Mensajes a María Valtorta sobre el Purgatorio
17 de octubre de 1943
Dice Jesús:
“Quiero explicarte lo que es y en qué consiste el Purgatorio. Y te lo explico Yo de manera que chocará a muchos que se creen depositarios del conocimiento del más allá y no lo son.
Las almas sumergidas en aquellas llamas sólo sufren por el amor.
Ellas no son indignas de poseer la Luz, pero tampoco son dignas de entrar inmediatamente en el Reino de la Luz; son investidas por la Luz, al presentarse ante Dios. Es una breve, anticipada beatitud, que les asegura su salvación y les hace conocedoras de lo que será su eternidad y expertas de cuanto cometieron contra su alma, defraudándola de años de bienaventurada posesión de Dios. Después, sumergidas en el lugar de purgación, son investidas por las llamas expiadoras.
En esto aciertan quienes hablan del purgatorio. Pero donde se equivocan es al querer aplicar distintos nombres a esas llamas.
Éstas son incendio de amor. Purifican encendiendo de amor las almas. Dan el Amor porque, cuando el alma ha alcanzado ese amor que no alcanzó en la tierra, es liberada y se une al Amor en el Cielo.
Te parece una doctrina distinta de la conocida, ¿verdad? Pero piensa.
¿Qué es lo que Dios Uno y Trino quiere para las almas que ha creado? El Bien.
Quien quiere el Bien para una criatura, ¿qué sentimientos tiene hacia la criatura? Sentimientos de amor.
¿Cuál es el mandamiento primero y segundo, los dos más importantes, de los que he dicho que no los hay mayores y en ellos está la llave para alcanzar la vida eterna? Es el mandamiento del amor. “Ama a Dios con todas tus fuerzas, ama al prójimo como a ti mismo”.
¿Qué os he dicho infinidad de veces por mi boca, la de los profetas y los santos? Que la mayor absolución es la Caridad. La Caridad consuma las culpas y las debilidades del hombre, porque quien ama vive en Dios y viviendo en Dios peca poco, y si peca se arrepiente inmediatamente, y el perdón del Altísimo es para quien se arrepiente.
¿A qué faltaron las almas? Al Amor. Si hubieran amado mucho, habrían cometido pocos y leves pecados, unidos a vuestra debilidad e imperfección pero nunca habrían alcanzado la persistencia consciente en la culpa, ni siquiera venial. Habrían visto la forma de no afligir a su Amor y el Amor viendo su buena voluntad, les habría absuelto incluso de los pecados veniales cometidos.
¿Cómo se repara, también en la tierra una culpa? Expiándola y, cuando es posible, a través del medio con el que se ha cometido. Quien ha dañado, restituyendo cuanto quitó con prepotencia. Quien ha calumniado, retractándose de la calumnia, y así todo.
Ahora, si esto lo requiere la pobre justicia humana, ¿no lo querrá la Justicia santa de Dios? ¿Y qué medio utilizará Dios para obtener reparación? A Sí mismo, o sea al Amor, exigiendo amor.
Este Dios al que habéis ofendido, y que os ama paternalmente, y que quiere unirse con sus criaturas, os lleva a alcanzar esta unión a través de Sí mismo.
Todo gira en torno al Amor, María, excepto para los verdaderos “muertos”; los condenados. Para estos “muertos” también ha muerto el Amor. Pero para los tres reinos –el que tiene el peso de la gravedad: la Tierra; aquél en el que está abolido el peso de la materia pero no el del alma cargada por el pecado: el Purgatorio; y, en fin, aquél cuyos habitantes comparten con el Padre su naturaleza espiritual que les libera de todo peso- el motor es el Amor. Amando sobre la Tierra es como trabajáis para el Cielo. Amando en el Purgatorio es como conquistáis el Cielo que en la vida no habéis sabido merecer. Amando en el Paraíso es como gozáis el Cielo.
Lo único que hace un alma cuando está en el Purgatorio es amar, pensar, arrepentirse a la luz del Amor que esas llamas han encendido para ellas, que ya son Dios, pero que, para su castigo, le esconden a Dios.
