ESTA SECCIÓN QUIERE INFORMAR SOBRE PUNTOS MUY EXTENDIDOS ENTRE CATÓLICOS QUE IMPOSIBILITAN ENTRAR EN EL AMBIENTE DE LA VIDA EN LA DIVINA VOLUNTAD.

Pero antes:

Para poder hacer vida en la Divina Voluntad, la fe de la persona deberá ser-obligatoriamente -la fe de la Iglesia.

Estos son sus pilares

¡SOY CATÓLICO!

tradición

Es la transmisión viva y continua de la predicación apostólica –expresada de modo especial en la Sagrada Escritura–, llevada a cabo en el Espíritu Santo por los sucesores de los apóstoles, hasta el final de los tiempos. Por la tradición, la Iglesia conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree, con su enseñanza, su vida y su culto. Las enseñanzas de los Santos Padres testifican su presencia viva, con tesoros que se comunican a la práctica y a la vida de la Iglesia.

magisterio

El magisterio de la Iglesia es el oficio conferido por Cristo a los Apóstoles y a sus sucesores de custodiar, interpretar y proponer la verdad revelada con su autoridad y en su nombre, y el conjunto de enseñanzas dadas en el ejercicio de ese oficio. Es un magisterio auténtico, porque ha sido instituido por Cristo, y vivo, porque tiene la permanente asistencia del Espíritu Santo.

 

sagradas esrituras

Lo que llamamos “Sagrada Escritura” – o la Biblia- es el conjunto de Escritos sagrados inspirados en la Primera Alianza y en la Nueva Alianza de Dios con los hombres.

Entre los libros sagrados de la humanidad, la Biblia se distingue por el sentido de los acontecimientos históricos que ella relata: ahí descubrimos; a través de esos acontecimientos que han marcado la historia de Israel (Primera Alianza, o en el lenguaje cristiano “Antiguo Testamento”) que no es solamente el hombre que busca a Dios, sino Dios mismo que busca al hombre y hace su alianza con él.

 

TRADICIÓN

La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia. El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al magisterio vivo de la Iglesia, y su contenido se ha de creer con fe divina y católica, y en él se debe fundar el ministerio de la palabra.

Es preciso distinguir la Tradición apostólica de las “tradiciones” teológicas, disciplinares, litúrgicas o devocionales, nacidas en el transcurso del tiempo en las Iglesias locales: constituyen expresiones de la gran Tradición según los diversos lugares y épocas, y sólo a la luz de ésta pueden ser mantenidas aquellas bajo la guía del magisterio de la Iglesia.

Una de las “tradiciones” es la tradición canónica, que constituye un criterio de interpretación de los cánones del Código de Derecho Canónico, en la medida en que reproducen el derecho antiguo. Esta tradición, que puede considerarse en los niveles universal y local, consiste en el conjunto de instituciones, principios y normas que desde la antigüedad conforman la continuidad de la vida de la Iglesia, desde una visión jurídico-canónica. Su conocimiento se alcanza desde las leyes, las costumbres, la jurisprudencia y la praxis constante de la curia romana, y la doctrina común y reiterada.

Fuentes: Const. Ap. Dei Verbum n. 8-10; Catecismo de la Iglesia Católica n. 74-83; CIC cc. 6 §2, 750, 760

MAGISTERIO:

Para realizar esta misión, Cristo concedió a los pastores el don de la infalibilidad, que poseen el Romano Pontífice y el Colegio Episcopal: la ejercen según distintas modalidades, cuando enseñan sobre la fe y las costumbres que se contienen en el depósito de la Revelación. Estas modalidades son:
a) según la forma de ejercicio: magisterio solemne, como las enseñanzas del Papa ex cathedra o de un concilio ecuménico; y magisterio ordinario;
b) según la extensión: magisterio universal, que se sostiene con un consentimiento moralmente unánime; o magisterio particular;
c) según el grado de autoridad: magisterio meramente auténtico, que es el de los pastores cuando actúan como tales; magisterio auténtico infalible, que es el magisterio solemne en verdades de fe que pretende definir, y el ordinario y universal cuando transmite la certeza de esas doctrinas

La función magisterial corresponde a quienes están autorizados para enseñar públicamente en nombre de Cristo y de la Iglesia, es decir, los ministros sagrados legitimados por el ordenamiento.

La recepción de las enseñanzas del magisterio por los fieles dependerá de la medida en que esté implicada sus autoridad y del objeto propio de sus intervenciones. Al magisterio infalible en doctrina de fe divina y católica se pide al fiel adhesión de fe teologal, que se basa en la fe en la autoridad de la palabra de Dios que revela; al magisterio que enseña de manera definitiva se pide abrazar y retener firmemente esas proposiciones; al magisterio auténtico no infalible se pide un asentimiento religioso de la voluntad y de la inteligencia.

Fuentes: CIC cc. 749-754

SAGRADAS ESCRITURAS

¿Qué es el canon de las Escrituras?

El canon de las Escrituras es el elenco completo de todos los escritos que la Tradición Apostólica ha hecho discernir a la Iglesia como sagrados. Tal canon comprende cuarenta y seis escritos del Antiguo Testamento y veintisiete del Nuevo.
A. Explicación de términos y frases

«Canon»: quiere decir regla o norma . Referido a las Escrituras significa cuáles son los libros que son la norma para nuestra fe. Estos libros «normativos» o «canónicos» son los que se encuentran en la Biblia.

«Tradición Apostólica» : Durante los primeros siglos de vida del cristianismo esta Tradición fue el elemento clave mediante el cual se trató de discernir qué escritos eran armonizables con ella, y por tanto canónicos, y cuáles no.   Principales ideas:

•  Durante los años que siguieron a la predicación de los Apóstoles, la Iglesia se fue extendiendo principalmente a lo largo del Imperio Romano fundando diversas comunidades.

•  En esa misma época se comenzaron también a escribir relatos sobre la vida de Jesús, sobre la misión de la Iglesia , etc.

•  Algunos de esos escritos fueron considerados fieles a lo que habían escuchado de los Apóstoles: porque o bien venían escritos de mano de los mismos Apóstoles o bien de gente muy cercana a ellos.

•  Estos escritos fieles al espíritu de la predicación apostólica son los que se conservan hoy en nuestro Nuevo Testamento: en total 27.

•  Los cristianos de los primeros siglos tomaron también como normativos los escritos canónicos del pueblo judío, con los que Jesús rezó, y añadiendo algún escrito más cercano a la época de Jesús recopilaron los 46 escritos que componen nuestro Antiguo Testamento.

Dudas o errores frecuentes:

1. Los escritos que hablen de Jesús y que sean tan antiguos como los Evangelios tienen la misma autoridad que ellos

Respuesta: La consideración de inspirado no depende la antigüedad del escrito ni del prestigio del autor, sino del reconocimiento que hizo la Tradición de la Iglesia. Hay escritos que se conocían en la Iglesia Antigua que, aun hablando sobre Jesús, fueron rechazados por fantasiosos, infieles a la predicación apostólica, o heréticos; estos no gozaron ni gozan de autoridad sobre la fe.

—————–lo que sigue es del Catecismo de la Iglesia Católica————————————————————————————————————————————

CRISTO, PALABRA ÚNICA DE LA SAGRADA ESCRITURA
 
101 En la condescendencia de su bondad, Dios, para revelarse a los hombres, les habla en palabras humanas: «La palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano, como la Palabra del eterno Padre asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo semejante a los hombres » (DV 13).
 
102 A través de todas las palabras de la Sagrada Escritura, Dios dice sólo una palabra, su Verbo único, en quien él se dice en plenitud (cf. Hb 1,1-3):
 
Recordad que es una misma Palabra de Dios la que se extiende en todas las escrituras, que es un mismo Verbo que resuena en la boca de todos los escritores sagrados, el que, siendo al comienzo Dios junto a Dios, no necesita sílabas porque no está sometido al tiempo (S. Agustín, Psal. 103,4,1).
 
103 Por esta razón, la Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras como venera también el Cuerpo del Señor. No cesa de presentar a los fieles el Pan de vida que se distribuye en la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo (cf. DV 21).
 
104 En la Sagrada Escritura, la Iglesia encuentra sin cesar su alimento y su fuerza (cf. DV 24), porque, en ella, no recibe solamente una palabra humana, sino lo que es realmente: la Palabra de Dios (cf. 1 Ts 2,13). «En los libros sagrados, el Padre que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos» (DV 21).
 
II INSPIRACION Y VERDAD DE LA SAGRADA ESCRITURA
 
105 Dios es el autor de la Sagrada Escritura. «Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo».
 
«La santa Madre Iglesia, fiel a la base de los apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia» (DV 11).
 
106 Dios ha inspirado a los autores humanos de los libros sagrados. «En la composición de los libros sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos; de este modo obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería» (DV 11).
 
107 Los libros inspirados enseñan la verdad. «Como todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra» (DV 11).
 
108 Sin embargo, la fe cristiana no es una «religión del Libro». El cristianismo es la religión de la «Palabra» de Dios, «no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo» (S. Bernardo, hom. miss. 4,11). Para que las Escrituras no queden en letra muerta, es preciso que Cristo, Palabra eterna del Dios vivo, por el Espíritu Santo, nos abra el espíritu a la inteligencia de las mismas (cf. Lc 24,45).
 
III EL ESPÍRITU SANTO, INTÉRPRETE DE LA ESCRITURA
 
109 En la Sagrada Escritura, Dios habla al hombre a la manera de los hombres. Por tanto, para interpretar bien la Escritura, es preciso estar atento a lo que los autores humanos quisieron verdaderamente afirmar y a lo que Dios quiso manifestarnos mediante sus palabras (cf. DV 12,1).
 
110 Para descubrir la intención de los autores sagrados es preciso tener en cuenta las condiciones de su tiempo y de su cultura, los «géneros literarios» usados en aquella época, las maneras de sentir, de hablar y de narrar en aquel tiempo. «Pues la verdad se presenta y se enuncia de modo diverso en obras de diversa índole histórica, en libros proféticos o poéticos, o en otros géneros literarios» (DV 12,2).
 
111 Pero, dado que la Sagrada Escritura es inspirada, hay otro principio de la recta interpretación , no menos importante que el precedente, y sin el cual la Escritura sería letra muerta: «La Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita» (DV 12,3).
 
El Concilio Vaticano II señala tres criterios para una interpretación de la Escritura conforme al Espíritu que la inspiró (cf. DV 12,3):
 
112 1. Prestar una gran atención «al contenido y a la unidad de toda la Escritura». En efecto, por muy diferentes que sean los libros que la componen, la Escritura es una en razón de la unidad del designio de Dios , del que Cristo Jesús es el centro y el corazón, abierto desde su Pascua (cf. Lc 24,25-27. 44-46).
 
El corazón (cf. Sal 22,15) de Cristo designa la sagrada Escritura que hace conocer el corazón de Cristo. Este corazón estaba cerrado antes de la Pasión porque la Escritura era oscura. Pero la Escritura fue abierta después de la Pasión, porque los que en adelante tienen inteligencia de ella consideran y disciernen de qué manera deben ser interpretadas las profecías (S. Tomás de A. Expos. in Ps 21,11).
 
113 2. Leer la Escritura en «la Tradición viva de toda la Iglesia». Según un adagio de los Padres, «sacra Scriptura pincipalius est in corde Ecclesiae quam in materialibus instrumentis scripta» («La Sagrada Escritura está más en el corazón de la Iglesia que en la materialidad de los libros escritos»). En efecto, la Iglesia encierra en su Tradición la memoria viva de la Palabra de Dios, y el Espíritu Santo le da la interpretación espiritual de la Escritura («…secundum spiritualem sensum quem Spiritus donat Ecclesiae»: Orígenes, hom. in Lev. 5,5).
 
114 3. Estar atento «a la analogía de la fe» (cf. Rom 12,6). Por «analogía de la fe» entendemos la cohesión de las verdades de la fe entre sí y en el proyecto total de la Revelación.
 
El sentido de la Escritura
 
115 Según una antigua tradición, se pueden distinguir dos sentidos de la Escritura: el sentido literal y el sentido espiritual; este último se subdivide en sentido alegórico, moral y anagógico. La concordancia profunda de los cuatro sentidos asegura toda su riqueza a la lectura viva de la Escritura en la Iglesia.
 
116 El sentido literal. Es el sentido significado por las palabras de la Escritura y descubierto por la exégesis que sigue las reglas de la justa interpretación. «Omnes sensus (sc. sacrae Scripturae) fundentur super litteralem» (S. Tomás de Aquino., s.th. 1,1,10, ad 1) Todos los sentidos de la Sagrada Escritura se fundan sobre el sentido literal.
 
117 El sentido espiritual. Gracias a la unidad del designio de Dios, no solamente el texto de la Escritura, sino también las realidades y los acontecimientos de que habla pueden ser signos.
 
El sentido alegórico. Podemos adquirir una comprensión más profunda de los acontecimientos reconociendo su significación en Cristo; así, el paso del Mar Rojo es un signo de la victoria de Cristo y por ello del Bautismo (cf. 1 Cor 10,2).
 
El sentido moral. Los acontecimientos narrados en la Escritura pueden conducirnos a un obrar justo. Fueron escritos «para nuestra instrucción» (1 Cor 10,11; cf. Hb 3-4,11).
 
El sentido anagógico. Podemos ver realidades y acontecimientos en su significación eterna, que nos conduce (en griego: «anagoge») hacia nuestra Patria. Así, la Iglesia en la tierra es signo de la Jerusalén celeste (cf. Ap 21,1-22,5).
 
118 Un dístico medieval resume la significación de los cuatro sentidos:
«Littera gesta docet, quid credas allegoria,
Moralis quid agas, quo tendas anagogia» (AGUSTÍN DE DACIA, Rotulus pugillaris, I: ed. A. Walz: Angelicum 6 (1929), 256.
 
119 «A los exegetas toca aplicar estas normas en su trabajo para ir penetrando y exponiendo el sentido de la Sagrada Escritura, de modo que con dicho estudio pueda madurar el juicio de la Iglesia. Todo lo dicho sobre la interpretación de la Escritura queda sometido al juicio definitivo de la Iglesia, que recibió de Dios el encargo y el oficio de conservar e interpretar la palabra de Dios» (DV 12,3).
 
Ego vero Evangelio non credere, nisi me catholicae Ecclesiae commoveret auctoritas (S. Agustín, fund. 5,6).
 
IV EL CANON DE LAS ESCRITURAS
 
120 La Tradición apostólica hizo discernir a la Iglesia qué escritos constituyen la lista de los Libros Santos (cf. DV 8,3). Esta lista integral es llamada «Canon» de las Escrituras. Comprende para el Antiguo Testamento 46 escritos (45 si se cuentan Jr y Lm como uno solo), y 27 para el Nuevo (cf. DS 179; 1334-1336; 1501-1504):
 
Génesis, Exodo, Levítico, Números, Deuteronomio, Josué, Jueces, Rut, los dos libros de Samuel, los dos libros de los Reyes, los dos libros de las Crónicas, Esdras y Nehemías, Tobías, Judit, Ester, los dos libros de los Macabeos, Job, los Salmos, los Proverbios, el Eclesiastés, el Cantar de los Cantares, la Sabiduría, el Eclesiástico, Isaías, Jeremías, las Lamentaciones, Baruc, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás Miqueas, Nahúm , Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, Malaquías para el Antiguo Testamento; los Evangelios de Mateo, de Marcos, de Lucas y de Juan, los Hechos de los Apóstoles, las cartas de Pablo a los Romanos, la primera y segunda a los Corintios, a los Gálatas, a los Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses, la primera y la segunda a los Tesalonicenses, la primera y la segunda a Timoteo, a Tito, a Filemón, la carta a los Hebreos, la carta de Santiago, la primera y la segunda de Pedro, las tres cartas de Juan, la carta de Judas y el Apocalipsis para el Nuevo Testamento.
 
El Antiguo Testamento
 
121 El Antiguo Testamento es una parte de la Sagrada Escritura de la que no se puede prescindir. Sus libros son libros divinamente inspirados y conservan un valor permanente (cf. DV 14), porque la Antigua Alianza no ha sido revocada.
 
122 En efecto, «el fin principal de la economía antigua era preparar la venida de Cristo, redentor universal». «Aunque contienen elementos imperfectos y pasajeros», los libros del Antiguo Testamento dan testimonio de toda la divina pedagogía del amor salvífico de Dios: «Contienen enseñanzas sublimes sobre Dios y una sabiduría salvadora acerca del hombre, encierran tesoros de oración y esconden el misterio de nuestra salvación» (DV 15).
 
123 Los cristianos veneran el Antiguo Testamento como verdadera Palabra de Dios. La Iglesia ha rechazado siempre vigorosamente la idea de prescindir del Antiguo Testamento so pretexto de que el Nuevo lo habría hecho caduco (marcionismo).
 
El Nuevo Testamento
 
124 «La palabra de Dios, que es fuerza de Dios para ala salvación del que cree, se encuentra y despliega su fuerza de modo privilegiado en el Nuevo Testamento» (DV 17). Estos escritos nos ofrecen la verdad definitiva de la Revelación divina. Su objeto central es Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, sus obras, sus enseñanzas, su pasión y su glorificación, así como los comienzos de su Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo (cf. DV 20).
 
125 Los evangelios son el corazón de todas las Escrituras «por ser el testimonio principal de la vida y doctrina de la Palabra hecha carne, nuestro Salvador» (DV 18).
 
126 En la formación de los evangelios se pueden distinguir tres etapas:
 
1. La vida y la enseñanza de Jesús. La Iglesia mantiene firmemente que los cuatro evangelios, «cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús, Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para ala salvación de ellos, hasta el día en que fue levantado al cielo» (DV 19).
 
2. La tradición oral. «Los apóstoles ciertamente después de la ascensión del Señor predicaron a sus oyentes lo que El había dicho y obrado, con aquella crecida inteligencia de que ellos gozaban, amaestrados por los acontecimientos gloriosos de Cristo y por la luz del Espíritu de verdad» (DV 19).
 
3. Los evangelios escritos. Los autores sagrados escribieron los cuatro Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se transmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la condición de las Iglesias, conservando por fin la forma de proclamación, de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús» (DV 19).
 
127 El Evangelio cuadriforme ocupa en la Iglesia un lugar único; de ello dan testimonio la veneración de que lo rodea la liturgia y el atractivo incomparable que ha ejercido en todo tiempo sobre los santos:
 
No hay ninguna doctrina que sea mejor, más preciosa y más espléndida que el texto del evangelio. Ved y retened lo que nuestro Señor y Maestro, Cristo, ha enseñado mediante sus palabras y realizado mediante sus obras (Santa Cesárea la Joven, Rich. ).
 
Es sobre todo el Evangelio lo que me ocupa durante mis oraciones; en él encuentro todo lo que es necesario a mi pobre alma. En él descubro siempre nuevas luces, sentidos escondidos y misteriosos (Santa Teresa del Niño Jesús, ms. auto. A 83v).
 
 
La unidad del Antiguo y del Nuevo Testamento
 
128 La Iglesia, ya en los tiempos apostólicos (cf. 1 Cor 10,6.11; Hb 10,1; 1 Pe 3,21), y después constantemente en su tradición, esclareció la unidad del plan divino en los dos Testamentos gracias a la tipología. Esta reconoce en las obras de Dios en la Antigua Alianza prefiguraciones de lo que Dios realizó en la plenitud de los tiempos en la persona de su Hijo encarnado.
 
129 Los cristianos, por tanto, leen el Antiguo Testamento a la luz de Cristo muerto y resucitado. Esta lectura tipológica manifiesta el contenido inagotable del Antiguo Testamento. Ella no debe hacer olvidar que el Antiguo Testamento conserva su valor propio de revelación que nuestro Señor mismo reafirmó (cf. Mc 12,29-31). Por otra parte, el Nuevo Testamento exige ser leído también a la luz del Antiguo. La catequesis cristiana primitiva recurrirá constantemente a él (cf. 1 Cor 5,6-8; 10,1-11). Según un viejo adagio, el Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo, mientras que el Antiguo se hace manifiesto en el Nuevo: «Novum in Vetere latet et in Novo Vetus patet» (S. Agustín, Hept. 2,73; cf. DV 16).
 
130 La tipología significa un dinamismo que se orienta al cumplimiento del plan divino cuando «Dios sea todo en todos» (1 Cor 15,28). Así la vocación de los patriarcas y el Exodo de Egipto, por ejemplo, no pierden su valor propio en el plan de Dios por el hecho de que son al mismo tiempo etapas intermedias.
 
 
V LA SAGRADA ESCRITURA EN LA VIDA DE LA IGLESIA
 
131 «Es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual» (DV 21). «Los fieles han de tener fácil acceso a la Sagrada Escritura» (DV 22).
 
132 «La Escritura debe ser el alma de la teología. El ministerio de la palabra, que incluye la predicación pastoral, la catequesis, toda la instrucción cristiana y en puesto privilegiado, la homilía, recibe de la palabra de la Escritura alimento saludable y por ella da frutos de santidad» (DV 24).
 
133 La Iglesia «recomienda insistentemente a todos los fieles…la lectura asidua de la Escritura para que adquieran ‘la ciencia suprema de Jesucristo’ (Flp 3,8), ‘pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo’ (S. Jerónimo)» (DV 25).
 
 
RESUMEN
 
134 Toda la Escritura divina es un libro y este libro es Cristo, «porque toda la Escritura divina habla de Cristo, y toda la Escritura divina se cumple en Cristo» (Hugo de San Víctor, De arca Noe 2,8: PL 176, 642; cf. Ibid., 2,9: PL 176, 642-643).
 
135 «La sagrada Escritura contiene la palabra de Dios y, en cuanto inspirada, es realmente palabra de Dios» (DV 24).
 
136 Dios es el Autor de la Sagrada Escritura porque inspira a sus autores humanos: actúa en ellos y por ellos. Da así la seguridad de que sus escritos enseñan sin error la verdad salvífica (cf. DV 11).
 
137 La interpretación de las Escrituras inspiradas debe estar sobre todo atenta a lo que Dios quiere revelar por medio de los autores sagrados para nuestra salvación. Lo que viene del Espíritu sólo es plenamente percibido por la acción del Espíritu (Cf Orígenes, hom. in Ex. 4,5).
 
138 La Iglesia recibe y venera como inspirados los cuarenta y seis libros del Antiguo Testamento y los veintisiete del Nuevo.
 
139 Los cuatro evangelios ocupan un lugar central, pues su centro es Cristo Jesús.
 
140 La unidad de los dos Testamentos se deriva de la unidad del plan de Dios y de su Revelación. El Antiguo Testamento prepara el Nuevo mientras que éste da cumplimiento al Antiguo; los dos se esclarecen mutuamente; los dos son verdadera Palabra de Dios.
 
 
141 «La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo» (DV 21): aquellas y éste alimentan y rigen toda la vida cristiana. «Para mis pies antorcha es tu palabra, luz para mi sendero» (Sal 119,105; Is 50,4).
ACLARANDO:

REENCARNACIÓN

P. Loring

https://es-es.facebook.com/ewtnespanol/videos/301759597422574/

1.- Artículo:

https://www.infocatolica.com/blog/razones.php/1112071148-escatologia-y-apologetica-3
2.- Artículo:
https://www.aciprensa.com/noticias/por-que-los-cristianos-creen-en-la-resurreccion-y-no-en-la-reencarnacion-36561
 

NUEVA ERA

Testimonio

 

 A continuación, Monseñor Munilla, sobre los peligros de la Nueva Era↓

REIKI

Testimonio

 

Un guru que descubre la belleza de la Iglesia↓

LISTADO DE CLASES SOBRE APOLOGÉTICA:

https://www.aciprensa.com/apologetica/

 

Definición:

El vocablo griego apologētikós llegó al latín tardío como apologetĭcus. Este término, a su vez, derivó en apologética, concepto que en nuestro idioma refiere a la serie de argumentos que se esgrimen para apoyar la verdad sostenida por una religión.

 

 

 

INTRODUCCIÓN A LAS REVELACIONES PRIVADAS: lA DIVINA VOLUNTAD

CIC 66: 

La economía cristiana, como alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo» (DV 4). Sin embargo, aunque la Revelación esté acabada, no está completamente explicitada; corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente todo su contenido en el transcurso de los siglos.

EL MISTERIO DE SU VOLUNTAD

  • En las Escrituras

 EFESIOS 1, 9-10

En Cristo, Dios nos ha dado a conocer EL MISTERIO DE SU VOLUNTAD….para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los Cielos y LO QUE ESTÁ EN LA TIERRA.

COLOSENSES 2, 2

 «para que sus corazones reciban ánimo y, unidos íntimamente en el amor, alcancen en toda su riqueza la plena inteligencia y perfecto conocimiento del Misterio de Dios, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia.»

COLOSENSES:1,17-17  

Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual

  • NECESARIO CONOCER TODA LA VOLUNTAD DE DIOS:

BENEDICTO XVI

Es nuestra misión de anunciar toda la voluntad de Dios, en su totalidad y última simplicidad. […] Y pienso que el mundo de hoy tiene curiosidad de conocer todo. […] Esta curiosidad debería ser también la nuestra: […] la de conocer verdaderamente toda la voluntad de Dios y de conocer cómo podemos y cómo debemos vivir, cual es el camino de nuestra vida. Benedicto XVI

A LUISA: 4 TIPOS DE VOLUNTAD

30-11 Enero 7, 1932

Hija mía, mi Voluntad tiene modos sorprendentes y diferentes de obrar, y obra según las disposiciones de las criaturas.

