Adquiere vida girando o paseándote por  las obras divinas

Todos los atributos divinos esparcidos en toda la Creación, Redención y Santificación

Girar es hacer como hacen las abejitas….

 

LOS GIROS DEL ALMA EN LA  DIVINA VOLUNTAD

 LUISA PICCARRETA

 MODO PRÁCTICO Y EFICACÍSIMO PARA QUE EL ALMA  ENTRE EN LA VOLUNTAD DIVINA Y GIRE EN TODAS LAS OBRAS DE DIOS,  PIDIÉNDOLE EL PRONTO ADVENIMIENTO DEL REINO DIVINO EN LA TIERRA.

 

Con los Giros del Alma en la Divina Voluntad le damos a Dios la gloria que como hijos le debemos dar. Primero nos ponemos en contacto con los atributos divinos que Dios mismo ha puesto en toda la Creación, con la especialidad de amor que nos da en cada cosa, con el reflejo de su presencia santísima que poseen sus criaturas. Luego, le damos a Dios ese mismo amor que de Él recibimos en sus obras; esto es lo mejor que podemos dar a nuestro Buen Dios: su mismo amor, su potencia, su bondad. Y sólo hay una forma de lograrlo: entrar en el ámbito de la eternidad, o sea en la Divina Voluntad.

   Los Giros del Alma se componen de actos de amor, de alabanza, de adoración, de glorificación, de bendición, de agradecimiento, de reparación, de reconocimiento a nuestro buen Dios. Mientras más se gira más se agranda el amor, la luz, la vida de Dios dentro de nosotros; y, en cambio, la voluntad humana, que nos induce a hacer actos humanos, se debilita.

   Si con la oración del Padre Nuestro impetramos el Reino de Dios, el Reino de la Divina Voluntad, con los Giros del Alma aprendemos a vivir en ese Reino aquí en la tierra como se vive en el Cielo. Haciendo los Giros nos unimos al FIAT  de la Creación y de la Redención a través de la unidad de vida con el FIAT Santificador, expresión máxima de la efusión del Espíritu Santo en el alma.

   Iniciamos los Giros elevando el alma hacia los brazos del Creador, y ya en su Seno Divino nos unimos a Él y lo seguimos en todos los actos que hizo en la Creación. Aquí encontramos nuestro principio eterno. Nos hacemos presente al instante en que Dios estaba creando todas las cosas, y recibimos de Él, como en depósito, todo el amor divino que hizo salir de su Seno mediante el Fiat Omnipotente, y le ofrecemos en cambio, gloria, adoración, amor. Recorremos todos los siglos para abrazar a todos los hombres y para suplir por cada uno de ellos. Igualmente, hacemos nuestros los actos de María Santísima, y se los damos a Dios como si nos pertenecieran. Pasamos enseguida a todos los actos que Jesús hizo en su vida, y a cada uno de ellos damos su respectiva correspondencia con un acto divino de amor, de agradecimiento, de alabanza, de súplica para que el Reino de la Divina Voluntad tenga su morada sobre la tierra.

En definitiva, amamos a Dios con amor divino por todos y por todo, para glorificarlo plenamente y darle la soberanía total de nuestros corazones.

A medida que nos ejercitamos  en girar por todas las obras de Dios, esto ya se convierte en vida, que es de lo que se trata.  Estos giros son los que Luisa compuso pero poco a poco, La Divina Voluntad nos llevará de la mano para indicarnos donde y como quiere ser reconocida y amada. l

Primera Hora

 

El alma sigue a la Divina Voluntad en todos sus actos para hacerle   compañía y recibir su Vida Divina. La sigue en la creación del cielo y del sol.

 

Jesús, vida mía, latido de mi pobre corazón, respiro de mi pequeña alma, centro de mi inteligencia, mi pequeñez se abisma y se pierde en Ti. Como un niño pequeñito que no es capaz de dar un paso solo, a Ti me acerco, me prendo de tu mano, y junto Contigo entro en la luz interminable de tu Divino Querer.

Veo que el Padre Celestial pronuncia el primer Fiat, y crea tanta luz que no se pueden contemplar sus confines. Jesús mío, haz que mi alma reciba toda la virtud, la potencia, la santidad y la luz de tu adorable Fiat, a fin de que sienta en mí sólo su vida; y así, podré abrazar todo, suplir por todos, y lo atraeré a la tierra, para que regrese triunfante a reinar en medio a las criaturas.

Deja pues, Amor mío, que yo gire en tu Querer para seguir todos sus actos ¡Oh, cómo es bello contemplar a la Majestad Suprema que con un solo Fiat extiende el cielo azul con millones de estrellas resplandecientes de luz, pronuncia otro Fiat y crea el sol, pronuncia otro más y crea el viento, el aire, el mar y todos los elementos juntos, con tal orden y armonía que cautiva al alma!

Mi buen Jesús, yo quiero hacer mío todo el amor que tuvo tu Fiat Divino al crear el cielo cubierto de estrellas, para poder a mi vez extender mi cielo de amor en tu Fiat Omnipotente; y de esta manera, adornando el cielo con mi amor, imprimo mi voz  en las estrella a fin de que cada una de ellas repita conmigo: «¡Jesús, te amo, venga pronto tu Reino a la tierra; sea dada gloria perenne a tu Querer Divino; adoro y alabo tu firmeza divina y tu Ser inquebrantable para que vuelvan firmes a las criaturas en el bien y las dispongan a recibir el Reino de tu Voluntad!”

Amor mío, continúo mi giro y voy hasta el sol. Considero el instante en el cual tu Fiat hizo salir tanta luz desde el Seno de la Divinidad y formó el globo solar, aquel astro que debía abrazar la tierra con todos sus habitantes, para dar a cada uno tu beso de luz y de amor, y mediante el cual todo debía ser embellecido, fecundado, coloreado, enriquecido y adornado.

Este sol tu Fiat lo hizo salir de tu Seno por amor mío, por eso quiero recibir toda su luz, su calor, y todos sus efectos; y así poderte ofrecer también yo mi sol para alabar, glorificar y bendecir por medio suyo a tu luz eterna, a tu amor inextinguible, a tu belleza, a tu dulzura infinita, a tus gustos innumerables. Sí, oh Jesús, yo quiero abrazarte con la misma luz del sol, quiero darte mis besos ardientes con su calor, quiero animar con mi voz todo su resplandor y todos sus efectos para pedirte, desde lo alto de su esfera, hasta lo bajo, allá donde descienden sus rayos, el Reino de tu Fiat ¿No sientes, Amor mío, que tu Voluntad quisiera desgarrar los velos de la luz para   venir a reinar en medio de las criaturas? Y yo, sobre las alas de la luminosidad del sol, vengo a rogarte que nos envíes pronto el Reino de tu Fiat.

Desde el centro de este sol te pido que hagas descender tu resplandor al corazón de los hombres para iluminarlos con tu gracia, y les concedas tu amor para quemar en ellos todo lo que no pertenece a tu Querer ¡Ah, sí, sí que tu luz baje sobre ellos para que reflejen tu belleza divina, y se acaben las iras y las amarguras, y todos adquieran tu dulzura, y la faz de la tierra sea renovada!

Cuán soy feliz, Vida mía, al poderte decir: «¡Sol me has dado y sol te doy!” Yo tengo un astro en mi poder que te pide el Reino de tu Fiat, ¿puedes Tú resistir a tanta luz que te ruega? Por eso, ¡oh Jesús, apresúrate, hazlo pronto, hazlo ya! ¡Este sol es tu relator divino, por lo tanto, haz, oh Amor mío, que su luz revele con su toque suave a todas las criaturas el   Reino de tu Fiat, tu santidad y tu ardiente deseo de volvernos felices y santos!

 

 

Segunda Hora

 

El alma sigue a la Divina Voluntad en la creación del mar y

del viento.

 

Vida mía, Jesús, tu Fiat me llama, y heme aquí entonces a considerar la creación del mar ¿Pero, qué oigo? Es el eco de un murmullo continuo, símbolo de tu movimiento eterno que jamás se detiene. Entro en ese movimiento divino, infinito, incesante que da vida a todos, y lo hago mío para darlo completo a todos y para pedirte por todos, el Reino de tu Querer.

Mira, oh Jesús, con tu Fiat desciendo en las profundidades del océano, y por doquier descubro un movimiento, una vida, un murmullo, y en respuesta hago salir mi grito incesante: «Te amo, te adoro, te agradezco, te bendigo, te glorifico», y cubriendo con mi voz el murmullo del mar, el agitarse de los peces, las olas ahora turbulentas, ahora pacíficas, te pido con insistencia el Reino de tu Fiat ¿No escuchas, oh Jesús, cómo todas las gotas del agua, con su murmullo, cual miles de voces dicen «Fiat, Fiat, Fiat?» ¿Cómo las olas con su fragor parece que quieren abrir el seno del mar, para hacer salir tu Voluntad que las domina, y encerrarla dentro de todas las criaturas para que hagan reinar en sí mismas a tu Fiat Divino?

En este mar yo vengo a exaltar y a amar en su murmullo a tu movimiento incesante; en sus olas altísimas a tu fortaleza y a tu justicia; en las aguas cristalinas a tu pureza que no conoce mancha; en su grandeza, a tu gracia e inmensidad que todo envuelve y encierra. Con tales sentimientos, te ruego, oh Jesús, que hagas al hombre justo, fuerte, puro; haz que él viva escondido y envuelto en tu santísima Voluntad, a fin de que pueda correr en tu mismo movimiento de donde salió.

