Material al ritmo de nuestros encuentros
Con la Divina Voluntad
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Este día tuvimos la alegría de contar con la participación del Dr. Salvador Thomassiny en nuestro café de los martes. Nos comentó el capítulo 42 del Libro 11 del Libro de Cielo. Gracias, Dr. por su disponibilidad. Damos gracias a Dios por arrojar más luz sobre el Don de la Divina Voluntad.
¡Bendigamos a Dios con su misma bendición!
Lecturas como complemento
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Se abordaron varios temas con el comentario de esté capítulo. Resalta la persona de Jesús y la reparación necesaria a El y como debe ser esta reparación. Dios quiere compañía en sus actos y esta compañía la concentra en Jesús, cuya humanidad es la depositaria de la Divina Voluntad. Por el bautismo se nos injerta de nuevo en Jesús. La vida divina la tenemos en semilla. Con el Don de la DV, puede desarrollarse en todo su esplendor. Nuestra disposición sincera y fiel abre las puertas a esta Voluntad Obrante. El Libro de Cielo es el MANUAL DE INSTALACIÓN del «nuevo sistema operativo».
11-42
Noviembre 25, 1912
Las acciones de las almas que hacen su vida en la Vida de Jesús, son todas de oro y de precio incalculable porque son divinas.
(1) Esta mañana mi siempre amable Jesús parece que ha venido según la costumbre de antes, si bien me ha parecido como si fuera sólo de pasada, y tenía ansia de verme y de entretenerse conmigo a lo familiar. Yo, viéndolo tan bueno, dulce y benigno he olvidado todos sus contrastes, las privaciones, y viéndolo con una corona de espinas grande y muy
tupida le he dicho: “Dulce amor mío y vida mía, hazme ver que continúas amándome, esta corona que te ciñe la cabeza quítala de Ti y pónmela a mí con tus mismas manos”. Y el amable Jesús de inmediato se la ha quitado y con sus mismas manos la ha colocado y oprimido en mi cabeza. ¡Oh, cómo me sentía feliz con las espinas de Jesús, punzantes, sí, pero dulces! Él me miraba con amorosa ternura, y yo, viéndome tan tiernamente mirada, tomando ánimo he agregado: “Jesús, corazón mío, no me bastan las espinas para estar segura que me quieres como antes, ¿no tienes los clavos para crucificarme? Pronto, ¡oh! Jesús, no me tengas más en duda, pues la sola duda de no ser siempre más amada por Ti, me da muerte continua, ¡crucifícame!”
(2) Y Él: “Hija mía, no encuentro clavos, pero para contentarte te traspasaré con una lanza”.
(3) Y así, tomando mis manos me las ha desgarrado, y después los pies; yo sufría, sí, sentía que nadaba en una mar de dolor, pero también de amor y dulzura al mismo tiempo, y parecía que Jesús no podía separar de mí sus tiernas y amorosas miradas, y poniéndome y cubriéndome toda con su manto real me ha dicho:
(4) “Dulce hija mía, deja ya toda duda sobre mi Amor por ti; es más, te digo para darte ánimo, que en cualquier modo en que me muestre, ya sea que me veas airado, o que me veas como relámpago, o que no te hable, recuerda que bastará sólo con una renovación de espinas, de clavos que te haga, para ponernos de nuevo en las estrecheces amorosas e intimidades más aún que antes, por eso quédate contenta, y Yo continuaré con los flagelos en el mundo”.
(5) Me ha dicho otras cosas, pero la fuerza de los dolores no me deja recordarlas bien. Entonces me he quedado de nuevo sola, sin Jesús y me he desahogado con mi dulce Mamá llorando y pidiéndole que hiciera volver a Jesús, y mi Mamá me ha dicho:
(6) “Dulce hija mía, no llores, debes agradecer a Jesús cómo se comporta contigo y la gracia que te da, que en estos tiempos de flagelos no te hace separarte de su Santísima Voluntad, gracia más grande no podría darte”.