Esto es el tormento. El alma recuerda la visión de Dios que tuvo en el juicio particular. Se lleva consigo ese recuerdo y, dado que el haber tan sólo entrevisto a Dios es un gozo que supera todo lo creado, el alma está ansiosa de volver a gustar ese gozo. Ese recuerdo de Dios y ese rayo de luz que le revistió cuando compareció ante Él, hacen que el alma “vea” la importancia que realmente tienen las faltas cometidas contra su Bien, y este “ver”, junto a la idea de que por esas faltas se ha impedido voluntariamente, durante años o siglos, la posesión del Cielo y la unión con Dios, constituye su pena purgante.
El tormento de los purgantes es el amor y la certeza de haber ofendido al Amor. Un alma, cuanto más ha faltado en la vida, tanto más está como cegada por cataratas espirituales que le hacen más difícil conocer y alcanzar ese perfecto arrepentimiento de amor que es el primer coeficiente para su purgación y entrada en el Reino de Dios. Cuanto más un alma lo ha oprimido con la culpa, tanto más pesado y tardío se hace vivir el amor. A medida que se limpia por poder del Amor, se acelera su resurrección al amor y, de consecuencia, su conquista del Amor que se completa en el momento en que, terminada la expiación y alcanzada la perfección del amor, es admitida en la Ciudad de Dios.
Hay que orar mucho para que estas almas, que sufren para alcanzar la Alegría, sean rápidas en alcanzar el amor perfecto que les absuelve y les une conmigo. Vuestras oraciones, vuestros sufragios, son nuevos aumentos de fuego de amor. Aumentan el ardor. Pero -¡oh! ¡bienaventurado tormento!- también aumentan la capacidad de amar. Aceleran el proceso de purgación. Alzan las almas sumergidas en ese fuego a grados cada vez más altos. Las llevan a los umbrales de la Luz. Abren las puertas de la Luz, en fin, e introducen el alma en el Cielo.
A cada una de estas operaciones, provocadas por vuestra caridad hacia quien os precedió en la segunda vida, corresponde la sorpresa de caridad hacia vosotros. Caridad de Dios que os agradece el que proveáis por sus hijos penantes, caridad de los penantes que os agradecen el que os afanéis por introducirles en el gozo de Dios.
Vuestros seres queridos nunca os amaron tanto como después de la muerte de la tierra, porque su amor ya está impregnado de la Luz de Dios y a esta Luz comprenden cómo les amáis y cómo deberían haberos amado.
Ya no pueden deciros palabras que invoquen perdón y den amor. Pero me las dicen a Mí para vosotros, Yo os traigo estas palabras de vuestros Difuntos que ahora os saben ver y amar como se debe. Os las traigo junto con su petición de amor y su bendición, que ya es válida desde el Purgatorio porque ya está animada por la inflamada Caridad que les quema y purifica. Perfectamente válida, además, desde el momento en que, liberados, salgan a vuestro encuentro a los umbrales de la Vida o se reúnan con vosotros en ella, si les hubierais precedido en el Reino del Amor.
Fíate de Mí, María. Yo trabajo por ti y por tus seres queridos. Conforta tu espíritu. Vengo para darte la alegría. Confía en Mí”.
21 de octubre de 1943
Dice Jesús:
“Como veis, si transgredís el decálogo transgredís el amor. Así es para los consejos que os he dado que son las flores de la planta de la Caridad. Entonces, si transgrediendo la Ley transgredís el amor, es evidente que el pecado es falta contra el amor. Y por eso debe expiarse con amor.
El amor que no habéis sabido profesarme en la tierra me lo tenéis que dar en el Purgatorio. Por eso os digo que el Purgatorio sólo es sufrimiento de amor.
Durante toda la vida habéis amado poco a Dios en su Ley. Os habéis echado a la espalda la idea de Él, habéis vivido amando a todos y amándole poco a Él. Es justo que, no habiendo merecido el Infierno y no habiendo merecido el Paraíso, os lo merezcáis ahora, encendiéndoos de caridad, ardiendo por cuanto habéis sido tibios en la tierra. Es justo que suspiréis durante miles y miles de horas de expiación de amor lo que no habéis suspirado miles y miles de veces en la tierra: por Dios, finalidad suprema de las inteligencias creadas. A cada vez que habéis vuelto la espalda al amor corresponden años y siglos de nostalgia amorosa. Años o siglos según la gravedad de vuestra culpa.