1.- Voluntad querida: Muchas veces hace conocer lo que Ella quiere, pero deja a decisión de las criaturas el hacerlo o no hacerlo, y ésta se llama Voluntad querida. (Ser piloto o ser cocinero)

2.- Voluntad ordenada: Otras veces, al querer agrega la orden, y da gracias duplicadas para hacer que  se cumpla dicha orden, y esto es de todos los cristianos, el no hacer esto significa no ser ni siquiera cristianos (es la de los 10 mandamientos, leyes de la Iglesia, deberes de estado)

3.-Voluntad permisiva: . , tú debes saber que mi Voluntad Divina obra en dos modos, en modo querido y en modo permisivo; 28-35 Febrero 8, 1931 (Dios lo permite todo, pero no es el modo que le agrada cuando permite hasta el mal)

4.- Voluntad operante u obrante: El otro modo es obrante, en éste, desciende en el acto de la criatura y obra como si el acto de la criatura fuera acto suyo, y por eso como acto suyo pone en él su Vida, su santidad, su virtud operativa;

pero para llegar a esto, el alma debe estar habituada a la Voluntad querida y ordenada, éstas preparan el vacío en el acto humano para recibir el acto obrante del Fiat Divino, pero no se detiene ahí, el acto obrante llama al acto cumplido y completo, y éste es el acto más santo, más potente, más bello, más refulgente de luz que puede hacer mi Divina Voluntad, y siendo su acto completo, todo lo que ha hecho viene encerrado en este acto, de modo que se ve correr y encerrado en él: El cielo, el sol, las estrellas, el mar, las bienaventuranzas celestiales, todo y todos”.

HASTA QUE NO ADOPTE LA VOLUNTAD DE DIOS COMO PROPIA NO SEREMOS COMO EL VERDERO HOMBRE: JESÚS

(La cita en inglés más abajo)

  • VERDADES REVELADAS DE LA IGLESIA SOBRE EL VERDADERO HOMBRE

-La imagen y semejanza-nuestra esencia

-Nuestra finalidad en la mente Divina

CIC 1701 Nuevo Adán manifiesta el hombre al propio hombre….ha sido imagen restaurada

Cristo, […] en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación” (GS 22, 1). En Cristo, “imagen del Dios invisible” (Col 1,15; cf 2 Co 4, 4), el hombre ha sido creado “a imagen y semejanza” del Creador. En Cristo, redentor y salvador, la imagen divina alterada en el hombre por el primer pecado ha sido restaurada en su belleza original y ennoblecida con la gracia de Dios (GS 22).

CIC 295 Participar a las criaturas de su Ser, sabiduría y bondad

 Creemos que Dios creó el mundo según su sabiduría (cf. Sb 9,9). Este no es producto de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o del azar. Creemos que procede de la voluntad libre de Dios que ha querido hacer participar a las criaturas de su ser, de su sabiduría y de su bondad: «Porque tú has creado todas las cosas; por tu voluntad lo que no existía fue creado» (Ap 4,11). «¡Cuán numerosas son tus obras, Señor! Todas las has hecho con sabiduría» (Sal 104,24). «Bueno es el Señor para con todos, y sus ternuras sobre todas sus obras» (Sal 145,9).

CIC 759: Participación en la Vida Divina en el Hijo

«El Padre eterno creó el mundo por una decisión totalmente libre y misteriosa de su sabiduría y bondad. Decidió elevar a los hombres a la participación de la vida divina» a la cual llama a todos los hombres en su Hijo

Pedro II, 1 Partícipes de su naturaleza Divina

SIMÓN Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que habéis alcanzado fe igualmente preciosa con nosotros en la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo: 2 Gracia y paz os sea multiplicada en el conocimiento de Dios, y de nuestro Señor Jesús. 3 Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos sean dadas de su divina potencia, por el conocimiento de aquel que nos ha llamado por su gloria y virtud: 4 Por las cuales nos son dadas preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas fueseis hechos partícipes de la naturaleza divina, habiendo huído de la corrupción que esta en el mundo por concupiscencia.

CIC 460 Hacernos Dios

 El Verbo se encarnó para hacernos «partícipes de la naturaleza divina» (2 P 1, 4): «Porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios» (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 3, 19, 1). «Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios» (San Atanasio de Alejandría, De Incarnatione, 54, 3: PG 25, 192B). Unigenitus […] Dei Filius, suae divinitatis volens nos esse participes, naturam nostram assumpsit, ut homines deos faceret factus homo («El Hijo Unigénito de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, asumió nuestra naturaleza, para que, habiéndose hecho hombre, hiciera dioses a los hombres») (Santo Tomás de Aquino, Oficio de la festividad del Corpus, Of. de Maitines, primer Nocturno, Lectura I).

1 Juan 3,2

Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que habremos de ser. Pero sabemos que cuando El se manifieste, seremos semejantes a El porque le veremos como El es.

CIC 521 Llamados a ser una  con El-Vivir sus misterios en nosotros

Todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en Él y que Él lo viva en nosotros. «El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre»(GS 22, 2). Estamos llamados a no ser más que una sola cosa con Él; nos hace comulgar, en cuanto miembros de su Cuerpo, en lo que Él vivió en su carne por nosotros y como modelo nuestro:

«Debemos continuar y cumplir en nosotros los estados y misterios de Jesús, y pedirle con frecuencia que los realice y lleve a plenitud en nosotros y en toda su Iglesia […] Porque el Hijo de Dios tiene el designio de hacer participar y de extender y continuar sus misterios en nosotros y en toda su Iglesia […] por las gracias que Él quiere comunicarnos y por los efectos que quiere obrar en nosotros gracias a estos misterios. Y por este medio quiere cumplirlos en nosotros» (San Juan Eudes, Tractatus de regno Iesu).

CIC 260        Fin último   /      Desde ahora

El fin último de toda la economía divina es la entrada de las criaturas en la unidad perfecta de la Bienaventurada Trinidad (cf. Jn 17,21-23). Pero desde ahora somos llamados a ser habitados por la Santísima Trinidad: «Si alguno me ama —dice el Señor— guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14,23).

  • COMO PARTICIPAR DE LA NATURALEZA DIVINA

Juan 17-21,26- Siendo Uno con la Divinidad

para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. 22 La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. 23 Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. Hay mucho que no pueden con ello pero ya llegó el tiempo: el Espíritu Santo les llevará hasta la verdad plena: Jesús pleno pues es el Camino, LA VERDAD y la Vida.

EL ORDEN DE MI PROVIDENCIA (A luisa Picarreta)  12-80

12-80 Enero 29, 1919 Dios cumplirá la tercera renovación de la humanidad manifestando lo que hacía su Divinidad en su Humanidad.

 

 “Hija amada mía, quiero hacerte saber el orden de mi providencia. En cada período de dos mil años he renovado al mundo, en los primeros lo renové con el diluvio; en los segundos dos mil lo renové con mi venida a la tierra, en la que manifesté mi Humanidad,de la cual como de tantas fisuras se traslucía mi Divinidad, y los buenos y los mismos santos de estos terceros dos mil años han vivido de los frutos de mi Humanidad, y como a gotas han gozado de mi Divinidad. Ahora estamos cerca del final de los terceros dos mil años y habrá una tercera renovación, he aquí el por qué de la confusión general, no es otra cosa que la preparación a la tercera renovación, y si en la segunda renovación manifesté lo que hacía y sufría mi Humanidad y poquísimo lo que obraba la Divinidad, ahora en esta tercera renovación, después de que la tierra haya sido purgada y en gran parte destruida la presente generación, seré aún más magnánimo con las criaturas y llevaré a cabo la renovación con manifestar lo que hacía mi Divinidad en mi Humanidad, cómo obraba mi Querer Divino con mi querer humano, cómo todo quedaba concatenado en Mí, cómo hacía y rehacía todo, y hasta un pensamiento de cada criatura era rehecho por Mí y sellado con mi Querer Divino.

 Mi amor quiere desahogarse y quiere hacer conocer los excesos que obraba mi Divinidad en mi Humanidad en favor de las criaturas, que superan con mucho  los excesos que externamente obraba mi Humanidad.

 He aquí por qué a menudo te hablo del vivir en mi Querer, lo que hasta ahora no he manifestado a ninguno, a lo más han conocido la sombra de mi Voluntad, la gracia, la dulzura que contiene el hacerla, pero penetrar dentro de Ella, abrazar la inmensidad, multiplicarse Conmigo y penetrar dondequiera, aun estando en la tierra, en el Cielo y en los corazones, abandonar los  modos humanos y obrar con modos divinos, esto no es conocido aún, tanto que a no  pocos parecerá extraño, y quien no tiene abierta la mente a la luz de la verdad no comprenderá nada, pero Yo poco a poco me abriré camino manifestando ahora una verdad, ahora otra de este vivir en mi Querer, de tal manera que terminarán por comprenderlo. Ahora bien, el primer eslabón que conjuntó el verdadero vivir en mi Querer fue mi Humanidad, mi Humanidad fundida con mi Divinidad nadaba en el Querer Eterno e iba encontrando todos los actos de las criaturas para hacerlos suyos, y dar al Padre por parte de las criaturas una gloria divina, y dar a todos los actos de las criaturas el valor, el amor y el beso del Querer Eterno. En este ambiente del Querer Eterno Yo veía todos los actos de las criaturas posibles de hacerse y no hechos, los mismos actos buenos malamente hechos, y Yo hacía los no hechos y rehacía los malamente hechos. Ahora, estos actos no hechos y hechos sólo por Mí, están todos suspendidos en mi Querer, y espero a las criaturas que vengan a vivir en mi Querer y repitan en mi Voluntad lo que hice Yo. Por eso te he escogido a ti como segundo eslabón de conjunción con mi Humanidad, haciéndose uno solo con el mío, viviendo en mi Querer, repitiendo mis mismos actos, de otra manera por esta parte mi amor quedaría sin desahogo, sin gloria por parte de las criaturas por todo lo que mi Divinidad obraba en mi Humanidad, y sin la perfecta finalidad de la Creación, la cual debe encerrarse y perfeccionarse en mi Querer. Sería como si hubiera derramado toda mi sangre, sufrido tanto y nadie lo hubiera sabido, ¿quién me habría amado? ¿Qué corazón habría quedado emocionado? ¡Ninguno! Y por tanto en ninguno habría tenido mis frutos, la gloria de la Redención”.

Y yo interrumpiendo las palabras de Jesús he dicho: “Amor mío, si tanto bien hay en este vivir en el Querer Divino, ¿por qué no lo manifestaste antes?”

Y Él: “Hija mía, primero debía hacer conocer lo que hizo y sufrió mi Humanidad por fuera, para poder disponer a las almas a conocer lo que hizo mi Divinidad por dentro; la criatura es incapaz de comprender todo junto mi obrar, por eso voy manifestándome poco  a poco. Después, a tu eslabón de conjunción Conmigo serán unidos los demás eslabones de las criaturas, y tendré una multitud de almas, que viviendo en mi Querer reharán todos los actos de las criaturas y tendré la gloria de tantos actos suspendidos hechos sólo por Mi, hechos también por las criaturas, y éstas de todas las clases: Vírgenes, sacerdotes, seglares, según su oficio no obrarán más humanamente, sino que penetrando en  mi Querer sus actos se multiplicarán por todos en modo todo divino, y tendré la gloria divina por parte de las criaturas de tantos sacramentos recibidos y administrados en modo humano, otros profanados, otros enfangados por el interés, y de tantas obras buenas en  las cuales quedo más deshonrado que honrado. Suspiro tanto este tiempo, tú reza y suspíralo junto Conmigo y no separes tu eslabón de unión con el mío, empezando tú la primera”.

 

  • En Inglés: Audiencia 1 Febrero 2012 Benedicto XVI

    However, there is the third expression in Jesus’ prayer, and it is the crucial one, in which the human will adheres to the divine will without reserve. In fact, Jesus ends by saying forcefully: “yet not what I will but what you will” (Mk 14:36c). In the unity of the divine person of the Son, the human will finds its complete fulfilment in the total abandonment of the I to the You of the Father, called Abba.

    Thus Jesus tells us that it is only by conforming our own will to the divine one that human beings attain their true height, that they become “divine”; only by coming out of ourselves, only in the “yes” to God, is Adam’s desire — and the desire of us all — to be completely free. It is what Jesus brings about at Gethsemane: in transferring the human will into the divine will the true man is born and we are redeemed.

Pequeño catecismo - razón y fe--- padre pablo martín Este texto también en audio

Este “Pequeño Catecismo”, una síntesis  que supone el “Catecismo de la Iglesia Católica”, es un soporte destinado a quienes desean colaborar en la catequesis de niños, en su preparación a los Sacramentos de la iniciación cristiana –Penitencia, Eucaristía, Confirmación– además de su propia formación básica en la Fe y como guía para su vida.

“Pro manuscripto privato”

  1. Pablo Martín Sanguiao

Pescia Romana, 1 de Noviembre 2019, fiesta de la Santidad de Dios en todos sus Santos

 
   

ESTA PRESENTACIÓN

DE LA DOCTRINA CRISTIANA SE DESARROLLA EN LOS SIGUIENTES CAPÍTULOS:

  • – El Catecismo de la Iglesia Católica. [página 5]
  • – Dios y yo. [p. 7]

–El punto de partida –1. Nuestra existencia es un misterio –2.  «Lo  que somos»  es un misterio –3. «Quienes» somos es un misterio –4. Nuestra muerte es un misterio –5. Después de la muerte: otro mistero –6. El sentido de la historia humana

  • – Las primeras noticias sobre Dios. [p. 10]

1. El mundo nos revela Aquel que lo ha hecho –2. Aquel que nos ha hecho es infinito, eterno y perfecto –3. El universo es obra de Dios, es creado por Dios

4. La Creación es un acto del Amor de Dios

  • – La Revelación. [p. 12]

1. Dios nos hace saber de El por una vía sobrenatural –2. ¿Cómo se ha revelado Dios? –3. ¿Qué es la Sagrada Escritura? –4. ¿Qué es la Sagrada Tradición?

  • – ¿Quién es Dios? La Santísima Trinidad. [p. 14]

1. ¿Qué nos ha revelado Dios de Sí mismo? –2. El misterio de la Santísima Trinidad –3. La Voluntad Divina se manifiesta como Amor –4.  Del  Amor  Divino proceden las Obras de Dios

  • – La Obra de la CREACIÓN. [p. 19]

1. “La Naturaleza”, o sea, la Creación –2. ¿Por qué Dios ha creado todas las cosas? –3. ¿Para quién ha creado Dios todas las cosas?  –4.  “En el  principio Dios creó el cielo y la tierra” –5. Dios nos cuenta la verdadera historia de la Creación –6. El tiempo y la eternidad

  • – La creación del hombre. [p. 23]

1. Dios creó al hombre a su imagen y semejanza –2. ¿Con qué finalidad Dios  nos ha creado? –3. ¿Cómo fue creado el hombre? –4. ¿Cómo no fue creado el hombre? –5. El estado de “Justicia original” de Adán

  • – La prueba y el pecado original. [p. 29]

1. La prueba y la tentación –2. ¿Cómo se producen las tentaciones? –3. ¿Qué cosa es el pecado? –4. ¿Cuáles son las consecuencias del pecado? –5. ¿Por qué pecó Adán?

  • – Empieza la historia del dolor y de la separación entre la Voluntad Divina y la voluntad humana. [p. 32]

1. La parábola del “hijo pródigo” es la historia de la humanidad –2. Situación espiritual del hombre tras la caida –3. Consecuencias físicas del pecado

  • – Dios se preparó un pueblo, Israele. [p. 34]

1. Con Abrahám empieza la preparación a la llegada del Mesías –2. La vocación de Abrahám –3. La prueba y el triunfo en la prueba

  • – Dios libera a su pueblo de la esclavitud. [p. 35]

1.  Los primeros pasos   –2. Enseñanza de la historia del Antiguo Testamento

3. La Ley de Dios, los Diez Mandamientos

  • – La historia del pueblo de Israel. [p. 37]

1. Recorramos dos mil años  de historia  –2. Dios se revela cada vez más en la historia

  • – La Encarnación del Verbo, Jesucristo. [p. 40]

1. ¿Quién es Jesucristo? –2. Jesucristo es el cumplimiento de la promesa divina

3. ¿Para qué se ha encarnado el Hijo de Dios? –4. Su Vida –5. Su Pasión y Muerte y su Resurrección

  • – La Santísima Virgen María. [p. 44]

1. El papel esencial y único de María en el Proyecto divino

  • – La Obra de la REDENCIÓN. [p. 46]

1. La causa o el por qué de la Redención –2. La finalidad de la Redención

  • – La Santa Iglesia. [p. 48]

1.  ¿Qué  es la Iglesia?  –2.  ¿Cómo  es la Iglesia?  –3. ¿Qué se necesita para pertenecer a la Iglesia? –4. ¿Dónde está la Iglesia?

  • – Los Sacramentos. [p. 50]

1. La Iglesia, en este mundo, se concretiza en los Sacramentos

  • – La Eucaristía y la Santa Misa. [p. 53]

1. Por nosotros, con nosotros, en nosotros

  • – La Obra de la SANTIFICACIÓN. [p. 54]

1. ¿Qué es la Santidad? –2. ¿Qué es ser santos? –3. ¿Qué es la Gracia?

  • – La unión con Dios. [p. 55]

1. ¿Qué cosa nos da la Gracia Santificante?  –2. Las tres virtudes teologales

3. Las virtudes cardinales –4. Los dones del Espíritu Santo –5. La oración

  • – Los Novísimos. [p. 59]

1. ¿Qué cosa son “los novísimos”? –2. La muerte corporal y la muerte espiritual

3. El juicio particular y el Juicio final –4. El Paraíso o salvación eterna

5. El Purgatorio o preparación temporal al Cielo –6. El infierno o condenación eterna –7. La resurrección de los muertos

  • – El cumplimiento del Proyecto de Dios. Su Reino. [p. 62]

1. Los tiempos de la historia según Dios –2. ¿En qué consiste el Reino de Dios?

3. “Los signos de los tiempos”

EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

No es simplemente un libro, sino “un viaje en el sentido y en las preguntas de la vida, dentro de la experiencia de la Fe profesada por la Iglesia”.

La vida de todos nosotros, de cualquier condición y empezando con la edad adulta, necesita respuestas precisas e indicaciones seguras de lo que hemos de hacer. No es  una simple serie de conocimientos religiosos y de indicaciones morales, sino un alimento y una guía para la verdadera vida.

El Catecismo se compone de cuatro partes:

  • La Fe “conocida y profesada” – en el Credo
  • La Fe “alimentada y celebrada” – en los Sacramenti
  • La Fe “vivida y practicada” – en los Mandamientos
  • La Fe “comunión con Dios” – en la oración

Respectivamente son:

  • Conocer Quién es Dios y quienes somos nosotros, su Proyecto, nuestro origen y nuestro destino,
  • Conocer lo que Dios hace por nosotros y recibir su Gracia y su Amor,
  • Conocer lo que nosotros hemos de hacer para corresponder a su Amor,
  • Conocer y experimentar una comunión de amor y de vida con

Es una relación con Dios, en la que toda iniciativa es Suya, que requiere una respuesta por nuestra parte.

Es una relación personal con Dios, de cada uno de nosotros, insustituible, que nos llega por medio de la Iglesia.

De aqui nuestra doble dimensión que nos relaciona con Dios: individual y social, la propia conciencia y el prójimo. Nuestra respuesta es personal, y al mismo tiempo pasa a través del prójimo.

Es una relación con Dios que parte del conocimiento, el cual lleva consigo el deseo,

el cual llega a ser posesión y amor, experiencia de vida, ¡felicidad!

Donde quiera que vamos, cualquier cosa que hagamos…, en definitiva, ¿qué es lo que buscamos? La felicidad.

No es fácil notar la relación entre lo que hacemos y esta última finalidad. No nos damos cuenta. El “Catecismo de la Iglesia Católica” dice en el primer capítulo:

“El deseo de Dios (es decir, desear a Dios) está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no deja de atraer hacia Sí al  hombre y solamente  en Dios el hombre  encontrará  la verdad  y la felicidad   que busca sin cesar”.

Corresponde a una célebre frase de San Agustín: “Nos hiciste, Señor, para Tí, y nuestro corazón no encuentra reposo si no es en Tí”.

Lo demuestra el deseo del bien, de la verdad, de la paz, de la belleza, de la felicidad, de una vida sin límites, que tenemos por naturaleza, sin que nadie nos lo haya  enseñado. Este deseo supremo, este “instinto” primordial es “la marca de fábrica” de Dios, lo que la materia nunca podría dar. El hombre viene de Dios y debe regresar (voluntariamente) a Dios.

A la “Sierva de Dios” Luisa Piccarreta, “la pequeña Hija de la Divina Voluntad”, Jesús le dice (volumen 11°, 26 de febrero 1912):

Todos queremos ser felices, pero ¿por cual camino se logra? Los esfuerzos humanos de todos los que han dado origen a las diferentes religiones, no han obtenido nada. El hombre quiere de tantas maneras elevarse hacia Dios, acercarse a El, ser de alguna forma como Dios, porque Dios lo creó “a Su imagen y semejanza”. El gran error, el pecado, es querer “ser como Dios, pero sin Dios”, al contrario, contra Dios.

“Religión” quiere decir “re-ligar”, “restablecer” los lazos, las relaciones con Dios.

En todas las religiones de iniciativa humana, el hombre ha querido acercarse a Dios, pero sólo en la verdadera Religión, es Dios el que ha tomado la iniciativa de abajarse hacia su criatura, el hombre, para hablarle y, encarnandose, para levantarlo y llevarlo  de nuevo a El:

 
   

En conclusión: EL CATECISMO TIENE COMO FINALIDAD darnos todas las noticias y las indicaciones necesarias para que alcancemos esa  aspiración suprema    del hombre: ¡una plenitud de vida, la Felicidad! Esa es la finalidad y el por qué de nuestra existencia: la comunión de vida con Dios.

DIOS  Y  YO

Un axioma de base de la Iglesia es que “la Gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona”. Por eso mismo, “la Fe no se opone a la razón, sino que la supone y la perfecciona”. Lo contrario de lo “humano” no es lo “divino”, sino lo “deshumano”… Pero vayamos por orden.

EL PUNTO DE PARTIDA de toda reflexión que pueda realmente iluminar la vida de cada uno de nosotros, somos nosotros mismos.

Las preguntas: ¿Quién soy yo? ¿Por qué existo? ¿Cual es mi destino? ¿Por qué he de morir? ¿Qué me espera después de la muerte? y otras por el estilo, son las primeras que nos hacemos si queremos dar un sentido a nuestra vida.

Pero nosotros somos incapaces de responder a tales preguntas. Al cabo de siglos de reflexión sobre tales cosas permanece el misterio. O, mejor dicho, persiste el ser conscientes de nuestra incapacidad de descubrir el misterio, lo cual es ya un paso adelante, porque nos pone en la buena dirección: la de preguntar a “Alguien” que sabe más que nosotros.

Por tanto examinemos –entre otras– seis realidades para nosotros misteriosas, que no podemos evitar, pero a las que debemos poder dar una explicación. Pues ¿de qué le sirve al hombre descubrir los misterios de la naturaleza si luego no es capaz de aclarar los misterios de su propia existencia?

1   – Nuestra existencia es un misterio.

Ha nacido un niño. Ha nacido sin quererlo, sin ni siquiera saberlo: ¡se ha encontrado en el mundo y nada más! Cada día nacen en el mundo más de cien mil niños como él, pero ninguno de ellos ha escogido existir. Todos nosotros hemos nacido así. No dependía de nosotros; no hemos escogido a nuestros padres ni los conocíamos; no hemos elegido ni donde ni cuando, ni nuestro cuerpo ni  nuestro  temperamento.  Hemos nacido, como habríamos podido no nacer…

Pues entonces ¿quién ha decidido nuestra existencia? ¿Quién la ha realizado?

¿Quién ha establecido cada una de estas cosas?

Realmente nuestra existencia es un gran misterio, que da a entender la presencia de ALGUIEN que a todos nos supera y nos domina, que decide y realiza según su gusto   la venida al mondo de cada uno de nosotros.

2   – «Lo que somos» es un misterio.

Pasan los años: el niño se abre a la vida y empieza a descubrirse a sí mismo. Sus manos, por ejemplo, tan ágiles y útiles. Sus ojos, que se abren como dos ventanas al mundo. Y luego su inteligencia que lee el significado de las cosas, y su poder de amar…

Todos nosotros nos hemos encontrado así. Ninguno de nosotros ha podido evitar    ser lo que es; que nos guste o no, todos hemos sido obligados a aceptarnos o a soportarnos a nosotros mismos.

¿Y quién ha decidido la forma de nuestro cuerpo y las  aptitudes de nuestra alma? Sin duda, no nuestros padres: también ellos estan obligados a aceptar o a soportar a sus propios hijos así como son. ¿Quién ha decidido que tuvieramos un cuerpo viviente y un alma espiritual? ¿Quién nos ha ideado y querido así?

Una vez más hemos de responder: Alguien más grande que nosotros, que ha  decidido todo de nosotros.

Y  si tú dijeras:  “me ha traido  al  mundo mi padre”,  entonces preguntamos:  “y a él,

¿quién lo ha traido al mundo?” –“Su padre” –“Y a tu abuelo, ¿quién lo hizo nacer?”, etc., por tanto nos remontamos necesariamente hasta el primer padre de la humanidad:

¿y a él? De cualquier manera que queramos explicarlo, la conclusión es que el primero y todos sus descendientes somos obra de Alquien que no ha sido creado por ninguno y que existe por Sí mismo. Quiso definirse “Aquel que ES”.

