleces, agonizas y estás a punto de dar el último respiro.
Oh mi Jesús, mi bien, ya que estás entre mis brazos quiero también yo junto contigo, repararte y compadecerte por todos los pecados que se cometen contra tu santísimo Querer, y al mismo tiempo suplicarte que en todo yo haga siempre tu santísima Voluntad. Tu Voluntad sea mi respiro, mi aire; tu Voluntad sea mi latido, mi corazón, mi pensamiento, mi vida y mi muerte.
Pero, ah, no mueras, ¿adónde iré sin Ti? ¿A quién me dirigiré? ¿Quién me dará ayuda? ¡Todo terminará para mí! Ah, no me dejes, tenme como quieras, como más te plazca, pero tenme contigo, siempre contigo; jamás sea que por un solo instante quede separada de Ti. Déjame endulzarte, repararte y compadecerte por todos, porque veo que todos los pecados, de cualquier especie que sean, pesan sobre Ti.
Por eso, amor mío, beso tu santísima cabeza, ¿pero qué veo? Veo todos los malos pensamientos, y Tú sientes horror de ellos. A tu santísima cabeza cada pensamiento malo le es una espina que te hiere acerbamente. Ah, ante esto es nada la corona de espinas que te pondrán los judíos; cuántas coronas de espinas te ponen sobre tu cabeza adorable los malos pensamientos de las criaturas, tantas, que la sangre te chorrea por todas partes, por la frente, de entre los cabellos. Jesús, te compadezco y quisiera ponerte otras tantas coronas de gloria, y para endulzarte te ofrezco todas las inteligencias angélicas y tu misma inteligencia, para ofrecerte una compasión y una reparación por todos.
Oh Jesús, beso tus ojos piadosos y en ellos veo todas las malas miradas de las criaturas, que hacen correr sobre tu rostro lágrimas de sangre. Te compadezco y quisiera endulzar tu vista poniéndote delante todos los placeres que se puedan encontrar en el Cielo y en la tierra.
Jesús, mi bien, beso tus santísimos oídos. ¿Pero qué escucho? Oigo en ellos el eco de las horrendas blasfemias, los gritos de venganza y de maledicencia; no hay voz que no resuene en tus castísimos oídos. Oh amor insaciable, te compadezco y quiero consolarte haciendo resonar en ellos todas las armonías del Cielo, la voz dulcísima de la amada Mamá, los encendidos acentos de la Magdalena y de todas las almas amantes.
Jesús, vida mía, un beso más ardiente quiero poner en tu rostro, cuya belleza no tiene par. Ah, éste es el rostro ante el cual los ángeles ávidamente desean grabárselo, por la tanta belleza que los rapta, no obstante las criaturas lo ensucian con salivazos, lo golpean con bofetadas y lo pisotean bajo los pies. ¡Amor mío, qué osadía! ¡Quisiera gritar tanto, para ponerlos en fuga!
Te compadezco, y para reparar todos estos insultos me dirijo a la Trinidad Sacrosanta para pedir el beso del Padre y del Espíritu Santo, las inimitables caricias de sus manos creadoras, me dirijo también a la Celestial Mamá, a fin de que me dé sus besos, las caricias de sus manos maternas, sus adoraciones profundas, me dirijo después a todas las almas consagradas a Ti y todo te ofrezco para repararte por las ofensas hechas a tu santísimo rostro.
Dulce bien mío, beso tu dulcísima boca, amargada por las horribles blasfemias, por la náusea de las embriagueces y gulas, por las conversaciones obscenas, por las oraciones mal hechas, por las malas enseñanzas, por todo lo que de mal hace el
hombre con la lengua. Jesús, te compadezco y quiero endulzar tu boca ofreciéndote todas las alabanzas angélicas y el buen uso que hacen tantos santos cristianos de la lengua.
Oprimido amor mío, beso tu cuello y lo veo cargado de sogas y cadenas por los apegos y los pecados de las criaturas. Te compadezco y para aliviarte te ofrezco la unión indisoluble de las divinas Personas y yo, fundiéndome en esta unión te extiendo mis brazos, y formando en torno a tu cuello una dulce cadena de amor, quiero alejar de ti las cuerdas de los apegos que casi te sofocan, y para endulzarte te estrecho fuerte a mi corazón.
Fortaleza divina, beso tus santísimos hombros. Los veo lacerados y tus carnes casi arrancadas a pedazos por los escándalos y los malos ejemplos de las criaturas. Te compadezco y para aliviarte te ofrezco tus santísimos ejemplos, los ejemplos de la Reina Mamá y los de todos los santos; y yo, oh mi Jesús, haciendo correr mis besos sobre cada una de estas llagas quiero encerrar en ellas a las almas que por vía de escándalo te han sido arrancadas del corazón, y quiero así sanar las carnes de tu santísima Humanidad.
Mi atormentado Jesús, beso tu pecho que veo herido por las frialdades, tibiezas, falta de correspondencia e ingratitudes de las criaturas. Te compadezco, y para endulzarte te ofrezco el recíproco amor del Padre, de Ti y del Espíritu Santo, la correspondencia perfecta de las tres divinas Personas, y yo, oh mi Jesús, sumergiéndome en tu amor quiero hacerte un refugio para poder rechazar los nuevos golpes que las criaturas te lanzan con sus pecados, y tomando tu amor quiero con él herirlas para que ya no se atrevan a ofenderte más, y quiero derramarlo en tu pecho para endulzarte y sanarte.
Mi Jesús, beso tus manos creadoras, veo todas las malas acciones de las criaturas que como otros tantos clavos traspasan tus santísimas manos, así que no con tres clavos, como sobre la cruz, Tú quedas traspasado, sino con tantos clavos por cuantas obras malas cometen las criaturas. Te compadezco, y para endulzarte te ofrezco todas las obras santas, el valor de los mártires al dar su sangre y su vida por tu amor; quisiera en suma, oh Jesús mío, ofrecerte todas las obras buenas para quitarte los tantos clavos de las obras malas.
Oh Jesús, beso tus pies santísimos, siempre incansables en la búsqueda de almas; en ellos encierras todos los pasos de las criaturas, pero muchas de ellas sientes que
te huyen y Tú quisieras aferrarlas. Por cada mal paso te sientes clavar un clavo, y Tú quieres servirte de esos mismos clavos para clavarlas a tu amor; y tal y tanto es el dolor que sientes y el esfuerzo que haces por clavarlas a tu amor, que te estremeces todo. Mi Dios y mi bien, te compadezco, y para consolarte te ofrezco los pasos de todas las almas fieles que exponen su vida para salvar almas.
Oh Jesús, beso tu corazón. Tú continúas agonizando, no por lo que te harán sufrir los judíos, sino por el dolor que te causan todas las ofensas de las criaturas.
En estas horas Tú quieres dar el primado al amor, el segundo lugar a todos los pecados, por los cuales Tú expías, reparas, glorificas al Padre y aplacas a la divina Justicia; y el tercer lugar a los judíos. Con esto muestras que la Pasión que te harán sufrir los judíos no será otra cosa que la representación de la doble amarguísima Pasión que te hacen sufrir el amor y el pecado, y es por esto que yo veo en tu corazón todo concentrado: la lanza del amor, la lanza del pecado, y esperas la tercera lanza, la lanza de los judíos, y tu corazón sofocado por el amor sufre contracciones violentas, sentimientos impacientes de amor, deseos que te consumen y latidos de fuego que quisieran dar vida a cada corazón.
Y es propiamente aquí, en el corazón, donde sientes todo el dolor que te causan las criaturas, las cuales con sus malos deseos, con sus desordenados afectos, con sus latidos profanados, en vez de querer tu amor buscan otros amores. ¡Jesús, cuánto sufres! Te veo desfallecer sumergido por las olas de nuestras iniquidades; te compadezco y quiero endulzar la amargura de tu corazón triplemente traspasado, ofreciéndote las dulzuras eternas y el amor dulcísimo de la amada Mamá María y el de todos tus verdaderos amantes.
Y ahora, oh mi Jesús, haz que de tu corazón tome vida mi pobre corazón, a fin de que no viva más que con tu solo corazón, y en cada ofensa que recibas haz que yo esté siempre pronta a ofrecerte un alivio, un consuelo, una reparación, un acto de amor jamás interrumpido.
SEPTIMA HORA
De las 11 a las 12 de la noche
Tercera hora de agonía en el Huerto de Getsemaní
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Dulce bien mío, mi corazón no resiste; te miro y veo que sigues agonizando. La sangre a ríos te escurre por todo el cuerpo y con tanta abundancia, que no sosteniéndote en pie has caído en un lago de sangre. ¡Oh mi amor, se me rompe el corazón al verte tan débil y agotado! Tu rostro adorable y tus manos creadoras se apoyan en la tierra y se llenan de sangre; me parece que a los ríos de iniquidad que te mandan las criaturas, Tú quieras dar ríos de sangre para hacer que estas culpas queden ahogadas en ellos y así, con eso, dar a cada uno el reescrito de tu perdón. Pero, oh mi Jesús, reanímate, es demasiado lo que sufres; baste hasta aquí a tu amor.
Y mientras parece que mi amable Jesús muere en su propia sangre, el amor le da nueva vida. Lo veo moverse con dificultad, se pone de pie y así, manchado de sangre y de fango, parece que quiere caminar, pero no teniendo fuerzas con trabajo se arrastra. Dulce vida mía, deja que te lleve entre mis brazos. ¿Vas tal vez a tus amados discípulos? Pero cual no es el dolor de tu adorable corazón al encontrarlos de nuevo dormidos. Y Tú con voz temblorosa y apagada los llamas:
«Hijos míos, no duerman, la hora está próxima, ¿no ven a qué estado me he reducido? Ah, ayúdenme, no me abandonen en estas horas extremas».
Y casi vacilante estás a punto de caer a su lado, mientras Juan extiende los brazos para sostenerte. Estás tan irreconocible que si no hubiera sido por la suavidad y dulzura de tu voz, no te habrían reconocido. Después, recomendándoles que estén despiertos y que oren, regresas al huerto, pero con una segunda herida en el corazón. En esta herida veo, mi bien, todas las culpas de aquellas almas que, no obstante las manifestaciones de tus favores en dones, besos y caricias, en las noches de la prueba, olvidándose de tu amor y de tus dones, quedan somnolientas y adormiladas, perdiendo así el espíritu de continua oración y vigilancia.
Mi Jesús, es cierto que después de haberte visto, después de haber gustado tus dones, para permanecer privados y resistir se necesita gran fuerza, sólo un milagro puede hacer que tales almas resistan la prueba. Por eso, mientras te compadezco por esas almas, cuyas negligencias, ligerezas y ofensas son las más amargas a tu corazón, te ruego que en caso de que ellas llegasen a dar un solo paso que pueda en lo más mínimo disgustarte, las circundes de tanta graciaque las detengas, para que no pierdan el espíritu de continua oración.
Mi dulce Jesús, mientras regresas al huerto, parece que no puedes más; levantas al Cielo la cara manchada de sangre y de tierra y por tercera vez repites:
«Padre, si es posible pase de Mí este cáliz. Padre Santo, ayúdame, tengo necesidad de consuelo; es verdad que por las culpas que he tomado sobre Mí soy repugnante, despreciable, el último entre los hombres ante tu Majestad infinita; tu Justicia está indignada conmigo; pero mírame, Oh Padre, soy siempre tu Hijo, que formo una sola cosa contigo. ¡Ah, ayuda, piedad oh Padre, no me dejes sin consuelo!»
Después me parece oír, oh dulce bien mío, que llamas en tu ayuda a la amada Mamá:
«Dulce Mamá, estréchame entre tus brazos como me estrechabas siendo niño; dame aquella leche que tomaba de ti para darme fuerzas y endulzar las amarguras de mi agonía; dame tu corazón que es todo mi contento. Mamá mía, Magdalena, amados apóstoles, todos ustedes que me aman, ayúdenme, confórtenme, no me dejen solo en estos momentos extremos, háganme todos corona a mi alrededor, denme por consuelo su compañía y su amor».
Jesús, amor mío, ¿quién puede resistir el verte en estos extremos? ¿Qué corazón será tan duro que no se rompa al verte ahogado en sangre? ¿Quién no derramará a torrentes amargas lágrimas al escuchar los dolorosos acentos que buscan ayuda y consuelo?
Jesús mío, consuélate; veo que ya el Padre te envía un ángel como consuelo y ayuda, para que puedas salir de éste estado de agonía y puedas entregarte en manos de los judíos. Y mientras estés con el ángel, yo recorreré Cielo y tierra. Tú me permitirás que tome esta sangre que has derramado, a fin de que pueda darla a todos los hombres como prenda de la salvación de cada uno y llevarte por consuelo y en correspondencia, sus afectos, latidos, pensamientos, pasos y obras.
Celestial Mamá mía, vengo a Ti para que vayamos juntas a todas las almas dándoles la sangre de Jesús. Dulce Mamá, Jesús quiere consuelo, y el mayor consuelo que le podemos dar es llevarle almas.
Magdalena, acompáñanos; ángeles todos, venid a ver a qué estado se ha reducido Jesús. Él quiere consuelo de todos y es tal y tanto el abatimiento en el cual se encuentra, que no rechaza ninguno.
Jesús mío, mientras bebes el cáliz lleno de intensas amarguras que el Padre te ha enviado, oigo que suspiras más, que gimes y que deliras, y con voz sofocada dices:
«¡Almas, almas, vengan, alívienme, tomen su puesto en mi Humanidad, las quiero, las suspiro! ¡Ah, no sean sordas a mi voz, no hagan vanos mis deseos ardientes, mi sangre, mi amor, mis penas! ¡Vengan, almas, vengan!»
Delirante Jesús, cada gemido tuyo y suspiro es una herida a mi corazón, que no me da paz, por lo que hago mía tu sangre, tu Querer, tu ardiente celo, tu amor, y girando por Cielo y tierra quiero ir a todas las almas para darles tu sangre como prenda de su salvación y llevártelas a Ti para calmar tus deseos, tus delirios y endulzar las amarguras de tu agonía. Y mientras hago esto, Tú acompáñame con tu mirada.
Mamá mía, vengo a Ti porque Jesús quiere almas, quiere consuelo. Así que dame tu mano materna y giremos juntas por todo el mundo en busca de almas. Encerremos en su sangre los afectos, los deseos, los pensamientos, las obras, los pasos de todas las criaturas, y arrojemos en sus almas las llamas del corazón de Jesús, a fin de que se rindan, y así, encerradas en su sangre y transformadas en sus llamas, las conduciremos en torno a Jesús para endulzarle las penas de su amarguísima agonía.
Ángel mío de mi guarda, precédenos tú, y ve disponiendo a las almas que han de recibir esta sangre, a fin de que ninguna gota quede sin su copioso efecto. ¡Mamá mía, pronto, giremos! Veo la mirada de Jesús que nos sigue, escucho sus repetidos sollozos que nos incitan a apresurar nuestra tarea.
Y he aquí, Mamá, a los primeros pasos nos encontramos a las puertas de las casas donde yacen los enfermos. ¡Cuántos miembros desgarrados! Cuántos bajo la atrocidad de los dolores prorrumpen en blasfemias e intentan quitarse la vida, otros son abandonados por todos y no tienen quién les dé una palabra de consuelo, ni los más necesarios socorros, y por eso mayormente maldicen y se desesperan. Ah,
Mamá, escucho los sollozos de Jesús que ve correspondidas con ofensas sus más delicadas predilecciones de amor que hacen sufrir a las almas para volverlas semejantes a Él.
Ah, démosles su sangre, a fin de que les suministre las ayudas necesarias y con su luz les haga comprender el bien que hay en el sufrir y la semejanza que adquieren con Jesús; y tú Mamá mía, ponte a su lado y como Madre afectuosa toca con tus manos maternas sus miembros doloridos, alivia sus dolores, tómalas en tus brazos y de tu corazón derrama torrentes de gracias sobre todas sus penas.
Haz compañía a los abandonados, consuela a los afligidos, a quien carece de los medios necesarios dispón tú almas generosas que los socorran, a quien se encuentra bajo la atrocidad de los dolores obtenles tregua y reposo, y así, fortalecidos, puedan con más paciencia soportar cuanto Jesús dispone para ellos.
Sigamos nuestro recorrido y entremos en las habitaciones de los moribundos.
¡Mamá mía, qué terror, cuántas almas están por caer en el infierno, cuántas después de una vida de pecado quieren dar el último dolor a ese corazón repetidamente traspasado, coronando su último respiro con un acto de desesperación!
Muchos demonios están en torno a ellas infundiendo en su corazón terror y espanto de los divinos juicios, y así dar el último asalto para llevarlas al infierno, quisieran hacer salir las llamas infernales para envolverlas en ellas y así no dar lugar a la esperanza. Otras, atadas a los vínculos de la tierra no saben resignarse a dar el último paso; ah Mamá, los momentos son extremos, tienen mucha necesidad de ayuda, ¿no ves cómo tiemblan, cómo se debaten entre los espasmos de la agonía, cómo piden ayuda y piedad?
¡La tierra ya ha desaparecido para ellas! Mamá Santa, pon tu mano materna sobre sus heladas frentes, acoge Tú sus últimos respiros; demos a cada moribundo la sangre de Jesús, y así, poniendo en fuga a los demonios, disponga a todos a recibir los últimos sacramentos y a una buena y santa muerte.
Por consuelo démosles la agonía de Jesús, sus besos, sus lágrimas, su llagas; rompamos las ataduras que los tienen atados, hagamos oír a todos la palabra del perdón y pongámosles tal confianza en el corazón, que hagamos que se arrojen en los brazos de Jesús. Y así, cuando Él los juzgue los encontrará cubiertos con su sangre, abandonados en sus brazos y a todos les dará su perdón.
Continuemos aún, oh Mamá; tu mirada materna vea con amor la tierra y se mueva a compasión de tantas pobres criaturas que tienen necesidad de esta sangre. Mamá mía, me siento incitada por la mirada indagadora de Jesús a correr, porque quiere almas; oigo sus gemidos en el fondo de mi corazón que me repiten:
«¡Hija mía, ayúdame, dame almas!»
Pero mira, oh Mamá, cómo la tierra está llena de almas que están por caer en el pecado y Jesús rompe en llanto viendo a su sangre sufrir nuevas profanaciones. Se requiere un milagro que les impida la caída, por eso démosles la sangre de Jesús, para que encuentren en ella la fuerza y la gracia para no caer en el pecado.
Un paso más, Mamá mía, y he aquí almas ya caídas en la culpa, las cuales quisieran una mano que las levante, Jesús las ama pero las mira horrorizado porque están enfangadas, y su agonía se hace más intensa. Démosles la sangre de Jesús, y así encuentren esa mano que las levante. Mira, oh Mamá, son almas que tienen necesidad de esta sangre, almas muertas a la gracia; ¡oh cómo es deplorable su estado! El Cielo las mira y llora con dolor, la tierra las mira con repugnancia, todos los elementos están contra ellas y quisieran destruirlas, porque son enemigas del Creador. Ah Mamá, la sangre de Jesús contiene la vida, démosla pues a fin de que a su contacto estas almas renazcan, pero renazcan más bellas, tanto, que hagan sonreír a todo el Cielo y a toda la tierra.
Giremos aún, oh Mamá; mira, hay almas que llevan la marca de la perdición, almas que pecan y huyen de Jesús, que lo ofenden y tienen desesperanza de su perdón, son los nuevos Judas esparcidos por la tierra, y que traspasan ese corazón tan amargado. Démosles la sangre de Jesús, a fin de que esta sangre les borre la marca de la perdición y les imprima la de la salvación; ponga en sus corazones tal confianza y amor después de la culpa, que los haga correr a los pies de Jesús y estrecharse a esos pies divinos para no separarse de ellos jamás.
Mira, oh Mamá, hay almas que corren alocadamente hacia la perdición y no hay quien las detenga en su carrera. Ah, pongamos esta sangre delante a sus pies, para que al tocarla, ante su luz y sus voces suplicantes porque las quiere salvas, puedan retroceder y ponerse en el camino de la salvación.
Continuemos, Mamá, nuestro giro; mira, hay almas buenas, almas inocentes en las que Jesús encuentra sus complacencias y el reposo en la Creación, pero las criaturas van a su alrededor con tantas insidias y escándalos, para arrancar esta
inocencia y convertir las complacencias y el reposo de Jesús en llanto y amarguras, como si no tuvieran otra mira que el dar continuos dolores a ese corazón divino.
Sellemos y circundemos pues su inocencia con la sangre de Jesús, como si fuera un muro de defensa, a fin de que no entre en ellas la culpa; con esa sangre pon en fuga a quien quisiera contaminarlas, y las conserve puras y sin mancha, a fin de que Jesús encuentre su reposo en la Creación y todas sus complacencias, y por amor a ellas se mueva a piedad de tantas otras pobres criaturas.
Mamá mía, pongamos a estas almas en la sangre de Jesús, atémoslas una y otra vez con el Santo Querer de Dios, llevémoslas a sus brazos, y con las dulces cadenas de su amor, atémoslas a su corazón para endulzar las amarguras de su mortal agonía.
Pero escucha, oh Mamá, esta sangre grita y quiere todavía otras almas; corramos juntas y vayamos a las regiones de los herejes y de los infieles. ¡Cuánto dolor no siente Jesús en estas regiones! Él, que es vida de todos, no recibe en correspondencia ni siquiera un pequeño acto de amor y no es conocido por sus mismas criaturas.
Ah Mamá, démosles esta sangre a fin de que les disipe las tinieblas de la ignorancia y de la herejía, les haga comprender que tienen un alma, y abra a ellas el Cielo. Después pongámoslas todas en la sangre de Jesús y conduzcámoslas en torno a Él como tantos hijos huérfanos y exiliados que encuentran a su Padre, y así Jesús se sentirá confortado en su amarguísima agonía.
Pero parece que Jesús no está aún contento, porque quiere otras almas aún. Las almas de los moribundos en estas regiones se las siente arrancar de sus brazos para ir a caer en el infierno. Estas almas están ya a punto de expirar y precipitarse en el abismo, no hay nadie a su lado para salvarlas; el tiempo apremia, los momentos son extremos y se perderán sin duda. No, Mamá, esta sangre no será derramada inútilmente por ellas, por eso volemos inmediatamente hacia ellas, derramemos la sangre de Jesús sobre su cabeza y les sirva de bautismo e infunda en ellas Fe, Esperanza y Amor.
Ponte a su lado, Mamá, suple todo lo que les falta, más aún, déjate ver, en tu rostro resplandece la belleza de Jesús, tus modos son en todo iguales a los suyos, y así, viéndote a Ti, con certeza podrán conocer a Jesús; después estréchalas a tu corazón materno, infunde en ellas la vida de Jesús que Tú posees, diles que siendo Tú
su Madre las quieres para siempre felices contigo en el Cielo, y así, mientras expiran, recíbelas en tus brazos y haz que de los tuyos pasen a los de Jesús; y si Jesús mostrase, según los derechos de la Justicia, que no las quiere recibir, recuérdale el amor con el que te las confió bajo la cruz, reclama tus derechos de Madre, de manera que a tu amor y a tus plegarias Él no sabrá resistir, y mientras contentará tu corazón, contentará también sus ardientes deseos.
Y ahora, oh Mamá, tomemos esta sangre y démosla a todos: A los afligidos, para que por ella reciban consuelo; a los pobres, para que sufran resignados su pobreza; a los que son tentados, para que obtengan la victoria; a los incrédulos, para que triunfe en ellos la virtud de la fe; a los blasfemos, para que cambien las blasfemias en bendiciones; a los sacerdotes, a fin de que comprendan su misión y sean dignos ministros de Jesús. Con esta sangre toca sus labios, a fin de que no digan palabras que no sean de gloria de Dios; toca sus pies para que corran y vuelen en busca de almas para conducirlas a Jesús.
Demos esta sangre a los que rigen los pueblos, para que estén unidos entre ellos y tengan mansedumbre y amor hacia sus súbditos.
Volemos ahora al purgatorio y démosla también a las almas purgantes, pues ellas lloran y suplican esta sangre para su liberación. ¿No escuchas, Mamá, sus gemidos, sus delirios de amor que las torturan, y cómo continuamente se sienten atraídas hacia el sumo bien?
Mira cómo Jesús mismo quiere purificarlas para tenerlas cuanto antes consigo, las atrae con su amor, y ellas le corresponden con continuos ímpetus de amor hacia Él, pero al encontrarse en su presencia, no pudiendo aún sostener la pureza de la divina mirada, son obligadas a retroceder y a caer de nuevo en las llamas. Mamá mía, descendamos en esta profunda cárcel y derramando sobre ellas esta sangre, llevémosles la luz, mitiguemos sus delirios de amor, extingamos el fuego que las quema, purifiquémoslas de sus manchas, y así, libres de toda pena, vuelen a los brazos del sumo bien.
Demos esta sangre a las almas más abandonadas, a fin de que encuentren en ella todos los sufragios que las criaturas les niegan; a todas, oh Mamá, demos esta sangre, no privemos a ninguna, a fin de que todas en virtud de ella encuentren alivio y liberación. Haz de reina en estas regiones de llanto y de lamentos, extiende tus
manos maternas y una a una sácalas de estas llamas ardientes, y haz que todas emprendan el vuelo hacia el Cielo.
Y ahora hagamos también nosotras un vuelo hacia el Cielo. Pongámonos a las puertas eternas, y permíteme, oh Mamá, que también a Ti te dé esta sangre para tu mayor gloria. Esta sangre te inunde de nueva luz y de nuevos contentos, y haz que esta luz descienda en beneficio de todas las criaturas para dar a todas gracias de salvación.
Mamá mía, dame también a mí esta sangre; Tú sabes cuánto la necesito. Con tus mismas manos maternas retoca todo mi ser con esta sangre, y retocándome purifica mis manchas, sana mis llagas, enriquece mi pobreza; haz que esta sangre circule en mis venas y me dé toda la vida de Jesús, descienda en mi corazón y me lo transforme en el corazón mismo de Jesús, me embellezca tanto que Jesús pueda encontrar todos sus contentos en mí.