Vida mía, Jesús, giro ahora en el viento con su frescura, con su potencia e impetuosidad que arroja por tierra, que eleva y atrae; lo considero para amar, alabar, glorificar y para bendecir el imperio de tu Voluntad en él. Ahora parece que gime, y ahora parece que grita; es el amor del Querer Divino el que gime en el viento porque quiere ser reconocido, y no viéndose escuchado, gime y habla con voces arcanas, porque quiere reinar y porque exige su propio dominio en medio de las criaturas. Con el imperio de tu Querer Supremo, haz que venga su reino en medio de las criaturas y que domine sobre ellas, en modo que ninguna le pueda resistir jamás, aliéntalas con su frescura, haz uso de su potencia e impetuosidad para desterrar de ellas al querer humano, para levantarlas y atraerlas en el tuyo. Haz escuchar a todos tus gemidos continuos, hazles entender que quieres reinar en medio de ellos, y si no eres escuchado, grita, habla fuerte, con tus voces arcanas, a fin de que, ensordecidos por ellas, cada hombre se rinda y reconozca a tu Santo Querer como a su Rey soberano.

Por eso, Amor mío, corro también sobre las alas del viento para pedirte por medio suyo el advenimiento del Reino de tu Fiat; en cada una de sus oleadas de frescura quiero llevar a todos su beso, sus caricias y sus dulcísimos abrazos.

 

 

Tercera Hora

 

El alma sigue a la Divina Voluntad girando sobre toda

la tierra y admirando todas las cosas creadas.

 

Jesús mío, corazón mío, vida mía, toda la Creación está saturada de tu adorable Voluntad. Sus actos son innumerables en todas las cosas creadas, por eso yo, para poderlos encontrar más fácilmente, me dispongo a peregrinar en el universo entero: Giro en el aire, y en él imprimo mi «te amo», para pedirte que las criaturas, al respirar, absorban con el aire la Vida de tu Querer que allí reina.

Quiero bendecir, glorificar y sellar con mi «te amo» el orden y la armo-nía de toda la Creación, para llevar a todos el orden y la armonía del Reino de la Divina Voluntad; quiero volar sobre toda la tierra, e imprimir mi «te amo» sobre el pequeño hilo de hierba, sobre las plantitas, sobre todas las flores, sobre los árboles más altos, sobre las cumbres de los montes, así como en los más profundos abismos, para pedirte que por doquier se extienda el Reino de tu Fiat. Quiero animar todo, dar mi voz a todos, a fin de que todos digan: «Venga tu Querer Divino a reinar sobre la tierra».

Escucha, oh Jesús, yo imprimo mi «te amo» en el pajarito que canta, trina y gorjea, y junto con él te pido el Reino de tu Fiat. Sello mi «te amo» en el corderito que bala, en la tórtola que gime, y te pido con sus balidos y con sus gemidos el Reino de tu Fiat. No existe ser alguno que yo no quiera investir, y así poder con todos, y sin descanso, repetir mi estribillo: «Adveniat Regnum Tuum». Quiero, Jesús mío, penetrar hasta en el centro de la tierra, y ahí poner mi corazón a fin de que con su propio latido te ame por todos, dé amor a todos, a todos abrace y con todos grite: «Venga tu Reino Divino y domine tu Voluntad».

 

 

Cuarta Hora

 

El alma se transporta al Edén y se une a la fiesta de Dios en la        creación del hombre.

 

Jesús, vida mía, siento que tu amor me atrae hacia Ti, que tu Querer hacia Ti me llama, porque quiere que esté presente en todos sus actos. Me parece que Tú no estás contento si no asisto a todos las obras de tu         Voluntad, y aunque yo no sepa hacer nada, te contentas con que permanezca como espectador y repita mi estribillo: «Te amo, te adoro, te bendigo, te agradezco».

Y heme aquí en el Edén:  te contemplo, Amor mío, mientras con el Padre y con el Espíritu Santo estás formando tu amada joya, tu obra maestra, la bella estatua del hombre. Con cuánto amor la formas, cuánta belleza le infundes, de cuántos divinos matices la revistes. Mientras estás plasmándola, te detienes con frecuencia y la miras, la admiras y entusiasta dices: «Cómo es bella mi estatua!» Tu amor entonces palpita fuertemente, hasta desbordarse, y no pudiéndolo contener más, dándole el aliento le donas la vida y tu semejanza, y así creas al hombre. Tú lo colmas de tu amor, hasta hacerle formar sus propios mares de amor para amar a su Creador. El amor creado se arroja con sus altas olas en el amor creador, y entre el Creador y la criatura se desarrolla una ardiente competencia.

¡Oh, Jesús, también mi amor se estremece en este acto tan solemne de la creación del hombre! Oigo que tu voz creadora dice: “¡Cómo es bella mi criatura! El eco de su amor me alegra y me hiere, su voz resuena dulce y melodiosa a mi oído, tiernos y fuertes son los abrazos que ella me da. ¡Oh, cómo gozo por haberle dado la vida, ella formará mi contento y mi ale-gría!”

Vida mía, también yo quiero recibir tu aliento creador; también yo ansío amarte y adorarte con aquella misma perfección y santidad con la cual te amó y te adoró mi primer padre Adán. Si bien indigna criatura soy, quiero recibir también tus mares de amor y de luz, para poder formar a mi vez olas altísimas, que llegando hasta Ti, me pongan en competencia con mi Creador.

Sí, te doy amor para recibir otros mares de amor, y con mis olas de amor te pido que venga tu Reino y que tu Fiat sea conocido.

Oh Jesús, entro ahora en la unidad de tu Voluntad, a fin de que mi voluntad sea una con la tuya, uno el amor. En esta unidad que todo abraza, mi voz resuene en el cielo, abrace toda la creación, penetre en los profundos abismos y diga y grite fuerte: «¡Venga el Reino de tu Querer Divino, se haga tu Voluntad en la tierra como se hace en el Cielo!»

Yo hago mía la santidad, la gloria, la adoración, el agradecimiento, los pensamientos, las miradas, las palabras, las obras, los pasos de Adán inocente para ofrecerte la repetición de sus actos, y Tú, viendo en mí tu Divina Voluntad obrante, concédeme, te pido, que venga tu Reino.

En el Edén era siempre fiesta entre el Creador y la criatura, el hombre se había vuelto el entretenimiento divino, la alegría, la felicidad más estimada por el Padre Celestial. Con la posesión de la Divina Voluntad en la cual     vivía, la criatura gozaba del primado sobre el universo, en todo había orden y armonía, y el cielo, las estrellas, el sol, el mar se sentían honrados de servir y obedecer a sus señales. Adán era la sonrisa, la alegría de toda la Creación; cada cosa le recordaba a su Creador, y Dios que era todo ojos sobre él, hacía que nada faltase a la plenitud de su felicidad. En efecto, viéndolo solo, con el fin de volverlo doblemente feliz, lo hizo dormir entre sus brazos, y durante el profundo éxtasis le quitó una costilla, y con ella formó a la mujer que le dio por compañía.

¡Oh, cómo nuestra primera madre Eva, viviendo también ella en la unidad del Divino Querer, compitió con Adán en lanzar olas sublimes de amor a Aquél que le había dado la vida!

Jesús mío, en la unidad de tu Divino Querer sumerjo también yo a mi pobre alma; no saldré jamás de estas gigantescas olas de amor con las cuales nuestros primeros padres amaron y glorificaron tu Majestad adorable, y desde ahi emitiré continuamente mi grito: «¡Venga tu Reino, que tu Voluntad sea conocida y cumplida en todas partes!»

 

Quinta Hora

 

El alma asiste a la caída de Adán en el Edén y al dolor

divino, y trata de reparar con su mismo amor.

 

Amor mío, la potencia de la unidad de tu Voluntad Divina unió en uno solo el acto del Creador con el de tus primeras criaturas, y puso así en común con ellas todos sus bienes, todos sus gozos. Oh, mi Jesús, también yo quiero comenzar de nuevo mi vida en esta unidad de tu Querer junto con mis primeros padres; allí quiero establecer mi morada, allí quiero encontrar por siempre mi alegría, mi felicidad.

Pero, ¡ay de mí! He aquí que para su gran desventura, Adán y Eva salieron de tu Voluntad para hacer la propia, y del más alto grado de todas las felicidades, se precipitaron en el abismo de todas las miserias. Cielo y tierra fueron sacudidos viendo que las más bellas criaturas se rebelaban a la Voluntad de su Creador; toda la creación se estremeció, y Tú mismo, Majestad adorable, sentiste tal dolor, que te envolviste con el manto de justicia en contra de ellos.

Para consolar tu corazón, he aquí, vida mía, Jesús, que yo formo mi estable morada en tu Divino Querer, jamás quiero salir de allí; y esto para reconquistar al menos en parte los inmensos beneficios que tus primeras criaturas perdieron, y para borrar la marca de deshonor que se imprimió sobre sus frentes. Y para que las alegrías y las felicidades que te daban mis primeros padres en los primeros tiempos de su creación puedan continuar, yo quiero poner mi beso y mi incesante reparación en aquel mismo dolor que te cubrió con el manto de la justicia; quiero quitarte el manto de enojo y tristeza para poderte contemplar revestido por el manto de la paz.  ¡Ah, oh Jesús, haz que los primeros tiempos de la creación regresen y se renueven las fiestas, las alegrías, los entretenimientos entre Tú y las criaturas, mediante el advenimiento del Reino de tu Voluntad Divina!