3   – «Quienes» somos es un misterio.

Si “lo que somos” ya es un gran misterio, mucho más grande es el misterio que rodea la conciencia o el ser conscientes de “quienes” somos. Además de tener un cuerpo y un alma, cada uno de nosotros sabe que tiene un cuerpo y un alma. Cada uno de nosotros es “consciente de que existe”, “sabe que es él” y no otro, sabe que es “sujeto de acciones responsables”, es decir, que es una “persona”.

La pregunta es: ¿quién ha decidido hacerme ser un “yo” consciente y libre, protagonista y autor de lo que hago de mi vida, por tanto de mi destino? ¿Quién ha decidido hacerme ser yo mismo?

La sola explicación posible –podemos intuirla– es la presencia, a nuestro lado, de   un Padre que ha querido que seamos capaces de tener con Lui una relación de conocimiento y de amor.

4   – Nuestra muerte es un misterio.

La vida pasa rápida y llega a su final. Todos nosotros, sin excepción, sabemos que un día moriremos. Podemos alejar el pensamiento de ella pero no la certeza. Ante una cosa tan no querida, tan impresionante, y sin embargo tan cierta y tan universal, cada uno de nosotros se pregunta: ¿pero por qué no puedo vivir para siempre? ¿Quién ha  establecido que el hombre deba morir, que yo tenga que morir?

Este  problema incluye  el  del  mal  físico.  Al  problema de  la muerte debo   añadir:

“¿por  qué el dolore, especialmente  el de los  inocentes?  ¿Por qué las enfermedades?

¿Por qué las calamidades naturales? ¿Por qué la violencia, los atropellos, las injusticias, el hambre en el mundo, las guerras?” ¿Y las desilusiones? ¿pero cómo es posible? Todo en nosotros tiende de forma irresistible a la felicidad, al bien, a la plenitud de vida, y por el contrario la muerte nos arrancaría todo con una carcajada de sarcasmo: “estúpido, ¿qué te creías?”

De nuevo el pensamiento va a Aquel que es dueño de la vida del hombre y de su destino, para nosotros misterioso y aparentemente cruel, pero que no puede no tener un sentido y una explicación. Un sentido y una explicación que sólo El puede revelarnos.

Y de todos estos males (de los que la muerte es el resumen) interesa no tanto saber la causa (pero también esa nos la revela “Aquel que nos ha creado”, y es el pecado), cuanto más bien conocer qué representa en nuestra vida concreta: ¿el mal físico es un absurdo o tiene una finalidad? ¿Para nosotros es sólo una “pérdida” o tiene una “contrapartida” que puede cerrar el balance con vantaja para nosotros?

5   – Después de la muerte: otro misterio.

Cuando moriremos y nuestro cuerpo yacerá sin vida, ¿qué será de nosotros? Caeremos de golpe en la nada como si nunca hubieramos existido, o seguiremos

teniendo conciencia de existir? ¿Qué sentiremos en ese momento supremo?

¿Encontraremos Aquel que nos ha dado la existencia o Su presencia seguirá siendo misteriosa para nosotros? ¿Seremos felices por el bien cumplido o castigados por el mal cometido? ¿Veremos otra vez a nuestros seres queridos y podremos estar con ellos?

Nadie puede responder a estas preguntas, ni siquiera todos los filósofos de la humanidad juntos.

¿Nuestra muerte será como un salto en la oscuridad? ¿La vida y nuestra naturaleza, hecha para la felicidad, será todo un gran engaño? Una vez más el pensamiento corre a Aquel que nos ha dado el ser y que nos ha hecho mortales. Sólo El sabe lo que nos espera después de la muerte, sólo El nos lo puede decir.

6   – El sentido de la historia humana.

En esta esfera pequeña y a la vez para nosotros tan grande, en este planeta que gira en el universo, la humanidad entera ha empezado y ha vivido su historia y se dispone    a vivir su propio futuro.

Aquí es donde los hombres han construido sus grandes civilizaciones, las cuales, una tras otra, han caído. Y aquí es donde  nuestra generación se dibate y mira al futuro,  pero aquí es donde todos nosotros seremos enterrados.

Este ciclo de nacimiento, de vida y de muerte es natural para la humanidad. Todo progreso científico, toda conquista técnica, todo bienestar social podrían retrasar su conclusión, pero no evitarla.

Y entonces cabe preguntarnos: ¿Qué sentido tiene la historia humana? ¿Será posible que de todo lo que el hombre hace sobre la tierra no quede nada para él después de la muerte? ¿Será posible que la entera humanidad, en olas sucesivas, perezca en la nada, tras haber trabajado y sufrido per milenios? ¿O será que la muerte no es más que una puerta, más allá de la cual la historia humana se descubre viva y halla su cumplimiento?

A estas preguntas ningún hombre ha sabido ni sabrá jamás responder: sólo conjeturas, sólo fantasías. La respuesta verdadera y segura está fuera del hombre, o mejor dicho, por encima del hombre: está en Aquel que lo ha creado.

A la “Sierva de Dios” Luisa Piccarreta, “la pequeña Hija de la Divina Voluntad”, Ntro. Señor le dice el 30 de enero de 1909:

 
   

LAS PRIMERAS NOTICIAS SOBRE DIOS

Ante las preguntas fundamentales sobre el sentido de nuestra vida, no  caben más  que dos posibilidades: renunciar a una explicación, o preguntarsela a “Otro” que sabe más que nosotros.

Ya hemos intuido Su presencia, precisamente por las preguntas que nuestra existencia lleva consigo. Lo hemos indicado como “Aquel que nos ha hecho”.

Ahora la pregunta racional es: ¿Ese «Otro» existe de verdad? ¿Realmente existe un Ser, diferente del mundo en que vivimos y del cual este mismo mundo depende?

La respuesta es , y veamos por qué. Dios nos ha hecho saber de El por una vía natural, la razón, por medio de las criaturas, y per una vía sobrenatural, la Revelación.

Por ahora usemos tan sólo la razón; después descubriremos la Fe.

1   – El mundo nos revela Aquel que lo ha hecho

Es evidente que una cosa que todavía no existe no puede darse la existencia ella misma. Pensar lo contrario sería absurdo.

También es evidente que cada cosa que vemos en el mundo es causada por otra cosa que ya existía antes de ella (qué es antes, el huevo o la gallina, es una dificultad aparente, porque cualquiera que sea la respuesta, al comienzo de toda la serie de cosas producidas debe hacer por fuerza un Ser no producido por otro, que no depende de nada, un Principio que existe por sí mismo. De lo contrario nunca habría empezado la serie de las cosas que vemos en el mundo. Ese Ser Supremo es DIOS, Aquel cuya esencia es el existir, tal como se presentó a Moisés: “Yo Soy Aquel que Soy”.

Para mejor comprenderlo, el Señor dijo a Santa Catalina de Siena: “Yo soy el que ES, tú eres la que NO ES”.

2   – Aquel que nos ha hecho es infinito, eterno y perfecto

Si Dios existe por Sí mismo, el Ser assoluto, es lógico que no haga primero una cosa y luego otra, come hacemos nosotros que somos limitados, sino que hace todo y es  todo en un solo Acto absoluto, sin antes ni después, sin principio ni fin, inmutable, eterno Presente.

Realidad totalmente diversa de todas las otras cosas en el mundo, porque todo lo   que estas últimas son y tienen lo reciben de Dios, mientras que Dios no lo recibe de nada. El es “la Fuente” del ser, es el Ser infinito.

La Naturaleza no es atea. Toda la Creación manifiesta claramente ser fruto del infinito Poder de Dios (le basta quererlo para hacerlo), todo lo creado muestra la infinita Sabiduría de Dios, todo tiene su triple firma: orden, armonía y belleza, todo lo que existe tiene un fin, un motivo, todo tiene un bien que ofrecer y compartir, todo es fruto del eterno Amor de Dios… Como dice la Escritura: “los cielos y la tierra estan llenos de su Gloria”. En una palabra, Dios es infinitamente Perfecto.

De todo esto se comprende que Dios no sólo existe, que El no es “algo”, sino

 “Alguien” que en sus obras manifiesta su Inteligencia y su Voluntad con todos sus atributos: Verdad, Bondad, Justicia, Libertad, Fecundidad, Felicidad… En  una  palabra, como dice San Juan, Dios es Amor.

3   – El universo es obra de Dios, es creado por Dios

Dios es la causa de todo lo que existe. Sólo Dios puede ser la finalidad de todo.

¿Pero de qué manera Dios ha dado existencia al universo? La única posible respuesta es: haciendolo a partir de la nada, puesto que anteriormente nada existía todavía.  Hacer a partir da la nada se dice “crear”.

Del hecho de ser sus criaturas comprendemos cual es nuestra posición ante Dios:

  • Si todas las criaturas –y nosotros de forma especial– somos obra Suya, le pertenecemos y de El dependemos. El es nuestro Dueño y Señor. Dios tiene todo derecho sobre nosotros. Por tanto, por parte nuestra debemos reconocer esta dependencia y pertenencia, reconocer que todo lo que somos y tenemos se lo debemos a El, y que si El retirase todo lo que nos ha dado, de nosotros no quedaría nada, desapareceríamos en la nada, como si jamás hubieramos existido. Confesar este reconocimiento es nuestro primer deber, el primer homenaje a la verdad: es adorarlo.
  • Todo lo que Dios ha creado –y nosotros en particular–participa de la bondad, de la verdad, de la belleza de Dios. Reconocer y admirar la Obra de Dios, la actuación de todos sus Atributos (su Omnipotencia, su Sabiduría, su Providencia, etc.) en sus obras, reflejo de como es Dios, es glorificarlo y alabarlo. Por tanto nunca hemos de ver esa bondad, verdad y belleza de las criaturas como si Dios no tuviera nada que ver, separandolas de El, robandoselas a Dios: eso es lo que hace el pecado. Debemos reconocer que todo lo que somos y tenemos es don gratuito suyo, de su inmenso Amor, y ese reconocimiento se expresa con bendecirlo y darle las gracias.

4   – La creación es un acto de amor de Dios

Dios no necesita nada, nada puede obligarlo; por eso ha hecho todo con plena libertad. ¿Y cual es el motivo de la creación? Sólo puede haber sido hecha por amor, por el deseo de compartir Su felicidad con otros seres (nosotros), para desahogar Su amor con criaturas capaces de  reconocerlo  y de corresponderle, capaces de conocerlo y de amarlo con plena libertad, como El nos ama.

 
   

El hombre es el destinatario de toda la Creación: todo ha sido creado para nosotros, nosotros para Cristo y Cristo (el Hijo de Dios, el Verbo Encarnado) para Dios: “¡Todo es vuestro! Pero vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios” (1a Cor 3,22-23).

LA  REVELACIÓN

1   – Dios nos hace saber de El por una vía sobrenatural

Para conocer a Dios y su Proyecto sobre nosotros, no basta la vía natural de la razón, es necesaria la vía sobrenatural de la Fe, que Dios nos presenta en la Revelación.

¿Qué es la Revelación? Es la manifestación que Dios ha querido hacer  de  Sí  mismo, de su Proyecto eterno, de su Vida Divina; no sólo para darnos noticias de El, sino para compartir con nosotros su propia Vida, para darnos su Amor y unirnos a El como hijos.

 
   

Poseer la Vida de Dios se nos da en su Amor, el cual se nos da en su conocimiento:

2   – ¿Cómo se ha revelado Dios?

¿Cómo se manifiesta y comunica? Mediante la Sagrada Escritura (la Biblia) y en la Sagrada Tradición.

Para poder leer hace falta el Libro. ¿Pero basta el Libro sin los ojos? E bastan los ojos sin la Luz? ¿Y se puede tener la Luz sin la Lámpara? ¿Y la Lámpara tendría luz sin la Electricidad?

Así, si el Libro es la Sagrada Escritura, y “los ojos” son la buona voluntad, “la Luz” es la Fe que nos transmite “la Lámpara” que es la Iglesia, encendida por la “electricidad” que es el Amor Divino, que la persona del Espíritu Santo. Por eso, a la Sagrada Escritura se añade la Tradición viva de la Iglesia, que da siempre nueva luz, porque la Revelación está completa, pero no terminará nunca, siendo infinita.

3   – ¿Qué cosa es la Sagrada Escritura?

Es la Biblia, que podemos considerar como “una carta de amor” que Dios, nuestro Padre Divino, ha escrito para nosotros, “para que tengamos Vida, y la tengamos en abundancia” (Jn 10,10). La Biblia o Sagrada Escritura contiene la Revelación de Dios. En ella, Dios se manifiesta y se comunica a nosotros, para establecer con nosotros relaciones de amor y darnos su Vida. Dios nos dirige su Palabra con el lenguaje accesible para nosotros, un lenguaje humano variado, para que comprendamos, poco    a poco, su lenguaje divino.

Está compuesta por 73 libros: 46 del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo Testamento. El Antiguo Testamento fue escrito antes de que Nuestro Señor se encarnase. De él forman parte el “Pentateuco” (los cinco primeros libros, atribuidos a Moisés), los libros “históricos”, los libros “sapienciales” y los profetas. El Nuevo

Testamento fue escrito en el primer siglo, después de la Redención: está formado por los cuatro Evangelios, los “Hechos de los Apóstoles”, sus cartas y el “Apocalipsis”.

El Autor de la Sagrada Escritura es Dios (“palabra de Dios”), que inspiró y guió a  los autores humanos de los diferentes libros.

4   – ¿Qué cosa es la Sagrada Tradición?

Es la incesante transmisión en la Iglesia, bajo la guía y el control de su Magisterio, de todo ciò que gli Apóstoles predicarono, cioè gli enseñamenti que essi recibettero da Nuestro Señor.

En la Tradición Dios no revela nada que no esté ya presente en la Sagrada Escritura, pero de siglo en siglo da cada vez más luz por medio de los Santos y Doctores de la Iglesia, para comprender cada vez más profundamente cuanto está ya revelado.

 
   

Tratandose de cosas que pertenecen a la doctrina y a la moral, la Iglesia es infalible en su Magisterio, no puede engañarse ni equivocarse, porque le ha sido prometida indefectiblemente la divina asistencia del Espíritu Santo.

¿QUIÉN ES DIOS? LA SANTÍSIMA TRINIDAD

1   – ¿Qué nos ha revelado Dios de Sí mismo?

Con la sola razón podemos comprender que Dios existe, que no es algo, sino “Alguien”, que es el Creador de todo lo que existe y es absolutamente distinto de todas las cosas creadas por El, que es omnipotente, infinitamente grande, sabio y bueno, libre en su obrar, etc.: “lo que de Dios se puede conocer es manifiesto; Dios mismo lo ha manifestado. En efecto, desde la creación del mundo, sus perfecciones invisibles  pueden ser contempladas con la mente en las obras hechas por El, como su eterna potencia y divinidad” (Rom 1,19-20).

Pero la sola razón humana no puede ir más allá. Para saber Quién es, se ha manifestado históricamente al hombre, como afirma la Revelación. De esa forma la Fe da un “suplemento infinito” de conocimiento a nuestra razón, nos permite penetrar en   el Misterio infinito de la vida íntima de Dios. Y Dios, absolutamente Uno, se presenta como Tres Personas iguales y distintas.

2   – El misterio de la Santísima Trinidad

Desde la primera página de la Biblia encontramos elocuentes alusiones al Misterio Divino, a la luz de los cuales podemos luego hallarlos por todas partes en la Creación.

Dios es un solo Dios en tres Divinas Personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En el Antiguo Testamento no hubo una Revelación esplícita del Misterio Trinitario: las Tres Divinas Personas del único Dios. Desde el primer capítulo del Génesis, hay ya elocuentes alusiones a Dios (en singular) que habla en plural: “Y Dios dijo: Hagamos al hombre a Nuestra imagen, a Nuestra semejanza… Y Dios creó al hombre a Su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó…” (1,26-27). “El Señor Dios dijo entonces: He aquí que el hombre ha llegado a ser como uno de Nosotros…” (3,22). Lo mismo se ve en el cap. 18, la aparición de Dios a Abrahám: “…vio tres hombres que estaban de pie ante él… Apenas los vio… se postró diciendo: Señor mío, si he hallado gracia a tus ojos…” Las dos personas que prosiguen son llamados “ángeles”, pero ese nombre es en sentido etimológico (“enviados”). En este sentido se

lee Isaías, 48,16: “Ahora el Señor Dios me ha enviado junto con su Espíritu”…

Es decir, que hay elocuentes alusiones en el Antiguo Testamento, pero se iluminan sólo a la luz del Nuevo. La Trinidad de Personas de Dios se manifiesta a partir del bautismo de Jesús en el Jordán. Y luego tantas veces lo dice Jesús: “Quien me ve a Mí, ve al Padre”. “El Padre, que vive en Mí, hace sus obras”. “El Padre y Yo somos una sola cosa”, etc. “Este Hijo es irradiación de su gloria y huella de su ser” (Heb 1,3).

La Fe y la religión cristiana no son sólo una creencia intelectual en una serie de verdades o de ideas escritas en un libro, en nuestro caso la Biblia (como son otras religiones llamadas “del libro”); nuestra Fe y religión son la relación viva con una Persona histórica, sí, pero viva y presente: Jesucristo, el Hijo de Dios, verdadero Dios y verdadero Hombre, que nos revela la Persona del Padre por obra de la Persona del Espíritu Santo.

Los nombres de las Tres Divinas Personas nos los da la misma Sagrada Escritura. Si el Padre se llama “Padre” es porque así ha de ser, aunque Dios, purísimo Espíritu, no sea “masculino” ni “femenino”. El no toma el nombre o el concepto del hombre que llega a ser “padre”, sino al contrario: por ser Dios precisamente así, ha querido darle

al hombre ese rasgo. Así mismo, el Hijo de Dios ha querido ser “el Hijo del hombre”, porque así refleja su condición Divina de ser “el Hijo”. Pero el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo podrían ser llamados, respectivamente, “el Amante, el Amado y el Amor”, o bien “el Padre la Fecundidad Divina, el Hijo el Fruto de su Fecundidad y el Espíritu Santo el Realizador de la Fecundidad”, o bien “el Padre es el Revelado, el Hijo su Revelación y el Espíritu Santo el Divino Revelador”.

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El misterio de la Santísima Trinidad podemos contemplarlo “por analogía” exami- nandonos a nosotros mismos, como todo lo que se refiere a Dios, infinitamente más grande que nosotros, transcendente.

Si Dios me ha creado, digno de El, poniendose El mismo como Modelo único, significa que en El ocurre algo semejante a lo que sucede en mí. Si yo en mi mente y  en mi conciencia (o para ser más exacto, en la inteligencia, la voluntad y la memoria) tengo una cierta idea de mí mismo, el concepto de mí mismo –y puedo decir que es como mi imagen interior, mientras que la que veo en el espejo es sólo exterior y muy parcial–, así Dios tiene en Sí mismo una idea de Sí perfectísima. La Idea que Dios tiene de Sí, el Conocimiento de Sí, el Concepto de Sí, la Imagen suya, el otro Sí  mismo, es lo que El llama su Verbo, su perfecta Palabra o Expresión, en la que Se ve realizado, “la huella de Su Sustancia”, como dice la Carta a los Hebreos, cap. 1.

Dios no es “algo” sino “Alguien”, es decir, un Ser responsable de sus propias acciones y decisiones, o sea: es un Ser personal, y siendo perfectísimo el concepto o conocimiento  que tiene de Sí mismo (no es como el que yo tengo de mí mismo, que    es limitado y parcial), entonces resulta que su Concepto o Verbo  es también persona, es Otra Persona, con la cual puede tener un inefable Diálogo (mientras que yo puedo tener sólo un monólogo conmigo mismo, con mi imagen interior o con la imagen externa del espejo en que me veo, porque no es otra persona).

Esa “relación” o “diálogo” en que se intercambian todo lo que son, es tan perfecto, que es talbién Alguien: es la Tercera Divina Persona, el Espíritu Santo, cuyo Nombre expresa la Esencia misma del Ser Divino. En una palabra, ninguna de las Tres Personas puede ser sin las otras Dos… Eso significa que la “persona” no resulta sólo del ser responsable consciente de sus propias decisiones (un recién nacido es persona, aunque todavía no “ejercita” lo que es), sino que resulta  también  de la  relación  ontológica  con las otras personas: por ejemplo, el Padre es Padre porque tiene el Hijo…

Hasta aquí llega la reflexión acerca del único Dios, del Ser Divino, único e indivisible, que es Tres Personas distintas (que podríamos decir también “recíprocas”).

3   – La Voluntad Divina se manifiesta como Amor

Toda la Vida de Dios surge de su Voluntad, la única Voluntad de las tres Divinas Personas, y se desarrolla en un único Acto absoluto, infinito, eterno de Amor.

En él, el Padre manifiesta y comunica todo lo que El es al Hijo, todas Sus infinitas perfecciones… Todo deposita en El, excepto su condición específica de ser Padre del Verbo, porque sería contradictorio. De hecho, el Hijo no podría ser “padre de Sí mismo”. Y tampoco puede darla al Espíritu Santo, porque esta Divina Persona es “la Relación”, “el Vínculo”, “el Diálogo de Amor” entre las Dos primeras… ¿Qué hacer?

Su Ser, que es un solo Ser, es perfectísimo, de nada necesita, no hay nada que añadir o quitar. Pero su Amor no se satisface si las Tres Divinas Personas no dan todo, si conservan para Sí algo. De ahí surge la solución: sin necesidad de nada, sino sólo por amor, el Padre ha querido eternamente otra persona, distinta del Hijo y del Espíritu Santo, una “cuarta persona” a la cual comunicar o con la cual poder compartir Su condición propia de Padre del Verbo.

Una persona por lo tanto externa a la Stma. Trinidad, una persona que había de crear aposta para desahogar su Amor: en esta Criatura singular la Paternidad Divina, su Fecundidad Virginal, se llama “Maternidad Divina”, pero es la misma, aun no siendo Dios, sino tan sólo una Criatura.

Dios la ha querido “eternamente”. Y eso es porque en Dios no hay sucesión de actos, sino un único Acto infinito, exhaustivo. A nosotros nos parece que primero hace una cosa y luego otra; pero el Acto está por encima del transcurrir del tiempo. Entonces, desde el punto de vista de Dios, no sólo María, sino nosotros y todo lo que existe somos “eternos”, siempre presentes en el Pensamiento y en el Querer de Dios, aunque desde nuestro punto di vista de criaturas somos “temporales”: o sea, nuestra existencia tuvo un comienzo, si bien nosotros, como también los ángeles, no tendremos fin.

Y el Verbo Divino, al ver la Paternidad de su Padre amado “bilocada” (por así decir) en una criatura, arrebatado por el amor decide de hacerse El también criatura, para ser su Hijo y honrar así en esta criatura la Paternidad de su Padre… Por tanto, bien podemos afirmar que el primer motivo (en orden de importancia) que el Verbo Eterno tuvo para encarnarse, no fue tanto el pecado de los hombres, cuanto la Gracia perfecta de María… Después, por motivo de esta Pareja inicial de Criaturas, Dios ha decretado dar la existencia a todas las demás, en su propio orden y grado.

Con esta reflexión tenemos ya un indicio segurísimo del por qué de la Encarnación. La cual no podía depender de nuestro comportamiento de criaturas. No era suficiente. Su causa no puede estar mas que en el Misterio del Amor de las Tres Divinas Personas, en la vida íntima  de Dios. Y también un primer indicio de por  qué una pura criatura  era destinata a ser la Madre del Hijo de Dios encarnado.

4   – Del Amor Divino proceden las Obras de Dios

Con San Pablo (Ef 1, Col 1) y San Juan (Gv 1), afirmamos

  • que desde la Eternidad el Hijo o Verbo Eterno de Dios se llama Jesucristo (es decir, su Encarnación, su Naturaleza humana, no es para El una cosa facultativa o secundaria) y es necesariamente el Hijo de María, no siendo posible lo contrario. Por eso la Iglesia dice que María está “arcanamente unida a Jesucristo desde toda la eternidad «con uno mismo decreto» de predestinación” (Constitución Apostólica «Munificentissimus Deus» de Pío XII, 1950);
  • que El es el Autor y el Destinatario o Heredero de toda la Creación, el Primogénito y el “Prototipo” de todas las criaturas;
  • que en el tiempo, El, encarnándose, ha tomado nuestra naturaleza humana, porque antes, al crearnos, nos había dado Su Naturaleza Humana. Por tanto, si el Hijo de Dios se ha hecho Hombre como nosotros, ¡tanto más nos quiere hacer hombres como El!

El Padre ha mirado a su Hijo y ha visto a María; mirandolos luego a Ellos dos, nos ha visto a todos nosotros; mirandonos a nosotros ha visto todo el resto de las criaturas… “Todo es vuestro, pero vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios” (1a Cor 2,22-23). Pero su Ideal no termina en esto: mirandonos a nosotros, ahora quiere ver en cada uno de nosotros a su Unico Hijo Jesucristo.

Por tanto, en el eterno decreto de la Encarnación Dios ha establecido que el Hijo huviera además de su propio Cuerpo humano personal, físico,  un  Cuerpo  Místico suyo, del cual El fuera la Cabeza, el Rey. Un Cuerpo concebido en El y por motivo de El, “desde el Principio”.