Estando ya seguros de Dios, conocedores de su suprema belleza por el fugaz encuentro del primer juicio, cuyo recuerdo tenéis con vosotros para haceros aún más viva el ansia de amor, suspiráis por Él, lloráis su lejanía, os lamentáis y arrepentís de haber sido vosotros la causa de tal lejanía y os hacéis cada vez más permeables a ese fuego encendido de la Caridad hacia vuestro supremo bien.
Cuando, por las oraciones de los vivientes que os aman, los méritos de Cristo son lanzados como esencia de ardor en el fuego santo del Purgatorio, la incandescencia de amor os penetra más fuerte y más adentro, y entre el resplandor de las llamas, cada vez se hace más lúcido en vosotros el recuerdo de Dios visto en aquel instante.
Así como en la vida de la tierra cuando más crece el amor más sutil se hace el velo que cela al viviente la Divinidad, del mismo modo en el segundo reino cuanto más crece la purificación, y por ello el amor, más cercano y visible se hace el rostro de Dios. Ya trasluce y sonríe entre el centelleo del santo fuego. Es como un Sol que cada vez se acerca más, cuya luz y calor anulan cada vez más la luz y el calor del fuego purificante, hasta que, pasando del merecido y bendito tormento del fuego al conquistado y bienaventurado alivio de la posesión, pasáis de llama a Llama, de luz a Luz, salís para ser luz y llama en Él, Sol eterno, como chispa absorbida por una hoguera y como candelero arrojado en un incendio.
¡Oh gozo de los gozos cuando os encontréis elevados a mi Gloria, pasados de ese reino de espera al Reino de Triunfo! ¡Oh! ¡conocimiento perfecto del Perfecto Amor!
Este conocimiento, María, es misterio que la mente puede conocer por voluntad de Dios, pero que no puede describir con palabra humana. Cree que merece la pena sufrir toda una vida por poseerla desde el momento de la muerte. Cree que no hay caridad mayor que procurarla con las oraciones a quienes amaste en la tierra y que ahora comienzan su purificación en el amor, a quienes en vida tantas y tantas veces cerraron las puertas del corazón.
Ánimo, bendita a la que son desveladas las verdades escondidas. Actúa, obra y sube. Por ti misma y por quienes amas en el más allá.
Deja consumar en el Amor el estambre de tu vida. Vierte tu amor sobre el Purgatorio para abrir las puertas del Cielo a quienes amas.
Serás bienaventurada si sabes amar hasta la incineración de cuento es débil y pecó. Los Serafines salen al encuentro del espíritu purificado con la inmolación de amor y le enseñan el “Sanctus” eterno para cantar al pie de mi trono”.
Trata del relato de María Valtorta sobre la visión de su madre en el purgatorio. Muy interesante, que se aprende mucho sobre como vivir en la tierra
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Puedes ajustar la velocidad del reproductor de Youtube en donde aparece un círculo estrellado a la izquierda de la palabra «Youtube». He leido este escrito e impresiona, además de ayudar a tener presentes a todas estas almas que sufren de verdad.
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De este vídeo, para el tema de las almas, escucha los primeros 10 minutos.
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20-20 Noviembre 3, 1926
Por cuantos actos hacemos en la Voluntad de Dios, tantos caminos preparamos para recibir los sufragios en el purgatorio.