 

 

Sexta Hora

 

El alma continúa su reparación. Visita los principales

personajes del Antiguo Testamento y suspira la Redención.

 

Jesús mío, vida mía, no te dejaré solo en tu dolor; de tu Querer yo no saldré jamás, prometo solemnemente no querer hacer jamás mi voluntad, es más, la ato a los pies de tu trono para que no la pueda conocer más. Ella te ofrecerá profunda y continua reparación por la rebelión que Adán y Eva hicieron a tu adorable Voluntad; y al mismo tiempo, yo mismo, uniformándome totalmente a tu Querer, que es el único que quiero reconocer, me fundo Contigo.

Dulcísima Vida mía, por el triunfo de tu Divino Querer, yo quiero imprimir en cada acto de pensamiento, comenzando desde el primero que  tuvo Adán hasta el último que tendrán las criaturas sobre la tierra, mi «te amo», mi reparación, la gloria que te debemos, y te pido en cada uno de ellos el Reino de tu Voluntad. ¡Concédenos, oh Señor, que todas las inteligencias comprendan qué cosa significa cumplir la Voluntad de Dios, y que todos la hagan reinar y dominar!

Quiero sellar cada una de las miradas de las criaturas, cada una de sus palabras, con mi «te amo», con mi reparación, y con el anhelo que tengo de tu Reino. En cada obra, en cada paso y latido de los hombres, yo quiero repetirte: «¡Te amo y te reparo por todos los pecados que se cometen; venga, venga al mundo el Reino de tu Fiat Divino!

Quedándome en tu Divina Voluntad quiero suplir a toda la gloria, a todo el amor que te deberían haber ofrecido las criaturas si hubieran vivido todas en tu Querer, y a nombre de ellas te pido tu Reino.

Oh Jesús, visito ahora los principales personajes del Antiguo Testamento, y medito en sus vidas los prodigios de tu Divina Voluntad. Imprimo entonces mi «te amo» sobre el sacrificio de Abraham y sobre la obediencia de Isaac, para implorar por medio de ellos el Reino de tu Querer Divino.

Imprimo mi «te amo» sobre el dolor de Jacob, sobre la tristeza y sobre la gloria de José, y con ellos te pido tu Reino. Pongo mi «te amo» sobre la potencia de los milagros de Moisés, sobre la fuerza de Sansón, sobre la santidad de David, sobre la paciencia de Job; y por todos esos rayos de luz que  les mandó tu Voluntad, te pido que reine tu Querer Divino ¡Observa, Amor mío, cómo voy buscando a través de los siglos los actos de tu Voluntad en todas las criaturas para pedirte, por medio de ellas, que tu Fiat sea conocido, amado y querido por todos!

Vida mía, Jesús, veo que tu amable Querer Divino se acerca siempre más a las criaturas, y haciendo salir sus rayos de luz reviste a los profetas y les revela tu venida a la tierra, precisando el tiempo, el lugar y las circunstancias que la acompañarán. Oh Jesús, girando sobre cada uno de los profetas, y sobre cada una de las revelaciones que les haces, cubro a todos y a todo con mi «te amo, te bendigo, te agradezco», y te pido el Reino de tu Querer. Cada promesa que hiciste, cada revelación que manifestaste acerca de tu  venida a la tierra, fue un compromiso que hiciste; por eso, al Reino de tu Redención venía ligado el de tu Voluntad ¿Por qué entonces, Amor mío, no te apresuras? Tú no sabes hacer tus obras a mitad, ni das tus riquezas solamente en parte, por eso, date prisa. Si mediante tu Redención nos donaste la mitad de tus bienes, completa ahora tu obra: Haz que tu Voluntad impere y domine en medio de las criaturas.

 

 

Séptima Hora

 

El alma se sumerge en los mares de luz y de santidad de la Mamá Celestial, y junto con Ella pide que venga el Reino de la Divina   Voluntad a la tierra.

 

Trinidad Santísima, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo siento su amor desbordante en mí; veo con suma alegría que ya se están despojando de su manto de justicia, y que están preparando una nueva fiesta, quizá mayor que aquella realizada en la creación del hombre; salen de su interior mares de potencia, de sabiduría, de amor, de belleza indescriptible. Ustedes, concentrando en un solo punto todos estos océanos, llaman a la vida, en virtud de su palabra omnipotente, a la pequeña Reina, y la crean tan pura, sin mancha y tan rica en belleza, que cautiva a la misma Divinidad.

A la Concepción de esta Inmaculada Soberana, las fiestas empiezan entre el Cielo y la tierra, la Creación toda se alegra y festeja a su     Reina. También yo doblo mis rodillas delante de Aquella que es el objeto de las complacencias del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, e invito al cielo, al sol, al viento, a la Creación toda, a los ángeles, a cada ser humano, a alabar conmigo a la pequeña Reina apenas concebida, y a reconocerla por Señora y por Madre, como la más privilegiada entre todas las criaturas.

Mamá mía, mira, cada uno dirige a Ti su corazón, sus miradas; nuestra suerte está en tus manos, por eso, en este primer acto de tu Concepción, unimos juntos nuestras peticiones al Padre Celestial y gritamos: «¡Venga el Reino de la Divina Voluntad a la tierra!»

Mamá Santa, preséntanos Tú ante Dios, y Él se sentirá vencido al ver que todas las criaturas en unidad Contigo dicen: «¡Venga el Reino del Fiat Divino!»

Sí, oh Divinas Personas, Ustedes no hacen otra cosa que derramar continuamente amor sobre la recién concebida Reina, no paran de concederle nuevas gracias para hacer sus mares de amor siempre más extensos e interminables. En esta Celestial Criatura, Ustedes ven a Aquella que todo les debe dar, que de todo les debe resarcir, a Aquella que les debe restituir completa la gloria de la Creación; por eso, pronto le manifiestan la historia del hombre caído, el dolor que les causó esto, la Voluntad adorable rechazada por las criaturas.

Mientras Ustedes todo le confían, Ella, generosamente, les da el  don de su propio querer y les jura no querer conocerlo jamás. Arrojándose después en su Fiat, Ella lo escoge como vida propia, le da el dominio sobre  Sí misma, y de este modo forma en su alma el Reino del Divino Querer. Y se escucha el murmullo continuo de su estribillo: «¡Venga el Reino de la Redención, venga el Verbo a la tierra, venga la paz entre el Creador y la criatura! ¡Eterno Padre, no me bajaré de tu regazo si no me concedes lo que te pido!»

También yo, oh Padre Celestial, repito junto con mi pequeña Madre    Reina mi acostumbrado estribillo: «¡Venga el Reino de la Divina Voluntad!» Antes que separarme de tus rodillas paternas, te estrecho aún más entre mis brazos hasta que Tú me asegures que la Divina Voluntad no sólo será conocida y amada por los hombres sino que reinará en ellos con completo triunfo.

 

 

Octava Hora

 

El alma continúa con la Mamá Reina pidiendo al Padre Celestial

que haga conocer a todos la Divina Voluntad, y que venga su Reino.

 

Jesús, dulcísima vida mía, pon mi pequeña alma, en unión con mi Mamá Reina, sobre las rodillas de nuestro Padre Celestial, y allí rogaré, lloraré, suspiraré para que venga el Reino de tu Fiat Divino.

Con mis sonrisas de amor, con mis besos afectuosos, con la misma fuerza encantadora de tu Querer, suplicaré al Eterno Padre para que me conceda su Reino sobre la tierra. Y Tú, Mamá Santa, da la mano a tu pequeña hija y hazla navegar en el mar de tu amor, a fin de que con tu mismo amor yo pueda con mayor eficacia pedir que venga el Reino del Fiat Divino.

Hago mía tu adoración a mi Creador, hago mía tus plegarias, tus súplicas y tus suspiros para pedir por medio de ellos el Reino del Fiat Divino.

Reina Madre, ayúdame Tú misma a poner en el mar de tus penas, de tus intensos dolores mis pequeñas contrariedades, mis sufrimientos, mis privaciones, mis sacrificios, para poder incesantemente pedir con eficacia que venga pronto el Reino del Querer Divino, y que la Divina Voluntad descienda en medio de las criaturas, y triunfante reine y domine.

Mamá mía, así como Tú atrajiste al Verbo del Cielo para hacerlo bajar a la tierra en tu seno materno, así haz mover al Fiat Supremo de su sede celestial para que venga a reinar en todos los corazones.

 

Novena Hora

 

El alma sigue a la Divina Voluntad en la Concepción del Verbo;

hace compañía al pequeño prisionero Jesús en el seno de su

Mamá; lo acompaña y lo recibe en su nacimiento.

 

Soberana Mamá mía, no quiero obrar sin Ti; a tus actos uno los míos para formar con todos uno solo, y así pedir junto Contigo la venida del Reino del Divino Querer.

Mientras considero la Concepción del Verbo, oculto en tu seno materno mi continuo «te amo» y todas mis penas para dar un ardiente homenaje al Hijo de Dios. Y por aquel inmenso amor que lo hizo descender del Cielo a la pequeña prisión de tu seno, le ofrezco todos tus actos unidos a los míos, y le pido nos conceda pronto el Reino de su Divina Voluntad.

Mamá mía, quiero encerrarme en Ti para poder permanecer con mi pequeño Jesús y hacerle compañía en la soledad que sufre. Quiero contemplar todas sus penas y sellarlas con mi «te amo, te bendigo y te agradezco».