¡Eso es su verdadero Reino! Pero qué “desilusión” es para el Padre cuando nos mira  a nosotros y no ve a su amadísimo y único Hijo, o ve apenas algo…

Del primer decreto eterno del Amor de las Tres Divinas Personas (la Encarnación del Verbo) proceden las Obras externas (“ad extra”) de Dios: la Creación, la Redención y la Santificación.

Dios no necesitaba de nada ni de nadie. Dios es infinita Bondad que se da. Su necesidad fue de desahogar su Amor. Todo lo que ha salido de Dios como amor debe volver a Dios como respuesta a su Amor.

Al primo decreto eterno del Querer Divino, la Encarnación del Verbo, Nuestro Señor Jesucristo, se añade el de la Inmaculada Concepción, en medio de las Tres Divinas Personas, de Aquella que había de ser su Madre, la Stma. Virgen.

De Ella sin embargo Dios ha hecho que dependiera la misma Encarnación del Hijo  de Dios. María ha sido siempre perfectamente libre en su respuesta a Dios. Dios se ha “jugado” todo con la libre respuesta de María, sólo por amor, la sola respuesta digna de Dios. Sin Ella no habríamos tenido ni Redentor ni Redención, sin Ella no habría habido ni siquiera una página del Evangelio. Es más: puesto que la misma Creación de todos nosotros y de todo lo que existe debía depender de la Encarnación del Verbo Divino, la consecuencia es que la misma existencia de la Virgen y de todos nosotros Dios la ha hecho depender del “sí” divino y continuo de María. En el acto eterno y a la vez histórico de la Encarnación, junto con la humanidad adorable de Nuestro Señor, su Amor le hizo concebir en El a todas las almas, en primer lugar la de su Madre, rodeandola de todos sus méritos y preservandola de toda mancha de pecado.

 
   

LA OBRA D LA CREACIÓN                                

1   – “La Naturaleza”, o sea, la Creación

El mundo está lleno de cosas estupendas, maravillosas…, todas llenas de cualidades preciosas, de movimiento, de vida. La llaman “la Naturaleza”…, pero su verdadero nombre es la Creación, porque no se ha hecho ella sola, ha sido creada por Dios.

¿Quién puede contarnos cómo ha sido hecha? Nosotros no estabamos. Nadie estaba presente. Sólo Dios nos la cuenta, porque El la ha creado. Ninguna cosa puede hacerse ella sola. Sólo Dios puede saber cómo fue… Dios es el Testigo que dice la Verdad.

Las majestuosas puestas de sol, la paz y la armonía de los campos y de todos los seres vivientes que Dios ha puesto en nuestras manos…, todas las cosas nos dicen que han sido hechas por nuestro Padre Divino, por Dios Padre y Creador. Pero eso lo comprende sólo quien tiene corazón de niño, aunque ya sea mayor y tenga una gran cultura, porque Jesús ha dicho: “Dichosos los puros de corazón, porque verán a Dios”.

Todas las cosas hablan de Dios, porque Dios les da existencia y vida en  cada instante y dicen cuánto El es Sabio, Potente y Bueno.

Dios está presente en todo lo que ha hecho y ha puesto su firma por todas partes: orden, armonía y belleza. Dios “ha dispuesto todo con número, peso y medida” (Sab 11,20). Y las reglas matemáticas, como las leyes físicas, manifiestan su Sabiduría inde- pendientemente de una mente humana que en un cierto momento pueda descubrirlas.

 
   

2   – ¿Para qué ha creado Dios todas las cosas?

¿Para qué las ha creado? Cada uno de nosotros puede decir: las ha hecho mi Padre del Cielo para mí, para darme por medio de ellas todo su Amor y luego darme su Vida. Todas las cosas, todos los seres creados, así como mi prójimo son otros tantos mensajeros que me hablan de El, son canales de comunicación por medio de los cuales Dios me envía su providencia, sus noticias, su amor, y que deben llevarle de mi parte mi gratitud, mi alabanza, mi respuesta de amor.

Dios desea que yo lo sepa y que aprenda a leer este bellísimo Libro de la Creación, para que descubra su Amor y que yo también lo ame. Esa es la finalidad de la Creación y de nuestra existencia. Dios nos hace saber de El no sólo por la vía natural de la razón, mediante las criaturas, sino también per una vía sobrenatural, la Revelación, y nos explica cómo hizo todo en el otro Libro suyo escrito, la Biblia. En ella Dios nos dice Quien es El y quienes somos nosotros, nuestro verdadero origen, nuestra Familia y nuestro destino, qué ha hecho El por nosotros y qué quiere que nosotros hagamos.

  • – ¿Para quien ha creado Dios todas las cosas?

Todo lo que existe, incluso los Angeles y las estrellas, el sol y el mar, Dios lo ha creado para el hombre, ma nosotros hemos sido creados para Jesucristo y El, el Hijo, para Dios Padre. Este es el verdadero orden de la Creación (1a Cor 3, 22-23).

Cuando fabrica, por ejemplo, un coche, primero se hace el “prototipo”, el modelo perfecto, y luego todos los demás. Lo mismo ha hecho Dios: la primera criatura que decidió crear fue la naturaleza humana de Jesucristo, es decir, la Encarnación de su

Hijo, Dios y Hombre verdadero, dotado de alma y cuerpo. Y pensando en Jesús, Dios ha hecho todo, en vista de su Encarnación y para prepararla. Una decisión  eterna  de las Tres Divinas Personas: fue una cuestión de amor entre Ellos.

 
   

El Padre Divino dió a su Hijo una maravillosa naturaleza umana, pero dijo “No es bueno que el Hombre esté solo, quiero darle una ayuda que sea semejante a El” (Gen 2,18): una Madre, que fuera como El en todo y lo ayudase en todo, que tuviera el mismo Corazón de Dios y amase a su Hijo con el mismo Amor Divino del Padre.

Dios Padre, viendo luego a estos dos primeros, Jesús y María (que un día habían de venir al mundo), sintió tanta alegría y amor, que quiso crear otros muchos hijos suyos que fueran como Ellos, es decir, la entera humanidad.

Y para preparar la venida al mundo de Jesús y de María, Dios empezó creando, teniendolos como modelo, al primer hombre y a la primera mujer, Adán y Eva, de los que nacería toda la humanidad, y en la plenitud de los tiempos también Jesús y Maria.

Pero antes de crear a nuestros primeros padres, Dios quiso prepararles el lugar en  que pudieran vivir: el Cielo y la tierra. Primero, la tierra, en que debían crecer y multiplicarse, y donde cada uno debía dar su respuesta de amor y de fidelidad al Padre Divino; y luego habrían ido al Cielo, a vivir con El, felices para siempre.

4   – “En el principio Dios creó el cielo y la tierra”.

Así empieza el testimonio de Dios, el primer libro de la Biblia, el libro del Génesis. Desde el primer capítulo conocemos la primera verdad de Fe: “Creemos en un solo Dios, Padre Omnipotente, Creador del Cielo y de la tierra, de todas las cosas visibles e invisibles”.

La carta a los Hebreos (11,2) dice: “Por fe sabemos que los mundos fueron formados por la Palabra de Dios, de modo que de cosas no visibles tiene origen lo que se ve”.

Debemos preguntar:

¿Quién lo ha hecho? Dios. No “la casualidad”. Las cosas no se han hecho solas.

¿Qué ha hecho? Ha creado. O sea, ha dado existencia a todo lo que existe, a todos los seres que no la tenían y que por sí mismos no podían tenerla. Eso quiere decir “creados por Dios a partir de la nada, del no existir”. Y junto con el bien de la existencia, Dios ha comunicado a cada criatura un “reflejo” de Sus perfecciones: “Los cielos y la tierra estan llenos de Su Gloria”.

¿Qué ha creado? El cielo y la tierra, todo, las cosas visibles e invisibles, espirituales y materiales. “Somos obra suya, creados en Cristo Jesús para las obras buenas que Dios ha preparado para que las cumplieramos” (Ef 2,10) Dios crea en vosotros el querer y el obrar según su bondadoso proyecto” (Fil 2,13): cada pensamiento, latido y respiro nuestro, cada acto de existencia Dios lo ha preparado y creado desde siempre .

¿Cuándo? En el principio. Una decisión eterna, realizada antes del tiempo, porque  el tiempo es una dimensión de los seres creados. Dios es el Principio.

¿Cómo? En seis “días”, en seis “actos creativos” que son ciclos (el día es un ciclo).

5   – Dios nos cuenta la verdadera historia de la Creación.

Dios, per medio de Moisés, nos dice cómo ha hecho la Obra de la CREACIÓN.

¿Quién podía decirlo, sino su Creador? Sólo su Autor nos lo podía revelar.

Pero supongamos que Dios no nos lo hubiera revelado realmente, que el primer capítulo del Génesis fuera sólo un cuento para niños, o sólo un símbolo, o un relato mitológico… Sería absurdo entonces, porque Dios, habiendonos dado una inteligencia, la dejaría en ayunas. De hecho, sería como si dijera al hombre: “Yo sé como ha sido todo, pero no te lo digo, aun sabiendo que tú solo nunca lo sabrías, porque tú ves tu presente, pero no sabes nada del pasado”. Y si fuera solamente tener noticia de las cosas, poco mal sería; pero el problema es tenerlas de nosotros mismos y de nuestro Creador. Porque en eso nos jugamos nuestro destino.

Nosotros podemos contarnos todo lo que nos parezca, podemos jugar con los fósiles o con los telescopios o con el “carbono-14”… ¿Pero quién nos asegura que las cosas fueron así, que esos restos o informaciones del pasado han llegado hasta nosotros sin modificaciones, tal y como eran entonces? ¿Quién puede decirlo en serio?

Ninguna cosa se hace ella sola. Es verdad que hoy conocemos muchas cosas mediante la ciencia, las conocemos como son o como funcionan, pero no como eran, como llegaron a existir. Sabemos sin duda que cada ser que existe ha empezado a existir en un determinado momento, antes del cual no existía; y si eso vale para cada ser o cosa que vemos, lo mismo vale para su conjunto: para el Universo. Muchos científicos hoy dan como seguro lo que es sólo una hipótesis: lo que llaman el “Big- Bang” o gran explosión inicial de la que habría tenido origen todo el Universo. Una hipótesis que esconde una intención malvada: reducir todo a materia que evoluciona  por sí sola y que no es necesaria una intervención de Dios, que así es negado.

Pues bien (a parte el ser tan sólo una hipótesis, uno de los infinitos modos como Dios habría podido crear), ¿qué es lo que habría explotado al principio? Algo debía de ser.

¿Un “super-átomo” superconcentrado? ¿Y quién lo habría hecho? Y luego, ¿quién lo hizo explotar y por qué? ¿Y quién habría dado todas las leyes a la materia y a la energía para que todo funcionara? Por tanto también así nuestra razón llega a Dios.

Como Dios nos hizo alma y cuerpo, así “en el principio Dios creó el cielo y la tierra. Ahora, la tierra era confusa y vacía y las tinieblas llenaban el abismo, pero el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas. Dios dijo: «¡Hágase la luz!». Y la luz fue hecha”.

 
   

Luz espiritual son los Angeles. También la luz de este mundo: Dios es Creador de  las cosas visibles e invisibles. Así, en seis tiempos (llamados “días”) Dios ha hecho toda la Creación, y en primer lugar los Angeles, espíritus puros:

Por último «Dios dijo: Hagamos al hombre a Nuestra imagen, a Nuestra semejanza, y domine sobre los peces del mar y los pájaros del cielo, sobre los animales domésticos, sobre todas las bestias del campo y todos los réptiles que se arrastran por el suelo”. Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Dios los bendijo y les dijo: “Sed fecundos y multiplicaos, llenad la tierra; sometedla y dominad sobre los peces del mar y las aves del cielo y sobre todo ser viviente, que se arrastra por el suelo”.» (Génesis 1,26-28).

6   – El tiempo y la eternidad.

El tiempo es el modo como se desarrolla la existencia de todos los seres creados: continuamente pasamos dela posibilidad de hacer una cosa (por ejemplo, dar un paso) al acto de hacerla. Hay un antes y un después. El tiempo está en la misma naturaleza de los seres creados. Por tanto, “antes” del principio de la Creación no había ningún “antes”, ningún tiempo, mientras que por el contrario Dios «ES». El comienzo de la Creación fue el comienzo del tiempo. Pero sólo el hombre se da cuenta y lo mide. Por tanto, el tiempo anterior a la existencia del hombre no podían medirlo los seres puramente materiales. Ellos no tienen historia; se comportan siempre según las leyes sabias establecidas por el Creador, son siempre como Dios ha querido que fueran.

Por el contrario, Dio es el Eterno, no tiene sucesión de actos, El es y hace todo en un solo Acto, perfecto, absoluto. A nosotros nos parece que primera hace una cosa y luego otra; en realidad nos muestra poco a poco Su obra perfecta y completa, a la cual nada hay que añadir. Por tanto, el Universo, todas las cosas “visibles e invisibles”, cuya existencia empezó en un cierto momento, en Dios ya estaban desde siempre decididas, queridas; en su Voluntad o en su Pensamiento ya eran realidad, estaban eternamente concebidas. Por tanto, el “hacerlas salir” da El, el crearlas, ha sido como un parto inicial, gloriosísimo e indoloro. Como hace un artista, que concibe una obra de arte en su mente y en su intención y luego, tal vez al cabo de mucho tempo, la realiza.

Dios es “Aquel que es”, Dios es Plenitud, Dios es en su Acto puro, único, absoluto, simplicísimo, infinito, eterno, que no tiene actos sucesivos. Dios no tiene un antes y un después, principio ni fin. Y si para Dios no existe el pasado ni el futuro, estos dos conceptos nuestros, que acompañan inexorablemente nuestra condición de criaturas, no existen en la gran Realidad objetiva. Son conceptos nuestros puramente subjetivos.

Y sin embargo el tiempo es una realidad objetiva: es uno de los componentes esenciales de la Creación, del Universo creado, es su cuarta dimensión (además de las tres dimensiones del espacio: longitud, anchura y altura), es el modo de existir propio de cada ser creado, ya que siendo limitado no es capaz de tener o de realizar al mismo tiempo todas sus posibilidades, sino que debe pasar en momentos sucesivos de la posibilidad al acto de realizarla.

El hombre no es puro espíritu, como los ángeles. El hombre no posee ni se realiza     a sí mismo en un solo acto exhaustivo, con una fuerza que abrace todo lo que él es, y por tanto de una vez por todas, en una única decisión de adherir a Dios, en la cual se exprese totalmente. Dios concede a cada hombre un espacio de tiempo conveniente y suficiente, perfecto, en el que pueda madurar su libre respuesta a Dios. Sólo al final    de ese tiempo su respuesta (sí o no) resulta definitiva, con todas las consecuencias.  Pero siendo criatura, el hombre deberá siempre pasare de sus tantas posibilidades al acto de realizarlas; por tanto habrá sempre el tempo: “los siglos de los siglos” sin fin.

LA CREACIÓN DEL HOMBRE                                   

1   – Dios creò al hombre a su imagen y semejanza.

Dios creó al hombre a su imagen, para que el hombre viviera y obrara a su semejanza, como un pequeño Dios creado, para poder amarlo y ser por él amado, y así “llegara a ser partícipe de la Naturaleza Divina” (2a Pe 1,4). Dios, como Creador, ha querido reproducir su imagen en la criatura, y como Padre quiere que sus hijos vivan como El, a su semejanza.

El hombre está formado de espíritu (como Dios y como los Angeles) y de materia: “Todo lo que es vuestro, espíritu, alma y cuerpo, se conserve irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1a Tes 5,23).

Nuestra alma espiritual tiene tres facultades o potencias: inteligencia, memoria y voluntad, imagen de la Santísima Trinidad:

 
   

Dios creó al hombre bello y noble, reflejo de Dios. El dice: “Al crear al primer hombre, lo formamos con nuestras manos y le dimos la vida con nuestro aliento. Habiendo hecho el primero, todos los demás proceden y son copias del primero. Nuestra Potencia, presente en todas le generaciones, repite las copias”.

Dios siente un gran amor por el alma que conserva el fin de la Creación, la armonía  y santidad que había puesto en la naturaleza del hombre, alma y cuerpo, habiendolo creado directamente. El hombre reune en sí toda la Creación y debería superarla, porque todo ha sido hecho para él, mientras que él ha sido hecho para Dios; pero el

hombre no se conoce a sí mismo y se va manchando con las peores suciedades.

Todas las criaturas son eternas en la Mente de Dios, pero el hombre se comporta como si no tuviera un principio eterno, sino temporal. La Creación no se ha movido de la Voluntad de Dios; siempre es bella, fresca, jóven, no envejece ni pierde nada de su belleza, y así habría sido el hombre, si no se hubiera separado del Querer Divino.

2   – ¿Con qué finalidad Dios nos ha creado?

Es decir, ¿qué quiere Dios de nosotros? Dios nos ha creado para conocerlo, amarlo, servirlo cumpliendo en todo su Voluntad, y de esa forma poseerlo y gozar con El eternamente en el Cielo.

–Para conocerlo, come Dios se conoce Sí mismo y nos conoce: conocer a Dios es recibir, acoger su manifestación y comunicación. Eso es la fe, que nos permite poseer  la verdad.

–Para amarlo, o sea, para corresponder a su Amor con el mismo Amor: amar a Dios es corresponderle con la manifestación de lo que somos, de nuestra nada (eso es la verdad, la sinceridad), y con la comunicación de todo lo que tenemos, que El nos lo    ha dado, y eso es la humildad.

–Y para servirlo, para hacer su Voluntad, porque el amor se demuestra con obras; por eso el amor está en acto, vive y se realiza cuando, a la verdad de manifestarle nuestra nada y a la humildad de reconocerle y atribuirle todo lo que El nos ha dado, añadimos el hacer todo lo que nos pide, y eso es la obediencia.

–Y así poseerlo y compartir con El su gloria y felicidad eternamente en el Cielo.

La finalidad de la creación del hombre fue que viviera en Dios y Dios en él. Entre    la voluntad del alma y la Voluntad de Dios tenía que haber como un continuo respirar, en el dar, recibir y corresponder. Creando el cielo, las estrellas, el sol y toda la naturaleza, Dios no les dió libertad de añadir o de quitar nada; mientras que al crear     al hombre lo hizo libre, para que creciera siempre en su semejanza con Dios.

3   – ¿Cómo fue creado el hombre?

“Superior a toda criatura viviente es Adán” (Sirácida, 49,16)

(La Sabiduría) protegió al padre del mundo, el primero formado por Dios, cuando fue creado solo; después lo liberó de su caída y le dió la fuerza para dominar sobre todas las cosas” (Sabiduría, 10,1-2).

Ni el mismo hombre ni las ciencias pueden decir nada sobre el origen de la criatura, de cada ser humano. Es uno de los secretos más íntimos de Dios: donde, como y cuando. En el secreto de las relaciones entre las Divinas Personas, Dios nos ha creado con una vocación altísima: para concurrir con El en todas sus obras mediante su Voluntad dada a nosotros, debiendo nosotros confirmar y repetir en el tiempo, por parte nuestra, su decreto eterno.

Sobre lo cual presentamos una página de los Escritos de la Sierva de Dios Luisa Piccarreta, del 18 de Diciembre 1933 (volumen 33):

 
   

Nuestra voluntad libre en el obrar muestra la diferencia entre el hombre y los demás seres vivientes. En cuanto al cuerpo, la Palabra de Dios dice simplemente que “Dios plasmó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida y el hombre resultó un ser viviente” (Gen 2,7).

4   – ¿Cómo no fue creado el hombre?

Debemos hacer una reflexión de simple buen sentido sobre el terrible error del origen del hombre por evolución. Muchos ahora, en la Iglesia, quieren tener el consuelo de resolver la incompatibilidad de la Revelación cristiana con la fe en la evolución, que pretendería explicar el origen del hombre. Pero para eso no basta disociar la evolución del materialismo biológico de Darwin.

En efecto, según ellos, la evolución sería solamente de la parte material del hombre (su cuerpo, sus capacidades físicas, o sea, todo lo que es “animal” en él).

Dios, por respeto a la evolución, se habría decidido así un día, considerando el nivel avanzado  al que habría llegado  el  animal  omínido, a  escoger uno para “insuflarle”  su espíritu para que fuera semejante a El, Lo conociera, Lo amara y Lo sirviera.

Hace falta realmente no haber considerado nunca las consecuencias de una hipótesis como esa, de la creación inmediata del alma humana espiritual en un cuerpo animal “pre-existente”, para manifestar semejante consuelo.

Imaginemos por cinco minutos la situación de ese pobre Adán: la víspera de su transformación habría sido un animal, medio mono y medio  “hombre”, lejos de tener  la gracia y la agilidad de los demás animales que poblaban la sabana forestal. Viviendo en medio de una numerosa tribu en lucha por la vida, en un ambiente de lo más hostil, que a pesar de todo había logrado hacerse un puesto en el segmento ecológico que ocupaba (“evolución gentil”, como se la imagina la prehistoria evolucionista). De pronto, tal vez después de una hermosa noche estrellada, se despierta como hombre. Dios le ha insuflado su Espíritu. Y ahí lo tenemos, consciente de su dependencia de un Dios que lo ha transformado, y de su destino sobrenatural; dotado con las potencias   del alma que son la voluntad, la inteligencia y la memoria…

¡Y eso no es todo! El Catecismo enseña –y es de fe– que en su infinita bondad Dios lo dotó de esos dones preternaturales que son, entre otros, la impasibilidad, la integridad, la inmortalidad, la ciencia infusa, por no hablar de la palabra, que es perfectamente incompatible con lo que deja entrever la teoría evolucionista…

De pronto de despierta con plena conciencia en medio de sus hermanos y hermanas, sus parientes monos, de su tribu, que siguen siendo animales estúpidos, aunque físicamente absolutamente semejantes a él. ¡Qué horror!… ¡Qué angustia habría debido sentir!… ¡Qué choque psicológico abominable, que no habría podido resistir!… ¿Qué queda del Paraíso terrenal con todo eso? También eso se desvanece como mitología.

¿Se puede amar a un Dios que hubiera hecho semejante monstruosidad y que, lo peor de todo, hubiera sometido a una pobre “criatura” a esta toma de conciencia en un mundo en lucha por la vida, y a una prueba de obediencia que hubiera llevado,  en caso de fracaso, a condenar toda su descendencia al castigo eterno?

Poniendonos en un estricto punto de vista naturalista, la debilidad psíquica del hombre es por sí sola un argumento muy fuerte contra la evolución de animal omínido primario que adquiere las potencias del alma, dadas por Dios para hacerle ser hombre. En efecto, habría debido poseer un grado mínimo de autonomía, de agilidad, de

resistencia y de instinto, al menos como el de los animales contemporaneos, para poder subsistir con alguna probabilidad de éxito en  la lucha implacable por  la vida que  había de sostener. Pero el hombre, por su naturaleza, es lo contrario de todo eso. Súmamente dependiente de un largo aprendizaje hasta una edad avanzada, desprovisto de pelaje o de plumas que le permitan resistir a las intemperies, ni ágil ni rápido para escapar de sus predadores; con una fuerza física muy modesta para su talla y sujeto, al contrario de los animales salvajes, a toda clase de enfermedades. En resumen, sin las facultades del alma que le permiten compensar sobreabundantemente, gracias a su industriosa actividad, sus carencias físicas, un “animal” así no habría tenido ninguna posibilidad de sobrevivir.

No, francamente semejante hipótesis no puede llevar, en el mejor de los casos, mas que a la negación de Dios y mucho más sin duda también al odio contra Dios. Y eso es lo que implica la teoría de la evolución. Según la cual, en efecto, las facultades características del hombre –la capacidad de razonar, de entender conceptos abstractos, de expresarlos con un lenguaje, etc., emergen de la materia y no son sino el resultado del juego complejo de combinaciones hormonales y de la evolución del cerebro, que   se ha ido completando a lo largo del tiempo.

Esta hipótesis no niega por fuerza la existencia de un Dios, pero se tratta del “Gran Arquitecto del universo” de los masones deistas, que habría dado el impulso inicial (el Big-Bang), para luego desinteresarse de su creación y dejarla progresar poco a poco  por sí sola (grazias a la evolución) hacia “el punto Omega”, es decir, hasta llegar a ser el mismo Dios. Es la idea de Teilhard de Chardin y las desviaciones de esos teólogos que niegan descontinuidad entre lo que es natural y lo que es sobrenatural; o son en cierto modo, las elucubraciones de la New-Age según las cuales la humanidad ha llegado finalmente a un grado de evolución suficiente para entrar en contacto con sus maestros extraterrestres. Una teoría que niega a Nuestro Señor y a toda la Revelación.

5   – El estado de “Justicia original” de Adán.

El Evangelio de San Lucas, presentando la genealogía de Jesucristo, dice: “…hijo de Adán, hijo de Dios(Lc 3,38). Y como tal, Adán fue creado perfecto en su naturaleza humana, inmaculado y santo, con el don sobrenatural de la Gracia y con los dones “preternaturales”, consecuencia de su perfecta unión con Dios (inocencia –o  sea, libre de concupiscencia–, ciencia infusa, impasibilidad, inmortalidad).

 
   

El don supremo con que Dios lo enriqueció –por gracia– era la misma Voluntad de  la Stma. Trinidad, gracias a la cual el obrar de Adán no era sólo humano, sino divino.