Ahora sí, oh Mamá, entremos a las regiones Celestiales y demos esta sangre a todos los santos, a todos los ángeles, a fin de que puedan recibir mayor gloria, prorrumpir en himnos de agradecimiento a Jesús y rueguen por nosotros, y así en virtud de esta sangre podamos un día reunirnos con ellos. Y después de haber dado a todos esta sangre, vayamos de nuevo a Jesús.
Ángeles, santos, vengan con nosotras; ah, Él suspira las almas, quiere hacerlas reentrar a todas en su Humanidad para darles a todas los frutos de su sangre. Pongámoslas en torno a Él y se sentirá regresar la vida y recompensar por la amarguísima agonía que ha sufrido. Y ahora Mamá santa, llamemos a todos los elementos a hacerle compañía a fin de que también ellos le den honor a Jesús.
Oh luz del sol, ven a disipar las tinieblas de esta noche para dar consuelo a Jesús; oh estrellas, con vuestros trémulos rayos descended del cielo y venid a dar consuelo a Jesús; flores de la tierra, venid con vuestro perfume; pajarillos, venid con vuestros trinos; elementos todos de la tierra, venid a confortar a Jesús. Ven, oh mar, a refrescar y a lavar a Jesús, Él es nuestro Creador, nuestra vida, nuestro todo; vengan todos a confortarlo, a rendirle homenaje como a nuestro soberano Señor. Pero, ay, Jesús no busca luz, estrellas, flores, pájaros, Él quiere almas, almas.
Helas aquí, dulce bien mío, a todas juntas conmigo; a tu lado está la amada Mamá, descansa entre sus brazos, también Ella tendrá consuelo al estrecharte a su seno, pues ha tomado mucha parte en tu dolorosa agonía; también está aquí
Magdalena, está Marta, y todas las almas amantes de todos los siglos. Oh Jesús, acéptalas, y diles a todas una palabra de perdón y de amor; átalas a todas en tu amor, a fin de que ningún alma te huya más. Pero me parece que dices:
«¡Ah hija, cuántas almas por la fuerza huyen de Mí y se precipitan en la ruina eterna! ¿Cómo podrá entonces calmarse mi dolor, si Yo amo tanto a una sola alma cuanto amo a todas las almas juntas?»
Conclusión de la Agonía
Agonizante Jesús, mientras parece que está por apagarse tu vida, oigo ya el estertor de la agonía, veo tus bellos ojos eclipsados por la cercana muerte, tus santísimos miembros abandonados, y frecuentemente siento que no respiras más, y siento que el corazón se me rompe por el dolor. Te abrazo y te siento helado; te muevo y no das señales de vida. ¿Jesús, has muerto?
Afligida Mamá, ángeles del Cielo, vengan a llorar a Jesús y no permitan que yo continúe viviendo sin Él, porque no puedo. Me lo estrecho más fuerte y oigo que da otro respiro y de nuevo no da señales de vida, y yo lo llamo: «¡Jesús, Jesús, vida mía, no te mueras! Ya oigo el ruido de tus enemigos que vienen a prenderte, ¿quién te defenderá en el estado en que te encuentras?» Y Él, sacudido, parece que resurge de la muerte a la vida, me mira y me dice:
«Hija, ¿estás aquí? ¿Has sido entonces espectadora de mis penas y de las tantas muertes que he sufrido? Debes saber, oh hija, que en estas tres horas de amarguísima agonía he reunido en Mí todas las vidas de las criaturas, y he sufrido todas sus penas y sus mismas muertes, dando a cada una mi misma vida.
Mis agonías sostendrán las suyas; mis amarguras y mi muerte se cambiarán para ellas en fuente de dulzura y de vida. ¡Ah, cuánto me cuestan las almas! ¡Si fuese al menos correspondido! Por eso tú has visto que mientras moría, volvía a respirar, eran las muertes de las criaturas que sentía en Mi»
Mi atormentado Jesús, ya que has querido encerrar en Ti también mi vida, y por lo tanto también mi muerte, te ruego por esta tu amarguísima agonía, que vengas a asistirme en el momento de mi muerte. Yo te he dado mi corazón como refugio y reposo, mis brazos para sostenerte y todo mi ser a tu disposición, y yo, oh, de buena gana me entregaría en manos de tus enemigos para poder morir yo en lugar tuyo.
Ven, oh vida de mi corazón en aquel momento a darme lo que te he dado, tu compañía, tu corazón como lecho y descanso, tus brazos como sostén, tu respiro afanoso para aliviar mis afanes, de modo que conforme respire, respiraré por medio de tu respiro, que como aire purificador me purificará de toda mancha y me dispondrá al ingreso de la eterna bienaventuranza.
Más aún mi dulce Jesús, aplicarás a mi alma toda tu santísima Humanidad, de modo que mirándome me verás a través de Ti mismo, y mirándote a Ti mismo en mí, no encontrarás nada de qué juzgarme; después me bañarás en tu sangre, me vestirás con la cándida vestidura de tu santísima Voluntad, me adornarás con tu amor y dándome el último beso me harás emprender el vuelo de la tierra al Cielo. Y ahora te ruego que hagas esto que quiero para mí, a todos los agonizantes; estréchatelos a todos en tu abrazo de amor y dándoles el beso de la unión contigo sálvalos a todos y no permitas que ninguno se pierda.
Afligido bien mío, te ofrezco esta hora santa en memoria de tu Pasión y Muerte, para desarmar la justa ira de Dios por los tantos pecados, por la conversión de todos los pecadores, por la paz de los pueblos, por nuestra santificación y en sufragio de las almas del purgatorio.
Pero veo que tus enemigos están ya cerca y Tú quieres dejarme para ir a su encuentro. Jesús, permíteme que te de un beso en tus labios, en los cuales Judas osará besarte con su beso infernal; permíteme que te limpie el rostro bañado en sangre, sobre el cual lloverán bofetadas y salivazos, y estrechándome fuerte a tu corazón, yo no te dejo, sino que te sigo y Tú me bendices y me asistes.
OCTAVA HORA
De las 12 de la noche a la 1 de la mañana
La captura de Jesús
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Oh Jesús mío, ya es media noche; escuchas que se aproximan los enemigos, y Tú limpiándote y enjugándote la sangre, reanimado por los consuelos recibidos vas de nuevo a donde están tus amados discípulos, los llamas, los amonestas y te los llevas junto contigo, y vas al encuentro de tus enemigos, queriendo reparar con tu prontitud mi lentitud, mi desgano y pereza en el obrar y en el sufrir por amor tuyo.
Pero, oh dulce Jesús, mi bien, que escena tan conmovedora veo: Al primero que encuentras es al pérfido Judas, el cual acercándose a Ti y poniéndote un brazo alrededor de tu cuello te saluda y te besa; y Tú, amor entrañable, no desdeñas besar aquellos labios infernales, lo abrazas y te lo estrechas al corazón, queriéndolo arrancar del infierno y dándole muestras de nuevo amor.
Mi Jesús, ¿cómo es posible no amarte? Es tanta la ternura de tu amor que debiera arrebatar a cada corazón a amarte, y sin embargo no te aman. Y Tú, oh mi Jesús, en este beso de Judas, soportándolo, reparas las traiciones, los fingimientos, los engaños bajo aspecto de amistad y de santidad, especialmente de los sacerdotes. Tu beso, además, manifiesta que a ningún pecador, con tal de que venga a Ti humillado, rehusarías darle el perdón.
Ternísimo Jesús mío, ya te entregas en manos de tus enemigos, dándoles el poder de hacerte sufrir lo que ellos quieran. También yo, oh mi Jesús, me entrego en tus manos, a fin de que Tú, libremente, puedas hacer de mí lo que más te agrade; y junto contigo quiero seguir tu Voluntad, tus reparaciones y sufrir tus penas. Quiero estar siempre en torno a Ti para hacer que no haya ofensa que no te repare, amargura que no endulce, salivazos y bofetadas que recibas que no vayan seguidas por un beso y una caricia mía.
En tus caídas, mis manos estarán siempre dispuestas a ayudarte para levantarte. Así que siempre contigo quiero estar, oh mi Jesús, ni siquiera un minuto quiero
dejarte solo; y para estar más segura, ponme dentro de Ti, y yo estaré en tu mente, en tus miradas, en tu corazón y en todo Tú mismo, para hacer que lo que haces Tú, pueda hacerlo también yo, así podré hacerte fiel compañía y no pasar por alto ninguna de tus penas, para darte por todo mi correspondencia de amor.
Dulce bien mío, estaré a tu lado para defenderte, para aprender tus enseñanzas y para numerar una por una todas tus palabras. ¡Ah, cómo me desciende dulce la palabra que dirigiste a Judas:
«Amigo, ¿a qué has venido?» (Mt 26,50)
Y siento que a mí también me diriges las mismas palabras, no llamándome amiga sino con el dulce nombre de hija: «Hija, ¿a qué has venido?» Para oír que te respondo: «Jesús, a amarte». «¿A qué has venido?», me repites si me despierto en la mañana; «¿a qué has venido?», si hago oración; «¿a qué has venido?», me repites desde la Hostia Santa si vengo a recibirte en mi corazón.
¡Qué bello reclamo para mí y para todos! Pero cuántos a tu «¿a qué has venido?» responden: Vengo a ofenderte. Otros, fingiendo no escucharte se entregan a toda clase de pecados, y a tu pregunta «¿a qué has venido?» responden con irse al infierno. ¡Cuánto te compadezco, oh mi Jesús! Quisiera tomar las mismas cuerdas con que van a atarte tus enemigos, para atar a estas almas y evitarte este dolor. Pero de nuevo escucho tu voz ternísima que dice, mientras vas al encuentro de tus enemigos:
«¿A quién buscan?» (Jn 18,4) Y ellos responden:
«A Jesús Nazareno». (Jn 18,5) Y Tú les dices:
«Yo soy». (Jn 18,5)
Con esta sola palabra dices todo y te das a conocer por lo que eres, tanto que tus enemigos tiemblan y caen por tierra como muertos, y Tú, amor sin par, repitiendo de nuevo «Yo soy», los vuelves a llamar a la vida, y por Ti mismo te entregas en manos de tus enemigos.
Jesús es encadenado
Y ellos, pérfidos e ingratos, en vez de caer humildes y palpitantes a tus pies y pedirte perdón, abusando de tu bondad y despreciando gracias y prodigios te ponen las manos encima y con sogas y cadenas te atan, te inmovilizan, te arrojan por tierra, te pisotean bajo sus pies, te arrancan los cabellos, y Tú, con paciencia inaudita callas, sufres y reparas las ofensas de aquellos que a pesar de los milagros, no se rinden a tu graciay se obstinan de más.
Con tus sogas y cadenas consigues del Padre la gracia de romper las cadenas de nuestras culpas, y nos atas con la dulce cadena del amor. Y corriges amorosamente a Pedro que quiere defenderte, y llega hasta cortar una oreja a Malco; quieres reparar con esto las obras buenas que no son hechas con santa prudencia, y que por demasiado celo caen en la culpa.
Mi pacientísimo Jesús, estas cuerdas y cadenas parece que ponen algo de más bello a tu divina Persona. Tu frente se hace más majestuosa, tanto que atrae la atención de tus mismos enemigos; tus ojos resplandecen con más luz; tu rostro divino se pone en actitud de una paz y dulzura suprema, capaz de enamorar a tus mismos verdugos; con tu tono de voz suave y penetrante, si bien pocos, los haces temblar, tanto que si se atreven a ofenderte es porque Tú mismo se los permites.
Oh amor encadenado y atado, ¿podrás permitir que Tú seas atado por causa mía, haciendo más desahogo de amor, y yo, pequeña hija tuya, esté sin cadenas? No, no, más bien átame con tus manos santísimas con tus mismas sogas y cadenas.
Por eso te ruego que ates, mientras beso tu frente divina, todos mis pensamientos, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, mis afectos y todo mi ser, y al mismo tiempo ata a todas las criaturas, para que sintiendo las dulzuras de tus amorosas cadenas no se atrevan a ofenderte más.
Dulce bien mío, ya es la una de la madrugada, la mente comienza a adormecerse; haré lo que más pueda por mantenerme despierta, pero si el sueño me sorprende, me dejo en Ti para seguir lo que haces Tú; más bien lo harás Tú mismo por mí.
En Ti dejo mis pensamientos para defenderte de tus enemigos, mi respiración como cortejo y compañía, mi latido para decirte siempre que te amo y para darte el amor que los demás no te dan, las gotas de mi sangre para repararte y restituirte el honor y la estima que te quitarán con los insultos, salivazos y bofetadas. Jesús mío,
bendíceme y hazme dormir en tu adorable corazón, para que por tus latidos, acelerados por el amor o por el dolor, pueda despertarme frecuentemente, y así jamás interrumpir nuestra compañía. Así queda acordado, oh Jesús.
NOVENA HORA
De la 1 a las 2 de la mañana
Jesús, atado, es hecho caer en el torrente Cedrón
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Amado bien mío, mi pobre mente te sigue entre la vigilia y el sueño. ¿Cómo puedo abandonarme al sueño si veo que todos te dejan y huyen de Ti? Los mismos apóstoles, el ferviente Pedro que hace poco dijo que quería dar la vida por Ti, el discípulo predilecto que con tanto amor has hecho reposar sobre tu corazón, ah, todos te abandonan y te dejan en poder de tus crueles enemigos.
Mi Jesús, estás solo. Tus purísimos ojos miran a tu alrededor para ver si al menos uno de aquellos que han sido beneficiados por Ti te sigue para testimoniarte su amor y para defenderte; y mientras descubres que ninguno, ninguno te ha permanecido fiel, el corazón se te oprime y rompes en abundante llanto. Y Tú sientes más dolor por el abandono de tus fieles amigos que por lo que te están haciendo tus mismos enemigos. Mi Jesús, no llores, o haz que yo llore junto contigo. Y el amable Jesús parece que dice:
«Ah hija mía, lloremos juntos la suerte de tantas almas consagradas a Mí, que por pequeñas pruebas, por incidentes de la vida, no se ocupan más de Mí y me dejan solo; lloremos por tantas otras, tímidas y viles, que por falta de valor y de confianza me abandonan; por tantos y tantos que, al no hallar su provecho en las cosas santas no se ocupan de Mí; por tantos sacerdotes que predican, que celebran la Santa Misa, que confiesan por amor al interés y a su propia gloria; esos hacen ver que están en torno a Mí, pero Yo permanezco siempre solo.
Ah hija, ¡cómo me es duro este abandono! No sólo me lloran los ojos, sino que me sangra el corazón. Ah, te ruego que repares mi acerbo dolor prometiéndome que no me dejarás jamás solo».
Sí, oh mi Jesús, lo prometo, ayudada por tu gracia y fundiéndome en tu divina Voluntad! Pero mientras Tú lloras el abandono de tus amados, tus enemigos no te perdonan ningún ultraje que te puedan hacer. Oprimido y atado como estás, oh mi bien, tanto, que por Ti mismo ni siquiera puedes dar un paso, te pisotean, te arrastran por esas calles llenas de piedras y de espinas, así que no hay movimiento que no te haga tropezar en las piedras y herirte con las espinas.
Ah mi Jesús, veo que mientras te arrastran, Tú dejas detrás de Ti tu preciosa sangre, los rubios cabellos que te arrancan de la cabeza. Mi vida y mi todo, permíteme que los recoja a fin de poder atar todos los pasos de las criaturas, que ni aun de noche dejan de herirte; más bien se sirven de la noche para ofenderte mayormente: quién con sus encuentros, quién por placeres, quién por teatros, quién para llevar a cabo robos sacrílegos. Mi Jesús, me uno a Ti para reparar todas estas ofensas.
Pero, oh mi Jesús, estamos ya en el torrente Cedrón, y los pérfidos judíos se disponen a arrojarte dentro, hacen que te golpees contra una piedra que hay ahí, con tanta fuerza, que de tu boca derramas tu preciosísima sangre, con la cual dejas marcada aquella piedra. Después, jalándote, te arrastran bajo aquellas aguas pútridas, de modo que te entran en los oídos, en la boca, en la nariz.
Oh amor incomparable, Tú quedas todo bañado y como cubierto por aquellas aguas pútridas, nauseantes y frías, y en este estado representas a lo vivo el estado deplorable de las criaturas cuando cometen el pecado. ¡Oh, cómo quedan cubiertas por dentro y por fuera con un manto de inmundicias, que dan asco al Cielo y a cualquiera que pudiese verlas, atrayéndose así los rayos de la divina Justicia!
Oh vida de mi vida, ¿puede darse jamás amor más grande? Para quitarnos este manto de inmundicias Tú permites que los enemigos te arrojen en ese torrente, y todo sufres para reparar por los sacrilegios y las frialdades de las almas que te reciben sacrílegamente y que te obligan a que entres en sus corazones, peores que el torrente, y que sientas toda la náusea de sus almas; Tú permites también que estas aguas te penetren hasta en las entrañas, tanto, que los enemigos temiendo que te ahogues, y queriendo reservarte para mayores tormentos te sacan fuera, pero causas tanto asco, que ellos mismos sienten asco de tocarte.
Mi tierno Jesús, estás ya fuera del torrente, mi corazón no resiste verte tan empapado por esas aguas nauseantes; veo que por el frío Tú tiemblas de pies a
cabeza; miras a tu alrededor buscando con los ojos, lo que no haces con la voz, uno al menos que te seque, te limpie y te caliente, pero en vano; ninguno tiene piedad de Ti, los enemigos se burlan y se ríen de ti; los tuyos te han abandonado, la dulce Mamá está lejana, porque así lo dispone el Padre.
Aquí me tienes, oh Jesús, ven a mis brazos. Quiero llorar tanto, hasta formar un baño para lavarte, limpiarte y acomodarte con mis manos, los desordenados cabellos. Mi amor, quiero encerrarte en mi corazón para calentarte con el calor de mis afectos, quiero perfumarte con mis deseos santos, quiero reparar todas estas ofensas y ofrecer mi vida junto con la tuya para salvar a todas las almas. Quiero ofrecerte mi corazón como lugar de reposo, para poderte reconfortar en algún modo por las penas sufridas hasta aquí, y después continuaremos juntos el camino de tu Pasión.
DECIMA HORA
De las 2 a las 3 de la mañana
Jesús es presentado a Anás
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Jesús sea siempre conmigo. Dulce Mamá, sigamos juntas a Jesús. Mi Jesús, centinela divino que me vigilas en tu corazón, y no queriendo quedarte solo sin mí me despiertas y haces que me encuentre junto contigo en casa de Anás. Te encuentras en aquel momento en que Anás te interroga sobre tu doctrina y tus discípulos; y Tú, oh Jesús, para defender la gloria del Padre abres tu sacratísima boca, y con voz sonora y llena de dignidad respondes:
«Yo he hablado en público, y todos los que aquí están me han escuchado». (Jn 18,20)
Ante estas dignas palabras tuyas, todos tiemblan, pero es tanta la perfidia, que un siervo, queriendo honrar a Anás, se acerca a Ti y te da una bofetada con la mano, tan fuerte de hacerte tambalear y ponerse pálido tu rostro santísimo.
Ahora comprendo dulce vida mía por qué me has despertado, Tú tenías razón:
¿Quién habría de sostenerte en este momento en que estás por caer? Tus enemigos rompen en risas satánicas, en silbidos y en palmadas, aplaudiendo un acto tan injusto, y Tú, tambaleándote, no tienes en quien apoyarte.
Mi Jesús, te abrazo, es más, quiero hacer un apoyo con mi ser; te ofrezco mi mejilla con ánimo y pronta a soportar cualquier pena por amor tuyo; te compadezco por este ultraje, y junto contigo te reparo las timideces de tantas almas que fácilmente se desaniman, por aquellos que por temor no dicen la verdad, por las faltas de respeto debido a los sacerdotes, y por todas las faltas cometidas por murmuraciones.
Pero veo afligido Jesús mío, que Anás te envía a Caifás, y tus enemigos te precipitan por las escaleras, y Tú amor mío, en esta dolorosa caída reparas por aquellos que de noche se precipitan en la culpa, aprovechándose de las tinieblas, y llamas a los herejes y a los infieles a la luz de la fe. También yo quiero seguirte en esas reparaciones, y mientras llegas ante Caifás te envío mis suspiros para defenderte de tus enemigos. Y mientras yo duermo continúa haciéndome de centinela y despiértame cuando tengas necesidad. Por eso dame un beso y bendíceme, y yo beso tu corazón y en él continúo mi sueño.
UNDECIMA HORA
De la 3 a las 4 de la mañana
Jesús en casa de Caifás
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Afligido y abandonado bien mío, mientras mi débil naturaleza duerme en tu dolorido corazón, mi sueño frecuentemente es interrumpido por las opresiones de amor y de dolor de tu corazón divino, y entre la vigilia y el sueño oigo los golpes que te dan, y me despierto y digo: «Pobre de mi Jesús, abandonado por todos, no hay quién te defienda».
Pero desde dentro de tu corazón yo te ofrezco mi vida para servirte de apoyo en el momento en que te hacen tropezar y me adormezco de nuevo, pero otra opresión de amor de tu corazón divino me despierta, y siento ensordecer por los insultos que te dicen, por las voces, por los gritos, por el correr de la gente. Amor mío, ¿cómo es que todos están contra Ti? ¿Qué has hecho que como tantos lobos feroces te quieren despedazar?
Siento que la sangre se me hiela al oír los preparativos de tus enemigos; yo tiemblo y estoy triste pensando cómo haré para defenderte. Pero mi afligido Jesús teniéndome en su corazón me estrecha más fuerte y me dice:
«Hija mía, no he hecho nada de mal y he hecho todo, oh, mi delito es el amor, que contiene todos los sacrificios, el amor de costo inmensurable. Estamos aún al principio; tú estate en mi corazón, observa todo, ámame, calla y aprende; haz que tu sangre helada corra en mis venas para dar alivio a mi sangre que es toda llamas; haz que tu temblor corra en mis miembros a fin de que fundida en Mí puedas afirmarte y calentarte para sentir parte de mis penas, y al mismo tiempo adquirir fuerza al verme sufrir tanto; esta será la más bella defensa que me harás; sé fiel y atenta».
Dulce amor mío, es tal y tanto el estrépito de tus enemigos que no me dejan dormir más; los golpes se hacen más violentos, oigo el rumor de las cadenas con que te han atado tan fuertemente, que hacen salir sangre por las muñecas, con la cual Tú marcas aquellos caminos. Recuerda que mi sangre está en la tuya, y conforme Tú la derramas, la mía te la besa, la adora y repara.
Tu sangre sea luz a todos aquellos que de noche te ofenden e imán para atraer a todos los corazones en torno a Ti. Amor mío y todo mío, mientras te arrastran y el aire parece que ensordece por los gritos y silbidos, ya llegas ante Caifás, Tú te muestras todo manso, modesto, humilde, tu dulzura y paciencia es tanta que hace aterrorizar a los mismos enemigos, y Caifás todo furor, quisiera devorarte. ¡Ah, cómo se distingue bien la inocencia y el pecado!
Amor mío, Tú estás ante Caifás como el más culpable, en acto de ser condenado. Caifás pregunta a los testigos cuáles son tus delitos. ¡Ah, hubiera hecho mejor preguntando cuál es tu amor! Y quién te acusa de una cosa y quién de otra, diciendo disparates y contradiciéndose entre ellos; y mientras te acusan, los soldados que están a tu lado te jalan de los cabellos, descargan sobre tu rostro santísimo horribles bofetadas que resuenan en toda la sala, te tuercen los labios, te golpean, y
Tú callas, sufres, y si los miras, la luz de tus ojos desciende en sus corazones, y no pudiendo soportarla se alejan de ti, pero otros llegan para darte más tormentos.
Las negaciones de Pedro
Pero entre tantas acusaciones y ultrajes veo que pones atentos tus oídos, tu corazón late fuerte como si fuera a estallar por el dolor. Dime, afligido bien mío,
¿qué sucede ahora? Porque veo que todo eso que te están haciendo tus enemigos, es tan grande tu amor que con ansia lo esperas y lo ofreces por nuestra salvación; y tu corazón con toda calma repara las calumnias, los odios, los falsos testimonios, y el mal que se hace a los inocentes con premeditación, y reparas por aquellos que te ofenden por instigación de sus jefes, y por las ofensas de los eclesiásticos; y mientras unida contigo sigo tus mismas reparaciones, siento en Ti un cambio, un nuevo dolor no sentido hasta ahora. Dime, dime qué pasa. Hazme partícipe de todo, oh Jesús.
«¡Ah! hija, ¿quieres saberlo? Oigo la voz de Pedro que dice no conocerme y ha jurado, ha jurado en falso, y por tercera vez, que no me conoce. ¡Ah! Pedro, ¿cómo?
¿No me conoces? ¿No recuerdas con cuántos bienes te he colmado? ¡Oh, si los demás me hacen morir de penas, tú me haces morir de dolor! ¡Ah, cuánto mal has hecho al seguirme desde lejos, exponiéndote a la ocasión!»
Negado bien mío, cómo se conocen inmediatamente las ofensas de tus más amados. Oh Jesús, quiero hacer correr mi latido en el tuyo para endulzar el dolor atroz que sufres, y mi latido en el tuyo te jura fidelidad y amor y repito mil y mil veces que te conozco; pero tu corazón no se calma todavía y tratas de mirar a Pedro. A tus miradas amorosas, llenas de lágrimas por su negación, Pedro se enternece, llora y se retira de allí; y Tú, habiéndolo puesto a salvo te calmas y reparas las ofensas de los Papas y de los jefes de la Iglesia, y especialmente por aquellos que se exponen a las ocasiones. Pero tus enemigos continúan acusándote, y viendo Caifás que nada respondes a sus acusaciones te dice:
«Te conjuro por el Dios vivo, dime, ¿eres Tú verdaderamente el Hijo de Dios?» (Mt 26, 63)
Y Tú amor mío, teniendo siempre en tus labios palabras de verdad, con una actitud de majestad suprema y con voz sonora y suave, tanto que todos quedan asombrados, y los mismos demonios se hunden en el abismo, respondes:
«¡Tú lo dices, sí, Yo soy el verdadero Hijo de Dios, y un día descenderé sobre las nubes del cielo para juzgar a todas las naciones!» (Mt 26, 64)
Ante tus palabras creadoras todos hacen silencio, se sienten estremecer y espantados, pero Caifás después de pocos instantes de espanto, reaccionando y todo furibundo, más que bestia feroz, dice a todos:
«¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? ¡Ya ha dicho una gran blasfemia! ¿Qué más esperamos para condenarlo? ¡Ya es reo de muerte!» (Mt 26, 65-66)
Y para dar más fuerza a sus palabras se rasga las vestiduras con tanta rabia y furor, que todos, como si fuesen uno solo, se lanzan contra Ti, bien mío, y quién te da puñetazos en la cabeza, quién te tira por los cabellos, quién te da bofetadas, quién te escupe en la cara, quién te pisotea con los pies.