Veo que mi niñito Jesús comienza a sufrir tantas agonías y tantas muertes por cuantos son los rechazos que el hombre opone a la Voluntad Divina, y veo que Tú, Madre dulcísima, quieres hacer tuyas esas muertes para satisfacer a la Suprema Voluntad.

Oh Jesús, me siento despedazar el corazón viéndote agonizar siendo Tú tan pequeño; por eso, mi tierno niñito, quiero dar tantas veces vida al Fiat Divino en mi alma por cuantas veces las criaturas lo han rechazado; y tantas otras veces quiero hacer morir mi querer por cuantas veces dieron vida a su propia voluntad.

Sí, yo quiero hacer correr el flujo de tu Voluntad Divina en tu pequeña Humanidad, a fin de que la agonía y la pena mortal que Tú sufres sea menos desgarradora.

¡Oh, mi dulce Amor, cuántas penas sufres en el seno de la Mamá Virgen! Ahí Tú quedas inmóvil, no te es dado mover ni un dedo, ni un piecito, no tienes siquiera espacio para poder abrir tus bellos ojos, ni el más tenue rayo de luz llega hasta Ti, en esa estrecha prisión no hay sino oscuridad profunda.

Por eso, amado niño Jesús, quiero llevar la vida de tu Voluntad a la estrecha cárcel de tu primera morada sobre la tierra, para aclarar las tinieblas en las cuales te encuentras; quiero imprimir mi beso, mi «te amo» sobre tus tiernos miembros forzados a la inmovilidad para pedirte por los méritos de tus sufrimientos que tu Querer Divino tenga movimiento en las criaturas y que mediante su luz ponga en fuga la noche del querer humano y forme el día perenne de tu Fiat Supremo.

Amable niño mío, si no te dejas vencer por mí ahora que eres pequeño, dime al menos, ¿cuándo podré conquistar el Reino de tu Voluntad Divina? ¿No sabes, amado mío, que mi alma quiere vencerte mediante tu mismo amor y con la potencia y firmeza de tu Fiat? Para lograr este propósito, llamo en mi ayuda a todos los actos de tu Voluntad Divina, llamo al cielo con el ejército de sus estrellas alrededor de Ti, llamo al sol con la fuerza de su luz y de su calor, al viento con la impetuosidad de su imperio, al mar con sus olas fragorosas, llamo a toda la Creación y animo cada cosa con mi voz, y en nombre de todos te pido el Reino de tu Fiat Divino.

Mi tierno niño, yo deseo que Tú, en cuanto abras tus ojos a la luz, te veas circundado por la multitud de tus obras y que cada una de ellas te diga junto conmigo: «¡Te amo, te amo, te amo! ¡Te bendigo, te agradezco, te adoro!» Y con todas ellas quisiera imprimir mi primer beso sobre tus labios infantiles.

Apenas naces te refugias tembloroso entre los brazos de la Mamá Celestial, y Ella te estrecha a su corazón, te besa, te calienta, te nutre con su leche y silencia con cariño tu llanto. También yo, niñito Jesús, quiero estar en los brazos de tu Mamá, y en su mismo beso quiero darte el mío, y quiero hacer correr mi «te amo» en su leche maternal para poder nutrirte con mi amor; en fin,  todo lo que Ella te hizo quiero hacértelo también yo.

Mi amado niño, mira, no estoy solo, conmigo tengo todo: Tengo el sol para calentarte, y todas tus obras para enjugar tus lágrimas.

Tú gimes y sollozas porque no te ves amado, pero yo, con mi «te amo», quiero cantarte una canción de cuna que te concilie el sueño, así me será más fácil obtener de Ti, cuando despiertes, el Reino de tu Fiat Divino.

 

 

Décima Hora

 

El alma acompaña al niño Jesús, que está en brazos de su Mamá

Celestial, en el dolor de la circuncisión, y encierra todas

las voluntades humanas en aquella dolorosa herida.

 

Mi tierno niñito, mi «te amo, te bendigo, te agradezco» te sigue por todas partes para pedirte tu Fiat. En cada uno de tus latidos y respiros, en tu lengua, en la pupila de tus ojos, en cada gota de tu sangre, en tu pequeña Humanidad, en cada uno de tus santos pensamientos yo quiero imprimir mi «te amo» con un beso.

Deseando que Tú encuentres mi «te amo» en el abrazo que te dan tu Madre Celestial y San José, yo lo pongo entre sus brazos. Quiero que lo sientas hasta en el aliento cálido de las bestias que están a tus pies en muda adoración.

Mi gracioso niñito, para implorar tu Fiat Divino yo sumerjo mi «te amo» en el dolor que sufres por el cruel corte de la circuncisión, en cada gota de la primera sangre que derramas, lo pongo en las lágrimas que te arranca la violencia del dolor, y en aquellas que vierten la Soberana Reina y San José al verte sufrir. Aquella sangre, aquel dolor, aquellas lágrimas imploran con gran voz el triunfo de tu Reino.

Mi querido niño Jesús, te estrecho a mi corazón para mitigar el sufrimiento que te causa la dolorosa herida y te suplico que encierres en ella a todas las voluntades humanas con el fin de obtener en cambio la Vida de tu Divino Querer.

 

 

Décima Primera Hora

 

El alma acompaña al niño Jesús que huye a Egipto; invita a toda la

Creación a mimarlo, y con todos pide el Reino de la Divina Voluntad.

 

Mi amable niño, mientras aún te sangra la herida de la circuncisión, otro dolor te llega de improviso: Un hombre impío y tirano quiere tu muerte, y en consecuencia, Tú te ves forzado a huir a Egipto para ponerte a salvo.

¿Este episodio no es símbolo de la perfidia de la voluntad humana que persigue a la Voluntad Divina porque no quiere que reine?

Mi gracioso niño, yo quiero hacer circular mi «te amo», mis besos afectuosos y mi querer en ese intenso dolor para reconciliar la Voluntad Divina con la humana, y hacer de ambas una sola cosa.

Con el fin de pedirte tu Fiat, yo sigo incesantemente a tu Mamá que te lleva entre sus brazos. Mientras Ella camina quiero hacerte oír el dulce murmullo de mi «te amo, te adoro, te bendigo, te agradezco», lo imprimo paso a paso en cada átomo de la tierra, en cada hilo de hierba que pisan sus santos pies. Así como Tú huyes para darme la vida, así también yo quiero ofrecer mi existencia para defender la tuya y para pedir el triunfo de tu Voluntad. Amor mío, yo me siento desgarrar el corazón al verte llorar y al oírte sollozar amargamente por ser buscado para darte muerte. Para calmar tu llanto, con mi amor quiero recorrer todo el universo, y para alegrarte quiero hacerte oír mi «te amo» y mi estribillo: «¡Dame tu Fiat!»; imploro desde la profundidad de los mares, desde cada gota de agua, desde los peces que en ellas se agitan; quiero andar sobre los montes más altos y sobre los valles más extensos para animar plantas, flores, árboles, y con todos repetir: «te amo, te amo». Sobre las alas del viento quiero hacerte llegar con voz fortísima el eco de mi amor, y a través de sus ráfagas veloces quiero hacerte llegar mis besos y darte mis caricias amorosas.

Querido niño mío, mientras Tú huyes yo envío mi invitación a todas las cosas creadas a fin de que alegren a su Creador: Llamo a la luz del sol para que iluminando tu bello rostro te diga “te amo”; llamo a todas las aves del aire a fin de que con sus cantos y trinos te formen arrullos de amor; en una palabra, me uno a todos los elementos, al cielo y a las estrellas, a los montes y a los mares, a las plantas y a los animales para gritarte junto con ellos, a una sola voz: «¡Nosotros te amamos, te amamos mucho, y por eso queremos sobre la tierra el advenimiento de tu Voluntad reinante y dominante!»

Este grito unánime resuena en el alma de la Mamá Reina, por lo cual también Ella te dice: «¡Hijo mío, mira, mi amor armoniza con el de todas las criaturas, tanto así que se unen en una sola voz; y Yo, en esta unidad de amor que penetra profundamente en tu corazón, te pido que tu Voluntad venga a reinar sobre la tierra!»

 

Décima Segunda Hora

 

El alma con Jesús en Egipto. Ella le ofrece el corazón por

alojamiento, y le pide junto con la Reina del Cielo el Reino de la Divina Voluntad.

 

Mi querido niñito Jesús, he aquí que ya has llegado a Egipto; acompañado por el dolor y por las lágrimas, por el olvido y por el abandono de todos, te ves obligado a entrar en una pequeña choza, expuesto a los vientos y a la lluvia porque nadie en el mundo te ofrece una morada decente. ¡Oh, cómo sufres, mi niño, al ver que tu pequeña Humanidad padece la misma suerte de tu adorable Voluntad, a la cual ninguno espontáneamente le ofrece por habitación su propia alma para hacerla reinar! También Ella recorre largos siglos, pide alojo y no lo obtiene.

Amor mío, veo que mientras Tú lloras por el dolor que te causa tanta crueldad, nuestra Mamá oculta sus propias lágrimas para calmar tu llanto, y ofrece su bella alma como morada perenne a tu Divina Voluntad. También yo quiero unirme a Ella para secar tu rostro, e imprimo mi «te amo» en cada una de tus lágrimas, y en tus labios temblorosos te doy mi beso amoroso y, pidiéndote tu Fiat, ofrezco mi corazón a tu Voluntad Divina como perpetua morada.