La realidad histórica de Adán, único cabeza de la humanidad, responsable por sí y por todos de la respuesta a Dios, figura “de Aquel que había de venir”, Jesucristo, es  un elemento fundamental en la Revelación cristiana. Negar su realidad histórica lleva consigo el negar toda la Revelación y la misma razón de existir de la Iglesia.

Debemos rendir justicia a la verdad acerca de la persona de Adán, su creación, el primer periodo de su vida en estado de santidad o “justicia original”, su  caída con  todas las consecuencias y su verdadera rehabilitación, contra toda fantasiosa doctrina evolucionista y poligenista.

 
   

LA PRUEBA Y EL PECADO ORIGINAL                                          

1   – La prueba y la tentación.

Sin una prueba o examen superado no se obtiene un premio. Así la prueba es necesaria para dar a Dios una respuesta de amor con plena libertad. De la prueba no han sido excluidos ni siquiera el mismo Jesús en cuanto verdadero Hombre ni su Madre, ni tampoco los Angeles. Una parte de los cuales rechazaron a Dios pecando por soberbia: se volvieron demonios, enemigos de Dios y de sus hijos los hombres. La Sagrada Escritura lo testifica:

 
   

a prueba la quiere Dios para premiarnos, pero a menudo en la prueba se entromete Satanás con la tentación para arruinarnos. Así, cuando Dios puso a prueba Adán y Eva para estar seguro de su fidelidad, se entrometió el tentador y ellos se dejaron engañar por el diablo y desobedecieron a Dios: en ese momento también ellos rechazaron a Dios y, pecando, dejaron de ser sus hijos. “Dios ha creado al hombre para la inmortalidad; lo hizo a imagen de su propia naturaleza. Pero la muerte entró en el mundo por envidia del diablo; y la experimentan los que le pertenecen.” (Sabiduría 2,23-24).

2   – ¿Cómo se producen las tentaciones?

La tentación es siempre una propuesta de algo que atrae para separarnos de Dios.

Procede de uno de los tres enemigos del alma: el demonio, el mundo, la carne.

Los dos primeros son externos: el demonio es un ser creado espiritual, una persona concreta, llamado “Satanás”, “Lucifer”, “la serpiente antigua”, “el diablo” (aquel que divide), “el príncipe del mundo”, “el padre de la mentira, homicida desde el principio” (como lo llama Jesús), “el acusador”, que busca constantemente de desacreditar a Dios ante los hombres y desacreditar a los hombres ante Dios. “Sed sobrios y velad. Vuestro enemigo, el diablo, como león rugiente anda suelto, buscando a quien devorar. Resistidle firmes en la fe” (1a Pedro 5,8-9).

El mundo no es la Tierra, el planeta en que vivimos, sino el conjunto de hombres sin Dios discípulos del diablo, es el “anti-evangelio”, el conjunto de criterios, de gustos,   de finalidades contrarios al Evangelio. “Lo que es exaltado entre los hombres es

abominable ante Dios” (Lc 16,15). “No ameis el mundo ni las cosas del mundo! Si uno ama el mundo, el amor del Padre no está en éll, porque todo lo que hay en el mundo, la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos, la soberbia de la vida, no viene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa con su concupiscencia, pero quien hace la Voluntad de Dios permanece para siempre” (1a Jn 2,15-17).

Y la carne es nuestro “ego”, nuestro “yo”, con todas sus tendencias a satisfacerse a sí mismo en la soberbia y vanagloria, en la avidez y egoismo, en la gula y en particular en la lujuria. A esta sobre todo se refiere la concupiscencia “de la carne”.

3   – ¿Qué cosa es el pecado?

Es desobedecer a Dios, es mucho más que un error, es ofenderlo, es una injusticia contra El, es renegarlo, es pagar con el mal Aquel que nos da todo bien, es despreciar  su Voluntad poniendo la nuestra contra la Suya, separandose de Dios, poniendose contra Dios y en lugar de Dios en el momento mismo que nos ama y nos da la vida.

Se le puede ofender con pensamientos, palabras, obras y omisiones.

Sentir no es lo mismo que consentir; sentir (un sentimiento, una atracción) no depende de nosotros, consentir (querer) sí.

Se peca cuando se sabe suficientemente que Dios quiere  (o no quiere) una cosa,  pero de todas formas se quiere lo contrario. Debe haber conciencia y voluntad.

Pecar es siempre ofender a Dios, pero hay pecados que sólo hieren la vida divina en nosotros (la Gracia), y son “veniales”; y otros más graves que la matan, y por eso se llaman “mortales”. El diferente grado depende de la “materia” (o sea, de lo que Dios  ha establecido como ley), y de cuanto uno lo sepa y lo quiera.

4   – ¿Por qué pecó Adán?

El texto sacro (Gen 3,1-7) narra la tentación y la caída de nuestros primeros padres:

«La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo creados por el Señor Dios. Dijo a la mujer: “¿Es verdad que Dios ha dicho: No debeis comer de ningún arbol del jardín?”. Respondió la mujer a la serpiente: “Del fruto de los árboles del jardín podemos comer, pero del fruto del arbol que está en medio del jardín Dios ha dicho: No debeis comer y no lo debeis tocar, de lo contrario morireis”. Pero la serpiente dijo a la mujer: “¡No es verdad que morireis! Es que Dios sabe que, si lo comierais, se abrirían vuestros ojos y seríais como Dios, conociendo el bien y el mal”. Entonces la mujer vio que el arbol era bueno para comer de él, hermoso a la vista y deseable para adquirir sabiduría; tomó de su fruto y comió, después le dió también a su marido, que estaba con ella, y él también comió. Entonces se abrieron los ojos a los dos y se dieron cuenta de que estaban  desnudos; entretejieron hojas de higuera y se hicieron unos taparrabos.»

El tentador, que es un ser espiritual, no un animal, insinuando como hace una

serpiente su propuesta, atrae a la mujer a dialogar, exagerando y dando a entender que Dios es obstáculo su realización; desmiente a Dios y siembra desconfianza hacia El. Ese es el primer componente de toda tentación.

Su propuesta –pura ilusión– es “ser como Dios”, pero sin Dios y separandonos de Dios, exactamente como fue la ilusión de su soberbia.

Entonces, si el amor que le debemos a Dios se ha enfriado lo suficiente, la trampa está lista: hace ver en alguna cosa creada (que sirve de cebo) una bondad, verdad y belleza deseables –que Dios ha puesto realmente en todo lo que ha hecho– sin referencia a El, ignorandolo. Eso es el otro componente de toda tentación.

La Biblia (Gen 2,9) presenta dos misteriosos árboles que son como los protago- nistas en la relación entre Dios y el hombre: “el arbol de la Vida” e “el arbol del conocimiento del bien y del mal”; de este último el hombre no debía comer, porque en vez de vida le habría dado la muerte. Es evidente que tienen un significado: la Voluntad de Dios, el primero; la voluntad del hombre, el segundo. Por la voluntad humana somos a imagen de Dios, pero no debemos darle vida propia, separada de la Voluntad Divina.

5   – ¿Cuáles son las consecuencias del pecado?

Dios no dejó de amar al hombre, y prometió redimirlo y salvarlo; pero el pecado original fue la peor catástrofe de toda la Creación. Esta habría debido desaparecer, ya que el hombre y la mujer ya no eran hijos de Dios, para los cuales había sido creada: se había vuelto rebeldes contra Dios, que tanto los había colmado de bienes. En aquel mismo instante toda la Naturaleza se rebeló contra el hombre. Y así, por envidia del demonio entró el pecado en el mundo y por el pecado todos los otros males y la muerte.

El hombre, separandose de Dios, se separa de su prójimo y de todo lo creado, que se le pone en contra y lo trata como enemigo, y el alma se separa del cuerpo: es la muerte. De la muerte espiritual procede la muerte corporal. Las consecuencias del pecado son el dolor (que es el vacío de un bien, o sea, el mal), la disolución, la muerte.

La verdadera explicación del problema de la ecología la leemos en esta “Apelación”:

 
   

Si Dios no destruyó la Creación es porque había decretato que un día se había de encarnar su Hijo, que junto con su Madre Inmaculada eran aquellos para los que Dios Padre creaba todo. Jesús y Maria un día habrían reparado el daño del pecado y habrían puesto a salvo a todos nosotros, cumpliendo la Obra de la Redención, haciendonos ser de nuevo hijos de Dios y los verdaderos reyes de toda la Creación.

  • – La parábola del “hijo prodigo” es la historia de la

Sin el testimonio de Dios en la Sagrada Escritura no si puede conocer la verdadera historia, que es sagrada, porque es la historia de las relaciones entre Dios y el hombre, historia de tanto dolor y de tanto amor. El hombre viene de Dios y debe volver a Dios: la humanidad –los miles de millones de seres humanos de todos los tiempos–, es considerada por Dios como si fuera un solo interlocutor.

El hombre, en Adán, es ese hijo menor, ingrato y egoista, que se fue de la Casa paterna, che dilapidó su parte de herencia y se redujo a la miseria, poniendose al servicio de un dueño malvado, que lo mandó a apacentar sus “cerdos”… En su amargura pensó pedir ser admitido como siervo, ya que no se sentía ser hijo y no conocía ya a Dios como Padre, teniendo miedo de El…

2   – Situación espiritual del hombre tras la caída.

En la naturaleza humana la imagen divina quedó herida, y perdió la semejanza con Dios. Enseguida después de la culpa del hombre intervino Dios, anunciando en primer lugar la redención y la victoria de la Mujer y de su Linaje sobre la serpiente infernal: “Pondré enemistad entre tí –satanás– y la Mujer, entre tu descendencia y la Suya: ella te aplastará la cabeza y tú acecharás su talón” (Gén 3,15). Evidentemente “la Mujer” no podía ser Eva, sino la Inmaculada, junto con su Divino Hijo.

Así Dios prometió restablecer el orden primordial de la Creación, su Reino en el hombre, conducirnos a su semejanza perdida, darnos de nuevo su Voluntad como vida. Pero para ser otra vez hijos por gracia, antes debíamos ser redimidos por el Hijo de Dios, que es la verdadera Cabeza de la humanidad (Ef 1,4 y 10; Col 1,15-17), el “Primogénito” (Rom 8,29, Hebr 1,6), incorporandonos a El.

Nuestros primeros padres fueron expulsados dal paraíso, que se volvió “un valle de lágrimas”, porque Dios había sido echado de su paraíso viviente, que eran Adán y Eva. La separación de Dios causó la ruptura de la solidaridad entre ellos (“Multiplicaré tus dolores y tus embarazos, con dolor darás a luz a tus hijos. Hacia tu marido irá tu instinto, pero él te dominará”, Gén 3,16), entre el hombre y la Creación (“¡maldita sea la tierra por tu culpa! Con dolor te procurarás el alimento todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te dará y comerás la hierba del campo”, 3,17-18) y en el hombre mismo (“Con el sudor de tu rostro comerás el pan; hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella has sido formado: polvo eres y en polvo te convertirás”, 1,19).

Después de su expulsión del paraíso tuvieron hijos e hijas, y todos sus descendientes hemos heredado su situación de separación de Dios y todas las consecuencias del pecado, con excepción de Jesús y María, “el nuevo Adán y la nueva Eva”. “El río” de la humanidad quedó contaminado desde la fuente, pero Jesús y María están antes de  “la fuente”; por eso de Ellos viene la purificación de la humanidad y de lo Creato.

Desde los primeros hijos de Adán empezó el juicio de separación y la guerra de espíritus: del primogénito, Caín, “que era del maligno y mató a su hermano” (1a Jn 3,12) nació una raza de rebeldes a Dios, cada vez más degenerados (“los gigantes”, de Gen. 6). Abel, el inocente asesinado, es figura de Cristo; del tercer hijo, Set, nacieron los patriarcas fieles a Dios, hasta Noé y luego hasta Abrahám. De Noé procede toda la humanidad actual, mientras que la descendencia de Caín desapareció con el Diluvio.

3   – Consecuencias físicas del pecado.

Del libro del Génesis, en la traducción oficial, resultan pocas noticias acerca de la naturaleza, mientras que la traducción etimológica mediante el copto (la lengua hablada en Egipto por Moisés) muestra una extraordinaria riqueza de detalles, convergentes  con cuanto de más seguro conoce la ciencia, no contaminada por ideologías extrañas.

La tierra antes del pecado no conocía las estaciones: en su rotación, el eje era perpendicular respecto a la eclíptica. Tampoco conocía la lluvia: el vapor que se levantaba del suelo se condensaba como rocío cada mañana (Gen 2,5-6). El anillo acuoso formado en la alta atmósfera por las “aguas superiores” filtraba la luz del sol y las radiaciones cósmicas, dando un calor difuso y uniforme en todo el continente único, por lo que no había viento ni temporales. Así las causas del actual envejecimiento de los seres vivientes no existían, y hombres y animales habrían debido vivir hasta el      fin del mundo.

El pecado de Adán introdujo un gérmen de muerte en todo el universo. El eje terrestre se inclinó, creando el alternarse de las estaciones y con eso las diferencias de temperatura entre los antípodas; se ahí resulta el viento, la lluvia y la formación de los casquetes polares; se produjeron siete glaciaciones y a la vez surgieron siete áreas de actividad volcánica y orogénica que remodelaron la tierra antes de dividirse en los actuales continentes con el Diluvio. Le variaciones climáticas limitaron la extensión de las especies vegetales y tal vez su número. Como consecuencia algunos animales se volvieron carnívoros; otros vivieron como parásitos. Nació así la violencia entre ellos y contra el hombre; se rompió la armonía y la paz en la naturaleza. Sobre todo, la  rebelión de las almas provocó la de los cuerpos animados.

La introducción de la muerte y de la enfermedad en la tierra fue progresiva. Los seres vivientes habían sido creados perfectamente sanos y, todavía hoy, gracias a que no se transmiten las características adquiridas, todos parecen “volver a partir de cero” en cada generación. Pero las condiciones climáticas y la fatiga del trabajo aceleraron el envejecimiento, sobre todo a partir del Diluvio: mientras los patriarcas hasta Noé vivieron hasta 900 años, Sem vivió sólo 600, Heber 464, Abrahám 175, Jacob 147, Moisés 120 y sus contemporáneos alrededor de 70-80 años, como ahora.

Nada permite valuar cuando nacieron los animales fósiles muertos en el Diluvio: una vez adulto, el animal deja de crecer y los signos de senilidad, que por el esqueleto permiten calcular la edad, se interpretan al ritmo de envejecimiento en las condiciones actuales de vida; en cambio ciertos vegetales parecen poder crecer indefinidamente con la edad, como ciertos árboles que tienen siglos, mientras que otros “parten de cero” después de cada invierno. Pero la perfección original (“Dios vio que eso era bueno”) suponía conservarse la tierra en las condiciones de la Creación. Con el pecado, y más tarde con el Diluvio, el ambiente de los animales hizo defectuoso su instinto. Y es que por el pecado del hombre “toda carne corrompió su  vida  en la tierra” (Gen 6,12).    Al contrario, la salvación “ecológica” de la tierra no puede ser con simples medidas políticas, sino que presupone restablecer la Ley de Dios en nuestros corazones.

El Diluvio marca el confín de la Prehistoria. Eso explica que las razas fósiles, brutalizadas por el vicio, no hayan continuado hasta hoy. Hace comprender la aparición simultánea de las distintas civilizaciones antiguas. Pero la gran pregunta es: …¿pero de toda aquella gente, de aquellos seres humanos, cuántos se habrán salvado? ¿Y cuánta gloria se le ha dado a Dios? Cada estudio debe llegar a esta conclusión.

1   – Con Abrahám empieza la preparación a la llegada del Mesías.

La tierra fue repoblada por la familia de Noé a partir del Monte Ararat, donde se había encallado el Arca al final del Diluvio y donde estan todavía sus restos. Los sucesos ocurridos desde entonces, en esta nueva etapa de la historia de la humanidad, hasta la vocación de Abrahám son muy importantes, porque permiten comprender el retroceso al pecado y al paganismo de los hombres apenas salvados del Diluvio.

Tras las sucesivas decadencias morales y espirituales de la humanidad, con las consi- guientes idolatrías y olvidos de Dios, el Señor quiso encomendar a una sola familia      el depósito de la Revelación divina, hasta que viniera Aquel que es la Revelación Encarnada, Jesucristo. Lo mismo había hecho con Adán, antes, y después con Noé.

De igual manera, también con Abrahám la historia de la humanidad se divide y de nuevo se hace un “juicio” de separación: –los gentiles o paganos, que ya no fueron destinatarios de la Revelación (hasta cuando la Redención de Cristo no destruyó “el muro de división” y, aprovechando la temporal apostasía de Israel, se injertaron en Cristo) –y el pueblo de Dios, nacido de la fe de Abrahám, el pueblo destinatario de la Revelación (y por eso Jesús dijo que había venido “por las ovejas perdidas de la casa de Israel”), Israel, un pequeño pueblo interlocutor de Dios que tiene un papel de mediación, un oficio “sacerdotal” en medio de la humanidad perdida.

2   – La vocación de Abrahám.

“El Señor dijo a Abrám: «Vete de tu país, de tu patria y de la casa de tu padre, hacia el país que Yo te indicaré. Haré de tí un gran pueblo y te bendeciré, haré grande tu nombre y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan, y en tí serán bendecidas todas las familias de la tierra».” (Gén 12,1-3).

Con Abrahám empieza en cierto modo “oficialmente” el regreso del “hijo pródigo” hacia el Padre. El libro de la Sabiduría relaciona la vocación de Abrahám con la corrupción de los hombres después del Diluvio: “Ella (la Sabiduría), cuando las gentes se unieron para hacer el mal, distinguió al justo (Abrahám) y lo conservó irreprensible ante Dios” (Sab 10,5). Es la primera característica de Abrahám: es un hombre justo, por su fe: “Abrahám creyó en Dios y eso le fue atribuido como justicia” (Rom 4,3).

La cuarta vez que Dio habla en visión a Abrahám le promete un hijo en lugar de un siervo como legítimo heredero, y notemos como toda la Revelación tiene como fondo este binomio de “siervo-hijo”, que expresa la cualidad de la relación del hombre con Dios. Por tanto le promete una innumerable descendencia y le revela la futura suerte   de ese pueblo. Dios confirma su promesa con un sacrificio.

Finalmente, después de un hijo nacido de la esclava (Ismael), Dios le dió el hijo heredero, hijo de la legítima esposa, fruto de la fe en la promesa divina (Isaac).

3   – La prueba y el triunfo en la prueba.

Cuando Dios da después pide, y cuando pide es para dar mucho más. Después de haberle dado el hijo, Dios le pidió sacrificarlo. Abrahám obedeció, pero en el último instante Dios lo detuvo: aquel día no fue derramada la sangre del hijo, pero Abrahám inmoló su corazón de padre para no  anteponer nada  a Dios. Y  entonces Dios  le dió  su puesto de Padre (“padre en la fe”) y su propio Hijo Divino como su descendiente.

1   – Los primeros pasos.

Dios había visitado a Abrahám bajo el aspecto de tres hombres, cuando le anunció el nacimiento del hijo heredero, Isaac, heredero de la alianza con Dios. Isaac a su vez transmitió esa herencia a su hijo Jacob, llamado Israel, padre de los doce patriarcas  que dieron vida a las doce tribus que formaron precisamente el pueblo de Israele. Así Dios se presentó a los israelitas como “el Dios de Abrahám, de Isaac y de Jacob”, anticipando misteriosamente la futura Revelación de ser Tres Divinas Personas.

En su pedagogía divina, Dios quiso preparar ese pueblo como el primogénito entre todas las naciones, para que acogiera al “Primogénito entre todas las criaturas”, Jesucristo. Quiso que fuera de ejemplo a todos los pueblos, signo de liberación y de salvación. Por eso Dios permitió que fuera a Egipto, donde luego fue hecho esclavo y objeto de humillaciones y sufrimientos, para ser luego liberado de un modo prodigioso y, a través de la purificación del desierto, preparado a entrar en la “tierra prometida”.

José, el penúltimo hijo de Jacob, predilecto de su padre, fue vendido por sus mismos hermanos y llevado a Egipto, donde después de sufrir la esclavitud, la calumnia y la cárcel, fue prodigiosamente liberado y nombrado primer ministro del imperio más potente del mundo: él hizo llegar más tarde a sus hermanos con sus familias y con el anciano padre, setenta personas en total, dándoles las mejores tierras del país.

Pero después de la muerte de José cambió su suerte y fueron reducidos en esclavitud: figura de la esclavitud mucho peor del pecado. Al cabo de 430 años en Egipto fueron liberados por Dios con mano potente (diez plagas o castigos), por medio de Moisés, y habiendose retirado las aguas del mar Rojo de un modo extraordinario, el pueblo pasó  a la otra orilla. Ese milagro quedó imborrable en la memoria colectiva de aquel pueblo, y es figura de la Redención hecha por Cristo a través del “mar rojo” de su Sangre.

Aquel hecho extraordinario fue sólo el comienzo de su éxodo de 40 años en el desierto, un largo camino de prueba, de purificación y de reeducación de aquel pueblo, como preparación a su llegada a la “tierra prometida”.

2   – Enseñanza de la historia del Antiguo Testamento.

Todos aquellos hechos no fueron sólo históricos, sino figura del grandioso Proyecto de Dios para nuestra Redención y para llevarnos a su Regno perdido con el pecado:

 
   

3   – La Ley de Dios, los Diez Mandamientos.

En el desierto Dios quiso reeducar la humanidad, empezando por aquel pueblo, no sólo con los Patriarcas que le fueron fieles. Por eso se manifestó a Moisés, a la vista de todo el pueblo, y le dió las tablas de la Ley, regla de vida para permanecer fieles a la alianza con Dios. Antes del pecado, en el paraíso terrenal, los Mandamientos no hacían falta, porque la vida del hombre se resumía toda en el Amor Divino. Pero después, con la rebelión y el desorden de las pasiones, Dios tuvo que despertar en el hombre la conciencia del bien y del mal, y escribió su Ley en aquellas tablas de piedra que  entregó a Moisés, figura del “corazón de piedra” del hombre, es decir, su voluntad. Por eso fue representada en el arbol “del conocimiento del bien y del mal”.

Así, en el largo camino del hijo pródigo para volver a casa, Dios le puso una “señalización” para que no se perdiera: son los Diez Mandamientos:

Dios entonces pronunciò todas estas palabras: Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir del país de Egipto, de la esclavitud: (1°) no tendrás otros dioses ante Mí. No te harás un ídolo ni una imagen de lo que está arriba en el cielo ni de lo que está acá abajo en la tierra, ni de lo que está en las aguas bajo la tierra. No te postrarás ante ellos y no los servirás. Porque Yo, el Señor, soy tu Dios, un Dios celoso, que castiga la culpa de los padres en los hijos hasta la tercera y la cuarta generación de aquellos que me odian, pero que demuestra su favor hasta mil generaciones, para aquellos que me aman y observan mis mandatos.

(2°) No pronunciarás en vano el nombre del Señor, tu Dios, porque el Señor no dejará impune quien pronuncia su nombre en vano.

(3°) Acuerdate del día de sábado para santificarlo: seis días trabajarás y harás todas tus cosas; pero el séptimo día es el sábado en honor del Señor, tu Dios: tú no harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tus animales, ni el forastero que vive contigo. Porque en sei días el Señor ha hecho el cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en ellos, pero ha descansado el séptimo día. Por eso el Señor ha bendecido el día de sábado y lo ha declarado sagrado.

(4°) Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días en el país que te da el Señor, tu Dios.

(5°) No matarás.

(6°) No cometerás adulterio.

(7°) No robarás.

(8°) No dirás falso testimonio contra tu prójimo.

(9°) No desearás la casa de tu prójimo.

(10°) No desearás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni  su asno, ni nada que pertenezca a tu prójimo”. (Exodo 20,1-17)

En el Evangelio de Mateo, 5, Nuestro Señor ha precisado todo el alcance de cada mandamiento, pero ha resumido todo diciendo: “Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda tu alma y con toda la tu mente. Este es el más grande y el primero de    los mandamientos. Y el segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a tí mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas” (Mateo 22, 37- 40).

Y San Juan: “Este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo

y nos amemos los unos a los otros, según el precepto que nos ha dado. El que observa   sus mandamientos vive en Dios y Dios en él. Y de eso conocemos que vive en nosotros:  por el Espíritu que nos ha dado.” (1a Jn 3,23-24).

1   – Recorramos dos mil años de historia.

“Vete de tu país, de tu tierra y de la casa de tu padre, hacia la tierra que Yo te indicaré”, dijo Dios a Abrahám. Era como decirle: “Sal de tu patria y ven a la mía; sal de la casa, de la mísera cabaña de tu padre Adán, la morada de tu destierro, y vete hacia mi Morada, hacia mi Palacio real, en el que vive tu Dios. Adán se fue de él, pero Yo te espero: al Fin de los tiempos tu descendencia, los hijos de tu fe llegarán y de nuevo tomarán posesión”:

“Por fe Abrahám, llamado por Dios, obedeció partiendo hacia un lugar que había de recibir como heredad, y partió sin saber adonde iba. Por fe vivió en la tierra prometida como en tierra extranjera, habitando en tiendas, igual que Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa. Pues él esperaba la Ciudad sólidamente edificada, cuyo arquitecto y constructor es el mismo Dios (…) En la fe murieron todos ellos, sin haber conseguido los bienes prometidos, sino habiendolos visto y saludado sólo de lejos, declarando ser extranjeros y peregrinos en la tierra. Quien dice así, en efecto demuestra ir buscando una patria. Si hubieran pensado a aquella de la que habían salido, habrían tenido la posibilidad de regresar; pero ahora aspiran a una mejor, o sea, a la celestial. Por eso Dios no desdeña de llamarse su Dios, pues ha preparado para ellos una Ciudad”. (Hebreos, 11,8-10. 13-16).