Son tales y tantos los tormentos que te dan, que la tierra tiembla y los Cielos quedan sacudidos. Amor mío y vida mía, conforme te atormentan, mi pobre corazón queda lacerado por el dolor. Ah, permíteme que salga de tu dolorido corazón, y que yo en tu lugar afronte todos esos ultrajes. Ah, si me fuera posible quisiera arrebatarte de las manos de tus enemigos, pero Tú no lo quieres, porque lo exige la salvación de todos, y yo me veo obligada a resignarme.
Pero, dulce amor mío, déjame que te limpie, que te arregle los cabellos, que te quite los salivazos, que te limpie y te seque la sangre, para encerrarme en tu corazón, porque veo que Caifás, cansado, quiere retirarse, entregándote en manos de los soldados. Por eso te bendigo, y Tú bendíceme, y dándonos el beso del amor me encierro en el horno de tu corazón divino para conciliar el sueño, poniendo mi boca sobre tu corazón, a fin de que conforme respire te bese, y según la diversidad de tus latidos más o menos sufrientes, pueda advertir si Tú sufres o reposas. Y así, protegiéndote con mis brazos para tenerte defendido, te abrazo, me estrecho fuerte a tu corazón y me duermo.
DUODECIMA HORA
De las 4 a las 5 de la mañana
Jesús en medio de los soldados
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Dulcísima vida mía, Jesús, mientras estrechada a tu corazón dormía, sentía muy a menudo los pinchazos de las espinas que herían a tu corazón santísimo; y queriéndome despierta junto contigo, para tener al menos una que vea todas tus penas y te compadezca, me estrechas más fuerte a tu corazón, y yo, sintiendo más a lo vivo tus pinchazos, me despierto, ¿pero qué veo? ¿Qué siento?
Quisiera esconderte dentro de mi corazón para ponerme yo en lugar tuyo y recibir sobre mí penas tan dolorosas, insultos y humillaciones tan increíbles, que sólo tu amor podría soportar tantos ultrajes. Mi pacientísimo Jesús, ¿qué cosa podías esperar de gente tan inhumana?
Ya veo que juegan contigo, te cubren el rostro de densos salivazos, la luz de tus bellos ojos queda eclipsada por los salivazos, y derramando ríos de lágrimas por nuestra salvación retiras esos salivazos de tus ojos, y aquellos malvados, no soportando su corazón ver la luz de tus ojos, vuelven a cubrirlos de nuevo con salivazos, otros haciéndose más atrevidos en el mal, te abren tu dulcísima boca y te la llenan de fétidos salivazos, tanto que ellos sienten nausea, y como algunos de esos esputos caen, muestran en parte la majestad de tu rostro, tu sobrehumana dulzura.
Ellos se sienten estremecer y se avergüenzan de ellos mismos y para estar más libres te vendan los ojos con un vilísimo trapo, de modo de poder desenfrenarse del todo sobre tu adorable persona; así que te golpean sin piedad, te arrastran, te pisotean bajo sus pies, repiten los puñetazos, las bofetadas, sobre tu rostro y sobre tu cabeza, rasguñándote y jalándote los cabellos y empujándote de un lado a otro.
Jesús, amor mío, mi corazón no resiste verte en tantas penas, Tú quieres que ponga atención a todo, pero yo siento que quisiera cubrirme los ojos para no ver escenas tan dolorosas que arrancan de cada pecho los corazones, pero tu amor me
obliga a ver lo que sucede contigo, y veo que no abres la boca, que no dices ni una palabra para defenderte, estás en manos de esos soldados como un harapo, y te pueden hacer lo que quieren; y viéndolos saltar sobre Ti temo que mueras bajo sus pies.
Mi bien y mi todo, es tanto el dolor que siento por tus penas, que quisiera gritar tan fuere que me hiciera oír en el Cielo para llamar al Padre, al Espíritu Santo y a los ángeles todos, y aquí en la tierra, de un extremo a otro, llamar en primer lugar a la dulce Mamá y a todas las almas amantes, a fin de que haciendo un cerco en torno a Ti, impidamos el paso a estos insolentes soldados para que no te insulten y atormenten más, y junto contigo reparemos toda clase de pecados nocturnos, especialmente aquellos que cometen los sectarios sobre tu sacramental persona en las horas de la noche, y todas las ofensas de aquellas almas que no se mantienen fieles en la noche de la prueba.
Pero veo, insultado bien mío, que los soldados, cansados y ebrios quieren descansar, y mi pobre corazón oprimido y lacerado por tus tantas penas no quiere quedarse solo contigo, siente la necesidad de otra compañía, ah dulce Mamá mía, sé Tú mi inseparable compañía; me estrecho fuerte a tu mano materna y te la beso y Tú fortifícame con tu bendición, y abrazándonos junto con Jesús apoyemos nuestra cabeza sobre su dolorido corazón para consolarlo.
Oh Jesús, junto con la Mamá te beso, bendícenos y junto con Ella tomaremos el sueño del amor en tu adorable corazón.
DECIMATERCERA HORA
De las 5 a las 6 de la mañana
Jesús en prisión
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Mi prisionero Jesús, me he despertado y no te encuentro, el corazón me late fuerte y delira de amor, dime, ¿dónde estás? Ángel mío, llévame a la casa de Caifás. Pero busco, recorro, vuelvo a buscar por todas partes y no te encuentro.
Amor mío, pronto, con tus manos mueve las cadenas que tienen atado mi corazón al tuyo, atráeme a Ti, para que atraída por Ti pueda emprender el vuelo para ir a arrojarme en tus brazos. Ya amor mío, herido por mi voz y queriendo mi compañía, me atraes a Ti y veo que te han puesto en prisión. Mi corazón, mientras exulta de alegría por encontrarte, lo siento herido por el dolor al ver el estado al que te han reducido.
Te veo atado a una columna, con las manos atrás, atados los pies, tu santísimo rostro golpeado, hinchado y ensangrentado por las brutales bofetadas recibidas, tus santísimos ojos lívidos, tu mirada cansada y triste por la vigilia, tus cabellos todos en desorden, tu santísima persona toda golpeada, y por añadidura no puedes valerte por Ti mismo para ayudarte y limpiarte porque estás atado.
Y yo, oh mi Jesús, llorando, abrazándome a tus pies exclamo: «¡Ay de mí, cómo te han dejado, oh Jesús!» Y Jesús mirándome, me responde:
«Ven, oh hija mía, y pon atención a todo lo que ves que hago Yo para que lo hagas tú junto conmigo, y así poder continuar mi vida en ti.»
Y veo con asombro que en vez de ocuparte de tus penas, con un amor indescriptible piensas en glorificar al Padre para darle satisfacción por todo lo que nosotros estamos obligados a hacer, y llamas a todas las almas en torno a Ti para tomar todos sus males sobre de Ti y darles a ellas todos los bienes. Y como estamos al amanecer del día oigo tu voz dulcísima que dice:
«Padre Santo, gracias te doy por todo lo que he sufrido y por lo que me queda por sufrir; y así como esta aurora llama al día y el día hace surgir el sol, así la aurora de la graciadespunte en todos los corazones, y haciéndose día, Yo, Sol divino, pueda surgir en todos los corazones y reinar en todos. Mira, oh Padre a estas almas, Yo quiero responderte por todas, por sus pensamientos, palabras, obras, pasos, a costa de mi sangre y de mi muerte».
Mi Jesús, amor sin límites, me uno contigo; también yo te agradezco por cuanto me has hecho sufrir, por lo que me quede por sufrir, y te ruego hagas despuntar en todos los corazones la aurora de la graciapara que Tú, Sol divino, puedas resurgir en todos los corazones y reinar sobre todos.
Pero también veo, mi dulce Jesús, que Tú reparas todas las primicias de los pensamientos, de los afectos y palabras que al principio del día no son ofrecidos a Ti para darte honor, y llamas en Ti, como en custodia, los pensamientos, los afectos y palabras de las criaturas para reparar y dar al Padre la gloria que ellas le deben.
Mi Jesús, maestro divino, ya que en esta prisión tenemos una hora libre y estando solos, quiero hacer no sólo lo que haces Tú, sino limpiarte, reordenarte los cabellos y fundirme en todo Tú, por eso me acerco a tu santísima cabeza y reordenándote los cabellos quiero repararte por tantas mentes trastornadas y llenas de tierra, que no tienen ni un pensamiento para Ti; y fundiéndome en tu mente quiero reunir en Ti todos los pensamientos de las criaturas y fundirlos en tus pensamientos, para encontrar suficientes reparaciones por todos los malos pensamientos, por tantas luces e inspiraciones sofocadas. Quisiera hacer de todos los pensamientos uno solo con los tuyos para darte verdadera reparación y perfecta gloria.
Mi afligido Jesús, beso tus ojos tristes y cargados de lágrimas, y que teniendo las manos atadas a la columna no puedes limpiártelos ni quitarte los salivazos con que te han ensuciado, y como la posición en la que te han atado es desgarradora, no puedes cerrar tus ojos cansados para tomar reposo.
Amor mío, cuanto deseo hacer con mis brazos un lecho para darte reposo; quiero enjugarte los ojos y pedirte perdón y repararte por cuantas veces no hemos tenido la intención de agradarte y de mirarte para ver qué querías de nosotros, qué cosa debíamos hacer y adónde querías que fuésemos; quiero fundir mis ojos y los de todas las criaturas en los tuyos, para poder reparar con tus mismos ojos todo el mal que hemos hecho con la vista.
Mi piadoso Jesús, beso tus oídos cansados por los insultos de toda la noche, y mucho más por el eco que resuena en tus oídos de todas las ofensas de las criaturas; te pido perdón y reparo por cuantas veces Tú nos has llamado y hemos sido sordos, hemos fingido no escucharte, y Tú, cansado bien mío, has repetido las llamadas, pero en vano; quiero fundir mis oídos y los de todas las criaturas en los tuyos para darte una continua y completa reparación.
Enamorado Jesús, beso tu rostro santísimo, todo lívido por las bofetadas, te pido perdón y reparo por cuantas veces Tú nos has llamado a ser víctimas de reparación, y nosotros uniéndonos a tus enemigos te hemos dado bofetadas y salivazos. Mi Jesús, quiero fundir mi rostro en el tuyo para restituirte tu natural belleza y darte entera reparación por todos los desprecios que han hecho a tu santísima Majestad.
Amargado bien mío, beso tu dulcísima boca, dolorida por los golpes y abrasada por el amor, quiero fundir mi lengua y la de todas las criaturas en la tuya, para reparar con tu misma lengua por todos los pecados y las conversaciones malas que se tienen; quiero mi sediento Jesús unir todas las voces en una sola con la tuya, para hacer que cuando estén por ofenderte, tu voz corriendo en la voz de las criaturas sofoque las voces del pecado y las cambie en voces de alabanza y de amor.
Encadenado Jesús, beso tu cuello oprimido por pesadas cadenas y cuerdas, que van desde el pecho hasta detrás de la espalda y sujetándote los brazos te tienen fuertemente atado a la columna; ya tus manos están hinchadas y amoratadas por la estrechez de las ataduras y de algunas partes brota sangre.
Ah, permíteme atado Jesús, que te desate; y si amas ser atado, te ato con las cadenas del amor, que siendo dulces, en vez de hacerte sufrir te aliviarán, y mientras te desato, quiero fundirme en tu cuello, en tu pecho, en tus hombros, en tus manos y en tus pies, para poder reparar junto contigo todos los apegos, y dar a todos las cadenas de tu amor; para poder reparar por todas las frialdades y llenar todos los pechos de las criaturas con tu fuego, porque veo que es tanto lo que Tú tienes que no puedes contenerlo; para poder reparar por todos los placeres ilícitos y el amor a las comodidades y dar a todos el espíritu de sacrificio y el amor al sufrimiento.
Quiero fundirme en tus manos para reparar por todas las obras malas y por el bien hecho malamente y con presunción, y dar a todos el perfume de tus obras. Y fundiéndome en tus pies, encierro todos los pasos de las criaturas para repararte y dar tus pasos a todos para hacerlos caminar santamente.
Y ahora dulce vida mía, permíteme que fundiéndome en tu corazón encierre todos los afectos, latidos, deseos, para repararlos junto contigo y dar a todos tus afectos, latidos y deseos, a fin de que ninguno te ofenda más.
Pero oigo en mis oídos el ruido de la llave, son tus enemigos que vienen a llevarte.
¡Jesús, yo tiemblo, me siento helar la sangre porque Tú estarás de nuevo en manos de tus enemigos! ¿Qué será de Ti? Me parece oír también el ruido de las llaves de los tabernáculos, cuántas manos profanadoras vienen a abrirlos y tal vez para hacerte descender en corazones sacrílegos. En cuántas manos indignas eres obligado a encontrarte.
Mi prisionero Jesús, quiero encontrarme en todas tus prisiones de amor para ser espectadora cuando tus ministros te saquen y hacerte compañía y repararte por las ofensas que puedas recibir. Pero veo que tus enemigos están cerca y Tú saludas al sol naciente en el último de tus días, y ellos desatándote y viéndote todo majestad y que los miras con tanto amor, en pago descargan sobre tu rostro bofetadas tan fuertes que lo hacen enrojecer con tu preciosísima sangre.
Amor mío, antes de que salgas de la prisión, en mi dolor te ruego que me bendigas, para recibir fuerza para seguirte en el resto de tu Pasión.
DECIMACUARTA HORA
De las 6 a las 7 de la mañana
Jesús de nuevo ante Caifás y después es llevado a Pilatos
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Dolorido Jesús mío, ya estás fuera de la prisión, estás tan agotado que vacilas a cada paso. Quiero ponerme a tu lado para sostenerte cuando vea que estás a punto de caer. Pero veo que los soldados te presentan ante Caifás, y Tú, oh mi Jesús, como sol apareces en medio de ellos, y si bien desfigurado, envías luz por todas partes.
Veo que Caifás se regocija de gusto al verte tan malamente reducido, y a los reflejos de tu luz se ciega más, y en su furor te pregunta de nuevo:
«¿Así que Tú realmente eres el verdadero Hijo de Dios?» (Mt 26, 63)
Y Tú amor mío, con una majestad suprema y con una gracia en tu decir, con tu acostumbrado acento dulce y conmovedor que rapta los corazones respondes:
«Sí, Yo soy el verdadero Hijo de Dios». (Mt 26. 64)
Y ellos, si bien sienten toda la fuerza de tu palabra, sofocando todo, sin querer saber más, con voz unánime gritan:
«¡Es reo de muerte, es reo de muerte!» (Mt 26, 66)
Y Caifás confirma la sentencia de muerte y te envía a Pilatos. Y Tú, condenado Jesús mío, aceptas esta sentencia con tanto amor y resignación que casi la arrebatas del inicuo pontífice, y reparas todos los pecados hechos deliberadamente y con toda malicia, y por aquellos que en vez de afligirse por el mal, se alegran y exultan por el mismo pecado, y esto los lleva a la ceguera y a sofocar cualquier luz y gracia en ellos.
Vida mía, tus reparaciones y oraciones hacen eco en mi corazón y reparo y suplico junto contigo. Dulce amor mío, veo que los soldados, habiendo perdido la poca estima que les quedaba de Ti, al verte sentenciado a muerte te toman y agregan cuerdas y cadenas, te atan tan fuerte que casi quitan el movimiento a tu divina Persona, y empujándote y arrastrándote te sacan del palacio de Caifás. Turbas del pueblo te esperan, pero ninguno para defenderte, y Tú, mi Sol divino, sales en medio de ellos queriendo envolverlos a todos con tu luz.
Y conforme das los primeros pasos, queriendo encerrar en los tuyos todos los pasos de las criaturas, ruegas y reparas por aquellos que dan sus primeros pasos y obran con fines malos: quién para vengarse, quién para matar, quién para traicionar, quién para robar, y tantas otras cosas. Oh, cómo todas estas culpas te hieren el corazón, y para impedir tanto mal, ruegas, reparas y te ofreces todo Tú mismo.
Pero mientras te sigo, veo que Tú, mi sol Jesús, al momento de salir del palacio de Caifás te encuentras con la bella María, nuestra dulce Mamá; vuestras miradas se encuentran, se hieren, y si bien quedáis aliviados al veros, también se agregan nuevos dolores: Tú, al ver a la bella Mamá traspasada, pálida y enlutada; y a la amada Mamá al verte a Ti, sol divino, eclipsado por tantos oprobios, lloroso y envuelto en un manto de sangre.
Pero no podéis disfrutar mucho el intercambio de miradas, y con el dolor de no poder deciros ni siquiera una palabra, vuestros corazones se dicen todo, y fundidos el uno en el otro cesan de mirarse porque los soldados te empujan, y así, pisoteado y arrastrado llegas a Pilatos. Mi Jesús, me uno a la traspasada Mamá en seguirte, para fundirme junto con Ella en Ti; y dándome una mirada de amor, bendíceme.
DECIMAQUINTA HORA
De las 7 a las 8 de la mañana
Jesús ante Pilatos. Pilatos lo envía a Herodes
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Atado bien mío, tus enemigos unidos a los sacerdotes te presentan ante Pilatos, y ellos fingiendo santidad y escrupulosidad, debiendo festejar la Pascua se quedan fuera en el atrio, y Tú, mi amor, viendo el fondo de su malicia reparas las hipocresías del cuerpo religioso.
También yo reparo junto contigo, pero mientras Tú te ocupas del bien de ellos, ellos en cambio comienzan a acusarte ante Pilatos, vomitando todo el veneno que tienen contra Ti, pero Pilatos mostrándose insatisfecho de las acusaciones que te hacen, para poderte condenar con motivo te llama aparte y a solas te examina y te pregunta:
«¿Eres Tú el rey de los judíos?» (Jn 18, 33)
Y Tú mi Jesús, verdadero rey mío respondes:
«Mi reino no es de este mundo; de lo contrario millares de legiones de ángeles me defenderían».
Y Pilatos conmovido por la suavidad y dignidad de tu palabra, sorprendido te dice:
«¿Cómo, Tú eres rey?» (Jn 18, 37) Y Tú:
«Es como tú lo dices, Yo lo soy, y he venido al mundo para dar testimonio de la Verdad». (Jn 18, 37)
Y Pilatos sin querer saber más y convencido de tu inocencia, sale a la terraza y dice:
«Yo no encuentro culpa alguna en este hombre». (Jn 18, 38)
Los judíos enfurecidos te acusan de tantas otras cosas, y Tú callas y no te defiendes, y reparas las debilidades de los jueces cuando se encuentran de frente a los poderosos y sus injusticias, y ruegas por los inocentes oprimidos y abandonados. Entonces Pilatos al ver el furor de tus enemigos y para desentenderse te envía a Herodes.
Mi Rey divino, quiero repetir tus oraciones y reparaciones y acompañarte hasta Herodes. Veo que tus enemigos, enfurecidos, quisieran devorarte y te conducen entre insultos, burlas y befas, y así te hacen llegar ante Herodes, el cual en actitud soberbia te hace muchas preguntas, y Tú no respondes, no lo miras, y Herodes irritado porque no se ve satisfecho en su curiosidad y sintiéndose humillado por tu prolongado silencio, dice a todos que Tú eres un loco y sin juicio, y como a tal ordena que seas tratado, y para mofarse de Ti hace que seas vestido con una vestidura blanca y te entrega en las manos de los soldados para que te hagan lo peor que puedan.
Inocente Jesús, ninguno encuentra culpa en Ti, sólo los judíos, porque su fingida religiosidad no merece que resplandezca en sus mentes la luz de la verdad. Mi Jesús, sabiduría infinita, cuánto te cuesta el haber sido declarado loco. Los soldados abusando de Ti te arrojan por tierra, te pisotean, te cubren de salivazos, te escarnecen, te golpean con palos, y son tantos los golpes que te sientes morir. Son tales y tantas las penas, los oprobios, las humillaciones que te hacen, que los ángeles lloran y se cubren el rostro con sus alas para no verlas.
También yo, mi loquito Jesús, quiero llamarte loco, pero loco de amor, y es tanta tu locura de amor que en vez de ofenderte, Tú ruegas y reparas por las ambiciones de los reyes que ambicionan reinos para ruina de los pueblos, por las destrucciones que provocan, por tanta sangre que hacen derramar por sus caprichos, por todos los pecados de curiosidad y por las culpas cometidas en las cortes y en las milicias.
Mi Jesús, cómo es tierno el verte en medio de tantos ultrajes orando y reparando, tus palabras repercuten en mi corazón y sigo lo que haces Tú. Y ahora deja que me
ponga a tu lado y tome parte en tus penas y te consuele con mi amor, y alejándote a los enemigos, te tomo entre mis brazos para darte fuerzas y besarte la frente.
Dulce amor mío, veo que no te dan reposo y que Herodes te envía nuevamente a Pilatos. Si doloroso ha sido el venir, más trágico será el regreso, porque veo que los judíos están más enfurecidos que antes y están resueltos a hacerte morir a cualquier precio. Por eso antes que salgas del palacio de Herodes quiero besarte, para testimoniarte mi amor en medio de tantas penas, y Tú fortifícame con tu beso y con tu bendición, y te sigo ante Pilatos.
DECIMASEXTA HORA
De las 8 a las 9 de la mañana
Jesús de nuevo ante Pilatos. Es pospuesto a Barrabás. Jesús es flagelado.
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Mi atormentado Jesús, mi pobre corazón te sigue entre ansias y penas, y al verte vestido de loco, conociendo quién eres Tú, sabiduría infinita, que das el juicio a todos, doy en delirio y digo: ¿cómo, Jesús loco? ¿Jesús malhechor? ¡Y ahora serás pospuesto al más grande malhechor, a Barrabás!
Mi Jesús, santidad que no tiene igual, ya estás de nuevo ante Pilatos, y éste, al verte tan malamente reducido y vestido de loco, y sabiendo que ni siquiera Herodes te ha condenado, queda más indignado contra los judíos y se convence mayormente de tu inocencia y de no condenarte, pero queriendo dar alguna satisfacción a los judíos, como para aplacar el odio, el furor, la rabia y la sed que tienen de tu sangre, te propone a ellos junto con Barrabás, pero los judíos gritan:
«¡No queremos libre a Jesús, sino a Barrabás!» (Jn 18, 40)
Y entonces Pilatos no sabiendo ya qué hacer para calmarlos te condena a la flagelación.
Mi pospuesto Jesús, se me rompe el corazón al ver que mientras los judíos se ocupan de Ti para hacerte morir, Tú, encerrado en Ti mismo piensas en dar a todos la vida, y poniendo atención te escucho decir:
«Padre Santo, mira a tu Hijo vestido de loco, esto te repara la locura de tantas criaturas al caer en el pecado; esta vestidura blanca sea ante Ti como disculpa por tantas almas que se visten con la lúgubre vestidura de la culpa. Mira oh Padre, el odio, el furor, la rabia que tienen contra Mí, que casi les hace perder la luz de la razón, la sed que tienen de mi sangre, y Yo quiero repararte todos los odios, las venganzas, las iras, los homicidios, y conseguir a todos la luz de la razón. Mírame de nuevo Padre mío, ¿se puede dar insulto mayor?
Me han pospuesto al más grande malhechor, y Yo quiero repararte todas las posposiciones que se hacen, ¡ah, todo el mundo está lleno de posposiciones! Quién nos pospone a un vil interés, quién a los honores, quién a las vanidades, quién a los placeres, a los apegos, a las dignidades, a las crápulas y hasta al mismo pecado, y en modo unánime todas las criaturas, aun a cada pequeña tontería nos posponen, y Yo estoy dispuesto a aceptar ser pospuesto a Barrabás para reparar las posposiciones de las criaturas.”
Mi Jesús, me siento morir de dolor y de confusión al ver tu gran amor en medio de tantas penas y el heroísmo de tus virtudes en medio de tantas penas e insultos. Tus palabras y reparaciones, como tantas heridas se repercuten en mi pobre corazón, y en mi dolor repito tus plegarias y tus reparaciones, ni siquiera un instante puedo separarme de Ti, de otra manera muchas cosas de lo que haces Tú se me escaparían. Pero, ¿qué veo? Los soldados te conducen a una columna para flagelarte. Amor mío, te sigo y Tú con tu mirada de amor mírame y dame la fuerza para asistir a tu dolorosa flagelación.
Jesús Flagelado
Mi purísimo Jesús, ya estás junto a la columna, los soldados enfurecidos te sueltan para atarte a ella, pero no es suficiente, te despojan de tus vestiduras para hacer cruel carnicería de tu santísimo cuerpo. Amor mío, vida mía, me siento desfallecer por el dolor de verte desnudo, Tú tiemblas de pies a cabeza y tu santísimo rostro se tiñe de virginal rubor, y es tanta tu confusión y tu agotamiento, que no sosteniéndote en pie estás a punto de caer a los pies de la columna, pero los soldados sosteniéndote, no por ayudarte sino para poderte atar, no te dejan caer.
Ya toman las sogas, te atan los brazos, pero tan fuerte que enseguida se hinchan y de la punta de los dedos brota sangre. Después, en torno a la columna pasan sogas que sujetan tu santísima persona hasta los pies, y tan fuerte que no puedes hacer ni siquiera un movimiento, y así poder ellos desenfrenarse sobre de Ti libremente.
Despojado Jesús mío, permíteme que me desahogue, de otra manera no puedo continuar viéndote sufrir tanto. ¿Cómo? Tú que vistes a todas las cosas creadas, al sol de luz, al cielo de estrellas, a las plantas de hojas, a los pajarillos de plumas, Tú,
¿desnudo? ¡Qué atrevimiento! Pero mi amante Jesús, con la luz que irradia de sus ojos me dice:
«Calla, oh hija. Era necesario que fuese desnudado para reparar por tantos que se despojan de todo pudor, de candor y de inocencia; que se desnudan de todo bien y virtud, de mi gracia, y se visten de toda brutalidad, viviendo a modo de brutos. En mi virginal rubor reparé las tantas deshonestidades y afeminaciones y placeres bestiales. Por eso atenta a lo que hago y ruega y repara conmigo y cálmate».