Mi amado niño, centro de mi vida, mientras Tú habitas en esta choza yo quiero seguir todos tus actos y los de la Soberana Celestial, sí, cuando Ella te arrulle quiero arrullarte también yo para que concilies el sueño con el estribillo de mi «te amo, te amo».

Mientras Ella te teje tu vestidito para cubrirte, quiero esconder en el hilo que corre entre sus dedos maternos mi «te amo, te bendigo, te agradezco, te adoro”, a fin de que, apenas nuestra Mamá te haya vestido, Tú puedas sentir que tu vestido está entretejido con mi amor y con mi deseo ardiente de tener tu Fiat.

Corazón de mi corazón, cuando des tus primeros pasos quiero imprimir mi «te amo» sobre la tierra que tus piecitos pisarán, y también quiero cuidarte con mis brazos, de manera que si llegas a vacilar, yo, prontamente, te abrace y te estreche a mi corazón.

Veo, mi celestial niño, que apenas empiezas a caminar solo, aunque eres tan pequeño, te apartas de tu Mamá y pones tus pequeñas rodillitas sobre la tierra desnuda, y con los bracitos abiertos ruegas y lloras por la salvación de todos, pidiendo con suspiros ardientes el Reino de tu Divina Voluntad. ¡Oh, cómo late fuerte tu corazoncito, parece como si quisiera romperse por la vehemencia del amor y del dolor!

Pequeño Jesús mío, deja que yo ponga mi «te amo» debajo de tus tiernas rodillas para que la tierra sea menos dura bajo tus infantiles miembros, deja que yo imprima mi «te amo» sobre tus manitas abiertas, y deja que sostenga tus pequeños brazos con los míos para que Tú no sufras tanto. Y mientras yo te sostengo, Tú, Amado mío, tómame entre tus amables brazos, ofréceme al Padre Celestial cual pequeño hijo de tu Voluntad, y concédeme la gracia que tu Querer Divino reine en mí y en todas las criaturas.

 

Décima Tercera Hora

 

El alma asiste a la primera salida del amado niño Jesús en medio

 de los niños de Egipto, ve que los bendice y pide que también selle con su bendición a todas las voluntades humanas.

 

Mi celestial niño, tu amor te impulsa a salir de la pequeña choza. Los niños de Egipto, atraídos por tu belleza, se paran alrededor de Ti, y les hablas con tal dulzura que los dejas maravillados. Después de haberlos bendecido regresas de prisa con tu Mamá, pues su amor te atrae irresistiblemente y te recuestas en sus brazos. Amor mío, te sigo en todo, hago resonar mi «te amo, te adoro, te bendigo, te agradezco» debajo de tus tiernos pasos, en el movimiento de tus manitas, en tus palabras amables y llenas de vida, en tu mirada fascinante, para pedirte sin cesar el Reino de tu Fiat Supremo. Mientras bendices a los niños, bendice también mi alma e infúndele la Vida de tu Voluntad.

Te sigo, niñito divino, mientras paseas por el campos y te deleitas en coger flores. Cada vez que extiendes la mano sobre una flor quiero repetirte mi estribillo: «Te amo, te amo». Mientras tanto, te ruego que ofrezcas a tu Padre Celestial la flor de mi pequeña alma para que no conozca, ni ame, ni quiera nada más que tu santo y eterno Fiat.

 

Décima Cuarta Hora

 

El alma sigue a Jesús que del exilio regresa a Nazaret, y con la lluvia de sus “te amo” le pide con mil voces que venga su Reino Divino.

 

Vida mía, niño Jesús, veo que terminado el exilio regresas a Nazaret; quiero seguirte paso a paso, es más, quiero acompañarte bajo una lluvia de «te amo, te adoro, te bendigo», y llamo entonces en mi ayuda a la luz del sol para que irradie sus rayos llenos de «te amo»; invito a las estrellas para que hagan llegar destellos de «te amo»; ordeno a la impetuosidad del viento que gime y zumba que esparza ráfagas de «te amo, te amo»; llamo a todos los pájaros del aire para que te acompañen con sus gorjeos, cantos y trinos repitiendo «te amo, te amo», a los corderos para que balen «te amo», al mar para que saliendo más allá de las playas con sus olas te acaricie con las voces de sus «te amo».

Veo que ya estás llegando a Nazaret y te encierras en tu casita. Permite que también yo penetre junto Contigo en ese sagrado recinto, y ahí continúe ofreciéndote el cántico de mis «te amo» hasta vencerte con puro amor, para obtener lo que Tú mismo quieres, y lo que la Reina Mamá ansía, es decir, que tu Voluntad sea conocida por todos y que reine en medio de las criaturas.

Jesús, vida mía, yo me quedo Contigo para sellar con mi «te amo, te adoro, te bendigo, te agradezco» cada una de tus acciones y para pedir incesantemente el Reino de tu Querer.

En el alimento que tomas imprimo mi «te amo» para pedirte el alimento de tu Voluntad para todas las criaturas; en el agua que bebes meto mi «te amo» para pedirte que el agua pura de tu Querer circule en nuestras venas y forme su vida en nuestro interior.

Mi «te amo» te sigue por todas partes: Cuando tomas entre tus manos clavos y martillo para tus trabajos, te ruego que claves todas las voluntades humanas para dar de nuevo libertad de vida a tu Querer Divino; cuando te retiras a tu cuarto para orar y dormir, me acuesto junto a Ti y te susurro incesantemente al oído: «Te amo, te adoro», y te pido con tus mismas oraciones el Reino de tu Fiat, y con tu mismo sueño te suplico que adormezcas la voluntad humana a fin de que ya no tenga más vida.

Mi divino Jesús, yo me sentiría muy infeliz si no te pudiera seguir en todo y si no te pudiera hacer oír siempre mi estribillo: «Te amo, te adoro, te bendigo, te agradezco». Por eso te sigo hasta el templo cuando a la edad de doce años te extraviaste de tu Mamá, y le ocasionaste el gran dolor de tu pérdida. Yo hago circular mi «te amo» en la consternación de tu Mamá por  tu angustiosa ausencia, para pedirte que se extravíe para siempre la voluntad humana y así las criaturas se decidan a vivir constantemente de Voluntad Divina.

Finalmente coloco mi «te amo» en la alegría que ustedes sintieron al encontrarse de nuevo, y te suplico, oh mi Jesús, que las criaturas te den las  alegrías puras y los gozos inefables que brotan del Reino de tu Fiat Divino.

 

 

Décima Quinta Hora

 

El alma sigue a Jesús al desierto y, deteniéndose en el Jordán,

le pide el bautismo saludable de su Divina Voluntad

a fin de que todos reciban su Vida.

 

Mi celestial y sumo Bien, te sigo por todas partes. Veo que estás por partir hacia el desierto y, debiendo separarte de tu Mamá, le dices: «Adiós, Madre, Yo me ausento, pero te dejo mi Fiat Divino por ayuda, por consuelo, por vida. Él será medio de comunicación entre Tú y Yo; mi Querer te hará partícipe de cada uno de mis actos, y en tal modo, que estando tan distantes, permaneceremos unidos y nos sentiremos como una sola persona».

Vida mía, Jesús, tómame de la mano y llévame Contigo, a fin de que nada se me escape de todo lo que Tú haces, pues quiero sellar todo con la marca de mi amor.

Con el propósito de pedirte el Reino de tu Voluntad Divina sobre la tierra, te sigo paso a paso con mi «te amo, te adoro, te bendigo, te agradezco» mientras caminas. En cada uno de tus respiros quiero hacerte aspirar el aliento de mis «te amo», quiero encerrar en ellos cada una de tus palabras y ofrecerlos a cada una de tus miradas. Mientras llegas al río Jordán sumerjo en aquellas aguas mi «te amo», para que apenas Juan Bautista la vierta sobre tu cabeza para bautizarte, Tú sientas la caricia de mi amor, que implora para todas las criaturas el agua bautismal de tu Voluntad Divina y el advenimiento de su Reino.

Amado mío, en este acto solemne de tu bautismo yo te pido una gracia, que Tú seguramente no me negarás: Que purifiques con tus manos mi pequeña alma mediante el agua vivificante y creadora de tu Divina Voluntad, a fin de que yo nada escuche, nada vea ni nada conozca que no sea la Vida de tu Fiat. ¡Oh, sí, te ruego, haz que mi existencia no sea otra cosa que un acto ininterrumpido de tu Voluntad!

Jesús, dulce Amor mío, permite que yo te siga en el desierto, y mi «te amo» no te dejará jamás solo, pues yo permaneceré cerca de ti noche y día, y cuando te vea angustiado, afligido y anhelante de amor, lloraré por el aislamiento que sufre tu Divina Voluntad y te consolaré con el grito de mi «te amo».

Tú sientes al vivo el dolor, no sólo porque tu Voluntad no reina entre las criaturas, sino porque es puesta por ellas como a un lado. Por esto tu Humanidad santísima llora e implora, a nombre de todas las generaciones, que ambas voluntades, la humana y la Divina, vivan en paz y en unidad. Oh Jesús, hago mías tus lágrimas, tus oraciones, los espasmos de tu ardiente corazón, y entretejiéndolos con mi «te amo», formo tan dulces cadenas de amor que impetren con fuerza el Reino de tu Divina Voluntad sobre la tierra. Escucha, Vida mía, son tus mismos latidos, tus suspiros, tus lágrimas, tus plegarias y tus penas que quieren e imploran el Reino de tu Fiat, por lo cual, sino quieres escucharme a mí, escúchate al menos a Ti mismo, y mientras sales del desierto asegúrame que pronto vendrá a la tierra el Reino de tu Querer.