Dios, por tanto, prometió una tierra a su pueblo, mientras le asignaba una tierra geográfica, figura de la “Tierra” santa y sobrenatural. De Abrahám desciende el pueblo de Israel, que es figura y preparación de la Iglesia.

Entre tantos pueblos de la tierra, entre tantos acontecimientos de la historia, ¿dónde se posa la mirada del Señor? En su pueblo, Israel, mientras que “todas las naciones son nada ante El, como nada y vanidad son consideradas por El” (Isaías 40,17). ¿Y por qué? Porque el Señor ha dicho: “De tí Me saldrá Aquel que ha de ser el dominator en Israel” (Miqueas 5,1). Si a Dios le interesa particularmente este pueblo, es tan sólo por motivo del Mesías prometido, del Hijo de Dios hecho hombre.

Veamos los hechos y los personajes más significativos de los dos mil años  de historia de Israel, con su cronología:

  • ABRAHÁM nació 1948 años después del comienzo de la historia (según el número preciso de años que atestigua el libro del Génesis) y vivió 175 años, hasta el 2124, o sea, el 1771 antes de Cristo. Hacia el 2023 o el 2024 a partir del principio llegó a la Tierra prometida. Con él Dios estableció una Alianza, cuyo contenido es el anuncio o promesa, por segunda vez, del Mesías Redentor, “en quien habrían sido bendecidas todas las naciones de la tierra”. La primera vez fue hecha por Dios inmediatamente después del pecado
  • ISAAC (del 2049 al 2229 después de Adán, esto es, de 1845 al 1665 a.C.). El sacrificio de Isaac fue figura del Sacrificio de
  • JACOB (del 2109 al 2256 de la era de Adán, o sea, desde 1785 al 1638 C.)
  • LOS DOCE PATRIARCAS emigraron a Egipto con su padre JACOB, cuando este tenía 130 años (por tanto en el año 1656 C.)
  • El pueblo de ISRAEL, algún tiempo después de la muerte del Patriarca JOSÉ, que fue el primer ministro del Faraón, se vio oprimido y reducido en esclavitud en Egipto. La permanencia en Egitto fue de 430 años (Exodo, 12,40); por eso, hasta el 1226 C.
  • MOISÉS (dal 1306 al 1186 a.C.), por medio del cual Dios liberó a su
  • El EXODO o SALIDA de la tierra de la esclavitud hacia la Tierra prometida (40 años en el desierto, de 1226 al 1186 a.C.). Esa fue “LA PASCUA” de Dios, haciendo un juicio de separación: salvación para su pueblo y castigo para el pueblo opresor (la muerte de sus primogénitos); como consecuencia fue “LA PASCUA” de su pueblo, “pasando” a través del mar Rojo, de la esclavitud a la libertad. En aquella Pascua Dios renovó con el pueblo, representado por MOISÉS como mediador, su antigua Alianza con los Patriarcas: Dios reveló su Ser y su Voluntad como «la Vía» (la Ley).
  • JOSUÉ conquista la tierra de Canaan (empleó 10 años), que de ese modo fue habitada por los hebreos. Eso fue desde el 1186 al 1176 C.
  • A lo cual siguió el oscuro periodo de los JUECES (Otoniel, Barak y Débora, Ehud, Gedeón, Jefté, Elón, Abdón, Sansón y Samuel), que en varios momentos gobernaron Israel. En ese tiempo se pierde la cronología según la Bibbia y se vuelve a tomar según la historia con el último de los Jueces, SAMUEL, que ungió o consagró el primer rey, SAUL, el cual reinó desde el 1030 al 1010 C.
  • DAVID fue su sucesor y reinó desde el 1010 al 970 a.C. Con él Dios renovó la misma promesa que hizo a Abrahám: Dios le hará “una Casa”, un Descendiente, el Hijo de David, Jesucristo, que sserá Rey para siempre, eternamente. La conquista de la TIERRA culmina en la conquista del centro de la tierra, Jerusalén, en el año 1000 a.C. Después de él su hijo
  • SALOMÓN reinó 39 años (desde el 970 al 931 a.C.) y edificó el primer Templo de Jerusalén. Después de su muerte se produjo el cisma o división entre el reino de Judá, con Jerusalén como capital (en el que reinó la casa de David) y el reino de Israel     (con capital en Samaria).

El reino del norte, ISRAEL, cayó inmediatamente en la idolatría y en el pecado. En él se destaca el gran profeta ELÍAS (desde el 900 al 850 a.C.) con su discípulo ELISEO. Samaría fue conquistata por el rey de Asiria e Israel fue deportado en el 721 a.C.

El reino de JUDÁ (Jerusalén) vivió periodos de fidelidad al Señor, en los que brillan santos profetas (OSEAS, ISAÍAS, MIQUEAS, JEREMÍAS) y reyes (EZEQUÍAS y JOSÍAS, que emprendió la reforma espiritual), y periodos de infidelidad (sobre todo con los reyes ACAZ y MANASÉS). Por eso Jerusalén fue destruída, junto con el Templo en el 587 a.C., y el pueblo fue deportado en dos tiempos come esclavo en Babilonia durante 70 años, desde la primera deportación (607 a.C.) hasta la repatriación (537 a.C.).

El regreso no fue en masa (como había sido el Exodo de Egipto), sino por grupos, guiados por ZOROBABEL y por el Sumo Sacerdote JOSUÉ.

Otros profetas sostuvieron la esperanza del pueblo en el destierro, en vista de la conversión: EZEQUIEL y DANIEL.

La profecía de las “Setenta Semanas” (Dan. 9,18-27) indica el tiempo que faltaba a la venida del Mesías Redentor y Rey. “La cuenta atrás” empieza desde el momento     en que fue dada la orden de reconstrucción de Jerusalén y del Templo, cuando el rey de Persia, Artajerjes, envió a ESDRAS a Palestina con plenos poderes en el 455 a.C.

Así fue reedificado el segundo Templo, en un periodo de dominio de los paganos: primero, formando parte la Palestina del imperio persa; y después, bajo el reino Seleucida (Siria) durante el cual hubo un proceso de helenización, en que muchos judíos apostataron de su fe. Todo eso culminó en la persecución del impío rey ANTIOCO IV (figura del Anticristo), con la profanación y ruina del Templo (169 a.C.)

y las guerras patrióticas de los MACABEOS. Al final llegaron los ROMANI (año 63  a.C.), que pusieron como rey de los Judíos a HERODES EL GRANDE, su aliado, el cual emprendió la construcción del tercer Templo. Al mismo tiempo Dios edificó su templo vivo, con LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA  (año 17 a.C.). Eso se deduce de Jn 2,13-22: Jesús tenía 30 años al comienzo de su vida pública (Lc 3,23) y los  Judíos le dijeron: “Este Tempio ha sido edificado en 46 años, ¿y Tú en tres días lo reedificarás?” “Pero El hablaba del Templo de su Cuerpo”. De hecho, 30 años que Jesús tenía en quel momento, más 16 años de María cuando Lo dió a luz –según revelaciones privadas dignas de fe–, son 46 años. Veinte siglos después, en Medjugorje, la Stma. Virgen lo habría  confirmado  el 5  de Agosto de 1984, dicendo  que ese día  era su “dos mil” cumpleaños. Y de ahí resulta evidente que, en el decreto divino, Jesús y María forman una unidad indivisible, “el Templo vivo”.

2   – Dios se revela cada vez más en la historia.

Hablando de la relación entre Dios, Israel, la Tierra santa, la Tierra prometida e la salvación del mundo, el teólogo Joseph Ratzinger ha escrito cosas de excelente  claridad exegética. Tratando de teología de la Creación y con referencia al cautiverio  en Babilonia, ha escrito:

 
   

Aquí, Ratzinger (Benedicto XVI) explica que la perspectiva universal, pero no exclusivista ni etnocéntrica, del Cristianesimo ya estaba toda presente en el Antiguo Testamento, si bien se ha mostrado explícita sólo con la auténtica exégesis que Jesucristo ha revelado con su Encarnación y con la Redención.

1   – ¿Quién es Jesucristo?

 
   

Jesucristo es una Persona Divina, la segunda de las Tres Divinas Personas del único Dio, y es llamado el Verbo Eterno (el “Lògos”, en griego, “la Palabra” o expresión del Padre), como dice la Iglesia: “Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre; por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del Cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo Hombre”.

Por tanto tiene dos naturalezas: Divina y humana, Dios y hombre verdadero. Su Voluntad Divina es la misma del Padre y del Espíritu Santo; su voluntad  humana  Jesús la ha “sacrificado” en plena libertad, identificandola con la Voluntad del  Padre en un solo Querer: esa es su “obediencia hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil 2,8),   y “aun siendo Hijo, aprendió la obediencia por las cosas que sufrió” (Hebreos 5,8).

2   – Jesucristo es el cumplimiento de la promesa divina.

Después de la promesa de Dios en el paraíso, de la victoria de la Mujer y de su Linaje sobre el enemigo infernal, y después de la promesa del Mesías a Abrahám, por tercera vez es anunciado el Mesías Redentor y Rey: es LA ANUNCIACIÓN  A  MARÍA  y LA ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS, NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO. Fue

en el año 2 a.C. (a causa de un error de cálculo, según el cual la era cristiana habría empezado cuando Jesús ya tenía de 4 a 7 años, mientras que no tenía más de un año).

Por segunda vez se repite el EXODO (la Redención de la esclavitud del pecado), LA PASCUA, a través del mar rojo de la Sangre de Cristo, el Cordero de Dios; se renueva la manifestación de Dios en PENTECOSTÉS, como fue en el monte Sinaí, con los mismos signos y con la promulgación de la nueva Ley (el Amor de Cristo, el Espíritu Santo dado como don de Gracia). Es la nueva y eterna Alianza, única, eterna y definitiva.

La historia de la Creación de la humanidad tiene como fin y culmina en la Encarnación del Hijo de Dios, en la creación de su adorable Humanidad.

Jesucristo ha dado el nuevo y definitivo desarrollo a la Revelación: El es la Revelación total y definitiva del Padre: “Quien me ve a Mí, ve al Padre” (Jn 14,9). Nos ha revelado la Vida íntima de Dios, que es Amor e, por eso, que Dios es TRINIDAD DE PERSONAS. Nos ha revelado su Voluntad como «la Verdad»: es el Evangelio.

3   – ¿Para qué se ha encarnado el Hijo de Dios?

La causa de la Encarnación del Verbo, Jesucristo, necesariamente está en el infinito misterio del amor entre las Tres Divinas Personas. Además tiene tres finalidades:

1°) Para presidir la Creación: “El es la imagen de Dios invisible, engendrado  antes que toda criatura, ya que por medio de El han sido creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, visibles e invisibles: Tronos, Dominaciones, Principados y Potestades. Todas las cosas han sido creadas por medio de El y en vistas a El. El es antes que todas las cosas y todas subsisten en El” (Col 1,15-17). “…El proyecto de recapitular en Cristo todas las cosas, las del Cielo como las de la tierra” (Ef 1,10).

2°) Para llevar a cabo la Redención: “Jesucristo ha venido al mundo para salvar a los pecadores, y de ellos el primero soy yo” (1a Tim 1,15). “El Hijo de Dios ha aparecido para destruir las obras del diablo(1a Jn 3,8).

3°) Y para tener su Reino: “Entonces Pilato le dijo: Así que, ¿Tú eres Rey?. Jesús respondió: Tú lo dices, Yo soy Rey. Para eso he nacido, para eso he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad” (Jn 18,37). Lo había dicho el Angel a María: “El Señor Dios le dará el trono de David su padre y reinará para siempre en la casa de Jacob y su Reino no tendrá fin” (Lc 1,32-33).

4   – La Vida de Jesús.

La conocemos gracias a los cuatro Evangelios (escritos por Mateo, Marcos, Lucas    y Juan), reconocidos por la Iglesia como inspirados y pertenecientes al Nuevo Testamento. No cuentan sólo lo que ocurrió en el pasado, porque eso es para todos los tiempos y para toda la humanidad: son la clave de nuestra vida y de nuestro destino, de nuestra salvación eterna. Por eso decimos con la Iglesia, en el Credo: “Por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del Cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo Hombre. Y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado. Y resuscitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al Cielo, y está sentado a la derecha del Padre. Y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin”.

Cuando se habla de la vida de una persona, se suele considerar lo que exteriormente ha hecho o le ha pasado, mientras que se ignora casi todo de su vida interior, mucho más intensa y significativa. Así es, sobre todo, de la vida de Nuestro Señor.

De ella conocemos lo esencial: su Encarnación, su nacimiento en Belén, algunas cosas de su infancia, y luego… a la edad de 30 años su vida pública, durante tres años, de la cual los Evangelios refieren las cosas más significativas: sus enseñanzas, sus milagros, la llamada y la formación de sus discípulos (en los que preparaba su Iglesia).

El Evangelio de San Juan termina diciendo: “Hay todavía otras muchas cosas que hizo Jesús, que, si se escribieran una por una, pienso que el mundo entero no bastaría para contener los libros que habría que escribir” (Jn 21,25) E poco antes dice: “Muchos otros signos hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no han sido escritos en este libro. Estos han sido escritos, para que creais que Jesús es el Cristo,   el Hijo de Dios y para que, creyendo, tengais la vida en su nombre” (Jn 20,30-31).

“Jesucristo, el unigénito Hijo de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, per obra del Espíritu Santo se ha encarnado en el seno de la Virgen María y se ha hecho Hombre”. Ha querido nacer como “el Pobre de los pobres”, en Belén de Judea, en una santa familia, teniendo a San José come “vicario” del Padre Divino y como Madre a la Stma. Virgen María, cubriendo así, a los ojos del mundo, el misterio de su Encarnación hasta que su misión de Redentor no estuviese cumplida.

Jesús ha querido vivir en la humildad y en el silencio de la vida en familia hasta los 30 años, porque si nos ha redimido con la Pasión, con su vita oculta ha santificado y divinizado todas las acciones humanas, dandoles un mérito divino; ha reparado la vida de todos, haciendo todo lo que cada hombre tiene el deber de hacer ante Dios.

 
   

Después de esa larga preparación llegó el tiempo de su vida pública, los tres años    de su misión apostólica. La empezó con un ulterior retiro de 40 días en el desierto; al final permitió que el demonio lo tentase, haciendo suyas nuestras tentaciones, para que hagamos nuestra su victoria. Hay que decir el diablo, en su soberbia, nunca estuvo seguro de la verdadera identidad de Jesucristo hasta el momento que cumplió la Redención con su muerte en la Cruz.

Después del desierto, Jesús quiso recibir el bautismo de penitencia, que el Precursor San Juan Bautista daba en el Jordán: fue entonces la Revelación “oficial” –podemos decir– de las Tres Divinas Personas: la voz que vino del Cielo: “Tú eres mi Hijo amado, en Tí me complazco” (Mc 1,11) era la voz del Padre y al mismo tiempo el Espíritu Santo descendió visiblemente sobre Jesús como una paloma (Lc 3,22).

Desde entonces empezaron a unirse a Jesús sus primeros discípulos. Entre ellos eligió a doce, a los que dió el nombre de Apóstoles, “para que estuvieran con El y  para mandarlos a predicar, con el poder de expulsar a los demonios” (Mc 3,14).

La actividad de Jesús, su vida y su predicación, se pueden resumir en el anuncio del Reino de Dios y en hacer conocer a Dios como Padre: “He hecho conocer tu Nombre   a los hombres que me has dado del mundo” (Jn 17,6). Ha querido compartir con nosotros su amor filial y el vínculo de recíproca pertenencia que lo une al Padre; nos   ha enseñado, no tanto una oración, cuanto un espíritu de hijos.

Sus milagros son la prueba de su Divinidad: “las obras que el Padre me hace que haga, las mismas obras que estoy haciendo, testimonian de Mí que el Padre me ha enviado” (Jn 5,36). Los milagros físicos son “signos” de salvación y de milagros espirituales de mucho mayor alcance. No sólo sanó los cuerpos, incluso resucitando muertos, sino sobre todo las almas, además de milagros en las cosas naturales.

Su vida se desarrolla –podemos decir– en tres “niveles”: la vida histórica, lo que hizo por nosotros, como la conocemos por los Evangelios; su vita eucarística, en el Sacramento de su Presencia viva con nosotros, cuya finalidad es formar su vida “mística” –igualmente real– en nosotros, por tanto en su Iglesia.

5   – La Pasión y Muerte de Jesús y su Resurrección.

La Pasión del Señor se explica con su amor, en plena libertad: “Por eso el Padre me ama: porque Yo ofrezco mi vida, para después tomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo, ya que tengo el poder de darla y el poder de volver a tomarla. Ese mandato he recibido de mi Padre” (Jn 10,17-18).

 
   

Al encarnarse ha concebido, como Cuerpo Místico suyo, todas las almas, y –excepto el alma inmaculada y santa de su Madre– cada uno de nosotros le hemos dado nuestra situación de pecado con todas sus consecuencias de debilidad, de dolor y de muerte:

Pero ¿qué es la Cruz para Jesús? El, que al encarnarse había unido en felíz desposorio su Voluntad Divina y su voluntad humana, ha asumido todas las criaturas para llevarlas a Dios, pero ha hallado la Voluntad de Dios y las voluntades humanas contrapuestas, en forma de “cruz-dolor”, como  los dos maderos, como  los troncos    de aquellos dos árboles del Paraíso: el vertical, la Voluntad de Dios, y el horizontal,     la voluntad del hombre que dice  “no  quiero”, y  la  ha hecho  suya para  cubrirla con su “Cruz-Amor” y cancelar así su contraposición y su recíproco dolor.

Para redimirnos, Jesús no sólo ha tomado nuestra muerte, sino que nos ha dado su Vida resucitando de la muerte. En su Resurrección ha preparado la nuestra, primero la del alma y al fin del mundo también la del cuerpo. Su Resurrección confirma todo lo que Jesús ha hecho en su Vida, es la resurrección de todo el Proyecto eterno de Dios:

 
   

1 – El papel esencial y único de María en el Proyecto divino.

Pero todo ese Proyecto Dios ha querido que dependiera de María. Dios no tenía necesidad de nada ni de nadie. La suya ha sido una necesidad de desahogar su Amor. Dependiendo del misterio divino de  las relaciones  entre las Tres  Divinas  Personas  (la generación del Hijo y la “procesión” del Espíritu Santo), el primer decreto eterno de su Querer fue la Encarnación del Verbo, Nuestro Señor Jesucristo. Ma junto con El ha sido eternamente querida y concebida, en medio de las Tres Divinas Personas, Aquella que había de ser su Madre, la Stma. Virgen.

De Ella sin embargo Dios ha hecho depender la Encarnación del Hijo de Dios. María ha sido siempre perfectamente libre en su respuesta a Dios. Dios se ha “jugado” todo con la libre respuesta de María, sólo por amore, la sola respuesta digna de Dios.

Sin Ella no tendríamos ni Redentor ni Redención, sin Ella no habría habido ni siquiera una página del Evangelio. Es más, como la misma Creación de todos nosotros y de todo lo que existe debía depender de la Encarnación del Verbo Divino, resulta que la misma existencia de la Virgen y de todos nosotros Dios ha querido que dependiera del “sí” divino de María.

En el acto eterno y a la vez histórico de la Encarnación, junto con la Humanidad adorable de Nuestro Señor, su Amor le hizo concebir en El a todas las almas, en primer lugar la de su Madre, rodeandola de todos sus méritos y preservandola de toda mancha de pecado: la Inmaculada es la primera redimida, si bien de un modo diferente de nosotros. María es redimida para que el pecado no pudiera tocarla; mientras que nosotros hemos sido liberados del pecado, en el que hemos venido a la existencia.

Porque el pecado personal de nuestro primer padre Adán lo separó de Dios con todas las consecuencias, y de ser hijo de Dios por Gracia se hizo rebelde y extraño a Dios. Arrepentido, sólo pudo aspirar a ser admitido como siervo y de ser riquísimo como era se volvió sumamente pobre… Todos sus hijos, hasta el último que nacerá, hemos venudo al mundo en “fuera de juego”, separados de Dios, heredando todos los males  en lugar de todos los bienes y necesitados de ser salvados.

Si “el río” de la humanidad quedó contaminado desde la fuente (Adán y Eva), el pecado no pudo tocar a María porque ella, junto con su Hijo, estan eternamente “al monte” de la fuente. “Antes de que Abrahám fuera, Yo Soy” (Jn 8,58), ha dicho Jesús,  y por la misma razón “antes de que Adán fuera, Yo Soy”. Y con El, María podría decir “antes de que Eva fuera, yo soy”. Y, en efecto, en su aparición en Roma (Tre Fontane), la Virgen de la Revelación se presentó diciendo: “Yo soy la que es en el seno de la Divina Trinidad”. Por tanto, el haber nacido tantos siglos después de nuestros primeros padres no significa nada, porque Ella junto con su Hijo son antes, en el orden de “causa-efecto”, y por ellos la Justicia Divina no destruyó Adán con toda su descendencia y la entera Creación, que con el pecado del hombre ya no tenía más razón de existir. Jesús y María un día habrían reparado el daño del pecado y habrían puesto a salvo a todos nosotros, cumpliendo la Obra de la Redención, haciendonos ser de nuevo hijos de Dios y verdaderos herederos y reyes de toda la Creación.

El papel de María no se agota en haber concebido y dado a luz al Hijo de Dios. Su Maternidad Divina se extiende a todo su Cuerpo Místico, para hacer por cada uno de nosotros lo que ha hecho por su Hijo.

Encarnandose en su seno, Jesús ha concebido al mismo tiempo todas las almas como su Cuerpo Místico y se ha hecho cargo de las culpas y de las penas de cada criatura. Desde entonces empezó su Pasión y fue creciendo, hasta “desbordarse” externamente el último día de su vida, en la Pasión que le hicieron sufrir los hombres. Toda esta obra de Redención ha querido hacerla con su Madre. Su amor de Hijo no le ha permitido excluirla de ninguna cosa hecha por El; ha querido el “hágase en mí”, el “Fiat” de María junto al suyo, para nacer, para vivir, para morir y también para resucitar.

María no es por tanto la Madre de Jesús sólo durante nueve meses, ni sólo durante su infancia, sino por toda su vida. No sólo espectadora, sino colaboradora y Madre de cada enseñanza de Jesús, de cada milagro, de cada perdón dado, de cada sacramento instituido, de cada oración suya, de cada lágrima, de cada gota de su Sangue derramada (que ella le había dado)… Madre de la Eucaristía, Madre de la Resurrección…, Madre de su Triunfo, Madre del Redentor, Madre del Rey de reyes, ¡Madre Divina!

 
   

De la lógica de la Revelación resulta nítida la extraordinaria figura única de María: 1°- Madre de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre (es su vocación eterna,

su Maternidad Divina, aunque ella es una criatura);

2°- siempre Virgen (su Virginidad perpetua, perfecta y Divina);

3°- por eso es Inmaculada desde el primer instante de su vida: jamás separada de Dios; 4°- por tanto llevada al Cielo en cuerpo y alma (su Asunción).

A estas verdades que se refieren a su relación con Dios (y son dogmas de Fe de la Iglesia) hay que añadir su relación con sus hijos redimidos: como Madre de la Iglesia, María es Corredentora, Medianera y Abogada.

 
   

1   – La causa o el por qué de la Redención.

Es consecuencia del Amor. Dios es Amor (1a Jn 4,19) y es también  infinita  Felicidad y gozo eterno. Pero cuando se ama (en este caso, cuando Dios ama a su criatura, el hombre) ¿cómo es posible no sufrir si la persona amada no corresponde y  se hace daño e incluso se vuelve enemiga? ¿Puede un Padre no afligirse por el comportamiento de un hijo ingrato que se revuelve contra él?

Sin embargo Dios en su Naturaleza Divina no puede sentir ese dolor, ¿y entonces…? Pues bien –digamos con lenguaje humano–, en previsión del pecado del hombre con todas sus consecuencias “ha encontrado la solución” para sentir ese dolor: dotarse de una naturaleza creada, su Naturaleza Humana, capaz de sufrir. Y ese sería otro motivo más para su Encarnación. Eso ha sido su vida terrena como Redentor.

Pero luego, después de su Muerte y Resurrección, su Humanidad es glorificada e impasible, mientras que en la tierra continuan los indicibles motivos de dolor para su Amor, ¿qué hacer…? De nuevo “ha hallado la solución” para continuar en el tiempo su obra de Redención: recurriendo a su Cuerpo Místico, a sus mártires, a las almas víctimas y a cuantos se valen de sus propias penas y de su propia Cruz para “ayudarlo”, como otros tantos Cireneos. Lo dice San Pablo: “completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,24).

El Amor Divino explica la Redención. Todos sabemos bien que cuando amamos a una persona, si está lejos y no la vemos desde hace tiempo –pensemos por ejemplo a un hijo o a un amigo, etc.– si esa persona sufre o está en dificultad, también nosotros lo sentimos; lo mismo si está en alegría, lo que demuestra que nos une a ella una especie de vínculo invisible, un puente espiritual que se llama amistad, amor…

Pues bien, si nosotros que somos limitados y con una sensibilidad tan pobre  sentimos tan fuerte esa comunión, pensemos cuánto más, sin comparación, resuena en el Corazón adorable de Jesús todo lo que hacemos o que nos sucede.