Continúo viviendo toda abandonada en la adorable Voluntad, y mientras rezaba pensaba entre mí: “Cuánto quisiera descender a la prisión de las almas purgantes para liberarlas a todas, y en la luz del Querer Eterno llevarlas todas a la Patria Celestial”. Mientras estaba en esto, mi dulce Jesús moviéndose en mi interior me ha dicho:
“Hija mía, por cuanto más estuvieron sometidas a mi Voluntad las almas que han pasado a la otra vida, por cuantos más actos hicieron en Ella, tantas más vías se formaron para recibir los sufragios de la tierra. Así que por cuanto más hicieron mi Voluntad, formándose las vías de comunicación de los bienes que hay en mi Iglesia y que me pertenecen, no hay vía que se hayan hecho que no les lleven, a quién un alivio, a quién una oración, a quién una disminución de penas; los sufragios caminan por estas vías reales de mi Querer para llevar a cada una el mérito, el fruto y el capital que se han formado en mi Voluntad, por eso sin Ella no hay vías ni medios para recibir los sufragios. Si bien los sufragios y todo lo que hace la Iglesia descienden siempre al purgatorio, pero van a aquellos que se formaron las vías, para los demás que no hicieron mi Voluntad, las vías están cerradas o bien de hecho no existen, y si se salvaron es porque al menos en el punto de muerte reconocieron el supremo dominio de mi Querer, lo han adorado y se han sometido a Él, y este último acto los ha puesto a salvo, de otra manera no podrían ni siquiera salvarse. Para quien ha hecho siempre mi Voluntad no existen vías para el purgatorio, su vía es directa al Cielo; quien no en todo y siempre, pero en gran parte ha reconocido mi Querer y se ha sometido a Él, se ha formado tantas vías y recibe tanto, que enseguida el purgatorio la envía al Cielo. Ahora, así como las almas purgantes para recibir los sufragios debían haberse formado las vías, así los vivientes, para mandar los sufragios deben hacer mi Voluntad para formarse las vías y hacer subir los sufragios al purgatorio; si hacen sufragios y de mi Voluntad están alejados, sus sufragios, faltando la comunicación de Ella, que es la única que une y vincula a todos, no encontrarán el camino para llegar, los pies para caminar, la fuerza para dar el alivio, serán sufragios sin vida, porque falta la verdadera Vida de mi Querer, que es el único que tiene virtud de dar vida a todos los bienes. Por cuanto más de mi Voluntad posee el alma, tanto más valor contienen sus oraciones, sus obras, sus penas, así que más alivio puede llevar a esas almas benditas. Yo mido y doy valor a todo lo que puede hacer el alma por cuanto de mi Voluntad posee, si en todos sus actos corre mi Querer, la medida que hago es grandísima, más bien no termino jamás de medir y le doy tal valor que no se puede calcular su peso; en cambio, si no se tiene tanto de mi Querer, la medida es escasa y el valor es de poca monta; y si no se tiene nada, por cuanto el alma haga, Yo no tengo qué medir ni qué valor dar, por lo tanto, si no tienen valor, ¿cómo pueden llevar el alivio a esas almas que en el purgatorio no reconocen otra cosa, ni pueden recibir sino sólo lo que produce mi Fiat Eterno? ¿Pero sabes tú quién puede llevar todos los alivios, la luz que purifica, el amor que transforma? Quien en todo posee la Vida de mi Querer y Éste domina triunfante en ella, ésta ni siquiera tiene necesidad de vías, porque poseyendo mi Voluntad tiene derecho a todas las vías, puede ir a todos los puntos porque posee en sí misma la vía real de mi Querer para ir a aquella cárcel profunda, para llevarles todos los alivios y las liberaciones. Mucho más que al crear al hombre, Nosotros le dimos como su heredad especial nuestra Voluntad, y es reconocido por Nosotros todo lo que ha hecho en los confines de nuestra heredad con la que lo dotamos, todo lo demás no es reconocido por Nosotros, no es cosa nuestra, ni podemos permitir que entre en el Cielo ninguna cosa que no haya sido hecha por las criaturas, o en nuestra Voluntad o al menos para cumplirla; dado que la Creación salió del Fiat Eterno, nuestra Voluntad, celosa, no deja entrar ningún acto en la Patria Celestial que no haya pasado dentro de su mismo Fiat.
¡Oh, si todos conocieran qué significa Voluntad de Dios, y que todas las obras, tal vez aparentemente buenas pero vacías de Ella son obras vacías de luz, vacías de valor, vacías de vida, y en el Cielo no entran obras sin luz, sin valor y sin vida, oh, como estarían atentos a hacer en todo y para siempre mi Voluntad!”
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3-50 Marzo 11, 1900
Encuentro con un alma del purgatorio.