Jesús mío, corazón de mi corazón, veo que sales del desierto y con premura llegas a tu casa en Nazaret, donde el amor de la Mamá Celestial incesantemente te llama y espera ¡Qué escena tan conmovedora veo! La Madre y el Hijo, atraídos por una mutua y extrema necesidad de volverse a ver, se abrazan mutuamente ¡Oh, Jesús, también yo quiero participar con la pequeña llama de mi «te amo» en esos castos abrazos, en esos incendios de amor para suplicarte el Reino del Supremo Querer! Mamá Santa, ruega Tú también conmigo que la Divina Voluntad sea conocida y reine en la tierra como reina en el Cielo.

 

Décima Sexta Hora

 

El alma sigue a Jesús en las bodas de Caná, y le pide que cambie

la voluntad humana por la Divina. Lo va siguiendo en su vida pública.

 

Jesús, Amor mío y vida mía, veo que antes de comenzar tu vida pública el amor de tu corazón ardiente te conduce junto con tu Mamá hasta la aldea de Caná para asistir a una boda, y yo te voy siguiendo con mi «te amo». Siento que tu corazón late de ternura y de dolor, porque recuerdas que bendijiste otras nupcias en el Edén, las de Adán y Eva inocentes. Más aún, fueron dobles: Nupcias entre tu Divina Voluntad y la voluntad humana, y nupcias entre el hombre y la mujer, a los cuales dabas por dote toda la Creación, y por encima de todo el gran don de tu Divina Voluntad palpitante en sus corazones y en cada cosa creada.

Oh, mi Jesús, me hago cerca de Ti para revestir tu mirada dulce, tu voz melodiosa, tus modos fascinantes con mi «te amo, te adoro, te bendigo, te agradezco».

Por aquel amor que te impulsó a ceder a las súplicas de la soberana Reina de transformar el agua en vino, te ruego que realices el gran milagro de cambiar la voluntad humana por la Voluntad Divina para que pueda reinar en la tierra como lo hace en el Cielo.

Mamá Santa, Tú que mostraste tanta solicitud al ir en ayuda de aquellos esposos, ah, ten igual premura en disponer las cosas para que reine sobre la tierra al santo Querer de Dios.

Jesús, dulce Bien mío, conténtame, que yo te sigo sin descanso mientras  revisto todos tus actos con mi «te amo» y mientras te susurro incesantemente al oído: «Dame el Fiat que palpita en tu corazón, dame el Querer que habla en tus palabras, que obra en tus manos, que camina en tus pasos”. ¡Ah, escucha mis suspiros, escucha en mi voz tu misma voz! ¡Haz que todos vivamos de tu Fiat Supremo!

Jesús mío, Vida mía, veo que estás por separarte de tu Mamá, sin embargo tus voluntades no se separarán. Tú partes con dirección a Jerusalén para dar inicio a tu vida pública y anunciar en el Templo tu divina palabra, y para decir abiertamente que Tú eres el esperado de las gentes, el Mesías suspirado.

¡Cuántas estrecheces sufre tu corazón, cuántos dolores! Quienes te escuchan, en vez de arrojarse a tus pies para recibirte como su celestial Salvador, te miran con ojos llenos de ira, y blasfemando se alejan mientras Tú quedas solo, obligado por la ingratitud de aquella gente a mendigar el pan y a retirarte fuera de la ciudad. Quedas solo, solo, teniendo por lecho la tierra, por techo el cielo estrellado, mientras pasas las noches en lágrimas y en oración, suplicando por aquellos mismos que no quieren reconocerte.

Jesús, Amor mío, ven a mis brazos para que tengas un poco de alivio, pues yo quiero llorar y orar Contigo, quiero ofrecerte la compañía de mis «te amo, te adoro, te bendigo, te agradezco» por las penas que sufres, por las lágrimas que derramas, por las palabras que pronuncias y que permanecen sin ser escuchadas; quiero colocar mi «te amo» adelante, atrás y debajo de tus pasos para que tus pies no sientan la dureza de la tierra ingrata sino la ternura de mi amor ¡Mira, oh Jesús, cuánto sufres! ¡Haz que tu Divina Voluntad reine entre nosotros y tus penas cesarán inmediatamente!

Décima Séptima Hora

 

El alma sigue a Jesús en sus milagros, y le pide que realice el más grande de todos: Hacer resurgir las almas en la Divina Voluntad.

 

Jesús, vida de mi pobre corazón, tu amor no se detiene, y por eso regresas al Templo para dar a la gente tu divina palabra. Y si bien los grandes y doctos no quieren reconocerte, veo que una multitud de pobres, de ignorantes y de enfermos se reúne en torno a Ti atraídos por tus modos afectuosos y dulces, y por tu voz encantadora. Mientras Tú hablas, ellos sienten su corazón herido, tocado por tus palabras. Una vena de felicidad se abre entonces en tu alma porque sientes que al menos puedes consolar, instruir y sanar a aquellos que son considerados como el desecho de la sociedad; y así llegas a ser el amigo, el maestro, el médico piadoso de los pobres. Para todos tienes palabras de consuelo, y no rehúsas tocar sus miembros enfermos para curarlos. Es siempre un espectáculo conmovedor el verte rodeado de ciegos, mudos, sordos, cojos, paralíticos, leprosos. Todas estas miserias humanas traspasan tu corazón divino, y lo hacen temblar ¡Oh, cómo se desgarra tu corazón al ver transformada en miseria aquella misma naturaleza humana que salió tan bella y tan perfecta de tus manos creadoras! Es la voluntad humana degradada la que produciendo sus pésimos efectos vuelve tan infeliz a la humanidad ¡Ah, Amor mío, haz que tu Fiat vuelva a reinar en medio de nosotros, y ponga en fuga la infelicidad que ha producido el querer humano!

Yo hago circular mi «te amo» en el acto mediante el cual das la vista a los ciegos, a fin de que todos los hombres adquieran el conocimiento de tu Divina Voluntad ¡Oh, cuántos ciegos hay que no logran descubrir tu Querer Divino! ¡Oh Jesús, con el corazón en la mano te ruego que nos concedas a todos la gracia de conocer y amar  tu Santísima Voluntad!

Veo, Amor mío, que con el imperio de tu voz das la audición a los sordos. Mi «te amo» lo uno a tu mandato divino, y te pido que restituyas la audición a tantos que están sordos a tu Divina Voluntad. Tú, además,    desatas la lengua a los mudos, y yo, postrado a tus pies, te suplico que liberes las lenguas que no saben pronunciar tu Fiat Divino, a fin de que todos los hombres, indistintamente, hablen el lenguaje de tu adorable Voluntad.

Mi Jesús, tu paterno corazón siente fuertes dolores a causa de las miserias humanas, por lo cual quieres a través de tus milagros llamar la Divina Voluntad a reinar en medio de las criaturas: Sanas a los cojos, limpias a los leprosos, levantas a los paralíticos; y yo, mi celestial Salvador, acompañándote siempre con mi «te amo, te adoro, te bendigo, te agradezco», de corazón te ruego que endereces a quien camina cojeando en tu Querer, te ruego que purifiques las humanas generaciones de la lepra de la voluntad humana que las vuelve deformes de alma y de cuerpo, te ruego que sanes a todos aquellos que están paralizados por su libre arbitrio.

Amor mío, la voluntad humana es la causa de todos los males, por eso te ruego que realices el milagro de los milagros: ¡Que tu Voluntad reine en la tierra como reina en el Cielo, para que toda miseria moral y física cese!

Amado Bien mío, durante tu vida pública proclamaste incesantemente tu divina palabra, consolando a los afligidos. Veo que encuentras a una madre que llora mientras acompaña a la sepultura a su hijo, y no resistiendo ver esas lágrimas de madre, te acercas al ataúd y resucitas al joven. Amor mío, mi «te amo» te acompaña en el momento en que das de nuevo la vida a quien la ha perdido, y te ruega que des también la vida a tantas almas muertas a tu Querer Divino, para secar las lágrimas de la Divina Voluntad que, más que madre, después de tantos siglos aún llora al ver a gran parte de sus hijos muertos espiritualmente.

 

Décima Octava Hora

 

El alma sigue a Jesús en varios episodios de su vida pública.

 

Jesús, dulce vida mía, tu amor te lleva a todas partes. Veo que te dispones a resucitar a una niña, y tomándola de la mano la llamas a la vida, y mientras la levantas dices: «La niña no está muerta sino dormida». ¡Cuántos son, Amor mío, los que duermen el sueño de la voluntad humana! Yo quiero imprimir mi «te amo» en el acto en que resucitas a la jovencita, para pedirte que extiendas tu mano derecha sobre todos los hombres y los llames a la vida de tu soberano Querer. Con un solo toque de tu mano creadora, con un acto de tu potencia, Tú liberas las almas del letargo en el cual yacen, y te formas el primer triunfo del Reino del Fiat Divino en las generaciones humanas.

Mi compasivo Jesús, otra escena conmovedora veo: Marta y María llorando vienen a tu encuentro para decirte que su hermano está muerto, y Tú te enterneces de tal manera que lloras con ellas y les pides que te lleven al sepulcro de Lázaro. Al llegar, ordenas que se abra la tumba. Te estremeces, tiemblas, lloras y con voz imperante y entrecortada por la fuerza del dolor dices: «¡Lázaro, sal fuera!» Y de esta manera lo resucitas. Amor mío, ¿por qué llorabas y sufrías tan agudo dolor? Porque Lázaro muerto representaba a toda la humanidad enraizada en el mal y vuelta un cadáver putrefacto a causa de la voluntad humana.