Nuestros pensamientos resuenan en su mente como si fueran suyos, porque en realidad de El nos viene el poder pensarlos. “Somos obra suya, creados en Cristo Jesús para las obras buenas que Dios ha preparado para que las cumplieramos” (Ef 2,10). Y lo mismo, nuestras palabras estan conectadas con su boca, nuestros ojos con sus ojos, nuestras manos con las suyas y nuestro corazón con el Suyo. A El le pertenecemos como criaturas, como miembros de su Cuerpo, creados por motivo suyo.

Al encarnarse El se ha hecho como nosotros, porque antes, al crearnos, nos hizo como El, para El y en El. Por eso El siente como suyas nuestras penas y nuestras alegrías, nuestros pensamientos y nuestras palabras, nuestros sentimenti y nuestros deseos. Por eso Jesús se ha presentado ante el Padre como si El fuera el responsable de todo lo que nosotros hacemos, queriendo dar al Padre la respuesta de fidelidad y de amor –de Amor divino– que todas las criaturas tenemos el deber de darle.

Nuestra falta de respuesta es la que por nosotros ha dado Jesús: “Héme aquí, oh Padre, que vengo para hacer tu Voluntad”. “Aquel que me ha mandado está conmigo  y no me ha dejado solo, porque Yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8,29).

Nuestro comportamiento, oponiendose a la Voluntad del Padre, le ha formado la Pasión: “Aquel que no había conocido pecado, Dios lo trató como pecado en nuestro favor, para que pudieramos ser por medio de El justicia de Dios” (1a Cor 5,21).

2   – La finalidad de la Redención.

Lo decimos en el Credo: “Por nosotros los hombres y per nuestra salvación bajó  del Cielo”. Su venida como Redentor ha sido –junto con los otros fines– para dar cumplimiento al eterno Proyecto divino, salvar la imagen divina en el hombre y dar     la vida para “reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11,52).

En la parábola del “hijo pródigo”, la Redención está representada por el encuentro del Padre con ese hijo perdido. Su amor de Padre no ha esperado a que llegara a la casa paterna, sino que apenas lo vio de lejos corrió a su encuentro, con los brazos abiertos para abrazarlo: los brazos abiertos de Cristo en la Cruz. Jesús ha dicho: “Quien me ve a Mí, ve al Padre” (Jn 14,9). Ese abrazo es la Redención. Y el hijo empieza su confesión: “He pecado, no soy digno de ser tu hijo…” Pero el Padre no le deja continuar: no, no puede ser para El un “siervo”, sino un “hijo”. Por eso dice a los siervos (…¿los ángeles?): “En seguida, ponedle un vestido nuevo (la Gracia), el anillo al dedo (los derechos de hijo) y sandalias en los pies (porque todavía estaba lejos la Casa paterna, que es el Reino, aún había que caminar en el tiempo nuevo del Nuevo Testamento).

Por tanto, la Redención acogida es reconciliación con el Padre, es ser de nuevo hijos de Dios, incorporados a Jesucristo en su Cuerpo Místico que es la Iglesia.

 
   

La Redención nos es ofrecida y dada con el Bautismo (que nos da la Gracia) y con los demás Sacramentos (que la alimentan), y la acogemos en la fe para que produzca  en nosotros su finalidad: Cristo en nosotros, esperanza de la gloria(Col 1,24).

1   – ¿Qué es la Iglesia?

Cuando se habla de la Iglesia, come pasa al hablar de una persona, casi siempre se considera su aspecto externo, su componente humana, y se tiende a no tener en cuenta su realidad espiritual y sobrenatural.

Igual que la Iglesia no tendría razón de existir sin Cristo, así Cristo no podría estar sin su Cuerpo Místico, que es la Iglesia. Por eso, como dijo en su proceso Santa Juana de Arco, “Jesucristo y la Iglesia son una sola cosa”.

 
   

Porque la Iglesia es también su Esposa, es “la Casa de Dios, que es la Iglesia del Dios viviente, columna y sostén de la Verdad” (1a Tim 3,15). Es la Familia de Dios, es el Pueblo de Dios, es la Sociedad establecida por Dios, es la verdadera, única y auténtica humanidad querida por Dios, “el cual quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1a Tim 2,4), por lo que “la Iglesia es en Cristo come un sacramento o signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano” (Concilio Vaticano II, “Lumen Gentium”, 1).

La Iglesia es, en su estructura visible, el lugar y el medio por el que nos llega la Redención, y en su realidad sobrenatural es el fruto de la Redención, o sea la salvación eterna. La Iglesia es, en este mundo, la preparación a la venida del Reino de Dios, que ella invoca y espera, y a la vez será el cumplimiento del Reino de Dios.

La Iglesia es por eso un organismo vivo que crece hacia su plenitud. El Hijo de Dios, al encarnarse, trajo de nuevo al mundo el Reino de Dios: lo trajo come una semillita de luz, lo sembró en la tierra purísima de su Madre la Stma. Virgen, lo regó con su Sangre y con las lágrimas de María, lo fecundó con el Sol del Espíritu Santo en Pentecostés y nació la Iglesia como una plantita. Al principio era apenas una pequeñísima hierba; pero empezó a crecer y a producir ramas y hojas y flores (que representan las virtudes de los Santos), en espera del tiempo de los frutos, que será el tiempo en que se cumpirá el Reino de la Divina Voluntad, en la tierra como lo es en el Cielo.

2   – ¿Cómo es la Iglesia?

En el Credo decimos: “Creo la Iglesia, una, santa, Católica y apostólica”.

La Iglesia fundada por Nuestro Señor es una sola. “Tú eres Pedro y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia”, dijo Jesús (Mt 16,18). No dijo: “sobre este pedregal edificaré mis iglesias”. Dios es uno solo y quiere por eso la unidad (Jn 17,21), pero en la Verdad. Ahora algunos pretenden “diluir” la Iglesia Católica en otra cosa más grande y amplia, donde no sólo entren “los hermanos separados” (separados, no en cuanto hermanos, por lo que han conservado en común con la Iglesia, sino per lo que no han conservado), sino también los hebreos, los musulmanes, los hindúes, los budistas, etc., homogeneizados en vista de una sola religión mundial, “del hombre que se hace Dios”.

¿De dónde viene eso? De rechazar a Jesucristo come el único Mediador entre Dios   y los hombres. Es decir, de no reconocer a Jesucristo como el verdadero Hijo de Dios que se hizo Hombre: “El Padre y Yo somos una sola cosa”.

La Iglesia es santa, a pesar de tantos de sus miembros pecadores. Santa por su origen, del Corazón de Cristo traspasado en la Cruz; santa por la vida divina y el Espíritu Santo que la anima y guía; santa por la Verdad y la doctrina que profesa, santa por los medios de salvación y de santificación (los Sacramentos) de que dispone.

La Iglesia es Católica, que significa universal, porque tiene como patrimonio toda la Verdad y todo el Bien, y tiene come fin abrazar toda la humanidad y el mundo entero.

Y es apostólica, porque su patrimonio de Verdad y de Gracia lo ha recibido de los Apóstoles, de su testimonio: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que nuestras manos han tocado, o sea el Verbo de la vida (ya que la vida se ha hecho visible, nosotros la hemos visto y de eso damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que era en el Padre y se ha hecho visible a nosotros), lo que hemos visto y oido, os lo anunciamos también a vosotros, para que también vosotros esteis en comunión con nosotros. Nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1a Jn 1-3). Ese  testimonio recibido es nuestro testimonio apostólico y misionero.

3   – ¿Qué se necesita para pertenecer a la Iglesia?

Para pertenecer a la que Jesús ha fundado llamandola “mi Iglesia” (Mt 16,18) es necesario compartir su Fe por entero, es decir, acoger a Jesucristo como el único verdadero Dios, que se ha hecho verdadero Hombre y nos ha redimido. Y esa acogida  o Fe es necesaria para todos en la medida que a cada uno es dada la posibilidad de conocer este Anuncio o “Buena nueva”, y en la medida en que cada uno responde.

Por eso Jesús dijo antes de su Ascensión: “Id y enseñad a todas las naciones (no  dijo “dialogad”. El diálogo es para otras cosas), bautizandolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñandoles a observar todo lo que os he mandado” (Mt 28,19-20). “Id a todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura: el que crea y sea bautizado se salvará, el que no crea se condenará” (Mc 16,15-16). Por eso “fuera de la Iglesia no hay salvación”.

4   – ¿Dónde está la Iglesia?

En el Cielo, en el purgatorio y en la tierra: la Iglesia es respectivamente Triunfante, Purgante y Militante. Es temporal y eterna. Está en el mundo, pero no es del mundo. Jamás puede perder de vista su misión y su finalidad sobrenaturales (“Buscad primero el Reino de Dios  y su justicia, y todo  lo demás se os  dará por añadidura”, Mt 6,33),  y cuando se ocupa de cosas humanas, los criterios y la finalidad deben ser siempre los de Jesucristo.

1 – La Iglesia, en este mundo, se concretiza en los Sacramentos.

“Los Sacramentos son signos sensibles y eficaces de la Gracia, instituidos por Jesucristo y entregados a la Iglesia, per medio de los cuales se nos da la Vida divina” (Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1113-1131).

Son “signos”, o sea, figura de una realidad espiritual –la Vida divina comunicada a la criatura– que trasciende los sentidos –por eso son “sensibles”–, y nos dan esa particular gracia que cada sacramento significa y lleva consigo. De por sí producen esa gracia independientemente de como la acogen o corresponden quienes los reciben.

Son medios para obtener un fin: llevar a la criatura a la unión con Dios. Corresponden a necesidades relativas a nuestra relación con Dios.

En cada sacramento hay una “materia” y una “forma” sensible, además del

“ministro” que lo da y de quien lo recibe (el “sujeto”).

Hemos sido “creados en Cristo Jesús” como miembros de su Cuerpo Místico, concebidos con En en sua Encarnación, por lo cual en su vida ha asumido la vida de cada uno de nosotros, para purificarla y liberarla del mal mediante la Redención, y a continuación llenarla de Sí y transformarla a semejanza de la Suya –y eso es su Reino. Y el instrumento o mezzo del que se sirve son los siete Sacramentos que ha instituido:

-el Bautismo para incorporarnos a El, haciendonos así hijos de Dios por Gracia,

-la Confirmación para el pleno desarrollo de su vida en nosotros,

-la Penitencia para el perdón de eventuales pecados personales y la salud espiritual,

-la Eucaristía para transformarnos en El como alimento, con su presencia física y viva en nosotros,

-la Unción de los enfermos para darnos alivio en la enfermedad y preparación espiritual para el momento de nuestra muerte,

-el Orden sacerdotal para continuar Su presencia y asistencia en su Iglesia,

-y el Matrimonio, para llevar de nuevo a la familia al orden y a la santidad en que Dios la quiso al principio, come imagen de la Familia de las Personas Divinas.

 
   

 

(Jesús a Luisa Piccarreta – 18° Volumen, 5.11.1925)

1 – Por nosotros, con nosotros, en nosotros.

Al final de su vida terrena, cuaranta días después de su Resurrección, Jesús “subió al Cielo, está sentado a la derecha del Padre, y de nuevo vendrá con gloria per juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin”. Pero El ha dicho “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta la consumación de los siglos” (Mt 28,20), sabiendo que sin El no podemos hacer nada. Y entre los diferentes modos de estar con nosotros nos ha dado su presencia viva y real en la Eucaristía. En ella Jesús está presente, bajo la apariencia del pan y del vino consagrados, con su Vida entera para formarla en nosotros, en su Iglesia. El pan de harina de trigo (la hostia) y el vino de uva en el cáliz son la “materia” del Sacramento, que en la Misa se convierten en su verdadero Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. De la pequeña ostia e del vino permanece solo el aspetto material o “accidentes” (color, sabor, forma, ecc.). Este milagro es llamado “transustanciación”, porque cambia la sustancia, cuando el Sacerdote –es decir, Jesús por medio del Sacerdote– pronuncia las palabras de la Consagración que El pronunció en su última

Cena: “Esto es mi Cuerpo”, “Este es el cáliz de mi Sangre”.

De esa forma Jesús hizo presente en modo sacramental su Vida y el Sacrificio que   al día siguiente habría consumado en la Cruz, así como su misma Resurrección.

Aquello era la Misa, que siempre es la única, pero que se hace presente cada vez que se celebra –y por eso se dice “memorial”– con el fin de que toda la Iglesia participe al misterio de su Amor en el que ofrece al Padre el Sacrificio de Sí mismo.

Por tanto, la Eucaristía es Sacrificio, Presencia y Comunión. Lo que Jesús hizo por nosotros lo hace presente estando con nosotros con el fin de vivir y reinar en nosotros.

 
   

1   – ¿Qué es la Santidad?

Los serafines que vio el profeta Isaías en adoración ante Dios, proclamaban el uno   al otro: «Santo, santo, santo  es el Señor de los ejércitos. Toda la tierra está llena de   su gloria» (Is 3,6). Y en el “Gloria” de la Misa decimos: “Señor, Hijo Unigénito, Jesucristo (…) Tú sólo el Santo…” ¿Qué quiere decir? Santidad es la infinita perfección de Dios en todos sus atributos, que en cierto modo parecen expresarse en el de la Bondad (Lc 18,19). Y Dios derrama su Bondad en todas sus criaturas: “y Dios  vió todo lo que había hecho, y era cosa muy buena” (Gén 1,31).

2   – ¿Qué es ser santos?

El amor de las Tres Divinas Personas se ha desbordado “ad extra” (al externo) del Ser Divino, dando vida a sus obras. A la Obra de la Creación, querida por el Padre Creador, se añade la Obra de la Redención, cumplida por el Hijo Redentor, Jesucristo, mediante su sacrificio, pero ambas tienen como fin la Obra de nuestra Santificación, cuyo protagonista es el Espíritu Santo.

Estas tres Obras son fruto de la Voluntad Divina, que se expresa diciendo “Fiat!”: “¡Hágase la luz!”, dijo Dios para hacer la Creación; “¡Hágase en mí!”, dijo la Stma. Virgen para que el Verbo se encarnase; “¡No se haga mi voluntad, sino la Tuya!”, dijo Jesús para redimirnos; y “Hágase tu Voluntad”, decimos en el Padrenuestro para ser santos, porque “esta es la Voluntad de Dios, vuestra santificación” (1a Tes 4,3). “A imagen del Santo que os ha llamado, sed santos también vosotros en toda vuestra conducta, ya que está escrito: Sed santos, porque Yo soy Santo(1a Pe 15-16).

¿Y qué es ser santos? Ser en todo según la Voluntad de Dios, que Dios vea en nosotros realizada su Voluntad. Así era el hombre cuando fue creado: a su semejanza.

3   – ¿Qué es la Gracia?

Lo que Dios es por su propia naturaleza, El quiere que el hombre lo sea por gracia. Es el don “gratuito” de la vida sobrenatural o divina que Dios le da al hombre, que lo une a El no sólo como criatura, sino como hijo. Es vivir según  la Ley sobrenatural    del Evangelio, la Ley del Amor divino.

La Gracia santificante se nos da en el Bautismo, pero como todo lo que vive debe desarrollarse y crecer durante toda nuestra vida, lo cual ocurre mediante las gracias sacramentales (propias de cada Sacramento) y las gracias actuales, que Dios nos ofrece en cada momento, pero depende igualmente de nuestra correspondencia a todas estas gracias. Y como Jesús en cuanto hombre “crecía en edad, sabiduría y gracia” (Lc 2,52), así hemos de hacer nosotros: “Sed por tanto perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48).

El estado de Gracia se puede perder con el pecado mortal, así llamado porque mata la vida del alma, y con el cual quien peca se hace enemigo de Dios y separado de El.   El pecado venial, que no tiene esa gravedad, hiere esa amistad y debilita el alma, exponiendola a nuevas y peores caídas. La Gracia se recupera con la contrición o el arrepentimiento sincero, que supone la necesidad –en cuanto posible– de recibir el sacramento de la Penitencia (la confesión).

El único pecado que Dios no puede perdonar es “la blasfemia contra el Espíritu Santo” (Lc 12,10), porque consiste en rechazar el arrepentimiento, en no quererlo.

1   – ¿Qué cosa nos da la Gracia Santificante?

Nos da las tres virtudes “teologales”: la fe, la esperanza y la caridad. Llamadas “teologales” porque nos unen con Dios y de esa forma las Tres Divinas Personas forman en nosotros su morada: “Si uno me ama, observará mi palabra y mi Padre lo amará y Nosotros vendremos a él y haremos de él nuestra morada(Jn 14,23)

2   – Las virtudes teologales.

La fe es apoyar nuestra convicción  sobre el  testimonio de Jesús, sobre la Palabra  de Dios, que no puede engañarse ni engañarnos, y no sobre lo que percibimos con nuestros sentidos y pensamos con nuestra mente. Y esta fe es ese vínculo vivo con Dios, la verdadera comunión con Dios que, a partir de la noticia o del conocimiento,   se transforma en la certeza que nos  pertenece (la esperanza cierta) y en esperiencia   de amor (la posesión de la caridad).

La fe nos introduce en el verdadero conocimiento de Dios y lo hace crecer en nosotros, haciendose cada vez más esperiencia viva. Por eso, además de ser declarada con palabras (el Credo) debe ser traducida en obras (en vida), obras de fe. Y por eso, sólo la verdadera fe viva, eliminando toda duda, nos da la certeza; disipando todo temor nos da la verdadera paz; superando toda imposibilidad nos hace obtener todo: “Todo lo que pidais con fe en la oración, se os dará” (Mt 21,22).

Como actitud de quien cree (del sujeto), la fe es apertura plena de la mente y del corazón a lo que se nos dice de parte de Dios (cfr Lc 1,45; Rom 10,10).  Y como  objeto creído, la Fe es «POSEER A DIOS COMO LA VERDAD».

 
   

San Pedro nos dice: “Poned toda esperanza en aquella Gracia que se os dará cuando Jesucristo se revelará” (1a Pe 1,13). La esperanza hace que desde ahora tomemos posesión de lo que nos ha sido prometido, nos anticipa en cierto modo el futuro y hace que los gustemos ya en el presente. La esperanza es hija de la confianza, y es como tener dos brazos  que se alargan más allá de  la línea del  horizonte para  tocar y agarrar el bien que todavía no vemos, y así poder decir: “¡es mío, nadie me lo puede quitar!”

Aquí en la tierra debemos vivir en la fe y con la esperanza, pero en el Cielo ya no harán falta: allí permanece para siempre la caridad, que es la participación en el Amor de las Tres Divinas Personas.

3   – Las virtudes cardinales.

La Gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona y la diviniza. Lo hace por medio de las virtudes “cardinales”, que ponen en orden nuestras facultades naturales (la inteligencia, la voluntad, nuestra sensibilidad) y de las cuales nacen todas las virtudes morales de nuestro comportamiento. Estas virtudes de base o “cardinales” son: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Son virtudes naturales, en el sentido que cada ser humano debería tenerlas por naturaleza, aunque en el cristiano sirven para copiar en nosotros la santidad de Cristo, que ha dicho: “Aprended de Mí…” (Mt 11,29).

La prudencia permite a nuestra inteligencia elegir y adoptar en cada situación los medios convenientes para obrar bien, según la Voluntad de Dios.

La justicia dirige nuestra voluntad para dar a Dios lo que le debemos, así como al prójimo. La justicia forma como un puente que nos une con Dios y con el prójimo y sobre el cual puede pasar el amor y la misericordia.

La fortaleza regula nuestras pasiones cuando sentimos la debilidad y no quisieramos hacer lo que sabemos que debemos hacer.

La templanza se impone sobre nuestras pasiones cuando sentimos la inclinación o  el deseo de cosas contrarias a lo que sabemos que es justo, o contra la Ley de Dios.

De estas virtudes proceden todas las demás, indispensables para vivir en unión con Dios: en particular el amor a la verdad, la humildad, la obediencia y la castidad.

4   – Los dones del Espíritu Santo.

Todas estas virtudes en nosotros tienen, lógicamente, un límite y también deben vencer la dificultad en practicarlas y el desorden heredado del  pecado original. Por  eso, el Espíritu Santo, Autor de nuestra vita sobrenatural, nos ayuda con sus siete dones: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios (Isaías 11,2-3). Y la vida de la Gracia en nosotros si manifiesta en los frutos del  Espíritu Santo: “amor, alegría, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí” (Gál 5,22).

5   – La oración.

La oración es hablar con Dios, es escucharlo, es fijar la mente en El, es “estar” con El… Sobre todo es querer unirse a Dios y dejarse mover interiormente por El. En la oración está la Vida. La oración es la relación de amor y de vida con Dios. Por eso, “quien reza se salva, quien no reza se condena”.

Dios nos ha creado para tener con Lui una eterna relación de vida y de amor. Por eso recomienda orar incesantemente, porque como el respirar es necesario para la vida natural, así la oración es necesaria para la vida espiritual o sobrenatural. Es como la respiración del alma, un incesante recibir y corresponder, un “mi amas, Te amo”.

La finalidad de la oración no es tanto el cumplir un deber o hacer un ejercicio  mental, sino entrar en intimidad con Dios, un “empaparse” de Dios, de su conoci- miento, de su Amor transformante. Después de orar debemos ser mejores, al menos    en la intención. Se debe notar que hemos estado en comunión con Dios.

La oración se dirige siempre a Dios: o sea, al Padre, a Jesucristo, al Espíritu Santo. Cuando nos dirigimos al Padre, lo hacemos siempre “por Cristo, con Cristo y en Cristo”, movidos por el Espíritu Santo. Pero Jesucristo ha querido la participación de su Madre en todo. Si es pensar en Jesús o mirarlo, debemos hacerlo con los ojos o con el Corazón de María, para que nuestro pensamiento o nuestra mirada le llegue y pueda interesarle; si es mirar a la Stma. Virgen o nos dirigimos a Ella, debemos hacerlo con los ojos y con el mismo Corazón de Jesús para no traicionar su Amor Divino de Hijo.

Y hagamos como María, que “meditaba todas las cosas de su Hijo en su Corazón”.

Hay diferentes tipos de oración, representados en cierto modo en las cuatro figuras de los seres “vivienti” de los que hablan el Apocalipsis y el profeta Ezequiel: el hombre o ángel, (que representa la adoración), el león (la gloria y alabanza), el toro (la acción de gracias y / o la reparación) y el águila (símbolo del amor). Son cuatro tipos de oración, además de la petición y la intercesión.

Hay también distintos modos y grados en la oración: la oración vocal, la oración mental de meditación, la oración total de contemplación. Está la oración personal o individual y la oración comunitaria, la oración privada y la oración oficial o litúrgica.

Jesús nos ha enseñado a orar, Su oración, es decir, la nuevo actitud del corazón    para con Dios, la nueva relación de confianza y de amor al Padre. Ya no somos siervos, sino hijos amados. Digamos el Padrenuestro, siempre con Jesús:

  • Padre nuestro. – ¿Quién lo dice? Quien es Hijo – ¿Con qué lo dice? ¿Con la boca?

¿Con la mente? Sí, pero sobre todo con el corazón – Porque “nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Lc 10,22) – Y el Padre no sólo es objeto de conocimiento, sino de experiencia viva, la experiencia del amor. Por eso el Espíritu Santo exclama en nuestro corazón: “¡Abbá, Padre!” (Rom 8,15).