Continúa casi siempre lo mismo. Esta mañana veía al buen Jesús más afligido que de costumbre, amenazando con una mortandad de gente, y veía en ciertos lugares que muchos morían. Después he pasado por el purgatorio y reconociendo a una amiga difunta le preguntaba varias cosas sobre mi estado, especialmente si es Voluntad de Dios este estado, si es verdad que es Jesús el que viene, o bien el demonio, porque le decía: “Como tú te encuentras delante de la Verdad y conoces con claridad las cosas, sin que te puedas engañar, puedes decirme la verdad acerca de mis circunstancias”.
Y ella me ha dicho: “No temas, tu estado es Voluntad de Dios y Jesús te ama mucho, por eso se manifiesta a ti”.
Y yo, diciéndole algunas de mis dudas, le he pedido que viera ante la luz de la verdad si eran verdaderas o falsas y me hiciera la caridad de venírmelo a decir, y que si esto hacía, yo en recompensa le mandaría celebrar una misa en sufragio, y ella ha agregado:
“Si lo quiere el Señor, porque nosotros estamos tan inmersos en Dios, que no podemos ni siquiera mover las pestañas si no concurre Él; nosotros habitamos en Dios como una persona que habitara en otro cuerpo, que tanto puede pensar, hablar, ver, obrar, caminar, por cuanto le viene dado por aquel cuerpo que la circunda por fuera, porque en nosotros no es como en vosotros que tenéis el libre albedrío, la propia voluntad, para nosotros toda voluntad ha terminado, nuestra voluntad es sólo la Voluntad de Dios, de Ella vivimos, en Ella encontramos todo nuestro contento y Ella forma todo nuestro bien y nuestra gloria”.
Y mostrando un contento indecible por esta Voluntad de Dios, nos hemos separado.
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3-15 Noviembre 28, 1899
Luisa acepta sufrir en el purgatorio para liberar algunas almas.
Mi amado Jesús ha venido todo afabilidad, me parecía como un íntimo amigo que tiene tantas formalidades para otro amigo para demostrarle su amor, y las primeras palabras que me ha dicho han sido:
“Amada mía, si tú supieras cuánto te amo. Me siento atraído grandemente a amarte, mis mismas demoras en venir me fuerzan y son nuevas causas de hacerme venir y colmarte de nuevas gracias y carismas celestiales. Si tú pudieras comprender cuánto te amo; tu amor comparado con el mío apenas lo percibirías”.
Y yo: “Mi dulce Jesús, es verdad lo que dices, pero también yo siento que te amo mucho, y si Tú dices que mi amor comparado con el tuyo apenas se percibe, esto es porque tu poder es sin límites y el mío es limitado, y por tanto, puedo hacer por cuanto de Ti mismo me viene dado; tan es verdad, que cuando tengo voluntad de sufrir más para demostrarte mayormente mi amor, si Tú no me concedes las penas, no está en mi poder el sufrir, y estoy obligada a resignarme aun en esto, y ser ese ser inútil que por mí he sido siempre. En cambio en Ti está en tu poder el mismo sufrir, y en cualquier modo que quieras manifestarme tu amor, lo puedes hacer. Amado mío, dame a mí el poder y te haré ver cuánto sé hacer por amor tuyo, porque en la medida que me das, en esa misma medida te daré”.
Él escuchaba con sumo placer mi hablar disparatado, y casi queriéndome poner a prueba me ha transportado fuera de mí misma, cerca de un lugar profundo, lleno de fuego líquido y tenebroso, daba horror y espanto el sólo verlo. Jesús me ha dicho:
“Aquí está el purgatorio, y muchas almas están concentradas en este fuego. Irás tú a ese lugar a sufrir para liberar a aquellas almas que me agradan, y esto lo harás por amor mío”.
Yo inmediatamente, si bien temblando un poco le he dicho: “Todo por amor tuyo, estoy dispuesta, pero debes venir Tú junto conmigo, de otra manera, si me dejas, no te dejas encontrar más, y después me haces llorar mucho”.
Y Él: “Si voy junto contigo, ¿cuál sería tu purgatorio? Esas penas con mi presencia, para ti se cambiarían en alegrías y en contentos”.
Y yo: “Sola no quiero ir, y además, mientras estemos en ese fuego Tú estarás detrás de mis espaldas, así no te veo y aceptaré este sufrimiento”.