(7) Después ha regresado Jesús, y viéndome que había llorado me ha dicho:
(8) “¿Por qué has llorado?”
(9) Y yo: “He llorado con mi Mamá, no es que haya llorado con algún otro, y he llorado porque Tú no estabas”. Y Jesús tomando mis manos en las suyas parecía que me mitigaba los dolores, y luego me ha hecho ver dos escaleras altas de la tierra al Cielo, en una había mucha gente y en la otra poquísima. En la que había pocos era de oro macizo y los pocos que subían por ella parecía que eran otros tantos Jesús, así que cada uno de ellos era un Jesús; en la otra, donde había más gente, parecía de madera, y se distinguía quiénes eran las personas, casi todas bajas y sin gran desarrollo. Y Jesús me ha dicho:
(10) “Hija mía, en la escalera de oro suben aquellos que hacen su vida en mi Vida, así que puedo decir: “Son mis pies, mis manos, mi corazón, todo Yo mismo”. Como tú ves, porque son otros Yo ellos son todos para Mí y Yo soy vida de ellos, sus acciones son todas de oro y de precio incalculable, porque son divinas, su altura nadie la podrá alcanzar jamás, porque son mi misma vida, casi ninguno los conoce porque viven escondidos en Mí, sólo en el Cielo se tendrá perfecto conocimiento de ellos. La escalera de madera en la cual hay más gente, son las almas que caminan por el camino de las virtudes, sí, pero no con la unión de mi Vida y con la conexión continua con mi Voluntad, sus acciones son de madera, porque únicamente la unión Conmigo forma la acción de oro, por lo tanto son de precio mínimo, son bajas de altura, casi raquíticas, porque en sus acciones buenas muchos fines humanos mezclan, y los fines humanos no dan crecimiento; son conocidas por todos porque no viven escondidas en Mí, sino viven en ellas mismas, por lo que nadie las cubre, al Cielo no harán ninguna sorpresa pues eran conocidas aun en la tierra. Por eso hija mía toda en mi Vida te quiero, nada en la tuya, y te recomiendo a los que tú sabes y ves, que se mantengan fuertes y constantes en la escalera de mi Vida”.
(11) Y me señalaba a algunos que yo conozco, y ha desaparecido.
(12) Sea todo a gloria suya.
Porqué son todas las acciones de oro? Porque han adquirido el valor de obras divinas. En esta lectura se advierte alguna característica de este dicho valor:
19-5,7 (7) “Hija mía, la llamita de tu voluntad la he vencido y tú has vencido la mía; si tú no perdías la tuya no podías vencer a la mía, ahora los dos somos felices, ambos somos victoriosos, pero mira la gran diferencia que hay, en mi Voluntad basta hacer una vez un acto, una oración, un te amo, porque tomando su lugar en el Querer Supremo queda siempre a hacer el mismo acto, la oración, el te amo, sin interrumpirlo jamás, porque cuando se hace un acto en mi Voluntad, ese acto no está sujeto a interrupción, hecho una vez queda hecho para siempre, es como si siempre lo estuviera haciendo. El obrar del alma en mi Voluntad entra a tomar parte en los modos del obrar divino, que cuando obra hace siempre el mismo acto sin tener necesidad de repetirlo. ¿Qué serán tus tantos ‘te amo’ en mi Voluntad que repetirán siempre su estribillo, ‘te amo, te amo’? Serán tantas heridas para Mí y me prepararán a conceder la gracia más grande: Que mi Voluntad sea conocida, amada y cumplida. Por eso en mi Voluntad las plegarias, las obras, el amor, entran en el orden divino y se puede decir que soy Yo mismo que ruego, que obro, que amo, ¿y qué cosa podría negarme a Mí mismo? ¿En qué cosa no podría complacerme?”
Se remite a la lección de «Las características de los actos divinos» para profundizar en el valor de los actos de la criatura cuando vive fundida en Dios.
VÍDEO
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