Flagelado Jesús, tu amor pasa de exceso en exceso, veo que los verdugos toman los flagelos y te azotan sin piedad, tanto, que todo tu santísimo cuerpo queda lívido; es tanta la ferocidad y el furor al golpearte, que están ya cansados, pero otros dos los sustituyen y tomando varas espinosas te azotan tanto, que enseguida de tu santísimo cuerpo comienza a chorrear a ríos la sangre, y lo continúan golpeando todo, abriendo surcos y lo llenan de llagas.
Pero aún no les basta, otros dos continúan, y con cadenas de fierro continúan la dolorosa carnicería. A los primeros golpes esas carnes llagadas se desgarran y a pedazos caen por tierra; los huesos quedan al descubierto y la sangre brota tanto, que forma un lago de sangre en torno a la columna.
Mi Jesús desnudado, amor mío, mientras Tú estás bajo esta tempestad de golpes, me abrazo a tus pies para poder tomar parte en tus penas y quedar toda cubierta con tu preciosísima sangre, pero cada golpe que Tú recibes es una herida a mi corazón, mucho más, pues poniendo atención oigo tus gemidos, los cuales no se escuchan bien porque la tempestad de golpes ensordece el ambiente, y en esos gemidos Tú dices:
«Ustedes, todos los que me aman, vengan a aprender el heroísmo del verdadero amor; vengan a apagar en mi sangre la sed de sus pasiones, la sed de tantas
ambiciones, de tantas vanidades y placeres, de tanta sensualidad; en ésta mi sangre encontrarán el remedio a todos sus males».
Tus gemidos continúan diciendo:
«Mírame, oh Padre, bajo esta tempestad de golpes, todo llagado, pero no basta, quiero formar tantas llagas en mi cuerpo para dar suficientes moradas en el Cielo de mi Humanidad a todas las almas, en modo de formar en Mí mismo su salvación, y después hacerlas pasar al Cielo de la Divinidad. Padre mío, cada golpe de estos flagelos repare ante Ti, uno a uno cada especie de pecado, y conforme me golpean, así sea excusa para aquellos que los cometen. Que estos golpes golpeen los corazones de las criaturas y les hablen de mi amor por ellas, tanto, de forzarlas a rendirse a Mí».
Y mientras esto dices, es tan grande tu amor, si bien con sumo dolor, que casi incitas a los verdugos a que te azoten aún más. Mi descarnado Jesús, tu amor me aplasta, me siento enloquecer; y si bien tu amor no está cansado, los verdugos están agotados y no pueden continuar la dolorosa carnicería. Ya te quitan las cuerdas y Tú caes casi muerto en tu propia sangre; y al ver los pedazos de tus carnes te sientes morir por el dolor, al ver en aquellas carnes arrancadas de Ti, a las almas perdidas, y es tanto tu dolor, que agonizas en tu propia sangre.
Mi Jesús, deja que te tome entre mis brazos para restaurarte un poco con mi amor. Te beso, y con mi beso encierro a todas las almas en Ti, así ninguna más se perderá, y Tú bendíceme.
DECIMASEPTIMA HORA
De las 9 a las 10 de la mañana
Jesús coronado de espinas. “Ecce Homo.” Jesús es condenado a muerte.
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Mi Jesús, amor infinito, mientras más te miro más comprendo cuánto sufres. Ya estás todo lacerado y no hay parte sana en Ti; los verdugos enfurecidos al ver que Tú en medio de tantas penas los miras con tanto amor, que tu mirada amorosa formando un dulce encanto, casi como tantas voces ruegan y suplican más penas y nuevas penas, y estos, si bien inhumanos, pero también forzados por tu amor, te ponen de pie, y Tú, no sosteniéndote caes de nuevo en tu propia sangre, y ellos, irritados, con patadas y con empujones te hacen llegar al lugar donde te coronarán de espinas.
Amor mío, si Tú no me sostienes con tu mirada de amor, yo no puedo continuar viéndote sufrir. Siento ya un escalofrío en los huesos, el corazón me late fuertemente, me siento morir, ¡Jesús, Jesús, ayúdame! Y mi amable Jesús me dice:
«Animo, no pierdas nada de lo que he sufrido; sé atenta a mis enseñanzas. Yo debo rehacer en todo al hombre, la culpa le ha quitado la corona y lo ha coronado de oprobios y de confusión, así que no puede comparecer ante mi Majestad, la culpa lo ha deshonrado haciéndole perder todo derecho a los honores y a la gloria, por eso quiero ser coronado de espinas, para poner sobre la frente del hombre la corona y restituirle todos los derechos a cualquier honor y gloria; y mis espinas serán ante mi Padre reparaciones y voces de disculpa por los tantos pecados de pensamiento y especialmente de soberbia; y serán voces de luz y de súplica a cada mente creada para que no me ofendan; por eso, tú únete conmigo y ora y repara junto conmigo».
Coronado Jesús, tus crueles enemigos te hacen sentar, te ponen encima un trapo de púrpura, toman la corona de espinas y con furia infernal te la ponen sobre tu adorable cabeza, y a golpes de palo te hacen penetrar las espinas en la frente, y algunas te llegan hasta los ojos, a las orejas, al cráneo y hasta detrás en la nuca.
¡Amor mío, qué desgarro, qué penas tan inenarrables! ¡Cuántas muertes crueles no sufres!
La sangre te corre sobre tu rostro, de manera que no se ve más que sangre, pero bajo esas espinas y esa sangre se descubre tu rostro santísimo radiante de dulzura, de paz y de amor, y los verdugos queriendo completar la tragedia te vendan los ojos, te ponen una caña en la mano por cetro y comienzan sus burlas. Te saludan como rey de los judíos, te golpean la corona, te dan bofetadas y te dicen:
«Adivina quién te ha golpeado». (Lc 22, 64)
Y Tú callas y respondes con reparar las ambiciones de quienes aspiran a reinos, a las dignidades, a los honores, y por aquellos que encontrándose en estos puestos, no
comportándose bien forman la ruina de los pueblos y de las almas confiadas a ellos, y cuyos malos ejemplos son causa de empujar al mal y de que se pierdan almas.
Con esa caña que tienes en la mano reparas por tantas obras buenas vacías de espíritu interior, e incluso hechas con malas intenciones. En los insultos y en esa venda reparas por aquellos que ponen en ridículo las cosas más santas, desacreditándolas y profanándolas, y reparas por aquellos que se vendan la vista de la inteligencia para no ver la luz de la verdad.
Con esta venda impetras para nosotros el que nos quitemos las vendas de las pasiones, de las riquezas y los placeres. Mi Rey Jesús, tus enemigos continúan sus insultos, y la sangre que escurre de tu santísima cabeza es tanta, que llegándote hasta la boca te impide hacerme oír claramente tu dulcísima voz, y por eso no puedo hacer lo que haces Tú, por eso vengo a tus brazos, quiero sostener tu cabeza traspasada y dolorida, quiero poner mi cabeza bajo esas espinas para sentir sus pinchazos.
Pero mientras digo esto, mi Jesús me llama con su mirada de amor y yo corro, me abrazo a su corazón y trato de sostener su cabeza. ¡Oh, cómo es bello estar con Jesús, aun en medio de mil tormentos! Y Él me dice:
«Hija mía, estas espinas dicen que quiero ser constituido rey de cada corazón; a Mí me corresponde todo dominio; tú toma estas espinas y pincha tu corazón y haz salir de él todo lo que a Mí no pertenece y deja las espinas dentro de tu corazón como señal de que Yo soy tu Rey y para impedir que ninguna otra cosa entre en ti. Después gira por todos los corazones, y pinchándolos haz salir de ellos todos los humos de soberbia, la podredumbre que contienen, y constitúyeme Rey de todos».
Amor mío, el corazón se me oprime al dejarte, por eso te ruego que ensordezcas mis oídos con tus espinas para que sólo pueda oír tu voz; que me cubras los ojos con tus espinas para poder mirarte sólo a Ti; que me llenes con tus espinas la boca, de modo que mi lengua quede muda a todo lo que pudiera ofenderte, y tenga libre la lengua para alabarte y bendecirte en todo.
Oh mi Rey Jesús, circúndame de espinas, y estas espinas me custodien, me defiendan y me tengan toda atenta a Ti. Y ahora quiero limpiarte la sangre y besarte, porque veo que tus enemigos te conducen a Pilatos, el cual te condenará a muerte. Amor mío, ayúdame a continuar tu dolorosa vida y bendíceme.
Jesús de nuevo ante Pilatos
Mi coronado Jesús, mi pobre corazón herido por tu amor y traspasado por tus penas no puede vivir sin Ti, por eso te busco y te encuentro nuevamente ante Pilatos.
¡Pero qué espectáculo conmovedor! ¡Los Cielos se horrorizan y el infierno tiembla de espanto y de rabia! Vida de mi corazón, mi mirada no puede soportar el mirarte sin sentirme morir; pero la fuerza raptora de tu amor me obliga a mirarte para hacerme comprender bien tus penas; y yo entre lágrimas y suspiros te contemplo.
Mi Jesús, estás desnudo, y en vez de vestidos te veo vestido de sangre, las carnes abiertas y destrozadas, los huesos al descubierto, tu santísimo rostro irreconocible; las espinas clavadas en tu santísima cabeza te llegan a los ojos, al rostro, y yo no veo más que sangre, que corriendo hasta la tierra forma un arroyo sanguinolento bajo tus pies.
¡Mi Jesús, no te reconozco más por como has quedado reducido! ¡Tu estado ha llegado a los excesos más profundos de las humillaciones y de los dolores! ¡Ah, no puedo soportar tu visión tan dolorosa!
Me siento morir, quisiera arrebatarte de la presencia de Pilatos para encerrarte en mi corazón y darte descanso; quisiera sanar tus llagas con mi amor, y con tu sangre quisiera inundar todo el mundo para encerrar en ella a todas las almas y conducirlas a Ti como conquista de tus penas. Y Tú, oh paciente Jesús, a duras penas parece que me miras por entre las espinas y me dices:
«Hija mía, ven entre mis atados brazos, apoya tu cabeza sobre mi seno y verás dolores más intensos y acerbos, porque lo que ves por fuera de mi Humanidad no es otra cosa que el desahogo de mis penas interiores. Pon atención a los latidos de mi corazón y oirás que reparo las injusticias de los que mandan, la opresión de los pobres, de los inocentes pospuestos a los culpables, la soberbia de aquellos que para conservar las dignidades, los cargos, las riquezas, no dudan en romper cualquier ley y en hacer mal al prójimo, cerrando los ojos a la luz de la verdad.
Con estas espinas quiero romper el espíritu de soberbia de “sus señorías”, y con las heridas que forman en mi cabeza quiero abrirme camino en sus mentes, para reordenar en ellas todas las cosas según la luz de la verdad. Con estar así humillado ante este injusto juez, quiero hacer comprender a todos que solamente la virtud es la que constituye al hombre rey de sí mismo, y enseño a quien manda, que solamente la virtud, unida al recto saber, es la única digna y capaz de gobernar y
regir a los demás, mientras que todas las otras dignidades, sin la virtud, son cosas peligrosas y deplorables. Hija mía, haz eco a mis reparaciones y sigue poniendo atención a mis penas».
Amor mío, veo que Pilatos, al verte tan malamente reducido, se siente estremecer y todo impresionado exclama:
«¿Será posible tanta crueldad en los corazones humanos? ¡Ah, no era esta mi voluntad al condenarlo a los azotes!»
Y queriendo liberarte de las manos de tus enemigos, para poder encontrar razones más convenientes, todo hastiado y apartando la mirada, porque no puede sostener tu visión demasiado dolorosa, vuelve a interrogarte:
«Pero dime, ¿qué has hecho? Tu gente te ha entregado en mis manos, dime, ¿Tú eres rey? ¿Cuál es tu reino?»
A las preguntas apresuradas de Pilatos, Tú, oh mi Jesús, no respondes, y ensimismado en Ti mismo piensas en salvar mi pobre alma a costa de tantas penas. Y Pilatos, porque no respondes, añade:
«¿No sabes Tú que está en mi poder el liberarte o el condenarte?» (Jn 19, 10)
Pero Tú, oh amor mío, queriendo hacer resplandecer en la mente de Pilatos la luz de la verdad le respondes:
«No tendrías ningún poder sobre Mí si no te viniera de lo alto, pero aquellos que me han entregado en tus manos han cometido un pecado más grave que el tuyo». (Jn 19, 11)
Entonces Pilatos, como movido por la dulzura de tu voz, indeciso como está, con el corazón en tempestad, creyendo que los corazones de los judíos fuesen más piadosos, se decide a mostrarte desde la terraza, esperando que se muevan a compasión al verte tan desgarrado, y así poderte liberar.
Dolorido Jesús mío, mi corazón desfallece al verte seguir a Pilatos, con trabajos caminas y encorvado bajo aquella horrible corona de espinas, la sangre marca tus pasos, y en cuanto sales fuera escuchas a la muchedumbre escandalosa que, ansiosa espera tu condena.
Pilatos imponiendo silencio para llamar la atención de todos y hacerse escuchar por todos, toma con repugnancia los dos extremos de la púrpura que te cubre el pecho y los hombros, los levanta para hacer que todos vean a qué estado has quedado reducido, y en voz alta dice:
«¡Ecce Homo!» (“¡Aquí tienen al hombre!”)
Mírenlo, no tiene más figura de hombre, observen sus llagas; ya no se le reconoce; si ha hecho mal ya ha sufrido suficiente, más bien demasiado; yo estoy arrepentido de haberle hecho sufrir tanto, por eso dejémoslo libre».
Jesús, amor mío, deja que te sostenga, porque veo que no sosteniéndote en pie bajo el peso de tantas penas, vacilas. Ah, en este momento solemne se decide tu suerte, a las palabras de Pilatos se hace un profundo silencio en el Cielo, en la tierra y en el infierno. Y después, como en una sola voz oigo el grito de todos:
«¡Crucifícalo, crucifícalo, a cualquier costo lo queremos muerto!» (Lc 23, 21)
Vida mía, Jesús, veo que tiemblas, el grito de muerte desciende en tu corazón, y en estas voces descubres la voz de tu amado Padre que dice:
«¡Hijo mío, te quiero muerto, y muerto crucificado!»
Ah, oyes también a tu Mamá, que si bien traspasada, desolada, hace eco a tu amado Padre: «¡Hijo, te quiero muerto!» Los ángeles, los santos, el infierno, todos a voz unánime gritan: «¡Crucifícalo, crucifícalo!» Así que no hay alma que te quiera vivo. Y, ay, ay, con mi mayor rubor, dolor y horror, también yo me siento obligada por una fuerza suprema a gritar: «¡Crucifícalo!»
Mi Jesús, perdóname si también yo, miserable alma pecadora, te quiero muerto. Sin embargo te ruego que me hagas morir junto contigo. Y Tú, mientras tanto, oh mi destrozado Jesús, movido por mi dolor parece que me dices:
«Hija mía, estréchate a mi corazón y toma parte en mis penas y en mis reparaciones; el momento es solemne, se debe decidir, o mi muerte, o la muerte de todas las criaturas. En este momento dos corrientes se vierten en mi corazón, en una están las almas que, si me quieren muerto es porque quieren hallar en Mí la vida, y así, al aceptar Yo la muerte por ellas son absueltas de la condenación eterna y las puertas del Cielo se abren para recibirlas; en la otra corriente están aquellas que
me quieren muerto por odio y como confirmación de su condenación y mi corazón está lacerado y siente la muerte de cada una de éstas y sus mismas penas del infierno.
Mi corazón no soporta estos acerbos dolores; siento la muerte a cada latido y a cada respiro, y voy repitiendo:
«¿Por qué tanta sangre será derramada en vano? ¿Por qué mis penas serán inútiles para tantos? ¡Ah, hija, sostenme que no puedo más, toma parte en mis penas, tu vida sea un continuo ofrecimiento para salvar las almas y para mitigarme penas tan desgarradoras!»
Corazón mío, Jesús, tus penas son las mías y hago eco a tus reparaciones. Pero veo que Pilatos queda atónito y se apresura a decir:
«¿Cómo? ¿Debo crucificar a vuestro Rey? Yo no encuentro culpa en Él para condenarlo». (Jn 19, 6)
Y los judíos haciendo escándalo gritan:
«No tenemos otro rey que el Cesar, y si tú no lo condenas no eres amigo del Cesar; loco, insensato, crucifícalo, crucifícalo». (Jn 19, 15)
Pilatos, no sabiendo qué más hacer, por temor a ser destituido hace traer un recipiente con agua y lavándose las manos dice:
«Yo soy inocente de la sangre de este Justo». (Mt 27, 24) Y te condena a muerte. Pero los judíos gritan:
«¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!» (Mt 27, 25)
Y al verte condenado estallan en fiesta, aplauden, silban, gritan; mientras Tú, oh Jesús, reparas por aquellos que encontrándose en el poder, por vano temor y por no perder su puesto rompen las leyes más sagradas, no importándoles la ruina de pueblos enteros, favoreciendo a los impíos y condenando a los inocentes; reparas también por aquellos que después de la culpa instigan a la Ira divina a castigarlos.
Pero mientras reparas todo esto, el corazón te sangra por el dolor de ver al pueblo escogido por Ti, fulminado por la maldición del Cielo, que ellos mismos con plena
voluntad han querido, sellándola con tu sangre que han imprecado. Ah, tu corazón desfallece, déjame que lo sostenga entre mis manos haciendo mías tus reparaciones y tus penas; pero tu amor te empuja aún más alto, e impaciente ya buscas la cruz. Vida mía, te seguiré, pero por ahora repósate en mis brazos, y después llegaremos juntos al monte calvario; por eso permanece en mí y bendíceme.
DECIMOCTAVA HORA
De las 10 a las 11 de la mañana
Jesús toma la cruz y se dirige al calvario donde es desnudado.
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Mi Jesús, amor insaciable, veo que no te das paz, siento tus desvaríos de amor, tus dolores; el corazón te late con fuerza y en cada latido siento explosiones, torturas, violencias de amor, y Tú, no pudiendo contener el fuego que te devora, te afanas, gimes, suspiras, y en cada gemido te oigo decir: «¡Cruz!» Cada gota de tu sangre repite: «¡Cruz!» Todas tus penas, en las cuales como en un mar interminable Tú nadas dentro, repiten entre ellas: «¡Cruz!» Y Tú exclamas:
«¡Oh cruz amada y suspirada, tú sola salvarás a mis hijos, y Yo concentro en ti todo mi amor!»
Segunda coronación de espinas
Entre tanto, tus enemigos te hacen reentrar en el pretorio, te quitan la púrpura queriendo ponerte de nuevo tus vestidos. ¡Pero ay, cuánto dolor! ¡Me sería más dulce el morir que verte sufrir tanto! ¡La vestidura se atora en la corona y no pueden sacártela por arriba, así que con crueldad jamás vista te arrancan todo junto, vestidos y corona.
A tan cruel tirón muchas espinas se rompen y quedan clavadas en tu santísima cabeza; la sangre a ríos te llueve y es tanto tu dolor, que gimes; pero tus enemigos no tomando en cuenta tus torturas, te ponen tus vestiduras y de nuevo vuelven a ponerte la corona oprimiéndola fuertemente sobre tu cabeza, y hacen que las espinas te lleguen a los ojos, a las orejas, así que no hay parte de tu santísima cabeza que no sienta los pinchazos de ellas.
Es tanto tu dolor que vacilas bajo esas manos crueles, te estremeces de pies a cabeza y entre atroces espasmos estás a punto de morir, y con tus ojos apagados y llenos de sangre, con trabajos me miras para pedirme ayuda en medio de tanto dolor.
Mi Jesús, Rey de los dolores, deja que te sostenga y te estreche a mi corazón. Quisiera tomar el fuego que te devora para incinerar a tus enemigos y ponerte a salvo, pero Tú no quieres porque las ansias de la cruz se hacen más ardientes y quieres inmolarte ya sobre ella, aun para bien de tus mismos enemigos. Pero mientras te estrecho a mi corazón, Tú estrechándome al tuyo me dices:
«Hija mía, hazme desahogar mi amor, y junto conmigo repara por aquellos que hacen el bien y me deshonran. Estos judíos me visten con mis ropas para desacreditarme mayormente ante el pueblo, para convencerlo de que Yo soy un malhechor. Aparentemente la acción de vestirme era buena, pero en sí misma era mala. Ah, cuántos hacen obras buenas, administran sacramentos, los frecuentan pero con fines humanos e incluso perversos, pero el bien mal hecho lleva a la dureza; Yo quiero ser coronado una segunda vez, con dolores más atroces que en la primera, para romper esta dureza y así, con mis espinas, atraerlos a Mí.
Ah, hija mía, esta segunda coronación me es mucho más dolorosa, la cabeza me la siento nadando entre espinas, y en cada movimiento que hago o golpe que me dan, tantas muertes crueles sufro. Reparo así la malicia de las ofensas, reparo por aquellos que en cualquier estado de ánimo en que se encuentren, en vez de pensar en la propia santificación se disipan y rechazan mi Gracia, y regresan a darme espinas más punzantes, y Yo soy obligado a gemir, a llorar con lágrimas de sangre y a suspirar por su salvación. ¡Ah, Yo hago todo por amarlas, y las criaturas hacen de todo para ofenderme! Al menos tú no me dejes solo en mis penas y en mis reparaciones».
Jesús toma la cruz
Destrozado bien mío, contigo reparo, contigo sufro, pero veo que tus enemigos te precipitan por las escaleras, el pueblo con furor y ansias te espera; ya te hacen encontrar preparada la cruz, que con tantos suspiros buscas, y Tú con amor la miras y con paso decidido te acercas a abrazarla, pero antes la besas, y corriéndote un estremecimiento de alegría por tu santísima Humanidad, con sumo contento tuyo vuelves a mirarla y mides su largo y su ancho.
En ella estableces la porción para todas las criaturas, las dotas suficientemente para vincularlas a la Divinidad con nudo de nupcias y hacerlas herederas del Reino de los Cielos; después, no pudiendo contener el amor con el cual las amas, vuelves a besar la cruz y le dices:
«Cruz adorada, finalmente te abrazo; eras tú el suspiro de mi corazón, el martirio de mi amor, pero tú, oh cruz, tardaste hasta ahora, mientras mis pasos siempre se dirigían hacia ti. Cruz santa, eras tú la meta de mis deseos, la finalidad de mi existencia acá abajo, en ti concentro todo mi Ser; en ti pongo a todos mis hijos y tú serás su vida y su luz, su defensa, su custodia, su fuerza.
Tú los ayudarás en todo y me los conducirás gloriosos al Cielo. Oh cruz, cátedra de sabiduría, sólo tú enseñarás la verdadera santidad, sólo tú formarás los héroes, los atletas, los mártires, los santos. Cruz bella, tú eres mi trono y debiendo Yo partir de la tierra, tú permanecerás en lugar mío; a ti te entrego en dote a todas las almas. A ti las confío para que me las custodies y me las salves».
Y diciendo esto, ansioso te la haces poner sobre tus santísimos hombros. Ah mi Jesús, la cruz para tu amor es demasiado ligera, pero al peso de la cruz se une el de nuestras enormes e inmensas culpas, enormes e inmensas cuanto es la extensión de los cielos, y Tú, quebrantado bien mío, te sientes aplastar bajo el peso de tantas culpas, tu alma se horroriza ante la vista de ellas y siente la pena de cada culpa; tu santidad queda turbada ante tanta fealdad, y por esto poniendo la cruz sobre tus hombros, vacilas, jadeas, y de tu santísima Humanidad brota un sudor mortal.
Ah, amor mío, no tengo ánimo para dejarte solo, quiero dividir junto contigo el peso de la cruz, y para aliviarte el peso de las culpas me estrecho a tus pies; quiero darte a nombre de todas las criaturas: Amor por quien no te ama, alabanzas por quien te desprecia, bendiciones, agradecimientos, obediencia por todas.
Declaro que en cualquier ofensa que recibas, yo quiero ofrecerte toda yo misma para repararte, hacer el acto opuesto a las ofensas que las criaturas te hacen y consolarte con mis besos y mis continuos actos de amor.
Pero veo que soy demasiado miserable, tengo necesidad de Ti para poderte reparar de verdad, por eso me uno a tu santísima Humanidad, y junto a Ti uno mis pensamientos a los tuyos para reparar mis pensamientos malos y los de todos; uno
mi boca a la tuya para reparar las blasfemias y las malas conversaciones; uno mi corazón al tuyo para reparar las inclinaciones, los deseos y los afectos malos; en una palabra, quiero reparar todo lo que repara tu santísima Humanidad, uniéndome a la inmensidad de tu amor por todos y al bien inmenso que haces a todos.
Pero no estoy contenta aún, quiero unirme a tu Divinidad y perder mi nada en Ella, y así te doy el todo: Te doy tu amor para confortar tus amarguras; te doy tu corazón para reconfortarte por nuestras frialdades, incorrespondencias, ingratitudes y poco amor de las criaturas; te doy tus armonías para aliviarte el oído de las blasfemias que le llegan; te doy tu belleza para reconfortarte de las fealdades de nuestras almas cuando nos ensuciamos en la culpa; te doy tu pureza para aliviarte por las faltas de rectitud de intención, y por el fango y podredumbre que ves en tantas almas; te doy tu inmensidad para aliviarte de las estrecheces voluntarias donde se meten las almas; te doy tu ardor para quemar todos los pecados y todos los corazones, a fin de que todos te amen y ninguno más te ofenda; en suma, te doy todo lo que Tú eres para darte satisfacción infinita, amor eterno, inmenso e infinito.
La vía dolorosa al calvario
Mi pacientísimo Jesús, veo que das los primeros pasos bajo el peso enorme de la cruz, y yo uno mis pasos a los tuyos y cuando Tú, débil, desangrado y vacilante estés por caer, yo estaré a tu lado para sostenerte, pondré mis hombros bajo la cruz para dividir junto contigo el peso de ella. Tú no me desdeñarás, sino acéptame como tu fiel compañera.