Ah, sí, vida de mi corazón, déjame llorar Contigo. Revisto cada una de tus palabras con mi “te amo, te adoro”, para propiciar que repitas a cada alma lo que dijiste a Lázaro: “¡Sal fuera del sepulcro de tu voluntad humana y entra de nuevo en la vida de mi Voluntad Divina!”.

Amable Jesús mío, yo no te abandono ni un instante, te sigo junto a los apóstoles. Veo que mientras duermes en una barca una tempestad se desencadena y pone en aprietos a los apóstoles, quienes, despertándote, gritan: «Maestro, sálvanos que estamos por morir».

Jesús mío, este temporal reproduce claramente la horrible tempestad que provoca la voluntad humana. También ella, elevando sus olas impetuosas en el mar de la vida, amenaza con hundirnos; por eso yo uno mi «te amo» a la súplica de los apóstoles, y te digo: «Maestro, sálvanos, de otro modo estamos perdidos».

Con aquel mismo imperio con el cual te impusiste un día a la tormenta para calmarla, ordena hoy a la tempestad de la voluntad humana tranquilizarse, y haz que reposemos en los brazos seguros de tu Fiat Supremo.

Amado Bien mío, veo que diriges nuevamente tus pasos hacia Jerusalén, y yo te acompaño con mi “te amo, te adoro, te bendigo, te agradezco». Pero, ¿cuán grande dolor sufre tu corazón divino cuando descubre que el Templo, casa de tu Padre, es profanado como si fuera un lugar de mercado? Ante tal irreverencia te encolerizas, tomas una cuerda y con autoridad divina golpeas a diestra y siniestra, derribándolo todo y arrojando fuera a los profanadores. Ante un acto tan audaz e imperante ninguno se opone y todos huyen.

Jesús mío, cubro aquellas cuerdas con mi «te amo», y te ruego que las empuñes de nuevo para que bajes del trono a la voluntad humana que osó profanar el templo vivo de nuestras almas ¡Ah, golpéala de tal manera que no tenga más la osadía de dominar nuestras almas, sino que ceda totalmente el puesto a tu Divina Voluntad!

 

Décima Novena Hora

 

El alma sigue a Jesús en su entrada triunfante a Jerusalén, y le pide la

victoria de la Voluntad Divina sobre la humana. Lo sigue

después en la institución de los Sacramentos.

 

Amado Jesús, con mi «te amo» te sigo en tu entrada triunfante a Jerusalén, y lo voy imprimiendo por doquier: sobre las ramas de palma, sobre los mantos que arrojan a tus pies, sobre los gritos de “hosanna” con que te aclama las multitudes.

Mi Rey Divino, tu aspecto de conquistador victorioso parece quererme dar la alegre noticia que pronto llegará el Reino de tu Fiat Divino a la tierra. Ahora más que nunca yo no te dejaré, no me cansaré de seguirte con mis «te amo» hasta que Tú mismo me prometas su feliz advenimiento.

Escucho el susurro de tu voz en mi oído que me dice: «Oh, alma, sígueme, mi amor siente la necesidad de tu compañía. Mis enemigos, envidiosos por los gritos de “hosanna” de las multitudes, buscan quitarme la vida y, por tal motivo, antes de morir quiero instituir el Sacramento de la          Eucaristía, para dejar un último recuerdo del intenso amor que nutro por mis hijos, haciendo vida perenne en medio de ellos. Aprovecha este don de mi amor infinito para pedirme sin interrupción mi Fiat Divino».

Amor mío, pongo mi «te amo» en los Sacramentos que instituyes: Lo grabo en cada Bautismo que se administra, para pedirte que le concedas el Fiat Divino a cada bautizado; en el Sacramento de la Confirmación, para implorar la victoria de tu Divina Voluntad en cada confirmado; mi «te amo» lo sello también en el Sacramento de la Unción de los Enfermos, para obtener de Ti que cada moribundo cumpla el último acto de su vida en tu Divina Voluntad; lo imprimo en el Sacramento del Orden Sacerdotal, para pedirte que los sacerdotes conformen sus vidas a tu Querer, y que posean y extiendan tu santo Reino; mi «te amo» lo fijo en el Sacramento del Matrimonio, para pedirte familias formadas en la escuela del Fiat Divino; mi «te amo» lo imprimo en el Sacramento de la Reconciliación, para rogarte que des en cada confesión muerte al pecado y vida a tu Divina Voluntad. Salvador mío, yo quiero que mi «te amo» no te abandone jamás, que esté eternamente Contigo, es más, lo dejo junto con mi «te adoro, te bendigo, te agradezco» en cada hostia Sacramental, en cada lágrima secreta que allí derramas, en cada partícula consagrada, en cada ofensa que allí recibes y en cada una de las reparaciones que haces, para pedir Contigo que el Reino de la Divina Voluntad domine en la tierra como domina en el Cielo.

Oh Arquero celestial, hiere desde cada tabernáculo las voluntades humanas, extiende sobre ellas tus cadenas de amor, usa todas tus estrategias amorosas para vencerlas, y danos como vida y alimento tu Voluntad, con el fin de que sea una con la nuestra.

 

 

Vigésima Hora

 

El alma sigue a Jesús en el huerto, y en las penas de su Pasión.

 

Mi afligido Jesús, te has quedado en el Sacramento de la Eucaristía para poder vivir en cada corazón y ponerte a disposición de tus amadas criaturas, y decirles: «Hijos míos, no los he abandonado, sino que permanezco con ustedes para formar el Reino de mi Divina Voluntad en sus vidas». Tu amor entonces se siente sosegado y puedes entrar generosamente en el mar de tu Pasión.

Veo que tus pasos se dirigen hacia el huerto de Getsemaní y, al llegar, te postras a tierra y oras. Tu respiro se hace grave, te afliges, suspiras, agonizas y sudas sangre. Todo se te hace presente: Los pecados de los hombres y las penas de tu Pasión, cada una de las cuales lleva la marca infame del arma deicida de la voluntad humana que hace guerra a un Dios.

Mi Jesús agonizante, mi pobre corazón no resiste el verte caído y bañado por tu propia sangre; en virtud de este martirio tan cruento, yo te pido que tu Divina Voluntad extienda su Reino sobre la tierra, y que con sus armas divinas dé muerte al querer humano y ocupe su puesto central en cada corazón.

Jesús mío, quiero darte consuelo haciendo circular mi «te amo, te adoro, te bendigo” en cada gota de sangre que derramas, en cada una de tus penas, aflicciones y suspiros. Con mi «te amo” quiero formarte altísimas nubes que oculten a tu vista horrorizada el espectáculo de tantos pecados. Oh Jesús, si tu Divino Querer reinara no te encontrarías en tantas penas, ni sufrirías una agonía tan desgarradora; por eso, asegúrame que el triunfo de tu Divina Voluntad no tardará mucho tiempo todavía.

Mi penante Jesús, tus enemigos llegan al huerto y, arrestándote, te atan con cuerdas y cadenas, te pisotean, te arrastran, te llevan de tribunal en tribunal. Amor mío, yo te sigo paso a paso para sellar todas tus penas con mi «te amo», y para pedirte que con las mismas sogas y cadenas con las que estás atado, ates nuestra voluntad rebelde a fin de que no se oponga más a tu Divina Voluntad sino que la deje reinar.

Jesús mío, tus enemigos no te dejan descansar, por el contrario, te colman de penas, te cubren de salivazos, te tratan como un malhechor y, después de sentenciarte a muerte, te meten en la cárcel. Oh Jesús prisionero, yo no te dejo solo un instante, mi «te amo» cubre los salivazos que te tiran, a fin de que no sientas nauseas sino sólo la dulzura de mi amor; yo quiero cubrirte con mi «te amo» para protegerte de los insultos que contra Ti profieren, y para endulzar tus penas y transformarlas en arma de defensa que ponga en fuga a tus enemigos.

Que mi «te amo» te sirva de luz en la oscura prisión en la cual te han puesto, que te haga compañía y te induzca a liberarnos de la prisión de nuestra voluntad para tornarnos hijos de tu Fiat Divino.

Atormentado Jesús mío, tus enemigos te sacan de la prisión con el cruel propósito de procurarte penas mayores y de hacerte morir. Arrastrándote te conducen a diversos tribunales, al de Pilatos y al de Herodes; éste, burlándose, llega al extremo de hacerte vestir de loco, causándote penas inauditas ¡Cuánto sufres, Amor mío! Con mi «te amo» quiero formar un manto de luz que seduzca y humille a tus enemigos, hasta persuadirlos de no atormentarte más sino de reconocerte como su Rey. Y Tú, oh Señor,  usa con nosotros tanta misericordia cuanta sea necesaria para curarnos de la locura con la que nos contagió el querer humano, locura que nos hizo perder la razón del verdadero bien, pues impide que cumplamos tu Divina Voluntad.

 

 

Vigésima Primera Hora

 

El alma continúa siguiendo a Jesús en las penas de su Pasión.

 

Oh atormentado Jesús, veo que te conducen nuevamente ante Pilatos, donde te esperan nuevas penas. En efecto, él te condena a la flagelación. Veo que te despojan de tus vestiduras y te atan a una columna para flagelarte bárbaramente. Abrazo tus pies divinos y hago resonar en cada golpe que recibes mi «te amo»; y en cada pedazo de carne que se te arranca, en cada llaga que se forma en tu cuerpo quiero sellar muchos otros «te amo» para implorar que nos despojes de la vestidura de la voluntad humana y nos cubras con la del Divino Querer.