Así he ido a ese lugar lleno de densas tinieblas, y Él me seguía por atrás, y yo por temor de que me dejase le he tomado las manos, teniéndolas estrechadas a mis hombros. Habiendo llegado abajo, ¿quién puede decir las penas que sufrían aquellas almas? Ciertamente son inenarrables a personas vestidas de humana carne. Entonces, al ir yo a ese fuego, éste se apagaba y se despejaban las tinieblas, y muchas almas salían, otras quedaban aliviadas. Después de haber estado cerca de un cuarto de hora, hemos salido, y Jesús se lamentaba, y yo rápidamente le he dicho: “Dime mi Bien, ¿por qué te lamentas? Amada vida mía, ¿tal vez he sido yo la causa porque no he querido ir sola a ese lugar de penas? Dime, dime, ¿habéis sufrido mucho al ver a esas almas sufrir? ¿Qué cosa sientes?”
Y Jesús: “Amada mía, me siento todo lleno de amarguras, tanto, que no pudiéndolas contener más, estoy por derramarlas sobre la tierra”.
Y yo: “No, no mi dulce amor, las derramarás en mí, ¿no es verdad?” Y acercándome a su boca ha vertido un licor amarguísimo, en tanta abundancia que yo no podía contenerlo, y le pedía a Él mismo que me diera la fuerza para sostenerlo, de otra manera, lo que no había dejado hacer a Nuestro Señor lo habría hecho yo, derramarlo sobre la tierra, y hacer esto me molestaba mucho; sin embargo parece que me dio la fuerza, si bien eran tantos los sufrimientos que me sentía desfallecer, pero Jesús tomándome entre sus brazos me sostenía y me decía:
“Contigo hay que ceder por fuerza, te vuelves tan molesta que me siento casi con la necesidad de contentarte”.
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7-83 Mayo 9, 1907
Muerte y purgatorio de los padres de Luisa.
Hace más de un mes que no escribo, y con gran repugnancia y sólo por obedecer me pongo de nuevo a escribir. ¡Oh! Qué pena siento, sólo el pensamiento de que podría decir a mi amado Jesús: “Mira cómo te amo de más y cómo crece mi amor, que sólo por amor tuyo me someto a este duro sacrificio, y por cuanto duro, otro tanto puedo decir que más te amo”. Y pensando que puedo decir a mi Jesús que lo amo más, siento la fuerza para cumplir el sacrificio de obedecer.
Entonces no recordando todo perfectamente, diré todo junto y un poco confuso lo que ha pasado, comenzando donde lo dejé cuando estaba rogándole que se llevara a mi madre al paraíso sin pasar por el purgatorio;
El día 19 de Marzo, consagrado a San José, por la mañana encontrándome en mi habitual estado, mi madre pasaba de esta vida al ambiente de la eternidad, y el bendito Jesús haciéndome ver que se la llevaba me ha dicho:
“Hija mía, el Creador se lleva a la criatura”.
En este momento me he sentido investir por dentro y por fuera por un fuego tan vivo que me sentía quemar las vísceras, el estomago y todo el resto, y si tomaba alguna cosa se convertía en fuego y era obligada a vomitarla en cuanto me la comía; este fuego me consumía y me mantenía en vida. ¡Oh! Cómo comprendía el fuego devorador del purgatorio, que mientras consume da la vida. El fuego hace el oficio de alimento, de agua, de muerte y de vida, pero en este estado yo era feliz, pero habiendo visto solamente que Jesús se la había llevado, pero no me había hecho ver a dónde la había llevado, mi felicidad no era completa, y por mis mismos sufrimientos sentía inquietud por cuáles serían los sufrimientos de mi madre si estuviese en el purgatorio, y viendo al bendito Jesús, que en estos días casi no me ha dejado sola, lloraba y le decía: “Dulce Amor mío, dime adonde la has llevado. Yo estoy contenta conque te la hayas llevado porque la tienes Contigo, pero si no la tienes Contigo, esto no lo tolero y llorare tanto hasta que me contentes”. Y Él parecía que gozaba con mi llanto y me abrazaba, me sostenía, me secaba las lágrimas y me decía:
“Hija mía, no temas, tranquilízate, y cuando te hayas tranquilizado te la haré ver, y por ello estarás contenta; además, el fuego que tú sientes te sirva como prueba de que te he contentado”.