Oh Jesús, me miras y veo que reparas por aquellos que no llevan con resignación su propia cruz, sino que maldicen, se irritan, se suicidan y cometen homicidios; y Tú impetras para todos amor y resignación a la propia cruz; pero es tanto tu dolor, que te sientes como destrozar bajo la cruz.
Jesús cae por primera vez
Son apenas los primeros pasos que das y ya caes bajo de ella, y al caer te golpeas en las piedras, las espinas se clavan más en tu cabeza, mientras que todas tus llagas se abren y sangran nuevamente; y como no tienes fuerzas para levantarte, tus enemigos, irritados, a patadas y con empujones tratan de ponerte en pie.
Caído amor mío, deja que te ayude a ponerte en pie, te bese, te limpie la sangre y junto contigo repare por aquellos que pecan por ignorancia, por fragilidad y debilidad, y te ruego que des ayuda a estas almas.
Jesús encuentra a su Madre Santísima
Vida mía, Jesús, tus enemigos haciéndote sufrir penas inauditas, han logrado ponerte en pie, y mientras caminas vacilante oigo tu respiro afanoso, tu corazón late más fuerte y nuevas penas te lo traspasan intensamente, sacudes la cabeza para quitar de tus ojos la sangre que los llena, y ansioso miras.
Ah mi Jesús, he entendido todo, es tu Mamá que como gimiente paloma va en tu busca, quiere decirte una última palabra y recibir una última mirada tuya, y Tú sientes sus penas, su corazón lacerado en el tuyo, y enternecido y herido por vuestro común amor la descubres, que abriéndose paso a través de la muchedumbre, a cualquier costo quiere verte, abrazarte y darte el último adiós.
Pero Tú quedas aún más traspasado al ver su palidez mortal y todas tus penas reproducidas en Ella por la fuerza del amor. Y si Ella continúa viviendo es sólo por un milagro de tu Omnipotencia. Ya diriges tus pasos al encuentro de los suyos, pero con trabajo podéis intercambiar las miradas.
¡Oh dolor del corazón de ambos! Los soldados lo advierten y con golpes y empujones impiden que Madre e Hijo se den el último adiós, y es tan grande la angustia de los dos, que tu Mamá queda petrificada por el dolor y casi está por sucumbir; el fiel Juan y las piadosas mujeres la sostienen, mientras Tú de nuevo caes bajo la cruz.
Jesús cae por segunda vez
Entonces tu doliente Mamá, lo que no hace con el cuerpo porque se ve imposibilitada lo hace con el alma, entra en Ti, hace suyo el Querer del Eterno y asociándose en todas tus penas te hace el oficio de Mamá, te besa, te repara, te cura, y en todas tus llagas derrama el bálsamo de su doloroso amor.
Mi Penante Jesús, también yo me uno con la traspasada Mamá, hago mías todas tus penas y en cada gota de tu sangre, en cada una de tus llagas quiero hacerte de mamá, y junto con Ella y contigo reparo por todos los encuentros peligrosos y por aquellos que se exponen a las ocasiones de pecar, o que obligados a exponerse por la necesidad quedan atrapados por el pecado.
Tú entre tanto gimes caído bajo la cruz, los soldados temen que mueras bajo el peso de tantos martirios y por la pérdida de tanta sangre; no obstante esto, a fuerza de latigazos y patadas, con dificultad llegan a ponerte de pie. Así reparas las repetidas caídas en el pecado, los pecados graves cometidos por toda clase de personas y ruegas por los pecadores obstinados, y lloras con lágrimas de sangre por su conversión.
La llaga del hombro
Quebrantado amor mío, mientras te sigo en las reparaciones, veo que no te sostienes bajo el peso enorme de la cruz. Ya tiemblas todo, las espinas a los continuos golpes que recibes penetran siempre más en tu santísima cabeza, la cruz por su gran peso se hunde en tu hombro formando una llaga tan profunda que descubre los huesos, y a cada paso me parece que mueres, y por lo tanto te ves imposibilitado para seguir adelante.
Pero tu amor que todo puede te da la fuerza, y conforme sientes que la cruz se hunde en tu hombro, reparas por los pecados escondidos, que no siendo reparados acrecientan la crudeza de tus dolores. Mi Jesús, deja que ponga mi hombro bajo la cruz para aliviarte, y contigo reparo todos los pecados ocultos.
El Cirineo carga la cruz de Jesús
Pero tus enemigos, por temor de que Tú mueras bajo la cruz, obligan al Cireneo a ayudarte a llevar la cruz, el cual, de mala gana y refunfuñando, no por amor sino por fuerza te ayuda. Y entonces en tu corazón hacen eco todos los lamentos de quien sufre, las faltas de resignación, las rebeliones, los enojos y los desprecios en el sufrir; pero mucho más quedas herido al ver que las almas consagradas a Ti, a quienes llamas por compañeras y ayudas en tu dolor te huyen, y si Tú las estrechas a Ti con el dolor, ah, ellas se desvinculan de tus brazos para ir en busca de placeres y así te dejan solo para sufrir.
Mi Jesús, mientras reparo contigo te ruego que me estreches entre tus brazos, y tan fuerte que no haya ninguna pena que Tú sufras de la cual no tome parte, para transformarme en ellas y para compensarte por el abandono de todas las criaturas. Fatigado Jesús mío, con trabajo caminas y todo encorvado, pero veo que te detienes y tratas de mirar. Corazón mío, ¿pero qué pasa? ¿Qué quieres? Ah, es la Verónica, que sin temor a nada, valientemente con un paño te limpia el rostro todo cubierto de sangre, y Tú se lo dejas estampado en señal de gratitud.
Jesús consuela a las piadosas mujeres
Entre tanto los enemigos viendo mal este acto de la Verónica, te azotan, te empujan y te hacen proseguir el camino. Otros pocos pasos y te detienes de nuevo, pero tu amor, bajo el peso de tantas penas no se detiene, y viendo a las piadosas mujeres que lloran por causa de tus penas, te olvidas de Ti mismo y las consuelas diciéndoles:
«Hijas, no lloréis por mis penas sino por vuestros pecados y los de vuestros hijos». (Lc 23, 28)
¡Qué enseñanza sublime! ¡Cómo es dulce tu palabra! Oh Jesús, contigo reparo las faltas de caridad y te pido la gracia de olvidarme de mí misma para que no recuerde otra cosa que a Ti solo.
Jesús cae por tercera vez
Pero tus enemigos, oyéndote hablar se llenan de furia, te jalan con las cuerdas, te empujan con tanta rabia que te hacen caer, y cayendo te golpeas en las piedras; el peso de la cruz te oprime y te sientes morir. Deja que te sostenga y que con mis manos resguarde tu santísimo rostro. Veo que tocas la tierra y boqueas en la sangre; pero tus enemigos te quieren poner de pie, tiran de Ti con las cuerdas, te levantan por los cabellos, te dan patadas, pero todo en vano.
¡Tú mueres Jesús mío! ¡Qué pena, se me rompe el corazón por el dolor! Y casi arrastrándote te conducen al monte calvario. Mientras te arrastran siento que reparas todas las ofensas de las almas consagradas a Ti, que te dan tanto peso, que por cuanto Tú te esfuerzas por levantarte te resulta imposible. Y así, arrastrado y pisoteado llegas al calvario, dejando por donde pasas rojas huellas de tu preciosa sangre.
Jesús desvestido y coronado de espinas por tercera vez
Aquí en el calvario nuevos dolores te esperan. Te desnudan de nuevo y te arrancan vestidura y corona de espinas. Ah, gimes al sentir que te arrancan las espinas de tu cabeza; y al tiempo que te arrancan la vestidura, te arrancan también las carnes desgarradas que están adheridas a ella. Las llagas se abren de nuevo, la sangre corre a ríos hasta la tierra, y es tanto el dolor que caes casi muerto.
Pero nadie se mueve a compasión por Ti, mi bien, al contrario, con bestial furor te ponen de nuevo la corona de espinas, te la clavan a golpes, y es tanto el tormento por las laceraciones y por el arrancar de tus cabellos amasados en la sangre coagulada, que sólo los ángeles podrían decir lo que sufres, mientras horrorizados retiran sus celestiales miradas y lloran.
Desnudado Jesús mío, permíteme que te estreche a mi corazón para calentarte, porque veo que tiemblas y que un frío sudor de muerte invade tu santísima Humanidad. ¡Cuánto quisiera darte mi vida y mi sangre para sustituir a la tuya, que has perdido para darme vida! Mientras tanto, Jesús mirándome con sus lánguidos y moribundos ojos, parece que me dice:
«¡Hija mía, cuánto me cuestan las almas! Aquí es el lugar donde los espero a todos para salvarlos, donde quiero reparar los pecados de aquellos que llegan a degradarse por debajo de las bestias, y se obstinan tanto en ofenderme que llegan a no saber vivir sin cometer pecados. Su razón queda ciega y pecan a tontas y a locas; he aquí el por qué me coronan de espinas por tercera vez.
Y con el desnudarme reparo por aquellos que llevan vestidos de lujo e indecentes, por los pecados contra la modestia y por aquellos que están tan atados a las riquezas, a los honores, a los placeres, que de ellos se forman un dios para sus corazones. Ah sí, cada una de estas ofensas es una muerte que siento, y si no muero es porque el Querer de mi eterno Padre no ha decretado aún el momento de mi muerte».
Desnudado bien mío, mientras reparo contigo te ruego que con tus santísimas manos me despojes de todo y no permitas que ningún afecto malo entre en mi corazón, te ruego que Tú me lo vigiles, me lo circundes con tus penas, me lo llenes de tu amor, te ruego que mi vida no sea otra cosa que la repetición de la tuya, y reafirma con tu bendición mi despojamiento; bendíceme de corazón y dame la fuerza de asistir a tu dolorosa crucifixión para quedar crucificada junto contigo.
DECIMANOVENA HORA
De las 11 a las 12 del día
La Crucifixión de Jesús
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Jesús, Mamá mía, vengan a escribir conmigo, préstenme sus santísimas manos a fin de que pueda escribir lo que a Ustedes les plazca y sólo lo que quieran.
Amor mío, Jesús, ya estás despojado de tus vestiduras, tu santísimo cuerpo está tan lacerado, que pareces un cordero desollado, veo que tiemblas de cabeza a pies, y no sosteniéndote de pie, mientras tus enemigos te preparan la cruz Tú te dejas caer a tierra en este monte. Mi bien y mi todo, el corazón se me oprime por el dolor al verte chorreando sangre por todas partes de tu santísimo cuerpo y todo llagado de cabeza a pies.
Jesús coronado de espinas por tercera vez
Tus enemigos, cansados pero no satisfechos, al desnudarte han arrancado de tu santísima cabeza, con indecible dolor, la corona de espinas, y después te la han clavado de nuevo entre dolores inauditos, traspasando con nuevas heridas tu sacratísima cabeza. Ah, Tú reparas la perfidia y la obstinación en el pecado, especialmente de soberbia. Jesús, veo que si el amor no te empujase más arriba, Tú habrías muerto por la acerbidad del dolor que sufriste en esta tercera coronación de espinas.
Pero veo que no puedes resistir el dolor, y con aquellos ojos velados por la sangre, miras para ver si al menos uno se acerca a Ti para sostenerte en tanto dolor y confusión. Dulce bien mío, amada vida mía, aquí no estás solo como en la noche de la Pasión, está la doliente Mamá, que lacerada en su corazón sufre tantas muertes por cuantas penas Tú sufres. Oh Jesús, también está la amante Magdalena, parece enloquecida por causa de tus penas; el fiel Juan, que parece enmudecido por la fuerza del dolor de tu Pasión.
Aquí es el monte de los amantes, no puedes estar solo. Pero dime amor mío, ¿a quién quisieras para sostenerte en tanto dolor? Ah, permíteme que venga yo a sostenerte. Soy yo quien tiene más necesidad que todos; la amada Mamá, con los demás, me ceden el puesto, y yo, oh Jesús, me acerco a Ti, te abrazo y te ruego que apoyes tu cabeza sobre mis hombros y que me hagas sentir en mi cabeza tus espinas.
Quiero poner mi cabeza junto a la tuya, no sólo para sentir tus espinas sino también para lavar con tu preciosísima sangre que te escurre de la cabeza, todos mis pensamientos, a fin de que puedan estar todos en actitud de repararte cualquier ofensa de pensamiento que cometan todas las criaturas.
Mi amor, ah, estréchate a mí, quiero besar una por una las gotas de sangre que chorrean sobre tu santísimo rostro; y mientras las adoro una por una, te ruego que cada gota de esta sangre sea luz a cada mente de criatura, para hacer que ninguna te ofenda con pensamientos malos, pero mientras te tengo estrechado y apoyado en mí, te miro, oh Jesús, y veo que miras la cruz que los enemigos te preparan, oyes los golpes que dan a la cruz para hacerle los agujeros donde te clavarán; escucho oh mi Jesús, a tu corazón latir fuertemente y casi estremeciéndose, anhelando el lecho para Ti más apetecible, donde, si bien con dolor indescriptible, sellarás en Ti la salvación de nuestras almas. Ah, te oigo decir:
«Amor mío, amada cruz, precioso lecho mío, Tú has sido mi martirio en vida y ahora eres mi reposo; oh cruz, recíbeme pronto en tus brazos, Yo estoy impaciente de tanto esperar, cruz santa, en ti vendré a dar cumplimiento a todo, pronto oh cruz, cumple mis deseos ardientes que me consumen de dar vida a las almas, y estas vidas serán selladas por ti, oh cruz!
¡Oh cruz, no tardes más, con ansia espero extenderme sobre ti para abrir el Cielo a todos mis hijos y cerrar el infierno! Oh cruz, es verdad que tú eres mi batalla, pero eres también mi victoria y mi triunfo completo, y en ti daré abundantes herencias, victorias, triunfos y coronas a mis hijos».
¿Pero quién puede decir todo lo que mi dulce Jesús dice a la cruz? Pero mientras Jesús se desahoga con la cruz, los enemigos le ordenan extenderse sobre ella y Tú pronto obedeces a su querer para reparar nuestras desobediencias. Amor mío, antes de que te extiendas sobre la cruz, permíteme que te estreche más fuerte a mi corazón y que te dé un beso; escucha oh Jesús, no quiero dejarte, quiero venir junto
contigo a extenderme sobre la cruz y permanecer clavada contigo. El verdadero amor no soporta separación de ningún tipo.
Tú perdonarás la osadía de mi amor y me concederás el quedarme crucificada contigo. Mira tierno amor mío, no soy sólo yo quien esto te pide, sino también la doliente Mamá, la inseparable Magdalena, el predilecto Juan, todos te dicen que les sería más soportable el permanecer crucificados contigo, que asistir a verte a Ti crucificado. Por eso junto contigo me ofrezco al eterno Padre, fundida con tu Voluntad, con tu amor, con tus reparaciones, con tu mismo corazón y con todas tus penas. Ah, parece que mi dolorido Jesús me dice:
«Hija mía, has previsto mi amor, esta es mi Voluntad, que todos aquellos que me aman queden crucificados conmigo. Ah sí, ven también a extenderte conmigo sobre la cruz; te daré vida de mi vida y te tendré como la predilecta de mi corazón».
La crucifixión
Y he aquí dulce bien mío que te extiendes sobre la cruz, miras a los verdugos que tienen en las manos clavos y martillo para clavarte, con tanto amor y dulzura, que les haces una dulce invitación para que pronto te crucifiquen.
Y ellos, si bien sienten repugnancia, con ferocidad inhumana te toman la mano derecha, ponen el clavo, y con golpes de martillo lo hacen salir por el otro lado de la cruz, pero es tal y tanto el dolor que sufres, oh mi Jesús, que te estremeces, la luz de tus bellos ojos se eclipsa, tu rostro santísimo palidece y se hace lívido. Diestra bendita, te beso, te compadezco, te adoro y te agradezco por mí y por todos.
Y por cuantos golpes recibiste, tantas almas te pido en este momento que liberes de la condena del infierno; por cuantas gotas de sangre derramaste, tantas almas te ruego que laves en esta sangre preciosa; y por el dolor acerbo que sufriste, especialmente cuando te la clavaron a la cruz, de modo de desgarrarte los nervios de los brazos, te ruego que abras a todos el Cielo y que bendigas a todos, y pueda tu bendición llamar a la conversión a los pecadores, y a la luz de la fe a los herejes y a los infieles.
Oh Jesús, dulce vida mía, habiendo terminado de clavar la mano derecha, los enemigos con crueldad inaudita te toman la izquierda, te la tiran tanto para hacer que llegue al agujero preparado, que sientes dislocarse las articulaciones de los
brazos y de los hombros, y por la fuerza del dolor, las piernas quedan contraídas y con movimientos convulsos.
Mano izquierda de mi Jesús, te beso, te compadezco, te adoro y te agradezco; te ruego por cuantos golpes y dolores sufriste cuando te clavaron el clavo, que me concedas tantas almas en este momento para hacerlas volar del purgatorio al Cielo; y por la sangre que derramaste te ruego que extingas las llamas que queman a aquellas almas, y sirva a todas de refrigerio y de baño saludable para purificarlas de todas las manchas, para disponerlas a la visión beatífica.
Amor mío y mi todo, por el agudo dolor sufrido cuando te clavaron el clavo en la mano izquierda, te ruego que cierres el infierno a todas las almas, y que detengas los rayos de la divina Justicia, desafortunadamente irritada por nuestras culpas. Ah Jesús, haz que este clavo en tu bendita mano izquierda sea llave que cierre la divina Justicia, para hacer que no lluevan los flagelos sobre la tierra, y abra los tesoros de la divina Misericordia en favor de todos, por eso te ruego que nos estreches entre tus brazos.
Ya has quedado incapacitado para todo, y nosotros hemos quedado libres para poderte hacer todo; por lo tanto pongo en tus brazos al mundo y a todas las generaciones, y te ruego amor mío con las voces de tu misma sangre, que no niegues el perdón a ninguno, y por los méritos de tu preciosísima sangre, te pido la salvación y la graciapara todos, no excluyas a ninguno, oh mi Jesús.
Amor mío, Jesús, tus enemigos no están contentos aún, con ferocidad diabólica toman tus santísimos pies, siempre incansables en la búsqueda de almas, y contraídos como estaban por la fuerza del dolor de las manos, los tiran tanto, que quedan dislocadas las rodillas, las costillas y todos los huesos del pecho.
Mi corazón no soporta, oh mi bien, te veo que por la fuerza del dolor tus bellos ojos eclipsados y velados por la sangre se contraen, tus labios lívidos e hinchados por los golpes se tuercen, tus mejillas se hunden, los dientes se aprietan, el pecho jadeante, el corazón por la fuerza del estiramiento de las manos y de los pies, queda todo desquiciado. ¡Amor mío, con que ganas tomaría tu lugar para evitarte tanto dolor! Quiero distenderme sobre todos tus miembros para darte en todo un alivio, un beso, un consuelo, una reparación por todos.
Jesús mío, veo que ponen un pie sobre el otro y con un clavo, por añadidura despuntado, te clavan tus santísimos pies, oh mi Jesús, permíteme que mientras te
los traspasa el clavo, te ponga en el pie derecho a todos los sacerdotes, para que sean luz a los pueblos, especialmente a aquellos que no llevan una vida buena y santa; y en el pie izquierdo a todos los pueblos, a fin de que reciban luz de los sacerdotes, los respeten y les sean obedientes; y conforme el clavo traspasa tus pies, así traspase a los sacerdotes y a los pueblos, a fin de que unos y otros no se puedan separar de Ti.
Pies benditos de Jesús, os beso, os compadezco, os adoro y os agradezco; y te ruego, oh Jesús, por los agudísimos dolores que sufriste cuando por los estiramientos que te hicieron te dislocaron todos los huesos, y por la sangre que derramaste, que encierres a todas las almas en las llagas de tus santísimos pies, no desdeñes a ninguna, oh Jesús; tus clavos crucifiquen nuestras potencias a fin de que no se aparten de Ti; nuestro corazón, a fin de que se fije siempre y solamente en Ti; todos nuestros sentimientos queden clavados por tus clavos a fin de que no tomen ningún gusto que no venga de Ti.
Oh mi Jesús crucificado, te veo todo ensangrentado, nadando en un baño de sangre, y estas gotas de sangre no te dicen otra cosa sino: ¡Almas! Es más, en cada una de estas gotas de tu sangre veo moverse almas de todos los siglos; así que a todas nos contenías en Ti, oh Jesús. Por la potencia de esta sangre te pido que ninguna huya de Ti.
Oh mi Jesús, hasta que los verdugos terminan de clavarte los pies, yo me acerco a tu corazón, veo que no puedes más, pero el amor grita más fuerte:
«¡Más penas aún!»
Mi Jesús, te abrazo, te beso, te compadezco, te adoro, te agradezco por mí y por todos. Jesús, quiero apoyar mi cabeza sobre tu corazón para sentir lo que sufres en esta dolorosa crucifixión.
Ah, siento que cada golpe de martillo hace eco en tu corazón; este corazón es el centro de todo, y de él comienzan los dolores y en él terminan. Ah, si no fuera porque esperas una lanza para ser traspasado, las llamas de tu amor y la sangre que regurgita en torno a tu corazón, se hubieran abierto camino y ya te lo habrían traspasado.
Estas llamas y esta sangre llaman a las almas amantes a hacer feliz estancia en tu corazón, y yo, oh Jesús, te pido, por amor de este corazón y por tu santísima sangre,
la santidad de las almas, y a aquellas que te aman, oh Jesús, no las dejes salir jamás de tu corazón, y con tu gracia multiplica las vocaciones de las almas víctimas que continúen tu vida sobre la tierra. Tú quisieras dar un puesto distinto en tu corazón a las almas amantes, haz que este puesto no lo pierdan jamás.
Oh Jesús, las llamas de tu corazón me abrasen y me consuman, que tu sangre me embellezca, que tu amor me tenga siempre clavada al amor con el dolor y con la reparación.
Oh mi Jesús, ya los verdugos han clavado tus manos y tus pies a la cruz, y volteándola para remachar los clavos obligan a tu rostro adorable a tocar la tierra empapada por tu misma sangre, y Tú con tu boca divina la besas intentando con este beso besar a todas las almas y vincularlas a tu amor, sellando con esto su salvación. Oh Jesús, quiero tomar yo tu lugar para que tu sacratísimo cuerpo no toque esa tierra impregnada de tu preciosa sangre; quiero estrecharte entre mis brazos, y mientras los verdugos rematan los clavos haz que estos golpes me hieran también a mí y me claven toda a tu amor.
Pongo mi cabeza en la tuya, y mientras las espinas se van hundiendo siempre más en tu santísima cabeza, quiero ofrecerte, oh mi Jesús, todos mis pensamientos como besos para consolarte y endulzar las amarguras de tus espinas.
Oh Jesús, pongo mis ojos en los tuyos, y veo que tus enemigos aún no están saciados de insultarte y escarnecerte, y yo quiero hacerte una defensa con mi vista dándote miradas de amor para endulzar tus miradas divinas.
Pongo mi boca en la tuya, veo tu lengua casi pegada al paladar por la amargura de la hiel y la sed ardiente. Para aplacar tu sed, oh mi Jesús, Tú quisieras todos los corazones de las criaturas rebosantes de amor, pero no teniéndolos te abrazas cada vez más por ellas. Oh Jesús, quiero enviarte ríos de amor para mitigar en algún modo la amargura de tu sed.
Oh mi Jesús, pongo mis manos en las tuyas, veo que a cada movimiento que haces, las llagas se abren más y el dolor se hace más intenso y acerbo. Oh Jesús, quiero ofrecerte todas las obras santas de las criaturas para reconfortar y mitigar en algún modo la amargura de tus llagas.
Oh Jesús, pongo mis pies en los tuyos, cuánto sufres, todos los movimientos de tu sacratísimo cuerpo parece que se repercuten en los pies, y no hay nadie a tu lado para sostenerlos y mitigar un poco la acerbidad de tus dolores.
Oh mi Jesús, quisiera girar por todas las generaciones, pasadas, presentes y futuras, tomar todos sus pasos y ponerlos en los tuyos para sostenerte y endulzar tu dolor, es más, quiero poner también todos los pasos del Eterno y así poder dar un verdadero consuelo a tu divina Persona.
Oh mi Jesús, pongo mi corazón en el tuyo, pobre corazón cómo estás destrozado. Si mueves los pies, los nervios de la punta del corazón te los sientes como arrancar; si mueves las manos, los nervios de arriba del corazón quedan estirados; oh Jesús, si mueves la cabeza, la boca del corazón mana sangre y sufre la completa crucifixión.
Oh mi Jesús, ¿cómo puedo aliviar tanto dolor? Me difundiré en todo Tú, pondré mi corazón en el tuyo, mis deseos en tus ardientes deseos, para destruir los malos deseos de las criaturas; difundiré mi amor en el tuyo, y de él tomaré fuego suficiente para abrazar todos los corazones de las criaturas y destruir los amores profanos.
Me difundiré en tu santísima Voluntad para poder aniquilar cualquier acto maligno. Y es así que tu corazón queda aliviado y yo te prometo mantenerme siempre clavada a este corazón con los clavos de tus deseos, de tu amor y de tu Voluntad. Y he aquí, oh mi Jesús, crucificado Tú, crucificada yo en Ti. Tú no me permitirás que me desclave en lo más mínimo de Ti, para poderte amar y reparar por todos y reconfortarte por las ofensas que te hacen las criaturas.
Jesús crucificado. Junto con Él desarmamos a la divina Justicia.
Y ahora, oh mi Jesús, veo que tus enemigos levantan el pesado madero y lo dejan caer en el hoyo que han preparado; y Tú, dulce amor mío, quedas suspendido en el aire, entre el Cielo y la tierra, y es en este solemne momento que Tú te diriges al Padre, y con voz débil y apagada le dices:
«Padre Santo, estoy aquí cargado con todos los pecados del mundo, no hay pecado que no recaiga sobre Mí, por eso no descargues más sobre el mundo los flagelos de la divina Justicia, sino sobre Mí, tu Hijo. Oh Padre, permíteme que ate todas las almas a esta cruz y con las voces de mi sangre y de mis llagas responda por ellas. Oh Padre, ¿no ves a qué estado me he reducido? Es desde esta cruz que Yo
reconcilio Cielo y tierra, y en virtud de estos dolores concede a todos paz, perdón y salvación.