Oh flagelado Jesús, estás irreconocible, mi corazón no soporta esa carnicería que, no obstante su crueldad, no satisface del todo a tus enemigos. Yo quiero ponerte a salvo con mis «te amo, te adoro, te bendigo, te agradezco», quiero arrebatarte de aquellas manos inicuas. Lejos de tener piedad de Ti, los infames carniceros te coronan de espinas, te cubren con una púrpura andrajosa y, tratándote como Rey de burla, te ponen una caña en la mano como cetro.

Jesús, vida mía, con mi «te amo» recubro cada espina que traspasa tu cabeza para que suavice tu atroz dolor. Y Tú, oh Señor misericordioso, quítanos la corona de burla con la cual nos coronó el querer humano, despójanos de su púrpura andrajosa y arrebátanos de la mano la caña de tantas obras vacías. Danos, en cambio, la corona de tu Querer Divino, cúbrenos con su púrpura real de verdaderos hijos, y haz que el cetro de mando de tu Fiat Supremo gobierne y domine nuestras almas.

Jesús, Rey mío, mi «te amo» penetre en el griterío de la plebe ebria de sangre, y te haga sentir con claridad mi amor en el instante mismo en que resuena en tu oído la injusta condena a muerte y el grito de: «Crucifícalo, crucifícalo». También yo hago escuchar fuerte mi grito de «te amo, Jesús mío», y lo pongo en cada voz y sobre los labios de todas las criaturas ¡Oh Jesús, que sea crucificada la humana voluntad y que reine la tuya!

Por el dolor que sufres al ser condenado a muerte, libéranos de la muerte a la que hemos condenado a tu Fiat en nuestras almas, haz que nuestra voluntad humana muera a sí misma, y haz que tu Querer Divino renazca triunfante y dominante y forme su Reino en todos nuestros actos.

 

Vigésima Segunda Hora

 

El alma sigue a Jesús hasta el Calvario y lo acompaña en sus penas,

rogándole que su Voluntad triunfe en medio a las criaturas.

 

¡Amor mío, mi corazón no puede más! En cuanto te presentan la cruz delante, la abrazas y te la pones sobre los hombros. Oh Jesús, quiero cubrir tu cruz con mis «te amo, te adoro, te bendigo», y pedirte que tus penas den a las criaturas la virtud de tu Fiat, disponiéndolas a recibir su pleno dominio. Quiero gritar en cada pena que sufres, en cada gota de sangre, en cada caída, en cada tirón de tus ensangrentados cabellos, en cada empujón que recibes: «¡Venga, venga el Reino de tu Querer!».

Sufriente Jesús mío, llegas arrastrado y maltrecho al  monte Calvario. Te despojan de tus vestiduras, te extienden sobre la cruz y con gran crueldad te crucifican. Extiendo mi «te amo» sobre tus miembros destrozados, sobre tus huesos dislocados, sobre las heridas que te dejan los clavos, sobre todas tus penas, y te pido, oh Amor mío, que nos despojes de todo lo que impide a tu Divina Voluntad reinar en nuestros corazones.

Crucificado Jesús mío, veo que convulsionas, que agonizas sobre la cruz. Mi «te amo» se grabe en tus espasmos, en las estrecheces dolorosas de tu corazón y en las llamas que lo devoran;  mi «te amo» te sirva de refrigerio, apague tu sed ardiente y selle las palabras que pronuncias sobre la cruz. Y recibiendo en mi «te amo» tu último respiro, te suplico, en virtud de las penas desgarradoras que has sufrido en la cruz, que infundas en nuestras almas un ardiente deseo de vivir en tu Divina Voluntad.

Oh Señor mío crucificado, con tu muerte da muerte a nuestro querer y vida a tu Fiat en todos los corazones, para que triunfante y victorioso se extienda sobre todo el género humano y reine en la tierra como reina en el Cielo.

 

Vigésima Tercera Hora

 

El alma se encierra en el sepulcro con Jesús para sepultar junto con Él la voluntad humana. Lo acompaña al Limbo y pide, en unidad a todos los santos, el Reino de la Divina Voluntad.

 

¡Amor mío, ya estás muerto! ¡Cómo quisiera morir Contigo! Pero esto, desafortunadamente, no me es concedido; sólo me resta decir: “¡Fiat, Fiat!”.

Yo quiero recibirte en mis brazos para encerrar tu Santísima Humanidad en mi «te amo». De esta manera, no verás sino mi «te amo», no escucharás sino mi «te amo», no tendrá más contacto que con mi «te amo»; los cuales, seguidos por mis «te adoro, te bendigo, te agradezco» no te abandonarán un solo instante. Muerto Jesús mío, yo quiero darte una sepultura digna. Con mi «te amo» te pido que sepultes la voluntad humana, de manera que no tenga ninguna posibilidad de volver a la vida.

Con mi «te amo» te sigo hasta el Limbo, junto a tu doliente Mamá ¡Oh, que escena tan conmovedora veo! En ese santo lugar está nuestro primer padre Adán, está Abraham, están los Patriarcas, los Profetas, también san José y todos los buenos del Antiguo Testamento. Estas almas santas al verte se alegran con una alegría indescriptible y, postrándose a tus pies, te adoran, te bendicen, te aman y te agradecen. Sin embargo, parece que su fiesta no sea completa, ya que a una solo voz dicen: «¡Dulce Salvador, te damos gracias por todo cuanto hiciste y sufriste por nuestro amor! Y ahora que nos has redimido, realiza la plenitud de tu obra: Haz que tu Voluntad Divina reine en la tierra como lo hace en el Cielo» ¿No oyes, Amor mío, el coro de tantas voces tan queridas por Ti? ¿No escuchas la súplica de la misma Reina de los Dolores? Hoy, día de tu muerte, es también el día de tu victoria, de tu triunfo; concédenos, pues, el triunfo de tu Divino Querer sobre las voluntades humanas.

Vencedor Jesús mío, veo que sales del Limbo con toda la legión de justos y te encaminas al sepulcro para vencer la muerte y resucitar tu Santísima Humanidad ¡Qué momento tan solemne! Para festejar este hecho y obtener la resurrección de tu Divina Voluntad en todas las criaturas, imprimo mi «te amo» por doquier: En el sepulcro, en el acto de la Resurrección, en la luz de gloria que te circunda ¡Y Tú, Amor mío, celebra este día de júbilo derribando la voluntad humana y haciendo resurgir victoriosa para siempre tu Divina Voluntad!

Vigésima Cuarta Hora

 

El alma sigue a Jesús después de su Resurrección, luego asiste a su

Ascensión, y pide poder cantar para siempre su amoroso estribillo:

«Venga a la tierra el Reino de tu Divina Voluntad».

 

Jesús mío, veo que después de tu Resurrección no te vas de inmediato para el Cielo, confirmando así que quieres establecer el Reino de la Divina Voluntad en medio a las criaturas. Yo no te abandono un instante, te voy siguiendo paso a paso con mi «te amo» hasta cuando te apareces a tu Mamá; y por la alegría que llenó de amor el corazón de ambos, te pido con creciente insistencia el Reino de tu Fiat Supremo. Mi «te amo» te acompaña también mientras te apareces a la Magdalena, a los Apóstoles, y te suplico que tu Divina Voluntad sea conocida en modo especial por los Sacerdotes, los cuales a su vez, como nuevos Apóstoles, la hagan conocer en todo el mundo. Mi «te amo» te sigue en todos los actos que continúas haciendo después de la Resurrección, y finalmente invito a Cielo y tierra a asistir a tu gloriosa Ascensión. Mientras, oh Jesús vencedor, entras triunfante al Paraíso Celestial y abres las puertas cerradas por tantos siglos a la pobre humanidad, yo imprimo mi «te amo» sobre aquellas puertas eternas, y te ruego, en virtud de la bendición que diste a los discípulos que asistieron a tu Ascensión, que bendigas todas las voluntades humanas con el fin de que conozcan y aprecien el don sublime de vivir en Divina Voluntad. Por el gran amor con el cual nos abriste las puertas del Cielo, te ruego, oh mi glorioso Jesús, que hagas descender por aquellas mismas puertas a tu Divina Voluntad para que venga a reinar en la tierra así como reina en el Cielo.

Amor mío, te veo ya sentado a la derecha del Padre. Y yo, abismado en mi pobre y pequeña nada, te adoro, te bendigo, te agradezco, y formo continuamente con mi «te amo» largas cadenas de amor que unan la tierra al Cielo ¡Ah, Jesús, deja siempre abiertas las puertas de la morada celestial para que yo pueda ir continuamente hasta tus pies, subir entre tus brazos y repetirte sin descanso mi canto de amor: «¡Envíanos el Reino de tu Santo Querer para que tu Voluntad Divina se haga sobre la tierra así como se hace en el Cielo!».

 

 

—————-FIAT VOLUNTAS TUA!—————

 

 

 

 

Cristina

Vivir en la Divina Voluntad es poseer al mismo Dios, su Vida -que son sus actos los cuales esconden sus atributos- y por lo tanto, es vivir la misma Vida Divina. Se dice pronto.... pero para esto nos creó el Creador. Bendito sea su Nombre: YO SOY. El es un eterno presente y todo lo que hay hecho está en acto de hacerse para tomarlo en cualquier momento.