Pero yo seguía llorando, especialmente cuando lo veía, porque sentía en mi interior que todavía faltaba alguna cosa a la beatitud de mi madre; lloraba tanto, que las personas que me circundaban, que habían venido por la muerte de mi madre, viéndome llorar así, creyendo que lloraba por la muerte de ella quedaban casi escandalizadas, pensando que yo me había separado de la Voluntad Divina, cuando que yo más que nunca nadaba en este ambiente de la Divina Voluntad. Pero yo no me acojo a ningún tribunal humano, porque todos son falsos, sino sólo al divino porque está lleno de verdad. Si el buen Jesús no me condenaba, más bien me compadecía, y para sostenerme venía más seguido, dándome casi un motivo para hacerme llorar, porque si Él no venía, ¿con quién debía llorar para conseguir lo que quiero? Aquellos tenían razón porque juzgaban lo externo, además, siendo yo tan mala no es de maravillarse que los otros se escandalizaran de mí. Después de algunos días, viniendo el buen Jesús me ha dicho:
“Hija mía, consuélate, porque quiero decirte y hacerte ver dónde está tu madre y como tú, tanto antes como después de habérmela Yo traído me has ofrecido continuamente lo que Yo merecí, hice y sufrí en el curso de mi Vida en su favor, por esto ella ahora se encuentra tomando parte en todo lo que Yo hice y goza de mi Humanidad, quedándole aún oculta mi Divinidad, que en breve le será también develada, y el fuego que tú sientes y tus oraciones han servido para exentarla de cualquier otra pena de sentido, que a todos corresponden, porque mi justicia, tomando de ti la satisfacción, no podía tomarla de las dos”.
En ese momento, me parecía ver a mi madre dentro de una inmensidad que no tenía confines, y en esta inmensidad había tantos gozos y alegrías por cuantas palabras, pensamientos, suspiros, obras y sufrimientos, latidos, en suma, todo lo que contenía la Humanidad Santísima de Jesucristo. Comprendía que es un segundo paraíso para los bienaventurados, y que todos para entrar al paraíso de la Divinidad deben pasar por éste de la Humanidad de Cristo. Así que para mi madre había sido un singularísimo privilegio reservado a poquísimos, el no haber tocado otro purgatorio; sin embargo comprendía que si bien no estaba en tormentos, sino más bien en gozos, su felicidad no era perfecta, sino casi a la mitad.
Sean dadas las gracias al Señor por esto. Yo continué sufriendo durante doce días, tanto que me encontré al borde de la muerte, pero habiéndose interpuesto la obediencia para hacer que ese hilo de vida que me quedaba no se rompiera, he regresado a mi estado natural. Yo no sé, parece que esta obediencia tiene un arte mágico sobre mí, pero el Señor pronto la hará perder su autoridad para llevarme con Él. Yo sentía un descontento porque la obediencia se atraviesa para no dejarme ir al Cielo, y en esto Jesús me ha dicho;
“Hija mía, los bienaventurados en el Cielo me dan tanta gloria por la unión perfecta de su voluntad con la mía, que su vida es una reproducción de mi Querer, hay tanta armonía entre Yo y ellos, que su aliento, su respiro, los movimientos, los gozos, y todo lo que constituye la bienaventuranza de ellos, es efecto de mi Querer; sin embargo te digo que el alma aún viadora, si está unida con mi Querer de modo que no se separa jamás de Él, su vida es de Cielo, y Yo recibo de ella la misma gloria, pero tomo más gusto y complacencia de ella, porque lo que hacen los bienaventurados lo hacen sin sacrificios y con gozos, mientras que lo que hacen los viadores lo hacen con sacrificio y con padecimientos, y donde hay sacrificio Yo tomo más gusto y me complazco de más, y los mismos bienaventurados, viviendo en mi Querer, como el alma también viviendo en mi Voluntad forma una misma vida, participan en el gusto que Yo tomo del alma viadora”.