Detén tu indignación contra la pobre humanidad, contra mis hijos; están ciegos y no saben lo que hacen, por eso mírame bien cómo he quedado reducido por causa de ellos; si no te mueves a compasión por ellos, que te enternezca al menos este mi rostro ensuciado por escupitinas, cubierto de sangre, amoratado e hinchado por tantas bofetadas y golpes recibidos. Piedad Padre mío, era Yo el más bello de todos, y ahora estoy todo desfigurado, tanto, que no me reconozco más, he llegado a ser la abominación de todos, por eso a cualquier costo quiero salva a la pobre criatura».
Oh Jesús, mientras estás crucificado sobre esta cruz, tu alma no está más sobre la tierra sino en los Cielos, con tu divino Padre, para defender y perorar la causa de las almas. Crucificado amor mío, también yo quiero seguirte ante el trono del Eterno, y junto contigo quiero desarmar la divina Justicia.
Hago mía tu santísima Humanidad, unida con tu Voluntad y junto contigo quiero hacer lo que haces Tú; es más, permíteme vida mía que corran mis pensamientos en los tuyos, mi amor, mi voluntad, mis deseos en los tuyos, mis latidos corran en tu corazón, todo mi ser en Ti a fin de que no deje escapar nada y repita acto por acto, palabra por palabra todo lo que haces Tú.
Pero veo, crucificado bien mío, que Tú, viendo al divino Padre indignado contra las criaturas, te postras ante Él y escondes a todas las criaturas dentro de tu santísima Humanidad, poniéndonos al seguro, a fin de que el Padre, mirándonos en Ti, por amor tuyo no arroje a la criatura de Sí. Y si las mira enfadado es porque muchas almas han desfigurado la bella imagen creada por Él, y no tienen otro pensamiento que para ofenderlo, y de la inteligencia que debía ocuparse en comprenderlo forman por el contrario un receptáculo donde anidan todas las culpas.
Tú, oh mi Jesús, para aplacarlo atraes la atención del divino Padre a mirar tu santísima cabeza traspasada entre atroces dolores, que tienen en tu mente como clavadas todas las inteligencias de las criaturas, por las cuales, una por una ofreces una expiación para satisfacer a la divina Justicia.
¡Oh! cómo estas espinas son ante la Majestad divina voces piadosas que excusan todos los malos pensamientos de las criaturas. Jesús mío, mis pensamientos con los tuyos son uno solo, por eso junto contigo ruego, imploro, reparo y excuso ante la divina Majestad todo el mal que se comete por todas las inteligencias de las
criaturas; y permíteme que tome tus espinas y tu misma inteligencia, y junto contigo gire por todas las criaturas y una tu inteligencia a las de ellas, y con la santidad de la tuya les restituya la primera inteligencia, tal como fue por Ti creada; que con la santidad de tus pensamientos reordene todos los pensamientos de ellas en Ti y con tus espinas traspase todas las mentes de las criaturas y te restituya el dominio y el régimen de todas.
¡Ah! sí, oh mi Jesús, sé Tú solo el dominador de cada pensamiento, de cada afecto, y de todas las gentes; rige Tú solo cada cosa, sólo así será renovada la faz de la tierra que causa horror y espanto.
Pero me doy cuenta crucificado Jesús que continúas viendo al divino Padre enojado, que mira a las pobres criaturas y las encuentra a todas sucias de culpas, cubiertas con las más feas suciedades, tanto de dar asco a todo el Cielo. ¡Oh, cómo queda horrorizada la pureza de la mirada divina, no reconociendo más como obra de sus santísimas manos a la pobre criatura! Más bien parece que sean tantos monstruos que ocupan la tierra y que van atrayendo la indignación de la mirada paterna; pero Tú, oh mi Jesús, para aplacarlo, tratas de endulzarlo cambiando tus ojos con los suyos, haciéndole verlos cubiertos de sangre e hinchados de lágrimas, y lloras ante la divina Majestad para moverla a compasión por la desventura de tantas pobres criaturas, y oigo tu voz que dice:
«Padre mío, es cierto que la ingrata criatura cada vez más se va ensuciando con las culpas, hasta no merecer ya tu mirada paterna, pero mírame a Mí, oh Padre, Yo quiero llorar tanto ante Ti, para formar un baño de lágrimas y de sangre para lavar estas suciedades con las cuales se han cubierto las criaturas. Padre mío, ¿querrás acaso Tú rechazarme? No, no lo puedes, soy tu Hijo, y a la vez que soy tu Hijo soy también la cabeza de todas las criaturas, y ellas son mis miembros, salvémoslas, oh Padre, salvémoslas».
Mi Jesús, amor sin fin, quisiera tener tus ojos para llorar ante la Majestad Suprema por la pérdida de tantas pobres criaturas y por estos tiempos tan tristes. 1 Permíteme que tome tus lágrimas y tus mismas miradas, que son una con las mías, y gire por todas las criaturas; y para moverlas a compasión por sus almas y por tu
1 Desde aquí hasta el final de esta hora no forma parte del escrito original de Luisa, fue escrita entre el año de 1916 y 1917, después de la primera edición (1915), y a petición expresa de ella se agregó. Por tanto, la frase “estos tiempos tan tristes” corresponde a los sucesos de la primera guerra mundial.
amor les haré ver que Tú lloras por su causa, y que mientras se van ensuciando, Tú tienes preparadas tus lágrimas y tu sangre para lavarlas, y al verte llorar se rendirán.
Ah, con estas tus lágrimas permíteme que lave todas las inmundicias de las criaturas; que estas lágrimas las haga descender en sus corazones y pueda reblandecer a tantas almas endurecidas en la culpa y venza la obstinación de todos los corazones; y con tus miradas las penetre, de modo de hacer que todos dirijan sus miradas al Cielo para amarte, y no las dirijan más a la tierra para ofenderte; así el divino Padre no desdeñará mirar a la pobre humanidad.
Crucificado Jesús, veo que el divino Padre aún no se aplaca en su indignación, porque mientras su paterna bondad, movida por tanto amor hacia la pobre criatura ha llenado Cielo y tierra de tantas pruebas de amor y de beneficios hacia ella, que casi a cada paso y acto se siente correr el amor y las gracias de aquel corazón paterno, la criatura siempre ingrata, despreciando este amor no lo quiere reconocer, más bien hace frente a tanto amor llenando el Cielo y la tierra de insultos, desprecios y ultrajes, y llega a pisotearlo bajo sus inmundos pies, queriéndolo casi destruir idolatrándose a sí misma.
¡Ah, todas estas ofensas penetran hasta en los Cielos y llegan ante la Majestad divina, la Cual, oh cómo se indigna al ver a la vilísima criatura que llega hasta insultarla y ofenderla en todos los modos! Pero Tú, oh mi Jesús, siempre atento a defendernos, con la fuerza arrebatadora de tu amor obligas al Padre a mirar tu santísimo rostro cubierto de todos estos insultos y desprecios, y dices:
«Padre mío, no rechaces a la pobre criatura, si la rechazas a ella, a Mí me rechazas;
¡ah! aplácate, todas estas ofensas las tengo sobre mi rostro que te responde por todas».
Jesús mío, ¿será posible que nos ames tanto? Tu amor tritura este mi pobre corazón, y queriendo seguirte en todo, permíteme que tome este tu rostro santísimo para tenerlo en mi poder, para mostrarlo continuamente así desfigurado al Padre, para moverlo a compasión de la pobre humanidad, que está tan oprimida bajo el azote de la divina Justicia, que yace como moribunda; permíteme que me ponga en medio de todas las criaturas y les haga ver tu rostro tan desfigurado por su causa, y las mueva a compasión de sus almas y de tu amor; y que con la luz que brota de ese tu rostro y con la fuerza arrebatadora de tu amor, les haga comprender quién eres Tú y quiénes son ellas que osan ofenderte, y haga resurgir sus almas de en medio de
tantas culpas en las cuales viven muriendo a la gracia, y las haga postrarse ante Ti, todas en acto de adorarte y glorificarte.
Mi Jesús, crucificado adorable, la criatura va siempre irritando a la divina Justicia, y desde su lengua hace resonar el eco de horribles blasfemias, voces de imprecaciones y maldiciones, conversaciones malas, concertaciones para decidir cómo destrozarse mejor entre ellas y llevar a cabo matanzas. Ah, todas estas voces ensordecen la tierra y penetrando hasta en los Cielos ensordecen el oído divino, el cual, cansado de estos ecos venenosos que la criatura le manda, quisiera deshacerse de ella arrojándola lejos de Sí, porque todas esas voces venenosas imprecan y claman venganza y justicia contra ellas mismas.
¡Oh, cómo la divina Justicia se siente incitada a mandar flagelos; cómo encienden su furor contra la criatura tantas blasfemias horrendas! Pero Tú, oh mi Jesús, amándonos con amor sumo, haces frente a estas voces asesinas con tu voz omnipotente y creadora, en la cual recoges todas estas voces y haces resonar en el oído paterno tu voz dulcísima, para tranquilizarlo por las molestias que las criaturas le dan con otras tantas voces de bendiciones, de alabanzas, y gritas:
«¡Misericordia, gracias, amor para la pobre criatura!»
Y para aplacarlo más le muestras tu santísima boca y le dices:
«Padre mío, mírame de nuevo; no oigas las voces de las criaturas sino escucha la mía; soy Yo quien da satisfacción por todas; por eso te ruego que mires a la criatura, pero que la mires en Mí, ¿si las miras fuera de Mí qué será de ella? Es débil, ignorante, capaz sólo de hacer el mal, llena de todas las miserias; piedad, piedad de la pobre criatura, respondo Yo por ellas con esta mi lengua amargada por la hiel, reseca por la sed, quemada y abrazada por el amor».
Mi amargado Jesús, mi voz en la tuya quiere hacer frente a todas estas ofensas, y permíteme que tome tu lengua, tus labios y gire por todas las criaturas y toque sus lenguas con la tuya, a fin de que ellas sintiendo en el momento de ofenderte la amargura de la tuya, si no por amor, al menos por la amargura que sienten no blasfemen; déjame que toque sus labios con los tuyos, a fin de que apague el fuego de la culpa sobre los labios de todas ellas, y con tu voz omnipotente, haciéndola resonar en todos los pechos, pueda detener la corriente de todas las voces malas, y cambiar todas las voces humanas en bendiciones y alabanzas.
Crucificado bien mío, la criatura ante tanto amor y dolor tuyo no se rinde aún, por el contrario, despreciándote va agregando culpas a culpas, cometiendo sacrilegios enormes, homicidios, suicidios, fraudes, engaños y traiciones. Ah, todas estas obras malas hacen más pesados los brazos paternos, y el Padre, no pudiendo sostener el peso está a punto de dejarlos caer y verter sobre la tierra furor y destrucción.
Y Tú, oh mi Jesús, para arrancar a la criatura del furor divino, temiendo verla destruida, extiendes tus brazos y estrechas los brazos paternos, a fin de que no los deje caer para destruir a la criatura, y ayudándolo con los tuyos a sostener el peso lo desarmas, e impides que la Justicia actúe; y para moverlo a compasión por la mísera humanidad y enternecerlo, le dices con la voz más insinuante:
«Padre mío, mira estas manos destrozadas y estos clavos que me las traspasan, que me clavan junto a todas estas obras malas. Ah, es en estas manos que siento todos los dolores que me dan todas estas obras malas. ¿No estás contento Padre mío con mis dolores? ¿No son tal vez capaces de satisfacerte? Ah, estos mis brazos dislocados serán siempre cadenas que tendrán estrechada a la pobre criatura, a fin de que no me huya, sólo alguna que quisiera arrancarse a viva fuerza; y estos mis brazos serán cadenas amorosas que te atarán, Padre mío, para impedir que Tú destruyas a la pobre criatura, es más, te atraeré siempre más hacia ella para que viertas sobre ella tus gracias y tus misericordias».
Mi Jesús, tu amor es un dulce encanto para mí y me empuja a hacer lo que haces Tú, por eso dame tus brazos, porque junto contigo quiero impedir, a costa de cualquier pena, que la divina Justicia haga su curso contra la pobre humanidad; con la sangre que escurre de tus manos quiero apagar el fuego de la culpa que la enciende y calmar su furor; y para mover al Padre a piedad de las criaturas, permíteme que yo ponga en tus brazos los tantos miembros destrozados, los gemidos de tantos pobres heridos, los tantos corazones doloridos y oprimidos, y permíteme que gire por todas las criaturas y las ponga a todas en tus brazos, a fin de que todas regresen a tu corazón, y permíteme que con la potencia de tus manos creadoras detenga la corriente de tantas obras malas y aparte a todos de obrar el mal.
Mi amable Jesús crucificado, la criatura no está satisfecha aún de ofenderte, quiere beber hasta el fondo toda la hez de la culpa y corre como enloquecida en el camino del mal, se precipita de culpa en culpa, desobedece tus leyes y desconociéndote se rebela contra Ti, y casi sólo por darte dolor quiere irse al infierno.
¡Oh! cómo se indigna la Majestad Suprema, y Tú, oh mi Jesús, triunfando sobre todo, y también sobre la obstinación de las criaturas, para aplacar al divino Padre le muestras toda tu santísima Humanidad lacerada, dislocada, desgarrada en modo horrible, y tus santísimos pies traspasados, en los cuales contienes todos los pasos de las criaturas que te dan dolores mortales, tanto, que están contraídos por la atrocidad de los dolores; y escucho tu voz más que nunca conmovedora, como a punto de apagarse, que quiere vencer por fuerza de amor y de dolor a la criatura y triunfar sobre el corazón paterno, que dice:
«Padre mío, mírame, de la cabeza a los pies no hay parte sana en Mí, no tengo donde hacerme abrir otras llagas y procurarme otros dolores; si no te aplacas ante este espectáculo de amor y de dolor, ¿quién podrá aplacarte? Oh criaturas, ¿si no os rendís ante tanto amor, ¿qué esperanza os queda de convertiros? Estas mis llagas y esta sangre serán siempre voces que llamarán del Cielo a la tierra gracias de arrepentimiento, de perdón y compasión por la pobre humanidad».
Mi Jesús, te veo en estado de violencia para aplacar al Padre y para vencer a la pobre criatura, por eso permíteme que tome tus santísimos pies y gire por todas las criaturas, y ate sus pasos a tus pies, a fin de que si quieren caminar por el camino del mal, sintiendo las cadenas que tienes puestas entre Tú y ellas, no lo podrán hacer. Ah, con estos tus pies hazles retroceder del camino del mal y ponlas sobre el camino del bien, haciéndolas más dóciles a tus leyes, y con tus clavos cierra el infierno para que nadie más caiga en él.
Mi Jesús, amante crucificado, veo que no puedes más, la tensión terrible que sufres sobre la cruz, el crujido continuo de tus huesos que se dislocan cada vez más a cada pequeño movimiento, las carnes que se abren cada vez más, las repetidas ofensas que te llegan, repitiéndote una pasión y muerte más dolorosa, la sed ardiente que te consume, las penas internas que te sofocan de amargura, de dolor y de amor, y en tantos martirios tuyos la ingratitud humana que te hace frente y que penetra como ola impetuosa hasta dentro de tu corazón traspasado, ah, tanto te aplastan, que tu santísima Humanidad, no resistiendo bajo el peso de tantos martirios está por sucumbir, y como delirando de amor y de sufrimiento pide ayuda y piedad. Crucificado Jesús, ¿será posible que Tú, que riges todo y das vida a todos pidas ayuda?
¡Ah, cómo quisiera penetrar en cada gota de tu sangre y derramar la mía para endulzarte cada llaga, para mitigar el dolor de cada espina, para hacer menos
dolorosas sus pinchaduras, para aliviar en cada pena interior de tu corazón la intensidad de tus amarguras!
Quisiera darte vida por vida, y si me fuera posible quisiera desclavarte de la cruz para ponerme en lugar tuyo, pero veo que soy nada y nada puedo, soy demasiado insignificante, por eso dame a Ti mismo, tomaré vida en Ti y te daré a Ti mismo, así contentarás mis ansias. Desgarrado Jesús, veo que tu santísima Humanidad termina, no por Ti, sino para cumplir en todo nuestra Redención. Tienes necesidad de ayuda divina, y por eso te arrojas en los brazos paternos y pides ayuda y auxilio.
¡Oh! cómo se enternece el divino Padre al mirar el horrendo desgarro de tu santísima Humanidad, el trabajo terrible que la culpa ha hecho en tus santísimos miembros, y para contentar tus ansias de amor te estrecha a su corazón paterno y te da las ayudas necesarias para cumplir nuestra Redención.
Y mientras te estrecha, sientes en tu corazón repetirse más fuertemente los golpes sobre los clavos, los azotes de los flagelos, las laceraciones de las llagas, las pinchaduras de las espinas. ¡Oh, cómo queda conmovido el Padre! ¡Cómo se indigna viendo que todas estas penas te las dan hasta en tu corazón, aun las almas a Ti consagradas! Y en su dolor te dice:
«¿Será posible Hijo mío, que ni siquiera la parte elegida por Ti esté contigo? Al contrario, parece que piden refugio y alojo en este tu corazón para amargarte y darte una muerte más dolorosa, y lo que es más, todos estos dolores que te dan están escondidos y cubiertos por hipocresías. ¡Ah, Hijo, no puedo contener más la indignación por la ingratitud de estas almas, las cuales me dan más dolor que todas las otras criaturas juntas!»
Pero Tú, oh mi Jesús, triunfando sobre todo defiendes a estas almas, y con el amor inmenso de tu corazón das reparación por las olas de amarguras y de heridas que éstas te dan; y para aplacar al Padre le dices:
«Padre mío, mira este mi corazón, todos estos dolores te satisfacen, y por cuanto más acerbos tanto más potentes sobre tu corazón de Padre para obtenerles gracias, luz y perdón. Padre mío, no las rechaces, ellas serán mis defensoras, continuarán mi vida sobre la tierra».
Vida mía, crucificado Jesús, veo que agonizas sobre la cruz, pero no está aún satisfecho tu amor para dar cumplimiento a todo. También yo agonizo junto
contigo y llamo a todos ustedes, ángeles, santos, venid al monte calvario a mirar los excesos y las locuras de amor de un Dios.
Besemos sus llagas sangrantes, adorémoslas, sostengamos esos miembros lacerados, agradezcamos a Jesús por la Redención; demos una mirada a la traspasada Madre, que tantas penas y muertes siente en su inmaculado corazón por cuantas penas ve en su Hijo Dios; sus mismos vestidos están mojados de la sangre que está esparcida por todo el monte calvario.
Por eso, todos juntos tomemos esta sangre y roguemos a la doliente Madre que se una a nosotros, dividámonos por todo el mundo y vayamos en ayuda de todos, ayudemos a los vacilantes, a fin de que no perezcan; a los caídos, para que se levanten; a aquellos que están por caer, para que no caigan; demos esta sangre a tantos pobres ciegos a fin de que resplandezca en ellos la luz de la verdad; y en modo especial pongámonos en medio de los pobres combatientes, seamos para ellos vigilantes centinelas.
Si están por caer alcanzados por los proyectiles recibámoslos en nuestros brazos para confortarlos, a fin de que si son abandonados por todos, si están impacientes por su triste suerte, demos a ellos esta sangre para que se resignen y se mitigue la atrocidad de sus dolores; y si vemos que hay almas que están a punto de caer en el infierno, demos a ellas esta sangre divina que contiene el precio de la Redención y arrebatémoslas a Satanás.
Y mientras tengo a Jesús estrechado a mi corazón para tenerlo defendido y reparado de todo, pondré a todos en este corazón a fin de que todos podamos obtener gracia eficaz de conversión, de fuerza y salvación. Y ahora, volvamos al monte calvario para asistir a la muerte de nuestro crucificado Jesús.
Oh Jesús, la sangre a ríos escurre de tus manos y de tus pies, y los ángeles haciéndote corona, admiran los portentos de tu inmenso amor, veo a tu Mamá a los pies de la cruz, traspasada por el dolor, a tu amada Magdalena y al predilecto Juan, y todos en un éxtasis de estupor.
Oh Jesús, me uno a Ti, me estrecho a tu cruz, tomo todas las gotas de esta sangre y las pongo en mi corazón, y cuando vea a tu Justicia irritada contra los pecadores, te mostraré esta sangre para aplacarte; cuando vea almas obstinadas en la culpa, te mostraré esta sangre y en virtud de ella no rechazarás mi oración, porque tengo la prenda en mis manos.
Y ahora, crucificado bien mío, a nombre de todas las generaciones, pasadas, presentes y futuras, junto con tu Mamá y con todos los ángeles, me postro ante Ti y te digo:
«Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos, porque con tu santa cruz has redimido al mundo».
VIGÉSIMA HORA
De las 12 a la 1 de la tarde
Primera hora de agonía en la cruz La Primera Palabra
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Crucificado bien mío, te veo sobre esta cruz, sobre tu trono de triunfo, en acto de conquistar todo y a todos los corazones, y de atraerlos tanto a Ti, que todos sientan tu sobrehumano poder. La naturaleza horrorizada de tanto delito se postra ante Ti y en silencio espera una palabra tuya para rendirte homenaje y hacer reconocer tu dominio; el sol lloroso retira su luz, no pudiendo soportar tu vista demasiado dolorosa. El infierno siente terror y silencioso espera; los mismos enemigos pierden el ánimo, y si algún insulto te lanzan, este muere en los labios, así que todo es silencio.
La traspasada Mamá, tus fieles, están todos mudos y tan petrificados ante la vista, ay, demasiado dolorosa de tu destrozada y dislocada Humanidad, y silenciosos esperan también una palabra tuya. Tu misma Humanidad que yace en un mar de dolores entre los espasmos atroces de la agonía, está silenciosa, tanto, que temo que de un respiro a otro Tú mueras.
Pero penetrando en tu interior veo que el amor desborda, te sofoca y no puedes contenerlo, y obligado por tu amor que te atormenta más que las mismas penas, con voz fuerte y conmovedora hablas como el Dios que eres, y dices:
«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». (Lc 23, 34)
Y de nuevo quedas en silencio, inmerso en penas inauditas. Crucificado Jesús,
¿será posible tanto amor? ¡Ah! después de tantas penas e insultos, la primera palabra es el perdón, y nos excusas ante el Padre por tantos pecados; esta palabra la haces descender en cada corazón después de la culpa, y eres Tú el primero en ofrecerles el perdón. Pero cuántos te rechazan y no lo aceptan, y tu amor da en delirio y quieres dar a todos el perdón y el beso de paz.
A esta palabra tuya el infierno tiembla y te reconoce por Dios. La naturaleza y todos quedan atónitos y reconocen tu Divinidad, tu inextinguible amor, y silenciosos esperan para ver hasta dónde llega tu amor. Pero no es sólo tu voz, sino también tu sangre y tus llagas que gritan a cada corazón después del pecado:
«Ven a mis brazos, que te perdono, y el sello del perdón es el precio de mi sangre.»
Oh mi amable Jesús, repite esta palabra a cuantos pecadores hay en el mundo. Para todos implora misericordia, a todos aplica los méritos infinitos de tu preciosísima sangre, por todos, oh buen Jesús, continúa aplacando a la divina Justicia y concede gracia a quien encontrándose en acto de tener que perdonar, no siente la fuerza. Mi Jesús, crucificado adorado, en estas tres horas de amarguísima agonía Tú quieres dar cumplimiento a todo, y mientras silencioso te estás sobre esta cruz, veo que en tu interior quieres satisfacer en todo al Padre.
Por todos le agradeces, satisfaces por todos y por todos pides perdón, y a todos impetras la gracia de que nunca más te ofendan. Y para obtener esto del Padre resumes toda tu vida, desde el primer instante de tu concepción hasta tu último respiro. Mi Jesús, amor interminable, deja que también yo recapitule toda tu vida junto contigo, con la inconsolable Mamá, con san Juan y con las pías mujeres.
Mi dulce Jesús, te agradezco por las tantas espinas que han traspasado tu adorable cabeza, por las gotas de sangre que de ésta has derramado, por los golpes que en ella has recibido y por los cabellos que te han arrancado. Te agradezco por el bien que has hecho e impetrado a todos, por las luces y las buenas inspiraciones que nos has dado, y por cuantas veces has perdonado todos nuestros pecados de pensamiento, de soberbia, de orgullo y de estima propia.
Te pido perdón a nombre de todos, oh mi Jesús, por cuantas veces te hemos coronado de espinas, por cuantas gotas de sangre te hemos hecho derramar de tu sacratísima cabeza, por cuantas veces no hemos correspondido a tus inspiraciones. Por todos esos dolores sufridos por Ti te pido, oh buen Jesús, impetrarnos la gracia
de no cometer jamás pecados de pensamientos. Quiero también ofrecerte todo lo que sufriste en tu santísima cabeza, para darte toda la gloria que todas las criaturas te habrían dado si hubieran hecho buen uso de su inteligencia.
Adoro, oh Jesús mío, tus santísimos ojos y te agradezco por cuantas lágrimas y sangre han derramado, por las espinas que los han traspasado, por los insultos, escarnios y menosprecios soportados en toda tu Pasión. Te pido perdón por todos aquellos que se sirven de la vista para ofenderte y ultrajarte, rogándote por los dolores sufridos en tus santísimos ojos, que nos consigas la gracia de que nadie más te ofenda con malas miradas.
Quiero también ofrecerte todo lo que sufriste en tus santísimos ojos para darte toda la gloria que las criaturas te habrían dado si sus miradas hubieran estado fijas solamente en el Cielo, en la Divinidad y en Ti, oh mi Jesús.
Adoro tus santísimos oídos. Te agradezco por todo lo que sufriste mientras los canallas sobre el calvario te los aturdían con gritos e injurias. Te pido perdón a nombre de todos, por cuantas malas conversaciones hemos hecho, y te ruego que se abran nuestros oídos a las verdades eternas, a las voces de la Gracia, y que ninguno más te ofenda con el sentido del oído.