  • Que estás en el Cielo. – No sólo en el Cielo, sino también en la tierra y en todo lugar y siempre, Tú que das vida a cada latido de cada corazón, Tú que enciendes cada pensamiento en cada mente, como enciendes de luz cada mañana el sol y cada noche todas las estrellas, como cuidas de cada hojita de cada planta y cada ser de tu Creación en vista de la finalidad que Tú has establecido… – Pero sobre todo, Tú te complaces de estar en el corazón y en el espíritu de cada hijo tuyo: esos son tus “cielos”.
  • Santificado sea tu Nombre, que ya es Santo de por sí, como dijo la Virgen en el Magnificat. Pero pedirlo es expresar un gran deseo: ¡que tu nombre de Padre sea reconocido, reciba honor y gloria, que te sientas “realizado” como Padre en cada uno de tus hijos, que te sientas orgulloso de cada hijo, que sea tu satisfacción y tu gloria!
  • Venga tu Reino. Pero ¿qué es tu Reino? “El reino de Dios no es cuestión de comida o de bebida, sino que es justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rom 14,17). Sí, así es, pero esas cosas son fruto de algo: tu reinar es que tu Voluntad se realice en tus criaturas. ¿Pero por qué pedimos que venga? ¿Por qué no decir que “vayamos” a él? Porque todavía se ha de realizar aquí, en la tierra; en el Cielo ya está
  • Por tanto, tu Reino es que se haga tu Voluntad, así en la tierra como en el Cielo. Eso es mucho más que hacer nosotros lo que Tú mandas, lo que Tú quieres: es pedir que lo que es para Tí tu Voluntad, eso sea para nosotros; como lo  es para el Padre,    así sea para los hijos… ¿Y qué cosa es para Tí, Padre, tu adorable Voluntad? Es la misma y única Voluntad de las tres Divinas Personas, es como vuestro “Corazón” palpitante de Amor, le basta querer para hacer, es como “la fuente” de la Vida de la Stma. Trinidad. Eso es precisamente lo que Tú quieres que sea también para
  • Dános hoy nuestro pan de cada día.¿De qué pan tenemos necesidad? Jesús ha hablado del pan del Cielo. Todo pan viene de Tí, oh Padre: el pan material y todo lo que por Voluntad tuya sirve para sostener nuestra vida, el Pan vivo bajado del Cielo, que es Jesús en la Eucaristía, y el tercer pan, el del mismo Jesús, del cual ha dicho: “Yo tengo un alimento que vosotros no sabeis… Mi alimento es hacer la Voluntad de Aquel que me ha mandado” (Jn 4,32-33) – Todo pan es del Cielo, porque todo viene de Tí, oh Padre, para llevarnos a Tí. Pero si no lo reconocemos como pan del Cielo, sino sólo como pan de la tierra, nos lleva a nosotros mismos y a la tierra. Entonces      no sirve para “hacer comunión” contigo, no sirve para unirnos
  • Por eso, perdona nuestras ofensas, no sólo nuestros pecados y desobediencias, sino nuestras deudas, que son injusticias para contigo, deudas de fidelidad, de adoración, de gratitud, de generosidad, de amor. No somos capaces de colmar esos vacíos, de cubrir nuestras deudas: recurrimos a tu Misericordia. Es tu Hijo Jesucristo el que te lo pide con nosotros cada vez que decimos el Padrenuestro; pero El añade: como también Nosotros perdonamos a los que nos ofenden. El es verdadero Hombre con nosotros, pero es Dios contigo, y al decir estas palabras, las estais pronunciando las tres Divinas Personas: como Nosotros”, un “Nosotros” con mayúscula, porque el modelo de vuestro perdón no puede ser nuestro modo de perdonar, sino al contrario, vuestro perdón ha de ser el modelo del nuestro. Por eso, Jesús hace que digamos esas palabras, para que aprendamos a perdonar como Vosotros, como perdona
  • Y no nos dejes caer en la tentación. En español la traducción no es exacta: en realidad te pedimos que no nos  lleves ante el tentador, sí, Padre, que no  haga falta;  Tú que eres “fiel, no permitas que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas, sino con la tentación danos también la gracia de superarla y la fuerza de soportarla” (cfr 1a Cor 10,13). Tú no puedes ser tentado por el mal y no tientas a nadie al mal.     (cfr Santiago 1,13-15). Por eso, al pedirte que no nos lleves a la tentación o ante el tentador (eso significa inducir), te estamos repitiendo la súplica de Jesús en el Huerto de los olivos: “Abba, Padre, si es posible, aparta de Mí este cáliz”.

Por tanto, libranos del mal, de todo  mal, de todo lo que  se oponga a tu Voluntad,  de todo lo que nos separe o nos aleje de Tí. ¡Amén!

1   – ¿Qué cosa sono los “novísimos”?

Son las últimas realidades de cada ser humano, así como de la entera humanidad.

Tenemos la continua experiencia del transcurso del tiempo: se nace, se vive, se muere. Dios concede a cada uno un tiempo conveniente y suficiente, perfecto, en que pueda madurar nuestra libre respuesta a Dios. Sólo al final de ese tiempo la respuesta (sí o no) resulta definitiva, con todas las consecuencias. Por eso los novísimos son: la muerte, el juicio, la salvación eterna o, por el contrario, la condenación eterna.

Tenemos a disposición, para dar nuestra respuesta a Dios, solamente el momento presente del tiempo que nos concede; por eso cada acto nuestro, como cada momento de vida, además de tener siempre consecuencias, tiene valor de eternidad: al final, la vida entera se concentra en un “sí” a Dios o en un “no”. Para siempre.

2   – La muerte corporal y la muerte espiritual.

Estan relacionades: la primera es consecuencia de la segunda, que fue el pecado original. El hombre se separó de Dios –su voluntad se separó de la Voluntad de Dios–  y por tanto el espíritu del hombre que lo anima se separa del cuerpo, lo abandona, y el cuerpo muere. “Dios ha creado al hombre para la inmortalidad; lo hizo a imagen de su propia naturaleza. Pero la muerte ha venido al mundo por envidia del demonio; y     la experimentan aquellos que le pertenecen” (Sab 2,23-24). Por tanto, la existencia no puede acabar porque depende sólo de Dios: existimos para siempre, mientras que la vida se pierde por culpa del pecado del hombre. Y Jesucristo ha asumido todo lo que es nuestra muerte, corporal y espiritual, para destruirla en El y darnos en cambio la vida “y la vida en abundancia” (Jn 10,10).

El testimonio de Dios es que “está establecido para los hombres morir una sola  vez, después de lo cual viene el juicio” (Heb 9,27). Eso excluye la idea pagana de la reencarnación. Otra cosa es que Dios ha concedido a algunos poder volver a la vida mortal después de haber pasado por la muerte, para dar testimonio de la realidad del más allá. Así ha sido para los que resucitó Jesús o en su nombre algunos Santos.

Es ínsito en el hombre el deseo de la vida y de la felicidad, y por eso intuye que su existencia no puede acabar con la muerte, tiene el instinto de eternidad. Pero para saber con certeza, el único medio seguro es creer lo que nos ha revelado nuestro Creador.

Experimentamos en cierto modo la muerte cada vez que debemos separarnos de las personas o de las cosas que amamos y que sentimos como nuestras. La muerte es siem- pre una separación, la privación de un bien, es dolor. Nos priva de nosotros mismos.

3   – El juicio particular y el Juicio final.

¿En qué consiste el juicio? “El juicio es esto: la luz ha venido al mundo, pero los hombres han preferido las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Pues el    que hace el mal odia la luz y no viene a la luz para que no se descubran sus obras. Pero quien obra la verdad viene a la luce, para que se vea claramente que sus obras han sido hechas en Dios” (Jn 3,19-21).

El juicio es la confrontación entre la conciencia del hombre y la Verdad que es Dios. Es el choque entre la injusticia del hombre (el pecado) y la Justicia (o santidad) de Dios. “El que escucha mi palabra y cree a Aquel que me ha mandado, tiene la vida eterna y no va al juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida” (Jn 5,24). Sólo así

se evita el choque con la Justicia, cuando a tiempo se llama a la puerta de la Divina Misericordia, y eso es fruto de la fe en Cristo. El juicio separa la luz de las tinieblas,    lo que es conforme a la Verdad de lo que es mentira, lo bueno de lo malo.

Después de la muerte tiene lugar el juicio personal: cada uno ve a la luz de la Verdad su propia vida y él solo comprende lo que ha hecho y el resultato final y definitivo, eterno. “Del lado que cae el arbol, así se queda”. Cada uno comprende si se ha salvado, si ha de ir al Purgatorio, o si se ha condenado y cae en el infierno.

Al fin del mondo será el Juicio final, precedido por la resurrección universal, y cada uno, en cuerpo y alma irá a su destino eterno, ya decidido en el juicio personal.

«Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria con todos sus ángeles, se sentará en el trono de su gloria. Y serán reunidas ante El todas las gentes, y El separará los unos de  los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá las ovejas a su derecha y los cabritos a la izquierda. Entonces el rey dirá a los que estan a su derecha: Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque Yo tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber; era forastero y me recibisteis, desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, encarcelado y vinisteis a verme. (…) En verdad os digo: cada vez que hicisteis estas cosas a uno solo de estos mis hermanos más pequeños, lo hicisteis a Mí. Luego dirá a los de su izquierda: Fuera, lejos de Mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el demonio y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber; era forastero y no me acogisteis, desnudo y no me vestisteis, enfermo o en la cárcel y no me visitasteis. (…) Cada vez que no habeis hecho esas cosas a uno de estos mis hermanos más pequeños, no las habeis hecho a Mí. E irán estos al suplicio eterno, y los justos a la vida eterna». (Mt 25,31-46)

«Después ví un gran trono blanco y Aquel que estaba allí sentado. De su presencia

habían desaparecido la tierra y el cielo sin dejar rastro. Luego ví a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante el trono. Fueron abiertos los libros. Fue abierto también otro libro, el de la Vida. Los muertos fueron juzgados conforme a lo que estaba escrito en esos libros, cada uno según sus obras. El mar restituyó los muertos que custodiaba y la muerte y los lugares inferiores devolvieron los muertos que tenían y cada uno fue juzgado según sus obras. Después la muerte y los lugares inferiores fueron arrojados al lago de fuego. Esa es la segunda muerte, el lago de fuego. Y el que no estaba escrito en el libro de la Vida fue arrojado al lago de fuego» (Apocalipsis 20,11-15)

4   – El Paraíso o salvación eterna.

Jesús dijo al “buen ladrón” arrepentido: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23,43). Es la finalidad de nuestra existencia, el estado de felicidad suprema y definitiva, el abrazo de la Stma. Trinidad. El Cielo es la visión beatífica y la posesión de Dios en  el amor: es la Gloria “esencial”, el goce directo del Creador, y con ella la Gloria accidental, que Dios nos dará por medio de todas sus criaturas. No se trata de un lugar particular, porque al ser glorificados en alma y cuerpo, es toda la Creación, trans- figurada por Dios para procurarnos una infinidad de vivísimas alegrías y goces.

El Cielo es la felicidad inmensa de los bienaventurados, gozar el Amor y el Poder de Dios y de la “comunión de los Santos”, amar a todos los seres del Universo y gozar con ellos, hasta el grado de gloria alcanzado en esta vida. Es la perfecta realización del Amor humano-divino, que supera absolutamente nuestra capacidad de conocimiento en esta vida: “Lo que los ojos no han visto, ni el oido ha escuchado, ni nunca ha entrado en corazón de hombre, eso ha preparado Dios para los que lo aman” (1a Cor 2,9).

5   – El Purgatorio o preparación temporal para el Cielo.

Para entrar en el Cielo es necesario ser perfectamente conformes a lo que la Divina Voluntad quiere de nosotros, poseer la Vida divina de Jesús (la Gracia) y haber expiado del todo la justa pena merecida por los pecados ya perdonados. Por eso se puede decir que sólo los mártires y los niños inocentes están preparados para el Cielo; la mayor parte de los que mueren reconciliados con Dios deben pasar un tiempo limitado de purificación más o menos intensa. Es como un hospital de dolor, del que saldrán perfectamente purificados y en condiciones de poder ver a Dios: hacerles estar en su Presencia manchados, sería para ellos el peor sufrimiento. El fuego de su Amor convierte todo lo que toca en fuego… o en cenizas.

 
   

Los sufragios son ayudas que nosotros, desde la tierra, podemos ofrecer a las almas del Purgatorio para que puedan ser aliviadas y el tiempo de su purificación sea abreviado. Los reciben en la medida que en esta vida se abrieron a la Luz y a la Gracia.

El Purgatorio terminará al fin del mondo, así como con la Redención terminó “el Seno de Abrahám” o Limbo de los justos del Antiguo Testamento, y al “fin de los tiempos” terminará el Limbo de los que mueren sin Bautismo y sin culpas personales, pero necesitan que alguien les dé la vestidura blanca de la Gracia (Apoc 6,9-11).

6   – El infierno o condenación eterna.

Esso lo absoluto contrario del Cielo. Es el estado de separación definitiva de Dios de quien, al final de la vida, se halla en total contradicción con Cristo, en el rechazo final de Dios. Dios y los condenados se excluyen mutuamente. El Amor de Dios que hace felices a sus hijos, quema y desespera a los que lo odian. Porque el infierno es el odio absoluto de los condenados contra Dios y contra todos, el horror y la desesperación, a partir de la sentencia del Juez: “Fuera, lejos de Mí, malditos, al fuego eterno…”

7   – La resurrección de los muertos.

Como existe una doble muerte, la muerte temporal (“de la cual ningún hombre viviente puede escapar”) y el estado de muerte eterna de los condenados (que no por eso dejan de existir), hay también una doble resurreción. La primera, espiritual, no es sólo el recibir de nuevo la Gracia, sino aún más el regreso del hombre “al orden primordial de la Creación”, a tener como vida la Divina Voluntad. La segunda, “la resurrección de la carne” o corporal, será al fin del mundo: “porque llegará la hora en que todos los que estan en los sepulcros oirán su voz [del Hijo del hombre] y saldrán: los que hicieron el bien  para una resurrección  de vida y los que hicieron el  mal   para una resurrección de condena(Jn 5,28-29).

1   – Los tiempos de la historia según Dios.

Dos son las Venidas del Señor: la primera, como Redentor; la segunda, como Rey. En la primera, como Redentor, reparó la imagen divina, deformada y casi irreconocible en el hombre; en la segunda venida, como Rey, para darle de nuevo la semejanza divina perdida, llevando a quien lo acoge al orden, al puesto que Dios le asignó y a la finalidad para la que fue creado.

La primera venida del Señor fue para salvar al hombre, abriendo de nuevo las puertas del Cielo, para que entre quien quiera. La segunda venida es para salvar el Decreto eterno de su Reino, haciendo descender el Cielo y renovando así la faz de la tierra.

Fruto de su primera venida es dar la vida divina de la Gracia, haciendo que el  hombre vuelva a ser hijo de Dios (la primera resurrección, espiritual); fruto de su segunda venida es dar a este hombre en Gracia la posesión de su Reino, la plenitud de los bienes de la Creación, de la Redención y de la Santificación.

La primera venida (o “Adviento”) del Señor fue en la “plenitud de los tiempos”.

Su segunda venida (o “Parusía”) es al “fin de los tiempos”, fin de los tiempos de espera y llegada del Tiempo tan esperado, fin de los tiempos de angustia y llegada del tempo del cumplimiento del Reino, como dijo San Pedro: “Arrepentíos y cambiad vida, para que sean cancelados vuestros pecados  y así  puedan  llegar  LOS  TIEMPOS  DE LA CONSOLACIÓN por parte del Señor y El envíe  Aquel  que  os  había  destinado como Mesías, Jesús. El debe ser acogido en el cielo hasta LOS TIEMPOS DE LA RESTAURACIÓN DE TODAS LAS COSAS”. (Hechos, 3,19-21).

Por eso los tiempos de la historia son marcados por: –el comienzo de los tiempos o comienzo del mundo; –la plenitud de los tiempos; –el fin de los tiempos, y –el fin del mundo (o de la historia). Son los mismos momentos de la S. Misa; corresponden: -al comienzo, -a la Consagración, -a la Comunión y -a la benedición final.

Entre los dos últimos momentos ha de haber un tiempo glorioso, de muchos siglos, en que se ha de cumplir el Reino de Dios prometido en el Padrenuestro, el Reino de su Voluntad “en la tierra como en el Cielo”. El Apocalipsis lo llama “el Milenio”, que aún no ha llegado. Imagen del cual fueron los cuarenta días que Jesús Resucitado, glorioso, quiso estar en la tierra antes de su Ascensión al Cielo. Es lamentable que muchos, a causa de una antigua herejía (el “milenarismo” en sus varias formas) acerca del modo, hayan negado el hecho e ignorado el tiempo del Reino prometido (“el Milenio”), confundiendolo con la historia de la Iglesia como se ha desarrollado en estos veinte siglos, o bien interpretandolo como el  más allá, confundiendo el fin de los tiempos  con el fin del mundo.

 
   

2   – ¿Qué cosa es el Reino de Dios?

El Reino de Dios es la Iglesia, pero Jesús lo ha comparado a una semilla de mostaza (Mt 13,31-32) que crece hasta alcanzar su pleno desarrollo:

(Jesús a la Sierva de Dios Luisa Piccarreta, 15° Volumen, 28.11.1922)

La Redención ha sido la condición indispensable para que venga el Regno de Dios. En la parábola del “hijo pródigo” está indicada en el abrazo con el Padre, que ha venido a su encuentro en la persona del Salvador. El regreso a la Casa paterna, de donde el hombre se fue con el pecado original, representa el cumplimiento del Reino.

Por tanto el Reino tiene dos dimensiones: como preparación, la Redención precede el cumplimiento de la Divina Voluntad sobre la tierra, del mismo modo como reina  en el Cielo. A estas dos fases hace referencia San Pablo:

 
   

En la plenitud de los tiempos el Hijo se ha encarnado y nos ha redimido para hacer que fueramos hijos. Sin embargo, estos hijos todavía menores se comportan come los siervos, tienen mentalidad de siervos y como tales son tratados, “hasta el tiempo” establecido, o sea, hasta que llega el tiempo de ser maduros, de pensar y sentir como el Hijo: ¡eso es “el fin de los tiempos”, los tiempos de espera y la llegada del tiempo del Reino tan esperado!

¿Pero qué cosa es el Reino de Dios, o sea, que Dios reine? Es que su Voluntad tenga cumplimiento. En Dios, en las tres Divinas Personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, se cumple perfectamente: es su Vida, la sustancia de su Ser Divino, de su gloria y felicidad, la sustancia de sus infinitos atributos, la fuente de su Amor.

Ese es el Reino preparado para nosotros “desde la creación del mundo” (Mt 25,34).

De hecho, Dios es “el Señor”: El reina en el Cielo. Pero aquí en la tierra ha debido venir el Hijo de Dios para hacer que el  Padre pueda tener su  Reino, precisamente  en la tierra.

Hablando de El, Isaías dijo: “Cuando se ofrecerá El mismo en expiación, verá una descendencia, vivirá mucho, se cumplirá per medio suyo la Voluntad del Señor”      (Is 53,10). “Por eso, entrando en el mundo, Cristo dice: Tú no has querido sacrificio  ni oferta, pero un cuerpo me has preparado… Entonces he dicho: héme aquí que vengo

–como de Mí está escrito en el Libro– para hacer, oh Dios, tu Voluntad(Heb 10,5- 7). Y Jesús ha deicho: “Yo no puedo hacer nada por Mí mismo; juzgo según lo que oigo y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la Voluntad de Aquel que me ha enviado” (Jn 5,30). “Aquel que me ha mandado está conmigo y no me ha dejado solo, porque Yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8,29).

Por tanto, la Voluntad del Padre ha establecido su Reino en Jesús. Ha dato todos sus atributos y prerrogativas divinas a su Stma. Humanidad, hasta hacerle ser “perfecto, como el Padre Celestial es perfecto” (Mt 5,48). Y Jesús, “aunque era el Hijo,  aprendió la obediencia por las cosas que sufrió y, hecho perfecto, es causa de salvación eterna para todos los que Le obedecen” (Heb 5,8-9).

Por tanto, el Reino de Dios es el cumplimiento de su Voluntad. No sólo es que     se cumplan las cosas que El quiere, sino que Esta sea en la criatura lo que es en Dios,  la Vida operante, la fuente de todo bien.

Las palabras “así en la tierra como en el Cielo” son perfecta realidad en Jesús y María: “como es en el Padre así es en el Hijo”. En nosotros deben ser un deseo ardiente, una invocación incesante, ya que son una Promesa divina.

3   – “Los signos de los tiempos”.

“¿Cuándo vendrá el Reino de Dios?”, le preguntarono los fariseos a Jesús (Lc 17, 20). ¿Pero de qué sirve saber cuándo vendrá, si no se sabe lo que es? ¿Y sobre todo, si no se posee? Jesús respondió: “El Reino de Dios no viene llamando la atención, y nadie podrá decir: está acá o está allá, porque el Reino de Dios está en medio de vosotros”.

En efecto, el Reino de Dios está por entero en Jesús. Y Jesús y María estaban aún entre ellos. Pero la Iglesia sigue pidiendo desde hace veinte siglos: “Venga tu Reino”.

Vendrá el Reino de Dios, de su Voluntad como vida de sus hijos, y sólo entonces vendrá o se manifestará glorioso Cristo Rey en su segunda Venida (la “Parusía”).

Después de la gran tribulación, después del “Viernes santo” de su Iglesia, esta resu- citará en su gran triunfo, satanás será encadenado “hasta cumplirse los mil años”, o sea, hasta el fin de la historia; el mundo será purificado y se renovará la faz de la tierra. Los supervivientes de las naciones se convertirán y al mundo será dado finalmente el tiempo de la verdadera Paz. Entonces Dios recibirá de la tierra la gloria y la respuesta de amor que el querer humano no podía darle sin la vida del Querer Divino.

«Maestro, ¿cuándo sucederá eso y cuál será el signo que eso va a cumplirse?». (Lc 21,6). «Cuando veais pasar estas cosas, sabed que el Reino de Dios está cerca» (Lc 21,31). De estas palabras resulta claro que la Iglesia no se identifica con el Reino.

“Cuando empiecen a ocurrir estas cosas, levantad vuestra cabeza, porque se avecina vuestra liberación” (Lc 21,28). “Estas cosas” son signos específicos, que se han cumplido ya o que se estan cumpliendo:

  • La Iglesia ya ha establecido en 1925 la fiesta de Cristo Rey, que concluye el año litúrgico: “Cuanto estuvo de regreso, después de haber obtenido el título de Rey” (cfr. Lc 19,11-27).
  • Después de la Segunda Guerra mundial, habitualmente, en los documentos de las naciones, en los discursos de los políticos se cumple la profecía de San Pablo: “como un ladrón de noche, así vendrá el Día del Señor. Y cuando se dirá: «Paz y seguridad», entonces de repente les llegará la ruina, como los dolores a una mujer encinta; y ninguno se librará” (1a Tes 5,2-3).
  • La pérdida de la Fe y la gran apostasía actual y evidente: “Pero el Hijo del hombre, cuando venga, hallará fe en la tierra?” (Lc 18,8). “Antes [del Día del Señor] tiene que venir la apostasía y tendrá que ser revelado el hombre inicuo, el hijo de la perdición, el que se contrapone y se eleva sobre cada ser que es llamado Dios o que recibe culto, hasta sentarse en el templo de Dios, presentandose a sí mismo como Dios. (…) El misterio de la iniquidad ya está en acto, pero es necesario que sea quitado de enmedio quien hasta ahora lo detiene [el obstáculo, “κατεχον”]. Sólo entonces será revelado el impío y el Señor Jesucristo lo destruirá con el soplo de su boca y lo aniquilará al aparecer en su venida, el inicuo, cuya venida será con la potencia de satanás” (2a Tes 2,1-12).
  • Se han cumplido “los tiempos de las nacciones” (que como tales se desvanecen) cuando en 1967 los israelíes han tomado de nuevo Jerusalén (Lc 21,24). Por consiguiente, Israel volverá por último al Señor, después de que en la verdadera Fe hayan entrado “las naciones” (cfr. Rom 11,25-26). Este es actualmente el único signo que queda por

Estos son los principales signos de los tiempos que nos presenta la Revelación pública. Además de los cuales hay muchos otros, de revelaciones privadas creíbles y aprobadas en la Iglesia.

 
   

(Apocalipsis 22, 12-21)

CATEQUESIS de NIÑOS – ENSEÑANZAS QUE ALCANZAR

Como fruto del año de catequesis,

-los niños del PRIMER AÑO de preparación a LA PRIMERA COMUNIÓN deben haber aprendido la señal de la Cruz,

las oraciones fundamentales:

empezar a conocer               (versión “breve”), es decir:

conocer: ¿Quién nos ha creado? DIOS – ¿Quién es es Dios? La Stma. Trinidad

¿Quién es Jesús? – el Hijo de Dios, verdadero Dios y verdadero Hombre Las primeras noticias de su Vida – Quién es la Mamá de Jesús

¿Qué ha hecho Jesús? – ¿Qué es la Redención, cual es su finalidad? Primera noticia del pecado original y sus consecuencias

¿Cómo hemos sido hechos hijos de Dios? (                     )

-los niños del 2° AÑO de preparación a LA PRIMERA COMUNIÓN deben conocer los Mandamientos – la relación con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos los Sacramentos

en particular: la Penitencia o Riconciliación, el la Eucaristía:

-los muchachos del 1° AÑO de CONFIRMACIÓN deben saber

(la versión “breve”, llamada “Símbolo de los Apóstoles”) las primeras noticias de la “Historia de la Salvación”:

La Creación (“                                                                                                    los Angeles

y el hombre – La creación de Adán y Eva – La prueba)

-La tentación y la caída, el pecado original y sus consecuencias

-La promesa de la Redención y los principales hechos del Antiguo Testamento

-La Encarnación y la Vida de Jesucristo, su Pasión, Muerte y Resurrección

-La Santa Iglesia y los Sacramentos que la forman

-los muchachos del 2° AÑO de CONFIRMACIÓN deben conocer la finalidad de nuestra existencia (la salvación eterna),

la finalidad de la vida cristiana y de los Sacramentos (salvación y santificación) Por tanto, la Santificación, obra del Espíritu Santo:

-las virtudes “                  (Fede, Esperanza y Caridad,

-las virtudes                     (prudencia, justicia, fortaleza y templanza)

-las virtudes              “básicas” (amor a la verdad, humildad, pureza… etc.)

-las “bienaventuranzas” (como una escala musical de imitación de Cristo)

-“los dones del Espíritu Santo”

-“los frutos del Espíritu Santo”

Los “Novísimos” (las últimas realidades: muerte, juicio, Cielo o infierno)

La responsabilidad de responder a Dios y a la Iglesia (“soldados de Cristo Rey”)

La Promesa de Jesús: su Venida gloriosa y el cumplimiento de  su Reino

xx

“Pro manuscripto privato”

  1. Pablo Martín Sanguiao

Pescia Romana, 1 de Noviembre 2019, fiesta de la Santidad de Dios en todos sus Santos

Cristina

Vivir en la Divina Voluntad es poseer al mismo Dios, su Vida -que son sus actos los cuales esconden sus atributos- y por lo tanto, es vivir la misma Vida Divina. Se dice pronto.... pero para esto nos creó el Creador. Bendito sea su Nombre: YO SOY. El es un eterno presente y todo lo que hay hecho está en acto de hacerse para tomarlo en cualquier momento.