Recuerdo que en otra ocasión estando yo con el temor de que mi estado fuera obra del demonio, el buen Jesús me dijo:
“Hija mía, el demonio también sabe hablar de virtud, pero mientras habla de virtud, en el interior arroja repugnancia, odio a la misma virtud; así que la pobre alma se encuentra en contradicción y sin fuerza para practicar el bien. En cambio cuando soy Yo el que habla, siendo Yo verdad, mi palabra está llena de vida, no es estéril sino fecunda, así que mientras hablo infundo amor a la virtud y produzco la misma virtud en el alma, porque la verdad es fuerza, es luz, es sostén y una segunda naturaleza para el alma que se deja guiar por la verdad”.
Continúo diciendo que apenas habían pasado unos diez días de la muerte de mi madre, mi padre cayó gravemente enfermo, y el Señor me hacía comprender que también él iba a morir; yo le hice el don anticipado y repetí lo que había hecho por mi madre para que tampoco a mi padre lo hiciera tocar el purgatorio, pero el Señor se mostraba más reacio y no me escuchaba; yo temía mucho, no por su salvación porque el buen Jesús me había hecho la solemne promesa, desde hace casi quince años, de que de todos los míos y de aquellos que me pertenecen ninguno se perdería; pero temía mucho por el purgatorio. Yo le rogaba continuamente, el buen Jesús casi no venía. Sólo el día en que mi padre moría, después de una enfermedad de quince días, el bendito Jesús se hizo ver todo benigno, vestido de blanco, como si estuviera de fiesta y me dijo:
“Hoy espero a tu padre, y por amor tuyo me haré encontrar no como juez, sino como padre benigno, lo acogeré entre mis brazos”.
Yo insistí por lo del purgatorio, pero no me prestó atención, y desapareció. Muerto mi padre, no me vino ningún sufrimiento nuevo como sucedió con mi madre, y por esto entendí que había ido al purgatorio. Yo rogaba y volvía a rogar, pero Jesús se hacía ver sólo como relámpago, sin darme tiempo de nada, y por añadidura ni siquiera podía llorar, porque no tenía con quien hacerlo, y Aquél que es el único que podía escuchar mi llanto me rehuía. Adorables juicios de Dios en sus modos.
Después de dos días de penas internas, mientras veía al bendito Jesús y le preguntaba por mi padre, lo oí detrás de las espaldas de Jesucristo, como si estallara en llanto y pedía ayuda, y desaparecieron. Yo quedé lacerada en el alma por esto y rezaba, finalmente, después de seis días, encontrándome en mi acostumbrado estado, me encontré fuera de mí misma, dentro de una iglesia en la que estaban muchas almas purgantes, yo pedía a Nuestro Señor que al menos hiciera venir a mi padre dentro de la iglesia a hacer su purgatorio, porque veía que estas almas, en las iglesias, están en constantes alivios por las oraciones y misas que se dicen, pero mucho más por la presencia real de Jesús Sacramentado, que parece que es para ellas un continuo refrigerio. Mientras estaba en esto vi a mi padre, con un aspecto venerable, y Nuestro Señor lo puso cerca del tabernáculo. Con esto he quedado menos lacerada en mi interior.
Recuerdo confusamente que otro día viniendo el buen Jesús me hacía comprender la preciosidad del sufrir, y yo le pedía que hiciera comprender a todos el bien que hay en el sufrir. Y Él me dijo:
“Hija mía, la cruz es un fruto espinoso, que por fuera es molesto y punzante, pero quitadas las espinas y la cáscara se encuentra un fruto precioso y exquisito, que sólo quien tiene la paciencia de soportar las molestias de los pinchazos puede llegar a descubrir el secreto de la preciosidad y sabor de aquel fruto; y sólo aquél que ha llegado a descubrir este secreto lo mira con amor, y con avidez va en busca de ese fruto sin cuidarse de los pinchazos, y todos los demás lo miran con desdén y lo desprecian”.
Y yo: “Pero dulce Señor mío, ¿cuál es este secreto que hay en el fruto de la cruz?”
Y Él: “El secreto de la eterna bienaventuranza, porque en el fruto de la cruz se encuentran tantas moneditas que sólo sirven para entrar al Cielo, y el alma con estas moneditas se enriquece y se vuelve bienaventurada eternamente”.
El resto lo recuerdo confusamente y no lo siento ordenado en mi mente, por eso paso adelante y hago punto en esto.
Sufragio en Divina Voluntad