Quiero también ofrecerte todo lo que sufriste en tus santísimos oídos, para darte toda la gloria que las criaturas te habrían dado si de este sentido siempre hubieran hecho uso según tu Voluntad.
Adoro y beso, oh Jesús mío, tu santísimo rostro, y te agradezco por cuanto sufriste por los salivazos, por las bofetadas y las burlas recibidas, y por cuantas veces te has dejado pisotear por tus enemigos. Te pido perdón a nombre de todos por cuantas veces hemos tenido la osadía de ofenderte, suplicándote por estas bofetadas y por estos salivazos recibidos, que hagas que tu Divinidad sea por todos reconocida, alabada y glorificada.
Es más, oh mi Jesús, quiero ir yo misma por todo el mundo, de oriente a occidente, de sur a norte, para unir todas las voces de las criaturas y cambiarlas en otros tantos actos de alabanza, de amor y de adoración.
Quiero también, oh mi Jesús, traer a Ti todos los corazones de las criaturas, a fin de que en todos Tú pongas luz, verdad, amor y compasión a tu divina Persona; y mientras perdonarás a todos, yo te ruego que no permitas que ninguno más te
ofenda, y si fuese posible, aun a costa de mi sangre. En fin, quiero ofrecerte todo lo que sufriste en tu santísimo rostro, para darte toda la gloria que las criaturas te habrían dado si ninguna hubiera osado ofenderte.
Adoro tu santísima boca y te doy las gracias por tus primeros gemidos, por cuanta leche mamaste, por cuantas palabras dijiste, por los besos encendidos que diste a tu santísima Madre, por el alimento que tomaste, por la amargura de la hiel y por la sed ardiente que sufriste sobre la cruz, por las plegarias que elevaste al Padre, y te pido perdón por cuantas murmuraciones y conversaciones malas y mundanas se hacen, y por cuantas blasfemias pronuncian las criaturas; quiero ofrecer tus santas conversaciones en reparación de sus conversaciones no buenas; la mortificación de tu gusto para reparar sus gulas y todas las ofensas que te hacen con el mal uso de la lengua.
Quiero ofrecerte todo lo que sufriste en tu santísima boca, para darte toda la gloria que las criaturas te habrían dado si ninguna hubiera osado ofenderte con el sentido del gusto y con el abuso de la lengua.
Oh Jesús, te doy las gracias por todo y a nombre de todos. A Ti elevo un himno de agradecimiento eterno, infinito. Quiero, oh mi Jesús, ofrecerte todo lo que has sufrido en tu santísima persona, para darte toda la gloria que te habrían dado todas las criaturas si hubiesen uniformado su vida a la tuya.
Te agradezco oh Jesús, por cuanto has sufrido en tus santísimos hombros, por cuantos golpes has recibido, por cuantas llagas te has dejado abrir en tu sacratísimo cuerpo y por cuantas gotas de sangre has derramado. Te pido perdón a nombre de todos, por cuantas veces, por amor a las comodidades, te hemos ofendido con placeres ilícitos y no buenos.
Te ofrezco tu dolorosa flagelación para reparar todos los pecados cometidos con todos los sentidos, por el amor a los propios gustos, a los placeres sensibles, al propio yo, a todas las satisfacciones naturales, y quiero ofrecerte también todo lo que has sufrido en tus hombros, para darte toda la gloria que las criaturas te habrían dado si en todo hubiesen buscado agradarte sólo a Ti y de refugiarse a la sombra de tu divina protección.
Jesús mío, beso tu pie izquierdo, te doy las gracias por todos los pasos que diste en tu vida mortal, y por cuantas veces cansaste tus pobres miembros para ir en busca
de almas para conducirlas a tu corazón. Te ofrezco, oh mi Jesús, todas mis acciones, pasos y movimientos, con la intención de darte reparación por todo y por todos.
Te pido perdón por aquellos que no obran con recta intención. Uno mis acciones a las tuyas para divinizarlas, y las ofrezco unidas a todas las obras que hiciste con tu santísima Humanidad, para darte toda la gloria que te habrían dado las criaturas si hubiesen obrado santamente y con fines rectos.
Te beso, oh Jesús mío, el pie derecho y te agradezco por cuanto has sufrido y sufres por mí, especialmente en esta hora en que estás suspendido en la cruz. Te agradezco por el desgarrador trabajo que hacen los clavos en tus llagas, las cuales se abren siempre más al peso de tu sacratísimo cuerpo. Te pido perdón por todas las rebeliones y desobediencias que cometen las criaturas, ofreciéndote los dolores de tus santísimos pies en reparación de estas ofensas, para darte toda la gloria que las criaturas te habrían dado si en todo hubiesen estado sujetas a Ti.
Oh mi Jesús, beso tu santísima mano izquierda, te agradezco por cuanto has sufrido por mí, por cuantas veces has aplacado a la divina Justicia satisfaciendo por todo. Beso tu mano derecha y te doy las gracias por todo el bien que has obrado y que obras por todos, especialmente te agradezco por las obras de la Creación, de la Redención y de la Santificación.
Te pido perdón a nombre de todos por cuantas veces hemos sido ingratos a tus beneficios, y por tantas obras nuestras hechas sin recta intención. En reparación de todas estas ofensas quiero ofrecerte toda la perfección y santidad de tus obras, para darte toda la gloria que las criaturas te habrían dado si hubiesen correspondido a todos estos beneficios.
Oh Jesús mío, beso tu sacratísimo corazón y te agradezco por todo lo que has sufrido, deseado y anhelado por amor de todos y por cada uno en particular. Te pido perdón por tantos malos deseos, afectos y tendencias no buenas. Perdón, oh Jesús, por tantos que posponen tu amor al amor de las criaturas, y para darte toda la gloria que estos te han negado, te ofrezco todo lo que ha hecho y continúa haciendo tu adorabilísimo corazón.
VIGÉSIMA PRIMERA HORA
De la 1 a las 2 de la tarde
Segunda hora de agonía en la cruz. Segunda, tercera y cuarta palabra sobre la cruz
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Crucificado amor mío, mientras contigo rezo, la fuerza raptora de tu amor y de tus penas mantiene fija mi mirada en Ti, pero el corazón se me rompe al verte sufrir tanto, y Tú sufres atrozmente de amor y de dolor, las llamas que queman tu corazón se elevan tan alto, que están en acto de incinerarte; tu amor reprimido es más fuerte que la misma muerte, por eso, queriéndolo desahogar pones tu mirada en el ladrón que está a tu derecha, y queriéndoselo robar al infierno le tocas el corazón, y ese ladrón se siente todo cambiado, te reconoce, te confiesa por Dios, y todo contrito dice:
«Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino». (Lc 23, 42) Y Tú no vacilas en responderle:
«Hoy estarás conmigo en el Paraíso».
Y de él haces el primer triunfo de tu amor. Pero en tu amor veo que no es solamente al ladrón a quien le robas el corazón, sino a tantos moribundos. ¡Ah! Tú pones a su disposición tu sangre, tu amor, tus méritos y usas todos los artificios y estratagemas divinos para tocarles el corazón y robarlos todos para Ti. Pero aquí también tu amor se ve impedido. ¡Cuántos rechazos, cuántas desconfianzas y también cuántas desesperaciones! Y es tanto el dolor, que de nuevo te reduces al silencio.
Quiero, oh mi Jesús, reparar por aquellos que desesperan de la divina Misericordia en el punto de la muerte. Dulce amor mío, inspira a todos confianza y seguridad ilimitada en Ti solo, especialmente a aquellos que se encuentran en las estrechuras
de la agonía, y en virtud de esta palabra tuya concédeles luz, fuerza y ayuda para poder volar de esta tierra al Cielo.
En tu santísimo cuerpo, en tu sangre, en tus llagas, contienes todas, todas las almas, oh Jesús. Por los méritos de tu preciosísima sangre no permitas que ni siquiera una sola alma se pierda, tu sangre grite aún a todas, junto con tu voz:
«Hoy estarás conmigo en el Paraíso». (Lc 23, 43)
Tercera Palabra
Mi Jesús crucificado y atormentado, tus penas aumentan siempre más. Ah, sobre esta cruz Tú eres el verdadero Rey de los Dolores, pero entre tantas penas no se te escapa ninguna alma, sino que das a cada una tu propia vida. Pero tu amor se ve impedido por las criaturas, despreciado, no tomado en cuenta, y no pudiendo desahogar se hace más intenso, te da torturas indecibles; y en estas torturas va investigando qué más puede dar al hombre para vencerlo y te hace decir:
«¡Mira, oh alma, cuánto te he amado, si no quieres tener piedad de ti misma, ten piedad de mi amor!»
Entre tanto, viendo que no tienes nada más qué darle, habiéndole dado todo, entonces ves a tu Mamá que está más que agonizante por causa de tus penas, y es tanto el amor que la tortura, que la tiene crucificada a la par contigo. Madre e Hijo os entendéis, y Tú suspiras con satisfacción y te consuelas viendo que puedes dar tu Mamá a la criatura, y considerando en Juan a todo el género humano, con voz tan tierna para enternecer a todos los corazones dices:
«Mujer, he ahí a tu hijo». (Jn 19, 26) Y a Juan:
«He ahí a tu Madre». (Jn 19, 27)
Tu voz desciende en su corazón materno y unida a las voces de tu sangre continúa diciendo:
«Mamá mía, te confío a todos mis hijos; todo el amor que sientes por Mí tenlo por ellos; todas tus premuras y ternuras maternas sean para mis hijos; Tú me los salvarás a todos».
Tu Mamá acepta, pero son tantas las penas, que te reducen al silencio.
Quiero, oh mi Jesús, reparar las ofensas que se hacen a la santísima Virgen, las blasfemias y las ingratitudes de tantos que no quieren reconocer los beneficios que Tú has hecho a todos dándonosla por Madre. ¿Cómo podemos no agradecerte por tanto beneficio? Recurrimos, oh Jesús, a tu misma fuente, y te ofrecemos tu sangre, tus llagas y el amor infinito de tu corazón. Oh Virgen santísima, ¿cuál no es tu conmoción al oír la voz del buen Jesús que te deja como Madre de todos nosotros?
Y Tú, vencida por su amor y por la dulzura de su acento, sin más aceptas y nosotros nos volvemos tus hijos. Te agradecemos, oh Virgen bendita, y para agradecerte como mereces te ofrecemos los mismos agradecimientos de tu Jesús. Oh dulce mamá, sé Tú nuestra Madre, tómanos a tu cuidado y no permitas jamás que te ofendamos, ni aun mínimamente; tennos siempre estrechados a Jesús, con tus manos átanos a todos a Él, de modo de no poderle huir jamás. Con tus mismas intenciones quiero reparar por todas las ofensas que se hacen a tu Jesús y a Ti, dulce Mamá mía.
Oh mi Jesús, mientras estás inmerso en tantas penas, Tú abogas aún más por la causa de la salvación de las almas; y yo no me estaré indiferente, sino que como paloma quiero sobrevolar sobre tus llagas, besarlas, endulzarlas y sumergirme en tu sangre para poder decir contigo: “¡Almas, almas!” Quiero sostener tu cabeza traspasada y dolorida para repararte y pedirte misericordia, amor y perdón por todos.
Reina en mi mente, oh mi Jesús, y sánala en virtud de las espinas que circundan tu cabeza y no permitas que ninguna turbación entre en mí. Frente majestuosa de mi Jesús, te beso y te pido que atraigas todos mis pensamientos para contemplarte, para comprenderte. Ojos dulcísimos de mi Jesús, si bien cubiertos de sangre, mírenme, miren mi miseria, miren mi debilidad, miren mi pobre corazón, y hagan que pueda sentir los efectos admirables de vuestra mirada divina. Oídos de mi Jesús, si bien ensordecidos por los insultos y las blasfemias de los impíos, pero aún atentos a escucharnos, ah, escuchen mis plegarias y no desdeñen mis reparaciones.
Escucha, oh Jesús, el grito de mi corazón, el cual sólo se tranquilizará cuando lo hayas llenado de tu amor. Rostro bellísimo de mi Jesús, muéstrate, deja que yo te vea a fin de que de todos y de todo pueda yo desapegar mi pobre corazón; tu belleza me enamore continuamente y me tenga siempre raptada en Ti. Boca suavísima de
mi Jesús, háblame, resuene siempre tu voz en mí, y que la potencia de tu palabra destruya todo lo que no es Voluntad de Dios, que no es amor.
Oh Jesús extiendo mis brazos a tu cuello para abrazarte, y Tú extiéndeme los tuyos para abrazarme; y haz, oh mi bien, que sea tan apretado este abrazo de amor, que ninguna fuerza, ni humana ni sobrehumana pueda separarnos, así que Tú quedarás siempre abrazado a mí y yo a Ti, y mientras quedaremos abrazados, yo apoyaré mi cabeza sobre tu corazón y Tú me darás tu beso de amor; y así me harás respirar tu dulcísimo aliento, infundiendo en mí un siempre nuevo y creciente amor hacia Ti, y conforme respire, respiraré tu amor, tu Querer, tus penas y toda tu vida divina. Hombros santísimos de mi Jesús, siempre fuertes y constantes en el sufrir por amor mío, denme fuerza, constancia y heroísmo en el sufrir por amor suyo.
Oh Jesús, no permitas que yo sea inconstante en el amor, hazme tomar parte en tu inmutabilidad. Pecho encendido de mi Jesús, dame tus llamas, tú no puedes contenerlas más, y mi corazón con ansia las busca por medio de tu sangre y de tus llagas. Son las llamas de tu amor, oh Jesús, las que más te atormentan; oh mi bien, déjame tomar parte en ellas, ¿no te mueve a compasión un alma tan fría y falta de tu amor? Manos santísimas de mi Jesús, ustedes que habéis creado el cielo y la tierra, ya estáis reducidas a no poderos mover más.
Oh Jesús, continúa tu creación, la creación del amor, crea en todo mi ser vida nueva, vida divina, pronuncia tus palabras sobre mi pobre corazón y transfórmalo todo, todo en el tuyo. Pies santísimos de mi Jesús, no me dejen jamás sola, hagan que yo corra siempre junto a ustedes y que no dé un solo paso alejado de ustedes. Jesús, con mi amor y reparaciones quiero reconfortarte por las penas que sufres en tus pies.
Oh mi Jesús crucificado, adoro tu sangre preciosísima, beso una por una tus llagas con la intención de poner en ellas todo mi amor, mis adoraciones, las más sentidas reparaciones. Una por una tomo estas gotas de tu sangre y las doy a todas las almas, para que sean para ellas luz en las tinieblas, consuelo en las penas, fuerza en la debilidad, perdón en la culpa, ayuda en las tentaciones, defensa en los peligros, sostén en la muerte y alas para transportarlas de esta tierra al Cielo.
Oh Jesús, a Ti vengo y en tu corazón hago mi nido y mi morada, y desde dentro de él, oh mi dulce amor, llamaré a todos a Ti, y si alguno quisiera acercarse para
ofenderte, yo saldré en tu defensa y no permitiré que te hiera, más bien lo encerraré en tu corazón, le hablaré de tu amor a fin de convertir las ofensas en amor.
Oh Jesús, no permitas jamás que yo salga de tu corazón, aliméntame con tus llamas, dame vida con tu vida para poderte amar como Tú ansías ser amado.
Cuarta Palabra
Penante Jesús mío, mientras estrechada a tu corazón me abandono numerando tus penas, veo que un temblor convulsivo invade tu santísima Humanidad, tus miembros se debaten como si quisieran separarse uno de otro, y entre contorsiones por los atroces espasmos, Tú gritas fuertemente:
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27, 46)
A este grito todos tiemblan, las tinieblas se hacen más densas, y la petrificada Mamá palidece y casi se desmaya. Mi vida, mi todo, mi Jesús, ¿qué veo? Ah, Tú estás próximo a morir, las mismas penas tan fieles a Ti están por dejarte; y entre tanto, después de tanto sufrir, ves con inmenso dolor que no todas las almas están incorporadas en Ti, más bien descubres que muchas se perderán, y sientes la dolorosa separación de ellas que se arrancan de tus miembros.
Y Tú, debiendo satisfacer a la divina Justicia también por ellas, sientes la muerte de cada una y las mismas penas que sufrirán en el infierno, y gritas fuertemente a todos los corazones:
«¡No me abandonen! Si quieren que sufra más penas estoy dispuesto, pero no se separen de mi Humanidad. ¡Éste es el dolor de los dolores, es la muerte de las muertes, todo lo demás me sería nada si no sufriera su separación de Mí! ¡Ah, piedad de mi sangre, de mis llagas, de mi muerte! Este grito será continuo a vuestros corazones: ¡No me abandonen!»
Amor mío, cuánto me duelo junto contigo, Tú te sofocas; tu santísima cabeza cae ya sobre tu pecho; la vida te abandona. Mi amor, me siento morir, también yo quiero gritar contigo: ¡Almas, almas! No me separaré de esta cruz, de estas llagas, para pedirte almas, y si Tú quieres descenderé en los corazones de las criaturas, los circundaré de tus penas, a fin de que no me huyan, y si me fuera posible quisiera ponerme a la puerta del infierno para hacer retroceder a las almas que quieren ir ahí y conducirlas a tu corazón. Pero Tú agonizas y callas, y yo lloro tu cercana muerte.
Oh mi Jesús, te compadezco, estrecho fuertemente tu corazón al mío, lo beso y lo miro con toda la ternura de la cual soy capaz, y para darte un alivio mayor tomo la ternura divina y con ella quiero compadecerte, cambiar mi corazón en ríos de dulzura y derramarlo en el tuyo para endulzar la amargura que sientes por la pérdida de las almas. Es en verdad doloroso este grito tuyo, oh mi Jesús; más que el abandono del Padre, es la pérdida de las almas que se alejan de Ti lo que hace escapar de tu corazón este doloroso lamento.
Oh mi Jesús, aumenta en todos la gracia, a fin de que ninguno se pierda, y sea mi reparación en provecho de aquellas almas que se deberían perder, para que no se pierdan.
Te ruego además, oh mi Jesús, por este extremo abandono, que des ayuda a tantas almas amantes, que para tenerlas de compañeras en tu abandono, parece que las privas de Ti, dejándolas en las tinieblas. Sean, oh Jesús, las penas de éstas, como voces que llamen a las almas a tu lado y te alivien en tu dolor.
VIGÉSIMA SEGUNDA HORA
De las 2 a las 3 de la tarde
Tercera hora de agonía en la cruz. Quinta, sexta y séptima palabra sobre la cruz.
Muerte de Jesús
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Mi crucificado moribundo, abrazada a tu cruz siento el fuego que quema toda tu santísima persona; el corazón te late tan fuerte, que levantándote las costillas te atormenta en modo tan desgarrador y horrible, que toda tu santísima Humanidad sufre una transformación que te hace irreconocible.
El amor que incendia tu corazón te seca y te quema, y Tú no pudiendo contenerlo, sientes fuertemente el tormento, no sólo de la sed corporal por el derramamiento de toda tu sangre, sino mucho más por la sed ardiente de la salud de nuestras almas. Tú, como agua quisieras bebernos para ponernos a todos a salvo dentro de Ti, por eso, reuniendo tus debilitadas fuerzas gritas:
«¡Tengo sed!» (Jn 19, 28)
¡Ah! esta palabra la repites a cada corazón:
«Tengo sed de tu voluntad, de tus afectos, de tus deseos, de tu amor; agua más fresca y dulce no puedes darme, que tu alma. ¡Ah! no me dejes quemar, tengo sed ardiente, por lo cual no sólo me siento quemar la lengua y la garganta, tanto que no puedo más articular palabra, sino que me siento también secar el corazón y las entrañas. ¡Piedad de mi sed, piedad!»
Y como delirante por la gran sed te abandonas a la Voluntad del Padre. Ah, mi corazón no puede vivir más al ver la impiedad de tus enemigos, que en lugar de agua te dan hiel y vinagre, y Tú no los rechazas. Ah, comprendo, es la hiel de tantas culpas, es el vinagre de nuestras pasiones no domadas que quieren darte, y que en lugar de confortarte te queman de más.
Oh mi Jesús, he aquí mi corazón, mis pensamientos, mis afectos, he aquí todo mi ser a fin de que Tú calmes tu sed y des un alivio a tu boca seca y amargada. Todo lo que tengo, todo lo que soy, todo es para Ti, oh mi Jesús. Si fueran necesarias mis penas para poder salvar aun una sola alma, aquí me tienes, estoy dispuesta a sufrirlo todo. A Ti yo me ofrezco enteramente, haz de mí lo que mejor te plazca.
Quiero reparar el dolor que Tú sufres por todas las almas que se pierden y la pena que te dan aquellas, a las cuales, mientras Tú permites que tengan tristezas, abandonos, ellas en vez de ofrecértelos a Ti como alivio de la sed ardiente que te devora, se abandonan a sí mismas y así te hacen penar más.
Sexta Palabra
Moribundo bien mío, el mar interminable de tus penas, el fuego que te consume, y más que todo el Querer Supremo del Padre que quiere que Tú mueras, no nos permiten esperar que puedas continuar viviendo. Y yo, ¿cómo podré vivir sin Ti? Ya te faltan las fuerzas, tus ojos se velan, tu rostro se transforma y se cubre de una palidez mortal, la boca está entreabierta, el respiro afanoso e intermitente, tanto, que ya no hay esperanza de que te puedas reanimar.
Al fuego que te quema lo sustituye un hielo y un sudor frío que te baña la frente, los músculos, y los nervios se contraen siempre más por la acerbidad de los dolores y por las perforaciones de los clavos; las llagas se abren más y yo tiemblo, me siento morir. Te miro, oh mi bien, y veo descender de tus ojos las últimas lágrimas,
mensajeras de la cercana muerte, mientras que fatigosamente haces oír aún otra palabra:
«¡Todo está consumado!» (Jn 19, 30)
Oh mi Jesús, ya lo has agotado todo, ya no te queda nada más, el amor ha llegado a su término. Y yo, ¿me he consumido toda por tu amor? ¿Qué agradecimiento no deberé yo darte, cuál no tendrá que ser mi gratitud hacia Ti? Oh mi Jesús, quiero reparar por todos, reparar por las faltas de correspondencia a tu amor, y consolarte por las afrentas que recibes de las criaturas mientras te estás consumiendo de amor sobre la cruz.
Séptima Palabra
Mi crucificado agonizante, Jesús, ya estás a punto de dar el último respiro de tu vida mortal, tu santísima Humanidad está ya rígida, el corazón parece que no te late más. Con la Magdalena me abrazo a tus pies y quisiera, si fuera posible, dar mi vida para reanimar la tuya.
Entre tanto, oh Jesús, veo que reabres tus ojos moribundos y miras en torno a la cruz, como si quisieras dar el último adiós a todos, miras a tu agonizante Mamá que no tiene más movimiento ni voz, tantas son las penas que sufre, y con tu mirada le dices:
«Adiós Mamá, Yo me voy, pero te tendré en mi corazón. Tú ten cuidado de los hijos míos y tuyos».
Miras a la llorosa Magdalena, al fiel Juan; y a tus mismos enemigos y con tu mirada les dices:
«Yo los perdono y les doy el beso de paz».
Nada escapa a tu mirada, de todos te despides y a todos perdonas. Después reuniendo todas tus fuerzas y con voz fuerte y sonora gritas:
«¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!» (Lc 23, 46)
La muerte de Jesús
E inclinando la cabeza expiras.
Mi Jesús, a este grito toda la naturaleza se trastorna y llora tu muerte, la muerte de su Creador. La tierra tiembla fuertemente y con su temblor parece que llore y quiera sacudir las almas de todos para que te reconozcan como el verdadero Dios. El velo del templo se rasga, los muertos resucitan, el sol que hasta ahora ha llorado tus penas, retira horrorizado su luz. Tus enemigos a este grito se arrodillan, se golpean el pecho y dicen:
«Verdaderamente éste es el Hijo de Dios». (Mc 15, 39)
Y tu Madre, petrificada y moribunda, sufre penas más duras que la muerte.
Muerto Jesús mío, con este grito Tú nos pones también a todos nosotros en las manos del Padre, para que no se nos rechace; por eso gritas fuerte no sólo con la voz, sino con todas tus penas y con las voces de tu sangre:
«¡Padre, en tus manos pongo mi espíritu y a todas las almas!»
Mi Jesús, también yo me abandono en Ti, y dame la gracia de morir toda en tu amor, en tu Querer, rogándote que no permitas jamás, ni en la vida ni en la muerte, que yo salga de tu santísima Voluntad. Quiero reparar por todos aquellos que no se abandonan perfectamente a tu santísima Voluntad, perdiendo así, o reduciendo el precioso fruto de tu Redención. ¿Cuál no será el dolor de tu corazón, oh mi Jesús, al ver tantas criaturas que huyen de tus brazos y se abandonan a sí mismas?
Piedad por todos, oh mi Jesús, piedad por mí. Beso tu cabeza coronada de espinas y te pido perdón por tantos pensamientos míos de soberbia, de ambición y de propia estima, y te prometo que cada vez que me venga un pensamiento que no sea todo para Ti, oh Jesús, y me encuentre en las ocasiones de ofenderte, gritaré inmediatamente: «¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!»
Oh Jesús, beso tus hermosos ojos bañados aún por las lágrimas y cubiertos por sangre coagulada, y te pido perdón por cuantas veces te ofendí con miradas malas e inmodestas; te prometo que cada vez que mis ojos se sientan impulsados a mirar cosas de la tierra, gritaré inmediatamente: «¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!»
Oh Jesús mío, beso tus sacratísimos oídos, aturdidos hasta los últimos momentos por insultos y horribles blasfemias. Y te pido perdón por cuantas veces he escuchado y he hecho escuchar conversaciones que nos alejan de Ti, y por tantas conversaciones malas que hacen las criaturas, y te prometo que cada vez que me encuentre en la ocasión de oír aquello que no conviene, gritaré inmediatamente:
«¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!»
Oh Jesús mío, beso tu santísimo rostro, pálido, lívido, ensangrentado, y te pido perdón por tantos desprecios, insultos y afrentas que recibes de nosotros, vilísimas criaturas, por nuestros pecados. Yo te prometo que cada vez que me venga la tentación de no darte toda la gloria, el amor y la adoración que se te deben, gritaré inmediatamente: «¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!»
Oh Jesús mío, beso tu santísima boca, ardida y amargada. Te pido perdón por cuantas veces te he ofendido con mis malas conversaciones, por cuantas veces he concurrido a amargarte y a acrecentar tu sed; te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de decir cosas que podrían ofenderte, gritaré inmediatamente: «¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!»
Oh Jesús mío, beso tu cuello santísimo y veo aún las marcas de las cadenas y de las cuerdas que te han oprimido, te pido perdón por tantas ataduras y por tantos apegos de las criaturas, que han añadido sogas y cadenas a tu santísimo cuello. Te prometo que cada vez que me sienta turbado por apegos, deseos y afectos que no sean para Ti, gritaré inmediatamente: «¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!»
Jesús mío, beso tus santísimos hombros y te pido perdón por tantas ilícitas satisfacciones, perdón por tantos pecados cometidos con los cinco sentidos de nuestro cuerpo; te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de tomarme algún placer o satisfacción que no sea para tu gloria, gritaré inmediatamente:
«¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!»
Jesús mío, beso tu santísimo pecho y te pido perdón por tantas frialdades, indiferencias, tibiezas e ingratitudes horrendas que recibes de las criaturas, y te prometo que cada vez que me sienta enfriar en tu amor, gritaré inmediatamente:
«¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!»
Jesús mío, beso tus sacratísimas manos; te pido perdón por todas las obras malas e indiferentes, por tantos actos envenenados por el amor propio y por la propia estima; te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de no obrar
solamente por tu amor, gritaré inmediatamente: «¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!»
Oh Jesús mío, beso tus santísimos pies y te pido perdón por tantos pasos, por tantos caminos recorridos sin recta intención, por tantos que se alejan de Ti para ir en busca de los placeres de la tierra. Te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de apartarme de Ti, gritaré inmediatamente: «¡Jesús y María, os encomiendo el alma mía!»
Oh Jesús mío, beso tu sacratísimo corazón y quiero encerrar en él, junto con mi alma, a todas las almas redimidas por Ti, para que todas sean salvas, sin excluir ninguna. Oh Jesús, enciérrame en tu corazón y cierra las puertas de él, de modo que yo no pueda ver otra cosa que a Ti solo. Te prometo que cada vez que me venga el pensamiento de querer salir de este corazón, gritaré inmediatamente: «¡Jesús y María, a ustedes doy mi corazón y el alma mía!»
VIGÉSIMA TERCERA HORA
De las 3 a las 4 de la tarde
Jesús muerto es traspasado por la lanza. El descendimiento de la cruz
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Muerto Jesús mío, toda la naturaleza ha dado un grito de dolor al verte expirar y ha llorado tu dolorosa muerte, reconociéndote como su Creador. Miles de ángeles se ponen alrededor de tu cruz y lloran tu muerte; te adoran y te rinden homenajes de reconocimiento, confesándote como nuestro verdadero Dios y te acompañan al Limbo, a donde vas a beatificar a tantas almas que desde siglos y siglos yacen en aquella cárcel oscura y te suspiran ardientemente.
Y yo, muerto Jesús mío, no puedo separarme de esta cruz, ni me sacio de besar y volver a besar tus santísimas llagas, señales todas ellas de cuánto me has amado, pero al ver las horribles laceraciones, la profundidad de tus llagas, tanto que descubren tus huesos, ay, me siento morir.
Quiero llorar tanto sobre estas llagas para lavarlas con el agua de mis lágrimas, quiero amarte tanto para curarte todo con mi amor y restituir a tu irreconocible Humanidad su natural belleza, quiero abrir mis venas para llenar las tuyas con mi sangre y llamarte nuevamente a vida.
Vida mía, mi Jesús, ¿qué no puede el amor? El amor es vida y yo con mi amor quiero darte vida, y si no basta con el mío, dame tu amor y con él todo podré, sí, podré dar vida a tu santísima Humanidad.
Pero, oh mi Jesús, aun después de muerto quieres decirnos que nos amas, atestiguarnos tu amor y darnos un refugio, un albergue en tu propio corazón, por eso, un soldado empujado por una fuerza suprema, para asegurarse de tu muerte, con una lanza te desgarra el corazón, abriéndote una llaga profunda, y Tú, amor mío, derramas las últimas gotas de sangre y agua que contiene tu ardiente corazón.
Ah, cuántas cosas me dice esta llaga, producida no por el dolor sino por el amor, y si tu boca está muda, me habla tu corazón y oigo que dice:
«Hija mía, después de haber dado todo, con esta he querido hacerme abrir un refugio para todas las almas en este mi corazón; este corazón abierto gritará continuamente a todos: “Vengan a Mí si queréis ser salvos, en este mi corazón encontraréis la santidad y os haréis santos, encontraréis el consuelo en las aflicciones, la fuerza en la debilidad, la paz en las dudas, la compañía en los abandonos”.
Oh almas que me aman, si quieren amarme de verdad, vengan a morar siempre en este corazón, aquí encontrarán el verdadero amor para amarme y llamas ardientes para quemarlas y consumirlas todas de amor. Todo está concentrado en este corazón, aquí están contenidos los sacramentos, mi Iglesia, la vida de Ella y la vida de todas las almas. En este mi corazón siento las profanaciones que se hacen a mi Iglesia, las insidias de los enemigos, los ataques que le lanzan, a mis hijos conculcados, porque no hay ofensa que este mi corazón no sienta, por eso hija mía, tu vida sea en este mi corazón, defiéndeme, repárame, condúceme a todos hacia él».
Amor mío, si una lanza ha herido tu corazón por amor mío, te ruego que con tus manos hieras mi corazón, mis afectos, mis deseos, toda yo misma, y que no haya parte en mí que no quede herida por tu amor.
Unida con nuestra traspasada Mamá, que cae desmayada por el inmenso dolor al ver que te traspasan el corazón, y como paloma vuela a tu corazón para tomar el primer lugar para ser la primera reparadora, la reina de tu mismo corazón, intermediaria entre Tú y las criaturas. También yo junto con Mi Mamá quiero volar a tu corazón para oír cómo te repara y repetir sus reparaciones en todas las ofensas que recibes.
Oh mi Jesús, después de tu muerte desgarradora y dolorosísima, parece que yo no debería tener más vida propia, pero en este tu corazón herido yo reencontraré mi vida, así que cualquier cosa que esté por hacer, la tomaré siempre de él.
No daré más vida a los pensamientos, pero si quisieran vida, la tomaré de tus pensamientos; no tendrá más vida mi querer, pero si vida quiere, tomaré tu santísima Voluntad; no tendrá más vida mi amor, pero si querrá vida la tomaré de tu amor. Oh mi Jesús, toda tu vida es mía, ésta es tu Voluntad, éste es mi querer.
El descendimiento de la cruz
Muerto Jesús mío, veo que se apresuran a bajarte de la cruz; y tus discípulos José y Nicodemo, que hasta ahora habían permanecido ocultos, ahora con valor y sin temer nada quieren darte honorable sepultura, y por eso toman martillo y pinzas para cumplir el sagrado y triste descendimiento de la cruz, mientras que tu traspasada Mamá extiende sus brazos maternos para recibirte en su regazo.
Mi Jesús, mientras te desclavan, también yo quiero ayudar a tus discípulos a sostener tu santísimo cuerpo y con los clavos que te quitan, clávame toda a Ti, y junto con nuestra Santa Madre quiero adorarte y besarte, y después enciérrame en tu corazón para no salir más de él.
VIGÉSIMA CUARTA HORA
De las 4 a las 5 de la tarde
La sepultura de Jesús
Gracias te doy, oh Jesús, por llamarme a la unión contigo por medio de la oración, y tomando tus pensamientos, tu lengua, tu corazón y fundiéndome toda en tu Voluntad y en tu amor, extiendo mis brazos para abrazarte y apoyando mi cabeza sobre tu corazón empiezo:
Doliente Mamá mía, veo que te dispones al último sacrificio, el de tener que dar sepultura a tu muerto Hijo Jesús, y resignadísima al Querer de Dios lo acompañas y con tus mismas manos lo pones en el sepulcro, y mientras recompones aquellos miembros tratas de darle el último adiós y el último beso, y por el dolor te sientes arrancar el corazón del pecho. El amor te clava sobre esos miembros, y por la fuerza del amor y del dolor tu vida está a punto de quedar apagada junto con tu extinto Hijo.
Pobre Mamá, ¿cómo harás sin Jesús? Él es tu vida, tu todo, y sin embargo es el Querer del Eterno que así lo quiere. Tendrás que combatir con dos potencias insuperables: El amor y el Querer divino. El amor te tiene clavada, de modo que no puedes separarte; el Querer divino se impone y quiere este sacrificio. Pobre Mamá,
¿cómo harás? ¡Cuánto te compadezco! ¡Ah, ángeles del Cielo, venid a levantarla de encima de los inmóviles miembros de Jesús, de otra manera morirá!
Pero, oh portento, mientras parecía extinta junto con Jesús, escucho su voz temblorosa e interrumpida por sollozos que dice:
«Hijo amado, Hijo, éste era el único consuelo que me quedaba y que mitigaba mis penas: tu santísima Humanidad, desahogarme sobre estas llagas, adorarlas, besarlas, pero ahora también esto me viene quitado, el Querer divino así lo quiere y Yo me resigno; pero debes saber, oh Hijo, que lo quiero y no lo puedo, al solo pensamiento de hacerlo me faltan las fuerzas y la vida me abandona.
Ah, permíteme, oh Hijo, para poder recibir fuerza y vida para hacer esta amarga separación, que me deje toda sepultada en Ti, y que tome para Mí tu vida, tus penas, tus reparaciones y todo lo que eres Tú. Ah, sólo un intercambio de vida entre Tú y Yo puede darme fuerza para cumplir el sacrificio de separarme de Ti».
Afligida Mamá mía, así decidida, veo que de nuevo recorres esos miembros, y poniendo tu cabeza sobre la de Jesús, la besas y en ella encierras tus pensamientos, tomando para ti sus espinas, los afligidos y ofendidos pensamientos de Jesús, y todo lo que ha sufrido en su sacratísima cabeza. ¡Oh, cómo quisieras animar la inteligencia de Jesús con la tuya, para poder dar vida por vida! Y ya sientes que empiezas a revivir, con haber tomado en tu mente los pensamientos y las espinas de Jesús.
Adolorida Mamá, te veo besar los ojos apagados de Jesús, y quedas traspasada al ver que Él ya no te mira más. ¡Cuántas veces esas miradas divinas, mirándote, te extasiaban en el Paraíso y te hacían resurgir de la muerte a la vida! Pero ahora, al ver que ya no te miran te sientes morir, por eso veo que dejas tus ojos en los de Jesús y tomas para Ti los suyos, sus lágrimas, la amargura de esa mirada que tanto ha sufrido al ver las ofensas de las criaturas y tantos insultos y desprecios.
Pero veo traspasada Mamá que besas sus santísimos oídos, lo llamas y lo vuelves a llamar y le dices:
«Hijo mío, ¿será posible que no me escuches más? Tú que aun en cada pequeño ademán me escuchabas, y ahora lloro, te llamo, ¿y no me escuchas? ¡Ah, el amor amoroso es el más cruel tirano! Tú eras para Mí más que mi misma vida, ¿y ahora deberé sobrevivir a tanto dolor? Por eso, oh Hijo, dejo mi oído en el tuyo y tomo para Mí lo que ha sufrido tu santísimo oído, el eco de todas las ofensas que se repercutían en el tuyo, sólo esto me puede dar vida, tus penas, tus dolores».
Mientras esto dices, es tanto el dolor, las congojas del corazón, que pierdes la voz y te quedas sin movimiento. ¡Pobre Mamá mía, pobre Mamá mía, cuánto te compadezco, cuántas muertes crueles no sufres!
Pero doliente Mamá, el Querer divino se impone y te da el movimiento, y Tú miras el rostro santísimo de Jesús, lo besas y exclamas:
«Adorado Hijo, cómo estás desfigurado, si el amor no me dijera que eres mi Hijo, mi vida, mi todo, no te reconocería más, tan irreconocible has quedado. Tu natural belleza se ha transformado en deformidad, tus mejillas se han cambiado a violáceas; la luz, la gracia que irradiaba tu hermoso rostro –que mirarte y quedar beatificada era lo mismo–, se ha convertido en palidez de muerte, oh Hijo amado, Hijo, cómo has quedado reducido, qué feo trabajo ha hecho el pecado en tus santísimos miembros, oh, cómo tu inseparable Mamá quisiera restituirte tu primitiva belleza.
Quiero fundir mi rostro en el tuyo y tomar para Mí el tuyo, tus bofetadas, los salivazos, los desprecios y todo lo que has sufrido en tu rostro santísimo. ¡Ah! Hijo, si me quieres viva dame tus penas, de otra manera Yo muero».
Y es tanto el dolor, que te sofoca, te corta las palabras y quedas como extinta sobre el rostro de Jesús. ¡Pobre Mamá, cuánto te compadezco! Ángeles míos, vengan a sostener a mi Mamá, su dolor es inmenso, la inunda, la ahoga y ya no le queda más vida ni fuerzas. Pero el Querer divino rompiendo estas olas de dolor que la ahogan, le restituye la vida.
Estás ya sobre la boca, y al besarla te sientes amargar tus labios por la amargura de la hiel que ha amargado tanto la boca de Jesús, y sollozando continúas:
«Hijo mío, dile una última palabra a tu Mamá, ¿será posible que no deba escuchar más tu voz? Todas tus palabras que en vida me dijiste, como tantas flechas me hieren el corazón de dolor y de amor; y ahora viéndote mudo, estas flechas se remueven en mi lacerado corazón y me dan innumerables muertes, y a viva fuerza parece que quieran arrancarte una última palabra, y no obteniéndola me desgarran y me dicen: “Así que no lo escucharás más; no volverás a oír más su dulce acento, la melodía de su palabra creadora que en Ti creaba tantos paraísos por cuantas palabras decía.”
Ah, mi paraíso ha terminado y no tendré otra cosa que amarguras, ah Hijo, quiero darte mi lengua para animar la tuya, dame lo que has sufrido en tu santísima boca, la amargura de la hiel, tu sed ardiente, tus reparaciones y plegarias, y así, oyendo por medio de éstas tu voz, mi dolor será más soportable, y tu Mamá podrá seguir viviendo en medio de tus penas».
Mamá destrozada, veo que te apresuras porque los que están a tu alrededor quieren cerrar el sepulcro, y casi como volando pasas sobre las manos de Jesús, las tomas entre las tuyas, las besas, te las estrechas al corazón, y dejando tus manos en las suyas tomas para Ti los dolores y las perforaciones de aquellas manos santísimas. Y llegando a los pies de Jesús y mirando el desgarro cruel que los clavos han hecho en aquellos pies, pones en ellos los tuyos y tomas para Ti aquellas llagas y te pones en lugar de Jesús a correr al lado de los pecadores para arrancarlos del infierno.
Angustiada Mamá, ya veo que le das el último adiós al corazón traspasado de Jesús. Aquí te detienes, es el último asalto a tu corazón materno, te lo sientes
arrancar del pecho por la vehemencia del amor y del dolor, y por sí mismo se te escapa para ir a encerrarse en el corazón santísimo de Jesús; y Tú viéndote sin corazón te apresuras a tomar el corazón Sacratísimo de Jesús en el tuyo, su amor rechazado por tantas criaturas, tantos deseos suyos ardientes no realizados por la ingratitud de ellas, los dolores las heridas que traspasan ese corazón santísimo y que te tendrán crucificada durante toda tu vida.
Y mirando esa ancha herida la besas y tomas en tus labios su sangre, y sintiéndote la vida de Jesús, sientes la fuerza para hacer la amarga separación, por eso lo abrazas y permites que la piedra sepulcral lo encierre.
Doliente Mamá mía, llorando te suplico que no permitas que por ahora Jesús nos sea quitado de nuestra mirada, espera que primero me encierre en Jesús para tomar su vida en mí, si Tú no puedes vivir sin Jesús, que eres la sin mancha, la santa, la llena de gracia, mucho menos yo que soy la debilidad, la miseria, la llena de pecados,
¿cómo puedo vivir sin Jesús? Ah Mamá dolorosa, no me dejes sola, llévame contigo; pero antes deposítame toda en Jesús, vacíame de todo para poder poner a todo Jesús en mí, así como lo has puesto en Ti.
Comienza conmigo el oficio materno que Jesús te dio estando en la cruz, y abriendo mi pobreza extrema una brecha en tu corazón materno, con tus mismas manos maternas enciérrame toda, toda en Jesús; encierra en mi mente los pensamientos de Jesús, a fin de que ningún otro pensamiento entre en mí; encierra los ojos de Jesús en los míos, a fin de que jamás pueda huir de mi mirada; pon su oído en el mío, para que siempre lo escuche y cumpla en todo su Santísimo Querer.
Su rostro ponlo en el mío, a fin de que mirando aquel rostro tan desfigurado por amor mío, lo ame, lo compadezca y repare; pon su lengua en la mía para que hable, rece y enseñe con la lengua de Jesús; sus manos en las mías para que cada movimiento que yo haga y cada obra que realice tomen vida de las obras y movimientos de Jesús; pon sus pies en los míos, a fin de que cada paso que yo dé sea vida para las otras criaturas, vida de salvación, de fuerza, de celo para todas las criaturas.
Y ahora, afligida Mamá mía, permíteme que bese su corazón y que beba su preciosísima sangre, y Tú, encerrando su corazón en el mío haz que pueda vivir de su amor, de sus deseos y de sus penas. Y ahora toma la mano derecha de Jesús, rígida ya, para que me des con ella su última bendición.
La soledad de María
Y ahora permite que la piedra cierre el sepulcro, y Tú, destrozada besas este sepulcro y llorando le dices tu último adiós y partes, pero es tanto tu dolor, que ahora quedas petrificada, ahora helada. Traspasada Mamá mía, junto contigo doy el adiós a Jesús, y llorando, quiero compadecerte y hacerte compañía en tu amarga desolación, quiero ponerme a tu lado, para darte a cada suspiro tuyo, a cada congoja y dolor, una palabra de consuelo, una mirada de compasión. Recogeré tus lágrimas, y si te veo desfallecer te sostendré en mis brazos.
Pero veo que estás obligada a regresar a Jerusalén por el camino por donde viniste. Unos cuantos pasos y te encuentras ante la cruz sobre la cual Jesús ha sufrido tanto y ha muerto, y Tú corres, la abrazas, y viéndola teñida de sangre, uno por uno se renuevan en tu corazón los dolores que Jesús ha sufrido sobre ella, y no pudiendo contener el dolor, sollozando exclamas:
«¡Oh! cruz, ¿tan cruel debías ser con mi Hijo? ¡Ah, en nada los has perdonado!
¿Qué mal te había hecho? No me has permitido a Mí, su dolorosa Mamá, darle ni siquiera un sorbo de agua cuando la pedía, y a su boca abrasada le has dado hiel y vinagre; mi corazón traspasado me lo sentía licuar y habría querido dar a aquellos labios mi licuado corazón para quitarle la sed, pero tuve el dolor de verme rechazada.
Oh cruz, cruel, sí, pero santa, porque has sido divinizada y santificada por el contacto de mi Hijo. Aquella crueldad que usaste con Él, cámbiala en compasión hacia los miserables mortales, y por las penas que Él ha sufrido sobre ti, obtén gracia y fuerza a las almas sufrientes, para que ninguna se pierda por causa de tribulaciones y cruces. Demasiado me cuestan las almas, me cuestan la vida de un Hijo Dios; y Yo, como Corredentora y Madre las confío a ti, oh cruz».
Y besándola y volviéndola a besar te alejas. Pobre Mamá, cuánto te compadezco, a cada paso y encuentro surgen nuevos dolores, que haciendo más grande su inmensidad y volviéndose más amargas sus oleadas, te inundan, te ahogan, y a cada instante te sientes morir.
Otros pasos más y llegas al punto donde esta mañana lo encontraste bajo el peso enorme de la cruz, agotado, chorreando sangre, con un manojo de espinas en la
cabeza, las cuales, golpeando en la cruz penetraban más adentro y en cada golpe le daban dolores de muerte. La mirada de Jesús, cruzándose con la tuya buscaba piedad, y los soldados para quitar este alivio a Jesús y a Ti, lo empujaron y lo hicieron caer, haciéndole derramar nueva sangre; ahora Tú ves el terreno empapado con ella, y arrojándote a tierra te oigo decir mientras besas aquella sangre: «Ángeles míos, venid a hacer guardia a esta sangre, a fin de que ninguna gota sea pisoteada y profanada».
Mamá doliente, déjame que te de la mano para levantarte y sostenerte, porque te veo agonizar sobre la sangre de Jesús. Pero nuevos dolores encuentras conforme caminas, por todas partes ves huellas de sangre y recuerdos del dolor de Jesús. Por eso apresuras el paso y te encierras en el cenáculo. También yo me encierro en el cenáculo, pero mi cenáculo es el corazón santísimo de Jesús; y de dentro de su corazón quiero venir sobre tus rodillas maternas para hacerte compañía en esta hora de amarga desolación. No resiste mi corazón dejarte sola en tanto dolor.
Desolada Mamá, mira a la pequeña hija tuya, soy demasiado pequeña, y por mi sola ni puedo ni quiero vivir; ponme sobre tus rodillas y estréchame entre tus brazos maternos, hazme de Mamá, tengo necesidad de guía, de ayuda, de sostén, mira mi pobreza y sobre mis llagas derrama una lágrima tuya, y cuando me veas distraída estréchame a tu corazón materno, y vuelve a llamar en mí la vida de Jesús.
Pero mientras te ruego me veo obligada a detenerme para poner atención a tus acerbos dolores, y me siento traspasar al ver que conforme mueves la cabeza sientes que te penetran más adentro las espinas que has tomado de Jesús, con los pinchazos de todos nuestros pecados de pensamiento, que penetrándote hasta en los ojos te hacen derramar lágrimas mezcladas con sangre, y mientras lloras, teniendo en tus ojos la vista de Jesús pasan ante tu vista todas las ofensas de las criaturas.
Cómo quedas amargada por esto, cómo comprendes lo que Jesús ha sufrido, teniendo en Ti sus mismas penas. Pero un dolor no espera al otro, y poniendo atención en tus oídos te sientes aturdir por el eco de las voces de las criaturas, y según cada especie de voces ofensivas de criaturas, penetrando por los oídos al corazón, te lo traspasan, y repites el estribillo: «¡Hijo, cuánto has sufrido!»
Desolada Mamá, cuánto te compadezco, permíteme que te limpie el rostro bañado en lágrimas y sangre, pero me siento retroceder al verlo amoratado, irreconocible y pálido, con una palidez mortal, ah, comprendo, son los malos tratos
dados a Jesús que has tomado sobre Ti y que te hacen tanto sufrir, tanto, que moviendo tus labios para rezar o para dejar escapar suspiros de tu inflamado pecho, siento tu aliento amargo y tus labios quemados por la sed de Jesús.
Pobre Mamá mía, cuánto te compadezco, tus dolores van creciendo siempre más, y parece que se den la mano entre ellos, y tomando tus manos en las mías, las veo traspasadas por clavos, y es en estas mismas manos que sientes el dolor al ver los homicidios, las traiciones, los sacrilegios y todas las obras malas que repiten los golpes, agrandando las llagas y exacerbándolas cada vez más.
Cuánto te compadezco, Tú eres la verdadera Mamá crucificada, tanto, que ni siquiera los pies quedan sin clavos; es más, no sólo te los sientes clavar, sino también arrancar por tantos pasos inicuos y por las almas que se van al infierno, y Tú corres a su lado a fin de que no caigan en las llamas infernales, pero aún no es todo, crucificada Mamá, todas tus penas, reuniéndose juntas, hacen eco en el corazón y te lo traspasan, no con siete espadas sino con miles y miles de espadas; mucho más que teniendo en Ti el corazón divino de Jesús, que contiene todos los corazones y envuelve en su latido los latidos de todos, y ese latido divino conforme late así va diciendo: «Almas, amor».
Y Tú, al latido que dice almas, te sientes correr en tus latidos todos los pecados y te sientes dar muerte, y en el latido que dice amor, te sientes dar vida; así que Tú estás en continua actitud de muerte y de vida.
Mamá crucificada, cuánto compadezco tus dolores, son inenarrables; quisiera cambiar mi ser en lenguas, en voz, para compadecerte, pero ante tantos dolores son nada mis compadecimientos; por eso llamo a los ángeles, a la Trinidad Sacrosanta, y les ruego que pongan en torno a Ti sus armonías, sus contentos, su belleza, para endulzar y compadecer tus intensos dolores, que te sostengan entre sus brazos y que te cambien en amor todas tus penas.
Y ahora desolada Mamá, un gracias a nombre de todos por todo lo que has sufrido, y te ruego por esta tu amarga desolación, que me vengas a asistir en el punto de mi muerte, cuando mi pobre alma se encuentre sola, abandonada por todos, en medio de mil angustias y temores; ven Tú entonces a devolverme la compañía que tantas veces te he hecho en mi vida, ven a asistirme, ponte a mi lado y ahuyenta al enemigo, lava mi alma con tus lágrimas, cúbreme con la sangre de Jesús, vísteme con sus méritos, embelléceme con tus dolores y con todas las penas y las obras de
Jesús; y en virtud de las penas de Jesús y de tus dolores, haz desaparecer todos mis pecados, dándome el total perdón, y expirando mi alma recíbeme entre tus brazos, ponme bajo tu manto, escóndeme de la mirada del enemigo y llévame al Cielo y ponme en los brazos de Jesús. ¡Quedamos en esto, amada Mamá mía!
Y ahora te ruego que des a todos los moribundos la compañía que te he hecho hoy, a todos hazles de Mamá, son momentos extremos y se necesitan grandes ayudas, por eso no niegues a ninguno tu oficio materno. Una última palabra: »Mientras te dejo, te ruego que me encierres en el corazón santísimo de Jesús, y Tú doliente Mamá mía, hazme de centinela a fin de que Jesús no me ponga fuera de su corazón, y que yo, aunque lo quisiera, no me pueda salir».
Por eso beso tu mano materna y bendíceme. Amén
AMEN
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